Introducción a los Conceptos de Transferencia y Contratransferencia
M.L. Paula Durán Hurtado[1]
Resumen
El presente Informe introduce los conceptos de Transferencia y Contratransferencia, fundamentales en la psicología, ya sea para comprender la teoría del psicoanálisis o para su práctica psicoterapéutica (Gayó y Bustos, 2001).
I. Introducción
El presente Informe introduce los conceptos de Transferencia y Contratransferencia, fundamentales en la psicología, ya sea para comprender la teoría del psicoanálisis o para su práctica psicoterapéutica (Gayó y Bustos, 2001).
En opinión de Himiob (1997), los procesos de transferencia y contratransferencia son importantes, porque cuando la familia personal o social no entrega lo necesario para sobrevivir, el aparato instintivo del ser humano no puede desarrollarse y tampoco utilizar el potencial intelectual y afectivo, indispensable para subsistir.
Estas condiciones vuelven su mundo hostil, inseguro, amenazante y peligroso; al individuo, lo vuelven egoísta, centrado en sí mismo y enajenado de la sociedad. Un hombre con estas características centra sus expectativas sociales -de vida mejor- en los políticos y en sus gobiernos; por lo tanto, puede decirse -en términos analíticos- que esos ciudadanos transfieren a sus líderes las vivencias infantiles o sus situaciones no resueltas e, inconscientemente -aunque les temen- esperan de ellos la solución a sus conflictos[2].
Algo análogo sucedería en la relación paciente/terapeuta. Si el individuo carece de la protección materna o paterna inicial, deberá transitar por la “nigredo” alquímica y si ese mismo individuo quiere ser protagonista de su historia, tendrá que hacer el duelo de lo ausente. Sólo así sentará las bases para poder comenzar a formar algo verdaderamente propio: el si mismo, la responsabilidad de “ser” con otros y la necesidad de hacerse cargo de su propia vida. Este paso inicial no puede ser sino muy doloroso. Implica renunciar a lo que nunca se tuvo y renunciar también a la secreta esperanza de que eso ausente podría haber sido adquirido en un futuro; implica asumirse en la propia desnudez y morir a la ilusión de sí mismo. PERO, implica también darse la posibilidad de renacimiento, esta vez, en la verdad de su “ser”…. Y eso sí vale la pena….
Veamos entonces en qué consisten estos procesos y cuáles fueron los aportes de Freud y Jung, según lo que pudimos constatar en la “Introducción al Psicoanálisis” de Freud, “Jung o la Búsqueda de la Identidad” de Stevens, “La Transferencia: Situación Total” de Joseph, “Psicología de la Transferencia” de Jung y “Teoría de Relaciones Objetales y el Psicoanálisis” de Kernberg.
II. Desarrollo
1. ¿Qué es la Transferencia?
Cuando FREUD comienza a analizar las terapias histéricas y neurosis de angustia, va comprobando que al enfermo, no sólo le importa dar solución a los conflictos que le han llevado a consultar, sino que manifiesta un particular interés por la persona de su médico y todo lo que a él le concierne; esto parece ser más relevante incluso que su propia enfermedad. Comprueba que, en general, las relaciones establecidas entre médico paciente son, inicialmente, muy agradables: el enfermo se manifiesta como una persona afable y dócil, esforzado en testimoniar su reconocimiento por las cualidades personales y de carácter del analista (Freud, 1970, 373-380). La relación que se establece entre ambos facilita que este psicoanálisis avance mucho en las primeras sesiones, siempre y cuando el médico sea lo suficientemente modesto para comprender que las alabanzas que el paciente hace respecto de sus cualidades personales y de carácter son parte del contenido del problema que trae al paciente a la consulta. El paciente se demostrará abierto a las indicaciones que le haga el médico y profundizará en las razones y conflictos que le llevaron a consultar, producirá abundantes asociaciones y recuerdos, asombrando –también al médico- por la seguridad y el acierto de sus interpretaciones.
