sábado, 21 de abril de 2012

Aurora consurgens III


ML von Franz
AURORA CONSURGENS

Como ustedes recordarán, estábamos en medio del proceso circular en donde cada capítulo parece comenzar con una situación similar —con una nigredo, para usar una expresión alquímica— seguida de una descripción de cierto tratamiento de la materia, y al final de cada capítulo hay un aspecto de la albedo.
Esto se muestra primero en la forma de la nube negra que cubre la tierra y el alma o la mujer a quien se redime de ella, y después aparece en la forma de una inundación que cubre la materia y de una mujer que acarrea la muerte y después vuelve a ahuyentarla, tras lo cual aparecen las perlas blancas. En el último capítulo que comentamos, la nigredo tomó la forma del cautiverio babilónico, que duró setenta años y del cual después son redimidas las hijas de Jerusalén y de Sión. El proceso se ha descrito ya sea como un lavado, en que se lava repetidas veces la materia, o en la forma de una unción con el agua de la Iglesia, el crisma, de modo que el poder de penetración entra en el objeto tratado. El gran problema es, precisamente, cuál es el objeto tratado; a veces se dice que la prima materia es la materia tratada en el proceso alquímico, pero después queda claro que es la Sabiduría de Dios lo que, por decirlo así, ha caído en la materia y se ha vuelto idéntico a ella, y, además, a veces es el propio autor, ya que habla en primera persona: «Llorando estoy en la noche…». A partir de ello tenemos que concluir que tanto el espíritu en la materia como el autor están a veces contaminados; la diferencia entre ambos es incierta, y el alquimista se ha vuelto literalmente idéntico al objeto místico que está cocinando en su vasija. La situación bordea un estado psicótico —o se aproxima mucho a él—, en el que es típico que la conciencia del yo sea devorada al haberse identificado conciertos complejos del inconsciente, generalmente de naturaleza arquetípica. Sucede también en lo que Jung llama una psicosis voluntaria, es decir en la imaginación activa. Por consiguiente no sabemos, ni podemos juzgarlo del todo por el propio escrito, si nos encontramos frente a una psicosis involuntaria o con una que podríamos llamar voluntaria, es decir con el producto de una forma de meditación como ésta.
Si mi hipótesis es correcta y este documento fue escrito por santo Tomás de Aquino en su pugna con la muerte, ninguna de estas dos cosas es totalmente verdad. Pero hay una tercera posibilidad, esto es, que en este caso haya una irrupción de un contenido arquetípico del inconsciente a la que no se pueda calificar de episodio psicótico, sino más bien de una invasión premortal del inconsciente, por así decirlo, que también puede asumir formas similares, a las que se llega no por la meditación sino por una intrusión súbita del inconsciente colectivo en el racionalísimo sistema mental de una personalidad excepcional. Entonces, estos capítulos nos mostrarían cómo en su lucha con la muerte la personalidad aún sigue tratando de asimilar este impacto, de digerirlo y de encontrar una actitud correcta ante él, de integrar el contenido que lo ha invadido. Ésa es mi hipótesis del texto. No es más que una hipótesis; sólo puedo decir que es probable, pero no afirmarla como una certidumbre.
He aquí el capítulo siguiente: Aquel que hace la voluntad de mi Padre y arroja este mundo en el mundo, se sentará conmigo en el trono de mi reino sobre la silla de David y los tronos del pueblo de Israel. Ésa es la voluntad de mi Padre, [para] que uno pueda ver que Él es veraz y que no hay ningún otro que dé abundantemente, sin cicatería ni vacilación, verdaderamente a todas las naciones, y Su único hijo engendrado, Dios de Dioses, Luz de Luces, y del Espíritu Santo, que proviene de ambos y es co-igual con el Padre y el Hijo. Porque en el Padre está la eternidad y en el Hijo la igualdad, y en el Espíritu Santo la unión de eternidad e igualdad. Puesto que se dice que tanto el Padre como el Hijo y el Espíritu Santo, estos tres son uno, es decir cuerpo, espíritu y alma, porque toda perfección está fundada sobre el número tres, esto es, medida, número y peso, porque el Padre es hecho de nadie, el Hijo es del Padre y el Espíritu Santo procede de ambos. Al Padre se le atribuye sabiduría por la cual Él rige y ordena todas las cosas en moderación, cuyos caminos son incomprensibles y cuyo juicio está más allá del entendimiento. Al Hijo se le atribuye la verdad [pero con el matiz de la verdad realizada] puesto que cuando Él moró entre nosotros aceptó algo que Él no era, Dios perfecto y al mismo tiempo hombre generado de semilla humana y alma racional; obedeciendo la orden de Su Padre y apoyado por el Espíritu Santo, Él ha redimido al mundo perdido por obra del pecado de los padres. Al Espíritu Santo se le atribuye el amor que transforma toda cosa terrestre en una celestial, y esto en tres aspectos: bautizándola en la corriente, con sangre y en ardientes llamas. En la corriente él anima y purifica, lavando de toda suciedad y sacando del alma todo lo que sea «humoso». Tal como está dicho: Tú haces fructificar las aguas para la vivificación de las almas. Porque el agua nutre a todos los seres vivientes, por tanto el agua que desciende del Cielo embriaga a la tierra que recibe el poder por el cual pueden ser disueltos todos los metales. De modo que la tierra desea agua, diciendo: Envía tu pneuma espiritual, esto es, el agua, y será renovado y tú creas de nuevo la faz de la tierra, porque él insufla su aliento a la tierra y la hace temblar y cuando él toca las montañas ellas humean, pero cuando él bautiza en sangre nutre y alimenta. Tal como está dicho: El agua de bienaventurada sabiduría me ha nutrido y su sangre es la verdadera poción, porque el alma está situada en la sangre. Como dice Sénior: El alma permanece inmersa en agua que es similar a ella en tibieza y humedad y en la cual consiste toda vida. Pero cuando él bautiza con fuego ardiente, entonces vierte en el alma y la dota con la perfección de la vida. Porque el fuego da forma y perfección al todo. Tal como está escrito: Él le instila en las nances su aliento viviente y el hombre que antes estaba muerto se convierte en alma viviente. Del primero, segundo y tercer efectos dan testimonio los filósofos que dicen: El agua conserva el embrión durante tres meses dentro del útero, el aire lo nutre y lo sostiene durante tres meses, y durante los tres últimos lo preserva el fuego. Y el niño no saldrá a la luz antes de que se hayan cumplido todos estos meses, pero entonces nacerá y recibirá la vida del sol, que es el resucitador de todas las cosas muertas. Por lo tanto se le atribuye a este espíritu debido a su perfección y al séptuple don de que él tiene siete poderes en su efecto sobre la tierra.
Como este capítulo es muy largo me saltaré una parte. Primero él calienta la tierra. Tal como está dicho: El fuego penetra y refina mediante su calor, y Caled Menor dice: Calentad la frialdad del uno con la calidez del otro. Como dice Sénior: Poned al macho sobre la hembra, esto es, el calor sobre la frialdad. En segundo lugar, el espíritu extingue el fuego interior, del cual el profeta dice: Y el fuego fue atizado en su reunión y la llama consumió a los impíos sobre la tierra, y Caled Menor extinguió el fuego del uno con la frialdad de la otra. Hay algunas otras citas que significan lo mismo, es decir que hay que extinguir el fuego con fuego. En tercer lugar, el espíritu ablanda y licúa la dureza de la tierra. En el proceso emitirá su palabra y los licuará, su pneuma soplará y el agua fluirá. Y en alguna otra parte se dice: La mujer disuelve al hombre, como el hombre congela a la mujer, esto es, el espíritu disuelve al cuerpo y lo ablanda, y el cuerpo permite que el espíritu se solidifique. En cuarto lugar, el espíritu ilumina, porque borra toda oscuridad del cuerpo, tal como se expresa en el himno: Purifica las horribles oscuridades de nuestra mente, permite que los sentidos se iluminen. Y el profeta dice: El los conduce toda la noche en la luz del fuego y la noche será tan brillante como el día. Como también observó Sénior, él vuelve blancas todas las cosas negras y rojas todas las blancas, porque el agua blanquea y el fuego da luz. Y en el Libro de la Quintaesencia está escrito: Tú contemplas una luz maravillosa en la oscuridad. En quinto lugar, el espíritu segrega lo puro de lo impuro, porque separa del alma todas las cosas accidentales, los vapores y malos olores, y tal como está dicho: El fuego separa lo que es diferente y agrega lo que es similar. Por lo tanto el profeta dice: Tú me has puesto a prueba en el fuego y ningún mal fue hallado en mí. Y Hermes dice: Tú separarás lo denso de lo sutil y la tierra del fuego. Y Alphidius dice: La tierra se vuelve líquida y se transforma en agua, el agua se vuelve líquida y se transforma en aire, el aire se vuelve líquido y se transforma en fuego, el fuego se vuelve líquido y se transforma en tierra glorificada. Y a este efecto es a lo que apunta Hermes cuando dice en su secreto: Tú separarás la tierra del fuego, y lo sutil de lo denso, y esto se ha de hacer sin tropiezos. En sexto lugar, el espíritu eleva lo que es bajo, porque lleva a la superficie el alma que está profundamente oculta en la tierra, de la cual el profeta dice: Él libera a los prisioneros en su poder; y también: Tú has liberado mi alma del Infierno más profundo. Isaías también afirma: El pneuma del Señor me elevó. Y los filósofos dicen: Quien quiera que pueda hacer visible lo oculto entiende toda la obra, y quienquiera que conozca nuestro Cambar [es decir, fuego] es un verdadero filósofo. En séptimo y último lugar, él confiere el espíritu viviente, espiritualizando con su aliento el cuerpo terrenal, del cual se dice: Tú espiritualizas al hombre mediante tu aliento. Y Salomón dice: El espíritu de Dios llena la tierra. El profeta también dice: Y por el pneuma de su boca toda la tierra existe. Y Rasis dice en La Luz de las Luces [un texto árabe]: Lo pesado sólo puede ser elevado por lo ligero y lo ligero sólo lo pesado puede hacerlo descender. Y en La Turba [otro texto] se dice: Haz el cuerpo incorpóreo y lo sólido volátil. Todo esto se hace con nuestro espíritu porque sólo él puede purificar aquello que fue concebido de simiente impura. ¿Acaso no dicen las escrituras: Lavaos y seréis puros? Ya Naaman se le dijo que se sumergiera siete veces en el Jordán y que quedaría limpio. Porque hay sólo un bautismo para la ablución de los pecados, como lo testifican el Credo y los profetas. A quien tenga oídos para oír, dejadle oír lo que el espíritu de la doctrina dice a los hijos de la ciencia sobre el efecto del séptuple espíritu, del cual todas las Escrituras están llenas y al que los filósofos aluden con estas palabras: Destílalo siete veces, y entonces habrás logrado la separación de toda la humedad destructiva. Quizás hayan advertido ustedes que el tono del texto ya no es extático. De cuando en cuando hay hermosas citas poéticas, pero en este capítulo hay en general un tono bastante monótono, y al comienzo, como seguramente habrán notado, hay una repetición casi literal del credo del symbolum:
Padre del Hijo, Luz de Luces, Dios y Hombre, y así siguiendo; las ex presiones pueden variar en los diversos credos, pero no hay gran diferencia. Aquí, naturalmente, tenemos la versión católica. Como recordarán, al comienzo del proceso había una abrumadora invasión positiva de la Sabiduría de Dios, a quien el autor ensalzaba en su júbilo; después parecía haber caído en una inflación en la que desdeñaba a aquellos que no saben nada de una experiencia tal y se ponía agresivo contra la gente ignorante, y luego descendía a algo bastante aburrido y hacía un juego de palabras con aurora, aurea hora.
Después de esa primera fase comienza lo que yo llamaría la circulación de una espiral: siempre comienza con un proceso oscuro y describe lo que se ha hecho, y después termina con un resultado positivo, y esto se repite. Aquí estamos en mitad de la espiral, pero ¿qué dirían ustedes que fue lo típico de este capítulo, comparado con los anteriores? ¡Hay un retorno sorprendente a la actitud oficial cristiana! Al comienzo el autor repite incluso, literalmente, el symbolum del Credo, la Confesión de Fe, la versión oficial de todo ello: Creo en Dios Padre, y todo eso. ¿Por qué lo hace?¿Qué demuestra así?
Respuesta: Que está más o menos de vuelta en sí mismo.
M. L. von Franz: Sí, está volviendo a ser consciente; está tratando de retornar a su anterior actitud consciente o, se podría decir, de apartarse de la inundación que lo anegó, y ahí ven ustedes para qué sirve un credo o una actitud religiosa oficial: es un bote donde uno puede refugiarse del ataque de los tiburones. Uno puede salir a bañarse en el inconsciente, pero si aparecen los tiburones está el bote para volver a él, y ésa es la razón de que a la Iglesia se la haya comparado con un bote o una isla donde uno se puede refugiar cuando la influencia del inconsciente se hace demasiado fuerte. Si no cuento más que con mi razón humana y me digo que tengo que ser razonable, con eso no me basta para mantener a raya el influjo del inconsciente, pero tener una creencia que sigue existiendo en la conciencia es como un bote, es un lugar donde uno puede refugiarse. Por ende, debemos llegar a la conclusión de que nuestro autor no era un hereje y no dudaba de su Credo, sino que creía en él, como cabía esperar de un clérigo del siglo XIII. Era realmente un católico creyente, un cristiano medieval, y por consiguiente ahora intenta refugiarse en su creencia, ¡pero hay un cambio! Si ustedes se fijan, primero confiesa que cree en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y eso se mantiene más o menos durante las diez primeras líneas de la primera página, pero el resto del capítulo, en su totalidad, está dedicado a los efectos del Espíritu Santo. Es sorprendente. El Espíritu Santo llena la totalidad de uno de los capítulos más largos de todo el libro; el autor sólo está interesado en sus diferentes efectos alquímicos. Así, el énfasis total de su Credo se desplaza súbitamente haciael Espíritu Santo. Aquí atrapamos in flagrante, por así decirlo, lo que sucedió hacia aquella época, es decir entre los siglos XII y XIII. Si conocemos la historia de la evolución espiritual del cristianismo, sabemos que por aquel entonceslas sectas del Espíritu Santo aparecieron por todas partes. Algunas eran heréticas, en tanto que otras intentaban mantenerse dentro de la Iglesia, pero de pronto el Espíritu Santo se convirtió en la ocupación y preocupación de la gente. Hubo muchas discusiones teológicas y muchos movimientos, como el de los Hermanos del Espíritu Santo «los Humillados», los Pobres de Lyon, el Corazón Leal, el Gran Corazón de los Terciarios y otros semejantes, y todos confesaban que estaban especialmente consagrados a la adoración y el seguimiento del Espíritu Santo. Ustedes recordarán que en la Biblia el propio Cristo predecía que después de Su muerte Dios enviaría un Consolador que consolaría a las gentes de Su partida de la tierra y de Su muerte, y que aquellos que recibieran al Espíritu Santo podrían hacer obras aún mayores que las de Él mismo. El Espíritu Santo ha sido pues, desde el comienzo mismo, un aspecto muy burdo de la imagen cristiana de Dios, porque de acuerdo con la Biblia, de él se dice que entra directamente en el individuo. Con Cristo uno ya no puede comunicarse directamente, porque después de Su resurrección regresó al Cielo. El propio Dios no ha bajado jamás a la tierra..., cosa que no es verdad exactamente, porque los tres son uno, pero ahora estoy hablando como si no lo fueran. Pero, de acuerdo con la Biblia, se supone que el Espíritu Santo desciende una y otra vez sobre los individuos, y que eso no está restringido por el tiempo. Oímos hablar de contemporáneos que se encuentran una y otra vez con Cristo, pero no podemos comunicarnos con El ahora, a no ser mediante visiones o por la oración. Por otra parte, a lo largo de la historia se ha supuesto que el Espíritu Santo es capaz de descender sobre las personas; eso transmite la idea de un individuo que se llena directamente con el espíritu de Dios o, como lo han visto con claridad ciertos teólogos, que incluso continúa la encarnación de Dios. Dios sólo se encarnó «oficialmente» una vez, en la persona de Jesucristo, pero por mediación de las obras del Espíritu Santo cualquier individuo de la comunidad cristiana puede volver a convertirse en receptáculo del espíritu divino, lo que sería una encarnación de una partícula de la Divinidad. Las conclusiones de ciertas sectas medievales, cuando estas ideas cobraron de improviso tanta importancia emocional, eran muy sorprendentes. Por ejemplo, hay un dicho de san Pablo: ubi spiritus, ibi libertas, es decir, donde opera el espíritu —se entiende el Espíritu Santo— hay libertad, y por lo tanto ellos pensaban que si estaban plenos del Espíritu Santo ya no necesitaban obedecer a la Iglesia ni ir a confesarse, porque mediante el Espíritu Santo tenían su propia conexión directa con la Divinidad. Esta interpretación, como es natural, se convirtió en un peligro para la organización de la Iglesia. Además algunos sectarios dijeron que si uno estaba pleno del Espíritu Santo podía leer por su cuenta las Sagradas Escrituras y entenderlas directamente, y que entonces la interpretación de la Iglesia ya no era necesaria. La Biblia podía ser entendida simbólicamente y tomada espiritualmente, esto es, simbólicamente. Por eso estas personas empezaron a leer la Biblia y a interpretarla por sí mismas. Otras sectas llegaron al punto de decir que si uno estaba lleno del Espíritu Santo podía cometer cualquier pecado sin que estuviera mal —el adulterio, por ejemplo— porque «donde está el espíritu, hay libertad». Pueden ustedes imaginarse que la Iglesia no aprobó semejantes interpretaciones y por lo tanto algunas sectas del Espíritu Santo fueron parcialmente condenadas e incluso muy perseguidas, y en su mayoría tuvieron que cerrarse. Se anticipaban, como ya se vio hace tiempo, a la evolución de la Reforma, en cuyos comienzos hubo también un intento de afirmar que cada individuo tenía el derecho de comunicarse directamente con la Divinidad, sin tener como intermediario a ninguna organización humana. A estos movimientos selos denomina en general prerreformistas, porque comparten la idea de una comunicación individual y directa con Dios, aunque en otros sentidos eran, naturalmente, diferentes. Por lo tanto, si nuestro autor, que ha pasado por una experiencia religiosa, quiere mantener su actitud cristiana, se ha de referir al Espíritu Santo, como si la situación hubiera quedado salvada si él podía entender que su experiencia le había sido transmitida por el Espíritu Santo; desde este ángulo, todavía podía integrar su experiencia con su punto de vista consciente. Por eso se aferra emocionalmente a esta idea como factor de salvación. Describe al Espíritu Santo primero en tres formas de bautismo: por el agua, por la sangre y por el fuego, y luego describe los siete procesos en los cuales el Espíritu Santo afecta a la materia. Después el texto cambia en forma pasmosa, porque de pronto el Espíritu Santo se convierte en una especie de agente químico que cocina, limpia, purifica y sutiliza la materia alquímica. Aquí se lo concibe como una especie de energía, algo como el fuego o la electricidad, que tiene un efecto sobre la materia. Aquí la idea del espíritu retorna a su forma original y arquetípica, es decir, el mana.
Por la historia comparada de las religiones sabemos que uno de los conceptos más antiguos de lo Divino en muchas religiones primitivas es el concepto de mana, mulungu y otros semejantes, la idea de un poder divino, que muchos etnólogos han equiparado con algo así como una electricidad mística. Es como una energía divina, que penetra ciertos objetos y hiere a determinadas personas. Un rey tiene mana, un jefe también lo tiene, lo mismo que las mujeres cuando menstrúan y cuando acaban de dar a luz, y también un árbol herido por el rayo. Al mana se lo debe tratar siempre con respeto, ya sea manteniéndose alejado de él mediante tabúes, o aproximándose a él de acuerdo con ciertas reglas. Puede ser destructivo o positivo. Una mujer menstruante, por ejemplo, tiene mana negativo y hay que mantenerla alejada de la tribu y de los rituales tribales durante el período, porque está, por así decirlo, cargada de electricidad destructiva. El mana también puede ser neutral, porque si el jefe de una tribu tiene mana puede otorgar fertilidad a la tribu, al ganado y al suelo de sus dominios; o, si lo abordan con irreverencia, puede embrujar a la gente y hacer que enferme, por ejemplo. Ésta es una idea arquetípica. Psicológicamente, se podría decir que era una representación de los efectos del Sí mismo, o de la energía psíquica que en este nivel no se vivencia como una imagen personificada de Dios, sino más bien como un aspecto impersonal del poder divino. En variantes religiones posteriores, y a veces geográficamente diferentes, hay otros aspectos de lo Divino, ya sean dioses, demonios, espíritus ancestrales o lo que sea, que están todos más o menos personificados; son figuras más o menos antropomórficas que también representan el poder del inconsciente, pero que tienen una forma, y de las que se habla como si fueran, en parte, personalidades. La culminación de esto se encuentra en la religión griega, donde los dioses tienen forma humana y son representaciones de los arquetipos, y en la judeocristiana, donde a Dios se lo concibe también como un ser de forma humana y con reacciones semihumanas. En el arte cristiano, por ejemplo, a Dios se lo suele representar como un anciano de barba blanca; ésa es la forma clásica. El aspecto de mana, el aspecto de la Divinidad como una especie de poder no personificado, reaparece súbitamente en el cristianismo en la forma del Espíritu Santo, que es agua, viento y fuego: un viento llenó la casa, sobre las cabezas de los apóstoles en Pentecostés aparecen llamas, y en el bautismo aparece también como agua. Por consiguiente, aquí la idea arquetípica reaparece en la interpretación del Espíritu Santo como un poder impersonal con un aspecto semi material. A esta idea se adhiere nuestro autor cuando muy ingenuamente describe al Espíritu Santo como una especie de agente físico semi material que actúa sobre la prima materia: primero lavándola y después llenándola de sangre —es decir, vivificándola— y por fin calentándola con fuego, lo que sería darle vida y resurrección. Esto lo amplifica incluso comparándolo con el nacimiento de un niño, que durante tres meses está preservado en agua, nutrido por el aire durante otros tres y luego tres meses más por el fuego, hasta que nace. De manera que la actividad del Espíritu Santo, el impacto que éste tiene sobre la materia, pone en juego al mismo tiempo la generación y el parto, la nutrición del niño divino y el ayudarlo a nacer. Aquí ven ustedes que nuestro texto es una descripción típica de la forma en que se produce la piedra filosofal, porque con frecuencia se la compara con el proceso del nacimiento; es el Sí mismo que nace dentro de la psique como un niño divino. También hemos visto ya alusiones al motivo de la coniunctio.
Ahora se dice: cubrir la frialdad de la una con el calor del otro; poned al macho sobre la hembra, lo caliente sobre lo frío. Aquí está la idea de la coniunctio oppositorum, el acoplamiento del varón y de la mujer, y hay también una despersonalización mediada por la atribución de cualidades, de manera que lo cálido y lo frío se reúnen, lo que sería un acoplamiento de potencias opuestas. En el medievo era una idea generalizada la de que, fisiológicamente, los hombres eran calientes y las mujeres frías. Después viene una idea más sutil, la de que esta reunión de los opuestos significa que secretamente son uno, porque el fuego tiene que ser extinguido por el fuego, o tiene que ser refrescado, refrigerado, por su fuego interior. Psicológicamente, ¿cómo interpretarían esto?
Respuesta: Suena algo así como el Ouroboros.
M. L. von Franz: En cierto modo lo es, pero en un nivel más primitivo porque el Ouroboros es el proceso natural de aquello, mientras que aquí está en el recipiente tal como ha salido. Sí, en cierta medida, pero psicológicamente, ¿qué diría usted que es? ¿Qué es el fuego ?
Respuesta: La emoción.
M. L. von Franz: Sí, pero ¿qué es lo positivo en la emoción? Transforma, cocina e ilumina; ésa es la forma en que el fuego aporta luz. Si estoy emocionalmente atrapada por algo puedo entenderlo; si no me estoy debatiendo emocionalmente con mis problemas, o con lo que sea, de la lucha no resulta nada. Donde no hay emoción no hay vida.
Si tienen que aprender algo de memoria, y ese algo no les interesa, no hay fuego; no se les grabará aunque lo lean cincuenta veces. Pero tan pronto como hay un interés emocional, con una vez que lo lean ya lo saben. Por consiguiente, la emoción es el portador de la conciencia; sin emoción no hay progreso en la conciencia. El aspecto destructivo aparece en las peleas y conflictos; allí nos devora. La otra persona dice que es terrible cuando uno deja salir su propia emoción destructiva, pero es que si no la dejamos salir la emoción nos devora. Ustedes saben lo placentero que es guardarse para uno un afecto; pero si lo que no dejamos salir es una emoción negativa, nos carcome desde adentro. Es como tener dentro, durante horas, un perro que gruñe. He aquí una alusión a la emoción perversa: «El fuego fue reavivado en la reunión y la llama consumió a los impíos de la tierra». Es la quema de los impíos, de los pecadores. Y después se dice: «Él extingue el fuego en su propia medida interior». Psicológicamente esto es muy revelador. En análisis, los pacientes repiten una y otra vez al analista que están enamorados de alguien o que lo odian, aunque declaran saber que aquello es del todo irrazonable. «No estoy loco —dicen—; puedo comportarme y ser razonable, pero esto no se me pasa, ¿qué puedo hacer? ¡Por favor, ayúdeme! No me basta con saber que todo es una tontería. »La respuesta a esto es difícil de aceptar: el fuego tiene que quemar el fuego, uno tiene que quemarse en la emoción hasta que el fuego se extinga y se equilibre. Es algo que lamentablemente no se puede eludir. Uno no puede sacarse de encima el ardor del fuego, de la emoción; no hay receta para liberarse de ella: hay que soportarla. El fuego tiene que arder hasta que se haya consumido la última impureza, que es lo que todos los textos alquímicos dicen en diferentes variaciones, y tampoco hemos encontrado ninguna otra manera. No se lo puede impedir, sino sólo sufrirlo hasta que lo que es mortal o corruptible o, como dice tan bellamente nuestro texto, hasta que la humedad corruptible, la inconsciencia, se haya consumido. Ése es el significado: es la aceptación del sufrimiento

