domingo, 16 de junio de 2013

El regreso de Ulises




El regreso de Ulises
Titus Burckhardt


Toda vía que conduce a una realización espiritual exige del hombre el que se despoje de su yo corriente y habitual a fin de volverse verdaderamente “si mismo”, transformación que va acompañada del sacrificio de aparentes riquezas y vanas pretensiones, es decir, de humillación, y del combate contra las pasiones de que está tejido el “viejo yo”. Por eso se encuentra en la mitología y el folklore de casi todos los pueblos el tema del héroe real que vuelve a su propio reino con la apariencia de un extranjero pobre o incluso, de un juglar o un mendigo, para reconquistar tras varias pruebas la fortuna que le corresponde legítimamente y que un usurpador le había arrebatado.
En vez de un reino que reconquistar o paralelamente a este tema, el mito suele hablar de una mujer maravillosamente bella y que pertenecerá al héroe que sepa liberarla de los obstáculos físicos o mágicos con los que una fuerza adversa la retiene prisionera. En el caso en que esa mujer es ya la esposa del héroe, se encuentra reforzada la idea e que le pertenece de derecho, así como el significado espiritual del mito, según el cual la esposa liberada de las fuerzas hostiles no es otra que el alma del héroe, ilimitada en su fondo, y femenina porque es su complementaria de la naturaleza viril del héroe.[i]
Encontramos todos estos temas mitológicos en la última parte de la Odisea, la que describe el regreso de Ulises a Itaca y a su propia casa, que encuentra invadida por jóvenes pretendientes a la mano de su mujer, que dilapidan su fortuna y le hacen sufrir toda clase de humillaciones hasta el momento en que se da a conocer, no solamente como dueño de la casa, sino como un juez implacable y casi divino.
Es igualmente esta parte de la epopeya la que incluye las alusiones más directas a la esfera espiritual, alusiones que prueban que Homero era consciente del sentido profundo de los mitos que transmitía o adaptaba. Esta aberturas, sin embargo, son raras y están como neutralizadas por una tendencia en cierto modo naturalista, preocupada por mantener medidas muy humanas. ¡Qué contraste con las grandes epopeyas hindúes como Mahabharata, por ejemplo, o incluso con la mitología germánica, en las que precisamente es lo inverosímil, lo desmesurado, lo discontinuo y hasta lo monstruoso, lo que marca la presencia de una realidad trascendente!
Los últimos cantos de la Odisea, por lo demás, forman parte del relato marco, pues Ulises, como huésped de los feacios, cuenta las aventuras vividas desde que dejó Troya, de modo que toda esa peregrinación se presenta retrospectivamente como un largo y doloroso regreso a la patria, impedido varias veces por la insumisión o la locura de sus propios compañeros, pues ellos son los que, durante el sueño de Ulises, abren lo odres en los que Eolo, dios de los vientos, había encerrado los vientos hostiles confiándolos al cuidado del héroe. Las fuerzas demoníacas imprudentemente liberadas arrojan lejos de su meta la pequeña flota. Son también los mismos compañeros los que matan a los bovinos sagrados del dios del sol, atrayendo de este modo su maldición sobre sí. Ulises se verá obligado a visitar las regiones hiperbóreas y consultar, allí, la sombra de Tiresias antes de proseguir el camino a la patria; no se salva más que él solo, sin sus compañeros; naufragado y desprovisto de toda fortuna, alcanza finalmente la isla de los feacios, que lo acogen generosamente.
Ellos lo transportarán a Itaca y lo dejarán durmiendo en la playa. Así, Ulises alcanza la tan deseada patria sin saberlo; porque cuando despierta, no reconoce primero el país, oculto por brumas, hasta que Atenea, su divina protectora, haga levantar la niebla y le muestre su tierra natal.
