lunes, 19 de noviembre de 2012

El reino de acuario: la unión de los opuestos


El Reino de Acuario: La unión de los opuestos

Autor: José Antonio Delgado González
La luz y la tiniebla, la vida y la muerte, los de la derecha y los de la izquierda son hermanos entre sí; no es posible que se separen (unos de otros). Por tanto, ni los buenos son buenos ni los malos malos, ni la vida es vida, ni la muerte muerte.“
Evangelio de Felipe. Evangelios, hechos, cartas. Biblioteca de Nag Hammadi II. Pags. 25-26
La Buena Nueva de Felipe nos habla de la existencia de opuestos hermanados. Este evangelio gnóstico enuncia una verdad que la psicología ha redescubierto en el proceso analítico. Ya sea que la enunciemos como oposición entre ego y alter-ego, consciencia-inconsciente, lo Masculino y lo Femenino; bien en la forma oriental del Yin y el Yang, en la alquimista de lo fijo y lo volátil, húmedo-seco, frío-caliente, en la astrológica del Sol y la Luna, los opuestos y sus símbolos se repiten por doquier.
Juan García Atienza (1) afirma a este respecto lo siguiente “Yo creo ver que eso que llamamos historia no debe importarnos tanto desde una perspectiva sucesoria o cronológica de los acontecimientos como desde el punto de vista de una situación perenne que el ser humano va moldeando y adaptando en la medida en que accede –o se le permite acceder- a su evolución social, intelectual y espiritual. Una mirada de conjunto al hecho histórico nos plantea siempre la realidad inalterable de dos fuerzas encontradas que buscan el poder y que tratan de sojuzgarse mutuamente y de sojuzgar a la comunidad humana desde la cúspide del poder, sin tomar en cuenta más que la propia capacidad de dominio y despreciando, abierta o subrepticiamente, la esencial necesidad que el ser humano tiene de elegir su destino en libertad”. De lo que se desprende que el individuo no será libre si no es a través del conocimiento (gnosis) de la existencia de dichas fuerzas operantes, tanto en su propio interior, cuanto en el proceso histórico. El Evangelio de Felipe nos dice a este respecto lo siguiente: “los nombres otorgados a las realidades mundanas comportan un gran error, pues desvían su mente de lo estable a lo inestable”, lo que corrobora el enunciado de Juan G. Atienza al poner el énfasis en la estable, es decir, en las sempiternas fuerzas operantes, y no en lo inestable, esto es, los ropajes con los que esas fuerzas se envisten de época en época. Así, Juan G. Atienza afirma “que esas fuerzas se llamen papado e imperio, güelfos y gibelinos, monarquía y república, capitalismo y comunismo o fascismo y democracia, creo que importa mucho menos que su enfrentamiento constante por alcanzar el poder sobre el resto de la comunidad. En el fondo, todos esos nombres no son más que las caras de una misma moneda (2) que sirve para comprar el libre albedrío del ser humano, con la fuerza del palo o con el señuelo de un bienestar que, en lo profundo, es sólo la droga calmante de una esclavitud consentida”. Es precisamente el conocimiento de eso que Juan G. Atienza denomina “lo profundo” lo que permite al ser humano liberarse de las esclavizantes fuerzas que operan detrás de bambalinas.
Y a ese conocimiento y al proceso de reconciliación de las fuerzas opuestas que se encuentran enfrentadas o que se atraen entre sí dedicaremos nuestros próximos párrafos. La alquimia ha definido su arte espagírico con la máxima “solve et coagula”, con lo que expresaban la necesidad de disolver los elementos que entran en juego en el proceso, léase separarlos en sus constituyentes elementales, para posteriormente armonizarlos en una unidad integrada a la que denominaban Lapis philosophorum. Y el proceso comenzaba con la prima materia, una masa confussa que albergaba a todos los elementos en un estado caótico, inarmónico y desintegrado. Esa masa caótica se corresponde en psicología con lo inconsciente en su estado original, en el que los instintos se hallan enfrentados los unos con los otros y en el que el ser humano es un hervidero de pasiones, un esclavo de sus propias reacciones instintivas. Los arquetipos, como modelos de organización del material inconsciente, son los verdaderos artífices de lo que luego acontece en la realidad manifiesta o histórica, son esas fuerzas actuantes de las que hablaba Juan G. Atienza. El alquimista se refiere al inicio de la Gran Obra de la transformación del plomo en oro como la nigredo. La oscuridad imperante en esa etapa del proceso de transformación viene representada con los símbolos del cuervo, la calavera, el lobo que se come al viejo rey, el león que engulle al sol, etc. Todos estos símbolos aluden a una muerte (3). En términos psicológicos lo que está muriendo es una actitud consciente o una tendencia dominante cuya ostentación no hace sino destruir la vida a su paso (4). Recuerdo el caso de una mujer que comenzó a tener sueños en los que se le aparecían figuras oscuras y a las que identificaba con el Diablo. Y ese diablo no es otro que su propia sombra, su otro yo que desea ser considerado, es decir, el adversario del ego (5). Naturalmente, cuando los contenidos de lo inconsciente afloran a la superficie con la fuerza de un tifón, o a modo de tsunami lanza sus gigantescas olas a las antaño tranquilas orillas de la consciencia, el individuo se encuentra ante la necesidad de enfrentarse a esos contenidos, darles forma y, finalmente, comprenderlos. De no hacerlo así cabe el peligro de verse anegado por unas fuerzas que ni en sus más terribles pensamientos hubiera nunca concebido (6). El ciudadano medio, gracias a dios, nada sabe de estas fuerzas. Sin embargo, sin ser, ni por asomo, consciente es arrastrado por ellas a un destino que, siendo, no obstante, el suyo, desconoce por completo. La inmersión en las profundidades de uno mismo es una verdadera tarea heroica, lo que explica la reticencia general a embarcarse en semejante viaje. Pero ese miedo y esa resistencia al descenso a los infiernos que el hombre común experimenta encierra un asunto crucial que es menester apuntar aquí. Se trata de la fascinación que lo inconsciente ejerce, atracción que en los mitos se ha ejemplificado como un seductor canto de sirena. Detrás de esa atracción fatal (7) está el peligro de la desintegración de la personalidad en sus constituyentes, un estado que han representado los alquimistas magistralmente en la imagen del caos que impera en la masa confusa. Y esa atracción es mucho más efectiva, cuanto más se profundiza (8). No obstante, en el seno de esa masa confusa, yace, oculto, el tesoro de gran valor, la piedra (9). El trabajo reside