Si uno está lleno de diez mil demonios no puede hacer más que quemarse en ellos hasta que se aquieten y se calmen, y plantear al analista, o a quien sea, la exigencia infantil de que nos ayude con alguna especie de treta consoladora no sirve para nada. Si un analista finge que puede hacerlo, no es más que un charlatán, porque tal cosa no existe, y de todas maneras no tendría sentido. Si intenta sacar a los analizandos del sufrimiento eso significa que los priva de lo que es más valioso; los consuelos baratos son un error, porque así uno aparta a la gente del calor, del lugar donde se efectúa el proceso de individuación. Quedarse asándose en el Infierno es lo que produce la piedra filosofal; como se dice aquí, el fuego se extingue con su propia medida interior. La pasión tiene su propia medida interior; no existe una libido caótica, porque sabemos que el inconsciente mismo, como naturaleza pura, tiene un equilibrio interno. La falta de equilibrio proviene del infantilismo de la actitud consciente. Si uno se limita a seguir su propia pasión de acuerdo con sus propias indicaciones, jamás llegará demasiado lejos, siempre lo conducirá a su propia derrota. La pasión desordenada busca la derrota. Las gentes que tienen una naturaleza desordenadamente apasionada, una especie de naturaleza diabólica, buscan amorosamente una persona o una situación contra la cual puedan darse de cabeza, y desprecian a cualquier  pareja o situación en la que su propia pasión gane. Instintivamente buscan la derrota. Es como si algo dentro de ellos supiera que a ese demonio hay que golpearlo en la cabeza, y ésa es la razón de que, si uno se muestra amistoso o débil o comprensivo con un fuego semejante, no ayuda a la persona; por lo general, entonces esa gente se va y lo abandona a uno, porque no es eso lo que quieren. El fuego de la pasión busca aquello que la extinga, y por eso la necesidad de individuación, en tanto que es una urgencia natural desordenada, busca situaciones imposibles; busca el conflicto y la derrota y el sufrimiento porque busca intensamente su propia transformación. Digamos que alguien está poseído por un poder demoníaco. Si puede dominar a las personas que lo rodean no es feliz, sino que sigue estando inquieto; domina a toda la familia y sigue dominando afuera, y en su vida profesional, pero todavía está inquieto. En realidad está en busca de alguien que pueda vencerlo; eso es lo que anhela, aunque naturalmente no le gusta. Es una actitud ambigua, porque la odia y al mismo tiempo ansia que alguien o algo lo venza y ponga término a su poder. Es muy importante saber esto en el tratamiento de los casos fronterizos, porque estos pacientes suelen sufrir emociones tremendas y siempre intentan hacer que todo el impacto se descargue sobre el analista, esperando y temiendo que él les devuelva el golpe; eso es porque el fuego conoce su propia medida interior. 

Después nuestro texto dice que el espíritu rompe o modifica lo que es duro y endurece lo que es débil. Eso parece comprensible, pero ¿cómo lo interpretarían?
Respuesta: Es la coniunctio entre macho y la hembra.
M. L. von Franz: Sí, la dureza sería lo masculino, es una conjunción de opuestos, pero ¿cómo se aparecería eso en la vida, ablandar lo que es duro y endurecer lo que es débil?
Pregunta: ¿Tiene que ver con las cuatro funciones? La función principal es lo que es fuerte, y la cuarta función es débil.
M. L. von Franz: Sí, pero la función principal no siempre es dura.
Pregunta: ¿Lo duro no podrían ser las resistencias?
M. L. von Franz: Sí, las resistencias o, por ejemplo, una actitud rígida en algún rincón donde uno literalmente se endurece, que es una reacción compleja típica. Cuando por ejemplo, un analizando se niega a hablar de algo, eso sería un endurecimiento y está encubriendo una debilidad; la obstinación y la rigidez son duras, y por lo general eso tiene que ver con experiencias infantiles destructivas y negativas. Por ejemplo, esas personas cancelan el amor o alguna otra cosa, y en el proceso llegan incluso a cancelarse a sí mismas. Ponen su empeño en el éxito o en el dinero o en algo de esa clase, e interiormente están como congeladas. Es muy frecuente que el proceso analítico consista en suavizar los ángulos duros de la personalidad, que suele sufrir un doloroso calambre. Endurecerse es un síntoma de debilidad, por lo tanto solidificar lo que es débil sería parte del mismo proceso, porque es donde uno se siente débil donde se pone rígido, en tanto que donde es fuerte se mantiene flexible

La rigidez de la gente se genera en las debilidades y el miedo; el miedo los pone rígidos y los hace cerrarse, por eso al mismo tiempo la debilidad debe ser fortalecida, sea la debilidad del yo o un sentimiento de debilidad o lo que fuere, pues hay muchas debilidades. Entonces el proceso psicológico suele consistir en aflojar partes de la personalidad que se han puesto rígidas y solidificar el núcleo de la personalidad, el Sí mismo, y eso sería reunir los opuestos del macho y de la hembra. Entonces llega el cuarto efecto, la iluminación. Es cuando uno experimenta la sensación de comprender, cuando ciertos problemas se aclaran. Se lo llama también la coloración y el blanqueado, porque las cosas se aclaran y la vida empieza nuevamente a fluir. El espíritu segrega la forma pura de la impura, de modo que todas las cosas accidentales desaparecen: malos olores y cosas así. 

