El Reino de Acuario: La unión de
los opuestos
Autor:
José Antonio Delgado González
“La luz y la tiniebla, la vida y la muerte,
los de la derecha y los de la izquierda son hermanos entre sí; no es posible
que se separen (unos de otros). Por tanto, ni los buenos son buenos ni los
malos malos, ni la vida es vida, ni la muerte muerte.“
Evangelio
de Felipe. Evangelios, hechos, cartas. Biblioteca
de Nag Hammadi II. Pags. 25-26
La
Buena Nueva de Felipe nos habla de la existencia de opuestos hermanados. Este
evangelio gnóstico enuncia una verdad que la psicología ha redescubierto en el
proceso analítico. Ya sea que la enunciemos como oposición entre ego y
alter-ego, consciencia-inconsciente, lo Masculino y lo Femenino; bien en la
forma oriental del Yin y el Yang, en la alquimista de lo fijo y lo volátil,
húmedo-seco, frío-caliente, en la astrológica del Sol y la Luna, los opuestos y
sus símbolos se repiten por doquier.
Juan
García Atienza (1) afirma a este respecto lo siguiente “Yo creo ver
que eso que llamamos historia no debe importarnos tanto desde una perspectiva sucesoria o cronológica de los acontecimientos como
desde el punto de vista de una situación perenne que
el ser humano va moldeando y adaptando en la medida en que accede –o se le
permite acceder- a su evolución social, intelectual y espiritual. Una mirada de
conjunto al hecho histórico nos plantea siempre la
realidad inalterable de dos fuerzas encontradas que buscan el poder y que
tratan de sojuzgarse mutuamente y de sojuzgar a la comunidad humana desde la
cúspide del poder, sin tomar en cuenta más que la propia capacidad
de dominio y despreciando, abierta o subrepticiamente, la esencial necesidad
que el ser humano tiene de elegir su destino en libertad”. De lo que se
desprende que el individuo no será libre si no es a través del conocimiento
(gnosis) de la existencia de dichas fuerzas operantes, tanto en su propio
interior, cuanto en el proceso histórico. El Evangelio
de Felipe nos dice a este respecto lo siguiente: “los nombres otorgados a las realidades mundanas comportan un gran
error, pues desvían su mente de lo estable a lo inestable”, lo que
corrobora el enunciado de Juan G. Atienza al poner el énfasis en la estable, es
decir, en las sempiternas fuerzas operantes, y no en lo inestable, esto es, los
ropajes con los que esas fuerzas se envisten de época en época. Así, Juan G.
Atienza afirma “que esas fuerzas se llamen papado e imperio, güelfos y
gibelinos, monarquía y república, capitalismo y comunismo o fascismo y
democracia, creo que importa mucho menos que su enfrentamiento constante por
alcanzar el poder sobre el resto de la comunidad. En el fondo, todos esos nombres no son más que las caras de una misma moneda (2)
que sirve para comprar el libre albedrío del ser humano, con la fuerza del palo
o con el señuelo de un bienestar que, en lo profundo, es sólo la droga calmante
de una esclavitud consentida”. Es precisamente el conocimiento de eso que Juan
G. Atienza denomina “lo profundo” lo que permite al ser humano liberarse de las
esclavizantes fuerzas que operan detrás de bambalinas.
Y a
ese conocimiento y al proceso de reconciliación de las fuerzas opuestas que se
encuentran enfrentadas o que se atraen entre sí dedicaremos nuestros próximos
párrafos. La alquimia ha definido su arte espagírico
con la máxima “solve et coagula”, con lo que
expresaban la necesidad de disolver los elementos que entran en juego en el
proceso, léase separarlos en sus constituyentes elementales, para
posteriormente armonizarlos en una unidad integrada a la que denominaban Lapis philosophorum. Y el proceso comenzaba con la prima materia, una masa confussa que
albergaba a todos los elementos en un estado caótico, inarmónico y
desintegrado. Esa masa caótica se corresponde en psicología con lo inconsciente
en su estado original, en el que los instintos se hallan enfrentados los unos
con los otros y en el que el ser humano es un hervidero de pasiones, un esclavo
de sus propias reacciones instintivas. Los arquetipos, como modelos de
organización del material inconsciente, son los verdaderos artífices de lo que
luego acontece en la realidad manifiesta o histórica, son esas fuerzas
actuantes de las que hablaba Juan G. Atienza. El alquimista se refiere al
inicio de la Gran Obra de la transformación del plomo en oro como la nigredo. La oscuridad imperante en esa etapa del
proceso de transformación viene representada con los símbolos del cuervo, la
calavera, el lobo que se come al viejo rey, el león que engulle al sol, etc.
Todos estos símbolos aluden a una muerte (3). En términos psicológicos lo que
está muriendo es una actitud consciente o una tendencia dominante cuya
ostentación no hace sino destruir la vida a su paso (4). Recuerdo el caso de
una mujer que comenzó a tener sueños en los que se le aparecían figuras oscuras
y a las que identificaba con el Diablo. Y ese diablo no es otro que su propia
sombra, su otro yo que desea ser considerado, es decir, el adversario del ego
(5). Naturalmente, cuando los contenidos de lo inconsciente afloran a la
superficie con la fuerza de un tifón, o a modo de tsunami lanza sus gigantescas
olas a las antaño tranquilas orillas de la consciencia, el individuo se
encuentra ante la necesidad de enfrentarse a esos contenidos, darles forma y,
finalmente, comprenderlos. De no hacerlo así cabe el peligro de verse anegado
por unas fuerzas que ni en sus más terribles pensamientos hubiera nunca
concebido (6). El ciudadano medio, gracias a dios, nada sabe de estas fuerzas.
