(http://homepage.mac.com/eeskenazi/gieg_sombra_anima.html)
____________________________________________________________La integración de la Sombra y el surgimiento de la Psicología
En sus lecturas de Eranos de 1934, Jung afirma, “Si el llegar a términos con la sombra es la “obra del aprendiz” entonces esto mismo con el ánima es la “pieza maestra”” (CW 9i § 61, trad. modificada). Y otra vez, en una corta carta escrita en 1959, escribe, “Reconocer la sombra es lo que yo llamo la obra del aprendiz, pero habérselas con el ánima es la pieza maestra, que no muchos pueden llevar a cabo” (1).
La “obra del aprendiz”, Gesellenstück, es la expresión relacionada con una pieza de artesanía realizada por un aprendiz para cualificar para oficial y maestro. Si Jung utiliza las metáforas de aprendiz, oficial y maestro, podemos preguntar de qué trata el aprendizaje que Jung tiene en mente. Yo afirmo que es psicología -no sólo como disciplina académica, sino también como un modo de vida, un modo de ser-en-el-mundo. En este sentido, la psicoterapia es más que y diferente de un intento de liberar a la gente de sus desórdenes psicológicos. La psicoterapia sería, en último análisis, el aprendizaje del paciente de un oficio, de una habilidad: es la habilidad de vivir y percibir psicológicamente. Y la eliminación o mejora de los síntomas sería simplemente un efecto colateral del progreso en este oficio.
Obtener un conocimiento real de la sombra es lo que señala que el aprendizaje en psicología se ha completado. Si este es el significado de la afirmación de Jung, no debemos leerla dogmáticamente, como si no hubiera otros caminos de entrada a la psicología más que el de la sombra. Más que usar la afirmación de Jung para establecer un dogma sobre un detalle específico dentro de la psicología (el proceso terapéutico en la consulta que tiene siempre dos fases literales, primero la sombra y luego el ánima), me gustaría hacer regresar la afirmación de Jung atrás hacia si misma, para que pueda revelarnos las verdaderas nociones de sombra, ánima y psicología implicadas y ayudarnos así a mejorar y hacer más compleja nuestra comprensión de estas nociones. Más que leer la afirmación de Jung como un trozo de información sobre determinados hechos intrapsicológicos, podemos aproximarnos a ella con una pregunta acerca de qué concepto subyacente de psicología quiere hacer emerger.
A menudo Jung se refería al proceso de llegar a conocer la sombra bajo la etiqueta de “integración de la sombra”. Si la tarea completa de integrar la sombra ha de contemplarse como un aprendizaje y si el reino del anima, y por tanto del alma, empieza justo después, las implicaciones resultarían impactantes. Significaría que con el trabajo con la sombra, que toma tanto tiempo en la mayoría de análisis, aún no estamos plenamente en la psicología, sino en una especie de fase preparatoria, en una propedéutica psicológica. En vez de ser un tema o un contenido de la psicología, como un campo determinado, algo que se encuentra cuando aplicamos la psicología para tratar gente, la sombra y su integración quedan afuera, en frente de la psicología. Constituyen la frontera, el umbral que te conduce hasta ella y quizás hacia su interior.
Esto da un giro a lo que he dicho antes sobre el aprendizaje del paciente en el oficio de vivir psicológicamente. Mientras lo consideremos de este modo -el paciente es el que tiene que aprender este oficio- estaríamos inclinados a pensar que es el terapeuta el que ejerce de entrenador. Pero sugiero que es la misma sombra la que es el psicopompo. Los aspectos oscuros, aquello que odiamos como incompatible con nuestra ego-personalidad, aquello que tememos como una amenaza a nuestra auto-imagen y a nuestra paz mental, ésto es lo que nos enseña, tanto al paciente como al terapeuta, para devenir psicológicos.
Y podemos ir un paso más allá. Si el profesional, el analista, no es el maestro que enseña al paciente como aprendiz, sino que el maestro real es la sombra, entonces quizás, por la misma lógica, los aprendices reales no son tampoco ni el paciente ni el analista, como personas, sino la propia psicología. Es la psicología la que está “en aprendizaje” por medio del trabajo de la sombra, y las personas son solamente el lugar en el que tiene lugar este entrenamiento de la psicología por la psicología misma, y las personas se beneficiarían de ello (si esto llega a ocurrir en ellos) en sus propias vidas.
La psicología simplemente no está allí, aún no ha llegado del todo, está todavía realizándose, aún en el camino hacia ella misma. Hacer alma es esencialmente hacer psicología. No está, como cree el inflado ego, preocupada con nuestro crecimiento personal, interesada en nosotros. El ego contemporáneo considera el trabajo de alma de un modo completamente personal -narcisísticamente, si no paranoicamente (2), identificándose a sí mismo con el objetivo y el propósito de “el alma” y su opus.
Preliminares: Psicología como contenido versus Psicología como forma de conciencia
Debemos distinguir tres significados de “psicología”: primero, psicología en el sentido substancial como contenidos específicos (ideas sobre la psique); segundo, psicología como un estilo, por ej., como el modo de una respuesta al mundo llena de alma de acuerdo con la eterna actividad mitologizante de la psique y su vida imaginal; y tercero, psicología como un estatus lógico o un nivel de consciencia total.
En su sentido substancial, como un cuerpo de ideas explícitas acerca del alma, sus trabajos, su naturaleza, su pre-existencia y destino después de la muerte, etc., podemos decir que la psicología ha existido en todas las edades. Incluso sociedades muy arcaicas parecen haber tenido una rica psicología en este sentido, quizás una más rica y profunda y diferenciada que la nuestra, si pensamos, por ejemplo, en las culturas chamánicas. Y claro, la metafísica y todas las religiones han desarrollado también doctrinas acerca del alma.
Así, en el segundo sentido de psicología, hay psicología en el sentido en que Jung, por ejemplo, interpretó la alquimia, en contra de la propia auto-comprensión de la alquimia, como una psicología. Los alquimistas hablaban abiertamente sobre y trabajaban con substancias químicas y sus procesos. Pero al focalizarse conscientemente en estas substancias en el mundo material, así dice el argumento de Jung, los alquimistas realmente, aunque inadvertidamente, habrían dando expresión al proceso del alma. De igual modo, gran parte de la mitología, de la astronomía antigua y medieval, la biología, la anatomía, la economía, la teoría política, etc. pueden considerarse como la psicología de nuestros antepasados. Ellos no hablaban explícitamente sobre el alma, sino sobre las estrellas del universo, las plantas y las partes del cuerpo humano, la administración de la casa y el estado, las substancias químicas y los problemas filosóficos -pero en todo ello, la psicología ocurría, considerando que era el alma la que estaba hablando sobre sí misma a través de lo que ellos están diciendo sobre aquellos temas. Esto es una psicología oculta, no explícita: la auto-expresión del alma, la auto-presentación de su logos por medio de la metáfora y la “especulación”.
El tercer significado de psicología está separado de los dos primeros (los cuales están íntimamente relacionados) por un hiato. No se dio durante todas las edades, sino que surgió solo después de siglos de transición, en la era post-medieval y como tal es relativa a este período -o quizás relacionada sólo con la modernidad (desde inicios del siglo XIX). Es, por así decirlo, la síntesis de las dos primeras nociones: el mismo proceso del alma hablando sobre sí misma (= al segundo significado de “psicología”) pero ya no más como la auto-expresión del alma inocente y su auto-indulgencia en su especulativa auto-proyección, sino como el reconocimiento consciente de que el alma (el así llamado inconsciente) es el sujeto o agente o autor detrás de tal auto-mostrarse. Este reconocimiento halla expresión en el establecimiento de una disciplina científica llamada psicología -con lo que retornamos al primer significado (“substancial”) de la palabra “psicología”, pero ahora en un nuevo nivel. Ahora cualquier cosa humana puede ser sospechosa de ser “psicológica”, de tener motivaciones psicológicas inconscientes o complicaciones. Cuando esta sospecha es llevada al extremo y todo es reducido a “psicología” es cuando hablamos de psicologismo, cuya posibilidad es señal de que ha surgido un nivel radicalmente nuevo de conciencia, o está apunto de alcanzarse. Pero incluso si la psicología en este tercer sentido no es llevada al extremo, es decididamente personalista. En este nuevo nivel o estatus lógico, ya nada, en última instancia, es tomado tal y como aparece, todo ha de ser “reflejado” y “ser visto a través” (aunque no todo necesariamente en el sentido de psicologismo).
Pero queda claro que siempre que la psicología sea fundamentalmente personalista, su noción como un estatus de conciencia no se realiza plenamente. “Personalista” significa que el ser humano en su positividad es tomado como el substrato de todo fenómeno psicológico o como su contenedor -y siempre su referente real y su base. En otras palabras, la psicología no se define realmente como un estatus lógico, siéndolo estrictamente por su forma de conciencia, sino que lo es por su supuesto objeto, una entidad que existe positivamente fuera de ella misma, como si la psicología fuera una más de las ciencias naturales que intenta explicar ciertos aspectos del mundo natural. La Psicología aún no ha regresado a casa a si misma, no ha realizado su propia noción. Es una psicología en este sentido que está aún haciéndose.
Y quizás la Psicología en este sentido, es algo cuya verdadera naturaleza es estar siempre en el camino hacia si misma. Quizás la psicología nunca pueda ni nunca será accesible como una ciencia, un cuerpo de conocimiento o un sistema de conocimientos que han sido conocidos y practicados mucho tiempo y están a disposición de cualquiera que quiera aprenderlos. La Física, la Biología, etc. son de naturaleza tal que lo que sean puede adecuadamente ser expuesto, expresado en textos. No ocurre así con la Psicología, que es fundamentalmente desconocida. Y como psicólogos somos posiblemente y verdaderamente profesionales sólo hasta el punto en que hayamos entendido lo incognoscible de la psicología y hasta el punto de que trabajemos desde esta comprensión.
