LA ALQUIMIA
Serge Hutin (16)
INTRODUCCIÓN
Nada más fácil, en apariencia, que definir la alquimia. Es, se dice
corrientemente, el arte de la transmutación
de los metales, pseudociencia de la Edad Media, cuyo fin era la fabricación
del oro. Y muchos completan esta definición con una condena desdeñosa y
categórica exclamando con el químico Fourcroy:
"La alquimia ha ocupado a muchos locos, ha arruinado a una
multitud de codiciosos e insensatos y embaucado a otra multitud aún más grande
de crédulos (1)."
Sin embargo, al estudiar la cuestión con menos ligereza, se
observa que tras el término alquimia se
oculta una realidad histórica extremadamente compleja.
"La historia de la alquimia -escribe Berthelot- es muy
oscura. Es una ciencia sin raíz aparente, que se manifiesta de pronto en el
momento de la caída del Imperio Romano y que se desarrolla durante toda la Edad
Media, entre misterios y símbolos, sin salir del estado de doctrina oculta y
perseguida; en ella los sabios y los filósofos se mezclan y confunden con los
alucinados, los magos y los charlatanes y, a veces, hasta con malvados,
estafadores, envenenadores y falsificadores de moneda."
El problema dista mucho de estar claro y, si numerosos trabajos
eruditos han sido consagrados a la Alquimia, ésta no permanece menos
profundamente desacreditada a los ojos de la mayoría del gran público, que
habitualmente no hace diferencias entre "alquimista",
"hechicero" y "charlatán". La alquimia habría sido una
especie de arte más o menos mágico, consistente en la ingeniosa combinación de
pases mágicos, retortas e invocaciones al Diablo, con el fin de obtener oro, o
simular su obtención ante los ojos de papanatas maravillados... Si la alquimia
no hubiera sido nada más que eso durante todo el largo período que fue
cultivada, no merecería, por cierto, haber sido estudiada por tantos sabios e
historiadores modernos, en primer término el gran químico Berthelot. Pero,
cuando se sabe diferenciar a los verdaderos alquimistas de los estafadores y
charlatanes que pretenden ser adeptos del arte
sagrado se observa que la alquimia, lejos de reducirse a la simple
fabricación de oro, era en realidad algo más noble y complejo. Así, un estudio
imparcial aunque rápido de la antigua "ciencia de Hermes" es del más
alto interés. Es una exploración verdaderamente apasionante de los tiempos
pasados, a la cual invitamos al lector.
¿QUE ES LA ALQUIMIA?
Volvamos a la definición corriente
de la alquimia:
"El arte de hacer oro".
El alquimista era un "hacedor de oro", alguien que
procuraba enriquecerse al menor costo posible y, muy a menudo, a expensas
ajenas... Sin embargo, este prejuicio es un grave error. Las tentativas experimentales
de los verdaderos alquimistas para transmutar los metales eran emprendidas no
para enriquecerse sino con el propósito de aportar una prueba material a su
sistema
"en
interés de la ciencia",
como se diría hoy. De ahí, las múltiples precauciones empleadas
por los adeptos para ocultar sus secretos a los ojos de los profanos; de ahí su
desdén por aquellos a quienes llaman "sopladores", es decir, simples
fabricantes de oro, los que buscaban
empíricamente la Piedra filosofal y que, ignorantes de las teorías
iniciales ensayaban al azar los procedimientos más heteróclitos y concluían a
veces su carrera como estafadores o monederos falsos.
ETIMOLOGIA. Pero ¿qué era entonces la
alquimia propiamente dicha? Interroguemos primero a la etimología de la palabra.
Esta es árabe en su forma (el-Kimyâ), pero
griega en su raíz. Kimyâ deriva, sin
duda, de Khem ("el país
negro"), nombre que designaba a Egipto en la antigüedad. La palabra misma,
nos aporta útiles informes en cuanto a la patria de origen, real o simbólica,
del arte sacro.
CARACTERES
GENERALES. En
lo relativo a su fisonomía general, la alquimia presenta todas las
características de un arte oculto,
escondido, reservado a ciertos iniciados, y que no debe ser comunicado al
vulgo. Es en esto donde desde el principio difiere fundamentalmente de la
ciencia moderna. La alquimia se trasmite por tradición oral o escrita; en secreto, de maestro a discípulo. Se
basa en las revelaciones y en los viejos secretos trasmitidos por una
literatura emblemática. El alquimista nada tiene que descubrir; sólo reencontrar un secreto. Por eso la
alquimia ha permanecido tan semejante a sí misma durante largos siglos: si su
simbolismo y algunos de sus desarrollos pudieron exhibir variadas formas
durante la Edad Media y hasta el siglo XVI, sus teorías básicas sobre la
constitución de la materia no cambiaron. La alquimia es un arte oculto,
decíamos; también un arte maldito,
condenado por teólogos (y antes que ellos, por el Derecho Romano tardío), y que
se desarrolló al margen de los cánones oficiales del saber y a veces contra
ellos. Necesitamos considerar ahora la alquimia tal como la definían los mismos
alquimistas.
LA FILOSOFÍA
HERMÉTICA. Los
alquimistas se adjudicaban de buen grado el título de filósofos, y lo eran en efecto en un género particular, toda vez
que se consideraban depositarios de la Ciencia por excelencia, constituida por
los principios de todas las demás, que explica la naturaleza, el origen y la
razón de ser de todo lo que existe, que narra el origen y el destino del universo
entero. Esta doctrina secreta era la madre de todas las ciencias, la más
antigua, la que estudiaba el mundo y su historia y que, según la tradición,
había sido revelada a los hombres por el dios Hermes (el Thoth
egipcio), origen del nombre de filosofía hermética dado a esta doctrina. Pero
es abusiva la confusión de esta doctrina y las operaciones propiamente dichas.
La alquimia fue ante todo una práctica y, por lo tanto, la aplicación de la filosofía hermética.