FREUD comprueba que prontamente esta favorable situación cambia y comienzan a surgir algunas dificultades en el tratamiento. El paciente se demuestra como que no le vienen ideas ni asociaciones a su mente; una resistencia que tensiona el momento terapéutico y que, de no conducirse prudentemente, puede hacer fracasar la continuidad del proceso. ¿Qué habría sucedido? La perturbación se habría originado en el profundo e intenso cariño surgido en el paciente hacia su terapeuta; sentimiento que no parece justificado por la actitud del médico y tampoco por las relaciones establecidas entre ambos durante el tiempo que va de tratamiento. El amor del paciente hacia su médico es una situación que FREUD ve manifestarse sistemáticamente; comprobando su presencia incluso en situaciones que serían objetivamente desfavorables. Ante esta evidencia, no le queda más que reconocer que se trata de un suceso que se presenta en la naturaleza misma del proceso terapéutico. A este fenómeno es el que se denomina Transferencia (T). Se trataría de una T de sentimientos del paciente hacia el médico; no creado ni generado producto del tratamiento, sino existente en el enfermo pero en estado latente, activado en el tratamiento y actualizado en la persona del médico; es también un proceso inconsciente, en el cual el paciente atribuye al analista sentimientos, ideas y actitudes que, en realidad, pertenecieron a personas significativas de su pasado (la llamada relación de T)[3].
FREUD dice que la T puede manifestarse como una intensa exigencia amorosa o en formas más mitigadas; se presenta desde el principio del tratamiento y constituye, durante un tiempo, el más firme apoyo a la labor terapéutica. Los sentimientos amorosos derivados de la T pueden adquirir tal intensidad y manifestar tan claramente su origen sexual que lleguen a provocar una resistencia interna. Sin embargo, también puede tratarse de sentimientos hostiles que surgen con posterioridad a los amorosos; éstos también son T, porque la situación del tratamiento no es razón suficiente para su formación (Freud, 1970).
En su opinión, la forma de vencer la T es mostrándole al paciente que sus sentimientos no son producto de la situación del momento ni están referidos realmente a la persona del médico, sino que reproducen una situación anterior de su vida. (Freud, 1970, 373-380) De este modo, se le fuerza a remontar, desde esta reproducción, al recuerdo de los sucesos originales y la T proporciona un fácil acceso a los más íntimos sectores de la vida psíquica.
FREUD dice que, lo crucial en la psicoterapia es la actitud del enfermo con respecto al médico. Si la T es positiva, revestirá al médico de una gran autoridad y considerará sus indicaciones y opiniones como dogmas de fe. Por el contrario, aquellos enfermos cuya T es negativa, no prestan al médico la menor atención. La fe reproduce aquí la historia misma de su génesis: “los argumentos que no tienen por corolario el hecho de manar de personas amadas, no ejercen ni han ejercido jamás la menor influencia en la vida de la mayor parte de los seres humanos… […]… De este modo resulta que el hombre no es, en general, accesible por su lado intelectual, sino en proporción a su capacidad de revestimiento libidinoso de objetos. Por esta razón, se puede afirmar que, el grado de influencia que la más acertada técnica analítica puede ejercer sobre él, depende por completo de la medida de su narcisismo. Estos enfermos rechazan la intervención del médico pero no con hostilidad sino con indiferencia, razón por la cual no son accesibles a su influjo”. (Freud, 1970, 373-380)
¿Qué pensaba JUNG al respecto? Stevens (1994, 263) señala que inicialmente JUNG consideraba que la Transferencia (T) era “el alfa y omega del método analítico”; pero, años más tarde, luego de su ruptura con FREUD, consideró que la T –tal como FREUD la concebía- sólo tenía una importancia relativa. Se daba con algunos pacientes y, cuando no se daba, el resultado del análisis no se veía especialmente afectado.