“No puedo evitar creer que el problema real será a partir de ahora hasta un futuro incierto un problema psicológico”, Jung escribió a Bruecher en 1959 (3). Al escribir esto, Jung pudo haber querido decir antes que nada que la psicología y la comprensión psicológica resultará ser cada vez más una necesidad. Esta afirmación, si la sobreinterpretamos aunque sea poco, incluso puede hacernos pensar que la psicología es una cuestión del futuro en un sentido más radical: que aún no existe ya, pero aún ha de surgir por primera vez. Que “el problema real” del futuro será psicológico, nos dice que para Jung la psicología es más que una disciplina científica (un compartimiento del conocimiento) o una particular tarea entre otras. Más bien, es lo que denomino un “estatus lógico” completo y entero, “nivel” o “forma” de conciencia, un estatus o nivel que provee el horizonte dentro del cual todos los problemas particulares tendrán que referirse -en contraste con eras pasadas, durante las que la vida y los problemas que afrontaban se percibían e interpretaban dentro del horizonte de otros estatus de conciencia, tales como uno mitológico y ritualista. La Psicología -y es, claro, esencial entender que lo que Jung tiene en mente aquí es la conciencia psicológica que se esforzaba en construir en su propio trabajo y a la que a menudo denominaba “la moderna psicología del inconsciente” más que los tipos de psicología usuales que se hallan en la academia o en otras escuelas de terapia más racionalistas -la psicología como un nuevo modo de ver la vida, como una manera completa de responder a ella, la psicología como la formación sucesora de la mitología, la religión y la metafísica.
La mitología, la religión y la metafísica están, por así decirlo, en una orilla del río del alma; la psicología, como forma de conciencia, en la otra orilla. La historia del alma requiere que la conciencia cruce hacia el otro lado. Con su foco en el ser humano positivamente existente, la psicología personalista, a pesar de su propia falta de autocomprensión, nos provee, sin embargo, de un punto de apoyo en medio del río, para que la conciencia se apoye y salte, y así se haga posible el cruce histórico de una orilla a la otra. Usando otra imagen, podríamos decir que el foco sobre el individuo real (al que nos referimos más arriba como la moderna identificación narcisista del ego moderno con el alma) nos provee de la sólida (positiva) bisagra o pivote necesarios para que la conciencia sea capaz de (absoluta-negativamente) oscilar de su estatus previo al nuevo.
“Primero…, Luego…”
Después de lo que se ha argumentado, se sigue que al discutir sobre el tema de la sombra no quiero simplemente informar acerca de descubrimientos empíricos en terapia o presentar una teoría de la sombra como un contenido de un campo existente y de la experiencia personal llamado psicología. Quiero discutir la integración de la sombra como el proceso de la emergencia de y nuestra primera entrada en la “psicología”, lo que puede ser visto tanto en un nivel colectivo como la prehistoria de la psicología como una disciplina y, en un nivel personal, como la iniciación del paciente -y del hombre moderno- a la psicología como un estado de conciencia o modo de-ser-en-el-mundo, en otras palabras: como el propio volverse la psicología lentamente psicológica. Este surgimiento de la psicología ha de contemplarse exclusivamente en el contexto de la historia del occidente cristiano. Por mucho que el pensamiento clásico griego sobre la psique y la arcaica “psicología” germánica puedan haber influenciado a occidente, la cristianización de Europa y el concomitante incremento de la población son un corte que psicológicamente apunta a un nuevo principio, un segundo inicio de la historia casi desde su base.
Por otra parte, el encuentro con la Sombra tiene un impacto mucho más fundamental y significativo en el mundo dristiano, que se caracteriza por la oposición pronunciada del bien y el mal, del que tendría en el contexto pre o extra-cristiano del mundo politeísta. Gran parte de la psicología de la sombra en el sentido de Jung ha de entenderse sólo desde su raíz cristiana, que también dio lugar a todo el fenómeno llamado psicología moderna. (4)
La integración de la Sombra es la llegada de la Sombra y nuestro alojarlas en nosotros mismos como un invitado (ciertamente poco querido). Y su llegada es la llegada al ser de una conciencia psicológica. “Primero sombra, luego anima” -esto significa que para el estatus en el que está la conciencia la sombra es el Portador del Alma, el heraldo de aquel futuro cuyo “problema real será el psicológico”. Esto significa que la sombra es el extranjero cuyo regalo para nosotros, si le acomodamos, es la transformación del mundo, desde un mundo de hechos positivos a un reino del alma.
Así como año tras año vivimos nuestras vidas, vamos cambiando de ser regidos por una dominante arquetípica a otra. Este flujo está, sin embargo, contenido dentro de la vida imaginal y atemporal del alma. Cambia solamente el estilo o la perspectiva que rige sobre la conciencia, sin cambiar el nivel completo en el que la conciencia se encuentra. La continuidad de la identidad de la conciencia se retiene. Es como ir a través de un museo, desde una sala de imágenes de un ambiente peculiar a otro. “Primero sombra, luego anima” destroza la idea inocente de que el anima y la sombra son diferentes, del mismo modo que lo son dos salas adyacentes en el mismo plano continuo. Fuerza una ruptura en nosotros, una ruptura dentro del flujo mismo de la vida eterna de la imaginación, desde el primer nivel en el que dicho flujo ocurre, hacia un segundo nivel completamente nuevo, al modo de una transformación fundamental o mutación de la conciencia como un todo. “Primero sombra, luego anima” saca a la psicología fuera de la inocencia platónica de las imágenes atemporales y primordiales y la arroja al Tiempo, fuerza sobre ella un sentido de la historia, un hiato, una mutación.
La psicología arquetipal ha rechazado todo desarrollismo psicológico, tanto si venía de Erich Neumann como si lo hacía de Fordham. Y lo ha hecho correctamente. El desarrollismo requiere que vayamos a través de todas las salas del “museo” imaginal, posiblemente en la secuencia “correcta”. Con los desarrollismos siempre estamos en el mismo plano. Están guiados por una visión idealista de completitud, en última instancia por algo parecido a la idea del uomo universale. Una consecuencia de ésto es que cada imagen o condición individual se reduce a una simple fase en el camino hacia esta completitud (aunque siempre sea admitida como inalcanzable).
La psicología arquetipal o politeísta, al contrario, enfatiza que cada imagen arquetípica y cada condición es portadora de su propio significado, profundidad y completitud en sí misma. Si ahora enfatizo el dictum de Jung “Primero sombra, luego anima”, esto no ha de considerarse como una recaída en el pensamiento desarrollista. Más bien se ha de entender como un forzarnos a ver lo que antes apunté: que, en adición a las múltiples perspectivas o estilos de conciencia dentro de un flujo continuo de la vida imaginal, se ha producido una discontinuidad en la vida imaginal misma, una ruptura de un plano a otro, una muerte de la “vieja identidad” de la conciencia y su renacimiento con una nueva identidad y un nuevo estatus.
La psicología junguiana está aún obstaculizada por una concepción naturalista de la psique, como si ésta fuera una entidad que puede comprenderse mediante analogías con cosas u organismos biológicos tales como el cuerpo humano. Las entidades pueden considerarse como compuestas por partes. El cuerpo claramente está constituido por órganos distintos: corazón, pulmones, hígado, estómago, etc. De un modo similar en los círculos junguianos se imagina a la psique como constituida por el ego, la sombra, anima/animus, etc. Pero ello implica una mala interpretación, una visión reduccionista no psicológica. Marie-Louise Von Franz menciona un comentario muy importante realizado por Jung:
En la psicología Junguiana, generalmente definimos la sombra como la personificación de ciertos aspectos de la personalidad inconsciente.… Podemos, en consecuencia, decir que la sombra es el aspecto oscuro, no vivido y reprimido del complejo del ego… El Dr. Jung… una vez en una discusión rechazó todo esto y dijo, “¡Todo esto no tiene sentido! La sombra es simplemente el inconsciente total” (5).
Si la sombra es la totalidad del inconsciente, entonces no hay espacio para otras partes de la personalidad, como el anima, en el inconsciente más allá de la sombra. La sombra lo es todo.
Pero entonces se hace cada vez más difícil para la concepción original descubrir lo que dijo Jung respecto al ego, que es una “personificación del inconsciente mismo” (CW 14 § 129) y que él “definía el anima como una personificación del inconsciente en general” (CW 13 § 62). ¿Cómo puede ser ésto? ¿Tres veces igual: el ego, la sombra y el anima son igualmente representaciones del así llamado “inconsciente” como tal, el “inconsciente” en su totalidad? Si ego, sombra y anima son realidades fundamentalmente diferentes y no partes de la psique total, y si cada una de ellas es el inconsciente total, entonces surge la idea de que al menos estos tres “complejos” específicamente mencionados por Jung son diferentes reflejos, diferentes formas de manifestación, o diferentes (auto-)interpretaciones del alma inconsciente. No son componentes coexistentes en el inconsciente; no consisten en absoluto, en entidades existentes como sus “órganos”. Ego, sombra y ánima, concebidos como complejos de la psique: “¡Todo esto no tiene sentido!”. En psicología no estamos, por tanto, en el reino de un estudio natural-científico y empírico, tampoco estamos habiéndonoslas con hechos empíricos (al modo en que células, mitocondrios, bacterias o virus son hechos), sino con interpretaciones, concepciones, esto es, con productos de la mente (6). El alma no es nada físico, no es una pieza del mundo natural, tampoco es una substancia o substrato que pudiera desamblarse en sus partes. No tiene partes. Está siempre hablando acerca de sí misma como una totalidad. A veces se imagina a sí misma como “ego”, a veces, como “el inconsciente” o como “sombra”, como “anima”, etc. Es noética. Tan sólo ideas, fantasías, interpretaciones, visiones. Es vida lógica.
“Primero sombra, luego anima” significa así el cambio de una interpretación-sombra del alma como un todo a una interpretación-anima del alma como un todo. Esto explica el hiato. “Sombra” y “anima” son en verdad principios-guía totalmente diferentes y en última instancia incompatibles para percibir y experimentar el alma. Con cada uno de ellos la conciencia se descubre a sí misma en una nueva identidad de sí misma. No son contenidos de la psique inconsciente y, como tales, dominantes de la conciencia, y no son paralela y simultáneamente como nuestros órganos del cuerpo o como diferentes salas en un museo, sino que, excluyéndose mutuamente, pueden ocurrir sólo consecutivamente, como las ulteriores determinaciones y las formaciones sucesivas de ellas mismas. Y el cambio desde la una a la otra no es del tipo “desarrollista” (el desarrollo concebido como un universal psíquico similar al crecimiento biológico y como nuestro desarrollo como personas). El cambio tiene la forma de una metamorfosis.