LAS TEORÍAS ALQUÍMICAS. La alquimia en el sentido
estricto del término era un arte práctico, una técnica, pero como tal se
apoyaba sobre un conjunto de teorías relativas a la constitución de la materia,
a la formación de las sustancias inanimadas y vivas, etc., teorías que constituían los postulados de donde partía el
alquimista.
LA ALQUIMIA PRÁCTICA;
SUS FINES. La
alquimia práctica, aplicación directa de la alquimia teórica, era la búsqueda
de la Piedra filosofal. Presentaba
dos aspectos principales complementarios: la transmutación de los metales, que era la Gran Obra en el sentido estricto del término, y la Medicina universal. Eran éstos los dos
poderes esenciales de la Piedra.
Los alquimistas suponían que los metales eran vivos y que en
estado de pureza debían presentarse con la forma del oro, metal perfecto. De
ahí la definición más corriente de la alquimia.
"La alquimia es la ciencia que enseña a preparar cierta
medicina o elixir que al ser proyectado sobre los metales imperfectos les
comunica la perfección en ese mismo momento (2)".
Pero licuando la Piedra se obtenía el elixir de larga vida, que debía asegurar a su poseedor la
prolongación de la vida hasta la casi perpetuidad de la existencia, y a la vez
la Panacea, remedio milagroso que
restauraba la fuerza y la salud del organismo. Tal era la Medicina universal:
se procuraba encontrar lo que hoy se llamaría un "regenerador
celular".
La Piedra filosofal debía igualmente comunicar a su poseedor toda
clase de poderes maravillosos: volverse invisible, mandar a las potencias
celestes, desplazarse a voluntad en el espacio, etcétera. Pero esos poderes
mágicos serán mencionados sobre todo en la literatura alquímica solamente al
fin de la Edad Media, lo mismo que los otros problemas que hasta el
Renacimiento vinieron a injertarse en el de la Piedra: el alkaest (descubrir un
"disolvente universal", capaz de desintegrar todos los cuerpos), el
homunculus (fabricar artificialmente un hombre), etcétera.
LA ALQUIMIA MÍSTICA. Es una muy distinta concepción
de la alquimia; según algunos autores, y en particular los pensadores de la
francmasonería, la alquimia era una
Mística. La terminología alquímica tenía, en realidad, un sentido figurado
y significaba el oro espiritual. El
propósito del alquimista no era la búsqueda del oro material: era la
purificación del alma, las metamorfosis progresivas del espíritu. Los
"metales viles" eran los deseos y las pasiones terrenales, todo lo
que entorpece el desarrollo del ser humano auténtico. La Piedra filosofal era
el hombre transformado por la transmutación mística. La transmutación del plomo
en oro era la elevación del individuo hacia lo Bello, la Verdad, el Bien, la
realización del arquetipo que cada ser humano lleva dentro de sí. El hombre era
la materia misma de la Gran Obra, y así se explica este pasaje de los Siete capítulos de Hermes.
"La Obra está contigo y reside en ti de tal modo que, al
hallarla en ti mismo donde está siempre, la tienes constantemente, cualquiera
fuere el lugar donde te hallares, en la tierra o en el mar."
EL "ARS
MAGNA".
Pero la concepción más grandiosa de la alquimia es el Ars magna ("Gran Arte"), llamada a veces arte regia: en Europa se la encuentra
principalmente desarrollada entre los autores del siglo XV y posteriores. He
aquí la definición que le da uno de sus intérpretes modernos, A. Savoret:
"La alquimia verdadera, la alquimia tradicional, es el
conocimiento de las leyes de la vida en el hombre y en la naturaleza, y la
reconstrucción del proceso mediante el cual esta vida, adulterada aquí abajo
por la caída de Adán, ha perdido y puede recobrar su pureza, su esplendor, su
plenitud y sus prerrogativas primordiales: lo que en el hombre moral se llama
redención o regeneración, perennidad en el hombre físico, purificación y
perfección en la naturaleza; en fin, en el reino mineral propiamente dicho,
refinamiento y transmutación. El fin de la alquimia se apoyaba así en la
comprobación de una caída, de una decadencia, de una degradación de los seres
de la naturaleza. La suprema Gran Obra (Obra
Mística, Vía del Absoluto, Obra del Fénix) era la reintegración al hombre
de su dignidad primordial. La Piedra filosofal daba al adepto la excelencia
iluminativa física y moral, la felicidad perfecta, la influencia sin límites
sobre el universo, la comunión con la Causa Primera. Encontrar la Piedra
filosofal era descubrir lo Absoluto, la verdadera razón de ser de todas las
existencias, poseer el Conocimiento perfecto (gnosis). La ascesis y la práctica
se asocian estrechamente en esta alquimia trascendente: Capaz de inventar,
entre los órdenes diversos del ser, correspondencias fantásticas -escribe A.-M.
Schmidt-, impone a sus sectarios una ascesis sujeta a reglas precisas. Mientras
en el Huevo filosófico, globo de
cristal cuidadosamente cerrado, vigilan la cocción y la metamorfosis del compost, mezcla secreta de la cual, como
de un embrión prisionero del útero, nacerá la Piedra filosofal, deben pasar por
las gradaciones lentas de un proceso de purificación. Profesan la creencia de
que para realizar la Gran Obra, regeneración de la materia, deben procurar la
regeneración de su alma... Así como, en su vaso sellado, la materia muere y
resucita perfecta, de igual modo ellos anhelan que su alma, al caer en la
muerte mística, renazca para llevar en Dios una existencia extasiada. Se jactan
de ceñirse en todo al ejemplo de Cristo que, para vencerla, hubo de sufrir o,
más bien, aceptar el golpe de la muerte. Así, para ellos, la imitación de
Cristo es no solamente un método de vida espiritual, sino hasta un medio de
regular el curso de las operaciones materiales de las cuales provendrá el
Magisterio."