en la extracción de dicho tesoro del caos que lo rodea. Dicha tarea no es otra que la de hacer conscientes los contenidos de lo inconsciente. Pero, en un primer momento, el caótico estado que impera en el ser humano en los inicios del proceso, como lucha de elementos contrarios que parecen desgarrar las entrañas del individuo en cuyo interior está teniendo lugar esta lucha de fuerzas contrarias, es compensado con la formación de imágenes de unidad y totalidad, cual es el caso de los mandalas. Estas formaciones nos enseñan que del caos surge el orden, pues son esos mandalas una muestra de lo que está teniendo lugar en lo inconsciente (10). Se está produciendo un efecto compensatorio y, cuanto mayor es la sensación de tensión y de violenta irrupción de contrariedades, tanto más vívida es esa imagen de la unión de los contarios. No resulta extraordinario que el individuo en ese estado tenga sueños de uniones sexuales. Pues estas uniones sexuales representan la tendencia compensatoria de lo inconsciente que, frente a un estado exterior desordenado y tenso, produce una conjunción de elementos contrarios. En ocasiones, también pueden aparecer uniones sexuales con personas del mismo sexo. Estas uniones deben entenderse como un símbolo, de modo que aluden a la unión de dos tendencias o instintos con idénticas polaridades. Los alquimistas representan ese proceso, en la nigredo, como unión del rey y de la reina (11). De dicha unión tiene lugar el engendramiento de un tercero hermafrodita, pues contiene ambas naturalezas. Expresado en términos psicológicos lo que tiene lugar es el nacimiento del Sí-Mismo, es decir, del atman interior, del Hombre Andrógino, una imagen del Lapis o una alegoría de Cristo. En definitiva, se produce de ese modo la vivencia de la divinidad en el interior del ser humano.
Puede sorprenderle al profano que sea precisamente cuando el individuo está inmerso en un proceso psicótico que tenga lugar la experiencia de Dios. Mas esto es algo que puede entenderse si tenemos en cuenta lo que en realidad está sucediendo: una muerte y un renacimiento. En el mito cristiano esto se representa con la imagen de la crucifixión, donde Jesús muere clavado en la cruz. La cruz es, por lo tanto, un símbolo de la Madre. He aquí una conjunción de opuestos: Jesús se une a la Madre en la Cruz en lo que sería un acto incestuoso. Pero tras morir en la Cruz resucita al tercer día transfigurado. La alquimia expresa este mismo misterio cuando dice: “cuando la misma madre se une con el hijo en la alianza del matrimonio, no veas la obra como un incesto. Pues así lo ordena la naturaleza, así lo requiere la Benéfica Ley del Destino y esta cosa no es ingrata a Dios”. Sin embargo, ese incesto es un acto tremebundo y escandaloso, por no mencionar los grandes peligros que acarrea, cosa que expresan los alquimistas al afirmar que “cuando el hijo duerme con la madre, ella le mata atacando como una víbora (12). ” Esto último nos traslada al mito de Isis, donde ésta pone en el camino del padre celestial, Re, el “gusano magnífico”. De modo que es ella la que induce el envenenamiento del rey. Sin embargo, el mito nos dice que también es ella la que sana a Re tras su envenenamiento. Y también es Isis la que recompone al despedazado Osiris. Ella es el arcano que realiza todo eso. De modo que, como símbolo de la materia prima, Isis es la que destruye las estructuras “egoicas” y, al tiempo, la que permite la cura y, posteriormente, la reconstrucción.
A Isis se la designa como la Negra, de ahí su analogía con la materia prima en la alquimia y, también, con las vírgenes negras. Ella es designada como virgen y como ramera, lo cual no debe sorprendernos después de lo antes apuntado. Ella es una complexio oppositorum, una conjunción de opuestos. Estas últimas consideraciones nos llevan a relacionar a la materia prima con María Magdalena en la tradición cristiana. Podemos entender cómo el cristianismo ha denigrado la imagen de María Magdalena si atendemos a lo dicho. Ella es la que unge a Jesús, algo que antecede a su muerte en la cruz. María Magdalena realiza la preparación del hierosgamos, unión de lo masculino y de lo femenino. El misterio de la conjunción del Rey y la Reina, o del esposo y la esposa, es pre-cristiano. Antaño, en la antigua Babilonia y en Sumeria, en una manifestación del mito se realizaba el rito de la unción de la cabeza del futuro rey. Y quien lo realizaba era la Sacerdotisa real. Así, en la Biblia leemos “Y estando él (Jesús) en Betania, en casa de Simón, el leproso, reclinado a la mesa, vino una mujer con una ampolla alabastrina de bálsamo de nardo puro de gran coste; rompiendo la ampolla la vertió por su cabeza. Y algunos se indignaban entre sí: “¿Para qué se ha hecho ese despilfarro del bálsamo? Pudo, en efecto, ser vendido ese bálsamo en más de trescientos denarios y darse a los pobres”; y se irritaban contra ella. Pero Jesús dijo: “Dejadla, ¿por qué le dais molestia? Hizo conmigo una buena obra; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, y cuando quisiereis podéis hacerles bien; pero a mí no me tenéis. Hizo lo que pudo; se anticipó a embalsamar mi cuerpo para entierro. En verdad os digo que donde se pregonare este Evangelio por todo el mundo, se referirá también lo que ésta hizo, para memoria de ella.” Y Judas Iscariote, uno de los doce, se fue a buscar a los archisacerdotes para entregarlo a ellos.” (Mr 14, 8; Mt 26, 12). Algunos estudios recientes (13) apuntan a la identidad de María de Betania con María Magdalena. No nos resulta extraña la animadversión que la corriente ortodoxa profesó a María Magdalena y el hecho de que se la tuviera por una ramera. Sin embargo, si entendemos que ella representa a la materia prima alquimista, vemos que todos los opuestos residen en ella. Pues ella es no sólo la que prepara la muerte de Jesús, sino la que intercede en su resurrección. Ella es el veneno y el remedio. Ella es el recipiente o santo grial en el que acontece el gran misterio de la unión de los opuestos. En los evangelios gnósticos se nos muestra que María Magdalena (en adelante MM) es, precisamente, Sofía, la sabiduría de dios. En efecto, la inmersión de la consciencia en lo inconsciente no sólo resulta en la muerte del ego, sino que, también, dado que aquel es un pozo o un manantial de sabiduría en el que poder abrevar, con dicha bajada a los infiernos se le permite a la consciencia acceder a la fuente de la vida eterna, la sabiduría de Dios, el caldero de la renovación vital. MM es la sabiduría que enseña, siendo la madre del lapis de los alquimistas y su amante secreta.