Para comentarlo alquímicamente: es muy frecuente que la piedra filosofal esté rodeada de material extraño que no le pertenece y que, por consiguiente, hay que lavar o quemar hasta que desaparezca. Es un hecho que en el proceso alquímico no todo tiene que ser integrado; hay algo a lo que se llama ya sea la tierra condenada, terra damnata, o bien res extraneae, cosas exteriores o externas, que hay que desechar en vez de integrarlas. Hay que tirarlas, sin más ni más. Con frecuencia la gente que ha leído un poco de psicología junguiana cree que todo lo que sucede, sea lo que fuere, pertenece al proceso y debe ser integrado, pero eso es verdad sólo cum grano salis; es un hecho que no todo pertenece. Como todas las verdades psicológicas, todo pertenece en un sentido, y para nada absolutamente en otro. ¿Qué son esas cosas externas que hay que tirar?
Respuesta: Las actitudes colectivas.
M. L. von Franz: Sí, las actitudes colectivas que estorban al desarrollo del individuo, o la identificación con otras personas. Mucha gente no llega a sí misma debido a su admiración por alguna otra persona, quizá del mismo sexo; siempre se refuerzan por ser como esa persona y por eso pierden la oportunidad de llegar a ser ellos mismos. Como una serpiente mira fija mente a un conejo, así miran ellos a otro, o a una idea colectiva; eso es algo externo, no es lo que ellos son, no les pertenece, y esas cosas no tienen que ser integradas.
Los sueños le dirán a uno que se aparte de eso, que lo deje, que no es suyo y no tiene por qué interesarle. Por lo tanto, la individuación significa también separación, diferenciación, el reconocimiento de lo que es nuestro y de lo que no lo es. Lo demás, hay que dejarlo en paz. La libido y la energía no se han de desperdiciar en cosas que no nos pertenecen. Por ende, se puede decir que hay tanto separación como integración, y eso sería regeneración a través del fuego hasta que, como dice el texto, uno alcance un estado de tranquilidad, porque cuando las gentes pueden renunciar a ideales o a actitudes colectivas que no le corresponden, de pronto se sienten en paz. De pronto se relajan y dicen:«Gracias a Dios, siempre creí que tenía que ser brillante y ahora me doy cuenta de que no tengo por qué». Sólo habían estado mirando fijamente a alguien que lo era. De esa manera se redime uno del esfuerzo constante por lograr algo que en realidad no le pertenece. 

Después se describe la totalidad del proceso como la tierra que se convierte en agua, el agua en aire, el aire en fuego y el fuego en tierra. Ahí tienen ustedes la idea clásica de la circulatio, de moverse a través de los cuatro elementos, de repetir nuevamente el proceso, pero siempre en otro nivel. Es la idea clásica de ir rodeando el Sí mismo a través de los diferentes elementos y de las diferentes formas; es, entre otras cosas, la circumambulatio, el proceso de individuación a través de las cuatro funciones y de diferentes fases de la vida. En el proceso de individuación es muy frecuente que emerjan una y otra vez los mismos problemas; parece que estuvieran resueltos, pero después de un tiempo reaparecen. Si lo vemos bajo una luz negativa, nos desalentamos y decimos: aquí está otra vez lo mismo, la misma antigualla; pero cuando se lo mira más de cerca uno suele ver la circulatio, porque la cosa simplemente ha reaparecido en otro nivel. Por ejemplo, ahora puede haberse convertido en un problema de sentimientos. Tomemos los tipos intelectuales e intuitivos que recorren muy rápidamente un proceso analítico y parece que entendieran mucho de psicología junguiana y de lo que les está pasando interiormente. Asimilan mucho, pero para ellos no se ha convertido en un problema ético; el sentimiento queda fuera, y con ello se omite el aspecto ético, lo que significa que en su comportamiento ético en el mundo mantienen el mismo viejo estilo, quizás acorde con la razón o con la influencia colectiva o con alguna otra cosa. Hablan del proceso de individuación como si hubieran llegado allí y lo conocieran muy bien, lo que en cierto sentido es verdad, porque lo han asimilado, digamos, en fuego, pero todavía no en tierra. De modo que el fuego tiene que cambiarse en agua y el agua en tierra, y después tienen que volver a vivir toda la cosa una vez más como problema ético.
A veces esas personas descubren de improviso que están de nuevo en el comienzo, que no han aprendido ni siquiera el abecé del problema de la sombra o de algo semejante, y dicen que ahora por fin entienden el problema, porque hasta entonces sólo lo habían entendido de un modo parcial. Esto sucede constantemente con la comprensión psicológica; hay muchas capas, y algo siempre se puede entender en un nivel nuevo y más profundo. Uno lo entiende con una parte de sí mismo y entonces la moneda sigue cayendo, digamos, y uno se da cuenta de la misma cosa, pero en un nivel mucho más vivo y más rico que antes, y eso puede continuar indefinidamente hasta volverse completamente real. Incluso si uno siente que se ha dado cuenta de algo, debería tener siempre la humildad de decir que así es como lo siente por el momento; unos años más tarde quizá diga que antes no lo sabía en absoluto, pero que ahora puede entender lo que aquello significaba. Eso es lo que me parece tan hermoso en este trabajo: que es una aventura que no termina nunca, porque cada vez que da uno la vuelta a una esquina se le abre una visión totalmente nueva de la vida; uno nunca sabe ni lo tiene completamente claro, ni siquiera en el caso de las cosas que por el momento siente que tiene bien ordenadas. 

La última sección se refiere al espíritu viviente y al a espiritualización del cuerpo, haciendo el cuerpo incorpóreo y el espíritu concreto. Es otro aspecto de una coniunctio, de una unión de los opuestos, pero de nuevo tiene un matiz diferente. ¿Cómo considerarían ustedes eso? El cuerpo, la cosa material, se espiritualiza, y el espíritu a su vez se vuelve concreto. ¿Qué significaría eso en la práctica?
Respuesta: El final de la escisión entre cuerpo y espíritu.
M. L. von Franz: Sí, pero ¿qué aspecto tiene eso?
Respuesta: Sería una actitud totalmente diferente hacia el cuerpo.
M. L. von Franz: ¿En qué sentido?
Respuesta: Sería introducir la experiencia analítica o espiritual en la vida real.
M. L. von Franz: Sí, eso sería solidificar el espíritu. Si uno pone en práctica lo entendido psicológicamente, está encarnando lo que era espiritual. Si reconoce que algo está bien y lo pone en acción, entonces se vuelve real. Ahora, la otra parte, ¿qué implicaría?
Respuesta: Una actitud de la conciencia que se retira en parte de la experiencia espontánea, al tiempo que la considera simbólicamente. . . Una especie de espiritualización de la experiencia.
M. L. von Franz: Sí, sería entender simbólicamente una situación concreta. Si puedo atenerme a lo que dice Goethe: «Alies Vergangliches ist nur ein Gleichnis» —Todo lo perecedero no es más que un símil—, si incluso en una situación material completamente concreta puedo ver su aspecto simbólico, tomando distancia ante ella, entonces la espiritualizo, se convierte en un símil de algo psicológico. Todos los acontecimientos externos en la vida no son más que símiles en cierto sentido; no son más que parábolas de un proceso interior, simbolizaciones sincrónicas. Hay que mirarlos desde ese ángulo para entenderlos e integrarlos, y eso sería espiritualizar lo físico.
Pregunta: ¿No existe el peligro de, por ejemplo, perderse el sabor de un buen roastbeef?
M. L. von Franz: Ciertamente, ¡y por eso hay que volver a solidificar el espíritu! Hay que hacer las dos cosas. Es lo que decía el maestro zen: «Al comienzo del proceso el agua es agua y las montañas son montañas y los ríos son ríos». Ese es el gusto de un buen bistec, pero para el yo, y eso no sirve. Hay que adentrarse en un estado en que las montañas ya no son montañas, los ríos no son ríos y el agua ya no es agua, lo que significa que uno los ve como símiles. Pero al final del proceso las montañas son otra vez montañas, y allí es donde juega la resolidificación del espíritu. Lo malo es quedarse atascado en el medio, de una manera o de otra. El proceso necesita ambos movimientos para no volverse destructivo, y eso está muy bellamente ejemplificado en la alquimia. El cuerpo tiene que ser espiritualizado y el espíritu tiene que encarnarse, deben suceder ambas cosas. Aquí, en este documento, pueden ver un ejemplo de lo que dice Jung: que la alquimia compensa la unilateralidad de la espiritualización cristiana. Es ese movimiento subyacente, que no es anticristiano, sino que completa al cristianismo aproximando más los opuestos, trayendo la vida física y lo relacionado con ella más dentro del campo de la observación y de la atención.
Comentario: He observado con frecuencia que en el análisis junguiano existe el riesgo de intelectualizar el espíritu.
M. L. von Franz: Sí, ¡y entonces se adelgaza espantosamente! El espíritu se convierte en conceptos intelectuales y pierde su cualidad originaria emocional y conmovedora, y entonces sucede exactamente lo que usted dice. Ese es el  gran peligro, porque entonces el espíritu se queda tenue y embotellado.
Pregunta: ¿No se podría decir que toda vez que hay una verdadera experiencia espiritual debería hacerse manifiesta?
M. L. von Franz: En estas cosas no hay «debería». Creo que una verdadera experiencia espiritual —aunque no sé exactamente lo que usted entiende al decir eso— se manifiesta.
Mythos significa comunicación. Si usted está anonadado por una experiencia espiritual, ella misma quiere que usted la comunique, es decir, que la manifieste; ése es el significado de la palabra mythos. No hay experiencia religiosa allí donde no hay la necesidad de hablar de ella; eso es natural, pero no es necesario añadir la palabra «debería». Si es verdadera, se volverá real, su fluir natural será hacia la realidad. Es algo que está muy bellamente ejemplificado en Black Elk Speaks.
A los nueve años, en una especie de coma, Black Elk [Alce Negro] tuvo una tremenda experiencia espiritual, de la que no habló con nadie hasta que le apareció una fobia a los truenos. Entonces fue a ver a un médico brujo que le dijo: «Esa experiencia no te ha sido dada sólo para ti; se la debes a tu tribu». Cuando habló de sus visiones con su tribu, la fobia desapareció.

Yo diría que una verdadera experiencia espiritual se vuelca naturalmente en la comunicación, pero no hay en ello un elemento de «debería». Si es real se manifestará involuntariamente; incluso si uno trata de guardársela se le escapará, y así se manifiesta en la realidad, porque es real.  Si uno tiene que decirle a la gente que un sueño significa algo, que se ha de actuar de acuerdo con él, ya eso es malo. Una de las experiencias más positivas en análisis es cuando un analizando trae un sueño cuyo significado uno le dice, pero sin comentárselo. Se limita a interpretar el sueño, y a la sesión siguiente el analizando le dice: «¿Sabe lo que sucedió? ¡Usted me dio la interpretación de aquel sueño, y como resultado yo hice tal y tal cosa!». No es necesario ponerse en el papel de la gobernanta y decir que uno debería hacer lo que dice el sueño; ésa no es la manera adecuada. Por lo general, si una persona es moralmente sana, ese resultado se dará de forma natural. Digamos, por ejemplo, que un hijo adulto sigue tratando de sacarle dinero a la madre, y que ella es muy blanda y no puede decirle que no; como piensa que tal vez esté pasando hambre, le envía sin tardanza el dinero. Supongamos que una madre así soñara que enviarle dinero a su hijo significaba que estaba envenenándolo. No es necesario decirle que no le envíe dinero, sino que con explicarle: «El sueño dice que si le envía dinero, usted está envenenando o castrando a su hijo», a la vez siguiente la mujer vendrá a contarles que por fin se decidió y ya no le enviará más dinero. Así suceden las cosas si la gente es moralmente sana, y entonces hay esperanza. A veces he tropezado con casos en los que pensé que prácticamente no había esperanza, casos horribles, pero si tenían esa cualidad yo estaba segura de que saldrían del paso, e incluso sin demora. Esa clase de integridad moral e ingenuidad que dice simplemente «Sí» lo acelera todo. En la Biblia se dice: «Que tu comunicación sea, Sí, sí; No, no». Esas personas son moralmente sanas. Lo opuesto serían aquellos que entienden, dicen que sí a todo con la cabeza, pero sabe el cielo cuántos electro shocks necesitan, desde adentro y desde afuera, antes de darse cuenta deque tienen que hacer algo al respecto. Las madres dicen que saben que no deben comerse a sus hijos, pero nunca se les ocurre cambiar de comportamiento. Ni siquiera se dan cuenta de lo que están haciendo. El otro día supe por una hija que su madre le había telefoneado tres veces el domingo diciéndole que debía ir de inmediato a casa. Esa misma madre me juró durante la hora analítica que ella jamás le planteaba exigencias a su hija, y que le permitía una libertad total. Me miró directamente a los ojos y me juró que no le reclamaba nada. Como lo que la hija me había dicho era confidencial, yo no podía usarlo como ejemplo. Estaba furiosa, pero no podía hacer nada.
«¿Está segura?», le pregunté, y me respondió: «Sí, absolutamente». Allí el espíritu jamás se materializa. Esas personas pueden analizarse durante años sin el más mínimo resultado. Pueden hablar de psicología junguiana como si la conocieran a fondo, pero no cambian. 

Saltaré a la parábola siguiente para ocuparme de la que se refiere al credo filosófico basado en el número tres, que continúa la tendencia que apareció en el último capítulo, es decir, una confesión de la imagen trinitaria de Dios. Están los tres efectos del Espíritu Santo, las tres etapas de la obra alquímica, y así siguiendo. Tres veces tres meses está el niño en el útero materno, y después viene el simbolismo de un séptuple proceso que en un sentido es muy similar al proceso anterior, con el nacimiento del niño, la circulación a través de los elementos, los efectos del Espíritu Santo, etcétera, como temas principales. El capítulo siguiente es la quinta parábola, «El tesoro que la sabiduría construye sobre la roca». Ustedes conocen en san Mateo el famoso símil de la casa construida sobre arena y la construida sobre roca, y saben también que en Proverbios 9, 15, está el símil de que la Sabiduría construyó su casa sobre siete pilares e invitó a los israelitas a comer en ella.
La Sabiduría construyó una casa y los que en ella entren serán benditos y encontrarán alimento, de acuerdo con el testimonio del profeta. Se embriagarán con lo que desborda de tu casa, porque en tus atrios un día vale mil (Salmo 84, 10). Benditos son los que moran en tu casa. Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, golpead y os abrirán. La Sabiduría clama a las puertas y dice: «Mirad que estoy en la puerta y golpeo; si cualquiera oye mi voz, y abre la puerta, entraré y cenaré con él, y él conmigo». Qué grande es la plenitud de la dulzura que tú reservas escondida para los que entran en esta casa, una dulzura que el ojo no ha visto ni el oído ha oído, ni ha entrado en el corazón del hombre. Aquellos que abren esta casa tendrán santidad y la plenitud de los días, porque está construida sobre una firma roca que sólo será abierta por la sangre del macho cabrío, o cuando la golpee tres veces la vara de Moisés, cuando el agua mana abundantemente y la congregación bebe y sus bestias también.
Aquí ven ustedes que esto es solidificar lo que es débil. La roca representa la firmeza de la personalidad, que viene de un largo proceso de asimilación del inconsciente. Si uno ha experimentado durante el tiempo suficiente los grandes altibajos que lleva consigo el encuentro con el inconsciente, entonces se forma lentamente un núcleo inconmovible. Creo que ni siquiera una curación o una evolución psicológica, que es la misma cosa, cambia el conflicto ni cura un problema; lo que en realidad cambia es la capacidad de soportarlo mejor, y ésa es la verdadera evolución. 

A veces la situación externa puede seguir tal cual, o ciertas dificultades de carácter, lo que se llama neurosis de carácter, se mantienen hasta cierto punto. Si, por ejemplo, alguien tiene un temperamento muy apasionado, o una tendencia a deprimirse, generalmente eso continúa durante largo tiempo. Se necesitarán por lo menos veinte años para erradicarlo; no se puede cambiar enseguida, porque está muy arraigado en la naturaleza de uno. Pero el primer paso es ser capaz de soportarlo mejor, sin dejarse disolver por aquello; desapegarse y tener un punto de vista, saber que ésa es la debilidad que uno tiene, a la cual no quiere ceder, y que finalmente pasará. El primer paso es que ya uno no es idéntico a sus propios puntos locos. Por ejemplo, si un paranoico dice: «Creo, pero claro, es probable que no sea así, que. . . », eso demuestra que ahora tiene algo firme, una roca, más allá de su sistema paranoide; aunque todavía no se ha liberado de su fantasía, por lo menos ya puede decir que quizá lo esté imaginando. Es el comienzo de la formación de tierra sólida; fuera del conflicto, algo se ha escapado del diablo. O si el animus o alguna emoción siempre le ha hecho perder a uno el equilibrio, y comienza a haber períodos en que se vuelve razonable, aunque después pueda volver a estar poseído por la pasión, esos momentos son el comienzo de la formación de la roca interior. El trocito de terreno sólido donde uno hace pie se va fortaleciendo y lentamente se convierte en algo sólido, de modo que uno tiene cada vez más la sensación de que probablemente nada de lo que pueda venir volverá a destruirlo. Se lo puede describir de manera más pesimista, pero sigue siendo la misma cosa positiva: uno ha sufrido tanto, o se ha precipitado tan profundamente en su propio infierno que, gracias a Dios, ya no puede caer más bajo, y eso da cierto sentimiento de seguridad. Si uno ha tocado el fondo del infierno ya no hay nada más abajo, y allí es donde comienza la roca sólida. O alguien puede venir diciendo que siempre ha tenido miedo de enloquecer, pero ahora que ha llegado a los cuarenta sin que le pasara, lo más probable es que ya no le pase nunca. Si le dicen eso, uno por lo general puede asentir sin mala conciencia. Si han llegado a ir tan lejos sin quebrarse, no es probable que se quiebren, porque algo se ha coagulado dentro, se ha vuelto sólido; y sobre esto, que es el objetivo de la obra, uno puede retirarse a la mansión interior de la sabiduría, que está construida sobre una roca y es inconmovible; el texto dice, incluso, en la eternidad. 

