jueves, 20 de septiembre de 2012

El cuaternio primario y el complejo de Edipo


"EL CUATERNIO PRIMARIO Y EL COMPLEJO DE EDIPO"
Un Estudio de la Psicología Simbólica Junguiana
Carlos Amadeu Botelho Byington  
Sinopsis
La reducción de las relaciones primarias al Complejo de Edipo, de Freud; a la díada niño-seno, de Melanie Klein; y a la díada niño-madre de la tradición psicológica ha impedido, desde siempre, percibir la pujanza de las relaciones primarias para formar y transformar la identidad durante toda la vida. La conceptualización del cuaternio primario requiere sanar esos reductivismos y preparar conceptualmente a la Psicología para concebir el desarrollo de la personalidad y la formación de la identidad del Ego y del Otro a partir de un cuaternio formado por los significados de la figura de la madre, del padre, del vínculo entre ellos y de las reacciones del niño. Este cuaternio representa las relaciones primarias con toda su complejidad y amplitud estructurante. A continuación, el autor describe el cuaternio conyugal y su función estructurante en la mitad de la vida y el cuaternio cósmico y su función estructurante en la elaboración de la muerte.
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He llamado la atención sobre la hipótesis de que la ruptura entre Freud y Jung haya sido básicamente emocional, lo que mutiló la reunión de la creatividad de estos dos genios en el desarrollo de la psicología moderna, con consecuencias lamentables (Byington, 2005). El Psicoanálisis y la Psicología Analítica heredaron y transmitieron a sus seguidores una aparente diferencia objetiva entre sus postulados teóricos, que mantuvo disociados y limitados sus principales conceptos. Entre estos, resalto la formación del Ego a partir de las relaciones primarias, descrita por Freud, y el proceso de individuación, concebido por Jung. La separación de las dos disciplinas basada en los conceptos de inconsciente personal e inconsciente colectivo fue una gran falacia, pues hoy sabemos que todo en la Psique, inclusive el Ego, posee un componente arquetípico.
La reunión operacional de estas dos escuelas a través del cuaternio primario me parece ser el camino de la elaboración y del rescate de parte importante de esta disociación teórica. Espero que el intercambio de las cartas de Freud y Jung, realizado por Ernst Freud y Franz Jung, haya sido un paso simbólico más de una aproximación teórica que requiere una inmensa elaboración.
Sustituir simplemente el intercambio de las hostilidades por una cordialidad políticamente correcta, y dejar las teorías como están, sería, a mi modo de ver, una insensatez a ser evitada.
Continuando con la aproximación e interacción entre el Psicoanálisis y la Psicología Analítica a partir de un referencial simbólico y arquetípico, abordaré el Complejo de Edipo dentro del concepto del cuaternio primario, que engloba la relación de la madre, del padre, el vínculo entre ellos y las reacciones del niño a ellos para formar la identidad del Ego y del Otro en el Self Familiar y en el Self del niño desde el inicio de la vida.
Considero el descubrimiento de la formación del Ego a partir de las relaciones primarias uno de los mayores, sino el mayor, de los descubrimientos de Freud. Entre tanto, creo que la subordinación de las relaciones primarias al Complejo de Edipo introdujo una reducción y una patologización del desarrollo psicológico, que deformaron la Psicología y la Pedagogía modernas de manera catastrófica en la teoría y en la práctica. Freud descubrió y nombró genialmente el Complejo de Edipo en sí mismo, pero, al generalizarlo para los niños normales, formuló un absurdo, que solo se justifica si lo comprendemos como una defensa de negación de su propia neurosis. El Mito de Edipo es un mito de la psicopatía y de la psicosis en la estructura familiar y, por tanto, no puede servir de paradigma para el desarrollo normal. De esta manera, describo el Complejo de Edipo como una variante defensiva del cuaternio primario normal.
Jung describió el Self como el principal de los arquetipos, y resaltó que el cuaternio es una de las grandes expresiones de su abarcamiento de la totalidad. Por el hecho de que Jung haya descrito el Self también para incluir el todo de la personalidad, como el Ego, la Sombra y los demás arquetipos, escogí la denominación Arquetipo Central para el principal de los arquetipos, siguiendo a Perry (1974) y al propio Jung (1912). De esta manera, describí el cuaternio primario como la manifestación cuaternaria del Arquetipo Central en la estructuración simbólica de la consciencia a través de las relaciones primarias dentro del Self.