Sin embargo, sin ser, ni por asomo, consciente es arrastrado por ellas a un
destino que, siendo, no obstante, el suyo, desconoce por completo. La inmersión
en las profundidades de uno mismo es una verdadera tarea heroica, lo que
explica la reticencia general a embarcarse en semejante viaje. Pero ese miedo y
esa resistencia al descenso a los infiernos que el hombre común experimenta
encierra un asunto crucial que es menester apuntar aquí. Se trata de la
fascinación que lo inconsciente ejerce, atracción que en los mitos se ha
ejemplificado como un seductor canto de sirena. Detrás de esa atracción fatal
(7) está el peligro de la desintegración de la personalidad en sus
constituyentes, un estado que han representado los alquimistas magistralmente
en la imagen del caos que impera en la masa confusa. Y esa atracción es mucho
más efectiva, cuanto más se profundiza (8). No obstante, en el seno de esa masa
confusa, yace, oculto, el tesoro de gran valor, la piedra (9). El trabajo
reside en la extracción de dicho tesoro del caos que lo rodea. Dicha tarea no
es otra que la de hacer conscientes los contenidos de lo inconsciente. Pero, en
un primer momento, el caótico estado que impera en el ser humano en los inicios
del proceso, como lucha de elementos contrarios que parecen desgarrar las
entrañas del individuo en cuyo interior está teniendo lugar esta lucha de
fuerzas contrarias, es compensado con la formación de imágenes de unidad y
totalidad, cual es el caso de los mandalas. Estas formaciones nos enseñan que
del caos surge el orden, pues son esos mandalas una muestra de lo que está
teniendo lugar en lo inconsciente (10). Se está produciendo un efecto
compensatorio y, cuanto mayor es la sensación de tensión y de violenta
irrupción de contrariedades, tanto más vívida es esa imagen de la unión de los
contarios. No resulta extraordinario que el individuo en ese estado tenga sueños
de uniones sexuales. Pues estas uniones sexuales representan la tendencia
compensatoria de lo inconsciente que, frente a un estado exterior desordenado y
tenso, produce una conjunción de elementos contrarios. En ocasiones, también
pueden aparecer uniones sexuales con personas del mismo sexo. Estas uniones
deben entenderse como un símbolo, de modo que aluden a la unión de dos
tendencias o instintos con idénticas polaridades. Los alquimistas representan
ese proceso, en la nigredo, como unión
del rey y de la reina (11). De dicha unión tiene lugar el engendramiento de un
tercero hermafrodita, pues contiene ambas naturalezas. Expresado en términos
psicológicos lo que tiene lugar es el nacimiento del Sí-Mismo, es decir, del atman
interior, del Hombre Andrógino, una imagen del Lapis o una alegoría de Cristo. En definitiva, se
produce de ese modo la vivencia de la divinidad en el interior del ser humano.
Puede
sorprenderle al profano que sea precisamente cuando el individuo está inmerso
en un proceso psicótico que tenga lugar la experiencia de Dios. Mas esto es
algo que puede entenderse si tenemos en cuenta lo que en realidad está
sucediendo: una muerte y un renacimiento. En el mito cristiano esto se
representa con la imagen de la crucifixión, donde Jesús muere clavado en la
cruz. La cruz es, por lo tanto, un símbolo de la Madre. He aquí una conjunción
de opuestos: Jesús se une a la Madre en la Cruz en lo que sería un acto
incestuoso. Pero tras morir en la Cruz resucita al tercer día transfigurado. La
alquimia expresa este mismo misterio cuando dice: “cuando la misma madre se une
con el hijo en la alianza del matrimonio, no veas la obra como un incesto. Pues
así lo ordena la naturaleza, así lo requiere la Benéfica Ley del Destino y esta
cosa no es ingrata a Dios”. Sin embargo, ese incesto es un acto tremebundo y
escandaloso, por no mencionar los grandes peligros que acarrea, cosa que
expresan los alquimistas al afirmar que “cuando el
hijo duerme con la madre, ella le mata atacando como una víbora
(12). ” Esto último nos traslada al mito de Isis, donde ésta pone en el camino
del padre celestial, Re, el “gusano magnífico”. De modo que es ella la que
induce el envenenamiento del rey. Sin embargo, el mito nos dice que también es
ella la que sana a Re tras su envenenamiento. Y también es Isis la que
recompone al despedazado Osiris. Ella es el arcano que realiza todo eso. De
modo que, como símbolo de la materia prima, Isis es la que destruye las
estructuras “egoicas” y, al tiempo, la que permite la cura y, posteriormente,
la reconstrucción.
A Isis
se la designa como la Negra, de ahí su analogía con la materia prima en la
alquimia y, también, con las vírgenes negras. Ella es designada como virgen y
como ramera, lo cual no debe sorprendernos después de lo antes apuntado. Ella
es una complexio oppositorum, una
conjunción de opuestos. Estas últimas consideraciones nos llevan a relacionar a
la materia prima con María Magdalena en la tradición cristiana. Podemos
entender cómo el cristianismo ha denigrado la imagen de María Magdalena si
atendemos a lo dicho. Ella es la que unge a Jesús, algo que antecede a su
muerte en la cruz. María Magdalena realiza la preparación del hierosgamos, unión de lo masculino y de lo femenino.
El misterio de la conjunción del Rey y la Reina, o del esposo y la esposa, es
pre-cristiano. Antaño, en la antigua Babilonia y en Sumeria, en una
manifestación del mito se realizaba el rito de la unción de la cabeza del
futuro rey. Y quien lo realizaba era la Sacerdotisa real. Así, en la Biblia
leemos “Y estando él (Jesús) en Betania, en casa de
Simón, el leproso, reclinado a la mesa, vino una mujer con una ampolla
alabastrina de bálsamo de nardo puro de gran coste; rompiendo la ampolla la
vertió por su cabeza. Y algunos se indignaban entre sí: “¿Para qué se ha hecho
ese despilfarro del bálsamo? Pudo, en efecto, ser vendido ese bálsamo en más de
trescientos denarios y darse a los pobres”; y se irritaban contra ella. Pero
Jesús dijo: “Dejadla, ¿por qué le dais molestia? Hizo conmigo una buena obra;
porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, y cuando quisiereis podéis
hacerles bien; pero a mí no me tenéis. Hizo lo que pudo; se anticipó a
embalsamar mi cuerpo para entierro. En verdad os digo que donde se pregonare
este Evangelio por todo el mundo, se referirá también lo que ésta hizo, para
memoria de ella.” Y Judas Iscariote, uno de los doce, se fue a buscar a los
archisacerdotes para entregarlo a ellos.” (Mr 14, 8; Mt 26, 12).