Ustedes pueden preguntar si eso no es endurecimiento; ¿no vuelve a ser la rigidez? Pero la respuesta es« no». De una roca así mana el agua de vida; es la roca de donde Moisés, por un milagro, obtuvo el agua de vida. Es una roca que es también un pozo, y por lo tanto es la cosa más líquida, el opuesto de la rigidez o el endurecimiento. Significa ser flexible pero inconmovible, y por eso el doctor Jung dice que el proceso de individuación, si se produce inconscientemente, hace que el individuo sea duro y cruel con sus semejantes, y que si es un proceso consciente, conduce a la piedra filosofal: no a un endurecimiento de la personalidad, sino a la firmeza en el sentido positivo de la palabra. Uno ya no se disocia fácilmente ni se deja llevar por la emoción, no pierde su punto de vista por obra de la presión colectiva ni nada de eso, pero esto no significa un endurecimiento que escape de toda influencia

Eso es probablemente lo que significa la alusión a la roca sobre la cual está edificada la casa de la Sabiduría. En ella tiene lugar, como dice el texto, la visión de la plenitud del sol y de la luna. Esto se refiere al motivo de que en esta casa tiene lugar la coniunctio; por lo tanto se hace referencia a ella como el recipiente alquímico, que es la casa en donde se unen el sol y la luna. 

En nuestro capítulo la casa está construida sobre catorce pilares. Los pilares representan las catorce cualidades que debe tener el alquimista. Las cualidades no son sólo éticas, sino que incluyen toda clase de suposiciones sobre lo que debe tener un ser humano: salud, humildad, santidad —por la descripción, eso parece querer decir «integridad» o pureza—, castidad, virtud —en el sentido de efectividad o eficiencia—, una fe que tenga la capacidad de confiar en las cualidades espirituales que no se pueden ver —o de entenderlas—, esperanza —una de las cosas peores en el trabajo interior es la desesperanza; es terrible cuando la gente abandona la partida declarando que no tiene remedio; ése es uno de los discos rayados del animus —, caridad, compasión, bondad —una especie de benevolencia—, paciencia —que es muy importante—, moderación —un equilibrio entre los opuestos—, disciplina o poder de penetración y obediencia. Respecto de esto dice que la decimocuarta piedra o pilar es temperatia, lo que significa un temperamento equilibrado, del cual se dice que nutre a la gente y la conserva en salud porque cuando los elementos se encuentran en un estado de desequilibrio el alma disfruta viviendo en el cuerpo, pero cuando están en pugna, no. Por lo tanto el equilibrio es la mezcla correcta de los elementos, del calor y el frío, de lo seco y lo húmedo, de modo que ninguno desequilibre al otro, que es la razón por la cual los filósofos recomendaban vigilar que el misterio no se evapore ni el ácido se convierta en vapor. «Prestad atención para no quemar al rey y a la reina con demasiado fuego.» El proceso interior puede sobre cocerse con demasiado fuego, como les sucede a los que se esfuerzan en el proceso de individuación. Dicen que no pueden ir a una fiesta, por ejemplo, porque «tengo que quedarme en casa haciendo mis mandalas». Es el deseo de forzar el proceso, pero a un proceso de crecimiento no se lo puede forzar. Es una tontería enfurecerse con un pequeño roble y decirle que crezca más rápidamente, porque eso es contra natura. Sería mejor regarlo y ponerle un poco de abono en la tierra. Hay cosas en el proceso interior que no es posible acelerar, y en las que no sirve de nada impacientarse. Es decir que la instrucción de no quemar al rey y ala reina alude a no tratar de forzar la coniunctio interior. En eso interviene siempre el yo; es una actitud voraz e inmadura que, naturalmente, conduce al error, y por eso los alquimistas hacen siempre la advertencia de no sobrecalentar el proceso. Algunos recomiendan incluso que nunca se ha de usar calor más alto que el del estiércol fresco de caballo, que sería aproximadamente la temperatura del cuerpo humano, la temperatura interior de una criatura de sangre caliente; debe ser algo adecuado al ser humano, y todo lo que sea extra modum, como dice el texto, está mal. Incluso lo bueno, si se pasa de la medida, es malo. Todo lo que contiene el impulso infantil de empujar es un error; se lo puede sentir, y uno sabe que no llevará a ninguna parte, aunque la intención sea buena. Esas son las piedras de la casa de la Sabiduría. 
La sexta parábola se refiere al Cielo y la Tierra y a la situación de los elementos, y aquí hay un mito cosmogónico. Describe el nacimiento de todo el cosmos. Psicológicamente aquí está lo que los alquimistas llaman la unión del mundo cósmico, lo que significa ir más allá del microcosmos del ser humano y estar abierto a la vida misma, en sí misma: relacionarse con la totalidad de la vida observando el proceso de la sincronicidad. Incluso la más elevada e importante de las ocupaciones relacionadas con la propia evolución interior tiene una cualidad narcisista, tiene que tenerla. Durante un tiempo uno tiene que estar encerrado en el recipiente y ocuparse de sus propias cosas, y en alguna medida, durante ese período, no tiene que abrirse a la vida; eso es necesario e inevitable. Pero en el estado que ahora se describe, toda la naturaleza del cosmos vuelve a ser incluida, y eso es relación hacia Dios. La última parábola es la conversación del amado con su novia: Vuélvete hacia mí con todo tu corazón y no me rechaces porque sea negro, porque el sol se ha llevado mi color y el abismo ha cubierto mi rostro. La tierra está contaminada en mis obras, la oscuridad se ha extendido sobre la tierra, yo estoy en el fondo del abismo y mi sustancia todavía no ha sido abierta. Clamo desde la profundidad y desde el abismo de la tierra, elevo mi voz a todos vosotros los que pasáis, atendedme y miradme si hubiera alguien como yo. A él le daré la estrella de la mañana. Ved cómo he esperado en mi lecho durante toda la noche que alguien me consolara y no he encontrado a nadie. Llame y nadie me respondió.
Ya ven ustedes que aquí empieza otra vez con la depresión más profunda.
Me levantaré y me iré a la ciudad a buscar por las calles y callejuelas si puedo encontrar una virgen casta, bella de rostro y cuerpo y más hermosamente ataviada, que retire la lápida de mi tumba y me dé plumas como la paloma, y con ella me iré volando al Cielo. Y le diré que ahora vivo en la eternidad y descansaré en ella, porque ella se quedará de pie a mi derecha vestida con una túnica de oro. Oye, hija mía, inclina hacia mí el oído y escucha mi oración, porque con todo mi corazón he añorado tu belleza. Ése es el novio que llama desde su tumba. Quiere que lo resuciten; está encerrado en su tumba y ahora reclama a su novia, que es un ser semejante a un pájaro, con plumas y que se encuentra en el Cielo. De modo que es un espíritu, un ser espiritual. He hablado en mi lenguaje: Dime [cuál será] mi final y el número de mis días, porque Tú has circunscrito mis días y mi sustancia es como nada ante ti. Tú eres la que me entrará por el oído, la que entrará en mi cuerpo y me vestirá con una túnica de púrpura, y después me adelantaré como un novio desde su cámara, porque Tú me decorarás con gemas y piedras y me vestirás con las prendas de la felicidad. Entrar por el oído es algo muy extraño. Es una alusión a ciertas teorías medievales según las cuales Cristo fue concebido a través del oído de la Virgen María. El ángel de la Anunciación se le apareció y le dijo que concebiría y tendría un hijo; algunos teólogos lo interpretaron en el sentido de que Cristo fue concebido de manera sobrenatural mediante la palabra que le entró por el oído, y a eso se llamó la conceptio per aurem la concepción por el oído. Hay un novio muerto en el abismo, en desesperación en la tumba, y que ahora reclama a su novia, que vuela en el Cielo con alas. Primero ella abrirá su tumba y después le entrará en el oído; entonces él resucitará y ella le dará una prenda de resurrección y de júbilo. Ven ustedes aquí muy claramente que es un proceso interior de la coniunctio, es la unión con el anima. Ella entra por el oído, es entendida e integrada, y eso emana como una nueva actitud. En términos alquímicos es el comienzo de la rubedo.
Primero está la nigredo o negrura, después la blancura, y ahora comienza la rubedo, el estado rojo, razón por la cual aquí el novio recibe una prenda roja. El problema es quién es el novio. Aquí se lo compara con el propio Cristo, porque las palabras «saldré de la cámara como un novio» aluden a Cristo. Al mismo tiempo, es sin duda el autor. Aquí hay otra vez una descripción del proceso de la coniunctio en el cual el autor participa con su parte divina, una expresión auténtica de la experiencia de lo que Jung llama «volverse como Cristo». El propio individuo se convierte a quien un Hijo de Dios, y por lo tanto en el prometido de la Sabiduría de Dios. Es una unión mística con la Divinidad, y la Divinidad, como verán ustedes, es femenina. Él le ruega que le diga quién es para que todos puedan saberlo, y ella replica: Escuchad todas las naciones, percibid con vuestros oídos; mi novio rojo ha hablado. Pidió, y ha recibido. Yo soy la flor del campo y el lirio de los valles. Soy la madre del amor hermoso y del santo reconocimiento y de la esperanza sagrada. Soy el fértil viñedo que produce frutos dulces y aromáticos, y mis flores son las flores del honor /de la belleza. Soy el lecho de mi amado, en torno de quien hay sesenta héroes que contra los horrores de la noche llevan la espada ceñida a la cadera. Yo soy hermosa y sin tacha. Miro por la ventana y a través del enrejado veo a mi amado. He herido su corazón con uno de mis ojos y en un pelo de mi cuello. Soy la fragancia de los ungüentos. Soy la mirra escogida. Soy la más despierta entre las vírgenes que se adelantan, como la aurora, al amanecer matutino, escogida como el sol y hermosa como la luna, sin mencionar lo que está dentro. Soy como los grandes cedros y cipreses del monte Sión. Soy la corona con que será coronado mi novio el día de su boda y de su júbilo, porque mi nombre es como un ungüento que se vierte. Soy el viñedo escogido donde el Señor envió trabajadores a cada hora del día. Soy la tierra de promesa en donde los filósofos han sembrado su oro y su plata. Si este grano no cae dentro de mí y muere, entonces no producirá el triple fruto. Soy el pan del cual comerán los pobres hasta el fin del mundo y nunca volverán a tener hambre.
Y entonces vienen las palabras de Dios como en la Biblia, por las cuales es completamente manifiesto que este ser femenino es Dios.
Yo doy y no pido nada a cambio. Doy alimento sin fallar nunca. Doy seguridad sin temer nunca. ¿Qué más he de decir a mi amado? Soy la mediadora entre los elementos que median entre el uno y el otro. Lo que es cálido lo refresco y lo que está seco lo humedezco y viceversa. Lo que es duro lo ablando y viceversa. Soy el fin y mi amado es el comienzo. Soy toda la obra, y toda la ciencia en mí está oculta. Soy la ley en el sacerdote, la palabra en el profeta y el consejo prudente en el sabio. Y luego viene otra cita de las palabras de Dios tal como están en la Biblia: Yo doy muerte y doy vida, yo hiero y yo curo, no existe quien pueda librar algo de mi mano (Deuteronomio 32, 39). Ofrezco mi boca a mi amado y él me besa. Él y yo somos uno. ¿Quién puede separarnos de nuestro amor? Nadie, porque nuestro amor es más fuerte que la muerte. Después él responde: Oh, mi novia amada, tu voz ha resonado en mis oídos y es dulce. Tú eres hermosa… Ven ahora, amada mía, salgamos al campo, demorémonos en las aldeas. Nos levantaremos temprano, porque la noche ha pasado y el día se acerca. Veremos si tu viña ha florecido y si ha fructificado. Allí tú me darás tu amor, y para ti he preservado los frutos viejos y nuevos. Los disfrutaremos mientras somos jóvenes. Llenémonos de vino y de ungüentos y no habrá flor que no pongamos en nuestra corona; primero los lirios y después las rosas antes de que se marchiten.
Esto es muy significativo porque todo es de la Biblia, ¡donde son los pecadores los que lo dicen! En la Biblia, los pecadores, los idiotas, los imbéciles y los que son rechazados por Dios dicen: «Salgamos a los campos» y ese tipo de cosas, y aquí la novia y el novio lo dicen en la coniunctio.
Uno de los monjes que copiaron el texto se dejó arrastrar tanto por el placer de hacerlo que cuando llegó a la parte que habla de caminar por el prado y recoger flores, en vez de escribir pratum (prado), escribió: «no hay peccatum que no recojamos». El pobre monje usó la palabra peccatum, pecado, en vez de pratum, algo que en la taquigrafía medieval podía suceder muy fácilmente, y cometió un error complejo. Para alguien que conozca la Biblia sería muy chocante que el novio y la novia citen las palabras de los pecadores del mundo. ¿En qué estaba pensando este hombre cuando escribió eso? Nadie será excluido de nuestra felicidad. Viviremos en una unión de amor eterno y diremos lo bueno y lo amable que es vivir dos en uno. Por lo tanto construiremos tres tiendas, una para mí, otra para ti y la tercera para nuestros hijos, porque una cuerda triple no se romperá. A quien tenga oídos para oír dejadle que oiga lo que el espíritu de la doctrina dice a los Hijos de la Disciplina de la unión del amante y de la amada. Porque él ha sembrado su semilla, de la que madurará el triple fruto y de la cual el autor de las tres palabras dice: «Son las tres palabras preciosas en que se esconde la ciencia toda y que serán transmitidas a los piadosos, es decir a los pobres desde el primero hasta el último hombre». Estas últimas palabras aluden a una tradición secreta que solamente los iniciados se pasan unos a otros, es decir, la tradición de esta unión amorosa. Las tres tiendas son una alusión al anuncio en la Revelación 21, 23, de que Dios vivirá en una tienda —el tabernáculo— con el hombre sobre la tierra: «Y yo, Juan, ví la santa ciudad, Jerusalén nueva, que descendía de Dios desde el cielo, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí que el tabernáculo de Dios está con los hombres, y morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y el propio Dios estará con ellos y será su Dios». De modo que ya ven ustedes que aquí la coniunctio termina con una encarnación de la Divinidad, es Dios que desciende dentro del ser humano. Eso es lo que ha expresado Jung al decir que lo que se ve desde el ángulo humano como el proceso de individuación, visto desde el ángulo de la imagen de Dios es un proceso de encarnación. 