JUNG pensaba que la técnica de FREUD -sentarse detrás del paciente, quedarse fuera de su campo de visión, permaneciendo relativamente silencioso- tenía más probabilidades de provocar proyecciones, porque el analista seguía siendo un enigma.[4] Stevens (1994, 263) relata que JUNG se sentaba cara a cara con su paciente y participaba plenamente en la relación analítica como persona real, lo cual significaba que los fenómenos de T eran menos evidentes. Sin embargo, cuando la T era poderosa, se convertía en parte importante del análisis. JUNG creía que FREUD y ADLER habían simplificado en demasía las implicancias de la situación, FREUD considerando la T como erótica y neurótica y ADLER viendo en ella una expresión de deseos de poder que en realidad eran una compensación de sentimientos de inferioridad. JUNG no negaba que esto fuera importante, pero estaba seguro de que la verdad era mucho más compleja: "la T está lejos de constituir un fenómeno unívoco, y nunca se puede decidir de antemano lo que ha de significar” (Jung, 1972, 37)
Según JUNG, la relación analítica podía hacer surgir arquetipos que, al proyectarse en la persona del analista, podían otorgar a éste un gran poder terapéutico (o destructivo). Figuras arquetípicas como el mago o el chamán, el hechicero y el viejo sabio eran las que se proyectaban con mayor frecuencia en la persona del analista. Por otra parte, el analista podía recibir la proyección de anticipaciones arquetípicas no realizadas anteriormente; por ejemplo, el padre fuerte que el paciente no tuvo en su infancia (Stevens, 1994, 263)
La T se complicaba –según JUNG- debido a que la actividad inconsciente del paciente causaba una actividad recíproca en el inconsciente del analista, transformando el vínculo de ambos en una relación que iba más allá de la relación convencional médico paciente. Stevens (1994, 264) señala que JUNG conocía los peligros que esta forma de relación conllevaba y decía que, teniendo conciencia de la “ecuación” y sometiéndose a análisis didáctico, éstos se reducían al mínimo. De hecho, JUNG pensaba que “el médico y el paciente se encontraban en una relación fundada en un estado inconsciente común” (Jung, 1972, 38) y que el médico peligraba de contagiarse con la enfermedad psíquica del paciente, en cuyo caso el contenido de la T era la enfermedad misma del paciente. El estado inconsciente común hacía que ambos involucrados participasen de una conjunctio, de forma que –al igual que en el proceso alquímico- ambos protagonistas se veían modificados. (Jung, 1972, 33)
El diagrama que se presenta a continuación representa la forma en que se da la relación analítica en la que, según JUNG, se relacionan no sólo las dos personas en su nivel conciente, sino en sus niveles inconscientes y también en sus aspectos conciente/inconsciente, haciendo participar contenidos del colectivo, como lo son el anima y el animus femenino y masculino, respectivamente.
La figura transferencial se representa como sigue –cuando el analista es hombre y el paciente, mujer- (las flechas representan la atracción de lo masculino hacia lo femenino y de lo femenino hacia lo masculino):
En la relación analítica propuesta por JUNG, el analista, no sólo se analiza sino que, se sitúa dentro de la relación, con el paciente y salido del anonimato –que proponía FREUD-, explicado, de la misma forma que él espera de su paciente. (Stevens, 1994, 265) JUNG pensaba que esta forma de relacionarse era clave en la “obra”, ya que para tener éxito era indispensable que la relación fuese afectiva.
Valga recordar que, en la Alquimia –que inspiraba a JUNG- la conjunctio se simboliza por la unión del rey y la reina y también por la del Sol y la Luna –la conciencia o el día y el inconsciente o la noche, respectivamente-. Ahora bien, el conocimiento de lo inconsciente no se realiza en forma directa, sino que se produce por reflejo, al proyectarse en el otro. Y para que ello se produzca, con ése otro debe tenerse un vínculo emocional. Stevens dice que “esto se asocia a una sensación subjetiva de integridad o realización” (1994, 266), ya que la integración del alma sólo puede producirse en relación, asociada a un “tú”. Así, la vivencia subjetiva que tiene uno del otro es casi más importante que la vivencia objetiva de estos dos opuestos, ya que forman el vínculo y aseguran que éste posee una carga poderosa de sentimiento y libido.