Si se consideran interpretaciones, podríamos, sin embargo, ser inducidos erróneamente a pensar que son una cuestión de preferencias subjetivas y que podríamos libremente elegir una entre varias opciones alternativas (ego o sombra o anima), del mismo modo que en humanidades podemos, por ejemplo, disponer de varias interpretaciones para escoger, una junta a otra, acerca del mismo trabajo literario, y donde es cuestión de cuál de ellas nos parece más convincente. Éste es el sentido-egoico de las interpretaciones. Pero aquí nuestras preferencias o convicciones subjetivas no importan- “Sombra” y “anima” a pesar de ser interpretaciones, no son un tema de nuestra elección. No: “primero sombra, luego anima” es un cambio real, determinado que ocurre en la historia de la mente. La conciencia es cambiada objetivamente, de una “interpretación” del alma como un todo a una nueva, y este cambio ha de ser entendido como una mutación (metamorfosis) de la conciencia. Siempre nos hallamos en un estadio real de la vida histórica del alma como un factor objetivo dado (y posiblemente en el proceso histórico real de la transición de un estadio a otro). Es nuestro locus histórico el que determina en que “auto-interpretación” de “el alma” nos hallamos.
El cambio hacia una forma psicológica de conciencia
Lo que se pone en juego aquí con el cambio de sombra a anima es la psicología regresando a si misma lógicamente, hacia el ESTATUS psicológico o FORMA de conciencia. Esto no es un conocimiento consciente sobre las cosas psicológicas. Es el modo psicológico de experimentar las cosas, de pensar sobre ellas, de relacionarse con ellas. Y el cambio hacia esta forma de conciencia es una transformación, más que una mudanza. Mudarse implica que hay dos ámbitos y uno se mueve del primero al segundo, dejando el primero detrás intacto y solamente abandonando éste por el otro. Pero una mutación significa que sólo hay una cosa, en nuestro caso la sombra, que cambia desde una forma a otra, aquí el anima. Así cuando se está en la nueva forma, la vieja ha desaparecido completamente en la nueva forma como la sucesora de la vieja, dado que se ha ido irremisiblemente.
El extraño invitado no viene a nosotros de una sola vez. Lo percibiremos acercándose a través de una serie de pasos distintos integrados en un contexto histórico concreto claramente definido, en cinco estadios o niveles, y cada vez en una nueva presentación. Es, por así decirlo, un drama en cinco actos. Así, pues, la integración de la sombra, esto es, la transmutación de la sombra a anima como forma lógica de conciencia, no consiste meramente en un simple paso a darse. Más bien abarca una serie de tareas, una después de otra, cada una de las cuales corresponde a un estadio completo de la conciencia y a un modo en que se constituye el mundo y todo lo experimentado en éste durante una etapa. En la historia, cada una de estas etapas de la conciencia rigió sobre el pensamiento y las actitudes durante varios siglos, hasta que fue reemplazada por la próxima. Deberíamos ser concientes de esta dimensión histórica a fin de tener una mejor apreciación de las proporciones del problema de la integración de la sombra.
La total integración de la sombra (lo cual es equivalente a la emergencia del anima) implica pasar a través de todos estos pasos, adquiriendo en cada uno algo nuevo. El movimiento ha de llevarse a cabo a lo largo de todo el camino. No debe haber paradas a mitad del camino. Pero esta culminación del proceso completo de “primero…, luego” y la consecución real del objetivo no son una vaga esperanza, algo en un futuro distante, ni tampoco un ideal finalmente inalcanzable (utópico). Jung una vez afirmó “La meta es importante solamente como idea, lo esencial es el opus que lleva hacia la meta” (CW 16 § 400). ¡Una afirmación terrible! En cualquier caso, “Primero sombra, luego anima” es totalmente diferente. Aquí lo que realmente cuenta es la llegada real a la meta. Y alcanzar el objetivo es posible y realista por dos razones. Primero, porque en el nivel colectivo ya ha ocurrido, es ya una realidad histórica: así pues no estamos hablando de un “programa” o una utópica esperanza. Y segundo, porque es el despliegue en el tiempo de aquello que constituye lógicamente el concepto de “psicología” (como un ESTADO de conciencia). Mientras que los conceptos pertenecen a la esfera intemporal e ideal, el pensamiento efectivo de un concepto o la conquista del concepto en todos sus momentos por la conciencia empírica se da en la vida real, y por tanto es un proceso histórico. Toma tiempo.
Ser capaz de pensar el concepto de psicología es, en sí mismo, la realización del objetivo, en tanto que este objetivo no es sino la forma psicológica de la conciencia, es decir, una conciencia plenamente determinada por el concepto de psicología. Si se puede pensar verdaderamente este concepto, entonces esa conciencia es una verdadera conciencia psicológica; y si es una conciencia verdaderamente psicológica debo, de hecho, haber sido capaz de pensar el concepto de psicología o anima. Este es precisamente el motivo por el que “primero sombra, luego ánima” es describible tanto como, para un individuo, es un modo efectivo y aceptable de llegar subjetivamente y personalmente hasta donde nos ha traído hace ya tiempo el proceso histórico del alma. Pero resulta también obvio que el proceso de “primero…, luego…” es totalmente diferente de un esquema desarrollista. Este último sigue metáforas biológicas, la imagen de una semilla o germen que despliega su propia naturaleza interna en base a cierta necesidad y siguiendo unas leyes; de esta manera se concibe personalísticamente como el auto-desarrollo del ser humano. Por el contrario, un proceso histórico como el de “primero sombra, luego anima” no es una evolución que sigue unas leyes propias de la naturaleza germinal del hombre, su predisposición. Más bien, es un proceso de la mente, una adquisición, más parecido a una “educación superior”, es como aprender algo nuevo, aprender a entender y comprender algo que antes se ignoraba. No es nada natural. Es civilización. Un opus contra naturam, como lo son todos los procesos del alma. Es comparable al progreso del conocimiento científico.
Todo desarrollo regido por leyes en este proceso se debe a la lógica interna del concepto. Mientras una semilla se desarrolla al desplegar su naturaleza interna, un concepto debe, al contrario, ser “pelado” como una cebolla. Si se nos permite semejante descripción pictórica por el momento, puede decirse que hace su plena aparición desde el mero inicio pero sólo en su primera inmediatez, en una forma externa, superficial. El proceso es de penetración a formas de comprensión más profundas, sobrepasando (superando) la primera noción superficial de éste, y así y al mismo tiempo es el proceso del concepto que regresa a casa más y más conscientemente desde su exilio en la exterioridad. Este será, en nuestro caso, el drama en cinco actos del regreso de “la sombra” a casa, el cual, cuando se ha completado, será el equivalente a su auto-superarse (“la sombra”) en favor del “anima”.
I. El estadio del enemigo o la cruzada
Para este estadio, empezaré con ejemplos tomados de la vida política de este siglo (7). “La Unión Soviética como el Imperio del Mal”, “El Occidente capitalista e imperialista como el archi-enemigo”. “El mundo judío como un parásito a ser destrozado”, “los que apuntan miles de cabezas nucleares hacia nosotros y nos amenazan con la guerra nuclear", "deben ser eliminados”.
En tales ideas, o más bien, emociones, escuchamos la primera llamada a la puerta del molesto invitado. Por muy abominables que sean las formas con que la sombra se presenta, constituye, sin embargo, el primer paso en el camino hacia una conciencia psicológica. El invitado (en latín: hospes) aparece en este nivel como enemigo (en latín: hostis) (8). El enemigo se muestra en la frontera de nuestro propio país, pero aún está afuera, todavía allá lejos. Como enemigo, es temido. Miedo, en consecuencia, es el primer modo en el que el invitado es recibido y a la vez mantenido fuera, en el sentido de una defensa psicoanalítica.
¿Por qué son el miedo y el presentarse como “enemigo” los primeros destellos de la conciencia psicológica? Porque son la evidencia del hecho de que la conciencia ya no está más contenida en un estado de inocente armonía pleromática consigo misma, en la que no conoce conflicto con algún Otro, el inconsciente o el no-ego. La existencia del enemigo y la amenaza que nos plantea significan que la conciencia ha sufrido una ruptura, una rasgadura. Ahora hay un Otro. Desde ahora se ha de vivir en la tensión de la dualidad. Ha encontrado el no-ego, y claro está, el primer modo de experimentar el no-ego es sentir su incompatibilidad con la conciencia presente. En el modo de hablar cristiano, diríamos que este estadio de la experiencia del opuesto incompatible es el “Advenimiento” de la Sombra.
Hemos de aclarar lo que hemos dicho hasta ahora. La conciencia del enemigo no es la conciencia de una amenaza literal. Si un enemigo literal nos amenaza con la guerra, esto debe ser literalmente o empírica y prácticamente un peligro terrible y un disturbio real de la paz, pero no pone en peligro necesariamente y psicológicamente la armonía y la inocencia de la conciencia. Un enemigo literal puede marchar en mi territorio y amenazar mi vida sin afectar mi estructura mental. Mi visión del mundo puede permanecer intacta. Una amenaza que sea de importancia psicológica es de otra cualidad.
El mejor ejemplo es el de las cruzadas de la Europa medieval. Sin que hubiera una amenaza real externa creada por el mundo Islámico, de repente se empezó a sentir una necesidad absoluta de luchar contra los musulmanes. La amenaza era de naturaleza puramente psicológica e imaginal: Jerusalén, el centro espiritual simbólico del mundo cristiano, y por tanto uno de los valores más altos del alma cristiana, estaba en manos de los paganos. Debía ser liberada. El alma cristiana estaba amenazada.
