miércoles, 10 de noviembre de 2010

El Ser en la Infancia. La Emergencia del Self

El Ser en la Infancia. La Emergencia del Self

ML Paula Durán Hurtado


Introducción
El tema que se desarrolla es la emergencia del self; es decir la forma cómo el sí mismo va surgiendo en la persona humana. El self es un arquetipo esencial que se activa al nacer y que se impregna de características personales, las que producen trastornos en el individuo si se encuentran en discrepancia con los intereses arquetípicos. (Jacoby, 2005)
Los diferentes estadios del proceso de individuación parecen encontrar y reencontrar al ser en la infancia y a la infancia en el ser. Siendo un arquetipo que contiene en sí el potencial para desarrollarse hasta alcanzar la totalidad, busca poder actualizar sus capacidades, con independencia de la edad cronológica que tenga la persona real. El hombre vuelve a ser niño y el niño muchas veces representa las posibilidades de realización de aspiraciones que un adulto no ha podido realizar en su propia vida. La emergencia del Self nos refiere al arquetipo del niño.


Desarrollo
Horus, Zeus, Hermes, Heracles, Moisés, Jesús, son algunos ejemplos de niños que juegan un rol esencial en mitos, leyendas y cuentos de hadas. En cada caso, se trata de seres nacidos en circunstancias extraordinarias con destinos especiales y fielmente cumplidos. Muchas veces podrá tratarse de niños que han sido abandonados, que debieron valerse por sí mismos y que han sido salvados milagrosamente de situaciones peligrosas. El arquetipo del niño despierta emociones y fantasías; se trata de un niño maravilloso, divino, originado, nacido y crecido en circunstancias excepcionales, que requiere ser asociado a un niño concreto a fin de darle sentido y significado a su existencia en la psique adulta (Jung, 1940, 273).
Los arquetipos van conformándose según el nivel de conciencia alcanzado, por lo que son también el patrimonio del conocimiento y la evolución de la humanidad, constituyéndose así en los portadores de la salvación. En el arquetipo -como figura variable de los Dioses- va siendo representado el precursor de una nueva generación (Jung “La estructura del alma”, OC 8,7, 3317 y ss); el motivo del niño representa el aspecto preconciente de la infancia del alma colectiva. (Jung, 2002, 149)
En el arquetipo del Dios-niño se ve representado lo más grande en lo más pequeño. Son los elfos, enanos, homúnculos, nacidos, niño desnudo y animales en estadios de desarrollo anteriores al hombre –cocodrilos, dragones, serpientes-. En el proceso de individuación las imágenes lo representan al centro de un mándala, saliendo de un huevo de oro, como una doncella o un joven adolescente de origen exótico, bajo una corona de estrellas; en cualquier caso se trata de un bien deseado y difícil de conseguir, una piedra preciosa, la cuaternidad, la flor, el cáliz; todas imágenes ilimitadamente intercambiables. Los rituales, el rito, la religión, el repetir, son formas de mantener los vínculos con esas condiciones originarias sean de sí mismo o de la humanidad, ya que la conciencia –a través de su centro de conciencia, el ego- está siempre atraída al desarraigo y a la enajenación; su forma de compensar es re-ligando con su pasado, con su infancia. La amplitud de conciencia arriesga la enajenación; pero la represión del estado infantil del alma se apoderará –como contenido inconsciente- de las metas concientes, interfiriendo de alguna forma en su realización.
El niño –como símbolo- es futuro en potencia, anticipación de desarrollos, que existen a-priori. El niño prepara una futura transformación de la personalidad. En el proceso de individuación anticipa la figura que resulta de la síntesis de los elementos concientes e inconscientes de la personalidad. Es un símbolo que une los opuestos, un mediador, un salvador, un hacedor de la totalidad. La totalidad que trasciende la conciencia es denominada por Jung como el sí mismo. La meta del proceso de individuación es la síntesis del sí mismo, su entelequia.
El mismo símbolo del niño puede presentarse como una divinidad infantil o como héroe juvenil. En ambos casos hablamos de un nacimiento maravilloso, psíquico y no empírico, mágico, extraordinario. Sin embargo, en el primero, estamos frente a un ser no humanizado aún, aunque divino, personifica el inconsciente colectivo no integrado a la naturaleza humana. El héroe, por el contrario, es una síntesis de lo inconsciente y conciente; anticipa una individuación potencial cercana a la totalidad. La autorrealización es heroica ya que debe pasar múltiples pruebas para poder llegar a buen fin; el riesgo de perder la singularidad está presente simbólicamente en la presencia de dragones y serpientes que amenazan la identidad; la adquisición de conciencia implica distanciarse de las simbolizaciones de vertebrados inferiores.
El motivo “más pequeño que pequeño pero más grande que grande” (Jung, 2002, 154) es la paradoja del símbolo del niño, que puede superar las pruebas más grandes y sucumbir en lo más pequeño. Ej.: el talón de Aquiles; el pelo de Sansón. “Hágase la Luz” fue lo dicho por Dios al abrir el universo a la conciencia y ésa es la mayor hazaña esperada del héroe, el triunfo sobre las tinieblas. Se espera que el niño venza sobre la oscuridad y que el alma primitiva no pierda lo que ya ha ganado, su alma.