En este lugar se sitúa la famosa descripción de la gruta de las ninfas, en la que Ulises, siguiendo el consejo de Atenea, oculta los preciosos regalos que ha recibido de los feacios. Según Porfirio, el discípulo y suceso de Plotino, esa gruta es una imagen del mundo entero, y más adelante veremos en qué se apoya dicha imagen.[ii]
Una cosa es cierta: la visita a la gruta por parte de Ulises señala la entrada del héroe en un espacio sagrado; en adelante, la isla de Itaca no será tan solo la tierra natal del héroe, será como una imagen del centro del mundo.
No obstante, Homero sólo roza esta dimensión, como siempre, cuando habla de realidades espirituales, se expresa por alusión:
“Al cabo del puerto un olivo de larga cabellera,
y cerca de él la gruta amable, oscura,
Consagrada a las ninfas que se llaman náyades.
En su interior hay copas y ánforas
De piedra, donde las abejas conservan la miel;
Allí hay también altos telares de piedra, en los que las ninfas
Tejen telas color de púrpura, maravillosas de ver,
Allí el agua mana sin cesar. Dos son sus puertas:
Una, que desciende al Bóreas, está hecha para los hombres,
La otra, vuelta hacia el sur, posee carácter más divino;
Los hombres no la atraviesan, pues es el camino de los inmortales”. (XIII, ¡03, LL2)
Según Porfirio, la piedra de la que están hechos la caverna y los objetos que en ella se encuentran, representa la substancia o materia plástica de la que el mundo es una coagulación, pues la piedra sólo tiene forma en la medida en que le es impuesta. Lo mismo ocurre con el agua que brota de la roca: también es un símbolo, esta vez, considerado en su pureza y fluidez originales. La caverna es oscura porque contiene el cosmos en potencia en un estado de relativa indiferenciación. Las vestiduras que las ninfas tejen en sus altos telares de piedra, son las vestiduras de la vida misma, y su color púrpura es el de la sangre. En cuanto a las abejas, que ponen su miel en cráteres y ánforas de piedra, son, como las náyades, fuerzas puras al servicio de la vida, pues la mies es una substancia incorruptible. La miel es también la esencia o “quintaesencia” que llena los receptáculos de la “materia”.
La gruta sagrada, como la caverna del mundo, tiene dos puertas, una de las cuales, boreal, es para las almas que descienden de nuevo al devenir, mientras que la otra, meridional, no puede ser atravesada más que por aquellos que, inmortales o inmortalizados, se elevan al mundo de los dioses.[iii] Se trata de las dos puertas solsticiales, ianuae coeli, que son, a decir verdad, dos puertas en el tiempo, e incluso fuera del tiempo, pues corresponden a las dos curvas del ciclo anual, a los dos momentos de detención entre la fase expansiva y la fase contráctil del movimiento solar. Para comprender la alusión de Homero, hay que fijarse en el hecho de que el “lugar” del solsticio de invierno, Capricornio, se sitúa en el hemiciclo meridional de la órbita solar, mientras que el “lugar” del solsticio de verano, Cáncer, se sitúa en el hemiciclo septentrional o boreal.
Porfirio nos recuerda igualmente que el olivo sagrado que se alza cerca de la gruta, es el árbol de Minerva y que sus hojas se dan vuelta en invierno, obedeciendo al ciclo anual del sol. Añadamos que este árbol es aquí imagen del árbol del mundo, cuyo tronco, ramas y hojas representan la totalidad de los seres.[iv]
Hay una cosa que Porfirio no menciona, y es que la gruta sagrada es ante todo un símbolo del corazón. Sin embargo, es en ese contexto donde adquiere todo su significado el gesto de Ulises confiando todos sus tesoros al cuidado de las divinas Náyades: en adelante es como un “pobre en Espíritu”, interiormente rico y exteriormente indigente.[v] Y Atenea le confiere por su magia el aspecto de un pobre anciano.