El adepto resulta así capaz de realizar la Obra física, la regeneración del cosmos. La transmutación, después
de operarse en el secreto del alma humana, debe manifestarse en el mundo
material. La Piedra filosofal, materia animada más perfecta que todos los
seres, semejante a la materia prima de la Creación cuando el Caos hubo sido
animado por el Fuego divino, extiende su acción a todos los reinos: animal,
vegetal y mineral. El alquimista, en conocimiento de las leyes que según él han
presidido la formación de los seres, puede reproducir los cuerpos que tenemos a
la vista:
"Lo que la naturaleza hizo al principio, decían los
alquimistas, podemos hacerlo remontando el procedimiento que ella ha seguido;
lo que ella quizás hace todavía, con ayuda de los siglos, en sus soledades
subterráneas, podemos hacérselo terminar en un instante ayudándola y poniéndola
en mejores circunstancias" (Hoefer).
Pero el adepto busca también el descubrimiento y la fijación de un
fermento misterioso, que es precisamente la Piedra, y que no sólo permite
retardar casi indefinidamente la desintegración de los cuerpos, sino también
asegura el progreso rápido de los seres hacia el estado superior, regenerando
todos los seres imperfectos, cambiando los metales "leprosos" en oro
y devolviendo la salud a los enfermos. El alquimista se transforma en un
verdadero superhombre, regenerador del mundo.
Resulta, así, mucho más difícil dar una respuesta precisa a la
pregunta: ¿qué es la alquimia? Esa
palabra abarca diferentes dominios, que pueden ser agrupados en cinco aspectos
principales:
1. Una doctrina secreta, la filosofía hermética.
2. Teorías que se podrían calificar de
"científicas" sobre la constitución de la materia.
3. Un arte práctico cuyos fines principales son
la transmutación de los metales y la medicina universal.
4. Una mística.
5. El Ars
Magna, curiosa alianza de misticismo, aspiraciones religiosas, teosofía y
procedimientos prácticos, especie de síntesis de los aspectos precedentes.
Hubo tantos alquimistas como categorías precedentemente
distinguidas: unos interesados casi exclusivamente en la transmutación de
metales en oro (crisopea) o en plata (argiropea), otros en la medicina; unos,
ante todo prácticos; otros, especulativos que trataban de disimular sus
doctrinas heterodoxas tras el velo de alegorías y de símbolos; algunos fueron
sobre todo místicos. Pero los maestros del "arte regia" (3) han
cultivado simultáneamente todos los aspectos posibles.
Exteriormente la alquimia ha evolucionado mucho a través del
tiempo; en Occidente no adquiere su fisonomía definitiva hasta la Edad Media y
a veces hasta el siglo XVI.
El estudio de la alquimia no es, pues, tan fácil como algunos
podrían creer, tanto más cuanto que es difícil, hasta para un historiador
sensato, abandonar el punto de vista de la ciencia contemporánea para buscar,
detrás de un lenguaje especial de extraño porte, conceptos que a primera vista
parecen insólitos y extravagantes al hombre moderno.
LA FILOSOFÍA HERMÉTICA
I. GENERALIDADES
Hemos visto que los alquimistas se asignan de buen grado el epíteto
de "filósofos", y que
muchos de ellos pretenden aportar un conocimiento profundo de la naturaleza: la
filosofía hermética.
FORMACIÓN Y
CARACTERES GENERALES.
Es una doctrina o mejor, un conjunto de doctrinas perpetuado en el decurso de
la Edad Media por obra de múltiples influencias. Esta filosofía hermética ha
acarreado los restos de todas las doctrinas teosóficas de fines de la
Antigüedad, que fueron combatidas por la Iglesia con encarnizamiento pero que
no dejaron de marchar subterráneamente durante muchos siglos: hermetismo
propiamente dicho, gnosis diversas, paganismo místico, religiones de misterios,
neoplatonismo... Más tarde la filosofía hermética recurrió a la Cábala judía,
aunque sin llegar a confundirse con ella.
Lo más extraño es que este conjunto de doctrinas diversas se
presente como un coherente sistema tradicional no carente de grandeza. Doctrina
secreta, oculta a la vista del profano tras el velo de alegorías y de símbolos,
trasmitida por tradición oral y por iniciación, trató de estabilizarse, sobre
todo a partir del siglo XV, en un sistema coordinado. Pese a las divergencias
entre los autores, las ideas principales persisten invariables desde los libros
de conjuros de la Edad Media (y los tratados antiguos...) hasta los voluminosos
tratados de Paracelso y de Fludd.
EL UNIVERSO. Como lo hace notar precisamente
Lambert,
"el campo de estudio del alquimista no va más allá del
sistema o, más bien, del universo solar; esto debe tenerse presente. En los
tratados de alquimia se habla a veces de constelaciones, pero éstas sólo sirven
para definir la posición de los planetas del universo solar en el cielo".
Se encuentra, sin embargo, entre los adeptos todo un sistema del
mundo: en el centro, la Tierra; luego, los círculos de los siete planetas y el
círculo de las estrellas fijas; después el Empíreo,
el reino de los espíritus puros, y por fin, fuera del conjunto del universo,
Dios mismo, creador de ese Todo que él "envuelve" en cierto modo, que
"circunscribe
todo sin estar él mismo circunscripto" (ver fig. 1).
DIOS Y EL MUNDO. Los textos herméticos insisten
ora sobre la inmanencia de la Divinidad en el mundo, ora sobre su trascendencia respecto del universo. De
hecho Dios no es independiente del mundo y tiende a menudo a abismarse en él.
Los autores emplean sin violencia la expresión "naturaleza naturante"
(Natura naturans) para designar la
Divinidad. (Esta expresión no ha sido inventada por Spinoza: mucho antes se la
encuentra en Robert Fludd y en Giordano Bruno, quienes la tomaron de los
hermetistas medievales.) Por extensión todo ser en el mundo, todo lo que existe,
es una parte de Dios. Más aún: la historia del mundo es también la historia de
Dios; sin la creación, Dios se reduciría a una simple posibilidad
indiferenciada; si Dios es visible en el universo, es porque se ha expresado
por su intermedio (cf. más adelante, § 2).