Algunos estudios recientes (13) apuntan a la identidad de María de Betania con
María Magdalena. No nos resulta extraña la animadversión que la corriente
ortodoxa profesó a María Magdalena y el hecho de que se la tuviera por una
ramera. Sin embargo, si entendemos que ella representa a la materia prima
alquimista, vemos que todos los opuestos residen en ella. Pues ella es no sólo
la que prepara la muerte de Jesús, sino la que intercede en su resurrección.
Ella es el veneno y el remedio. Ella es el recipiente o santo grial en el que
acontece el gran misterio de la unión de los opuestos. En los evangelios
gnósticos se nos muestra que María Magdalena (en adelante MM) es, precisamente,
Sofía, la sabiduría de dios. En efecto, la inmersión de la consciencia en lo
inconsciente no sólo resulta en la muerte del ego, sino que, también, dado que
aquel es un pozo o un manantial de sabiduría en el que poder abrevar, con dicha
bajada a los infiernos se le permite a la consciencia acceder a la fuente de la
vida eterna, la sabiduría de Dios, el caldero de la renovación vital. MM es la
sabiduría que enseña, siendo la madre del lapis de los alquimistas y su amante
secreta.
El
opuesto inconsciente femenino del varón es conocido en psicología como anima. El anima
es no sólo una imagen del inconsciente colectivo (cuando la consciencia no
conoce su opuesto femenino), sino de una función de relación con el mundo de lo
inconsciente. Es la mediadora entre el ego y la totalidad psíquica, el Sí-mismo (14). Que la tradición cristiana ortodoxa
haya denigrado el elemento femenino puede entenderse como una falta de relación
con el mundo interior, con la totalidad psíquica. Puesto que, en el mundo de lo
Femenino, en última instancia de la Diosa, no sólo reside el aspecto maternal y
nutricio (15), sino también el seductor y el que llama a la unión sexual. De
hecho, es precisamente este último aspecto dinámico de lo inconsciente el que
conduce a una mayor profundización en el conocimiento del Sí-Mismo. En
realidad, esa es la faceta de la Diosa que induce a la muerte para dar lugar
posteriormente a un renacimiento, y esto es, al tiempo, el objetivo último y
más elevado de la vida humana. Así, también, el destino de Jesús era su muerte
en la Cruz y quienes contribuyeron más directamente a que ese destino tuviera
lugar fueron Judas Iscariote, su hermano oscuro, y María Magdalena, su amada,
su contraparte femenina.
Habíamos
comenzado este ensayo diciendo que detrás del telón de la realidad material hay
dos opuestos enfrentados y que la alquimia pretendía la unión de dichos
contrarios. La psicología ha redescubierto este proceso como el que acontece en
lo inconsciente. Así, la obra alquimista, traducida a términos psicológicos es
el hacer consciente lo inconsciente. También habíamos apuntado que esas dos
fuerzas que actúan a espaldas de la consciencia de la mayoría de las personas,
y precisamente por ello, son las que parecen dirigir el proceso histórico sin
el concurso del libre albedrío del ser humano. Ahora querría recordar, al hilo
de esto último, que el hombre occidental es un esclavo de la materia, aunque se
auto engañe llamando a su Estado con el nombre de Bienestar (16). Detrás de ese
pretendido Estado del Bienestar nos encontramos al arquetipo femenino actuando
a sus espaldas. Y, como siempre ha sucedido, las épocas en crisis se
caracterizan por el dominio de lo Femenino. Lo inconsciente se hace con las
riendas de la cultura y la ceguera y la estupidez supinas campean a sus anchas.
¡Bendita estulticia! Como diría Séneca. Se trata, ni más ni menos, que del
mismo proceso que hemos desarrollado previamente. Con la diferencia de que, en lugar
de tratarse de un caso individual, en el que, Dios Mediante, una vez expresados
los contenidos de lo inconsciente, con la orientación adecuada, pueden ser
comprendidos y, finalmente, incluidos en el devenir de la vida consciente del
individuo, el colectivo se asemeja a un animal ciego y estúpido. Con semejante
panorama no es de extrañar que, aquellos individuos que han adquirido un mayor
nivel de consciencia, o iluminación, no sin antes una dramática bajada a los
infiernos, sientan que, por el bien de la humanidad, deben dirigir al rebaño,
gracias a que disponen de una verdadera autoridad, la que les es conferida por
su conocimiento de las fuerzas actuantes o de la realidad trascendente. Esta
idea no es nueva. Ya la encontramos enunciada en la República
de Platón y en su ideal de gobierno de sabios. Sin embargo, es bien sabido que,
aquellos que disponen de un conocimiento de la realidad trascendente, tienen
entre sus manos un gran poder. Refiriéndose a este mismo tema Juan G. Atienza
afirma “Si nos preguntamos abiertamente el porqué de tantas sociedades secretas
o discretas, de tantas fraternidades iniciáticas, de tantos magos, astrólogos,
adivinos y alquimistas pululando a la sombra de los gobernantes y en los
entresijos de los golpes de estado y hasta de las revoluciones, creo que existe
una respuesta que no por carecer de “pruebas” científicas tiene menos validez:
la conciencia, cierta o intuida, de que, por encima de los conocimientos accesibles y permitidos –que sólo
conducen al progreso material y son, por tanto, una forma más de dependencia- y
por encima de la fe religiosa –que es
la manipulación esclavizante por excelencia, puesto que obliga a creer en lo
que se ignora por decreto-, existe un conocimiento prohibido, secreto y oculto,
cuyo dominio podría presuntamente conducir al ser humano al encuentro y a la
comprensión de su realidad más profunda. Hay una
correlación matemática entre el saber y el poder (17). El que tiene
–o cree tener- acceso a la realidad trascendente, el que posee o cree poseer
las fórmulas que conducen al dominio de esa realidad, sabe de su ascendiente
mítico sobre una parcela del pueblo sistemáticamente proscrita a la ignorancia
y, a través de ella, a la superstición y a la dependencia de todo poder de
origen desconocido, al cual acatará, reverenciará y hasta llegará a
deidificar”.