Aurora Consurgens II


ML von Franz
AURORA CONSURGENS
Como ustedes recordarán, les leí brevemente el texto de la llamada primera parábola, que comienza de forma muy diferente de los cinco primeros capítulos. Éstos se ocupaban de la aparición de una personificación femenina de la Sabiduría de Dios, que se le aparecía al autor de forma avasalladora. Por las diferentes formas en que la describía, dedujimos que al principio santo Tomás se sintió muy abrumado y después se identificó con la imagen y sufrió una ligera inflación, diciendo que ahora les hablaría de ella a las gentes y cosas así. Después la inflación se convirtió en una especie de desdén por los no iniciados, por aquellos que no saben y que no han entendido, y luego salió de la inflación para caer en un estado plano prosaico. Entonces describió la misma experiencia pero de manera bastante prosaica, lo que es típico de las personas que vuelven a la superficie después de haberse visto arrastradas a sumergirse en el inconsciente; hay una especie de desilusión de todo el asunto, que compensa la inflación. Esto se hace mucho más obvio después de un intervalo psicótico interrumpido con Largactil o electro shock, o con algún tipo de medicación física.
En la parábola que les leí la última vez, el propio autor entra en el cuadro. Antes, había escrito en el estilo de una regocijada y pomposa anunciación de la verdad, típica de la identificación con los contenidos del inconsciente, lo que explica que se lo use en la literatura religiosa primitiva, en cierto tipo de poesía y en este documento. Ahora veamos el efecto que aquello tuvo sobre el autor. 
Desde lejos vi una gran nube que sombreaba la tierra entera de negrura; había absorbido la tierra que cubría mi alma, las aguas habían entrado en mi alma, que se había corrompido por obra del aspecto del más bajo de los infiernos y la sombra de la muerte porque la inundación me había anegado. Entonces los etíopes se inclinarán ante mí y mis enemigos me lamerán el polvo. Nada está sano en mi cuerpo, y por el aspecto de mis pecados mis huesos se asustan. He gritado toda la noche hasta estar cansado; mi garganta está ronca. Quién es el hombre que vive entendiendo, y quién salvará mi alma de la mano de los infiernos. Cuando dice que vio una gran nube negra, uno siente que debe de ser el autor que desde arriba ve la nube negra que ha cubierto la tierra. Pero más adelante esa persona, que pregunta quién es el hombre que puede salvarla, es la Sabiduría de Dios. Una de las cosas más interesantes en este texto es que el «yo», como se ve por el contexto, en una línea es el autor y dos líneas después la Sabiduría de Dios. Es decir que hay una auténtica confusión y vemos cómo el autor se ha identificado con la Sabiduría de Dios y ha caído en el inconsciente. Primero ve cómo se cierne sobre la tierra la nube negra que lo cubre todo. La nube negra es un conocido símbolo alquímico del estado al que se llama nigredo, la negrura que con mucha frecuencia es lo primero que sucede en el opus; si se lo destila, el material se evapora y durante un rato no se ve nada más que una especie de confusión o nube, que el alquimista comparaba con la tierra cuando la cubre una nube negra. En el lenguaje de la antigüedad, la nube también tenía un doble significado, ya que a veces se la comparaba con la confusión o con la inconsciencia. Hay muchos textos herméticos tardíos donde se dice que a la luz de Dios no se la puede encontrar antes de haber salido de la nube negra de la inconsciencia que cubre a las gentes y que es la connotación negativa con que frecuentemente tropezamos en el lenguaje religioso. En el lenguaje cristiano, a la nube la produce el diablo que está en el norte, y cuyas narices exhalan constantes nubes de confusión y de inconsciencia que se dispersan por el mundo. Pero a la nube se la encuentra también en primitivos textos medievales con una connotación positiva, es decir, como el aspecto desconocido y desconcertante de la Divinidad. Probablemente algunos de ustedes conozcan The Cloud of Unknowing [La nube del desconocer], un texto místico medieval que describe el hecho de que cuanto más se aproxima el alma del místico a la Divinidad, tanto más a oscuras y más confuso se siente éste. Los textos como éste dicen, efectivamente, que Dios vive en la nube del desconocer, y que es necesario que uno se despoje de cualquier idea, de cualquier concepción intelectual, antes de poder aproximarse a aquella luz que está rodeada por la oscuridad de una total confusión. Aquí la nube tiene el mismo doble significado: describe un estado de confusión total, de infelicidad completa, que al mismo tiempo es el comienzo de la obra alquímica.
El aspecto del más profundo de los infiernos y —como se dice poco después— el aspecto de sus propios pecados han asustado al autor, y tras ello se hace mención de los etíopes. Esto se refiere al Salmo 72, 9, que habla de victorias sobre los enemigos y de que los etíopes se inclinan ante los israelitas. Pero aquí lo etíope tiene, por supuesto, un significado clásico, que aparece también muy tempranamente en la alquimia griega, y representa la nigredo.
Recordarán ustedes que en uno de los textos griegos ya apareció antes la tierra etíope. Etiopía era el país cuyo pueblo cargaba con la proyección colectiva de una total piedad y fervor religioso por una parte, y por la otra, a los etíopes se los consideraba paganos inconscientes. Aquí en la alquimia, Etiopía es con frecuencia el símbolo de la nigredo, y es obvio lo que eso significaría en lenguaje psicológico, ya que no es muy diferente de la forma en que los negros siguen apareciendo aún hoy en el material inconsciente de los blancos, es decir, como el hombre primitivo y natural en su ambigua totalidad. El hombre natural que hay en nosotros es el hombre auténtico, pero es también el que no se ajusta a las pautas convencionales, y el que en parte está muy movido por sus instintos. Los etíopes aparecen en esta nigredo, y después está la cuestión: «¿Quién es el ser humano de entendimiento que me salvará de la mano de los infiernos?», y ese mismo ser ahogado, de quien uno se imaginó primero que era el autor, pero que después resulta ser la Sabiduría de Dios, dice: «A quien me ilumine le daré la vida eterna, él recibirá del leño de la vida que está en el Paraíso y compartirá mi trono en mi reino», y por ese estilo. Después viene el pasaje que les leí la última vez: «El que no se burle de mí y no me haga daño y no profane mi lecho», tras lo cual viene la declaración de amor. Es el propio Cristo, en cuanto Cristo es Dios, quien promete compartir Su Reino, de modo que debemos llegar a la conclusión de que la persona que habla —y los adjetivos que aquí se refieren al «yo» son siempre femeninos— es la Sabiduría de Dios, en absoluta identidad con Dios y con Cristo, que habla desde la oscuridad de la nigredo y pide socorro, clamando por un ser humano que salve su alma de los infiernos. Esto nos demuestra el tremendo giro que se ha producido, porque de pronto es la Sabiduría de Dios quien pide auxilio desde las profundidades de la tierra, y quien necesita que un ser humano la saque de la oscuridad. Primero se aparecía como un factor abrumador y divino que venía desde arriba, y ahora clama desde abajo como un ser femenino desvalido que necesita la comprensión del alma humana.  
Este es uno de los pasajes más sorprendentes y ejemplifica lo que Jung describió también en Psicología y alquimia como uno de los grandes temas mitológicos del pensamiento alquímico, es decir, la idea de que el alma divina, o la Sabiduría de Dios, o el anima mundi —una especie de figura femenina— se desprende del hombre original, del Adán original, cae en la materia y entonces debe ser rescatada. Quizá recuerden ustedes que Jung explica que esto representa lo que sucede cuando algo se proyecta, es decir que está la idea arquetípica del hombre divino, o de la Divinidad femenina, y ese arquetipo es proyectado en la materia, lo que de hecho significa que la imagen cae en la materia. Esta clase de mitos amplifican lo que los alquimistas no sabían conscientemente o sabían sólo en parte: que en realidad estaban en busca del inconsciente, o de la imagen de la Divinidad femenina, o de la experiencia del hombre divino en la materia. Eso era lo que buscaban, como intenté explicarlo con el texto alquímico griego. Eso correspondería a un hombre moderno que conoce a una mujer, se siente muy atraído hacia ella y entonces sueña que una imagen de la diosa la penetra. La imagen de la Divinidad antes la llevaba él dentro, y ahora ha entrado en esa mujer. Así es como el inconsciente trabaja con una proyección; no es nada que hagamos, ni siquiera algo de lo que nos demos cuenta, sino que simplemente nos sucede, y con frecuencia sueños así demuestran que ha habido una proyección. Aquí la imaginería alquímica dice que eso ha sucedido y que el alquimista está, inconscientemente, buscando una figura así. 
En la religión judía, como ustedes saben, este proceso se ha iniciado ya, porque, aunque desde el comienzo no hubo una deidad femenina, la expresión hebrea que designa el caos primordial es: «Tohu wabohu», que en realidad es una alusión a Tiamat, la divinidad femenina babilónica. Se podría decir que en la tradición judía la gran diosa madre no aparece personificada en la Biblia, sino que sólo existe en forma oculta en estas pocas alusiones. Lo femenino reapareció en la fantasía gnóstica tardía de la Sabiduría de Dios, pero en la Biblia sólo aparece un aspecto divino sublime de esta deidad femenina, y el aspecto femenino de la Divinidad no está adecuadamente representado en la tradición judeocristiana. Hay unas pocas alusiones oscuras a una sombría masa madre caótica y subterránea, que es idéntica a la materia, y a una figura femenina sublime que es la Sabiduría de Dios, pero incluso ella fue eliminada del cristianismo, porque a Dios se lo declaró idéntico al Espíritu Santo o al alma de Cristo, y de la materia se suponía que estaba regida por el diablo. Esta pronunciada carencia de una personificación femenina del inconsciente ha sido compensada, por consiguiente, por el materialismo radical que poco a poco se ha ido apoderando de la tradición cristiana. Se podría decir que prácticamente ninguna religión se inició con un acento espiritual tan unilateral y tan elevado para ir a terminar —si se piensa en el comunismo como la forma final de la teología cristiana— en un aspecto materialista tan absolutamente unilateral. La oscilación de un extremo al otro es uno de los fenómenos más sorprendentes que conocemos en la historia de la religión; se debe al hecho de que desde el comienzo hubo una falta de conciencia, una actitud desequilibrada hacia el problema de la deidad femenina y por consiguiente de la materia, porque la Divinidad femenina en todas las religiones se proyecta siempre en la materia y está ligada con el concepto de materia. 
Ayer, sin ir más lejos, tuve en las manos —esto es una especie de digresión, pero es muy interesante— un libro de Hans Marti, Urbild und Verfassung, que se podría traducir como Arquetipo y constitución. Marti demuestra que desde que el hombre concibió por primera vez la constitución de un estado democrático —a él le preocupa en especial la constitución suiza— se ha producido un cambio secreto desde el concepto patriarcal del Estado —el Estado jurídico, el Estado como concepto jurídico, una especie de espíritu paterno— a lo que él llama el Estado de Bienestar. La democracia suiza en sus comienzos, digamos hasta los últimos cincuenta años [recuérdese que estas conferencias son del año 1959], estuvo administrada principalmente por un Club formado por hombres —ustedes saben que en Suiza las mujeres todavía no pueden votar [el derecho de voto se les concedió en 1971]— y la base de la Constitución era cierto número de leyes, cuyo principal objeto era garantizar la libertad del individuo, la libertad religiosa, el libre acceso a la propiedad y otras propuestas semejantes. En este esquema se infiltró poco a poco, como lo demuestra bellamente Marti, otra idea, la del Estado de Bienestar, un arquetipo materno en que el Estado tiene que ocuparse de la salud de la gente, de su bienestar material, las pensiones a la vejez y asuntos de ese tipo. Marti señala con claridad que esto es un cambio, que el Estado ya no es el padre, sino que se ha convertido enl a madre, y en su condición de tal, se interesa por el bienestar físico de sus hijos. El autor demuestra cómo, de acuerdo con la ley suiza, el Estado tiene ahora el derecho de imponer ciertas reglamentaciones a la posesión de tierras, con el fin de proteger las zonas agrícolas, por ejemplo. Hace algunos años, el Estado asumió el control del os derechos sobre las aguas —el agua es un símbolo femenino— a fin de proteger al pueblo, porque, al volverse el agua tan contaminada e insalubre, el Estado ha ido adquiriendo el derecho de promulgar leyes dirigidas a combatir las epidemias. Si hay, por ejemplo, alguna clase de plaga, o un brote de rabia, el Estado puede promulgar reglamentaciones que antes no existían. Antes la humanidad no estaba tan interesada por el bienestar físico y material del pueblo. Si se morían de peste, o mordidos por los perros rabiosos, eso era una parte no muy importante de la vida; el énfasis se ponía en la libertad espiritual, en tanto que se descuidaba bastante el bienestar físico. Durante los últimos cincuenta o sesenta años, el bienestar físico se ha convertido gradualmente en una preocupación estatal importante, y con ello ha llegado por etapas a ser cada vez más portador de la proyección de la madre, y menos dela imagen del padre. Lentamente y sin advertirlo, nos estamos deslizando hacia una situación matriarcal. Marti muestra cómo es que están en juego ciertos factores emocionales, cómo la gente concibe al Estado de una manera vagamente arquetípica y, a partir de ese punto de vista, vota por ciertas leyes. Pero lo que parece ser evidente, es decir, que el Estado debería cuidar de sus hijos, en realidad es la proyección de la imagen de la madre, y eso no es evidente. El autor termina su libro de manera muy inteligente, diciendo que deberíamos tomar conciencia de qué es lo que estamos proyectando sobre el Estado e iniciar una verdadera Auseinandersetzung o confrontación, y no cambiar nuestras leyes por la mera proyección de una imagen materna. Este libro describe un pequeño aspecto de un lento giro que en gran escala se ha producido en toda la civilización cristiana, y que podríamos considerar como un retorno secreto y no demasiado visible al matriarcado y al materialismo. Esta enantiodromia tiene que ver con el hecho de que la religión judeocristiana no se enfrentó en forma verdaderamente consciente con el arquetipo de la madre, sino que hasta cierto punto excluyó la cuestión. Es bien sabido, además, que cuando el papa Pío XII declaró [1950] el dogma de la assumptio Maria su objetivo consciente era herir al materialismo comunista elevando a objeto de culto en la Iglesia católica, por así decirlo, a un símbolo de la materia, con el fin de deshinchar las velas de la nave comunista. Hay implícito algo mucho más profundo, pero ésa fue su idea consciente, es decir, que la única manera de combatir el aspecto materialista sería elevar a una posición superior el símbolo de la Divinidad femenina, y con él la materia. Puesto que lo que se eleva al Cielo es el cuerpo de la Virgen María, el acento está puesto en el aspecto material físico. Aquí tenemos la imagen de la Divinidad completamente caída en la materia, desde donde reclama socorro. Si lo tomamos como el drama personal de nuestro autor, ¿qué significaría esto?
Respuesta: Que el anima se había perdido en el mundo material, porque él no tenía relación con ella.