LA UNIDAD CÓSMICA. Hay así un solo Ser que se nos
presenta con formas infinitamente variadas. Y la Piedra filosofal se constituye
en el símbolo mismo de esta unidad cósmica.
"La Piedra de los filósofos también es llamada vegetal,
animal mineral, porque de ella misma, en sustancia y en ser, los vegetales, los
animales y los minerales han nacido (5)."
La teoría de la unidad de la materia es como el leit motiv de todos los autores
herméticos:
"Uno
es el Todo, por él el Todo, para él el Todo, y en él el Todo"
escribe Zósimo, y en la faz final de su Testamentum el pseudo Lulio inscribió la siguiente fórmula: Omnia in Unum ("Todo en Uno").
Tras la diversidad de accidentes con que las cosas se revisten, se esconde una
esencia común a todos los seres de la naturaleza. Esta concepción es retomada
por Jacob Boehme, quien escribe en su De
Signatura Rerum:
"Cuando hablo del Azufre, del Mercurio y de la Sal, sólo
entiendo una cosa única, espiritual o corporal; todas las criaturas son esa
cosa única, pero las propiedades las diferencian. Cuando hablo de un hombre, de
un animal, de una planta o de un ser cualquiera, todo ello es la misma cosa
única. Todo lo que es corporal es una misma esencia, plantas, árboles y
animales; pero cada uno difiere según que, al principio, el Verbo fiat le haya impreso una cualidad."
(Este es el fundamento de la doctrina de las "Signaturas" ampliamente desarrollada por Paracelso.)
LA VIDA DEL
COSMOS. Se concibe
el mundo como un vasto organismo. Todo es animado, vivo: la idea de la unidad
de la materia y del vínculo íntimo entre lo que existe se acompaña de un
vitalismo generalizado.
"El mundo -decía ya el neoplatónico Jámblico-, es un animal
vivo cuyas partes, cualquiera sea su separación, están ligadas entre sí de modo
conveniente."
Todo lo que existe vive y posee un alma; la vida evoluciona, y se
transforma sin solución de continuidad, desde la piedra hasta Dios.
"La Naturaleza, incluido el Universo, es una, y su origen sólo puede ser la eterna Unidad. Es un vasto
organismo en el cual las cosas naturales se armonizan y simpatizan
recíprocamente6."
La muerte, nos lo dice el mismo Paracelso en su De Natura Rerum, no es más que la
disociación de los seres y su
"retorno
al cuerpo de su Madre".
Además, todo está poblado de espíritus, desde ángeles hasta
demonios, comprendidos los "espíritus elementales" de los cuales
Paracelso ha trazado una lista detallada: las "salamandras",
espíritus del fuego; los "silfos", genios del aire y de las
tempestades; las "ondinas", espíritus de las aguas; los
"gnomos", potencias terrestres, guardianes de cavernas y tesoros...
LA TEOLOGIA
SOLAR. En el
cosmos, el centro de la energía no es otro que el Sol, productor incesante de
la fuerza universal, designado por diversos nombres: Telesma ("Tabla de Esmeralda"), Archeo (Paracelso, van Helmont), Alma del Mundo (Fludd)...
Por su coagulación, esta luz formó los cuerpos y los materiales de
que se compone el universo sideral. El Sol mantiene los seres en existencia; su
energía anima al mundo y al hombre. De ahí el carácter divino atribuido al Sol,
fuente de toda vida: la energía una, emanada del Sol, vivifica constantemente
los seres del universo. Los adeptos reencuentran así el antiguo culto solar: el
astro del día se hace tabernáculo de la Divinidad, expresión visible del Verbo
divino.
EL DUALISMO
SEXUAL. Una de las
teorías que más escandalizaron a los teólogos es la del dualismo sexual,
ampliamente desarrollado por los autores herméticos: todas las oposiciones,
todas las simpatías y antipatías verificables en el mundo provienen de la
oposición de dos principios complementarios: uno activo y masculino, otro pasivo y femenino.
Reaparecen aquí antiguas concepciones milenarias: Dios era hermafrodita antes
de la Creación; luego se dividió en dos seres opuestos de cuya cópula nació el
mundo (cf. más adelante, § 2). El Sol es masculino; la Tierra, femenina. El
principio femenino se encarna más particularmente en la Luna. Es la Madre, la
diosa siempre fecundada pero siempre virgen, representada por una mujer
coronada de estrellas que lleva en su cuerpo el cuarto creciente. La unión del
hombre y la mujer, la oposición del principio generador y del principio
fecundado, constituye la explicación última. De ahí toda una serie de símbolos
tomados del lenguaje sexual y expresados en formas muy variadas.
LOS TRES MUNDOS.
"Hay tres mundos -dice Robert Fludd-: el mundo arquetípico,
el macrocosmo y el microcosmo; es decir, Dios, la naturaleza y el hombre".
El mundo divino encierra en sí la esencia de toda manifestación,
envuelve todos los mundos pues es ese "círculo cuyo centro está en todas
partes y cuya circunferencia en ninguna". El mundo material y el hombre
están construidos según ese mismo plan divino: hay tres Personas divinas, tres
principios materiales (el "Azufre", la "Sal" y el
"Mercurio"), tres principios que forman el ser humano (el cuerpo, el
espíritu y el alma). Todo es analogía, correspondencia...
MACROCOSMO Y
MICROCOSMO.
Entre el universo y el ser humano los alquimistas buscan principalmente correspondencias
sutiles. El hombre es llamado microcosmo
("mundo pequeño"), porque ofrece en síntesis todas las partes del
universo. El hombre, por otra parte, es un reflejo del macrocosmo, formado de
acuerdo con las mismas leyes.
