Imágenes y visiones de Beatriz
Rosario
Scrimieri
Abstract:
The essay takes as its starting point the “unreality” of
the image of Beatrice (her image is that of memories, especially the memory of
a series of visions), and the “mobility” of this image: there is not one
Beatrice but maybe Beatrices depending on the aspects of the anima-archetype which the poet focuses
on her, and depending also on how these aspects moves from a sensory eros,
rooted in the body, to a high eros of religious and spiritual devotion. We
analyse in this sense images of Beatrice belonging to the Vita nouva and to the Paradise
of the Commedia.
Key words: image, archetype, anima, Vita nouva, Commedia.
Resumen:
El ensayo toma como punto de partida la
"irrealidad" de la imagen de Beatriz (su imagen es la de recuerdos, especialmente
la memoria de una serie de visiones), y la "movilidad" de esa imagen:
no existe una Beatrice pero tal vez Beatrices en función de los aspectos del
anima-arquetipo que el poeta se centra en ella, y dependiendo también de cómo
estos aspectos pasan de un eros sensorial, enraizada en el cuerpo, a un máximo
eros de la devoción religiosa y espiritual. Analizamos en este sentido las
imágenes de Beatriz pertenecientes a la Nouva Vita y al Paraíso de la Divina
Comedia.
Palabras clave: imagen, arquetipo,
anima, Vita Nouva, Commedia.
1.
Cuando se habla de Beatriz y
de su significado en la obra de Dante hay que tener en cuenta un hecho, a mi
modo de ver, fundamental: Beatriz, en la obra de Dante, no aparece nunca de
forma inmediata, como mujer viva en el mundo. En las obras que voy a considerar
en este trabajo, la Vita nouva, la Commedia y el convivio, Beatriz no es una presencia viva, es una
imagen del recuerdo, y la mayor parte de las veces, es la imagen del recuerdo
de una visión, de una serie de visiones. Así, ocurre en la mayor parte de las
veces en que aparece en la Vita nouva.
Son, por el contrario, relativamente pocos los pasos en esa obra en que el
recuerdo de Beatriz, grabado en el libro de la memoria, se refiera a la Beatriz
viva que compartió el tiempo y el espacio del poeta[1].
Aunque toda la primera parte del libello presupone, de un modo implícito, la
presencia de una Beatriz que habita en la misma ciudad en la que vive Dante,
que inspira la poética de la lode, la
imagen que, en realidad, se proyecta en el texto en el momento de la escritura
de la porosa, procede del recuerdo de una donna que ya ha muerto; una imagen a
la que el poeta somete a un proceso de elaboración fantástica, según los
movimientos y exigencias de su imaginación. Esta facultad transforma la imagen
del recuerdo, gracias a los componentes anímicos que el poeta proyecta sobre
ella.
Beatriz, por tanto, desde la Vita
nouva es la “gloriosa donna de la mente” de Dante (gloriosa porque está en
la gloria, es decir, porque está ya muerta); es una figura que la imaginación
rescata del fondo de la memoria para transformarla, a través del proceso
creativo de la escritura, en el soporte sensorial donde toma forma y cristaliza
el arquetipo del ánima, y con él la amplísima gama de componentes anímicos que
este arquetipo arrastra consigo del fondo inconsciente[2].
Beatriz, como forma y figura de mujer viva, sólo aparece propiamente en las
rimas de la primera parte de la Vita
nuova pero al estar aquellas mediatizadas por el marco de la prosa de la
memoria, su imagen constituye igualmente una imagen del recuerdo. Y a partir
del capítulo en que se anuncia su muerte, se mostrará exclusivamente como
imagen del recuerdo de una serie de visiones, cosa que también ocurría en
algunos pasajes de la primera parte, y que ocurrirá en la totalidad de la Commedia, obra que puede considerarse
como el resultado de la escritura del recuerdo de una gran visión [3], donde todas las apariencias de Beatriz, como
las del resto de los personajes, son presencias visionarias.