Jung conceptualizó el proceso de individuación en la segunda mitad de la vida (Jung, 1916) y Freud restringió el desarrollo de la libido principalmente hasta la pubertad. El inicio de la aproximación teórica entre esos dos abordajes, que comenzaron en polos opuestos, cupo a los seguidores de Jung, principalmente Frances Wickes (1927), Jolande Jacobi (1965), Michael Fordham (1944) y Erich Neumann (1949), que consideraron el enraizamiento arquetípico del Ego desde el inicio de la vida. Este hecho tornó sin efecto la polaridad personal-arquetípico que había sido usada por Jung y sus seguidores como la gran trinchera que separaría el Psicoanálisis de la Psicología Analítica. Si el Ego es formado por los arquetipos,
todo en la Psique es arquetípico y la polaridad personal-arquetípico no tiene más razón de ser. Desde 1980 vengo describiendo en artículos y libros las posiciones arquetípicas de la consciencia, mostrando que el funcionamiento de la polaridad Ego-Otro en la conciencia nunca puede dejar de ser arquetípico.
Fordham fue quien primero asoció el Arquetipo Central a la formación del Ego desde el inicio de la vida, llevado por el hecho de que niños de tierna edad hicieran garabatos circulares en forma de mandala. Entre tanto, él mantuvo el esquema pre-edípico de Melanie Klein y edípico de Freud para el desarrollo del Ego (Fordham, 1944), practicando el mismo reductivismo que ellos, lo que limita y deforma su teoría de desarrollo psicológico.
Siguiendo a Bachofen, Neumann señaló la precedencia del Arquetipo Matriarcal sobre el Arquetipo Patriarcal en la historia (1949) y en la formación del Ego desde el inicio de la vida (1955), pero redujo lo matriarcal a la Gran Madre y a lo femenino, y la díada primaria a la relación niño-madre. El hecho de que tradicionalmente la contención y el cuidado (holding e caring, de Winnicott) sean ejercidos por figuras femeninas maternas llevó a los estudiosos de las relaciones primarias a describir una relación niño-madre pre-edípica. Así, se estableció que el niño en el inicio de la vida era capaz solamente de una relación diádica con la cuidadora materna, la cual sería seguida de una relación triádica edípica con la entrada del padre en el Complejo de Edipo. De esta manera, la figura del padre fue identificada con el Arquetipo Patriarcal y excluida de la relación primaria, coordinada por el Arquetipo Matriarcal. Se refrendó, así, la figura lamentable del padre distante del niño en el acogimiento, en el jugar, en la ternura y en los cuidados primarios, reducida a proveedor e impositor del orden y del castigo. De esta manera, la deformación de la figura del padre en la formación de la identidad primaria fue confirmada como normal por la Psicología, a pesar de que sus consecuencias machistas hayan sido tan perjudiciales para la formación de la identidad del hombre y de la mujer y, sobre todo, para su relación conyugal adulta.
No queriendo decir que la polaridad niño-seno es totalmente pre-edípica, Melanie Klein afirmó que la relación con el seno es, en realidad, triádica y que el pezón es el tercer elemento, representando el futuro pene del padre. Entre tanto, esa noción fue poco convincente y las relaciones primarias pasaron a ser reducidas a la vivencia diádica niño-madre (Klein, 1959).
De este modo, la relación triádica, considerada edípica, pasó a ser descrita a partir de la entrada del padre, que traería la formación del superego y de la ley y que alejaría al niño de la relación incestuosa con la madre.
Así fue que muchos autores describieron la formación del Ego a partir de la díada niño-madre, como, por ejemplo, Anna Freud (1927), Melanie Klein (1959), Fairbairn (1952), Fordhan (1969), Neumann (1955), Winnicott (1964), Jacobsen (1964), Stern (1985), Bowlby (1969) y Jacoby (1996).
Todos estos autores redujeron la relación primaria a la díada niño-madre y, hasta donde yo sé, solamente Dorothy Dinnerstein (1976) afirmó que el padre también debería formar parte de la relación primaria, sin lo cual sería muy difícil para el niño desarrollar, en la vida adulta, una relación dialéctica igualitaria entre el hombre y la mujer.
Por el hecho de estudiar la búsqueda de la relación dialéctica de alteridad entre el hombre y la mujer y de concordar enfáticamente con Dorothy Dinnerstein, busqué describir la participación del padre junto con la díada niño-madre en la formación del Ego desde el inicio de la vida, y constaté que la mayor dificultad para hacerlo se debe a que la relación inicial del niño sea exclusivamente diádica.