El progreso del análisis sólo comienza cuando se hace conciente lo inconsciente y eso implica el rechazo de la identificación que emana de la proyección del anima o el animus de uno y otro. Este rechazo es también un rechazo hacia lo que uno no es, lo cual permite ir reconociendo e integrando lo que es propio, haciendo el proceso de individuación. De esta forma, “el tratamiento médico de la transferencia es una ocasión singular e inapreciable para retraer las proyecciones y compensar las pérdidas sustanciales e integrar la personalidad” (Jung, 1972, 82); sin embargo, si el sentimiento no está presente, no habrá crecimiento ni transformación reales (Jung, 1972, 147). Mediante el afecto -o la oposición- el paciente ha de quedar ligado, de ahí que la empatía[5] deba forzosamente estar presente. JUNG hace hincapié en que no la percibe como un mero transferir fantasías erótico/infantiles, sino que también ve en ella un proceso de adaptación[6].
FREUD y JUNG tienen diferencias en las formas cómo conciben cada uno el proceso de T. “Jung añade a la concepción Freudiana de la T su contenido arquetípico…[…]…No se trata de un intento de repetir en el presente las fantasías incestuosas infantiles del pasado, correspondiente a la movilización de complejos, sino de acceder por la vía simbólica a la experiencia del sí mismo, del hombre total en el que los opuestos psíquicos conviven, una complexio oppositorum” (Jung, 1972, 19) La experiencia clínica le permitió a JUNG darse cuenta que la relación entre paciente y analista era de “combinación” y cuando dos cuerpos se “combinan” en el campo terapéutico tanto el paciente como el terapeuta quedan involucrados (Jung, 1972, 33) y en ambos protagonistas se va operando una suerte de transformación. Esto implica, necesariamente, que el campo terapéutico debe ser fluido y no rígido; y es el analista quien intenta escuchar y decir algo en un mismo plano existencial que su paciente.
De este planteamiento se deriva lógicamente la aparición de lo que se denomina CT –considerada como positiva por la psicología analítica- (Costa, 2008). La doctrina Freudiana consideraba, por el contrario, que la CT era un obstáculo, una especie de resistencia proveniente del mismo analista; por tanto, negativa. FREUD pensaba que este proceso debía ser dominado por el terapeuta; sin embargo, hoy en día –como ya lo hemos dicho- se estima que es una valiosa herramienta para comprender los procesos transferenciales del paciente.
2. ¿Qué es la Contratransferencia?
2.a) La contratransferencia (CT) es el conjunto de actitudes, sentimientos y pensamientos que experimenta el terapeuta en relación con el paciente (Florenzano, 1984). La mutua influencia entre el psicoanalista y su paciente les hace participar a ambos de -y en- un proceso dinámico y permanente, en el que será posible la aparición de ideas o pensamientos -en el terapeuta- relacionados con su “escucha”; una intuición fenomenológica que pudiese conducir a una mejor comprensión clínica (Costa, 2008).
KERNBERG (1992, 57) distingue, para el concepto, dos enfoques. Uno, clásico, que define la CT como “la reacción inconsciente del analista ante la T del paciente”, para quienes FREUD recomienda resolver su CT, porque se originarían en sus conflictos neuróticos. Dos, totalístico, que define la CT como “la totalidad de la respuesta emocional del analista ante el paciente en la situación terapéutica”; las reacciones –concientes e inconscientes- del terapeuta representan reacciones a la realidad del paciente y a su T, así como a las necesidades derivadas de la realidad del propio analista y de sus conflictos neuróticos. El enfoque totalístico estima que las reacciones emocionales del analista están íntimamente fusionadas y, si bien debe solucionar la CT, ésta es útil para profundizar la comprensión acerca del paciente. Son representantes del enfoque clásico, REICH, GLOVER, FLIESS y GITELSON; del totalístico, COHEN, FROMM-REICHMANN, HEIMANN, RACKER, WEIGERT, WINNICOTT y THOMPSON. (Kernberg, 1992)
Los “clásicos” critican que los “totalísticos” amplían tanto el concepto -al incluir todos los fenómenos emocionales que ocurren en el terapeuta- que se confunde el sentido y se pierde el significado del término. Indican que la importancia que se da a las reacciones emocionales del analista favorece su falta de neutralidad -que idealmente debiera tener- y permite que su personalidad pueda asumir una participación excesiva.