Sin
embargo, como tan bellamente se representa en la moderna epopeya El Señor de los Anillos el anillo de poder sólo
responde ante un dueño: Sauron, el Señor Oscuro de Mordor (18). Esto parece apuntar a que
se requiere de antemano un Gran Sacrificio (19); la destrucción del anillo en
los fuegos del Monte del Destino. Dado que el anillo es un símbolo del poder,
de aquel poder que, aunque se pretenda usar para el bien, indefectiblemente
tiende a hacerse mal, la destrucción del anillo simboliza el sacrificio del
deseo de poder. Lo que debe ser sacrificado es la voluntad de poder del ego y
esto por el bien de la humanidad. El anillo es, también, un símbolo de
totalidad, como lo demuestra su geometría circular, cual el Ouroboros alquimista, y, también, porque su nombre es
un sinónimo de año, o sea, de los doce meses en los que éste se divide y,
también, de los doce signos del zodíaco, por lo que su significado se hace
transparente: se trata del sacrificio de la voluntad y el deseo de poder del
ego por una entidad más elevada: el Sí-Mismo. En términos psicológicos es la
muerte del ego y el renacimiento del Sí-Mismo. El nombre de Sauron, el señor
del anillo, es muy interesante. Sauron parece aludir al Saurio, es decir, al
Dragón mítico (20). Por tanto, podríamos interpretarlo sin temor a equivocarnos
como una lucha contra las fuerzas del mal simbolizadas en la figura del Dragón,
el Señor Oscuro, la imagen bíblica del Leviatán. El poder, en este caso,
pertenece al Diablo. Y, al igual que Jesús es tentado en el desierto por
Satanás a usar su poder para su propio beneficio personal, nuestro querido
amigo Frodo, el portador del anillo, sufre las mismas mortificaciones. En esta
magnífica epopeya moderna se describe con inusitada belleza la gran
confrontación entre las fuerzas del Bien y del Mal, las mismas dos fuerzas con
las que dábamos comienzo este ensayo.
Esta
disquisición nos ha conducido directamente a un tema que tiene una importancia
sobresaliente. Se trata del sacrificio que debe presidir todo acceso a la
realidad trascendente. La gran diferencia entre el uso del conocimiento
trascendente para el Bien de la Humanidad, y aquel que sólo busca el poder y el
reconocimiento egoísta lo ejemplifican los dos magos protagonistas de nuestra
epopeya moderna: Saruman y Gandalf.
Así,
Gandalf, tras luchar con las fuerzas del abismo, regresa transfigurado. Sufre
una muerte y un renacimiento. Y, cuando regresa, deja de ser Gandalf el Gris,
para convertirse en Gandalf el Blanco. Siendo el Blanco un símbolo alquimista
de la albedo, etapa relacionada simbólicamente con el bautismo cristiano y, por
tanto, con la iniciación, Gandalf se convierte en un “perfecto”, en un
conocedor de la realidad trascendente, en un iniciado. Y esto queda reflejado
cuando le dice al joven hobbit Pipin: “La muerte es
sólo otro sendero que recorreremos todos. El velo gris de este mundo se levanta
y todo se convierte en plateado cristal. Es entonces cuando se ve”.
Él murió para salvar a sus compañeros, a la compañía de los nueve (como nueve
son los caballeros templarios), y por el bien de la empresa a la que estaban
todos supeditados: la destrucción del anillo. Dicha empresa, como la
destrucción de las estructuras egóicas, con la característica tendencia a querer
el beneficio individual en perjuicio, incluso, del bien de la humanidad (en la
obra de Tolkien ésta se correspondería con los habitantes de la Tierra Media)
nos muestran que hay una entidad superior a la que es menester servir, si uno
no desea sufrir el destino de los Jinetes Negros (21). Algunos tratados de
astrología afirman que aquello que caracteriza al signo de Piscis es
precisamente el sacrificio del ego para servir a una entidad superior. Si
tenemos en cuenta que la era cristiana ha estado regida por el símbolo de los
peces, es decir, bajo los auspicios del signo de piscis, nos percatamos de que
la obra de Tolkien tiene un trasfondo claramente cristiano.