No sólo su nacimiento milagroso lo distingue, también su temprano abandono. Hablamos simbólicamente de un ser que viene de la inconsciencia a la conciencia; pero en la conciencia, aún no se le reconoce -es un tercero que no tiene espacio en la lucha de los opuestos-… por eso se le abandona. Lo “recogen” los instintos que reconocen en él su carga de futuro y potencialidad renovadora y salvadora. La conciencia, como el útero, se ha liberado de una situación que ya la conflictuaba, separándose simbólica y temporalmente de quien también representa su posibilidad de renacer, el niño que ha dado a luz.
El conflicto que presenta el símbolo del niño es propio del estadio evolutivo actual, ya que sólo con conciencia puede haber polaridad. Este niño, por ende, es portador de cultura –y uno de los elementos que la representa es el fuego- iluminador, acrecentador de conciencia y vencedor del estado anterior –la inconsciencia- (Jung, 2002, 157). En este sentido “se trata de una conciencia superior, más evolucionada y acompañada, en consecuencia, de soledad. Porque la soledad expresa la oposición entre el portador o el símbolo de un grado de conciencia mas elevado y el mundo que le rodea”. (Jung, 2002, 157)
Este niño tiene una fortaleza superior engendrada desde la inconsciencia, el fundamento de la naturaleza humana, una naturaleza viva. Personaliza poderes vitales que están más allá de la conciencia unilateral; personifica una totalidad que incluye las profundidades de la naturaleza. Representa el impulso inevitable del ser: el que lleva a desarrollarse a sí mismo, porque no-puede-hacer-otra-cosa. (Jung, 2002, 158)
El símbolo también se caracteriza por su hermafroditismo, la aspiración a lograr la unidad del sí mismo, en la cual no hay conflicto entre opuestos y se consagra el matrimonio divino entre la inconsciencia –femenina si es del hombre y masculina si es de la mujer- y la conciencia –masculina si es hombre y femenina si es mujer- (Jung, 2002, 163)
El simbolismo del niño es como un ser inicial y un ser final, simboliza la naturaleza pre y post conciente del hombre, una totalidad. Interpretamos esta imagen inicial como el niño humano proveniente de la inconsciencia que una vez que desarrollado el ego –como centro de conciencia- debe des-identificarse de él para permitir que el sí mismo se exprese; el sí mismo en su máxima expresión y desarrollo va a constituirse en el niño divino. La ingenuidad del niño es la misma del iluminado; la diferencia entre uno y otro es el camino de la conciencia que el segundo ya realizó.
Lichtenberg define el sí mismo como un sentido de unidad que permanece estable a pesar de los distintos cambios de estados emocionales que acompañan la experiencia humana; un centro independiente para iniciar, organizar e integrar experiencia y motivación. La maduración y desarrollo de esta capacidad integradora y organizadora es lo que más interesa a los investigadores de la infancia. Stern distingue 4 etapas: el sentido del sí mismo emergente, nuclear, subjetivo y verbal. (Jacoby, 2005)
El sí mismo emergente se expresa hasta los dos meses, experimentándose los eventos y percepciones como entidades propias. Se trata de diferentes experiencias vividas que, eventualmente comienzan a organizarse de manera creciente con estructuras más comprensivas. Opera como matriz experiencial de la cual surgirán las ideas, formas percibidas, actos identificables y sentimientos verbalizables que actúan también como fuente del despertar afectivo inicial. Un niño experimentaría aquí el prototipo más temprano de un proceso creativo, el cual le permite la generación del sentido del sí mismo inicial
El sí mismo nuclear va desde el segundo al séptimo mes, permitiendo que el niño experimente sus intenciones y motivaciones como propias, reconociendo sus límites corporales y su sentido de coherencia. El niño tendrá la experiencia de estar juntos, en la presencia de otro, sin que haya experiencia de fusión simbiótica. Experimenta cambios en sus estados internos propios, que vienen a través de los otros –del cuidador, por ejemplo; el baño, el cambio de pañales, otros- También se ve una dependencia entre el cuidador y el sentido del si mismo del niño, conectando sus necesidades de seguridad. Esto se manifiesta a través de diferentes conductas vinculantes, como la mirada mutua, ser tomado en brazos. El sentido del si mismo del niño cambia junto con la actividad del cuidador, manteniendo sí sus límites.
El sí mismo subjetivo va desde el séptimo al decimoquinto mes de vida, desarrollándose la capacidad de relación interpersonal, descubriendo que puede compartir la experiencia subjetiva con alguien más, es decir hay una necesidad de experiencia común. Aquí se distinguen tres estados internos: compartiendo la dirección de la propia atención –hasta los nueve meses-; compartiendo intenciones –el niño atribuye un estado mental interno en otro, que conlleva la comprensión de las intenciones del niño y la capacidad para satisfacer esas intenciones-; la necesidad de compartir estados afectivos –el más significativo de los estadios para el desarrollo emocional posterior, con referencia social- que implica el tener una segunda apreciación que le ayude a resolver la incertidumbre que se le presente frente a realizar o no un determinado acto riesgoso para él. Jung dirá que los niños, al principio, son parte o están fusionados con la psicología de sus padres, al extremo que cualquier trastorno a esta edad, es en realidad de sus padres.