"Lo
que está arriba es como lo que está abajo" (Tabla de Esmeralda);
cf. diagramas tales como el sello
de Salomón, cuyos triángulos equiláteros entrelazados representan, el uno,
el macrocosmo y el otro, el microcosmo (fig. 2). El nacimiento del hombre es
análogo al del universo (cf. Paracelso:
"El
estudio de la matriz es también la ciencia de la génesis del mundo").
El dualismo universal se señala en el hombre por la separación de
los sexos, que antes estaban reunidos: Se reencuentra en Boehme y en muchos
otros teósofos esta antigua teoría del androginato primitivo del hombre, común
a tantas mitologías antiguas.
LA CAIDA Y LA
SALVACIÓN. El
universo y el hombre están hoy en un estado de decadencia. Los adeptos
cristianos desarrollan con muchas variantes la teoría del pecado original,
siempre considerado un divorcio entre el alma y la carne, y la influencia de
ésta sobre aquélla. Pero el hombre puede alcanzar la salvación, tanto más
cuanto que el alma humana es, por esencia, una porción segmentada del alma
divina. El hermetismo se prolonga muy naturalmente en el misticismo activo, el
éxtasis, el iluminismo. La iluminación, unida al Arte, puede devolver la
eternidad perdida y preparar la regeneración del propio cosmos.
"el
mono de la naturaleza":
el laboratorio del adepto es en sí una especie de microcosmo, de
pequeño mundo en relación con el universo. De ahí el principio, con frecuencia
formulado, según el cual la Gran Obra
realiza un proceso análogo al de la Creación del mundo. El alquimista
reconstruye en vaso cerrado el trabajo de la naturaleza y, en cierta medida,
hasta el de la Divinidad. Y la literatura alquímica es rica en frases de este
género:
"Al principio Dios creó todas las cosas de la nada, masa
confusa de la cual hizo una clara distinción en seis días. Así debe suceder en
nuestro magisterio."
LA FILOSOFÍA HERMÉTICA
II. LA COSMOGONÍA HERMÉTICA
La cosmogonía hermética es la parte más elaborada del sistema y la
que se encuentra más semejante a sí misma en los diversos adeptos. Aunque los
autores, sobre todo en los siglos XVI y XVII, han desarrollado sistemas a
menudo muy complicados en sus detalles, los rasgos principales han permanecido
siempre iguales, y es posible descubrir las tesis fundamentales alrededor de
las cuales gravitan todas las especulaciones.
RASGOS CARACTERISTICOS DE LA
COSMOGONIA HERMETICA.
1º Esta Cosmogonía ("nacimiento del mundo") es al mismo
tiempo una teogonía. Gracias a la Creación, Dios se afirma y se revela. Dios es
el principio del ser y de lo posible. Todo lo que existe, todo lo que se ve
actualmente, fue primero invisible en Dios. El Principio único engendró todas
las cosas diferenciadas por transformaciones sucesivas:
"Así como todas las cosas han provenido y provienen de Uno,
todas han nacido de esta Cosa única por adaptación".
2º El proceso de creación se opera gracias a la separación y luego
a la unión de dos Principios: el Fuego7,
que cumple la función de macho, y la Materia,
principio hembra comparable a una inmensa matriz. El Fuego, primer aspecto de
la emanación divina, fecunda la materia y engendra así todos los seres que
integran el universo. Siempre se vuelve a encontrar el esquema.
– Materia prima, caos indiferenciado, del cual surgirá la
diversidad universal:
"Todas las cosas vienen de la misma simiente, todas fueron en
su origen engendradas por la misma madre (8)."
– División de esa materia prima en elementos;
– Formación de los cuerpos a partir de estos elementos.
3º La creación realiza el pasaje de la potencia al acto. Es una explicación en el sentido etimológico
(latín explicare = desplegar), un
despliegue de las posibilidades del ser.
4º El cosmos, es decir, el universo ordenado, es no sólo extraído
del Caos, sino producido a partir del
Caos, y no a partir de la nada (ex
nihilo). La vibración original del fiat
lux ígneo determina el comienzo del proceso por el cual el Caos se organiza
para transformarse en el cosmos, aunque nada sustancial agrega a las
posibilidades existentes en el Caos "informe y vacío".
Sobre estas teorías básicas los hermetistas elaboraron síntesis, a
veces muy complejas pero en las que persisten las líneas generales de la
cosmogonía primitiva, expresada con ayuda de símbolos extremadamente antiguos
tomados del lenguaje de la generación (cf. el antiguo símbolo del huevo del mundo, del cual el "huevo
filosófico" es una imagen, y que se encuentra en las cosmogonías hindúes,
caldeas, egipcias, etc.). He aquí, a título ilustrativo, una breve exposición
de las ideas de Paracelso sobre la génesis del mundo, que ejercieron gran
influencia en los alquimistas posteriores.
LAS IDEAS DE
PARACELSO. Al
comienzo sólo existe la suprema Unidad cósmica indiferenciada, el Yliaster, la "materia prima"
de todas las cosas, el "gran Misterio" (Mysterium magnum),
incognoscible y sin forma, prodigiosa reserva de posibilidades y de fuerzas que
comunicarán a todos los seres sus propiedades infinitamente diversas. En esas
tinieblas primordiales, sustancia de todo lo que el ser podría devenir, pero en
estado de posibilidades virtuales e indiferenciadas, se halla inscripto en
estado de nada todo el desarrollo ulterior del ser. Este principio unitario,
para manifestarse, se polariza por diferenciación binaria de un principio
negativo, femenino, pasivo (Cagaster),
y de un principio positivo, masculino. Su unión engendra el Caos o Ideos. El Yliaster, dividido y
descompuesto, hizo brotar de su seno esa materia primitiva (Hyle) que Paracelso compara a las Aguas de que habla el Génesis,
que contenían la sustancia de todas las cosas. La acción de la Luz activa sobre
ese Limbus maior lo descompone en
tres principios (Azufre, Mercurio, Sal),
cuya unión produce la materia, ahora corporal (Yliadus), con sus cuatro elementos o "rnadres" de las
cosas. El proceso de la creación culmina en la aparición de diferentes seres
del universo, gracias a la división y a la evolución en los mysteria specialia: la fuerza vital se
refleja en las simientes terrestres (Limbus
minor), que tienen su origen en la Tierra.