El opuesto inconsciente femenino del varón es conocido en psicología como anima. El anima es no sólo una imagen del inconsciente colectivo (cuando la consciencia no conoce su opuesto femenino), sino de una función de relación con el mundo de lo inconsciente. Es la mediadora entre el ego y la totalidad psíquica, el Sí-mismo (14). Que la tradición cristiana ortodoxa haya denigrado el elemento femenino puede entenderse como una falta de relación con el mundo interior, con la totalidad psíquica. Puesto que, en el mundo de lo Femenino, en última instancia de la Diosa, no sólo reside el aspecto maternal y nutricio (15), sino también el seductor y el que llama a la unión sexual. De hecho, es precisamente este último aspecto dinámico de lo inconsciente el que conduce a una mayor profundización en el conocimiento del Sí-Mismo. En realidad, esa es la faceta de la Diosa que induce a la muerte para dar lugar posteriormente a un renacimiento, y esto es, al tiempo, el objetivo último y más elevado de la vida humana. Así, también, el destino de Jesús era su muerte en la Cruz y quienes contribuyeron más directamente a que ese destino tuviera lugar fueron Judas Iscariote, su hermano oscuro, y María Magdalena, su amada, su contraparte femenina.
Habíamos comenzado este ensayo diciendo que detrás del telón de la realidad material hay dos opuestos enfrentados y que la alquimia pretendía la unión de dichos contrarios. La psicología ha redescubierto este proceso como el que acontece en lo inconsciente. Así, la obra alquimista, traducida a términos psicológicos es el hacer consciente lo inconsciente. También habíamos apuntado que esas dos fuerzas que actúan a espaldas de la consciencia de la mayoría de las personas, y precisamente por ello, son las que parecen dirigir el proceso histórico sin el concurso del libre albedrío del ser humano. Ahora querría recordar, al hilo de esto último, que el hombre occidental es un esclavo de la materia, aunque se auto engañe llamando a su Estado con el nombre de Bienestar (16). Detrás de ese pretendido Estado del Bienestar nos encontramos al arquetipo femenino actuando a sus espaldas. Y, como siempre ha sucedido, las épocas en crisis se caracterizan por el dominio de lo Femenino. Lo inconsciente se hace con las riendas de la cultura y la ceguera y la estupidez supinas campean a sus anchas. ¡Bendita estulticia! Como diría Séneca. Se trata, ni más ni menos, que del mismo proceso que hemos desarrollado previamente. Con la diferencia de que, en lugar de tratarse de un caso individual, en el que, Dios Mediante, una vez expresados los contenidos de lo inconsciente, con la orientación adecuada, pueden ser comprendidos y, finalmente, incluidos en el devenir de la vida consciente del individuo, el colectivo se asemeja a un animal ciego y estúpido. Con semejante panorama no es de extrañar que, aquellos individuos que han adquirido un mayor nivel de consciencia, o iluminación, no sin antes una dramática bajada a los infiernos, sientan que, por el bien de la humanidad, deben dirigir al rebaño, gracias a que disponen de una verdadera autoridad, la que les es conferida por su conocimiento de las fuerzas actuantes o de la realidad trascendente. Esta idea no es nueva. Ya la encontramos enunciada en la República de Platón y en su ideal de gobierno de sabios. Sin embargo, es bien sabido que, aquellos que disponen de un conocimiento de la realidad trascendente, tienen entre sus manos un gran poder. Refiriéndose a este mismo tema Juan G. Atienza afirma “Si nos preguntamos abiertamente el porqué de tantas sociedades secretas o discretas, de tantas fraternidades iniciáticas, de tantos magos, astrólogos, adivinos y alquimistas pululando a la sombra de los gobernantes y en los entresijos de los golpes de estado y hasta de las revoluciones, creo que existe una respuesta que no por carecer de “pruebas” científicas tiene menos validez: la conciencia, cierta o intuida, de que, por encima de los conocimientos accesibles y permitidos –que sólo conducen al progreso material y son, por tanto, una forma más de dependencia- y por encima de la fe religiosa –que es la manipulación esclavizante por excelencia, puesto que obliga a creer en lo que se ignora por decreto-, existe un conocimiento prohibido, secreto y oculto, cuyo dominio podría presuntamente conducir al ser humano al encuentro y a la comprensión de su realidad más profunda. Hay una correlación matemática entre el saber y el poder (17). El que tiene –o cree tener- acceso a la realidad trascendente, el que posee o cree poseer las fórmulas que conducen al dominio de esa realidad, sabe de su ascendiente mítico sobre una parcela del pueblo sistemáticamente proscrita a la ignorancia y, a través de ella, a la superstición y a la dependencia de todo poder de origen desconocido, al cual acatará, reverenciará y hasta llegará a deidificar”.