En el Convivio la presencia de
Beatriz es diferente. Aparece, a mi modo de ver, como una mujer real que ha
fallecido. No hay que olvidar, en este sentido, que este tratado contiene,
aunque cortos, algunos pasajes de prosa autobiográfica que impresionan por la
fuerza de su inmediatez, como el que se refiere a la experiencia del exilio, y,
aunque sea más breve, a la muerte de Beatriz: “… la stella di Venere due fíate
rivolta rivolta era… appresso lo trapassamento di quella Beatrice beata che
vive in cielo con li angeli e in terra con la mia anima…” (Conv. II, ii, 1); e igualmente, cuando Dante menciona el dolore que
le produjo esa pérdida: “dico che, come per me fu perduto lo primo diletto
della mia anima /…/, io rimasi di tanta tristizia punto, che conforto non mi
voleva alcuno” (Conv. II, xii, 1). La
referencia aquí es a la desaparición de la mujer real, hecho que pone en
evidencia que la Beatriz que “vive” en y para Dante es la del recuerdo, la que
vive en su imaginación.
Estas consideraciones muestran la “irrealidad” de Beatris, su naturaleza
fantasmal. Es verdad que la donna de
la lírica cortés y stilnovista es también
una donna fantasmal, procede del
enamoramiento narcisista de una imagen interior que el amante elabora en la
imaginación, pero normalmente esa imagen tiene la correspondencia externa de
una mujer viva en el presente del sujeto lírico, como ocurría en las rimas que
constituían la materia prima poética de la primera parte de la Vita nouva; las rimas de juventud que
luego Dante, transformadas en imágenes del recuerdo, decide copiar del libro de
la memoria, para hacer de la donna muerta
el símbolo de otra cosa. El fantasma de Beatriz se fragua en Dante a partir de
la muerte de aquélla, cuando exclusivamente vive en el cielo y –en la tierra-
en el alma del poeta, es decir, como imagen de una obra de creación en poeta,
destinada a superar la imagen femenina de la immoderata cogitatio, propia de la lírica amorosa tradicional.
2.
¿Cómo interpretar la clase
de vida que lleva el fantasma de Beatriz en la mente de Dante y que sólo se
hace visible a través de las visiones, los sueños, las ensoñaciones de la
imaginación en que se manifiesta? Mi interpretación, como he dicho, es a través
de su consideración como símbolo arquetípico, como proyección en ella del
arquetipo del ánima. Este hecho tiene una consecuencia importante: Beatriz, a
lo largo de la obra de Dante, no aparece, no aparece siempre la misma; su
imagen es móvil y cambiante según los aspectos del arquetipo que en cada
momento esté proyectado sobre ella el poeta. Beatriz, según los momentos de la
trayectoria vital y creativa de Dante, se va mostrando de diversas formas, de
acuerdo con los aspectos anímicos que en cada momento encarna. El arquetipo es
móvil y polivalente y así también lo es la imagen de Beatriz. No hay una
Beatriz sino varias Beatrices, y ello desde la misma Vita nuova, o quizá, sobre todo, desde la Vita nuova; así como también en la Commedia su imagen presenta cierta movilidad.
Para poder explicar la movilidad de la imagen de Beatriz puede sernos de
utilidad la explicación que da Jung cuando trata de diferenciar al arquetipo
del instinto, así como también cuando establece la dialéctica entre las
diferentes funciones de la conciencia, ordenadas según el juego de oposiciones
entre dos pares de contrarios: intuición vs sensación, pensamiento vs
sentimiento. En relación con la primera cuestión, Jung establece una íntima
conexión entre instinto y arquetipo y considera que ambos son las manifestación
de una misma cosa de la energía psíquica desde dos ángulos opuestos; desde el
cuerpo, desde la materia; el instinto; y desde la mente, desde el espíritu: el
arquetipo. Instituto y arquetipo, por tanto, se corresponden, están íntima y
recíprocamente relacionados aunque no pueden ser reducidos el uno al otro. Para
entender esta relación hay que considerar a la psique como un lugar intermedio
entre dos opuestos, entre el cuerpo y la mente, entre la materia y el espíritu,
bipolaridad que se corresponde con la que existe entre instinto y arquetipo
como manifestación de la energía psíquica.