Cuatro cosas son dignas de mención aquí. Primero, Jerusalén había estado en manos de los árabes durante varios siglos y a pesar de ello nadie había sentido la necesidad de iniciar una cruzada. Obviamente durante todo este tiempo la conciencia del hombre occidental había permanecido encerrada en si misma y por tanto inocente, completa. El occidental de la temprana Edad Media había permanecido psicológicamente dentro del pleroma de su propio mundo cristiano, hecho que confirman los fondos dorados de las pinturas de aquella época. La Psicología existía solamente en el primero de sus sentidos: psicología “substancial” en las doctrinas filosóficas y teológicas de la Iglesia. Pero entonces, en el año 1096, el invitado extranjero parece haber llamado a las puertas del hombre occidental: la conciencia se volvió expresamente conciente de algún Otro, del mundo musulmán no-cristiano, esto es, un no-ego verdaderamente afuera de su propia esfera. Sólo entonces emerge en la conciencia como de la nada, por así decirlo sale de la psique autónoma, la idea de Jerusalén, ahí afuera, como el tesoro más precioso a ser arrebatado a los no creyentes. El hombre medieval anterior, por contraste, debía haber morado psicológicamente en la Jerusalén Celestial, incluso si físicamente vivía en la tierra (y a menudo bajo condiciones miserables). El paraíso debe haber sido el nivel de su existencia psicológica real. Y por tanto no tenía que buscar Jerusalén. Ahora, si Jerusalén debía conquistarse en la realidad geográfica, el hombre obviamente ya no estaba allí. Ha de haber llegado más a tierra psicológicamente.
En segundo lugar, el ejemplo de las Cruzadas muestra, mucho mejor que otros casos, el encuentro con la sombra que presenta, a la vez, el más alto valor del alma y al enemigo más incompatible: Jerusalén y los paganos. Ambos están en el mismo lugar. Incluso podríamos decir que son finalmente idénticos, en el espíritu de la idea de Jung que “en la neurosis se esconde nuestro mejor enemigo o amigo” (CW 10 § 359; traducción corregida). Para Jung la neurosis es tanto enemigo como amigo. Como neurosis, es auto-contradictoria.
Tercero, ese tesoro y el enemigo amenazante estaban localizados afuera, fuera de las fronteras de Europa. Obviamente, no puede encontrarse en casa. Esto muestra que lo que verdaderamente se experimenta aquí es realmente es el extranjero, en el sentido psicológico, algo verdaderamente foráneo, desconocido y nuevo. El no-ego se proyecta afuera. Esto (la “proyección” de algo de dentro nuestro hacia el mundo exterior) es al menos como nosotros en psicología acostumbramos a describir lo que ocurre en tales casos. Pero podría ser fenomenológicamente más preciso decir que una nueva conciencia en su primera forma inmediata siempre se nos aproxima desde afuera, como si fuera desde el exterior. Se encuentra verdaderamente ahí fuera como el extranjero o el enemigo, aquel que nunca ha estado antes en nosotros.
Cuarto, el enemigo es enemigo no tanto en virtud de la fuerza militar y la actitud guerrera como en virtud de ser pagano, no creyente, comunista, en otras palabras, el Otro espiritual. Su existencia implica una amenaza a la propia fe, ideología y estructura mental, una amenaza a la conciencia como un todo en su constitución presente. Es una molestia psicológica. Así que deberíamos revisar nuestra afirmación previa de que el miedo es el primer modo de recibir al invitado, y reemplazar “miedo” con “molestia” o “vejación”. De la misma manera, la reacción a la llegada de la sombra siempre tiene la forma de una cruzada, una misión, incluso una conquista (la Tierra Sagrada), no de una guerra inocente. La cruzada se caracteriza por un celo “sagrado” y así implica una leve complicación psicológica. Revela que la conciencia ha sido ya tocada por algo nuevo. Han llamado a su puerta.
De hecho, probablemente nadie tiene algo bueno que decir sobre las cruzadas medievales. Pero quiero rescatarlas de la condenación total al repetir que este fenómeno agresivo y feo es el primer inicio primitivo de conciencia psicológica (aunque, ciertamente, no más que un inicio). Los psicólogos harían bien en ver en los cruzados sus primeros antepasados -quizás más auténticos que los místicos y los alquimistas. El misticismo medieval y la alquimia, después de todo, empezaron a florecer solo después del contacto de los cruzados con el mundo musulmán, y la alquimia medieval difícilmente podría haber existido sin la tradición árabe. Ambas búsquedas incluso podrían considerarse impedimentos en el camino hacia la psicología moderna, hasta el punto de que, como ofrecen una expresión adecuada a la necesidad eterna del alma de una vida imaginal ( el segundo significado de psicología) podrían consiguientemente haber congelado la psicología de este modo en este nivel. El misticismo y la alquimia podrían continuar teóricamente para siempre y por tanto autorizar la preservación del viejo plano de conciencia. Pero la llegada del extranjero significó que el hombre occidental fue llamado a un estatus lógico enteramente nuevo. En ese sentido, la “modernidad” empieza con las cruzadas.
De acuerdo con la psicología personalista, la proyección es uno de los mecanismos de defensa. Esto, seguro, es la idea personalista de una defensa, al localizar el tesoro y el mismo enemigo afuera, pero ciertamente también contiene un elemento de verdad. La sombra no solamente es experimentada ahí fuera, sino que también es mantenida ahí afuera. ¿Contra qué se dirige la defensa? Yo diría, contra la comprensión de que la sombra me pertenece. El punto de cualquier defensa es proteger algo. Aquí lo que se protege es la idea de la intocabilidad del ser. Aún incluso cuando la armonía original ha sido ya de hecho secuestrada por la emergencia del extranjero, esto no debe admitirse por la conciencia. El extranjero debe ser mantenido a raya y destrozado. La oposición o la contradicción aquí es por tanto la que hay entre lo de casa y el afuera, uno mismo y algo ahí afuera. La ganancia inherente en la pérdida de armonía es la conciencia incrementada de sí mismo. La distinción pronunciada entre la patria y el exterior ayuda a establecer un sentido de auto-identidad más afinado. El precio de esta ganancia sin embargo es la pérdida de la inocencia y de la adentridad.
La contradicción entre ego y no-ego en este primer nivel de integración de la sombra tiene la forma de una simplicidad psicológica, de una oposición física entre dos entidades (dos personas, dos sociedades, o dos países). El Otro es geográficamente y culturalmente otro, ahí afuera, en el extranjero. De acuerdo a este nivel físico o concreto, la respuesta al reto de la sombra es una simple matanza caballerosa: guerra, cruzada, el intento de conquistar al Otro, que aquí aún se encuentra en el campo de honor. El carácter de este estadio es brutal e inocente. La otra parte del hecho de que el Otro sea encontrado en un nivel geográfico concreto es que psicológicamente el cruzado se ubica en un plano teológico elevado (a distinguir del plano pleromático de existencia previo a la primera llegada de la sombra, siendo su teología la del hombre caído en relación al paraíso). Su existencia esta motivada por la lucha por la ciudad celestial.
II. El estadio herético o caza de brujas
Otra vez, empezamos con ejemplos.” No son los Rusos, sino nuestros propios políticos, el entero complejo militar y la industria de armas que incesantemente crean armas nucleares, quienes son los auténticos criminales”. “Los científicos que manipulan los genes son unos criminales irresponsables; deben ser ?psicóticos? en un sentido amplio, su conciencia moral esta sobresaturada de fantasías de omnipotencia desde el inconsciente”. (En la Edad Media uno podría posiblemente haber dicho que estaban embrujados, poseídos por el diablo).
Obviamente, el enemigo ya no esta afuera. Ha cruzado la frontera y ahora se le encuentra dentro, en nuestra propia sociedad, país, familia o personalidad, ya no es más el extranjero enemigo en el sentido estricto sino por el contrario uno rechazado, la oveja negra de la propia sociedad o familia. En psicología, hablamos del retiro de la proyección. Ahora se ve que las cosas no son tan simples como aparecían cuando era meramente una cuestión de liberar a Jerusalén de los Musulmanes. No es enemigo literal ahí afuera, los Rusos por ejemplo, que nos amenazan con una guerra nuclear, tampoco el Otro absoluto, los paganos o no creyentes, que plantean una amenaza real al tesoro del alma. El peligro real está en casa. La sombra ha sido integrada un poco más y ahora se encuentra en la familia Cristiana. Al invitado se le da una especie de hospedaje entre nosotros, aún si solamente a la manera de condenación. El miedo o la vejación era el primer modo de respuesta a la sombra. La condenación es el segundo; es un modo tanto de acomodarla como de resistirla. Ese estadio es la Navidad de la Sombra. Está entre nosotros, en nuestra ciudad, pero en el despreciado establo y amenazado por los criminales Rey Herodes en nosotros.
Históricamente hablando, este estadio fue alcanzado durante la Edad Media tardía. Resulta interesante ver que el entusiasmo por las Cruzadas había simplemente muerto, a pesar de que Jerusalén, después de breves interludios estaba aún, o de nuevo, en las manos de los Musulmanes. La lección psicológica de las Cruzadas se había aprendido bien; lo que había sido buscado durante centurias de esfuerzos de los cruzados había sido cosechado plenamente así que la proyección de la sombra a algún lugar de afuera ya no funcionaba. El enemigo ahora aparecía dentro de las propias fronteras, como hemos dicho. Algo más cercano al hogar había de capturar la imaginación. Algo otro había que atraer la propia atención hacia sí misma como el nuevo objeto de la lucha contra el Otro. Esto fue las brujas y los heréticos dentro del mundo Cristiano. Ellos tenían que ser quemados en la hoguera. Estoy hablando de la Edad de la Inquisición, la Ortodoxia y la Contra-Reforma.
La caza de brujas es quizás un fenómeno aún más feo en la historia Occidental que las Cruzadas, un fenómeno en el que ha sido asumido que le subyacían todo tipo de impulsos sádicos y autoritarios. Hoy hay una fuerte tendencia entre las escritoras feministas , tanto como entre los junguianos de ver en la caza de brujas de aquella época la represión de lo femenino y del ánima, sin cuestionar esta idea ni exonerar a los inquisidores de ningún modo. Me gustaría, sin embargo, restituir a los inquisidores en su rango como la segunda generación de primeros padres de la psicología emergente. No era precisamente la represión del ánima lo que se practicaba entonces: es como aquella represión un estadio en el camino al país del ánima, un estadio en el camino hacia una conciencia psicológica. La psicología se construye sobre el fundamento dejado por los Cruzados y los Inquisidores. Hemos de confesar nuestra deuda para con ellos. Sin ellos y su violencia la psicología se habría mantenido en el plano de la eterna vida mitologizante de la psique. La psicología en el sentido moderno no es para nada inocente y carente de peligro. Debe su existencia a una matanza.