M. L. Von Franz: Sí, debemos sacar la conclusión de que este autor no tenía relación con el principio femenino antes. Es del todo obvio por el texto que es hombre de iglesia, y me imagino que tenía un complejo materno negativo y por esa razón, o por alguna otra, no tenía relación con el principio femenino, lo que significa ni con su propio aspecto femenino ni con las mujeres. En un caso así se produciría un influjo abrumador de la Divinidad femenina. Hay un paralelo sorprendente con el famoso místico Jakob Boehme, que como ustedes saben era muy pobre, un zapatero, y en alguna medida un caso fronterizo, pero que tenía las más tremendas experiencias religiosas y era capaz de expresarlas en sus difíciles escritos. Este hombre era un intuitivo introvertido del tipo profético. Su matrimonio fue muy desdichado, una relación en la que no había más que odio y desprecio recíprocos, cosa comprensible por ambas partes, ya que su esposa, que era una mujer práctica, pensaba que mejor haría él en remendar zapatos y ganar dinero que en escribir libros sobre el Espíritu Santo, mientras ella y sus seis hijos no tenían nada que comer. Por eso le montaba constantemente escenas, diciéndole que debería ocuparse de dar de comer a sus hijos en vez de escribir libros sobre la Divinidad. Él, por otra parte, sentía —bien naturalmente— que ella era una mujer mundana y una carga para él, alguien que obstaculizaba su creatividad espiritual. Era una de esas tragedias clásicas. Boehme rechazó completamente lo femenino —me refiero a que no tenía hacia ello más que una actitud negativa— hasta las últimas fases de su vida. Poco antes de su muerte, se vio súbitamente abrumado por completo por la imagen dela Sabiduría de Dios, la sophia, esa misma imagen, y dejó un texto en el que ensalzaba a esa figura en los términos del más enamorado éxtasis; a tal punto que es incluso bastante desagradable, porque en su canción de amor a la Sabiduría de Dios resuena una fortísima nota sexual y se percibe todo el fango que antes había sido rechazado y que emerge a la superficie con esta gran experiencia. Supongo que nuestro autor se encuentra en un estado similar; que no había tenido relación alguna con el principio femenino y ahora se ve anonadado por él, en su forma más abrumadora. Ésa sería una compensación típica del escarnio y el desprecio que hasta entonces debe de haber sentido por lo femenino. En casos así, el inconsciente irrumpe con un énfasis tan tremendo que ya no es posible seguir evitándolo. Lo que para la conciencia es llegar a la comprensión de una imagen arquetípica, para ésta es, en cambio, una gran caída. Imagínense al yo con su campo de asociaciones, como una araña en su tela. Cuando la imagen arquetípica se aproxima al campo de la conciencia, eso es para el yo un estado de gran iluminación, de júbilo y otros sentimientos positivos como vimos en los cinco primeros capítulos de nuestro texto, pero para el pobre arquetipo es precisamente lo opuesto, porque se despeña en algo muy pequeño y muy inadecuado. Por consiguiente, visto desde un lado, el episodio es una gran realización, un logro, y desde el otro, una caída muy grave. Muchos mitos de la creación describen la creación del mundo como la Divinidad que se cae del Cielo, como lo ejemplifica también típicamente un sueño de Gérard de Nerval, un poeta francés cuyo libro Aurelia describe el comienzo de su propia psicosis. Uno de los sueños más aterradores que tuvo durante esa época fue que iba al patio trasero de un típico hotel de París, lleno de viejos recipientes de basura donde los gatos se reunían a comer. Esos patios sombríos se encuentran por todas partes en París. En un patio así, en el fondo de su hotel, De Nerval vio con horror a un ángel de Dios, una tremenda e imponente figura arquetípica, con las alas multicolores, que se había caído en el patio y estaba atascado en aquel restringido espacio. De lo que el poeta se dio cuenta súbitamente con horror fue de que si el ángel quería liberarse, si hacía un mínimo movimiento, todo el edificio se derrumbaría, lo que para él significaría el comienzo de su esquizofrenia, que en efecto se inició poco después. Su concepción de la vida era demasiado estrecha en comparación con su genio. De Nerval tenía un gran genio inconsciente, tal como lo ponía de manifiesto el ángel, y su concepto de la vida era exactamente el del racionalista francés típico de París y de sus sórdidos patios. Su mentalidad consciente no se adecuaba, pues, a su auténtica hechura humana ni a su propio destino íntimo. Es muy frecuente que la razón de la esquizofreniano sea tanto la invasión del inconsciente, sino que eso le sucede a alguien que es demasiado estrecho, ya sea mental o emocionalmente, para esa experiencia. Para la gente que no tiene una mentalidad amplia ni tampoco la generosidad y el corazón que se necesitan para abrirse a lo que venga, la invasión es demoledora. La vida de Gérard de Nerval es un ejemplo muy claro: se enamoró de una muchacha y fue presa de los sentimientos más emocionales y románticos, pero en vez de aceptarlos se rebeló contra ellos, diciéndose: «C'est une femme ordinaire de notre siécle» —es una mujer vulgar de nuestra época— y huyó de ella. Después se sintió sumamente culpable, pero ella no lo perdonó. Su conciencia culpable provenía del hecho deque el poeta estaba huyendo de sus propios sentimientos. Durante esa época fue cuando soñó con el ángel, mostrando que su idea estrecha, racional y atrasada de la vida y del amor no estaba a la altura de su experiencia, por lo cual al fin terminó colgándose. Sólo menciono este sueño como ejemplo del hecho de que lo que desde el nivel consciente se ve como una realización del arquetipo, para el arquetipo es un precipitarse en la materia. Es lo mismo que sucede en la enseñanza teológica con la kenosis de Cristo, que se refiere a la cita bíblica en que Cristo se desprende de su plenitud para bajar como servidor a encarnarse en un hombre. Sobre esto han edificado los teólogos la teoría de que Cristo era idéntico a Dios Padre y al Espíritu Santo, que vivía en plenitud y expansión en el Cielo y que fue un tremendo autosacrificio vaciarse y reducirse a la dimensión humana para encarnarse. Aquello, desde Su lado, era una humillación y un menoscabo de su condición. Como arquetipo, sería la Divinidad, el logos, que ingresaba en la miserable vida humana, pero para la humanidad fue una revelación de la luz de Dios. No es el único caso. Toda vez que un arquetipo sea próxima a la realización humana, ello significa una gran disminución para el arquetipo, lo que explica las visiones y sueños catastróficos de la caída de un ser divino sobre la tierra. Como se puede ver muy claramente por el caso de Gérard de Nerval, en ocasiones así el entendimiento es el factor esencial. Si él hubiera entendido qué era lo que se le aproximaba cuando tuvo aquellos sentimientos tremendos y aquellas fantasías con la joven que amaba, no habría perdido la cabeza, pero le pareció que todo eran locuras y estupideces que había que reprimir, y el resultado fue la catástrofe. En nuestro texto, la caída Sabiduría de Dios clama por un ser humano de entendimiento que la rescate. Pregunta dónde está el ser humano que vive y está dispuesto a entenderla, y promete la vida eterna a esa persona: a aquel a quien ella ama y en cuyo abrazo todo su cuerpo se funde, todo eso. Así se entrega a una apasionada declaración de amor al desconocido que la entienda y que la rescate de la materia. Después hay un viraje de lo más sorprendente, puesto que dice: «Él, en cuyo abrazo todo mi cuerpo se funde, de quien seré el padre y que será mi hijo».
Esto está tomado de Hebreos 1, 5, como ustedes probablemente saben, y es lo que Dios dijo a Cristo. Cuando se lee el texto es fácil pasar por alto estas alusiones extrañas, pero aquí la Sabiduría dice claramente que ella misma es Dios Padre y que quienquiera que la salve es el hijo del propio Dios. Esta oración es la clave de todo lo que sigue en el texto. La Sabiduría de Dios es simplemente una experiencia del Propio Dios, pero en Su forma femenina, y el amado prometido de esta apariencia femenina de Dios es el autor que reemplaza a Cristo y llega a ser como Cristo. El propio Cristo predijo que mediante la difusión del Espíritu Santo muchos harían obras mayores que Él, apuntando a la idea de la semejanza a Cristo de cada individuo. Cristo no fue el único caso de la encarnación de Dios, pero por mediación del Espíritu Santo esto continuaría y se difundiría entre muchos, y cada individuo, en cierta medida, se convertiría en Cristo y sería por consiguiente deificado. Eso lo predijo en la Biblia el propio Cristo, pero en la interpretación teológica no se le ha hecho caso porque es un enunciado poco feliz y no quiere decir, ni más ni menos, sino que cada individuo humano podría, potencialmente, vivir el mismo destino de Cristo y ser idéntico a la Divinidad. La teología medieval no hizo caso de este aspecto ni lo sacó a la luz; se puso mucho cuidado en no hablar de él porque no es otra cosa que el proceso de individuación. Significa que seguir a Cristo no es seguir reglas externas, no es una imitación de lo de afuera, sino que es asumir cada uno en su propia forma la total experiencia de Cristo: pasar uno mismo por el mismo proceso, en su totalidad. Como eso era demasiado difícil, o la gente no estaba a la altura de semejante tarea, no se le hizo caso, y por eso reaparece aquí como una presión inconsciente en la forma de Dios, que, en cuanto mujer, escoge como su prometido a un ser humano, a un humano que la entienda. Como dice el texto, ésta es la relación de Dios Padre con Dios Hijo. Ella dice entonces que si puede encontrar un novio así se le aparecerá en su gloria y se manifestará en toda su belleza, y en este contexto se cita la aparición de Dios al final de los días, como en el Apocalipsis. También se compara ella misma con una paloma, reluciente como plata. El texto termina, bastante lisa y llanamente, con las palabras: «y todo esto es que simplemente uno tiene que lavar la sustancia nueve veces hasta que tenga la apariencia de perlas, y eso es el blanqueamiento». Aquí hay un retorno súbito al lenguaje puramente químico, que dice que en la práctica toda la experiencia indica que uno tiene que lavar las estrellas, como dice el texto, hasta que estén blancas como perlas. Quiero comentar brevemente la parte que sigue: Quien tenga oídos para oír, oirá lo que el espíritu de la ciencia dice a los hijos de la doctrina sobre las siete estrellas por cuya mediación se cumple la obra divina. Sénior dice en su libro en el capítulo sobre el sol y la luna: «Cuando hayas distribuido esos siete con las siete estrellas y se los hayas atribuido a las siete estrellas y después los hayas purificado nueve veces hasta que parezcan perlas, eso es el blanqueamiento». Las siete estrellas fueron mencionadas antes en nuestro texto; son las siete estrellas que la Divinidad sostiene en Sus manos cuando Se aparece en el Apocalipsis y en esa época se referían naturalmente a los siete planetas. A los siete planetas se les atribuyen los siete metales, y es costumbre en alquimia que los siete metales —estaño, cobre, plomo, hierro, etcétera— sean atribuidos a los siete planetas, pero son más que eso; son, por así decirlo, la misma cosa que los siete planetas. El hierro es lo mismo que Marte y el cobre lo mismo que Venus; en el cielo, por consiguiente, uno puede llamar hierro al terrenal Marte y cobre a la Venus terrenal, y así sucesivamente. En aquellos tiempos ésa era una manera común de hablar de los metales así que las siete estrellas son realmente los siete metales, que hay en la tierra, y estas estrellas terrenas, a su vez, tienen que ser destiladas y purificadas nueve veces, momento en el cual se vuelven completamente blancas, que es el proceso de la albedo.
En la literatura alquímica se suele decir que el gran esfuerzo y penuria continúa desde la nigredo a la albedo; se dice que ésa es la parte difícil y que después todo se vuelve más fácil. La nigredo, que es la negrura, la terrible depresión y el estado de disolución, tiene que ser compensada por el duro trabajo del alquimista, y ese duro trabajo consiste, entre otras cosas, en un lavar constante; por lo tanto en el texto se menciona incluso el trabajo de las lavanderas, o la destilación constante, que se hace también con el objeto de la purificación, porque el metal se evapora y después se precipita en otro recipiente, retirando así las sustancias más pesadas. La analogía psicológica se establece evidentemente con la primera parte difícil de un análisis donde hay que lavar a Venus, el problema del amor, lo mismo que a Marte, el problema de la agresión, y así siguiendo. Por lo general, todos los diferentes impulsos instintivos y su trasfondo arquetípico aparecen primero en una forma perturbada en la tierra, es decir en la forma de una proyección: la persona ama u odia a alguien, o tiene un jefe que la deprime y no sabe cómo defenderse. Si la proyección estuviera en el exterior significaría que Marte ha caído en la materia: el principio de agresión y todo lo que éste abarca se aparece en fulano o zutano, o Venus ha caído en los altibajos de una relación amorosa y de sus dificultades sexuales, y naturalmente el analizando cuando viene por primera vez les dice a ustedes que es eso, porque para él la cosa está totalmente afuera. Primero hay que sacarla de la materia, así que el analista le dice que deberían dejar fuera del asunto a la señorita tal y cual y mirar qué es lo que está pasando en el analizando. Ésa es la prima materia que hay que estar lavando y destilando constantemente, y de ahí que la primera actividad del opus sea destilar, lavar y purificar, una y otra vez. Aquí dice nueve veces, otros dicen quince veces, y algunos dicen diez años. En realidad es un proceso muy largo y a veces significa ensayar interminablemente el mismo problema en sus diferentes aspectos. Por eso también en los textos alquímicos se alude siempre al hecho de que esta parte se puede alargar durante mucho tiempo y se caracteriza por interminables repeticiones. . . , de la misma manera que, desdichadamente, una y otra vez volvemos a caer en complejos que no han sido resueltos y que hay que volver a mirar una y otra vez. Pero mediante este duro trabajo la materia se blanquea. La blancura sugiere purificación, no estar ya contaminado por la materia, lo que aludiría a lo que técnicamente, y tan a la ligera, llamamos retirar nuestras proyecciones. Y no es una cosa fácil de hacer; es algo muy complicado y difícil, porque no es como si uno entendiera lo que estaba proyectando y entonces ya no siguiera haciéndolo. Se necesita un largo proceso de evolución y de realización interior para retirar una proyección. Cuando se la ha retirado, el factor emocional perturbador se desvanece. Tan pronto como se ha retirado realmente una proyección, se establece una especie de paz; uno se tranquiliza y puede contemplar la cosa desde un ángulo objetivo. Se puede considerar el problema o factor específico de una manera objetiva y tranquila, y quizás hacer con él un trabajo de imaginación activa sin estar constantemente dominado por las emociones o sin volver a caer en la maraña emocional. Eso corresponde a la albedo.
Es, en cierto sentido, la primera etapa de un llegar a estar más tranquilo y más desapegado, con un desapego más objetivo y más filosófico. Uno tiene un punto de vista au dessus de la mélée; puede estar de pie en la cima de la montaña, observando la tormenta que hay por debajo, y que por supuesto todavía sigue, pero que uno puede mirar sin temor, o sin sentirse amenazado por ella. Entonces, lo que el alquimista simbolizaba con la idea del blanqueamiento era que el material sobre el cual habían estado trabajando había alcanzado ahora una forma de pureza y de unidad, y que ahora podían iniciar el trabajo sintético. Después que los metales han sido extraídos por fusión de los minerales, es menester  purificarlos, lo que sería el trabajo analítico, y entonces puede empezar la síntesis química; un paralelo exacto de lo que sucede en análisis primero con el aspecto analítico y después con el sintético. La albedo se caracteriza por algo maravilloso porque, como dicen los alquimistas, a partir de ahora uno tiene que cuidar simplemente el fuego, mantenerlo vivo, pero la parte difícil del trabajo está hecha. Sólo que, como verán ustedes, el proceso de pasar de la nigredo a la albedo se repite muchas veces. Aquí se lo describe siete veces. La parábola siguiente vuelve a empezar con la nigredo, y de nuevo describe la totalidad del proceso hasta que vuelve otra vez a la albedo; es la misma cosa vista desde un ángulo diferente, que es exactamente lo que experimentamos. ¿Cuántas veces, en análisis, se ha salido uno un poco del problema, sintiéndose realmente en paz y en alguna medida en unidad consigo mismo, de modo que parece que lo peor hubiera pasado? Pero tres semanas después todo vuelve a empezar como si no se hubiera hecho absolutamente nada. Se requieren muchas repeticiones antes de que la experiencia se consolide, hasta que al fin la obra se mantiene.
Pregunta: ¿Cuándo empezaron los alquimistas a tener dudas sobre la proyección?
M. L. von Franz: Yo diría que nuestro autor todavía no tiene ninguna duda. La duda apareció por primera vez a finales del siglo XV o comienzos del XVI Esa, naturalmente, no es una manera muy exacta de formularlo, porque hay alquimistas medievales incluso después del siglo XVI, pero algunos tenían dudas desde antes. Se podría decir que, en general, la duda se inició hacia la época del Renacimiento, tras lo cual el simbolismo alquímico se convirtió en una alegoría, no ya en una auténtica experiencia simbólica, y de los viejos textos se habla alegóricamente.