A su vez, los “totalísticos”, critican de los “clásicos” la excesiva restricción del término que, finalmente, hace disminuir su importancia al sugerir que la CT es básicamente “mala”, limitando la comprensión del analista por su paciente. La comunicación no verbal en una relación, entrega mucha información –la cual se favorece por la mutua influencia de la T, la realidad del paciente y la realidad presente y pasada del analista- y ésta, tiende a perderse, al eliminarse las reacciones emocionales del analista y sus orígenes. Por otra parte, habría un número importante de pacientes que hacen T intensa y prematura, provocando en el terapeuta reacciones CT que, a veces, revelan la esencia más significativa de las caóticas manifestaciones del paciente (Kernberg, 1992, 58)
WINNICOTT, citado por KERNBERG (1992, 57-70), habla de una CT objetiva, refiriéndose a las “naturales reacciones del analista ante manifestaciones extremas de la conducta del paciente hacia él”. RACKER llamará CT indirecta a la respuesta emocional del terapeuta ante terceros que de una u otra manera tienen cierta influencia sobre el tratamiento. GITELSON coincide en que todos los aspectos de la realidad participan en reacciones transferenciales; pero son respuestas transferenciales las reacciones “totales” del analista ante la personalidad del paciente que tienden a manifestarse al inicio del tratamiento y pueden descalificarlo para continuar su trabajo con ese particular paciente. COHEN y HEIMANN coinciden en que las reacciones totales ante la personalidad del paciente persisten durante todo el curso del análisis y no se limitan al período inicial, por lo cual difícilmente pueden ser diferenciadas de lo que GITELSON denomina reacciones transferenciales. THOMPSON destaca las dificultades que se presentan al intentar trazar un límite entre la reacción normal del analista ante el paciente y las reacciones derivadas de sus propios problemas. (Kernberg, 1992, 57-70)
El enfoque totalístico de la CT concibe la situación analítica como un proceso de interacción en el cual el pasado y el presente de los dos participantes, así como sus mutuas reacciones ante su pasado y su presente, se fusionan en una única posición emocional que los abarca a ambos. (Kernberg, 1992, 59)
MENNINGER dice que las manifestaciones de la CT pueden ser concientes, no obstante lo cual las condiciones intrapsíquicas que motivaron su aparición pueden ser inconscientes. Que, si bien el analista puede no descubrir las raíces pasadas de una determinada posición contratransferencial, tiene la posibilidad de reconocer, no sólo la intensidad y el significado de su respuesta afectiva, sino además la proporción en que ésta estuvo determinada por aspectos de la realidad propia y del paciente, lo cual le permite precisar la intervención de su propio pasado. (Kernberg, 1992, 60)
REICH –citado por el mismo Kernberg- discrimina entre reacciones CT permanentes y agudas. Son permanentes aquellas que surgen como resultado de un desorden caracterológico del analista; y agudas, aquellas que son consecuencia de diferentes manifestaciones transferenciales del paciente. Las primeras son más serias y pueden resolverse profundizando el análisis del propio analista (aunque igualmente surgen de la interacción con ese paciente específico). Mediante el funcionamiento del mecanismo de regresión empática en el analista, ciertos conflictos del paciente pueden reactivar conflictos similares del pasado del analista, así como antiguas defensas caracterológicas que éste ya había abandonado. (Kernberg, 1992, 62)
KERNBERG (1992) dice que cuando el analista trata pacientes fronterizos o muy regresivos, tiende a experimentar –tempranamente- fuertes reacciones emocionales vinculadas con la prematura, intensa y caótica T del paciente y con su propia capacidad para soportar la ansiedad y la tensión psicológica, más que con cualquier problema específico de su pasado. Estas reacciones las presentaría cualquier analista sometido a la misma tensión y corresponde a respuestas transferenciales. LITTLE indica que con pacientes psicóticos, la CT es quizás el único medio en que se puede basar el tratamiento, contando probablemente, como mecanismo subyacente, con la identificación con el ello del paciente.