Sin embargo, como tan bellamente se representa en la moderna epopeya El Señor de los Anillos el anillo de poder sólo responde ante un dueño: Sauron, el Señor Oscuro de Mordor (18). Esto parece apuntar a que se requiere de antemano un Gran Sacrificio (19); la destrucción del anillo en los fuegos del Monte del Destino. Dado que el anillo es un símbolo del poder, de aquel poder que, aunque se pretenda usar para el bien, indefectiblemente tiende a hacerse mal, la destrucción del anillo simboliza el sacrificio del deseo de poder. Lo que debe ser sacrificado es la voluntad de poder del ego y esto por el bien de la humanidad. El anillo es, también, un símbolo de totalidad, como lo demuestra su geometría circular, cual el Ouroboros alquimista, y, también, porque su nombre es un sinónimo de año, o sea, de los doce meses en los que éste se divide y, también, de los doce signos del zodíaco, por lo que su significado se hace transparente: se trata del sacrificio de la voluntad y el deseo de poder del ego por una entidad más elevada: el Sí-Mismo. En términos psicológicos es la muerte del ego y el renacimiento del Sí-Mismo. El nombre de Sauron, el señor del anillo, es muy interesante. Sauron parece aludir al Saurio, es decir, al Dragón mítico (20). Por tanto, podríamos interpretarlo sin temor a equivocarnos como una lucha contra las fuerzas del mal simbolizadas en la figura del Dragón, el Señor Oscuro, la imagen bíblica del Leviatán. El poder, en este caso, pertenece al Diablo. Y, al igual que Jesús es tentado en el desierto por Satanás a usar su poder para su propio beneficio personal, nuestro querido amigo Frodo, el portador del anillo, sufre las mismas mortificaciones. En esta magnífica epopeya moderna se describe con inusitada belleza la gran confrontación entre las fuerzas del Bien y del Mal, las mismas dos fuerzas con las que dábamos comienzo este ensayo.
Esta disquisición nos ha conducido directamente a un tema que tiene una importancia sobresaliente. Se trata del sacrificio que debe presidir todo acceso a la realidad trascendente. La gran diferencia entre el uso del conocimiento trascendente para el Bien de la Humanidad, y aquel que sólo busca el poder y el reconocimiento egoísta lo ejemplifican los dos magos protagonistas de nuestra epopeya moderna: Saruman y Gandalf.
Así, Gandalf, tras luchar con las fuerzas del abismo, regresa transfigurado. Sufre una muerte y un renacimiento. Y, cuando regresa, deja de ser Gandalf el Gris, para convertirse en Gandalf el Blanco. Siendo el Blanco un símbolo alquimista de la albedo, etapa relacionada simbólicamente con el bautismo cristiano y, por tanto, con la iniciación, Gandalf se convierte en un “perfecto”, en un conocedor de la realidad trascendente, en un iniciado. Y esto queda reflejado cuando le dice al joven hobbit Pipin: “La muerte es sólo otro sendero que recorreremos todos. El velo gris de este mundo se levanta y todo se convierte en plateado cristal. Es entonces cuando se ve”. Él murió para salvar a sus compañeros, a la compañía de los nueve (como nueve son los caballeros templarios), y por el bien de la empresa a la que estaban todos supeditados: la destrucción del anillo. Dicha empresa, como la destrucción de las estructuras egóicas, con la característica tendencia a querer el beneficio individual en perjuicio, incluso, del bien de la humanidad (en la obra de Tolkien ésta se correspondería con los habitantes de la Tierra Media) nos muestran que hay una entidad superior a la que es menester servir, si uno no desea sufrir el destino de los Jinetes Negros (21). Algunos tratados de astrología afirman que aquello que caracteriza al signo de Piscis es precisamente el sacrificio del ego para servir a una entidad superior. Si tenemos en cuenta que la era cristiana ha estado regida por el símbolo de los peces, es decir, bajo los auspicios del signo de piscis, nos percatamos de que la obra de Tolkien tiene un trasfondo claramente cristiano.