Jung para explicar esta interacción bipolar entre instinto y arquetipo, entendidos
como manifestaciones de la energía de la psique, compara a esta última con el
rayo de luz, cuyo espectro contiene todos los colores del arco iris. En un
extremo de la escala del espectro luminoso –el polo de los rayos infrarrojos-
los fenómenos de la psique se convierten lentamente en fenómenos físicos, se
manifiestan como instintos, relacionados con la estructura corporal; en el polo
opuesto del espectro luminoso –el de la luz violeta- se sitúa el mundo de los
arquetipos relacionado con la vida psíquica de la mente. La psique está, por
tanto, situada entre el instinto y el arquetipo, entre la materia y el
espíritu. Es un espacio abierto que se desliza hacia abajo, hacia el cuerpo y
sus instintos: vista analógicamente como rayo luminoso, hacia las representaciones
simbólicas de la mente, los arquetipos, matrices de la vida del espíritu:
analógicamente hacia el polo de la luz violeta[4].
Hay oscilación y movilidad entre ambos, y esta oscilación es la que afecta a la
imagen de Beatriz en la Vita nuova,
oscilación hacia el polo infrarrojo, que arrastra consigo al sujeto hacia los
dominios de la función inferior inconsciente: la sensación y sus reacciones y
emociones incontroladas, enraizadas en el cuerpo, en el instinto y la
sexualidad; o hacia el polo violeta, enriqueciéndolo de los contenidos del
símbolo arquetípico, relacionados con la función del sentimiento, pensamiento e
intuición. Esta oscilación del instinto al arquetipo, que implica la activación
de la dialéctica de las funciones de la conciencia y del juego de sus
oposiciones, es la que provoca la movilidad, la variabilidad de las formas en
que se manifiesta la imagen de Beatriz, y la que hace también que su imagen
pueda hacerse corresponder con las diferentes formas de manifestación del
arquetipo del ánima: Elena, María y Sofía, según la gradación establecida por
Jung (Jung 1993: 36).
3.
Establecidos los puntos de
referencia anteriores, en la obra de Dante podemos acercarnos a la imagen de
Beatriz para detectar su movilidad, su variabilidad. Como imagen procedente de
la base instintiva, enraizada intensamente en el cuerpo, en el polo infrarrojo
del espectro luminoso, según la analogía junguiana, podemos considerar la
imagen de la primera visión onírica de la Vita
nuova (III), cuando aparece desnuda, cubierto su cuerpo de un paño rojo, en
los brazos del dios Amor. En ningún otro momento de la obra de Dante emerge a
la luz con tanta fuerza y claridad el fondo oscuro, la base instintiva y
material del cuerpo, el polo infrarrojo en el que la psique penetra, mostrando
el lado instintivo de su energía, y confirmando, como observa Von Franz, que
“el vehículo que permite el ánima remontar a la consciencia está hecho de
sexualidad”, y que “en el mundo masculino, en efecto, ese muy a menudo la forma
en que el eros se manifiesta a la conciencia; primero es llevado, por así
decirlo, por los fantasmas sexuales” (Von Franz 1993: 106))
Todos los componentes de la primera parte de la visión son imágenes que
remiten a la base sensorial, instintiva relacionada con el arquetipo del ánima:
la nube color de fuego que envuelve al dios, el cuerpo desnudo de Beatriz,
dormida en sus brazos, el corazón ardiente de Dante en una de las manos del
dios y el rito arcaico del corazón comido, algo que Beatriz hace con
relunctancia pues en ese gesto Beatriz está descendiendo al inframundo del eros
corporal, aquello que no puede mostrarse en el mundo de arriba. Basta para
probar esto el comparar esta imagen con la que en la vigilia ha provocado la
visión: “questa mirabile donna apparve a me vestita di colore bianchissimo, on
mezzo a due gentili donne, le auali erano di più lunga etade: /…/ mi salutoe
molto virtuosamente, tanto che mi parvea llora vedere tutti li termini de la
beatitudine” (III, 1), una imagen regida por la mirada de la intuición que
percibe simbolizados en ella los más altos valores espirituales. El temor, la
actitud dubitativa de la imagen de Beatriz, que en la visión penetra en la zona
infrarroja del espectro luminoso, procede de la exigencia que lo inconsciente
está imponiendo a Dante de confrontarse con aquello que hasta el momento había
olvidado: el cuerpo, el suyo y el de Beatriz. El temor y la dificultad nacen
del conflicto que supone el atender y hacer coexistir aspectos tan
contradictorios de la psique, como los del instinto y los de la función
inferior, ligados a la vida del cuerpo, con aquellos del arquetipo y de las
funciones superiores, la intuición y el pensamiento, relacionados con la vida
del espíritu. Es evidente que en la visión “lo elevado”, representado por
Beatriz –y significativamente hay que hacer notar que Dante tarda en reconocer
en la donna que el Dios Amor lleva desnueda en sus brazoa, a la donna de la
vigilia (“la quale io riguardando molto intentivamente, conobbi ch’era la donna
de la salute, la quale m’avea lo giorno dinanzi degnato di salutare” (III,4)-,
es evidente que en la visión “lo elevado” se alimenta de lo “bajo”, del cuerpo,
representado por el corazón ardiente del poeta, símbolo de un sentimiento
fusionado con la sensación sexual. El ritual del corazón comido podría
simbolizar justamente el deseo de integración de esos dos “ámbitos opuestos,
podría interpretarse en el sentido de que el “alimento” que le conviene al
arquetipo del ánima para salir de su estado latente, para “despertarse” y entrar
en la dimensión de la vida consciente y así poder encarnarse, sería el alimento
que representa el corazón ardiente del poeta, pues si por el arquetipo no
circula la sangra del instinto aquél es una imagen sin vida o dormida. La
imagen de Beatriz está revelando en esta visión su origen indefectible en el
instinto, algo que milagrosamente siempre la acompañará, hasta los más elevados
dominios de luz violeta.