La CT se transforma en un importante instrumento diagnóstico, que informa acerca del grado de regresión del paciente, de la actitud emocional de éste respecto del terapeuta y de las modificaciones de esta actitud. Cuanto más intensa y precoz es la respuesta emocional del analista ante el paciente, mayor es el peligro que representa para su neutralidad, y cuanto más fluctuante, caótica y rápidamente cambiante es aquella reacción, más motivos hay para pensar que le terapeuta está en presencia de un paciente gravemente regresivo. En el tratamiento de pacientes que sufren neurosis sintomáticas o desórdenes caracterológicos no demasiado graves, estas intensas reacciones emocionales se manifiestan en el terapeuta sólo de manera temporal, después de haber ido estructurándose durante un cierto tiempo –en general después del período inicial- sin llegar a constituir mayores riesgos para su estabilidad y su neutralidad. (Kernberg, 1992, 61-62)
2.b) Regresión e Identificación en la Contratransferencia
FLIESS dice que la actitud básica del analista es la empatía, que a su vez depende de una “transitoria identificación tentativa” con el paciente. SPITZ cree que ese proceso es una forma de regresión al servicio del yo; regresión que da lugar a que en el analista se manifieste la contraidentificación –definida por FLIESS como la identificación excesiva y más permanente con el paciente y caracterizada por una duplicación en el analista de determinada identificación esencial del paciente-, un serio obstáculo a la tarea del analista. REICH indica que justamente la CT es el resultado del fracaso de la identificación tentativa transitoria y de la aparición de la contraidentificación (Kernberg, 1992, 62).
La temprana identidad yoica -definida por ERICKSON, vinculada con los conceptos de identificación de FLEISS- consiste en un precipitado de identificaciones en el que participan relaciones objetales muy precoces. KERNBERG (1992, 62) cree que “el peligro de encasillarse en una identificación esencial tiene que ver con el hecho de que en ella participa una temprana identidad yoica reprimida o disociada, que contiene experiencias interpersonales dolorosas o traumáticas que el yo no logró integrar en el momento en que se produjeron… [las identificaciones]. Esta precoz identidad yoica disociada contiene además derivados de impulsos agresivos pregenitales; por lo que las identificaciones que incluye son de carácter marcadamente hostil… […] En la mencionada identidad yoica participan también defensas arcaicas del yo, entre las cuales […] es de especial interés el mecanismo de identificación proyectiva[7], tal como fue descrito por KLEIN, HEIMANN y ROSENFELD“ (Kernberg, 1992, 68-69).
Cuando en el proceso de T se manifiestan relaciones objetales conflictivas de muy temprano origen, el terapeuta, al tratar de preservar su contacto emocional con el paciente, puede verse envuelto en un proceso de regresión empática. En tal caso, los peligros podrían ser: a) reaparición de ansiedad vinculada con tempranos impulsos –agresivos- dirigidos al paciente; b) pérdida de los límites yoicos en la interacción con el paciente; c) tentación de controlarlo, producto de su identificación con algo del pasado del analista. La forma cómo el médico puede barajar esta situación es apelando a su experiencia emocional –que le informará del tipo de fantasías y temores que asocia el paciente-, o bien, transmitiendo seguridad emocional –al reconocer sus propios impulsos agresivos sin sentirse amenazado por ellos-. El analista puede funcionar en forma madura y mantener la pérdida de límites yoicos restringida al área de interacción con su paciente, si fortalece las otras áreas del yo. Pero, si el terapeuta no logra superar el impasse, queda “fijado” a una posición contratransferencial y podrá tener una conducta suspicaz y fantaseosa frente a ése determinado paciente, o bien, repetición de su conducta frente a otros estímulos provenientes de diferentes pacientes. En cualquier caso, el problema se produce porque el proceso de elaboración -que se cumple dentro del yo del analista- ha fracasaso porque, en el contexto de la relación terapéutica, el paciente logró destruirle su identidad yoica más estable y madura y éste, sin control sobre su yo, reprodujo la posición emocional de su paciente.” (Kernberg, 1992, 65) Estos peligros avalan la necesidad de establecer estructuras en la relación terapéutica, que podrán ser –entre otras- actitudes, conductas o formalidades específicas que el médico debe exigir del paciente.