Esto último nos permite colegir que en todo momento y lugar los conocedores de la realidad trascendente, de las fuerzas actuantes allende el progreso material, han estado siempre a disposición de un gran poder. Si ese poder es ejercido en beneficio de la humanidad (entendiendo ésta, también, como el Antrophos gnóstico, el Andrógino o Rebis Hermafrodita alquimista, en definitiva, el Sí-Mismo), entonces se imprime un efecto positivo en la dirección de los acontecimientos históricos. El mito del Rey exiliado que se mantiene en el anonimato y que, llegado su momento, reclama el trono que le corresponde, tiene plena vigencia en nuestros días. Y se relaciona con lo que estamos intentando desentrañar aquí, por lo que resultará de interés dedicar algunos párrafos a explicar su simbolismo. Este mito del rey herido y, como reflejo de dicha herida genital, la tierra yerma, desprovista de vida parece que se extendió como tema central en la edad media, allá por los siglos XI a XIII, significativamente en la misma época de apogeo de la orden de los monjes-guerreros conocidos como los templarios. El Rey, el León y el Sol son símbolos intercambiables. Y todos ellos se relacionan con la consciencia. Así, el rey herido tiene el significado psicológico siguiente: las ideas superiores, las que dominan el ámbito de la consciencia, o también, el sistema de valores rectores de la actitud consciente, se han vuelto inefectivos para expresar la totalidad real, convirtiéndola en una mera sombra. Esa dominante de la consciencia desaparece peligrosamente entre los contenidos ascendentes de lo inconsciente, los cuales toman, por un tiempo, las riendas del destino. Con lo cual tiene lugar un oscurecimiento de la luz solar y los elementos de lo inconsciente, en su estado original de masa confusa, se hallan enfrentados entre sí los unos con los otros. La contienda entre la dominante del ego consciente y los contenidos de lo inconsciente intenta dirimirse, al principio, haciendo uso de la razón, que pretende sujetar con una fuerte soga al elemento que se le opone. Mas estos intentos no pueden sino fracasar, obligando al ego a admitir su impotencia y permitiendo que se produzca la furiosa lucha de opuestos, una auténtica guerra abierta en el ámbito intrapsíquico. Si el ego no se inmiscuye con juicios intelectuales, la lucha tiende a acercar los elementos contarios y lo que parece un campo de batalla, colmado de muerte y destrucción, sin esperanza alguna, acaba por cambiar a un estado latente de unidad. Lo mismo que sucede a un nivel individual, cuando el mito adquiere la importancia que tuvo en la época de las cruzadas, igual que hoy en día (22), como se puede observar por el éxito que ha obtenido la epopeya El Señor de los Anillos, irrumpe el caos en el colectivo (la sociedad) y prende la mecha de la guerra entre todos los elementos, lo que desencadena la sed de sangre que caracteriza el espectáculo dantesco que presenciamos en oriente medio (23). La pérdida de las imágenes eternas, valga decir del mito cristiano como basamento de la cultura occidental, no es asunto baladí, aunque la masa ni tan siquiera parece que se de cuenta, ni la eche en falta. Pero, aunque no eche de menos semejante carencia, encuentra en los periódicos o en los telediarios los síntomas de esa pérdida irreparable. Cuando los síntomas toman cuerpo en el mundo resulta muy difícil hacer entender a las gentes que el verdadero campo de batalla es el alma humana. Eso que en el individuo se produce como un conflicto intrapsíquico y al que es necesario prestar la máxima atención y la dedicación más plena, se traslada al campo de la proyección, tomando la forma de una división política, de un malestar social, de una violencia asesina y, en definitiva, de un clima bélico que es el origen de todo terrorismo. Cuando el hombre se convierte en un adolescente, entonces las injusticias siempre las comenten los demás, y las exigencias nunca ha de planteárselas uno mismo, sino siempre a los políticos, a los otros países, a la unión europea, a los inmigrantes, etc. La estulticia invierte el proceso que debiera regir toda cultura y lo inconsciente toma de ese modo las riendas del destino del hombre. El dragón (24) se adueña de él (25) y hasta lo hace olvidar lo que significa ser hombre. Se cierra el camino a cualquier reflexión que lo saque de su irresponsabilidad infantil y, en cambio, encuentra siempre una justificación para ser cada vez más cruel y despiadado, algo que observamos en la actitud del presidente de los Estados Unidos y su estúpida cruzada contra los países que engruesan las filas de lo que él denomina el “Eje del Mal”.
Precisamente la presencia viva de las imágenes eternas es la única capaz de conferir al alma aquella dignidad que le corresponde y, con ello, estar convencido de que la única salvación posible la encontrará el ser humano permaneciendo junto a ella. De ese modo, el hombre moderno se dará cuenta de que la tierra yerma es su doloroso legado, del que no se libra atacando a otros. Al reconocer su escisión interna se da cuenta de que no puede reprocharle a nadie nada, así como que él es el único responsable de reconstruir un nuevo sistema de valores que vertebre su vida toda. Pues el hombre que ha perdido sus valores es como un animal de presa, simbolizado en la alquimia por el lobo, el león, el dragón (26), etc., imágenes todas de las bajas pasiones y de los apetitos que se disparan cuando las aguas negras y pútridas (o la sombra de Sauron) han devorado al rey (27). De modo que la renovación del rey, que había permanecido en el exilio o bajo los dominios de lo inconsciente, en su viaje a los infiernos, es un proceso que ha de tener lugar en el interior del ser humano. Dicha renovación encuentra su vivo reflejo en el florecimiento de la vida, es decir, se le permite el acceso a la vida a aquella parcela de la personalidad que había permanecido en la sombra. Con ello, la consciencia se convierte en un cristal que refleja la luz de aquel sol interior que debiera regir el destino de un individuo completo.
Este proceso de renovación del rey transforma al individuo en una verdadera Autoridad. En la epopeya El Señor de los Anillos, esto viene representado en la figura de Trancos, quien tras un largo período en el exilio, reclama su trono como legítimo Rey de Gondor, no sin que antes tuviera lugar una lucha entre las fuerzas del Bien y del Mal (los opuestos), así como su entrada en la morada de los muertos, aliados imprescindibles en la victoria de la Luz frente a la Oscuridad. Esto último debe interpretarse atendiendo a la totalidad de la psique humana. La nueva dominante debe nutrirse de las opiniones de todos los constituyentes de la personalidad, lo que en alquimia se representa en la imagen del viejo rey que recibe los influjos del espíritu de los siete planetas. De ese modo, el individuo ya no es un complejo de opuestos enfrentados entre sí, sino una multiplicidad de elementos unidos en armonía. Esta realidad le sucede al individuo de una forma espontánea. No se trata de una imitación consciente de la Pasión, sino más bien es el sí mismo quien soporta los sufrimientos. Es el Rey quien muere o es