Esto
último nos permite colegir que en todo momento y lugar los conocedores de la
realidad trascendente, de las fuerzas actuantes allende el progreso material,
han estado siempre a disposición de un gran poder. Si ese poder es ejercido en
beneficio de la humanidad (entendiendo ésta, también, como el Antrophos gnóstico, el Andrógino o Rebis Hermafrodita alquimista, en definitiva, el
Sí-Mismo), entonces se imprime un efecto positivo en la dirección de los
acontecimientos históricos. El mito del Rey exiliado que se mantiene en el
anonimato y que, llegado su momento, reclama el trono que le corresponde, tiene
plena vigencia en nuestros días. Y se relaciona con lo que estamos intentando
desentrañar aquí, por lo que resultará de interés dedicar algunos párrafos a
explicar su simbolismo. Este mito del rey herido y, como reflejo de dicha
herida genital, la tierra yerma, desprovista de vida parece que se extendió
como tema central en la edad media, allá por los siglos XI a XIII,
significativamente en la misma época de apogeo de la orden de los
monjes-guerreros conocidos como los templarios. El Rey, el León y el Sol son
símbolos intercambiables. Y todos ellos se relacionan con la consciencia. Así,
el rey herido tiene el significado psicológico siguiente: las ideas superiores,
las que dominan el ámbito de la consciencia, o también, el sistema de valores
rectores de la actitud consciente, se han vuelto inefectivos para expresar la
totalidad real, convirtiéndola en una mera sombra. Esa dominante de la
consciencia desaparece peligrosamente entre los contenidos ascendentes de lo
inconsciente, los cuales toman, por un tiempo, las riendas del destino. Con lo
cual tiene lugar un oscurecimiento de la luz solar y los elementos de lo
inconsciente, en su estado original de masa confusa, se hallan enfrentados
entre sí los unos con los otros. La contienda entre la dominante del ego
consciente y los contenidos de lo inconsciente intenta dirimirse, al principio,
haciendo uso de la razón, que pretende sujetar con una fuerte soga al elemento
que se le opone. Mas estos intentos no pueden sino fracasar, obligando al ego a
admitir su impotencia y permitiendo que se produzca la furiosa lucha de
opuestos, una auténtica guerra abierta en el ámbito intrapsíquico. Si el ego no
se inmiscuye con juicios intelectuales, la lucha tiende a acercar los elementos
contarios y lo que parece un campo de batalla, colmado de muerte y destrucción,
sin esperanza alguna, acaba por cambiar a un estado latente de unidad. Lo mismo
que sucede a un nivel individual, cuando el mito adquiere la importancia que
tuvo en la época de las cruzadas, igual que hoy en día (22), como se puede
observar por el éxito que ha obtenido la epopeya El
Señor de los Anillos, irrumpe el caos en el colectivo (la sociedad)
y prende la mecha de la guerra entre todos los elementos, lo que desencadena la
sed de sangre que caracteriza el espectáculo dantesco que presenciamos en
oriente medio (23). La pérdida de las imágenes eternas, valga decir del mito
cristiano como basamento de la cultura occidental, no es asunto baladí, aunque
la masa ni tan siquiera parece que se de cuenta, ni la eche en falta. Pero,
aunque no eche de menos semejante carencia, encuentra en los periódicos o en
los telediarios los síntomas de esa pérdida irreparable. Cuando los síntomas
toman cuerpo en el mundo resulta muy difícil hacer entender a las gentes que el
verdadero campo de batalla es el alma humana. Eso que en el individuo se
produce como un conflicto intrapsíquico y al que es necesario prestar la máxima
atención y la dedicación más plena, se traslada al campo de la proyección,
tomando la forma de una división política, de un malestar social, de una
violencia asesina y, en definitiva, de un clima bélico que es el origen de todo
terrorismo. Cuando el hombre se convierte en un adolescente, entonces las
injusticias siempre las comenten los demás, y las exigencias nunca ha de
planteárselas uno mismo, sino siempre a los políticos, a los otros países, a la
unión europea, a los inmigrantes, etc. La estulticia invierte el proceso que
debiera regir toda cultura y lo inconsciente toma de ese modo las riendas del
destino del hombre. El dragón (24) se adueña de él (25) y hasta lo hace olvidar
lo que significa ser hombre. Se cierra el camino a cualquier reflexión que lo
saque de su irresponsabilidad infantil y, en cambio, encuentra siempre una
justificación para ser cada vez más cruel y despiadado, algo que observamos en
la actitud del presidente de los Estados Unidos y su estúpida cruzada contra
los países que engruesan las filas de lo que él denomina el “Eje del Mal”.
Precisamente
la presencia viva de las imágenes eternas es la única capaz de conferir al alma
aquella dignidad que le corresponde y, con ello, estar convencido de que la
única salvación posible la encontrará el ser humano permaneciendo junto a ella.
De ese modo, el hombre moderno se dará cuenta de que la tierra yerma es su
doloroso legado, del que no se libra atacando a otros. Al reconocer su escisión
interna se da cuenta de que no puede reprocharle a nadie nada, así como que él
es el único responsable de reconstruir un nuevo sistema de valores que vertebre
su vida toda. Pues el hombre que ha perdido sus valores es como un animal de
presa, simbolizado en la alquimia por el lobo, el león, el dragón (26), etc.,
imágenes todas de las bajas pasiones y de los apetitos que se disparan cuando
las aguas negras y pútridas (o la sombra de Sauron)
han devorado al rey (27). De modo que la renovación del rey, que había
permanecido en el exilio o bajo los dominios de lo inconsciente, en su viaje a
los infiernos, es un proceso que ha de tener lugar en el interior del ser
humano. Dicha renovación encuentra su vivo reflejo en el florecimiento de la
vida, es decir, se le permite el acceso a la vida a aquella parcela de la
personalidad que había permanecido en la sombra. Con ello, la consciencia se
convierte en un cristal que refleja la luz de aquel sol interior que debiera
regir el destino de un individuo completo.
Este
proceso de renovación del rey transforma al individuo en una verdadera
Autoridad. En la epopeya El Señor de los Anillos,
esto viene representado en la figura de Trancos, quien tras un largo período en
el exilio, reclama su trono como legítimo Rey de Gondor, no sin que antes
tuviera lugar una lucha entre las fuerzas del Bien y del Mal (los opuestos),
así como su entrada en la morada de los muertos, aliados imprescindibles en la
victoria de la Luz frente a la Oscuridad. Esto último debe interpretarse
atendiendo a la totalidad de la psique humana. La nueva dominante debe nutrirse
de las opiniones de todos los constituyentes de la personalidad, lo que en
alquimia se representa en la imagen del viejo rey que recibe los influjos del
espíritu de los siete planetas. De ese modo, el individuo ya no es un complejo
de opuestos enfrentados entre sí, sino una multiplicidad de elementos unidos en
armonía. Esta realidad le sucede al individuo de una forma espontánea. No se
trata de una imitación consciente de la Pasión, sino más bien es el sí mismo quien soporta los sufrimientos. Es el Rey
quien muere o es derrocado, quien permanece en el exilio o es enterrado y,
finalmente, renace o retorna al trono renovado. No es la persona quien sufre,
sino la totalidad en ella la que es torturada, muere y resucita. Esto le sucede
al anthropos gnóstico, al hombre verdadero, a Cristo
en el interior del hombre (28). Este proceso es una auténtica experiencia de
aquel ser humano que ha ido a parar a la masa confusa alquimista o, más bien,
que le han sobrevenido cual aluvión todo un cúmulo de contenidos de lo
inconsciente, oscureciendo el ámbito de su conciencia y obligándole a tomarse
la tarea de conocerse y realizarse a sí mismo con seriedad y sacrificio. La nigredo, que describían los alquimistas como “lo negro, más negro que lo negro”, simbolizada en
imágenes como el cuervo, el lobo o la calavera, como etapa psicológica de
muerte de las estructuras del ego que impiden la realización de la totalidad,
confrontan al individuo con la muerte, la decadencia, el sufrimiento, el miedo
aterrador a lo desconocido, el tormento infernal con la sensación de quemazón
por las elevadas temperaturas que allí imperan, así como, también, con la
desolación y la melancolía que acompañan los largos estadios de soledad. En la
negrura de su desesperación personal está teniendo lugar la muerte del viejo
Rey, que se transforma en una serpiente venenosa y en un dragón que escupe
fuego por la boca. Pero este dragón, por necesidad intrínseca, se transforma en
león y, también, en águila que devora sus plumas, imágenes estas que
representan el conflicto de opuestos al que se ve enfrentado. El comienzo del
camino es, pues, una bajada a los infiernos en la cual el alma se ve alterada.