Al seguir a Neumann y atribuir la coordinación de la relación primaria al Arquetipo Matriarcal, describí la posición insular binaria, o sea, diádica, de la relación Ego-Otro en la conciencia como expresión de este arquetipo. Entre tanto, no seguí a Neumann en la identificación del Arquetipo Matriarcal con la Gran Madre, pues en él incluí tanto lo femenino cuanto lo masculino, tanto el hombre como la mujer y tanto el padre como la madre.
Sabemos que la díada primaria niño-madre puede abarcar figuras maternas variadas, como la madrastra, la abuela, la madrina, tías, niñeras, hermanas mayores y otras. Observando a jóvenes parejas modernas, percibí que las relaciones primarias diádicas del bebé pueden incluir también al padre paralelamente con las relaciones diáticas con las figuras maternas. Entonces, pude concluir que, si eso no sucedía antes, era porque la identidad patriarcal tradicional machista del hombre lo impedía, en la teoría y en la práctica.
Los patrones arquetípicos pueden ser dominantes en fases diferentes de la vida y de la historia. No hay duda de que el patrón patriarcal se tornó dominante de forma creciente en la civilización. Su posición característica de la relación Ego- Otro en la conciencia es la posición polarizada (triádica) que reúne los opuestos de manera desigual, en la cual un opuesto es superior al otro (Byington, 2004) Fue esta posición la que coordinó la identidad del hombre y de la mujer durante más de diez mil años. Así, en la conciencia colectiva de predominio patriarcal, se estableció “científicamente” que la vocación constitucional de la mujer era la dedicación a los quehaceres del hogar, y la del hombre el desempeño del poder social y económico.
La consecuencia de esta mentalidad patriarcal en la Psicología fue la noción tomada como hecho de que la díada primaria sería exclusiva del niño con la madre o con cualquier cuidadora que ejerciese lo maternal. La otra consecuencia de esa mentalidad es que la figura paterna solamente se tornaría activa en la relación triádica para ejercer la autoridad y la separación incestuosa entre madre e hijo. La conceptualización de Jung de los Arquetipos del Anima, como lo femenino en la personalidad del hombre y del Animus, como lo masculino en la personalidad de la mujer dentro del proceso de individuación común a los dos géneros, vino a revolucionar la identidad del hombre y de la mujer en la Psicología. Dentro de esa perspectiva, los papeles referentes a la identidad de ellos no están predeterminados, puesto que se revelan por la vocación de cada uno durante la vida. De esta manera, se invalidaron los papeles profesionales y aquellos desempeñados en el hogar, que serían características exclusivas de cada género, y el hombre y la mujer pudieron romper las cadenas de los prejuicios tradicionales y seguir dentro y fuera del hogar el llamado de su vocación (Byington, 1986). Así, comenzamos a tener mujeres en la carrera militar, económica, médica, administrativa y política, y a hombres en el ejercicio de las tareas domésticas, como la culinaria, la decoración, la estética y también la enfermería, el ballet e incluso prestando los primeros cuidados al bebé.
Describí este patrón post-patriarcal en la identidad del hombre y de la mujer como el patrón de alteridad (Byington, 1980), en el cual la polaridad Ego-Otro y todos los demás opuestos, se relacionan de forma dialéctica con los mismos derechos de expresión (Byington, 1986). Con el tiempo, me di cuenta de que el patrón de alteridad en la Conciencia corresponde a un arquetipo que llamé Arquetipo de la Alteridad, que engloba los arquetipos del Anima y del Animus (Byington, 1992). Buscando la constelación mítica de ese arquetipo en la historia, descubrí que él corresponde al Mito Cristiano en el Occidente y al Mito del Buda en Oriente, que predican igualmente la compasión en las relaciones entre las polaridades Ego-Otro y entre todos los opuestos de un modo general, inclusive hombre - mujer y padre - madre (Byington, 1983).
Percibimos, así, que fue la transformación post-patriarcal de la identidad del hombre y de la mujer por el Arquetipo de Alteridad, lo que los llevó a una apertura democrática y amorosa para desempeñar cualquiera de los papeles tradicionalmente atribuidos exclusivamente a uno y al otro (Byington, 1992), inclusive el de cuidador de niños desde la más tierna edad.