derrocado, quien permanece en el exilio o es enterrado y, finalmente, renace o retorna al trono renovado. No es la persona quien sufre, sino la totalidad en ella la que es torturada, muere y resucita. Esto le sucede al anthropos gnóstico, al hombre verdadero, a Cristo en el interior del hombre (28). Este proceso es una auténtica experiencia de aquel ser humano que ha ido a parar a la masa confusa alquimista o, más bien, que le han sobrevenido cual aluvión todo un cúmulo de contenidos de lo inconsciente, oscureciendo el ámbito de su conciencia y obligándole a tomarse la tarea de conocerse y realizarse a sí mismo con seriedad y sacrificio. La nigredo, que describían los alquimistas como “lo negro, más negro que lo negro”, simbolizada en imágenes como el cuervo, el lobo o la calavera, como etapa psicológica de muerte de las estructuras del ego que impiden la realización de la totalidad, confrontan al individuo con la muerte, la decadencia, el sufrimiento, el miedo aterrador a lo desconocido, el tormento infernal con la sensación de quemazón por las elevadas temperaturas que allí imperan, así como, también, con la desolación y la melancolía que acompañan los largos estadios de soledad. En la negrura de su desesperación personal está teniendo lugar la muerte del viejo Rey, que se transforma en una serpiente venenosa y en un dragón que escupe fuego por la boca. Pero este dragón, por necesidad intrínseca, se transforma en león y, también, en águila que devora sus plumas, imágenes estas que representan el conflicto de opuestos al que se ve enfrentado. El comienzo del camino es, pues, una bajada a los infiernos en la cual el alma se ve alterada. Las serias amenazas ante las que el individuo se enfrenta en su descenso al Hades se expresan en la necesidad de un tremendo esfuerzo, de una lucha sin cuartel, de la presencia del demonio que infunde negligencias, errores, miedos, trastornos constantes, daños a todos los asuntos que uno desempeña conscientemente y a las personas que nos rodean. La vida toda sufre una debacle, y en mitad de la misma, está el yo consciente del individuo que ora es dominado por la arrogancia del diablo, ora por la manía y la pérdida de juicio, ora por la imputación por medio de acusaciones. Las tinieblas dominan el entendimiento y el individuo se siente poseído por unas fuerzas que él mismo no acaba de comprender. Pero si quiere curarse de semejante estado no le quedará otro remedio que esforzarse en conocer el origen de todas esas fuerzas que lo dominan, el centro de todas las imperfecciones y de las enfermedades, para que se restablezca su anterior hegemonía. De ese modo, el Rey vuelve a ejercer la autoridad en su monarquía. El diablo intenta imprimir en el espíritu humano la ambición, la brutalidad, la calumnia y la desunión, o sea, la disociación psíquica propia de las neurosis y de las psicosis. Esto significa que el individuo queda contrahecho, el mundo parece reírse de él por lo que su sufrimiento es cada vez mayor y, no sólo en el seno de la nigredo, sino, a menudo, por el resto de su vida. El laberinto de engañosas callejuelas en las que se encuentra el individuo sólo es recorrido con éxito hasta encontrar la salida, hallando los libros adecuados, atendiendo a las señales propicias y llegando al fondo de la verdad con la ayuda de Dios, en quien, en un primer momento, el individuo debe tener fe. Ahora bien, una vez atravesada la noche saturnal, el nacimiento de la nueva personalidad se produce en el seno materno de la Luna. Los alquimistas se referían a esa etapa como el albedo o emblanquecimiento, es decir, una fase de retirada de proyecciones y de toma de consciencia de la Verdad del Uno, de la totalidad anímica, allende las pretenciosas creencias y presupuestos del ego consciente. En esa obra al blanco lo que tiene lugar es una iluminación, una elucidación de los contenidos inconscientes que, posteriormente, serán integrados en la vida consciente, precisamente en la obra al oro, o sea, cuando surgirá el joven rey tras su largo periplo por el mundo sublunar. Es de ese fondo femenino maternal que resurge el rey renovado.

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OTRAS REFERENCIAS CONSULTADAS
Delgado González, J. A. (2004) El Retorno al Paraíso Perdido. La renovación de una cultura. Editorial Sotabur. Soria.
Jung, C. G. (1997) Las relaciones entre el yo y el inconsciente. Paidós. Barcelona.
Jung, C. G. (2005) Psicología y Alquimia. Obra Completa. Vol. 12. Editorial Trotta.
Sasportas, H. (1990) Los Dioses del cambio. El dolor, las crisis y los tránsitos de Urano, Neptuno y Plutón. Ediciones Urano. Barcelona.
Starbird, M. (2000) La Diosa en los Evangelios. Ediciones Obelisco. Barcelona.
Textos Gnósticos (2000) Evangelios, hechos, cartas. Biblioteca de Nag Hammadi. Vol. II.
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1 La mística solar de los templarios. Los secretos de la inquietante orden de los monjes guerreros al descubierto. Ed. Martínez Roca.
2 El subrayado es mío.
3 En esa etapa del proceso de individuación, también llamada autorrealización, en la que afluyen contenidos de lo inconsciente cual avalancha, y en la que el individuo se enfrenta a la sombra de su ego, suelen tenerse sueños en los que el soñante se encuentra en suburbios con personajes de la más baja calaña. Asesinos, ladrones, terroristas, pendencieros, gitanos, etc., en definitiva, todos aquellos elementos que la sociedad repudia y que, por lo tanto, margina. Estas escenas representan lo que en psicología se denomina la sombra, es decir, todos aquellos contenidos inconscientes que la consciencia rechaza por considerar inferiores, burdos, execrables, condenables, malditos o inmorales. Con ello, lo inconsciente confronta a la consciencia con lo que ella no ha querido admitir, todo cuanto ha rechazado por considerarlo indigno. Mas, en la sombra, no sólo encontramos aquello que, desde el ángulo de la consciencia, es oscuro y negativo, sino, también, contenidos que el individuo no ha diferenciado, como por ejemplo ciertos valores, aptitudes artísticas, germinales potenciales que el ego desconoce que el individuo posee. Cuando el individuo se enfrenta a su sombra con honestidad se da cuenta para su sorpresa de que, tras ella, hay una larga cola de dragón que le conecta con sus antepasados animales. Es decir, que tras la sombra está el mundo instintivo, lo inconsciente colectivo con sus constituyentes, los arquetipos. Estos son modelos de ordenación del material inconsciente y, como tales, constituyen la multiplicidad de la que se compone la unidad de la psique toda. Dichos arquetipos actúan a las espaldas del ego consciente, cuando éste desconoce su existencia, conduciendo el destino del individuo hacia dramáticos derroteros. Uno de tales arquetipos es el de la sombra o el adversario del ego. Otro es el animus o contraparte masculina en la mujer o el anima o contraparte femenina en el hombre. También el Mago o el Ermitaño constituyen algunos ejemplos de arquetipos, siendo diferentes modalidades del Sabio Anciano, una personificación del Sí-Mismo, hombre verdadero, núcleo de la personalidad o totalidad de la personalidad del individuo.