LAS TEORÍAS ALQUÍMICAS
LA UNIDAD DE LA
MATERIA. Ya hemos
observado que uno de los fundamentos de la filosofía hermética era la
afirmación de la unidad de la materia, que los adeptos representaban por el
antiguo símbolo de la serpiente que se muerde la cola (uróboro). Esta afirmación reaparece como postulado fundamental de
la alquimia teórica: la materia es una,
decían los alquimistas, pero puede
adoptar diversas formas y en estas nuevas formas combinarse consigo misma y
producir nuevos cuerpos en cantidad indefinida. A esta "materia
prima" le daban los nombres más diversos: simiente, caos, sustancia
universal, absoluto9, etc. En verdad, esta teoría no es específicamente
alquímica: ya Platón en su Timeo
había desarrollado la noción de la materia
prima común a todos los cuerpos y capaz de tomar todas las formas; pero los
alquimistas la desarrollaron considerablemente y la llevaron hasta sus últimas
consecuencias.
Todo pasa y cambia en el mundo, todo está sujeto a perpetua
transformación, pero nada muere, nada desaparece. El uróboro es el símbolo de la evolución que renace sin cesar de su
propia destrucción, en un movimiento sin fin.
"Todo lo que lleva el carácter del ser o de la sustancia
-escribe d'Espagnet en su Enchiridion
physicae restitutae- ya no puede abandonarlo y, por las leyes de la
naturaleza, no le está permitido pasar al no-ser (10)."
Por otra parte es menester que la materia en sus diversas formas,
sea reductible a un constituyente común para que la transmutación resulte
posible. Como lo hace notar Sinesio, en la experiencia alquímica el adepto no
crea nada: sólo modifica la materia cambiando su forma.
LOS
TRES PRINCIPIOS: AZUFRE, MERCURIO Y SAL. Los alquimistas, sin embargo, distinguen
dos principios opuestos: el Azufre y el
Mercurio, a los cuales asocian un término medio: la Sal. Fue Paracelso quien popularizó la famosa división tripartita: Azufre, Mercurio, Sal (llamada también Arsénico) que había sido desarrollada
antes de él por Géber, Roger Bacon y Basilio Valentino.
Desde ahora debe advertirse que los nombres Azufre, Mercurio, Sal
(o Arsénico) no designan los cuerpos químicos de igual denominación, sino que
representan algunas cualidades de la
materia: el Azufre designa las propiedades activas (por ejemplo combustibilidad
o poder de ataque sobre los metales); el Mercurio, las propiedades llamadas
"pasivas" (por ejemplo, fulgor, volatilidad, fusibilidad,
maleabilidad); en cuanto a la Sal, es el medio de unión entre el Azufre y el
Mercurio, comparada a menudo con el espíritu vital que une el alma al cuerpo.
El Mercurio es la materia, el
principio pasivo, femenino; el Azufre, la forma, el principio activo,
masculino; en cuanto a la Sal, es el movimiento,
por medio del cual el Azufre da a la materia toda clase de formas (este tercer
término no desempeña una función teórica de primer plano y lo que interesa
conocer es, principalmente, el dualismo Azufre-Mercurio).
El Azufre y el Mercurio simbolizan así las propiedades opuestas de
la materia.
"Yo dije: Hay dos naturalezas, una activa y otra pasiva. El
maestro me preguntó: ¿Cuáles son esas dos naturalezas? Y yo respondí: Una es la
naturaleza del calor; la otra, la del frío. ¿Cuál es la naturaleza del calor?
El calor es activo y el frío pasivo (11)".
El
Azufre es el principio fijo; el Mercurio, principio volátil. De ahí el
siguiente cuadro:
Azufre
|
Masculino
|
Activo
|
Cálido
|
Fijo
|
|
Materia
prima}
|
|||||
Mercurio
|
Femenino
|
Pasivo
|
Frío
|
Volátil
|
De esto los alquimistas deducen toda una teoría sobre la génesis
de los metales (cf. más adelante), de donde provienen los calificativos de padre y de madre de los metales, dados al Azufre y al Mercurio, principios
activo y pasivo, respectivamente. Separados en el seno de la Tierra y atraídos
incesantemente uno hacia el otro, los dos principios se combinan en diversas
proporciones para formar metales y minerales por influencia del fuego central.
Y, según la expresión de Alberto Magno en su Compuesto de los compuestos,
"la
diferencia sola de cocimiento y de digestión produce la variedad en la especie
metálica".
LOS CUATRO
ELEMENTOS. Los
alquimistas retoman la vieja teoría griega de los cuatro elementos (tetrasomía). Para evitar equívocos,
conviene insistir sobre el siguiente punto: los cuatro elementos (Agua, Tierra,
Aire, Fuego) no designan las realidades concretas cuyos nombres llevan. Son estados, modalidades de la materia.
"Los cuatro elementos responden, en efecto, a los estados
generales y apariencias de la materia. La Tierra es el símbolo y el soporte del
estado sólido. El Agua, símbolo y soporte de la liquidez. El Aire, de la
volatilidad. El Fuego, más sutil todavía, responde al mismo tiempo a la noción
sustancial del fluido etéreo, soporte simbólico de la luz, del calor, la electricidad,
y a la noción fenomenológica del movimiento de las últimas partículas de los
cuerpos (12)."
Los alquimistas distinguen dos elementos visibles: la Tierra y el
Agua, continentes de dos elementos invisibles, el Fuego y el Aire; y hacen
corresponder estos cuatro elementos con las cuatro cualidades tradicionales:
cálido, frío, húmedo y seco (fig. 3). En correspondencia con la Sal, se suele
describir un quinto elemento, el Éter o
Quintaesencia, especie de mediador entre los cuerpos y la fuerza vivificante
que los penetra.