RACKER (1990) dice que el analista fluctúa entre dos tipos de identificaciones en las reacciones contratransferenciales. La identificación concordante es la identificación del analista con el sector correspondiente del aparato psíquico del paciente –el yo con el yo, el superyó con el superyó- Esta identificación le permite experimentar en sí mismo la principal emoción que el paciente siente en ese momento. La identificación complementaria se refiere a la identificación del analista con los objetos transferenciales del paciente. En este caso, experimenta la emoción que el paciente atribuye a su objeto transferencial, en tanto que el propio paciente experimenta la emoción que vivió en el pasado, en su interacción con esa particular imagen parental. En este caso, el analista puede promover cambios esenciales en la estructura yoica del paciente, dada la experiencia correctiva implícita en la situación analítica; pero, si dicha instancia permite la repetición traumática de experiencia de frustración de la infancia del paciente y el analista no logra salir de su atadura contratransferencial, se restablece el círculo vicioso de la interacción entre el paciente y la imagen parental, con la cual aquél está identificado. (Kernberg, 1992, 66)
III. Conclusiones
La transferencia es un fenómeno universal que se da constantemente con las personas con quienes uno se relaciona. Consiste en “el desplazamiento de emociones y conductas que originalmente se experimentan en relación a personas significativas de la infancia” (Gayó y Bustos, 2001).
Desde el punto de vista Kleiniano, esto se explica porque los seres humanos tienen necesidad de contactarse y, siendo la primera relación la establecida con la madre, los fenómenos transferenciales reviven este tipo de relación objetal primaria. Cuando esta experiencia se da al interior de una terapia, estamos hablando de “todos los impulsos que experimenta el paciente en relación con el psicoanalista, que no son creación nueva de la situación analítica objetiva, sino que se originan en relaciones primitivas con los objetos y ahora simplemente se reviven por la influencia de la compulsión iterativas.” (Anna Freud en Menninger y Holzman, 1973); o bien, “los papeles o identidades irrealistas que el paciente atribuye inconscientemente al psicoanalista en la regresión del tratamiento psicoanalítico, y las reacciones del paciente a las representaciones, que por lo general, derivan de experiencias anteriores” (Menninger y Holzman, 1973, 116). Se trata, en definitiva, de sentimientos hacia una persona a quien no le corresponden porque en realidad se aplican a otra.
Se logra comprender la T al comprender la forma en que los pacientes depositan variados sentimientos en los terapeutas e intentan atraerlos hacia sus sistemas defensivos y al entender cómo transmiten diversos aspectos del mundo interior, que empezaron a construir en la infancia y que elaboraron en la niñez y en la adultez; los terapeutas logran asir estas experiencias de sus pacientes a través de los sentimientos que estas mismas experiencias despiertan en ellos; es decir, a través de la CT. (Joseph, 1985)
Hoy en día, al igual que la T -que se consideraba un obstáculo- la CT –los sentimientos que se despiertan en el analista- se consideran una herramienta esencial del proceso analítico.[8]
IV. Referencias Bibliográficas
* Costa, Néstor E. (2008) Transferencia y Contratransferencia en la Obra de CG Jung. http://www.ceoniric.cl/ spanol/send_jung_col/transferencia…y%20…contra.htm
* Fenichel, O. (1974) Teoría Psicoanalítica de las Neurosis. Buenos Aires: Paidós.
* Florenzano, R. (1984). Psicoterapias Dinámicas. Santiago: Editorial Universitaria.