4 C. G. Jung, interpretando la figura del ladrón en un texto alquimista, dice de esta actitud esclerótica y destructiva lo siguiente: “Se basa en un hábito de pensamiento amparado en la tradición o el entorno: lo que de alguna manera no se puede explotar no es interesante, de ahí la infravaloración del alma. Otra razón es la depreciación habitual de todas las cosas que no pueden tocarse y que no se comprenden y, en un sentido más amplio (…) se suma a este error tradicional la visión supuestamente biológica o materialista que hasta ahora no ha visto en el hombre más que un animal gregario, cuyas motivaciones no superan las categorías del hambre y los impulsos de poder y sexual”. Mysterium Coniuntionis, Obras Completas, Vol. 14, pp. 161-162. Nosotros añadimos a esta “supuesta visión biológica” la hipótesis evolucionista que pretende ver la finalidad de la vida humana en la perpetuación de los genes de la especie.
5 También se podría decir que se trata del demiurgo gnóstico. O también el modo en que se vivencia lo inconsciente cuando la actitud de la consciencia se le opone.
6 De hecho, la represión de los contenidos que afloran desde lo inconsciente agrava el problema hasta extremos en los que es la vida la que corre serio peligro. Pues, al fin y a la postre, lo que acontece en lo inconsciente es un proceso de muerte y renacimiento y, cuando el individuo lo ignora, reprime o suprime todo lo que debería afrontarse a un nivel intrapsíquico, acaba trasladándose al ámbito de la proyección, tomando forma en la realidad cotidiana. Siguiendo con el caso anterior, la mujer que estaba sufriendo una sacudida por parte de lo inconsciente no atendió a los primeros síntomas de transformación en forma de sueños, que fui interpretándole a medida que iban produciéndose, continuando con su frenético ritmo de vida. Lo inconsciente tomó forma manifiesta en las dos averías que tuvo con su vehículo en apenas unos meses: en una primera ocasión se le bloqueó la dirección del coche en plena marcha, aunque con la fortuna de no accidentarse; al poco tiempo de arreglar y revisar el vehículo, se le averió todo el sistema ABS de frenos en mitad de una ciudad. Después de enfrentarse a un terrible miedo, y tras comprender que lo que le había sucedido era la consecuencia lógica de ignorar los mensajes de lo inconsciente, aconsejada por mí accedió a mantener un diario de sueños, así como a anotar todas aquellas asociaciones que pudiera tener en torno a las imágenes oníricas y los estados alterados de consciencia. Este se convirtió en el material sobre el que trabajamos en las sesiones que se siguieron. Y, por supuesto, empezó a tomarse el tiempo necesario para ella misma, decelerando su frenética marcha.
7 Un ejemplo moderno de este proceso lo hallamos en la película Instinto Básico II. Resulta interesante que, en la película, sea precisamente un psicólogo el afectado, lo que debería hacer reflexionar a aquellos profesionales que aún se obcecan en rechazar los resultados de la psicología analítica o transpersonal.
8 Jung afirma a este respecto lo siguiente: “ese miedo y esa resistencia que todo hombre natural experimenta frente a un descenso demasiado profundo en sí mismo son en el fondo el miedo al viaje al Hades. Si sólo se experimentara resistencia, la cuestión no sería tan grave. Pero, en realidad, de ese fondo psíquico, precisamente de ese espacio oscuro, desconocido, emana una atracción fascinante, que amenaza hacerse tanto más dominadora cuanto más profundamente se penetra. El peligro psicológico que esto entraña consiste en una disolución de la personalidad en sus componentes funcionales, tales como funciones aisladas de la consciencia, complejos, unidades hereditarias, etc”. (Psicología y Alquimia, pp. 219-220).
9 Ibid.
10 Cf. Teoría del Sistema Psíquico. El complejo del yo como estructura disipativa. José A. Delgado.
11 Véase C. G. Jung, Psicología y Alquimia. Ed. Trotta. Vol. 12.
12 Michael Maier Epithalamium Honori Nuptiarum Matris Beiae et filii Gabrici (Epitalamio en honor de las nupcias de la madre Beya y de su hijo Gabricus). P.515. El nombre de Beya proviene del árabe al-baida y significa blanca, en alusión a la luna. Y Gabricus proviene de kibrit y significa azufre en árabe, aludiendo al elemento masculino saturnal.
13 Remito al lector a los meritorios libros de Margaret Starbird, María Magdalena y el Santo Grial y La Diosa en los Evangelios.
14 De acuerdo con la frecuente tendencia según la cual hallamos una sexualidad psíquica contraria a la predominante, en el caso de la mujer los opuestos están invertidos. Su consciencia es más lunar y tiende a las relaciones personales y, por lo tanto, su inconsciente tiene las cualidades de un espíritu al que la psicología denomina animus. Lastimosamente, la tendencia moderna a la exacerbación de la racionalidad y la intelectualidad inferior, valga decir al cientificismo, no hace sino agravar más un asunto que es ya de por sí complejo. Pues en la mujer que se orienta hacia el estudio y el desarrollo de su intelecto, y no del espíritu vital capaz de alimentar su interior, se produce una situación de inflación y de posesión por parte de su animus, que se exterioriza en forma de imposición petulante de opiniones, de pretensión de llevar siempre la razón, de creerse en posesión de la verdad, estando, sin embargo, bien alejado de ella. Así como la primera portadora de la proyección del anima del varón es la madre y, por lo tanto, es ella la que está en condiciones de echar a perder el ser interior de su hijo, o bien, de alimentarlo, así también, el padre, en no pocas ocasiones, influye negativamente en el ser interior de la hija, precisamente en su animus. Posteriormente, este conflicto generado por la madre o el padre encuentra su reflejo en la futura relación de pareja, que se convierte en un auténtico campo de batalla de proyecciones ilusorias y de luchas abiertas por el daño que provocaron los progenitores. Por lo tanto, podría decirse que la hija o, en su caso, el hijo encuentran en su esposo/a un reflejo de su oscuro padre o de su lamentable madre. Y el estropicio provocado por un padre o una madre, sólo puede ser resuelto por un padre, un tutor, un consejero o un psicólogo, o bien, por una madre, una tutora, una consejera o un psicólogo. A veces este problema se presenta en sueños personificado en imágenes de familiares o antepasados, como, por ejemplo, abuelos/as. Lo que significa que ese conflicto se ha ido arrastrando de generación en generación, como si de una maldición familiar se tratara.