El hecho de que Ulises es el protegido de Palas Atenea, la diosa de la sabiduría, nos obliga a creer que la astucia, de la que da prueba en cualquier ocasión y que es casi su rasgo más destacado, no desempeñaba en el cosmos espiritual de los griegos de la antigüedad el papel negativo que asumía para un cristiano como Dante, que coloca a Ulises en una de las más terrible regiones del infierno, como mentiroso y embustero por excelencia. Para los griegos, la astucia de Ulises depende de una facultad, de suyo positiva, de disimulación y persuasión; era signo de una inteligencia soberana y casi una magia de la mente, que adivina y penetra el pensamiento de todos. Refirámonos a Porfirio, que analiza la naturaleza espiritual y moral de Ulises de la siguiente manera: “No podía liberarse fácilmente de esta vida sensible, cuando la había cegado (en Polifemo) y se había aplicado a aniquilarla de un solo golpe… Porque aquél que se atreve a hacer semejantes cosas siempre es perseguido por la cólera de las divinidades.[vi] Debe, pues, reconciliárselas, con sacrificios primero, luego con las penas de pobre mendigo y otros actos de perseverancia, ora combatiendo las pasiones, ora actuando con encantamientos y disimulos y pasando, por ello mismo, a través de todas las modalidades para que al fin, despojándose de sus propios andrajos, pueda hacerse dueño de todo”.[vii]
Los habitantes de Itaca creen que Ulises ha muerto; la propia Penélope, esposa siempre fiel, duda de que pueda volver jamás. En realidad, ya ha vuelto, extraño en su propia casa y como muerto en esta vida.
Pidiendo limosna a los pretendientes que abusan de su fortuna, los pone a prueba, y sufre esa prueba él mismo. Antes que él viniese eran relativamente inocentes; ahora se cargan de faltas por sus ultrajes para con el extranjero, mientras que Ulises se justifica en su intensión de exterminarlos.
Según un aspecto más interior de las cosas, los orgullosos pretendientes son las pasiones, que, en el propio corazón del héroe, han tomado posesión de su herencia innata y tratan de arrebatarle su esposa, el fondo puro y fidelísimo de su alma. Sin embargo, despojado de la falsa dignidad de su “yo”, convertido en pobre y extraño a sí mismo, ve esas pasiones tales cuales son, sin ilusiones y decide combatirlas a muerte.
A fin de provocar una ordalía, el propio Ulises sugiere a su mujer que invite a los pretendientes a un concurso de tiro con arco. Se trata de armar el arco sagrado perteneciente al dueño de la casa y lanzar una flecha a través de los agujeros de doce hachas alineadas y plantadas en el suelo.
El concurso se efectúa durante la fiesta de Apolo, pues el arco es el arma de dios solar. Recordemos a este respecto las pruebas análogas que, según la mitología hindú, sufren ciertos avataras de Vishnú como Ramá y Krishna, y hasta el joven Gautama Buddha: el arco que arman es siempre el del dios solar.
Las doce hachas plantadas en el suelo y a través de cuyos agujeros hay que tirar la flecha, representan los doce meses o las doce moradas zodiacales que miden el camino al sol. El hacha es un símbolo eje, como lo indica su nombre germánico (“Axt” en alemán y “ax” en inglés), y el ojo del hacha, que debía de situarse a la cabeza del mango,[viii] corresponde a la puerta “axial” de sol cuando el solsticio. Ahora bien, sólo hay dos solsticios al año, pero cada mes corresponde, en principio, a un ciclo lunar, análogo al ciclo solar y que a su vez implica un paso “axial” que repita, en cierto modo, el solsticio, de donde la serie de doce hachas. Su número, por otra parte, hacía más difícil la prueba.
No sabemos con certeza qué forma tenían las hachas en que pensaba Homero; podían ser hachas de guerra sencillas; también podían tener la forma de las hachas cretenses, con doble hoja. En el caso de esta últimas, su significado a la vez axial y lunar era particularmente evidente, pues las dos hojas de la bipennis se parecen a las fases opuestas de la luna, a la luna creciente y a la menguante, entre las que se sitúa en efecto el eje celeste.