Claro, esto parece no poder aplicarse a la rama arquetipal de la psicología Junguiana en la tradición neo-Platónica. Pero el psicólogo arquetipal puede seguir su aproximación gentil, politeísta, imaginal, como una aproximación de la psicología moderna y no necesita participar en esta matanza más porque se ha estado apoyando en los hombros de los caballeros y los Inquisidores todo el tiempo y puede -libremente y aparentemente inocentemente- cosechar los frutos de su violencia -de ellos- (psicológica).
En esta matanza, la conciencia perdió su inocencia. No intentó meramente matar al Otro. Al intentar hacerlo así, mató también su propio contenimiento en el pleroma original. Se dañó a si misma. Se arrancó a si misma de sus raíces, de la continuidad de la vida imaginal y, paso a paso, conquistó para si misma una posición opuesta a este flujo continuo de la imaginación. Por eso mismo, la defensa contra la sombra no es justo una defensa en el sentido de una reacción secundaria a una amenaza primaria de la sombra. La amenaza y la defensa son simultáneas. Quizás uno podría incluso decir que solamente en la defensa contra la sombra, solamente por virtud de la matanza de los Cruzados y los Inquisidores, la sombra y su amenaza aparecieron en el primer plano. Si fue así, la matanza de la sombra tendría una interna prioridad lógica dentro de la simultaneidad de la amenaza y la defensa. Seria el mismo modo en el que la psique construye la sombra por primera vez -como su (de la psique, de la conciencia) propio Otro. Pues siempre hemos de recordar que la sombra no es un Otro como hecho positivo sino como una ficción imaginal, psicológica para las propias necesidades y propósito de la psique.
En vez de proyección, encontramos, en el segundo nivel, el mecanismo de defensa de delegación. La sombra es delegada a la oveja negra, las brujas y los heréticos. La defensa se dirige contra la comprensión de que yo pertenezco incluso a lo que verdaderamente no soy y a lo que apasionadamente rechazo. No tengo que estar a favor, o tomar parte en, armamentos nucleares o el sistema militar entero: incluso como un pacifista, incluso como alguien que practica la “noble” profesión de la psicoterapia y dedica su vida a “altos valores espirituales y psicológicos”. Yo tengo mi parte de responsabilidad en lo que está ocurriendo. Ellos son mis constructores de bombas, mis explotadores capitalistas, mis biólogos genéticos; ellos lo hacen en mi nombre para que yo no tenga que ensuciar mis manos, el negocio sucio del armamento, las políticas de poder y explotación y la contaminación ambiental. Una participación directa o indirecta en lo que se hace no es solo el medio por el cual se incurre en culpa; soy culpable precisamente debido a mi inocencia, mi mantener las manos limpias, yo necesito y uso aquellos que hacen “el trabajo sucio” de llevar la sombra por mi, para que yo pueda retener una conciencia exclusivamente bien intencionada. Esta es la verdad que no puede ser aceptada por la conciencia. La comprensión de que la sombra es la sombra de la propia luz (“sol et eius umbra, luz afuera y oscuridad adentro”(9), no la sombra de algún objeto que esta en la luz del sol), se evita por medio del mecanismo de defensa de la delegación.
La defensa es necesaria para rescatar la inocencia de la conciencia y preservar a la conciencia como bien intencionada. En verdad, la oposición o la contradicción había de ser colocada en el propio territorio. Pero la conciencia sin embargo consigue quedarse libre se ello al hacer una distinción dentro de si misma, o dentro del grupo al cual uno pertenece. Es aún “ellos”(una minoría, una subcultura, individuos heréticos) aquellos que hacen el mal mientras que yo estoy en el lado de los buenos, de la paz, de la inocencia. Pero ultimadamente de nuevo no es tanto una distinción entre entidades literales o gente real. Incluso aunque parezca ser este el caso porque se actúa así en la realidad social, sin embargo es una contradicción entre principios, valores morales. Durante las Cruzadas los Musulmanes eran meramente enemigos, no el mal. Ahora sin embargo hay un sentido radical del mal, de lo absolutamente equivocado. La matanza aquí tiene forma de condenación, exterminio, hoguera. En vez de caballería hay un espíritu punitivo que odia. La conciencia se vuelve desagradable (y por tanto pierde su inocencia en un sentido mucho más radical que antes). Estamos ahora en el reino del super-ego. El “deber” y el “debería” reinan. Se predica la “responsabilidad”. Las demostraciones sobre el bien y contra el mal pertenecen aquí. La actitud hacia la sombra es ahora la de la moralidad superior, el carácter de este estadio vicioso e ingenuo. El hombre ha descendido del nivel previo teológico a uno (más secular) moralista y al mismo tiempo y por la misma razón elevado de un nivel físico caballeresco a uno ”más elevado” (ideal, espiritual, moral) nivel por encima de la tierra, el cuerpo, el instinto y el deseo. El tesoro ya no se busca en la ciudad concreta ahí afuera; es el valor interno abstracto de la superioridad moral y de la fe correcta.
La ganancia más allá de lo logrado en el primer estadio es una primera comprensión de los opuestos como opuestos, como un par inseparable, una polaridad : luz y sombra. Las brujas y los heréticos pueden ser quemados, pero nos pertenecen, no son totalmente extranjeros y por tanto psicológicamente inofensivos, como lo eran los Musulmanes no-Cristianos en el estadio previo. El enemigo ahora es el diablo (¡cristiano!).
III. El estadio tránsfuga o subversivo
Esto ocurre en dos formas diferentes, una teórica, la otra practica. La forma teórica se encuentra en patrones de explicación de este tipo: “Todo lo alto o lo bueno no es más que el mal o lo bajo disfrazado o sublimado” -o en la demanda de una emancipación de los instintos reprimidos, del deseo (Herber Marcuse). Es un modo subversivo de pensar. Su contraparte practica esta en actividades tales como los movimientos subterráneos revolucionarios, la lucha por la liberación de los oprimidos. O considérese lo siguiente: un estudiante justificando su robo en la tienda como una lucha contra la explotación y la sociedad capitalista como una totalidad.
A pesar de que pueda ser una actitud objetable, particularmente en el último ejemplo, en ella se alcanza un más alto nivel lógico y psicológico. El segundo estadio presuponía el primero; este tercer estadio se construye sobre el segundo (y el primero), sobrepasando ambos de ellos. No es una recaída a un nivel anterior al del estadio moral, sino, por el contrario un sobrepasarlo e ir más allá de él, llevando en sí los logros de los estadios previos. Tanto el sentido de borde y límite (la conciencia del contraste entre conciencia y no-ego) y la espiritualización de este contraste en una moral idealista no se olvidan.
El paso más allá del moralismo y el dogmatismo del estadio de la caza de brujas se hace posible por el hecho que ahora resulta evidente su hipocresía. La sombra no esta simplemente con la oveja negra, en otras palabras, aún ahí afuera. Esta en cualquier lugar, donde quiera que haya luz y también en mi. La sombra a venido mucho más cerca. La distinción idealista entre dos partes de la sociedad o de la personalidad, luz y oscuridad, lo correcto y el mal, ya no se sostiene más. La inocencia de la posición moral se ha perdido. La Edad Media esta superada. Es el tiempo de los Espíritus Libres (aquellos que se consideraban a si mismos libres), el tiempo de la Ilustración, del Modernismo temprano. El escepticismo rige. Históricamente, después de unos pocos siglos de caza de brujas, simplemente no era posible quemar a los disentidores por más tiempo, al igual que la idea de una cruzada ya no mantenía fascinación alguna para la gente de la edad de la caza de brujas. Ahora, ya no se podía culpar más a las brujas y a los heréticos, por lo que previamente había sido pensado una verdad absoluta, auto-evidente, y por tanto incuestionable, se había vuelto algo humano demasiado humano, una fe entre muchas posibles y quizás incluso una mera superstición. Ningún dogma escapa al cuestionamiento crítico, ni tampoco lo hace ninguna acción aparentemente motivada por altos valores. Todo es ultimadamente un “nada más que”. Cada cosa luminosa tienen su propio lado oscuro.
Si la sombra esta en cualquier lugar, incluso en mi, la conciencia podría ser desintegrada por sus contradicciones internas y perecer. Aludo a la contradicción de que lo que no quiero y no puedo aprobar de mi sin embargo lo encuentro en mi mismo. Mis mejores intensiones si se examinan críticamente demuestran haber nacido de unas motivaciones egoístas o bajas. Para no tener que sufrir esta contradicción la conciencia utiliza otro mecanismo de defensa. Se identifica con la sombra (tanto como con el agresor). El ego desierta su previo idealismo y se une al previo enemigo, el no-ego. Defiende a los heréticos y toma partido por los más bajos o los inmorales tanto al reducir los bajos instintos por medio de un reduccionismo teórico (“nada más que”-análisis), o por medio de practicarlo activamente, por ejemplo robando en una tienda como en el ejemplo de más arriba. Esto es la Sombra del Domingo de Ramos, su entrada a Jerusalén, con hombres tales como Voltaire, Marx, Nietzsche y Freud, haciendo de muchedumbre que le aclama por medio de exponer la falsedad de todo idealismo.
En el primer estadio, Jerusalén estaba afuera. En el segundo, Jerusalén era la ciudad de la mayoría moral y sus inquisidores y el lugar de la Sombra estaba en el mismo país, no demasiado lejos, el miserable establo en el Belén de la Sombra. Ahora aquí la Sombra viene a casa. Ella y Jerusalén se han reunido de algún modo como lo estaban en el estadio de la Cruzada pero ahora en el suelo del propio hogar.