15 Desearía mencionar aquí que el signo de Tauro es simbolizado en astrología por una hierogamia, es decir, por la unión de un sol y una luna. Esto parece estar en consonancia con la exaltación de la Luna en este signo, siendo éste domicilio muy favorable y, también, donde su influencia es más bienhechora.
16 Una de las imágenes simbólicas que mejor ejemplifican la esclavitud soterrada de la pretendida sociedad del bienestar, la cual, paradójicamente, es fuente de enfermedades psicosomáticas, quizás sea la carta del tarot que lleva por nombre “El Diablo”. En esta carta aparece una imagen central del Diablo y, bajo sus pies, unidos a él por cadenas, dos figuras humanas. El Diablo es, como el Demiurgo gnóstico, un símbolo de lo terrenal, de lo mundano, de la vida unilateralmente orientada hacia la consecución de bienes materiales, en definitiva, la vida prosaica que únicamente mira por la satisfacción de los deseos del ego. Así, aquellos individuos cuyos únicos intereses son los de amasar fortuna y construir cada vez más estructuras materiales, acaban siendo esclavizados siervos del diablo. La conocida historia de la venta del alma al diablo, tan magníficamente desarrollada en el Fausto de Goethe, es el gran mal del que adolece nuestra sociedad moderna que tanto aboga por el desarrollo. Y esta carta del Tarot representa magistralmente este problema y, por supuesto, las consecuencias que la adoración a la materia acarrean para la totalidad del individuo.
17 El subrayado es mío.
18 Dada la gran difusión de la obra de J. R.R. Tolkien entiendo que el lector está familiarizado con ella y me limito a interpretar el tema principal.
19 El tema del Gran Sacrificio de la voluntad del ego a favor de una Voluntad Superior viene simbolizado por la carta del Tarot número XII, que lleva por nombre “El Colgado”. El símbolo astrológico de la Casa XII, la casa de Piscis, representa lo mismo. La necesidad de sacrificar aquello que el ego considera muy valioso, sea una relación de pareja cómoda, una situación económica boyante o un cargo social de mucho prestigio, por poner sólo algunos ejemplos, en pro de una mayor amplitud de consciencia, de un salto cuántico de nivel, del progreso en el ámbito espiritual.
20 Véase el ensayo escrito por Ana María Vargas y Raúl Ortega Librero Rastreando el arquetipo de la Sombra en la obra de J. R. R. Tolkien en el que interpretan la figura de la sombra en la epopeya de Tolkien El Señor de los Anillos. Especialmente la segunda parte, a cargo de Ortega, donde se analiza la figura de Sauron como dragón. (www.odiseadelalma.com).
21 También el personaje de Smigol, el hobbit poseído por el anillo de Sauron y su atracción por el poder y la vida eterna que emerge del Serpentino inconsciente, ejemplifica lo que sucede cuando el individuo es poseído por las poderosas fuerzas que dormitan en lo inconsciente colectivo.
22 Desearía añadir aquí las importantes palabras de Jung: “Una religión que ya no puede asimilar el mito olvida su función más propia (“puente saludable con el pasado eterno, cuya presencia viva enseñan”). La vitalidad espiritual reposa en la continuidad del mito, y ésta sólo se puede mantener si cada época lo traduce a su lengua y lo convierte en contenido de su propio espíritu”. Así debemos entender la obra de Tolkien, como una revitalización del mito.
23 Antecedentes de este mismo proceso podemos verlos en la actitud de la Iglesia frente a la proliferación de herejías que dio comienzo entorno al siglo XII. El exponente más claro de la ineficiencia de la dominante cristiana para dar cabida a la experiencia religiosa y de su tendencia esclerótica y negativa frente a las nuevas maneras de interpretar y revitalizar el mito cristiano fue la Santa Inquisición.
24 El dragón, como la gran serpiente de siete cabezas, es el Diablo mismo, el príncipe de las tinieblas. La pareja de hermanos que vive en el infierno es la muerte y el Diablo. Dos cartas del Tarot que suelen aparecer unidas en el mismo período de transformación. El Hades o el inframundo es una tumba. Y la serpiente que en él reside es la muerte que todo lo devora. Así, el individuo que se encuentra en el infierno de la serpiente, en la tumba, se comporta él mismo como serpiente que lanza sus emponzoñados colmillos cuando se siente atacado. El arte alquimista, como el trabajo de la separación de los opuestos caóticos para, posteriormente, unificarlos en una unidad integrada es lo único que salva al individuo de la muerte.
25 Véase un ejemplo de esto en el moderno largometraje El Imperio del Fuego.
26 Las pasiones son simbolizadas mediante animales no sólo por el hecho de que las compartimos con ellos, sino también porque con demasiada frecuencia nos inducen a llevar una vida semejante a la de nuestros hermanos pitecoides.
27 C. G. Jung Mysterium Coniunctionis, Ed. Trotta. Vol. 14.
28 Al utilizar aquí el término hombre lo hago como sinónimo de ser humano, por lo que incluyo a ambos géneros.

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