Basilius Valentinus, por ejemplo, y Michael Maier, y más adelante los rosacruces y la evolución de los francmasones son otros tantos ejemplos. Los francmasones siguen usando el simbolismo, lo mismo que los rosacruces, pero para ellos es una alegoría. Explican de una manera totalmente racional qué significa cada cosa; otros continuaron por líneas químicas, pero sin seguir hablando de cosas tales como la novia y el novio, a lo que tildaban de lenguaje florido. Otros seguían usando lenguaje simbólico, pero sin referencia a la química. Allí se podría decir que había una proyección, porque ahora se había incorporado el elemento de duda. En realidad ya no creían que la cosa se hubiera de encontrar en la materia, o lo creían sólo a medias, o lo fingían ante sí mismos, pero no era una actitud limpia, y por eso se produjo lo que tanto descrédito ha causado a la alquimia, es decir el estilo desagradablemente jactancioso y a medias religioso del hacedor de oro. En este texto hay una inflación, pero no hay charlatanismo, mientras que en los escritos de Basilius Valentinus hay un estilo arrogante del hacedor de oro. Pero Gerhard Dorn, de fines del siglo XVI, seguía siendo un alquimista auténtico. Yo diría que fue por entonces cuando se planteó la primera duda. Aquí está todavía lo que desde el punto de vista de ellos llamaríamos una identidad arcaica: la Sabiduría de Dios realmente estaba en la materia, y esa creencia real se producía por mediación de la identidad arcaica. La segunda parábola se refiere a la inundación y la muerte causadas por la mujer y que ella vuelve a hacer desaparecer. Cuando la multitud del mar se haya vuelto hacia mí y sus torrentes me hayan anegado el rostro, y cuando mis flecha se hayan embriagado de sangre y mis celdas estén perfumadas de vino maravilloso, cuando mis graneros se hallen repletos de trigo, y cuando el novio con las diez vírgenes prudentes haya entrado en mi cámara nupcial, y cuando mi cuerpo haya sido impregnado por el toque de mi prometido, y después que Herodes haya matado a todos los niños de Belén, y Raquel haya llorado a todos sus hijos, y cuandola luz haya salido de la oscuridad, y cuando el sol de justicia haya aparecido en el Cielo, entonces se habrá cumplido el tiempo, entonces Dios enviará a Su hijo, tal como lo ha dicho, a quien Él hizo heredero del universo y por mediación de quien creó el mundo y a quien en una ocasión dijo: «Tú eres mi hijo, este día te he engendrado», a quien los tres reyes trajeron dones preciosos. Ese día que el Señor ha creado seremos felices porque hoy Dios se ha compadecido de mi tristeza, el Dios que reina en Israel. Hoy la muerte traída por la mujer ha sido desterrada por ella, y los cerrojos de los infiernos se han abierto. La muerte ya no gobernará y las puertas del infierno no se le opondrán porque el décimo dracma que se había perdido ha sido encontrado, y la centésima oveja ha sido traída a casa desde el desierto, y el número de nuestros hermanos entre los ángeles caídos ha sido completamente restablecido. Hoy, hijo mío, debes ser feliz porque no habrá más llanto ni dolor, porque las cosas primeras han pasado. Al que tenga oídos para oír dejadle oír lo que el espíritu de la doctrina dice a los hijos de la sabiduría sobre la mujer que introdujo la muerte y después la ahuyentó, a lo que los filósofos aluden de la siguiente manera: «Llévate su alma y devuélvesela porque la corrupción de una cosa es la generación de la otra», lo que significa llevarse la humedad que corrompe e incrementarla mediante la humedad natural, y eso será su perfección y su vida. De nuevo, al comienzo hay una catástrofe que se describe como un diluvio, y parte de ella es la matanza de los niños en Belén. Pero como ustedes ven, aunque todo vuelve a empezar con la nigredo, y por lo tanto con un desastre, el relato se detiene más en los aspectos positivos. Está la descripción de una unión amorosa, del novio que entra en la cámara nupcial y de la preñez de la figura femenina, y después una larga alusión, bastante convencional, al nacimiento de Cristo a quien los tres Magos aportan sus dones, y por fin el triunfo de que con ese nacimiento haya sido vencida la muerte. Entonces se puede decir que aunque el proceso se repita ya hay un aspecto más leve, que no se mencionó hasta entonces, es decir, que la catástrofe sucedió en el momento de un nacimiento, que precisamente cuandola nigredo estaba en lo peor, en el inconsciente, tuvo lugar un nacimiento secreto. Dentro de la catástrofe, en medio de la depresión y de la confusión, nacía el nuevo símbolo del Sí mismo. Nacía en el inconsciente, de modo que el autor no se ha dado cuenta todavía de lo sucedido, y sólo vagamente comprende que aunque él haya caído en esa depresión terrible, y la figura del anima se haya precipitado a la tierra, algo ha nacido. Como saben ustedes por los comentarios del doctor Jung sobre el niño divino, cuando nace un héroe —y el nacimiento de Cristo no es la excepción— hay siempre un estallido de las potencias destructivas. Por eso, si en una persona hay una tendencia suicida, ésta siempre será más fuerte en el momento que podríamos llamar la crisis de curación. En una depresión profunda o en una confusión completamente esquizoide, sólo rara y excepcionalmente es grande el peligro de suicidio, por más que exista en ciertas circunstancias. Pero si un caso así llega casi a su término, si está en el umbral de la curación, digamos, entonces existe a menudo un peligro agudo de suicidio. Entonces deben usted es vigilar día y noche el caso, como bien se sabe en los asilos. Naturalmente, esto no es más que un ejemplo extremo de algo que también es válido en un nivel menos dramático en el trabajo analítico, y que es lo que yo llamo el ataque final del diablo. El diablo ve que está perdiendo la partida y lanza un último ataque desesperado. Es lo mismo que cuando en su combate con un animus destructivo la mujer comienza lentamente a defenderse y a pelear con él, pero la batalla todavía no está ganada porque él sigue merodeando a la vuelta de la esquina; el diablo no ha sido del todo expulsado y quizás aún pone un poco más de fuego en la cosa y entonces lanza un ataque final, que suele ser tan malo que parece como si hubiera que empezar todo de nuevo porque las cosas están tan mal como al principio: todo se ha perdido y el diablo sigue tan furioso como en cualquier otro momento. Por lo general, éste es un signo muy bueno, porque significa simplemente que ahora el infierno está perdiendo su poder y por lo tanto hay un último ataque, el diablo agota sus últimas municiones. Despedirse de una actitud neurótica es algo muy triste, y nadie ha salido nunca de ella sin sentirse triste, porque lamentablemente una neurosis es un estado con el que uno se . encariña, y le duele separarse de ella. Por eso cuando se llega a la etapa final, en que de una vez por todas es necesario decir adiós a cierto infantilismo o a una opinión del animus y cosas semejantes, siempre hay alguna forma de crisis. Es lo que la mitología ilustra con el hecho de que cuando nace el niño salvador, todos los poderes de la oscuridad atacan con más fuerza que nunca, y en nuestro propio mito cristiano lo vemos enla forma de la matanza de los inocentes en Belén. Como es lógico, el niño divino siempre se salva; es la última irrupción de las tinieblas en contra de algo ya tan poderoso que, aun siendo recién nacido, ya no se lo puede suprimir. Aquí el autor lo ejemplifica diciendo que es la luz nacida en la oscuridad. Recordarán ustedes que al final de la carta de amor, la de Sénior, del sol a la luna, se decía también que la luz nacía en la total oscuridad, cuando Dios enviaba a Su hijo, y después venía lo que podríamos llamar la adopción de Cristo por Dios. Cuando san Juan Bautista bautizó a Cristo, los cielos se abrieron y descendió la paloma y la voz de Dios dijo: «Éste es mi hijo amado en quien me he complacido». En ese momento se hizo manifiesto que Cristo era el hijo de Dios. Aquí Dios es femenino, está representado por la Sabiduría de Dios, y el hijo es el autor. Entonces es una repetición de la vida de Cristo, pero es el autor quien ha sido aceptado como el hijo por la Sabiduría de Dios, lo que significa que la figura arquetípica que irrumpió lo adoptó como hijo. Él se convierte en hijo de la Sabiduría de Dios, y después sintetiza la experiencia diciendo que ésta es la muerte que la mujer atrajo y quela mujer ha expulsado. En la alegoría oficial de la Iglesia la mujer que trajo la muerte al mundo fue Eva, mediante la manzana del Paraíso, y la Virgen María ahuyentó la muerte cuando dio nacimiento a Cristo. De modo que en la tradición patriarcal hay dos mujeres: Eva, que trajo la muerte a este mundo, y la Virgen María, que la ahuyentó. Nuestro texto es excepcional para el siglo XIII en cuanto alguien se animó a decir que la mujer que trajo la muerte al mundo y la mujer que la expulsó de él eran una y la misma. No hay más que una mujer: Eva y María son una. Está tan confuso en el texto que a menos que uno lo medite, podría no advertir o no darse cuenta de lo que el autor está diciendo, pero eso es típico de este autor. Dice las cosas más pasmosas y chocantes, pero en un lenguaje bíblico tan hermoso que uno se pregunta adonde apunta en realidad, y después se da cuenta de las cosas terribles que está diciendo, desde un punto de vista medieval. Creo que eso se deriva del hecho de que hablaba inconscientemente; estaba abrumado por la imagen del inconsciente y proclamaba su verdad compensatoria sin darse cuenta cabal de la enormidad de lo que estaba diciendo. Se limitaba a sentir su propia experiencia, que una imagen de una mujer que él consideraba la Sabiduría de Dios lo había matado y después lo había devuelto a la vida, y por eso la describe como la mujer que introdujo la muerte y que después restauró la vida. Y lo amplifica en lenguaje puramente químico o alquímico al decir: «Llévate su alma y devuelve su alma. Llévate la humedad destructiva y nútrela con la humedad natural y eso será la perfección». La extractio animae, la extracción del alma, significa en lenguaje químico una destilación. Si se evapora una sustancia química, toma una forma de vapor; eso es su alma, y si se la vuelve a precipitar o a coagular, entonces regresa al cuerpo. El símil es obvio. También interviene el símil de la humedad, porque mediante el fuego la humedad corruptible tiene que ser destilada, y entonces se vierte la humedad vivificante. El proceso ha sido descrito en otros textos alquímicos, por ejemplo diciendo que hay que reducirlo todo a cenizas, la sustancia más seca que existe. Si alguna vez han echado ustedes agua sobre cenizas ya sabrán cuánta puede absorber, de modo que dicen que todo tiene que ser reducido a cenizas para asegurarse de que hasta la última partícula de humedad destructiva ha abandonado la sustancia; entonces se ha de verter sobre ellas agua pura, para devolverlas a la forma sólida. Verter agua sobre las cenizas pulverizadas sería estar nutriéndolas con agua de vida. Eso corresponde a nuestro trabajo analítico, porque de hecho es lo que hacemos cuando expulsamos la humedad corruptible, que en lenguaje práctico significa todos los tipos diferentes de inconsciencia, todos los puntos de ceguera e inconsciencia que obstaculizan la existencia. Ni siquiera sabemos de cuántas maneras están obstruyéndonos la plenitud de la vida nuestros supuestos o sentimientos inconscientes. Eso es algo más obvio para la otra persona que para el individuo afectado, pero si encuentra de pronto uno de esos puntos inconscientes en otra persona, esta última dirá: «Pero yo pensaba… », porque hay algo que se acaba de suponer o dar por sentado. Por ejemplo, hay muchas personas que viven muy por debajo de su nivel espiritual porque suponen que no son nadie, y están tan seguras de ello que nunca se les ocurre siquiera cuestionarlo. Les parece tan evidente que ni se les ocurriría hablar de eso con el analista, porque no creen que haya nada de que hablar. Pero entonces, un día un sueño descubre lo que piensan, y se quedan totalmente pasmadas, porque habían creído que en verdad no eran nadie. Ésa sería la humedad corruptible, un punto de inconsciencia que se ha infiltrado en el sistema; en el caso de las mujeres, en la forma de opiniones del animus, o impulsos de la sombra, o lo que fuere. Es a tal punto evidente que a uno ni siquiera se le ocurre sacarlo, y descubrir cosas así es tarea del análisis de los sueños. Es todo un impacto darse cuenta de que uno ha pensado siempre algo sobre lo cual podría pensar de diferente manera. Éste es uno de los miles de ejemplos posibles de lo que significa la conciencia corruptible. El sentimiento inconsciente —o el pensamiento, en cierta medida— es una humedad corruptible que no advertimos, y el objetivo del opus es expulsar todo aquello, cociéndolo. Los sueños señalan el hecho, y al interpretar e integrar lo que dicen nos liberamos lentamente de esa humedad corruptible. Pero si seguimos durante demasiado tiempo, si sobre analizamos, nos perdemos cierto momento muy decisivo en el proceso, que sólo debe ser continuado durante cierto tiempo, porque si se lo continúa demasiado la gente pierde espontaneidad. Es probable que ustedes hayan conocido alguna de esas personas sobre analizadas que han perdido toda clase de espontaneidad en la vida. Antes de que lo hayan saludado siquiera, le dicen a uno que saben que le proyectarán su anima, o le salen contando que odian a fulano y que están seguras de que es una proyección dela sombra. Pero, ¿por qué no ha de disgustarle alguien a uno? Sobre analizar, continuar demasiado tiempo el proceso, crea una segunda neurosis, que es una enfermedad muy general y muy difícil de curar. Naturalmente, es también una especie de inconsciencia. Por ende, podríamos llamarla la segunda fase, el retorno al agua de vida, el retorno a la espontaneidad, el retorno a una manera de vivir inmediata, natural y espontánea sin olvidarse de lo que uno ha aprendido. Salir del agua y sentarse al sol y después tener que volver a zambullirse en el agua es algo muy peligroso. Se puede hacer volviendo simplemente a caer en el estado anterior, pero eso no tiene ningún mérito. Uno debe regresar, pero manteniendo la segunda forma de conciencia analítica, manteniendo la conciencia de la sombra y del anima y todo eso. De modo que la segunda fase es la espontaneidad consciente en la cual la participación de la conciencia no se ha perdido, y eso es algo muy difícil, porque es más fácil seguir sobre analizando, o volver a deslizarse en el estado anterior de inconsciencia.
Pregunta: Si la gente se sobre analiza, ¿la culpa no es del analista? Quiero decir, ¿no les da demasiadas ínterpretaciones sin dejar que el analizando haga su propio proceso?
M. L. von Franz: Yo no lo diría así. Creo que eso podría contribuir a un estado tan desafortunado, pero en general, según mi experiencia, no es ésa la única razón. Conozco analistas que son completamente pasivos y se especializan en no interferir, y sin embargo pueden producir analizandos sobreanalizados, ¡porque eso lo hacen ellos mismos! Porque lo que era positivo en un principio, es decir, la necesidad de descubrir lo que está pasando y de reflexionar sobre ello y de darse cuenta, se experimenta como algo muy liberador. Los analizandos han salido de un problema gracias a la reflexión, y naturalmente, como al comienzo aquello tuvo esa cualidad liberadora, siguen con lo mismo y se equivocan de momento. Yo incluso creo que es necesario que cada caso llegue a tener un período de sobre análisis, que ésa es una fase necesaria del trabajo, una etapa a la que hay que llegar para que después pueda tener lugar ese retorno a la conciencia, es decir, el darse cuenta de que hay que volver a la espontaneidad, y volver a ella constantemente, porque de otra manea uno vuelve inconscientemente. El alquimista Gerhard Dorn dice que el anima está atrapada en el cuerpo de un hombre y él tiene que hacer un esfuerzo mental para liberarla, pero entonces el cuerpo está muerto. Esa es la forma en que él lo describe. Dice que sería como si un monje se retirase del mundo a meditar y mediante el ascetismo sacara su anima del cuerpo; de ese modo dice, si siguiera en lo mismo simplemente estaría muerto. Si uno rechaza el cuerpo no puede vivir, así que hay que recuperar el cuerpo. Imagínense la mente, el alma y el cuerpo como entidades; para el cristiano la mente es un poco superior, representa las buenas intenciones, un programa de vida positivo y cosas semejantes. Una persona así podría rescatar su anima mediante un período de ascetismo. Dorn lo compara con el monje que medita en lugar de vivir. Lo que sucede es que la mente tira del anima hacia arriba, y abajo el cuerpo se queda muerto. El cuerpo no tiene nada más que decir porque la proyección ha sido completamente retirada y eso representaría un estado de introversión mental completa, la unio mentalis entre la mente y el anima. Dorn dice que él no quiere detenerse allí, porque ¿qué le va a pasar al pobre cuerpo? Dice que ahora se aproxima un peligro terrible porque el cuerpo también debe ser redimido, pero si lamente y el alma se van sólo un poquito hacia el cuerpo, se caen a plomo dentro de él; es como un imán que atrae el hierro, y entonces todo el trabajo está mal. Por consiguiente a esto hay que aproximarse con prudencia, y Dorn lo hace mediante un acto químico de la imaginación: en vez de volver al cuerpo en un abrir y cerrar de ojos, al cuerpo también hay que elevarlo a un nivel superior, y entonces los dos están unidos, pero no en el estado anterior. Eso correspondería a decir que uno se va a olvidar de la proyección y de la sombra y de todo eso para vivir y nada más. Por eso pienso que el estado de sobre analizado es necesario; es una etapa que hay que alcanzar para que esta unio corporis se realice de la manera debida, y no de acuerdo con la antigua pauta. En una forma indirecta, el analista permite que haya un error, pero en ciertas circunstancias uno tiene que permitir que así sea para hacer el retorno