Entre el quince y el dieciochoavo mes, el niño inicia un nuevo estado en la organización del sentido del self y su relación con el otro, el cual coincide con la adquisición del lenguaje y tomarse a sí mismo como el objeto de la propia reflexión. El niño se fascina con su reflejo en el espejo y con su reconocimiento; es un claro indicador del desarrollo de la capacidad para el juego simbólico y el aprendizaje del lenguaje. A través del lenguaje serán practicados temas tales como el vínculo, separación, intimidad, con otro significativo a un nivel previamente no posible. El lenguaje es una espada de doble filo: enriquece y limita el campo de la experiencia, algunas podrás expresarse mientras otras deben experimentarse. Nuevamente constatamos que la entrada a la cultura tiene el costo de perder la integridad de la experiencia original, con lo cual se entra en crisis de autocomprensión, pasando el self a ser un misterio, porque la armonía alcanzada se ha roto, perdiéndose también la experiencia de totalidad.
Estos cuatro estadios de desarrollo pueden desarrollarse en forma sucesiva, pero los estados más altos no reemplazan a los anteriores, por lo que, en definitiva, hay cuatro formas de ser en el mundo. Cada una de las experiencias del infante con el Self regulador del otro comprende un episodio específico vivido que permanecerá en su memoria. Los diferentes patrones humanos de interacción –reales o reproducidos- dan como resultado representaciones iniciales y expectativas, muy importantes para nuestras actitudes. Stern llamó a estos elementos emocionales RIGs -representaciones de interacciones que han sido generalizadas-, los cuales cambian y se actualizan gradualmente con la experiencia presente… por lo que “mientras más experiencia pasada haya tendrá menor impacto cualquier episodio” Jung ha llamado arquetipo a esta fuerza organizadora creativa con capacidad para formar una representación fuera de las innumerables experiencias distintas.
El sí mismo tendría, según Stern, cuatro componentes de sentido: como entidad, es decir, la experiencia de sentirse autor de las propias acciones y tener voluntad o control sobre el comportamiento auto-generado; de coherencia del sí mismo, o tener la experiencia de ser un todo, en el sentido de ser una entidad psíquica con fronteras y un lugar de acción integrada, ya sea cuando se está en movimiento o inmóvil; de afectividad, es decir, haber experienciado las cualidades internas de los afectos los que están conectados a virtualmente toda experiencia con uno mismo; de historia, lo que se refiere a mantener la experiencia de continuidad con el propio pasado, la sensación de que uno sigue siendo de alguna manera, esencialmente el mismo individuo, incluso después de muchos cambios.
Jacoby (1999) se refiere al si mismo del terapeuta como el si mismo regulador; regulador de cualquiera de estas cuatro partes que pudieran estar viéndose afectadas en Self del paciente, producto de alguna herida infantil. Jacoby dice que “la psicoterapia analítica tiene el potencial de ser efectiva, siempre y cuando la representación mental del paciente en conjunto a sus cualidades emocionales estén muy abiertas a ser influenciadas por el entorno”. (Jacoby 1999, 5) Igualmente, las funciones de ayuda de auto regulación del analista deben operar en un marco simbólico; el analista siempre es un instrumento que canaliza la posible conexión del paciente consigo mismo. Cuando esta relación no puede establecerse simbólicamente porque hay, por ejemplo, un daño en los primeros dos componentes el autor ha actuado literalmente el símbolo (Jacoby, 1999, 6). Winnicott define al sí mismo regulador como “encuadre analítico”, metodología que utiliza también cuando el sí mismo del paciente se encuentra tempranamente herido. (Jacoby, 1999, 7) El surgimiento del sentido -del “hacer”- está dado desde el “ser” y sólo entonces hablamos de Self verdadero. Por esto también es muy importante que el analista esté abierto a representar los papeles que la necesidad y el inconsciente del paciente le está demandando. Lichtenberg llama a esta función instrumental del analista como “vestirse” de la necesidad del paciente.
Schiller, en su ideal educativo, detectó la importancia que reviste el desarrollo de una personalidad completa, ya que es en la infancia cuando están todas las potencialidades individuales que podrán ser activadas. Educar es desarrollar la personalidad; sin embargo, no es posible que la actividad esté en manos de quien no tiene su personalidad desarrollada, ya que, al igual que sucede en la terapia, no podrá llevarse a otro a donde uno aún no ha llegado. Jung entiende por personalidad “un conjunto espiritual determinado, coherente y dotado de fuerzas”; el ideal a ser totalizado por cualquier adulto. (Jung, 1940, 150)
Ese ideal -meta del proceso de individuación- es inconmensurable y se va realizando /haciendo en la medida en que uno va “siendo”, siempre y cuando el “hacer” esté dirigido por el “ser”, lo que es inusual. “Ser lo que se es”-o realizar la personalidad- significa diferenciarse del colectivo, separarse del grupo para seguir conciente y libremente un camino de soledad: la fidelidad confiada, leal y constante a la propia ley, al sí mismo, a Dios. Que alguien pueda realizarse con independencia de la humanidad sólo puede esperarse de un espíritu divino; la personalidad que sobresale es también sobrenatural. (Jung, 1940, 156)
La capacidad para optar por el camino eremita es también un destino que impele a ese hombre a salirse del grupo; un destino que obra en él como un daimon, que no puede sino cumplir; una voz que no puede sino escuchar y de la que no puede ser desviado, aún a costa de su propia conveniencia. Será el portador del fuego que pueda encender otras almas del colectivo. Esa personalidad es la que está a la altura de las modificaciones del tiempo y es, sin saberlo ni quererlo, su dirigente. (Jung, 1940, 161) La vida de Cristo es un ejemplo de lo que se dice y representa el prototipo psicológico de la única vida sensata.