* Freud, S. (1970). Introducción al Psicoanálisis. Teoría sexual pg. 373-380. Obras Completas tomo II
* Gayó, Rosa y Bustos, Claudio (marzo 2001) “Ensayo: Transferencia y Conrtratransferencia”
* Himiob,G.(1997)Transferencia y Contratransferencia http://www.analitica.com/ archivo/vam1997.10/
* Joseph, B. (1985) La Transferencia: Situación Total. Int. J.Psycho-Anal. 66, 1-7
* Jung, CG (1981) Recuerdos, Sueños y Pensamientos.
* Jung, CG (1972) La Psicología de la Transferencia, pág. 23 Barcelona: Paidós
* Kernberg, Otto F., (1928/1992) La Teoría de las Relaciones Objetales y el Psicoanálisis, México: Paidós
* Menninger, K. y Holzman, P. (1973). Teoría de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Psique.
* Racker, H. (1990). Estudios sobre técnica Psicoanalítica. Buenos Aires Paidós.
* Stevens, A. (1994) Jung o la búsqueda de Identidad. Madrid: Ed. Debate
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[1] Profesora de Filosofía, Licenciada en Educación, Magíster en Administración Educacional, Magíster Psicología Clínica Junguiana 2006-2007 ©
[2] Si esta aseveración es correcta, uno podrá deducir que en los países con menor desarrollo, sus ciudadanos son más desamparados y tendrían menos herramientas entregadas por sus padres en la primera infancia; por lo tanto, requerirían gobiernos liderados por personalidades paternalistas y sistemas estatales que les permita mantener la dependencia.
[3] La relación de transferencia debe distinguirse de la relación analítica o alianza terapéutica que se refiere a la relación total entre el analista y el paciente como personas reales.
[4] En una terapia psicoanalítica, la transferencia es especialmente intensa, porque el rol neutral del terapeuta facilita que el paciente proyecte sobre él sus rechazos –padres introyectados- lo cual lo enfrenta a la paradojal situación de amar y necesitar lo mismo que rechaza. (Racker, 1990)
[5] “Empatía es lo que Lipps entendía como la vivencia a través de la cual el sujeto alcanza el conocimiento de los estados psíquicos ajenos, perteneciendo este fenómeno a un nivel puramente afectivo. No debe ser extraño entonces que la empatía n os permita acercarnos a la transferencia a partir de una lectura simbólica, dado que una “vivencia” es un procesamiento absolutamente personal de afectos proyectados sobre el terapeuta y que si bien a veces pueden ser infantiles, en otras oportunidades, alumbran imágenes y contenidos inconscientes arcaicos primitivos” (Costa, 2008)
[6] Jung no era ajeno a las consecuencias que los efectos transferenciales podrían producir, por eso llegó a decir que prefería que a veces la misma pasara desapercibida, sin por ello dejar de reconocer como lo hiciera en su autobiografía (Jung, 1981) que era una de las cuestiones en la que concordaba con Freud. Y si bien reconocía su importancia, también supo decirnos que la misma era también relativa y que cabía compararla con aquellos medicamentos que en unos actúan como remedio y en otros como un veneno (Jung, 1972, 23)
[7] Kernberg hace hincapié en que la identificación proyectiva difiere de la proyección, ya que el impulso proyectado en un objeto externo no aparece como algo ajeno y distante del yo, ya que al persistir la conexión del sí mismo con el impulso proyectado, aquél empatiza con el objeto…. Este mecanismo produce un desvanecimiento de los límites entre el sí mismo y el objeto –pérdida de los límites yoicos- ya que parte del impulso proyectado sigue estando presente dentro del yo, causando una caótica fusión entre el sí mismo y el objeto. (1992, 63).
[8] Gayó y Bustos llegan a decir que, actualmente, todo lo que surge en la relación paciente/terapeuta debe ser analizado como contenido del proceso de transferencia, ya sean formas de defensa, modos de comunicación, cosmovisión o la forma cómo ésta es percibida por el terapeuta en la contratransferencia. (2001)