Concepción utilizada con frecuencia es el llamado ciclo de Platón: hay cambio periódico
continuo entre los elementos (el Fuego se condensa en Aire; el Aire se cambia
en Agua; el Agua, solidificada se transforma en Tierra; la Tierra se trueca en
Fuego; luego la transformación se reproduce en sentido inverso).
Por otra parte, los alquimistas se empeñan en relacionar la
clasificación Azufre-Sal-Mercurio con la teoría de los cuatro elementos; de ahí
este cuadro.
En fin, la génesis de los cuatro elementos preocupa mucho a los
adeptos, lo que motiva múltiples interpretaciones de la "Tabla de
Esmeralda". He aquí al respecto, una tentativa de elucidar un pasaje
oscuro de dicho escrito, suministrada por uno de los intérpretes modernos de
las doctrinas alquímicas, el doctor Lambert:
"Parece, en nuestra opinión, fácil de interpretar ese pasaje
si se lo relaciona con la emanación primordial o Telesma, que, proveniente del Sol, pasa por los cuatro estados de
materia de que hemos hablado: el fuego, el aire, el agua y la tierra. El Sol es
el padre de ese Telesma y lo emite en
estado de fuego... 'El Viento lo ha llevado en su vientre', dicho de otro modo
ese Telesma, al abandonar el estado
de fuego, pasa al de aire simbolizado por el viento. 'La Luna es su madre':
aquí se trata, verosímilmente, del pasaje al estado de agua. 'La Tierra es su
nodriza'; es decir que ese Telesma
recibe su materialización última en sustancia sólida, representada por la
tierra"
LOS SIETE
METALES. Los
alquimistas distinguían siete metales, dos de ellos perfectos, es decir,
inalterables: el oro y la plata, simbolizados por el Sol y la Luna; y cinco imperfectos, simbolizados por los planetas
y representados por los signos de estos últimos. (13)
Cada metal está así en relación con un planeta, lo que entraña un
vínculo entre la alquimia y la astrología. Los adeptos estudian así las
influencias planetarias sobre la formación de metales en el seno de la Tierra.
Ya el filósofo neoplatónico Proclo, escribía:
"El oro natural, la plata y cada uno de los metales, como las
otras sustancias, han sido engendrados en la tierra por influencia de las divinidades
celestes y de sus efluvios. El Sol produce el oro; la Luna, la plata; Saturno,
el Plomo, y Marte, el hierro (14)".
Los metales son considerados seres vivos:
"El bronce, como el hombre, tiene un cuerpo y un alma. El
alma es el vapor que se eleva en el curso de la destilación y de la
sublimación; el cuerpo es lo que queda en la retorta; ... reunidos el cuerpo y
el alma, resucitan los cuerpos muertos" (Turba).
Y los alquimistas desarrollan todo un conjunto de curiosas teorías
sobre el origen de los metales, del cual daremos lo esencial: los metales,
dicen, como todos los seres creados, tienen el mismo origen: la materia prima;
El oro es la perfección del reino metálico, el fin constante de la naturaleza. Pero ese fin es postergado por múltiples accidentes y vicisitudes que originan la aparición de metales inferiores: El oro, fin viviente de la perfección metálica, se forma en las entrañas de la Tierra a partir de una materia prima que maduran los astros; pero hay metales "enfermos", es decir, metales viles. Pese a todo, los metales tienden activamente a la perfección mediante el ciclo hierro cobre plomo estaño mercurio plata oro; la transmutación se opera así gradualmente en el transcurso de los siglos en las entrañas de la Tierra. Algunos autores, como Glauber en su libro Opus minerale (La obra mineral, Amsterdam, 1651), llegan a una concepción cíclica de aquélla: una vez alcanzado el estado de oro, los metales recorren el ciclo en sentido inverso, en una progresiva imperfección hasta llegar al hierro, para recuperar gradualmente su perfección y así indefinidamente; hay en esto como un remoto presentimiento de los conceptos modernos sobre la radioactividad y la transmutación espontánea de los cuerpos.
"los
metales son todos semejantes en su esencia, solamente se diferencian en su
forma (15)".
El oro es la perfección del reino metálico, el fin constante de la naturaleza. Pero ese fin es postergado por múltiples accidentes y vicisitudes que originan la aparición de metales inferiores: El oro, fin viviente de la perfección metálica, se forma en las entrañas de la Tierra a partir de una materia prima que maduran los astros; pero hay metales "enfermos", es decir, metales viles. Pese a todo, los metales tienden activamente a la perfección mediante el ciclo hierro cobre plomo estaño mercurio plata oro; la transmutación se opera así gradualmente en el transcurso de los siglos en las entrañas de la Tierra. Algunos autores, como Glauber en su libro Opus minerale (La obra mineral, Amsterdam, 1651), llegan a una concepción cíclica de aquélla: una vez alcanzado el estado de oro, los metales recorren el ciclo en sentido inverso, en una progresiva imperfección hasta llegar al hierro, para recuperar gradualmente su perfección y así indefinidamente; hay en esto como un remoto presentimiento de los conceptos modernos sobre la radioactividad y la transmutación espontánea de los cuerpos.
Las doctrinas alquímicas sobre los metales fueron violentamente
combatidas desde el siglo XVI. Así Tomás Erasto, uno de los más virulentos
adversarios de Paracelso, niega la posibilidad de la transmutación metálica
cuando afirma que cada metal, en su propia forma, es incapaz de transformarse
en otro metal. Las críticas dirigidas a la doctrina de la transmutación fueron,
por otra parte, formuladas desde el principio no en nombre de la experiencia,
sino de la religión, que declaraba los poderes del hombre limitados e incapaces
de modificar la esencia de los cuerpos naturales.