La identificación de la Sombra implica otros dos mecanismos de defensa, primero la negación de la oposición o tensión entre los ideales y los así llamados bajos instintos, Jerusalén y la Sombra y en segundo lugar, la “conversión en su contrario” mejor expresado en la fórmula de Nietzsche la “transfiguración de los valores”. Todo se reduce a un principio, sea la voluntad de poder, la sexualidad, la envidia o cualquier otra cosa aquello que podríamos llamar sombra. Ya no hay más dos polos o dos verdades, lo superior se reduce como un no verdad (impostura, sublimación, etc.) a lo inferior como su única y verdadera realidad. La sombra, los heréticos, el proletariado, las mujeres oprimidas son el Salvador, son “Jerusalén”. La conciencia necesita esta liberación de los opuestos porque la sombra ha llegado tan cerca que la tensión o la contradicción podría desintegrarla. Mientras que lo incompatible que esta ahí afuera es de algún modo tolerable (si las Cruzadas y la caza de brujas califican como modos de tolerancia-aunque ciertamente extraños). Pero tan pronto como la conciencia admite que es en si misma incompatible consigo misma, que es lo que no quiere ser absolutamente, se auto-destruirá.
Dado que la sombra está, ahora, debido a la identificación con ella misma, aclamada, ha perdido, en un nivel, su cualidad de sombra, su ego-incompatibilidad. Ahora es egosintónica. Si recordamos al ladrón de tiendas, podemos afirmar que lo que en la actualidad se considera equivocado o mal simplemente se le renombra como bueno (justificado, incluso recomendable como una lucha legítima contra los opresores). Pero si la sombra ya no es sombra debido a que la oposición entre la luz y la sombra ha desaparecido, la cualidad de sombra debe reaparecer en algún otro lugar. Pero no puede reaparecer en el mismo nivel. La eliminación de figuras de la sombra -como “sombra”- fuerza a la conciencia más allá del entero nivel de figuras tangibles o entidades a una categoría completamente nueva, más abarcadora. Y, verdaderamente, hallamos que para el estadio subversivo, es la sociedad y/o la civilización como un todo, el sistema social que ahora es portador de la sombra. Éste debe ser culpado -y fundamentalmente cambiado, revolucionado. Con respecto a la cuestión nuclear tendríamos que decir que ni los Rusos ni nuestros propios líderes políticos como individuos son el peligro real, sino que más bien es la organización de la sociedad en su conjunto. Así que ese estadio se abre a la diferencia entre entidades corporales y el imperceptible e intangible sistema, en el que las entidades están contenidas y por medio del cual estas se organizan e informan.
He dicho que este estadio no descansa en el nivel de lo pre-moral. Es verdad, el énfasis en reducir cualquier cosa a los niveles bajos, a una readmisión de la esfera de lo instintivo, del cuerpo y tierra superado o reprimido en el segundo estadio en favor de una actitud idealista. Pero debemos ver que este nuevo acceso al instinto ocurre en el nivel espiritual e idealista alcanzado en este segundo estadio. Nada de lo adquirido al pasar a través de los estadios más tempranos se pierde en la conciencia, incluso aunque haya sido superado. La relación entre la conciencia y la sombra ha avanzado desde el “internacionalismo” del primer estadio vía la situación de “guerra civil” del segundo estadio hasta el estructuralismo del estadio de la ilustración. El problema real no puede localizarse en las fuerzas foráneas, tampoco entre las brujas y los disentidores entre nosotros -en otras palabras, en ambos casos en el nivel concreto de la gente. Ahora el problema se detecta en el sistema imperceptible que subyace a la conducta de la gente, se le comprende como un problema estructural y por tanto en un nivel fundamentalmente más profundo (o más elevado), mucho más sofisticado. El primer estadio adquirió para la conciencia un sentido de límite y contraste; en el segundo, este contraste fue considerado como una verdadera oposición de un inseparable par de opuestos, bien y mal; en el tercer estadio brota la conciencia de que esta oposición es inherente en la constitución o estructura de la civilización.
La ganancia que brota con esta comprensión es la irrevocable salida de la ingenuidad que creía posible localizar a la sombra allí afuera. La conciencia se ha vuelto conciente del hecho de que la sombra es una parte integral de la sociedad. El precio que ha de pagar por este logro es la pérdida de su integridad moral. Tránsfuga como es ahora, ha tenido que verdaderamente traicionar sus ego-ideales. El carácter de este estadio en que la disensión es tolerada y todo es sospechoso de derivar de bajos motivos puede ser descrita como humana y cínica. El caballero (guerrero) y la moral de matar de los estadios primero y segundo se han sublimado en un mero reduccionismo al modo de pensar de uno, una aniquilación a través del “nada más que”. El hombre ya no está más preocupado con los valores ideales de la fe verdadera y lo correcto, ahora se esfuerza por la “utopía concreta” (Ernst Bloch). Esto es, él ha descendido desde el plano del moralismo al plano de la realidad social empírica “sociología”, y llegado a una conciencia del nivel de los sistemas y estructuras en los que él está inserto y por los que su pensamiento y experiencias se conforman.
IV. El estadio mea culpa
Un ejemplo de este estadio de conciencia sería la idea corrientemente sostenida de que la bomba atómica es el producto de nuestro excesivo orgullo, nuestra actitud de aprendices de brujo.
En este nivel, vemos que la conciencia ha desertado al enemigo debido a su decepción fundamental e indigesta de que no era perfecta, como había asumido. El dolor sobre la perdida de la inocencia y la pureza de la conciencia y la contaminación de sus ideales más altos era tan grande que no podía ser contenido solo por medio de la identificación con el agresor. Ahora este dolor tiene que ser sufrido en plena conciencia mientras que al mismo tiempo se retienen los logros de los estadios previos, por ejemplo la comprensión del hecho de que la sombra es inescapablemente la suya propia (de la conciencia). La oposición polar (dada durante el estadio previo en favor de uno de los polos solamente) debe ser reinstituida. Esto es, los valores ideales descartados desde la decepción y el desafío deben ser reconocidos de nuevo como nuestros valores supremos, en plena conciencia de que nos sentimos radicalmente faltos de ellos. La incompatibilidad entre la propia sombra del ego y el ego debe ahora ser mantenida. Pero la resultante contradicción aniquiladora debe ser evitada por alguna nueva forma de defensa. Los sentimientos de culpa constituyen el cuarto modo de recibir al invitado y de defenderse asimismo de él. Esta es el Viernes Santo de la Sombra, su crucifixión.
El remordimiento, la admisión de la propia pecaminosidad, los sentimientos de culpa todos estos deben entenderse tanto un modo de invitar al invitado un poco más como un fenómeno de defensa. El mecanismo de defensa particular aquí es el del aislamiento. Hemos comprendido ya que la no mitigada contradicción que la conciencia descubrió ser ella misma habría sido auto-punitiva. El polo de los ideales y el polo de la sombra si son dejados acabarían demoliéndose uno al otro. Pero si son aislados uno del otro, separados por un muro de vidrio, por así decirlo, la contradicción puede persistir sin que nosotros tengamos que sufrir el destino de una auto-aniquilación. Los sentimientos de culpa son los fenómenos por los que el aislamiento de los opuestos de cada uno tiene lugar. Un sentimiento de culpa visto desde el interior se estructura como un juego entre un juez que condena y un criminal condenado, pero de tal modo que ambas parte son vividas por una y la misma persona en un sentimiento de unión personal; este juego se congela y así puede mantenerse inalterado para siempre. Al juego no se le permite moverse, desarrollarse. A los dos integrantes no se les da libertad para que puedan interactuar como dos animales salvajes capaces de devorarse uno al otro, o como el fuego y el agua capaces de aniquilarse mutuamente, sino que se fija en su posición momentánea y son así como animales mantenidos en jaulas separadas. El juez no admite todavía que el criminal que condena es él mismo. Y el criminal no se da cuenta de su identidad con el juez. En cada sentimiento de culpa, el juez en nosotros permanece en sus vestiduras y en un asiento elevado apuntando su dedo al convicto más abajo.
Sin embargo, algo nuevo se ha adquirido más allá de la situación del estadio subversivo. Los sentimientos de culpa son testimonio del hecho de que la conciencia de la apropiación personal de la contradicción se ha realizado. Durante el estadio previo donde la sombra era percibida en el sistema en su conjunto, la sombra estaba aún de algún modo mantenida fuera, en algo que no soy yo. El sistema social es todavía un Ello. La matanza se dirigía a ciertas ideas, las cuales eran declaradas como supersticiosas. Al matarlas, yo me disociaba a mi mismo de ellas. Ahora, con la actitud mea culpa, la sombra ha regresado a casa plenamente; está verdaderamente en mí, en el sujeto, mi propia sombra, tan mía como mis ideales. La escisión oposicional entre mis ideales y mi sombra, ahora, inescapablemente se da en mí. Ambos ocurren en el mismo territorio: yo. Estoy identificado con los valores morales y con la sombra al mismo tiempo. Y así me he vuelto una contradicción viviente, en nombre de la cual “mala conciencia”, “sentimiento de culpa”. Ya no es más yo y ellos o yo y ello (el sistema). Ambos son uno y lo mismo: yo, al abrigar el sentimiento de culpa, me mato a mí mismo, y la forma de esta matanza es el remordimiento.
Pero, y aquí llegamos a una segunda defensa, yo soy ambos en diferentes sentidos. Soy juez en el sentido de que mi esencia metafísica esta implicada; sin embargo soy criminal solo por virtud de mi naturaleza finita. Esto quiere decir un tipo de privatio boni. La sombra es solamente mi defecto personal o delito menor. Si solamente hubiera sido o hubiera sido como debiera, entonces el ideal habría quedado intacto. El reino de los ideales es el único completo y pleno, la verdad objetiva esta aquí, en cambio el segundo polo, la sombra, es devaluado como no verdadero, una insuficiencia meramente personal, nuestra falta de fuerza moral, nuestra violación de nuestras normas éticas. Así la conciencia en este nivel tiene éxito en mantener la integridad del principio del bien, incluso si tiene que conceder que mi conciencia personal ya no es compatible con ella misma. La moralidad en sí, el cosmos moral, permanece intocado. La manifestación del fenómeno de la sombra es solamente una especie de accidente dentro de un cosmos de ideales y valores que permanece en principio, intacto: es mi falta y mi problema personal. Aquí tenemos no una perdida del cuerpo, la tierra, el instinto como en el estadio segundo, sino una pérdida de “el mundo”, realidad objetiva.