como es debido Creo que el error que puede cometer un analista es no saber que es necesario el retorno, y entonces, cuando los sueños anuncian la necesidad del cambio, pasarla por alto Recuerdo el sueño de un analizando que se había sobre analizado y que soñó que estaba cerca del agua, donde había un hombre pescando. En el agua veía un hermoso pez dorado, y le decía al pescador que lo sacara, pero el otro, un hombre muy natural y simple, le decía que no, ¡que era el soñante quien tenía que saltar al agua a unirse con el pez! He aquí un hermoso ejemplo que ilustra que ahora ha llegado el momento del retorno; el inconsciente no podría haber hablado con más claridad. Saltar al agua a unirse con el pez en vez de pescarlo sería completamente contra natura, pero el proceso no podría haber estado mejor ilustrado. Ése era alguien que había tenido ocho años de análisis, empezando con un analista freudiano, y ahora debía nadar con el pez. Creo que esto tiene que ver con hacer desaparecer la humedad corruptible y devolver la humedad natural, lo que significaría reincorporarse al fluir de la vida. La parábola siguiente dice: El que rompe los cerrojos de mis puertas y se lleva la luz de su lugar, y el que afloja los grilletes de mi prisión de oscuridad y da trigo y miel a mi alma que está sedienta, y me invita a cenar para que pueda yo descansar en paz, de modo que los siete dones del Espíritu Santo descansen sobre mí, ése habrá tenido piedad de mí. Uno me recogerá de todos los países y vertirá sobre mí agua pura, de manera que esté yo purificado de mi mayor pecado y del demonio del mediodía. Desde las plantas de los pies hasta la cabeza no hay en mí salud. Uno me limpiará también de manchas ocultas \ajenas para que pueda yo olvidar todos mis pecados, pues Dios me ha bautizado con aceite y me ha dado la capacidad de penetración y de licuefacción en el día de mi resurrección cuando sea glorificado por Dios. Porque esta generación viene y va, hasta que venga aquella que debe ser enviada y que me libere del yugo de mi prisión en la que estuvimos durante setenta años cerca de las aguas de Babilonia, llorando y colgando nuestras arpas porque las hijas de Jerusalén eran orgullosas y altivas y flirteaban con sus ojos. Entonces el Señor dejará calvas las cabezas de las hijas de Sión, y la ley vendrá desde Sión y la palabra del Señor desde Jerusalén. Ese día siete mujeres se apoderarán de un hombre y dirán: «Hemos comido nuestro pan y nos hemos cubierto con nuestras propias ropas, ¿por qué no defiendes tú nuestra sangre que se derrama como el agua en Jerusalén?». Y recibirán la respuesta divina: «Esperad todavía un poco hasta que el número de nuestros hermanos sea completo, y el que entonces quedará en Jerusalén será salvado yla inmundicia de las hijas de Sión será lavada por el espíritu de la sabiduría y la penetración. Diez acres de viñedos darán un cubo lleno de vino, y las treinta medidas de trigo, tres bushels».
El que esto entienda será inconmovible en la eternidad. El que tenga oídos oirá lo que el espíritu de la doctrina dice a los hijos de la sabiduría sobre el cautiverio babilónico, que duró setenta años y que los filósofos amplifican con las siguientes palabras: «Múltiples son los aspectos de las setenta prescripciones». Este capítulo no es tan interesante como los otros, de modo que puedo terminarlo brevemente. Está de nuevo la idea de una prisión que se abre por la fuerza, y después se habla de las hijas de Jerusalén que han sido arrogantes y lujuriosas y tienen que ser lavadas y castigadas por el espíritu de la sabiduría y dela penetración. Después está la idea del cautiverio babilónico en que uno tiene que permanecer durante setenta años hasta que sea liberado de él, y después viene una alusión al hecho de que este ser cautivo experimentará una resurrección. «En el día de mi resurrección saldré cuando sea glorificado por Dios», dice. La analogía conlos capítulos anteriores es clara, pero antes era primero la nube oscura la cosa negativa, después el agua y Herodes con la matanza de los inocentes; ahora está el aspecto de estar en una prisión y ser castigado por arrogancia, y que de esa especie de cautiverio, que dura cierto tiempo, también será uno liberado. Probablemente hayan observado ustedes la repetida mención del número siete. Antes teníamos las siete estrellas y ahora están los setenta años del cautiverio babilónico y cosas así. Esto tiene que ver con el hecho de que desde el punto de vista del simbolismo de los números al siete se lo consideraba el número de la evolución, por los siete planetas —los cinco planetas entonces conocidos, más el sol y la luna—, que son los constituyentes de cada totalidad humana representada en el horóscopo. La idea es que hay siete días en la semana y después el ciclo vuelve a empezar; siempre está la idea de que el siete tiene que ver con un proceso de evolución lenta en el tiempo. Y por eso aquí el factor tiempo ocupa el primer plano: es un problema de tener que permanecer en prisión durante cierto tiempo, que se caracteriza por la evolución, después de lo cual se producirá una resurrección. Esto compensa lo que todos sabemos por nuestra propia experiencia del inconsciente, es decir un tremendo sentimiento consciente de impaciencia donde la gente siempre se pregunta por qué no progresa, y si todavía no pueden hacer esto o lo otro. Uno tiene que decirle a veces a la gente que tiene que continuar en su depresión y en sus dificultades mientras aquello dure. La gente pregunta cuánto tiempo le llevará liberarse de sus síntomas o de sus problemas o de lo que sea, y lo único que uno les puede decir es que será cuando se haya producido la evolución; encarado desde el punto de vista de un tiempo sideral, nadie sabe cuánto tiempo tardará eso. Puede ser largo o corto, porque, como dice el doctor Jung, uno no resuelve conflictos: los va dejando atrás. Por consiguiente, salir de un problema significa una evolución, sea ésta larga o corta. El problema aquí, en nuestro texto, es ciertamente un problema que no se puede resolver; sólo puede ser superado mediante una transformación interior del autor. Éste es el significado de la repetición interminable del mismo problema, que está ligado a un número que representa la evolución. Este hombre ha caído en un problema que no puede resolver intelectualmente, yeso es destino. Ha sido golpeado por el hado y sólo puede superar aquello cuando haya recuperado el equilibrio, si todavía hay tiempo…, pero, si santo Tomás fue el autor, entonces murió en mitad del proceso. Los motivos de la muerte y de la resurrección después de la muerte comienzan a aparecer, junto a la idea de la vida eterna. Por ejemplo: «El que esto oiga será inconmovible en la eternidad». Cuando uno resucita, dice la figura, entonces tiene el poder de penetración enel día de la resurrección. «El poder de penetración» es una expresión muy extraña en este texto porque desdela época griega en adelante se dijo que la piedra filosofal tenía la capacidad de penetrar cualquier otro objeto, y eso se vincula con la idea del ritual funerario egipcio y las ideas sobre la vida después de la muerte. En Egipto se pensaba que si alguien no cumplía adecuadamente con el proceso de resurrección, entonces después de la muerte esa persona estaría aprisionada en la cámara mortuoria, mientras que alguien que hubiera pasado por el proceso de convertirse en Osiris y en un ser divino, es decir, que hubiera pasado por todo el ritual de la resurrección, sería capaz, como dicen los textos de los papiros, de aparecer cualquier día con cualquier forma. Eso significaba que los muertos podían abandonar la cámara mortuoria; podían salir dela tumba de la pirámide y pasearse a la luz del día y podían cambiar de forma. Podían aparecer como un cocodrilo y tenderse al sol junto al Nilo, o podían volar tomando la forma de un ibis. Se consideraba que el objetivo supremo de la resurrección era esta capacidad para ser completamente libre de cambiar a cualquier forma y de moverse a través de cualquier cosa de este mundo material, una especie de ser fantasmal que podía atravesar puertas cerradas y manifestarse en cualquier forma que deseara. Éste es el objetivo supremo de la vida después de la muerte, de acuerdo con los papiros de las plegarias egipcias por los muertos, y los alquimistas relacionaron esta idea con su concepto de la piedra filosofal, ese núcleo divino en el hombre que es inmortal y ubicuo, y capaz de penetrar cualquier objeto material. Es una experiencia de algo inmortal que perdura más allá de la muerte física. Ustedes saben que en los informes parapsicológicos también se menciona a veces esto como una cualidad típica del alma de un moribundo. Recuerdo la historia de un hombre a quien sometieron a una operación grave. Se despertó de la anestesia y como se sentía muy bien se levantó y echó a andar por el hospital. Advirtió, sin sorprenderse mucho, que podía atravesar las puertas cerradas, aunque no se lo tomó muy en serio, ni recuperó del todo la conciencia. Siguió caminando hasta salir a la calle y de pronto una voz le dijo: «¡Si quieres volver date prisa, que éste es el último momento!». Presa del pánico, regresó presurosamente al hospital y en ese momento realmente se despertó de la anestesia y oyó que el médico decía:«Por Dios, si estuvo a punto de írsenos». El corazón le había fallado y lo habían hecho reaccionar con un masaje cardíaco, pero subjetivamente él había tenido la vivencia de salir caminando y la experiencia específica de hacerlo a través de las puertas, algo que en forma semi consciente le pareció bastante raro. De modo que ya ven ustedes lo que es el cuerpo sutil en forma parapsicológica, el fantasma de los muertos que ya es capaz de pasar a través de las puertas cerradas. A estos informes hay que tomarlos como vienen, no podemos discutirlos psicológicamente. Podemos creerlos o no; no podemos insistir en cosas así porque son informes de situaciones irrepetibles, pero es probable que de vivencias así haya surgido la idea, generalmente difundida, de que el fantasma de los muertos, el alma sobreviviente, puede atravesar objetos materiales; una creencia que se encuentra en todos los países en donde se cree en fantasmas. A esto se lo consideraba y se lo considera como una prueba del aspecto inmaterial e inmortal de la psique. Si tomamos esto no como una experiencia del proceso de la muerte, sino como la experiencia de un ser viviente, podría ser la influencia del inconsciente sobre el medio circundante; no una influencia intencional, sino que, al estar uno conectado con el Sí mismo, el Sí mismo empieza a tener ciertos efectos sobre otras personas. Tan pronto como uno intenta ejercer una influencia así, ésta suele desaparecer, pero es indudable que puede producirse una influencia no intencional.
Si uno está conectado interiormente con el Sí mismo, entonces puede penetrar en todas las situaciones vitales.
En la medida en que uno no esté atrapado en ellas, pasa a través de ellas; esto significa que hay un núcleo central e íntimo de la personalidad que se mantiene desapegado, de modo que incluso si le suceden las cosas más horribles, la primera reacción de uno no es un pensamiento ni una reacción física, sino más bien un interés en el significado. Es como si una parte de la conciencia alerta de la personalidad permaneciera constantemente concentrada en el carácter significativo de cada acontecimiento de la vida, de modo que uno nunca esté perdido o atrapado inconscientemente en él. El cautiverio psicológico es un factor emocional. Estar atrapado es simplemente estar atrapado en algo emocional o instintivo. Si uno está atrapado en una proyección, un sentimiento de amor o de odio, no puede salir de él, y por eso la gente siempre dice: «Lo siento muchísimo, pero no puedo evitarlo». Eso es una prisión, porque una prisión es cualquier clase de factor psicológico en que uno se sienta atrapado, mientras que, si uno tiene conciencia del Sí mismo y está constantemente alerta a él, ya no está atrapado en nada; hay una parte íntima de la personalidad que permanece libre y ya no puede estar atrapada. El estado de desvalimiento en que uno está atrapado por sus propios procesos interiores se detiene, lo cual equivale a una tremenda estabilización del núcleo más íntimo de la personalidad; eso es algo comparable con la piedra filosofal, que es simbólicamente lo que se forma con la experiencia interior estable.
Pregunta: ¿Relacionaría usted esto con lo que dijo antes sobre la persona sobre analizada que tenía que arrojarse a la corriente con el pez dorado? Porque esa persona también estaba manteniéndose fuera de la experiencia.
M. L. von Franz: Sí, pero si ahora vuelve a nadar conel pez no pensará que es un pez ni se quedará atrapada en la existencia del pez. Uno regresa a la experiencia, a la experiencia ingenua, pero ya no sigue atrapado en ella. Retornar al agua, para usar la metáfora del sueño, significaría entrar completa y espontáneamente en la experiencia mientras que al mismo tiempo algo se mantiene fuera, como si una segunda parte de la personalidad estuviera observando la experiencia. Si nos valemos de términos orientales, se podría decir que uno sigue viviendo espontáneamente, pero una parte de uno está todo el tiempo pendiente del Tao.  No está atrapado por lo que sucede, pero está orientado hacia el Tao, y si puede desapegarse hasta ese punto de la vida, ha alcanzado la inmortalidad; eso es algo que ni siquiera la muerte puede alterar, porquela muerte se convierte en un hecho aleatorio que no afecta al nucleus de la personalidad, de modo que, al menos subjetivamente, es una vivencia de ser inmortal.
Pregunta: Arrojarse al agua es como arrojarse conscientemente dentro del inconsciente, ¿verdad?
M. L. von Franz: No, no siempre; en ese caso yo diría que significaba arrojarse conscientemente en alguna experiencia, en una experiencia vital. Con un introvertido sería así. En este caso no era saltar dentro del inconsciente —eso ya lo había hecho hace algún tiempo—, sino dentro de la vida, empezar a vivir de nuevo sin estar siempre pensando «Esto es mi anima» y cosas por el estilo.
Comentario: Se referiría al río de la vida.
M. L. von Franz: Sí, a meterse en el río de la vida.
Pregunta: ¿Pero la espontaneidad no es incompatible con la conciencia?
M. L. Von Franz: No, ésa es la paradoja que hay que alcanzar: la espontaneidad consciente. Es ser espontáneo, pero con un ligero retardo. La conciencia se convierte en algo así como una espontaneidad retardada. En términos prácticos, supongamos que está usted en una situación en que se enoja y quiere dejar salir su enojo porque es lo que siente espontáneamente, y nova a dejar de ser espontáneo. Sin embargo, no es lo mismo que montar en cólera, porque entonces la cólera se adueña de usted. Así, más bien usted la tiene en sus manos. Se detiene a considerarla un minuto, a decirle que sí o que no, evaluando el momento, y entonces la deja salir. Entonces se da la paradoja de la espontaneidad consciente. El otro puede acusarlo de que está montando un número, diciéndole que en realidad usted no estaba enojado; pero su enojo era sincero, sólo que la conciencia lo tenía absolutamente en sus manos y de esa manera estaba conscientemente activa. Es una parado ja porque es conscientemente activa y, aun así, espontánea. Eso es lo que yo llamaría espontaneidad consciente, una espontaneidad completa en la que sin embargo uno sabe siempre lo que está haciendo.
Comentario: El agua era transparente en el sueño, de modo que no podía ser el inconsciente.
M. L. von Franz: Así es, en el caso de este hombre el agua no era inconsciencia, significaba la vida. El era un introvertido y se había sobre analizado tanto que ya no vivía y tenía que aprender simplemente a dejarse ir y vivir a pesar de todo lo que sabía. Por ejemplo, en su profesión tenía un jefe terrible, un oficial militar brutal a quien le gustaba gritar a la gente si no le entregaba puntualmente el trabajo. Los trataba como a perros, lo que naturalmente tenía un efecto castrador sobre otros hombres. El sentimiento espontáneo de mi analizando era devolver los golpes, pero eso era una cosa que no podía hacer. Siempre decía que para él su jefe debía ser una figura de la sombra, siempre estaba analizando su agresión. De manera que arrojarse al agua significaba, entre otras cosas, simplemente ser agresivo, pero calcular bien el momento, porque podría haber golpeado a aquel hombre dejándolo inconsciente, ¡pero hacerle eso al jefe no sería una buena idea, porque uno depende de él para ganarse la vida! Había que hacerlo de la manera adecuada, de modo que una vez le respondió a su vez gritando y le dijo que no iba a admitir que lo trataran así, se levantó y se fue de la habitación dando un portazo. El resultado fue que el jefe lo invitó a cenar. Le dijo que era un hombre de verdad y se hizo amigo de él. Ése fue el resultado de haberse arrojado por una vez al agua y vivido, en vez de estar siempre analizando su propia agresión y lo terrible que era su sombra agresiva… Pero tenía que hacerlo conscientemente, porque su reacción espontánea e ingenua habría sido saltarle los dientes a aquel hombre, ¡y eso habría sido quizá demasiado!