Conclusiones
La neurosis constituye una protección contra la actividad objetiva interior del alma; o la tentativa –pagada a alto precio- de sustraerse de la voz interior y, por tanto, a la vocación, al destino. (Jung, 1940, 166) El sentido de la vida se ha perdido cuando no se convierte uno en su propia personalidad; pero como esa pregunta no es común, el sentido de la vida personal queda sin ser respondido, facilitando al hombre caminar por el sendero indiferenciado de la humanidad. El verdadero origen de todo sufrimiento está en no ser quien se es; pero ser quien se es, conlleva caminar por un sendero doloroso y solitario. Hegel dice que “el camino no es el objetivo, pero sin recorrerlo no se llega a su destino”; ésa es la contradicción que hace al hombre evadirse de su ley interna; ése es el carácter luciférico de esa voz interior. (Jung, 1940, 169) Quien no se arriesga a perder su propia vida, tampoco podrá ganarla. La personalidad es Tao, un camino no descubierto y vital: la perfección, integridad y el destino cumplido.

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Referencias Bibliográficas

1. JACOBY, M. (1999). Cap.I. “The Child in The Imagination of The Adult. En Jacoby, M. (PP. 3-12) Junguian Psychoterapy and Contemporary Infant Research. Routledge. London and New York. Traducción pp 1-7
2. JUNG, G.C. (1940/2002). Acerca de la Psicología del Arquetipo del Niño. En Jung CG. Los Arquetipos e inconsciente colectivo (pp. 139-168). Obra copleta. Volumen 9/1. Editorial Trotta SA Madrid.
3. JACOBY, M. (1999). “The Self and the Organizational forms of the sense of Self” En Jacoby, M. (Cap 8, pp 38-42) Junguian Psychoterapy and contemporary infant. Research. Routledge. London and New York. Traducción pp 1-10
4. JACOBY, M. (1999). “The Core Self in the Psychoterapy field.” En Jacoby, M. (Cap 19, pp 139-148) Junguian Psychoterapy and contemporay Infant. Research. Routledge. London and New York. Traducción pp 1-8
5. JUNG, G.C. (1940). Sobre la Formación de la Personalidad. En Jung CG. (pp. 147-170). Realidad del Alma. Editorial Losada. Argentina.
Tema: Psicoterapia de la Infancia y Adolescencia:
Una Aproximación al Ser, Actuar y re-mediar desde la perspectiva de la Psicología Analítica