Con este estadio hemos, históricamente hablando, avanzado a la Era del Pietismo y a la psicología personalista, la subjetividad, la interiorización. La conciencia ha adquirido para si misma un sentido de conciencia tal cual y del rol que juega en nuestros problemas. Se ha vuelto auto-conciencia, mientras que en los niveles previos solo era conciente de sus contenidos. Este es el estatus en el que la psicología personalística alcanza su más alto nivel. Los sentimientos de culpa son un instrumento excelente para canalizar toda la atención hacia la persona dentro de lo que llamamos el ego moderno. En este estadio hemos llegado a una identificación narcisista (confusión) del ser humano como individuo con la sombra, lo cual representa, en retrospectiva, un terrible error, pero también un paso necesario en el camino de la total integración de la sombra.
Pero hemos también alcanzado el nivel logrado en la filosofía Kantiana, la cual provee la auto-reflexión crítica de este estadio mientras que el Pietismo y la psicología personalística simplemente actúan (acting out). Con Kant hemos ido más allá del dogmatismo del primer y segundo estadio y más allá del escepticismo del tercer estadio y hemos alcanzado el nivel de la auto-reflexión y el criticismo (en el sentido Kantiano). El problema de la sombra ya no es más estructural, un problema de la organización de la sociedad o un estado mental. El nivel abstracto, utópico de todo pensamiento social ha sido dejado atrás. Se reconoce al sistema social como una manifestación de una escisión en la misma naturaleza del hombre, en la condición humana en sí mismo y esto muestra que el invitado ha sido admitido en el propio hogar. Las preguntas a ser planteadas en este nivel son parecidas a las siguientes: ¿Qué es lo que constituye la moralidad? ¿Cuales son las condiciones a priori de la posibilidad de la verdadera conducta moral? Y ultimadamente: ¿Qué es el hombre? Tales son la cuestiones ocultas en el fenómeno de los sentimientos de culpa y la pecaminosidad. El nivel en el cual la conciencia ve el problema es el metafísico, el de la Wesensphilosophie (una filosofía de principios y esencias universales).
El personalismo y la interiorización no deben ser tomadas literalmente. No son la señal de que la conciencia ha regresado a un estatus previo al del descubrimiento del sistema invisible en el que nos hallamos nosotros mismos. Ha descendido a nivel personal y a la vez a ascendido por encima de la comprensión de los sistemas y estructuras al nivel de los principios últimos. El personalismo es meramente la señal de la inescapabilidad y la presionante inmediatez del problema de la sombra una vez que se entiende que esta enraizada en un principio “metafísico”.
V. El estadio de la hospitalidad o la integración lograda
La conciencia ahora ve a través de la arrogancia y la presunción inherentes en el estadio de la mala conciencia. Precisamente al cargar humildemente la culpa en uno mismo y al devaluar la sombra como un defecto meramente personal sin realidad autónoma, el ego se infló a si mismo para convertirse en el polo opuesto del principio del bien. La subjetividad humana en último análisis se había vuelto el antagonista real de “Dios”. Ahora puede entenderse que la integración de la sombra no significa su apropiación literal y que la sombra solo surge de mi personalidad subjetiva. La idea de la interioridad personal es reconocida como el último refugio, el último valuarte en la lucha del ego por su auto-preservación o por la preservación de una conciencia armónica. La interiorización que constituye a la psicología personalística es la última defensa contra la psicología. Ahora vemos que la integración de la sombra implica que se la reciba en la conciencia misma sin reserva.
No puede haber más dos aspectos diferentes, como en el estadio previo, donde yo era, con toda seguridad al mismo tiempo juez o representante de los altos valores y el convicto culpable, estando cada uno de ellos, sin embargo, en un plano diferente. Ahora juez y criminal, ideal y realidad defectuosa se encuentran en el mismo plano y en los mismos asuntos, por lo que ambos perecen de sus contradicciones internas, cada una se coloca bajo la otra, como para que algo más, un nivel completamente nuevo de conciencia pueda aparecer. Cuando Jung habla de la “función trascendente” como este proceso que hace emerger una nueva conciencia de la auto-destrucción de los opuestos inherente en la vieja conciencia, podría tener en mente algo similar. Lo que surge aquí es una conciencia psicológica verdadera.
El juez baja de su tarima y para de hablar desde ella al criminal. Cesa el entero juego del juez y el criminal. Ambos roles desaparecen, no en el sentido de que se mezclen en uno, sino de un modo tal, que uno se reconoce a sí mismo en el otro, y ambos se reconocen a sí mismos a través del otro como humanos, humanos con su propia complejidad: a la vez humanos-demasiado-humanos y divinos. Ahora el hombre puede conversar con el hombre en un nivel verdaderamente humano.
La sombra no se integra plenamente y una conversación entre humanos reales no es posible, en la medida que evito la contradicción de mi ser lo que yo también no soy. ¿Pero no dijimos que la contradicción, si no es evitada, implicaría una auto-laceración? ¿Como puede volverse productiva la contradicción más que destructiva? La integración de la sombra implica el sacrificio de la plenitud y la harmonía del mismo principio más alto. Requiere el sacrificio de la exclusiva bondad del cosmos moral como tal. En la medida en que la contradicción entre luz y sombra se distribuye entre dos entidades diferentes, los ideales morales allí y mis defectos personales aquí, el problema que apareció con la emergencia de la sombra es evitado. A los opuestos no se les permite chocar. Ellos chocan solamente cuando la sombra es reconocida como la propia oscuridad de la luz, el sol. El reino del bien tiene ahora su propio mal inherente, no solo como una “parte” o “aspecto” malo, como lo fue durante el estadio previo.
El problema es la exclusiva bondad del principio más elevado bajo cuya imagen y semejanza el ego se sabe creado. Si esta bondad exclusiva y consecuentemente el principio más elevado como hemos comprendido que ha de ser sacrificado, lo cual requiera la katastrophe, un ir debajo del ego antropológico. Pero bajo la condenación del ego o de la antropología es la Pascua de la Sombra, su resurrección y Ascenso al Cielo después de su crucifixión en el estadio previo. Esta ahora a la derecha del trono de Dios: la sombra puede ser reconocida como la sombra de la misma Mente de Dios, ya no es más mi defecto personal. El ego ha dimitido como el supremo regente de la conciencia. Ya no insiste más en ser el factor decisivo.
La Pascua de la sombra es la muerte final de la vieja conciencia que prevalecía desde antes de la primera llegada del invitado, el nacimiento de una nueva conciencia psicológica. De estadio en estadio la conciencia había cambiado, pero había retenido su identidad. Ahora esta misma identidad ha perecido. Más que un cambio, una transformación (una mutación) ha tenido lugar y lo que ahora vive no es un estado alterado de conciencia, sino una diferente, otra.
La creciente aproximación de la sombra ha conducido a la conciencia más allá de si misma, a la realización de que hay una psique objetiva, autónoma más allá de la esfera de la psicología personal y que la sombra alcanza la región transpersonal. Reconoce que un cambio es real solo si se le permite que ocurra en el nivel de los Dioses, en el nivel de nuestra metafísica u ontología, en el nivel del concepto. La aceptación de la sombra como mi problema personal no lo consigue, en la medida en que la Sombra era mi defecto personal aún era tratada como una sucia pordiosera. Solamente cuando se le permitió entrar en nuestra teología o metafísica se le concede, a aquel que una vez fue el extranjero misterioso, el lugar de honor del invitado en el propio corazón y el sentimiento hacia ella es de respeto, lo cual es amor y miedo a la vez. Se le honra como una realidad autónoma, arquetípica a la vista de la cual la ego-conciencia tiene que supeditar su pretensión de supremacía exclusiva. Se pueden entender todos los estadios previos como renovados intentos de la auto-preservación de la ego-conciencia en el sentido de una defensa desesperada de su monocentricidad.
Pero rendirse a la evidencia de la existencia de otro centro objetivo no significa que la adquisición del estadio previo, un sentido de subjetividad, interioridad y psicología tiene que perderse. La conciencia no regresa a aquellos estadios en los que el invitado era meramente “objetivo”, de algún modo “allí afuera”, sea en el extranjero o en un grupo minoritario, o en el sistema social. Más bien, este sentido de subjetividad es profundizado, profundizado hasta tal punto de que se hace aparente que esta enraizado en una entera nueva dimensión, la dimensión de una (subjetiva) objetividad (o una subjetividad objetiva) -lo que es, claro, una contradicción. Pero ser una contradicción es lo que constituye la psicología (como una conciencia psicológica o estatus lógico) y lo que nos permite no solamente tener o ser el lugar de, una vida imaginal o simbólica, tal y como encontramos en todas las eras, si no concientemente existir como vida imaginal (o alma).
Pues, después de todo, la psicología (la conciencia psicológica) se originó en no otra cosa más que en una integración gradual, en contra de una tenaz resistencia, de la contradicción que llegó al mundo de la conciencia con la primera llegada del Otro. La emergencia de la sombra ha parecido ser la emergencia del Otro psicológico. Pero hemos de tener en cuenta que en la medida que el Otro es aún un otro literal, sea allá fuera o aquí afuera, es precisamente un aún no Otro psicológico. El otro deviene psicológico sólo cuando cesa de tener la forma de “otro” y se le reconoce como teniendo la forma del uno mismo. Pero el otro como uno mismo es una contradicción. El invitado real que con el advenimiento de la sombra quiere entrar, puede ser visto, no como “el otro”: es contradicción, dialéctica, la sizigia (10). La plena integración de la sombra no significa la interiorización de “algo otro” (mis aspectos rechazados) dentro de mí, no significa meramente la ego-apropiación de los aspectos de la sombra, sino que la forma inicial de la otredad regresa a casa, a si misma, es interiorizada en si misma y así se transforma en la forma del si mismo (no de el Si Mismo). Significa el reconocimiento de la conciencia o del “concepto” como una auto-contradicción existente. Este reconocimiento existe ahora; el estatus de una conciencia psicológica se ha vuelto real. Como tal, la conciencia tiene su propia otredad ya no más ahí fuera en algún Otro (y en alguna “parte” de si misma que sería todavía un otro), sino que en es si misma su propia autocontradictoriedad ontológica: integrada en su mismo Ser, en su Concepto (Begriff). La psicología auténtica empieza cuando (después de todos los niveles previos) el nivel metafísico ha sido superado en favor de uno ontológico, verdaderamente lógico.