Las serias amenazas ante las que el individuo se enfrenta en su descenso al
Hades se expresan en la necesidad de un tremendo esfuerzo, de una lucha sin
cuartel, de la presencia del demonio que infunde negligencias, errores, miedos,
trastornos constantes, daños a todos los asuntos que uno desempeña
conscientemente y a las personas que nos rodean. La vida toda sufre una
debacle, y en mitad de la misma, está el yo consciente del individuo que ora es
dominado por la arrogancia del diablo, ora por la manía y la pérdida de juicio,
ora por la imputación por medio de acusaciones. Las tinieblas dominan el
entendimiento y el individuo se siente poseído por unas fuerzas que él mismo no
acaba de comprender. Pero si quiere curarse de semejante estado no le quedará
otro remedio que esforzarse en conocer el origen de todas esas fuerzas que lo
dominan, el centro de todas las imperfecciones y de las enfermedades, para que
se restablezca su anterior hegemonía. De ese modo, el Rey vuelve a ejercer la
autoridad en su monarquía. El diablo intenta imprimir en el espíritu humano la
ambición, la brutalidad, la calumnia y la desunión, o sea, la disociación
psíquica propia de las neurosis y de las psicosis. Esto significa que el
individuo queda contrahecho, el mundo parece reírse de él por lo que su
sufrimiento es cada vez mayor y, no sólo en el seno de la nigredo, sino, a menudo, por el resto de su vida. El
laberinto de engañosas callejuelas en las que se encuentra el individuo sólo es
recorrido con éxito hasta encontrar la salida, hallando los libros adecuados,
atendiendo a las señales propicias y llegando al fondo de la verdad con la
ayuda de Dios, en quien, en un primer momento, el individuo debe tener fe.
Ahora bien, una vez atravesada la noche saturnal, el nacimiento de la nueva
personalidad se produce en el seno materno de la Luna. Los alquimistas se
referían a esa etapa como el albedo o
emblanquecimiento, es decir, una fase de retirada de proyecciones y de toma de
consciencia de la Verdad del Uno, de la totalidad anímica, allende las
pretenciosas creencias y presupuestos del ego consciente. En esa obra al blanco
lo que tiene lugar es una iluminación, una elucidación de los contenidos
inconscientes que, posteriormente, serán integrados en la vida consciente,
precisamente en la obra al oro, o sea, cuando surgirá el joven rey tras su
largo periplo por el mundo sublunar. Es de ese fondo femenino maternal que
resurge el rey renovado.
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OTRAS
REFERENCIAS CONSULTADAS
Delgado
González, J. A. (2004) El Retorno al Paraíso Perdido. La
renovación de una cultura. Editorial Sotabur. Soria.
Jung,
C. G. (1997) Las relaciones entre el yo y el inconsciente.
Paidós. Barcelona.
Jung,
C. G. (2005) Psicología y Alquimia. Obra
Completa. Vol. 12. Editorial Trotta.
Sasportas,
H. (1990) Los Dioses del cambio. El dolor, las crisis y
los tránsitos de Urano, Neptuno y Plutón. Ediciones Urano.
Barcelona.
Starbird,
M. (2000) La Diosa en los Evangelios.
Ediciones Obelisco. Barcelona.
Textos
Gnósticos (2000) Evangelios, hechos, cartas.
Biblioteca de Nag Hammadi. Vol. II.
1 La mística solar de los templarios. Los
secretos de la inquietante orden de los monjes guerreros al descubierto. Ed.
Martínez Roca.
3 En esa etapa del proceso de individuación, también
llamada autorrealización, en la que
afluyen contenidos de lo inconsciente cual avalancha, y en la que el individuo
se enfrenta a la sombra de su ego, suelen tenerse sueños en los que el soñante
se encuentra en suburbios con personajes de la más baja calaña. Asesinos,
ladrones, terroristas, pendencieros, gitanos, etc., en definitiva, todos
aquellos elementos que la sociedad repudia y que, por lo tanto, margina. Estas
escenas representan lo que en psicología se denomina la sombra, es decir, todos aquellos contenidos
inconscientes que la consciencia rechaza por considerar inferiores, burdos,
execrables, condenables, malditos o inmorales. Con ello, lo inconsciente
confronta a la consciencia con lo que ella no ha querido admitir, todo cuanto
ha rechazado por considerarlo indigno. Mas, en la sombra, no sólo encontramos
aquello que, desde el ángulo de la consciencia, es oscuro y negativo, sino,
también, contenidos que el individuo no ha diferenciado, como por ejemplo
ciertos valores, aptitudes artísticas, germinales potenciales que el ego desconoce
que el individuo posee. Cuando el individuo se enfrenta a su sombra con
honestidad se da cuenta para su sorpresa de que, tras ella, hay una larga cola
de dragón que le conecta con sus antepasados animales. Es decir, que tras la
sombra está el mundo instintivo, lo inconsciente colectivo con sus constituyentes, los arquetipos. Estos son
modelos de ordenación del material inconsciente y, como tales, constituyen la
multiplicidad de la que se compone la unidad de la psique toda. Dichos
arquetipos actúan a las espaldas del ego consciente, cuando éste desconoce su
existencia, conduciendo el destino del individuo hacia dramáticos derroteros.