El trayecto de la flecha simboliza, pues, el camino del sol; podría objetarse que dicho camino no es una línea recta, sino un círculo; ahora bien, el camino del son no se sitúa tan sólo en el espacio, sino también en el tiempo, que se compara a una línea recta. Por otro lado, la flecha como tal simboliza el rayo que el dios solar lanza sobre las tinieblas.
El poder del sol es a la vez sonido y luz: cuando sólo Ulises logra armar el arco sagrado y hace vibrar su cuerda “de voz de golondrina”, sus enemigos se estremecen y presienten el terrible fin que le prepara, antes incluso que les haya revelado su verdadera naturaleza, la del héroe protegido por Atenea.
La descripción de la masacre que sigue es horrible hasta tal punto que nos repugnaría si no fuese que Ulises encarna la luz y la justicia, mientras que los pretendientes representan las tinieblas y la injusticia.
Sólo después de haber matado a los pretendientes y purificado la casa de arriba abajo, se da a conocer a su esposa.
Penélope, hemos dicho, representa el alma en su pureza original, esposa fidelísima del espíritu. El hecho de que teja cada día su vestido nupcial y deshaga cada noche el tejido para burlar a sus pretendientes, indica que su naturaleza está emparentada con la substancia universal, principio al mismo tiempo virginal y maternal del cosmos: como ella, la Naturaleza (physis en el helenismo o Maya en el hinduismo) teje y disuelve la manifestación según un ritmo siempre renovado.
La unión tan deseada del héroe con la esposa fiel significa, pues, el retorno a la perfección primordial del estado humano. Esto lo indica claramente Homero y por boca del propio Ulises, como éste menciona los signos por los que su mujer lo reconocerá: nadie salvo él y ella conocían el secreto de su tálamo nupcial, cómo Ulises lo había construido y vuelto inamovible: con su propia mano había construido su cámara nupcial alrededor de un viejo y venerable olivo, cuyo tronco cortó a continuación a la altura de un lecho, tallando en la parte sólidamente enraizada el soporte de la cama hecha de correas trenzadas. El olivo, como en la descripción del antro de las ninfas, es el árbol del mundo; su aceite, que nutre, cura y alimenta las lámparas, es el principio mismo de la vida, teyasa, según la terminología hindú. El tronco del árbol corresponde al eje del mundo, y el lecho tallado en ese tronco se sitúa simbólicamente en el centro del mundo, en el “sitio” en que se unen las oposiciones y los complementarios, como lo activo y lo pasivo, el hombre y la mujer, o el espíritu y el alma. En cuanto a la cámara nupcial construida en torno al árbol, representa la “cámara” del corazón, a través del cual pasa el eje espiritual del mundo y en el cual se lleva a cabo el matrimonio del espíritu y el alma.




[i] Un caso particular es el mito hindú de Ráma y Sità en el que Sità, liberada de los demonios, es raptada por Ramá pese a su infidelidad.
[ii] Cf. Porfirio, de antro ninpharum
[iii] Según la escatología helénica, no hay más alternativa que la de la liberación por divinización o el regreso al devenir; no concibe la estancia permanente de las almas en un paraíso, pues tal estancia sólo es posible al amparo espiritual de un salvador o mediador
[iv] Señalemos que el olivo es un árbol sagrado no sólo para el mundo “pagano”, sino también para el judaísmo y el Islam
[v] En el esoterismo islámico los iniciados se llaman “pobres para con Dios”
[vi] Alusión a la cólera de Poseidón, dios del océano, a cuyo hijo Polifemo había cegado Ulises. Según Porfirio, el océano representa la substancia universal en su aspecto terrible.
[vii] Porfirio, ob.cit
[viii] Algunos interpretan el texto en el sentido de que las hachas estaban desprovistas de mango y plantadas en el sueño por sus hojas, y el agujero por el que debía pasar la flecha era precisamente aquel en que normalmente encajaba el mango. Pero ello significa que la flecha había de tirarse a dos manos desde el suelo, lo que es prácticamente imposible. Hay que creer, pues, que el agujero de que se trata se situaba en el extremo superior del “eje” y servía correctamente para colgar el hacha en la pared.