La Polaridad Ego-Otro en la Conciencia
Concibo al Ego como el conjunto de las representaciones del sujeto y a los Otros como el conjunto de las representaciones del no-Ego. A partir de la noción de que las identidades del Ego y del Otro son formadas por el mismo proceso de elaboración simbólica coordinado por los cuatro arquetipos regentes, que operan alrededor del Arquetipo Central, conceptualicé que no solamente el Ego, sino la polaridad Ego-Otro ocupa el centro de la Conciencia y de la Sombra. En ese caso, la identidad del Otro se forma y se transforma durante toda la vida de la misma manera que la identidad del Ego (Byington, 2004)
La formación de la identidad del Ego de un hombre, por ejemplo, es influenciada por todos los hombres que conoció, comenzando por su padre; y la identidad del Otro mujer, en este mismo hombre, es matizada por todas las mujeres que conoció, comenzando por su madre. De hecho, es impresionante cómo, con frecuencia, un hombre tendrá las imágenes del Arquetipo del Anima expresados con características de su madre y cómo estas lo influenciarán para buscar una relación conyugal con una mujer parecida a ella u opuesta a ella. De la misma forma, es común que el Animus influencie a la mujer en su búsqueda de un cónyuge parecido a su padre u opuesto a él.
El Cuaternio Primario
La inclusión de la figura del padre en las relaciones primarias diádicas del bebé permite la conceptualización del cuaternio primario, que incluye los significados de la figura de la madre o sus substitutas (complejo materno), de la figura del padre o sus substitutos (complejo paterno), del vínculo entre ellos y de las reacciones del niño. Así, el cuaternio primario es la expresión de la función estructurante totalizadora del Arquetipo Central en la formación de la identidad del Ego y del Otro en la Conciencia y en la Sombra lo que influenciará de manera fundamental todo el proceso de individuación.
Estamos tan condicionados por el sesgo edípico del Psicoanálisis, que tenemos dificultad de percibir que mucho antes de que el niño reaccione con atracción o repulsión a los padres, él se identifica con aspectos de uno y de otro, con el vínculo entre ellos y con sus reacciones a ellos de manera imprevisible y en grados muy variables. Es muy difícil percibir cuánto las identificaciones primarias afectan, en cada caso, la identidad sexual, pero es importante darnos cuenta de que muchas de las características adquiridas en las relaciones primarias no dependen del género. De esta manera, el niño puede identificarse con muchas cualidades de su madre sin feminizarse y la niña con las de su padre, sin masculinizarse.
Un hombre de treinta y dos años presenta como trazos de personalidad mucha asertividad, integridad y gran capacidad de realización, los cuales corresponden en gran parte a la personalidad de su madre, en contraposición a la fragilidad soñadora, delicada y pasiva de su padre. Él es heterosexual y no presenta ninguna feminización. Vemos aquí una identificación dominante de un hombre con su madre, pero que no afectó su identidad sexual.
Un hombre de veintiocho años es homosexual, delicado, sensible, muy romántico y tiene algunos amaneramientos femeninos. Siente atracción por hombres, pero no le desagradan las mujeres. Siente una total sintonía con su madre, que es sensible y afectiva y una gran aversión a su padre, que es agresivo, machista y rudo. Los padres se separaron cuando él tenía ocho años. Él busca la posición pasiva en la relación homosexual y, a pesar de tener erección, afirma que su pene no es activo en la relación sexual. Veo aquí una identificación dominante de él con su madre, que incluyó, por lo menos parcialmente, su identidad sexual. Es probable que estas características de la identidad sexual se hayan formado durante la fase anal del desarrollo, descrita por Freud.
Una mujer de cuarenta años se convirtió en una ejecutiva de mucho éxito y se casó con un hombre frágil y dependiente, que necesitó mucho su ayuda para seguir una profesión. Su madre, a su vez, era también muy pasiva y dependiente, lo que muestra claramente el predominio de la identificación con el padre en las relaciones primarias, pues él es también un ejecutivo asertivo y exitoso. A pesar de este claro predominio de la identificación con su padre, ella, como su madre, es muy femenina y no tiene el menor trazo de masculinización.
El Examen de las Influencias del Cuaternio Primario en la Personalidad
Para examinar la personalidad a través del cuaternio primario, debemos hacer una lista de las características semejantes al padre, a la madre y a las figuras relacionadas con ellos. A continuación, debemos también enumerar los aspectos que aprendemos del vínculo entre ellos y que observamos en las relaciones con las personas, las cosas, la naturaleza y con el propio cuerpo.