Uno de tales arquetipos es el de la sombra o el adversario del ego. Otro es el animus o contraparte masculina en la mujer o el anima o contraparte femenina en el hombre. También
el Mago o el
Ermitaño
constituyen algunos ejemplos de arquetipos, siendo diferentes modalidades del Sabio Anciano, una
personificación del Sí-Mismo, hombre verdadero, núcleo de la personalidad o totalidad de la
personalidad del individuo.
4 C. G. Jung, interpretando la figura del
ladrón en un texto alquimista, dice de esta actitud esclerótica y destructiva
lo siguiente: “Se basa en un hábito de pensamiento amparado en la tradición o
el entorno: lo que de
alguna manera no se puede explotar no es interesante, de ahí la
infravaloración del alma. Otra
razón es la depreciación habitual de todas las cosas que no pueden tocarse y
que no se comprenden y, en un sentido más amplio (…) se suma a este error
tradicional la visión supuestamente biológica o materialista que hasta ahora no
ha visto en el hombre más que un animal gregario, cuyas motivaciones no superan
las categorías del hambre y los impulsos de poder y sexual”. Mysterium
Coniuntionis, Obras Completas, Vol. 14, pp. 161-162. Nosotros añadimos a esta
“supuesta visión biológica” la hipótesis evolucionista que pretende ver la
finalidad de la vida humana en la perpetuación de los genes de la especie.
5 También se podría decir que se trata del
demiurgo gnóstico. O también el modo en que se vivencia lo inconsciente cuando
la actitud de la consciencia se le opone.
6 De hecho, la represión de los contenidos
que afloran desde lo inconsciente agrava el problema hasta extremos en los que
es la vida la que corre serio peligro. Pues, al fin y a la postre, lo que
acontece en lo inconsciente es un proceso de muerte y renacimiento y, cuando el
individuo lo ignora, reprime o suprime todo lo que debería afrontarse a un
nivel intrapsíquico, acaba trasladándose al ámbito de la proyección, tomando
forma en la realidad cotidiana. Siguiendo con el caso anterior, la mujer que
estaba sufriendo una sacudida por parte de lo inconsciente no atendió a los
primeros síntomas de transformación en forma de sueños, que fui interpretándole
a medida que iban produciéndose, continuando con su frenético ritmo de vida. Lo
inconsciente tomó forma manifiesta en las dos averías que tuvo con su vehículo
en apenas unos meses: en una primera ocasión se le bloqueó la dirección del
coche en plena marcha, aunque con la fortuna de no accidentarse; al poco tiempo
de arreglar y revisar el vehículo, se le averió todo el sistema ABS de frenos
en mitad de una ciudad. Después de enfrentarse a un terrible miedo, y tras
comprender que lo que le había sucedido era la consecuencia lógica de ignorar
los mensajes de lo inconsciente, aconsejada por mí accedió a mantener un diario
de sueños, así como a anotar todas aquellas asociaciones que pudiera tener en
torno a las imágenes oníricas y los estados alterados de consciencia. Este se
convirtió en el material sobre el que trabajamos en las sesiones que se
siguieron. Y, por supuesto, empezó a tomarse el tiempo necesario para ella
misma, decelerando su frenética marcha.
7 Un ejemplo moderno de este proceso lo
hallamos en la película Instinto Básico II. Resulta interesante que, en la
película, sea precisamente un psicólogo el afectado, lo que debería hacer
reflexionar a aquellos profesionales que aún se obcecan en rechazar los
resultados de la psicología analítica o transpersonal.
8 Jung afirma a este respecto lo siguiente:
“ese miedo y esa resistencia que todo hombre natural experimenta frente a un
descenso demasiado profundo en sí mismo son en el fondo el miedo al viaje al
Hades. Si sólo se experimentara resistencia, la cuestión no sería tan grave.
Pero, en realidad, de ese fondo psíquico, precisamente de ese espacio oscuro,
desconocido, emana una atracción fascinante, que amenaza hacerse tanto más
dominadora cuanto más profundamente se penetra. El peligro psicológico que esto
entraña consiste en una disolución de la personalidad en sus componentes
funcionales, tales como funciones aisladas de la consciencia, complejos,
unidades hereditarias, etc”. (Psicología y Alquimia, pp.
219-220).
12 Michael Maier Epithalamium Honori Nuptiarum Matris Beiae et
filii Gabrici
(Epitalamio en honor de las nupcias de la madre Beya y de su hijo Gabricus).
P.515. El nombre de Beya proviene del árabe al-baida y significa blanca, en alusión a la luna. Y
Gabricus proviene de kibrit y significa
azufre en árabe, aludiendo al elemento masculino saturnal.
13 Remito al lector a los meritorios libros
de Margaret Starbird, María
Magdalena y el Santo Grial y La Diosa en los Evangelios.
14 De acuerdo con la frecuente tendencia
según la cual hallamos una sexualidad psíquica contraria a la predominante, en
el caso de la mujer los opuestos están invertidos. Su consciencia es más lunar
y tiende a las relaciones personales y, por lo tanto, su inconsciente tiene las
cualidades de un espíritu al que la psicología denomina animus. Lastimosamente, la tendencia moderna a la
exacerbación de la racionalidad y la intelectualidad inferior, valga decir al
cientificismo, no hace sino agravar más un asunto que es ya de por sí complejo.