La sombra empezó como el otro en un sentido eminente. En el momento en que cesa de ser enfáticamente otro, en el momento que pierde la forma de la otredad, la sombra cesa de ser la sombra. La sombra (como la primera manifestación de “el inconsciente” como una totalidad) se transforma en una nueva manifestación de “el inconsciente” como un todo. en el anima (11), el alma.
Al haber permitido que la contradicción entre en su mismo concepto, la conciencia (o la psicología, en este sentido) conquistó el nivel del Concepto por si mismo y devino conciente de su existencia como Concepto o del Concepto existente (en el sentido hegeliano del Concepto). La conciencia se revela a si misma como logos que, a su vez, se revela a si mismo como pleno de alma (psicología) y actual (Concepto existente), mostrando simultáneamente que el entendimiento abstracto de logos (como en la lógica formal) era deficiente, meramente una reducción al nivel técnico de un instrumento para el propósito del pensar correcto.
El constante avance de la sombra ha destronado la arrogancia con la que el ego se confinó a si mismo a ser una entidad finita (en el sentido antropológico). La sombra destruye la auto-definición antropológica y le abre a su propia infinidad. El hombre es más de lo que es. Ser conciencia (no meramente tener conciencia), él es también su teología y su ontología, es también el reino arquetípico y los Dioses, que ciertamente no es. Como Jung nos dijo, en las palabras de Cristo: Y seréis Dioses. El corolario de esto es que ahora ya no existimos más como hechos positivos. No nos podemos tomar literalmente. Somos Dioses solo y precisamente porque nuestra creencia literal en nosotros mismos se disuelve en este estadio en una comprensión “meramente” imaginal (lógicamente negativa) de nosotros mismos.
Una vez que se ve la sombra como perteneciente al principio del bien o la bondad, este principio deja de ser meramente un principio, un debería, una demanda, un ideal -en otras palabras algo no real, no actual, algo que tiene su realización, si la tiene, fuera de si misma en una acción o conducta empírica, separada. Desciende a tierra y se vuelve actual en el sentido de lo que Hegel llama Sittlichkeit (usualmente traducido en los trabajos de Hegel como “vida ética”; ha de distinguirse de la moral trascendente de Kant). Y el hombre, sin ya tener que reclamar ser (al menos en principio) idéntico a sus ideales más altos, puede volverse humano de nuevo, modesto, en un sentido “metafísico”. Esto puede al principio parecer paradójico, pero es precisamente el ascenso de la sombra al cielo y la recuperación de un sentido de la psique “arquetípica”, “metafísica”, lo que nos permite bajar a tierra después de nuestra previa existencia en las nubes de las esencias e ideales y volvernos verdaderamente seres humanos aquí en una situación social real y en un mundo sensible, concreto. En la medida que el hombre estaba preocupado por el sistema social o con la naturaleza del hombre con sus problemas personales, aún estaba oscilando entre generalidades abstractas. Aún no había alcanzado lo concretamente actual: el individuo único, el momento único.
El periodo de ser aprendiz de la conciencia ha concluido. Ha sido un constante escalar desde la inocencia completa hasta la conciencia psicológica plena y desde un nivel físico concreto al de la divinidad del hombre, una escalada que, sin embargo, al mismo tiempo fue un descenso de las sublimes alturas de una existencia pleromática en el Jerusalén Celestial a la modestia de un “meramente” nivel imaginal y como tal, un nivel de existencia humana concreta en esta tierra real. Ahora nuestra lógica puede aceptar y afirmar la contradicción inherente de nuestro ser, digamos nuestro ser conciencia.
Ahora la conciencia ha avanzado al nivel del oficial. Ahora el Pentecostés puede ocurrir, una nueva vida puede empezar, una que ya pronto no será un período de transición desde un estatus fundamental de conciencia (aquel del mito, la religión o la metafísica) a otro lógicamente más alto (o más profundo) el de la conciencia psicológica por medio de un ascenso-y-descenso lineal a través de una serie de estadios -la historia entera del Occidente Cristiano parece haber tenido el “propósito” de haber sido este enorme período de transición (12) -sino una vida que es, metafóricamente hablando, la itinerancia del oficial a través de un mundo transformado en campo del alma, en el paisaje de la psicología actual.
Este es el paisaje de la paz. ¿Porqué es el paisaje de la paz? Todas las formas de matanza de los estadios previos -las matanzas teológicas, moralistas, iluministas y pietistas- han sido superadas, no sólo empíricamente, sino lógicamente; porque la forma de la otredad ha sido superada.
Pero esta paz no es la paz inocente del tiempo pleromático previo al primer estadio de integración de la sombra. Es una paz que se construye sobre, o descansa en, las formas de las matanzas descritas y las contiene todas como momentos en si misma. Y no debiera ser malentendida como una utopía social. No significa, en absoluto, que ahora la violencia, las matanzas, la guerra se ha vuelto imposible en la realidad social. La paz de la cual estoy hablando no es una paz en el sentido de conducta literal entre la gente, los grupos o las naciones. Es una paz solamente como y en la forma lógica de la conciencia psicológica.
Pero esto no es el final del camino. “Paisaje de paz” no significa un quedarse en la eterna armonía. Pues como hemos oído de Jung, el reconciliarse con la sombra es solamente la “fase-de-aprendiz”. Lo que aún queda y ha de ser conseguido es la “maestría”, que no muchos pueden lograr (13).
© Wolfgang Giegerich
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Giegerich, Wolfgang (2008). Soul Violence, Collected English Papers Vol III. New Orleans: Spring Journal Books. Publicado originalmente en GORGO 15 (1988): 5-28, y una versión abreviada traducida al inglés en Spring 51 (1991): 86-106.
Traducción: Josep M. Moreno http://www.immorenoalaveda¡ra.com/Presentación.html
(Agradezco al autor su amable permiso para traducir y publicar este artículo. Agradezco también al traductor su permiso para esta publicación)
Wolfgang Giegerich es un destacado psicólogo analítico cuya obra ha sido considerada por David L. Miller como un avance radical en el pensamiento junguiano, más aún, como "pensamiento junguiano de tercera ola", comparando la obra de Giegerich con la de Jung mismo y con la "segunda ola", la psicología arquetipal asociada con James Hillman.
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NOTAS
1 Letters 2, 9 Feb. 1959, a Traugott Egloff, p. 481.
2 En el sentido de una Beziehungswahn (“ilusión de [auto-]referencia”).
3 Letters 2, 12 Abril 1959, a Werner Breucher, p. 498.
4 Otras regiones culturales del mundo necesitarían una discusión en sus propios términos. Aquí se excluyen completamente, no por razones externas, tales como la cantidad de espacio asignada al artículo, sino por razones intrínsecas. La sombra como el huésped que se aproxima no parece ser parte de la fenomenología de estas culturas.
5 Marie-Louise von Franz (1974), Shadow and Evil in Fairytales. Zürich: Spring Publications, p. 5
6 Esto se aplica, claro, también al concepto de “ el inconsciente” en si mismo, tanto como al de “el alma”. A Jung y otros les gustaba hablar sobre “el descubrimiento” del inconsciente. Sin duda, podemos afirmar que América fue descubierta (desde el punto de vista Europeo medieval), y así lo fue la penicilina o las lunas de Júpiter. Pero ¿el inconsciente? ¡Es una interpretación! Una interpretación y no un hecho de la naturaleza a ser interpretado. Las “imágenes primordiales” de Jung, sus “arquetipos en si mismos” tampoco deben ser entendidos como hechos positivamente existentes en la naturaleza. Son en si mismos interpretaciones o, como lo pone Hillman, perspectivas. Lo que Jung afirmó sobre los descubrimientos de Freud concerniendo a los orígenes de las neurosis en las experiencias infantiles se aplica a la propia teoría de los arquetipos: “Estos descubrimientos son solamente hechos aparentes; en lo básico son interpretación” (CW 16 § 54), la diferencia única y esencial está en que “los arquetipos” no son simplemente la interpretación (subjetiva) del psicólogo, sino que ya se presentan como interpretaciones. Constituyen interpretaciones objetivas existentes, afirmaciones, el alma hablando sobre si misma. Solamente podríamos hablar de hechos psicológicos si damos a entender “el hecho de que la psique realiza tal afirmación” (Letters 2, 14 Junio 1957, a Bernhard lang, p. 370), por ejemplo, como cuando se nos presenta con tales auto-interpretaciones. La dificultad con la noción de “interpretación” radica, claro, que tendemos a pensar que igualmente la noción de “explicación” implica que hay algo, algún objeto o hecho, sobre el cual la interpretación gira o versa. Esto es verdad en la vida cotidiana y en la ciencia. Pero no en psicología. “El alma” llega exclusivamente a su ser en (y como) sus propias interpretaciones, el alma es nada excepto sus propias interpretaciones. No hay nada (ningún substrato) detrás de las interpretaciones. La interpretación dentro de si misma establece y genera “aquello que es”. “El alma” es pensamiento que se piensa si mismo. Así que ¿sobre qué versan las auto-interpretaciones o afirmaciones? Cada una habla solamente sobre si misma, no sobre una alma reificada y supuestamente separada. “Formación, transformación, Mente Eterna, eterna recreación”.
7 Este artículo se escribió en los 80.
8 La palabra latina hospes de hecho contiene en si misma hostis. Hostis es el extranjero que puede ser tanto enemigo como amigo-invitado.
9 CW 14 § 129.
10 La así llamada concepción “postmoderna” de la psicología Junguiana, que insiste absolutamente en el Otro y su inalienable otredad, puede ser vista como un demorarse en la entrada del umbral de la psicología y como un rechazo a entrar dentro.
11 Claro que no el ánima en contraste al ánimus, sino que el ánima con su propia dialéctica interna, en otras palabras, la sizigia como una totalidad: la sizigia del ánima con su propia negación, el ánimus.
12 Quizás este período “transicional” empezó mucho antes, con el inicio de la filosofía griega y el surgimiento del monoteísmo en el antiguo Israel, al mismo tiempo que, con el abandono del estatus lógico de las culturas ritualistas y el inicio del estatus de la religión y la metafísica.
13 ¿Porqué muchos no pueden lograrla? Porque lo que queda después de que la “fase-de-aprendiz” ha sido completada es la contradicción. El estadio del ánima o el alma implica directamente a la conciencia con la dialéctica.