Es importante observar que muchas de las identificaciones primarias pueden ser defensivas, pues ocurren en función de fijaciones y defensas inherentes a los complejos parentales o al vínculo entre ellos, o incluso al significado atribuido por el niño a sus propias reacciones. Así, en la lista que hacemos de las características semejantes a los padres, debemos señalar las que operan normalmente en la personalidad y las que se expresan a través de las fijaciones y defensas en la Sombra. Destacamos así, que las características que forman la identidad a partir del cuaternio primario lo hacen por identificación y también por reacción aversiva del niño a los padres. Muchas de las reacciones aversivas del niño son dirigidas a la Sombra de los padres, pero eso no significa que, incluso así, esas características no puedan tornarse parte de la Sombra del niño.
Un hombre de treinta y siete años amó mucho a su padre, pero, con el tiempo, pasó a tener horror a la crítica, a la agresividad y a las reacciones de descontrol emocional de él. Este hombre era una persona muy afectiva, sensible y de gran capacidad de compasión, pero, para su disgusto, tenía un complejo fijado que, si era constelado, poseía a la personalidad con crisis de intolerancia, crítica intempestiva y descontrol emocional, que eran la copia del lado negativo de su padre.
Las reacciones edípicas descritas por Freud, que ciertamente existen con gran frecuencia, son aquí vistas como variantes, en la mayoría de los casos defensivas, esto es, patológicas, del cuaternio primario.
La Psicodinámica y la Genética
El Cuaternio Primario y el Imprint
Freud describió la formación de la identidad a través de las tendencias incestuosa y parricida presentes en el Complejo de Edipo. Esto significa que para él la identidad se forma fundamentalmente por las reacciones del niño a los padres. La descripción de las innumerables funciones estructurantes contenidas en el cuaternio primario postula, entre tanto, que la formación de la identidad del Ego y del Otro se da principalmente por la función estructurante de la imitación, que abarca la identificación proyectiva descrita por Melanie Klein.
Estas consideraciones nos remiten al fenómeno del “imprint filial”, profusamente estudiado en la Etolología y poco aprovechado en la Psicología, que es la forma más primaria de la función estructurante de la imitación, pues ocurre predominantemente de manera inconsciente. Él fue descubierto en el siglo XIX por el biólogo aficionado Douglas Spalding y muy popularizado por el trabajo con gansos del zoólogo Konrad Lorenz, ganador del premio Nobel. Konrad demostró que esas aves, nacidas de huevos incubados, imprimen en su identidad en las primeras 36 horas de vida la imagen de prácticamente cualquier objeto asociado al cuidador, incluso las imágenes de sus botas.
El imprint filial está cada vez más siendo estudiado en el desarrollo del niño. Un grupo de investigadores llegó a atribuir el inicio del aprendizaje al imprint filial, cuando el feto comienza a reconocer la voz de los padres (Kisilevski et al, 2003). El componente del imprint filial es una de las funciones estructurantes de la mayor importancia del cuaternio primario. Su expresión arquetípica funciona durante toda la vida enraizada principalmente en la función estructurante imitativa coordinada por el Arquetipo Matriarcal. El descubrimiento de la neurona espejo vino a corroborar neurológicamente ese fenómeno.
Todo arquetipo es virtual y necesita los símbolos para humanizarse. De esta manera, podemos darnos cuenta de que el Arquetipo Central, desde la concepción del bebé, está imbuido de una fortísima avidez por todos los fenómenos para estructurar la Conciencia. Podemos incluso decir que los símbolos y las funciones estructurantes son el combustible del Arquetipo Central. Esa voracidad extraordinaria es proporcional al potencial a través del cual el Arquetipo Central coordina el proceso de individuación. En ese sentido, el imprint filial forma parte del inmediatismo con el cual el Arquetipo Central coordina el movimiento más básico de la relación estructurante entre el sujeto y su entorno a través de la identificación.
El Cuaternio Primario, el Efecto Westermarck y el Incesto
El antropólogo Edward Westermarck (1921) contrarió la visión de Freud, de que lo perverso polimorfo es naturalmente incestuoso, al describir la atracción sexual menor entre personas de la misma comunidad.
Aquello que es hoy conocido como el efecto Westermarck postula que jóvenes criados juntos tienen mucho menos tendencia a sentirse atraídos sexualmente que aquellos criados separados. Según él, el tabú de incesto viene a establecer una tendencia natural ya existente en el ser humano.