Pues en la mujer que se orienta hacia el estudio y el desarrollo de su
intelecto, y no del espíritu vital capaz de alimentar su interior, se produce
una situación de inflación y de posesión por parte de su animus, que se exterioriza en forma de imposición
petulante de opiniones, de pretensión de llevar siempre la razón, de creerse en
posesión de la verdad, estando, sin embargo, bien alejado de ella. Así como la
primera portadora de la proyección del anima del varón es la madre y, por lo tanto, es
ella la que está en condiciones de echar a perder el ser interior de su hijo, o
bien, de alimentarlo, así también, el padre, en no pocas ocasiones, influye
negativamente en el ser interior de la hija, precisamente en su animus. Posteriormente, este conflicto generado por
la madre o el padre encuentra su reflejo en la futura relación de pareja, que
se convierte en un auténtico campo de batalla de proyecciones ilusorias y de
luchas abiertas por el daño que provocaron los progenitores. Por lo tanto,
podría decirse que la hija o, en su caso, el hijo encuentran en su esposo/a un
reflejo de su oscuro padre o de su lamentable madre. Y el estropicio provocado
por un padre o una madre, sólo puede ser resuelto por un padre, un tutor, un
consejero o un psicólogo, o bien, por una madre, una tutora, una consejera o un
psicólogo. A veces este problema se presenta en sueños personificado en
imágenes de familiares o antepasados, como, por ejemplo, abuelos/as. Lo que
significa que ese conflicto se ha ido arrastrando de generación en generación,
como si de una maldición familiar se tratara.
15 Desearía mencionar aquí que el signo de
Tauro es simbolizado en astrología por una hierogamia, es decir,
por la unión de un sol y una luna. Esto parece estar en consonancia con la
exaltación de la Luna en este signo, siendo éste domicilio muy favorable y,
también, donde su influencia es más bienhechora.
16 Una de las imágenes simbólicas que mejor
ejemplifican la esclavitud soterrada de la pretendida sociedad del bienestar,
la cual, paradójicamente, es fuente de enfermedades psicosomáticas, quizás sea
la carta del tarot que lleva por nombre “El Diablo”. En esta carta aparece una
imagen central del Diablo y, bajo sus pies, unidos a él por cadenas, dos
figuras humanas. El Diablo es, como el Demiurgo gnóstico, un símbolo de lo terrenal, de lo
mundano, de la vida unilateralmente orientada hacia la consecución de bienes
materiales, en definitiva, la vida prosaica que únicamente mira por la
satisfacción de los deseos del ego. Así, aquellos individuos cuyos únicos
intereses son los de amasar fortuna y construir cada vez más estructuras
materiales, acaban siendo esclavizados siervos del diablo. La conocida historia
de la venta del alma al diablo, tan magníficamente desarrollada en el Fausto de Goethe, es el gran mal del que adolece
nuestra sociedad moderna que tanto aboga por el desarrollo. Y esta carta del
Tarot representa magistralmente este problema y, por supuesto, las
consecuencias que la adoración a la materia acarrean para la totalidad del
individuo.
18 Dada la gran difusión de la obra de J.
R.R. Tolkien entiendo que el lector está familiarizado con ella y me limito a
interpretar el tema principal.
19 El tema del Gran Sacrificio de la voluntad
del ego a favor de una Voluntad Superior viene simbolizado por la carta del
Tarot número XII, que lleva por nombre “El Colgado”. El símbolo astrológico de
la Casa XII, la casa de Piscis, representa lo mismo. La necesidad de sacrificar
aquello que el ego considera muy valioso, sea una relación de pareja cómoda,
una situación económica boyante o un cargo social de mucho prestigio, por poner
sólo algunos ejemplos, en pro de una mayor amplitud de consciencia, de un salto
cuántico de nivel, del progreso en el ámbito espiritual.
20 Véase el ensayo escrito por Ana María
Vargas y Raúl Ortega Librero Rastreando el arquetipo de la Sombra en la obra de J. R. R. Tolkien en el que
interpretan la figura de la sombra en la
epopeya de Tolkien El
Señor de los Anillos. Especialmente la segunda parte, a cargo de
Ortega, donde se analiza la figura de Sauron como dragón.
(www.odiseadelalma.com).
21 También el personaje de Smigol, el hobbit
poseído por el anillo de Sauron y su atracción por el poder y la vida eterna
que emerge del Serpentino inconsciente, ejemplifica lo que sucede cuando el
individuo es poseído por las poderosas fuerzas que dormitan en lo inconsciente
colectivo.
22 Desearía añadir aquí las importantes
palabras de Jung: “Una religión que ya no puede asimilar el mito olvida su
función más propia (“puente saludable con el pasado eterno, cuya presencia viva
enseñan”). La vitalidad espiritual reposa en la continuidad del mito, y ésta
sólo se puede mantener si cada época lo traduce a su lengua y lo convierte en
contenido de su propio espíritu”. Así debemos entender la obra de Tolkien, como
una revitalización del mito.
23 Antecedentes de este mismo proceso podemos
verlos en la actitud de la Iglesia frente a la proliferación de herejías que
dio comienzo entorno al siglo XII. El exponente más claro de la ineficiencia de
la dominante cristiana para dar cabida a la experiencia religiosa y de su
tendencia esclerótica y negativa frente a las nuevas maneras de interpretar y
revitalizar el mito cristiano fue la Santa Inquisición.
24 El dragón, como la gran serpiente de siete
cabezas, es el Diablo mismo, el príncipe de las tinieblas. La pareja de
hermanos que vive en el infierno es la muerte y el Diablo. Dos cartas del Tarot que suelen aparecer
unidas en el mismo período de transformación. El Hades o el inframundo es una
tumba. Y la serpiente que en él reside es la muerte que todo lo devora. Así, el
individuo que se encuentra en el infierno de la serpiente, en la tumba, se
comporta él mismo como serpiente que lanza sus emponzoñados colmillos cuando se
siente atacado. El arte alquimista, como el trabajo de la separación de los
opuestos caóticos para, posteriormente, unificarlos en una unidad integrada es
lo único que salva al individuo de la muerte.