ALQUIMIA Y
QUIMICA. Suele
vincularse la alquimia con la química moderna y, en efecto, fácil es hallar en
los adeptos el presentimiento de ciertas teorías contemporáneas: la unidad de
la materia, la posibilidad de transmutar los elementos, etcétera. Se les debe
también el descubrimiento de muchos cuerpos nuevos: el ácido sulfúrico, el
antimonio, etcétera, y la invención de procedimientos técnicos bastante
perfeccionados. Pero, en realidad, se trata de dos concepciones del saber
diametralmente opuestas:
"Nuestras ciencias modernas -escribe el doctor Sauné-
proceden ante todo por análisis; nosotros dividimos todo el estudio en muchos
dominios distintos, en el interior de los cuales todo resulta simple; al mismo
tiempo que se acrecientan las adquisiciones de las ciencias, se ve multiplicada
la cantidad de tales dominios tanto como la de los términos empleados. Por el
contrario, los alquimistas suponían un paralelismo perfecto entre todas las
manifestaciones naturales y hasta sobrenaturales. Las mismas palabras sirven
para órdenes de fenómenos muy diferentes".
Aun si, al considerar la alquimia, se hace abstracción de sus
aspectos filosóficos y místicos, no deja de existir un abismo entre los fines
de los alquimistas y los del químico moderno: en el plano material, el
propósito del adepto es purificar las sustancias materiales, combinarlas y
exaltar sus cualidades para llevarlas a una etapa más avanzada de evolución.
Por lo demás, su dominio primordial no consiste en las sustancias materiales
propiamente dichas, sino en las energías latentes que ellas encierran. Por
actuación de las fuerzas espirituales, el alquimista puede sublimar elementos
materiales en elementos invisibles y materializar sustancias invisibles; de ahí
la posibilidad de lo que se ha llamado las palingénesis:
según Paracelso, si un objeto pierde su sustancia material, su forma invisible
permanece en la naturaleza y, si se llega a revestir esa forma de materia
visible, se le permite reaparecer (así es cómo los alquimistas mencionados por
Kircher en su Mundus subterraneus
pretendían reconstituir una flor a partir de sus cenizas).
"La química vulgar -dice Pernety en sus Fables grecques et égyptiennes dévoilées- es el arte de destruir
los compuestos que la naturaleza ha formado; y la química hermética es el arte
de trabajar con la naturaleza para perfeccionarla."
Y F. Hartmann nos dice:
"Es un error confundir la alquimia y la química. La química
moderna es una ciencia que se ocupa únicamente en las formas exteriores en que
se manifiesta el elemento de la materia. Jamás produce algo nuevo. Se puede
mezclar, componer y descomponer, dos o muchos cuerpos químicos infinidad de
veces, y hacerlos reaparecer en formas distintas, pero al fin de cuentas no
habrá aumento de sustancia ni nada más que la combinación de sustancias
empleadas al comienzo. La alquimia nada mezcla ni compone; hace que lo que
existía ya en estado latente crezca y se vuelva activo. En consecuencia, la
alquimia es más comparable a la botánica o a la agricultura que a la química.
Y, de hecho, el crecimiento de una planta, de un árbol o de un animal es un
proceso alquímico que se propaga en el laboratorio alquímico de la Naturaleza,
y es ejecutado por el Gran Alquimista, el poder activo de Dios sobre la
Naturaleza."
En último análisis, lo que diferencia la química de la alquimia es
el vitalismo de esta última. La
química lleva las manifestaciones orgánicas hacia las reacciones químicas,
mientras la alquimia asimila las manifestaciones del mundo inanimado a los
fenómenos biológicos. De ahí surgen fórmulas como la de Paracelso en su Archidoxum magicum:
"Nadie puede demostrar que los metales estén muertos y
privados de vida... En cambio, yo lo afirmo audazmente, los metales y las
piedras, lo mismo que las raíces, las hierbas y todos los frutos, son ricos de
su propia vida."
Comenzamos ahora a familiarizarnos con los fines perseguidos por
los adeptos y vamos a poder considerar la alquimia práctica, la Gran Obra propiamente dicha.
Traducción:
Carlos Nogués.
NOTAS
1 ROGER
BACON, Espejo de la alquimia
(en latín; hay trad. francesa por A. Poisson).
2 Ibid.
3 Observemos que la expresión arte regia
designaba también, en el lenguaje de las corporaciones medievales, a la
arquitectura.
4 Cf. H. LEISEGANG, La gnose, trad. franc., París, Payot, 1951, cap. II.
5 KHUNRATH, Amphitheatrum.
6 PARACELSO, Philosophia ad Athenienses.
7 Es el "Gran Arquitecto" de los
francmasones, en cierta medida por lo menos.
8 BASILIO
VALENTINO, El carro triunfal del
antimonio.
9 Cf. BALZAC, La recherche de l'Absolu.
10 Citado por A. POISSON, en Théories et symboles des alchimistes.
11 ARTHESIUS, Claris maioris sapientiae.
12 BERTHELOT, Origines de l'alchimie, pág. 253. [Ed. castellana en Ed. Mra, Los orígenes de la Alquimia, Barcelona
2001.]
13 Citado por A. POISSON, Ibid. pág. 17.
14 COMENTARIO al Timeo, citado por POISSON, Ibid.
15 ALBERTO
MAGNO, De Alchimia.
16 Serge
Hutin (m. 1997), doctor y diplomado en Ciencias
religiosas e investigador del C.N.R.S. (Francia), ha publicado entre otros Les
Gnostiques, Les Sociétés Secrètes (Presses Universitaires de France,
París, col. "Que sais-je?"), Histoire des Rose-Croix (Le
Courrier du Livre, 1959), Histoire mondiale des sociétés secrètes (Club
des Amis du Livre, 1959), Paracelse: l'homme, le médecin, l'alchimiste (La
Table Ronde, 1966), Robert Fludd, Alchimiste et Philosophe Rosicrucien
(Omnium Littéraire, París 1971). Este texto pertenece a su libro L'Alchimie
(P.U.F., íd. 1951), que fuera publicado en castellano en 1962 por Eudeba,
Buenos Aires.