Dentro de las características del imprint presentes en el cuaternio primario, podemos levantar la hipótesis de que el efecto Westermarck ocurra por el hecho de que el niño forme muchas características de su identidad, inclusive identificaciones con su padre y su madre, antes o independientemente de desarrollar su identidad sexual. De hecho, las relaciones primarias son inicialmente asexuadas, y este imprint condiciona la relación íntima asexuada en la vida adulta.
El Cuaternio Primario y la Teoría de la Metempsicosis o Reencarnación
El cuaternio primario influencia de manera fundamental nuestro proceso de individuación. Las características saludables integradas a partir de él en la identidad son la base para nuestro desarrollo productivo en la madurez. En cambio sus características fijadas y defensivas irán a establecer la Sombra, desde el inicio de la vida.
La introyección psicodinámica de las características de nuestros padres a través del cuaternio primario sumada a nuestra herencia genética es, posiblemente, la base psicológica de la doctrina de la reencarnación y del Karma, en el Hinduismo, que acompaña nuestro proceso de individuación. Podemos así comprender psicológicamente que, al formar nuestra identidad, nos tornamos simultáneamente herederos de un largo pasado histórico y corresponsables por el desarrollo futuro de la humanidad como parte de nuestro proceso de individuación.
El Cuaternio Primario y el Cuaternio Conyugal
El cuaternio primario es el principal factor estructurante en las tres primeras fases de la vida, o sea, en la fase intra-uterina, en la primera y en la segunda infancia. A partir de la pubertad, con la activación de las glándulas sexuales y el extraordinario impulso erótico-afectivo-existencial en dirección a un compañero, el cuaternio primario sufre un gran impacto transformador en la relación con el cuaternio conyugal.
En este impacto, el Arquetipo de la Conjunción, que es común a los dos cuaternios, pasa por un gran cambio. Mientras que en el cuaternio primario los dos grandes Otros que componen el cuaternio son los complejos parentales, en el cuaternio conyugal la gran polaridad será entre dos opuestos en la heterosexualidad o dos semejantes en la homosexualidad. En lugar de la asociación entre los complejos materno y paterno, regidos principalmente por los Arquetipos Matriarcal y Patriarcal, tendremos ahora el encuentro del Anima y del Animus, coordinados por el Arquetipo de la Alteridad. Al formular empíricamente el encuentro entre estos dos cuaternios, Freud observó que el casamiento reúne siempre seis personas, pues los padres de los novios son parte inseparable de la relación conyugal.
La capacidad estructurante del cuaternio conyugal diferenciará mucho la identidad de los componentes introyectados a partir del cuaternio primario y agregará a ellos mucho de lo que les falta para la búsqueda de la individualidad profunda y de la realización del potencial de totalidad del Arquetipo Central.
El cuaternio conyugal hace interactuar al Arquetipo del Anima y la Sombra en la personalidad del hombre con el Arquetipo del Animus y la Sombra en la personalidad de la mujer. Esta interacción ocurre de manera dialéctica y cuaternaria, regida por el Arquetipo de la Alteridad. Además de los géneros, el cuaternio conyugal puede abarcar, también, la relación del Anima de un hombre con su vocación profesional y todos las demás relaciones de la vida adulta, inclusive con el Anima de otro hombre en un proceso homosexual. Lo mismo ocurre con el Animus de una mujer.
 
De la misma forma que el Arquetipo Central, a través del Arquetipo de la Conjunción, inunda de trascendencia y de características divinas y de totalidad las relaciones del niño con sus padres en el cuaternio primario, lo mismo sucede con el cuaternio conyugal. Esto explica porqué este cuaternio es el principal responsable por la estructuración de la personalidad en la vida adulta y hace del amor conyugal y de las vocaciones creativas su tema central, burbujeando de trascendencia y de totalidad.
El Cuaternio Cósmico y la Muerte
En la fase final de la vida, el Arquetipo Central activa, a través del Arquetipo de la Conjunción, el tercer cuaternio de desarrollo de la Conciencia. Se trata del cuaternio cósmico, que relacionará el cuerpo personal y el cuerpo cósmico en la interacción de la vida con la muerte.
La declinación del vigor sexual debilita la pujanza del cuaternio conyugal y torna la relación hombre-mujer menos erótica y más de compañerismo y amistad.
La relación del cuerpo personal con el cuerpo cósmico coordina, en la Conciencia, la interacción de la finitud con la eternidad en la última fase de la vida.

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