En esta primera imagen de Beatriz se trataría, por consiguiente, de la
manifestación de un ánima que además de su relación con la intuición y el
pensamiento –el espacio de la mente donde radican las funciones superiores,
analógicamente el polo de la luz violeta del espectro luminoso- ha de ser capaz
de integrar la totalidad de la naturaleza humana- su dimensión corporal, la
sensorialidad, los aspectos hasta el momento olvidados de la función inferior.
El corazón ardiente –metonímicamente el cuerpo del poeta- representaría también
el sentimiento fusionado con el instinto. Comer el corazón ardiente, por parte
de Beatriz ánima, significa poner en evidencia el cuerpo, que es necesario
integrar con la mente precisamente a través del sentimiento, como
simbólicamente lo realiza en la visión el dios Amor que significativamente
tiene en sus brazos a Beatriz dormida y en una mano el corazón de Dante,
propiciando, a través del ritual, su reunificación. Él sería el mediador para
que las cualidades de ese corazón, su ser de carne y su arder en “fuego”
–elemento necesario para la transformación alquímica- “nutran” al ánima, le
proporcionen sustancia y fuerza vital para poder encarnarse y manifestarse en
la vida del poeta.
Pero reconocer el cuerpo de Beatriz, sentir la alegría por este hallazgo,
como lo manifiesta el dios Amor en la primera parte de la visión, significa
también tener que reconocer su condición mortal. Por ello, la otra cara de la
imagen centrada en el cuerpo de Beatriz conlleva de modo insoslayable la imagen
de su cuerpo muerto, como aparece en el delirio visionario del capítulo XXIII
de la Vita nuova. “Di necessitade
convene che la gentilissima Beatrice alcuna volta si muoia”. (XXIII, 3): esta
es la certeza ineludible que de pronto se le presenta a Dante enfermo. La
consciencia de la materialidad del cuerpo de Beatriz y del propio, sujetos a la
ley de la muerte, irrumpe paradójicamente en el momento “desmaterializado” de
la poética de la “lode”, consciencia impuesta ante la evidencia del principio
de realidad: la muerte del padre de Beatriz, primero, y la enfermedad del
propio Dante, después. Y la cuestión que súbitamente se le plantea a éste
consiste en cómo armonizar la sublime visión intuitiva de la donna que la
poética de la “lode” implica, con la dimensión terrenal, corporal y mortal que
acaba de hacérsele consciente.
Al igual que en la anterior visión, también ahora Dante toma consciencia
del cuerpo de Beatriz: entonces aparecía desnudo en brazos del dios Amor,
cubierto con un paño rojo; ahora, en cambio, es un cuerpo yacente: “Vero è che
morta giace la nostra donna”, dice su propio corazón a Dante, “e per questo mi
parea andaré per vedere lo corpo ne lo quale era stata la nobilissima e beata
anima; e fue si forte la errónea fantasia, che mi mostrò questa donna mosta; e
pareami che donne la covrissero, cioè la sua testa, con un bianco velo” (XXIII,
8). Aparece ahora su cabeza cubierta cubierta con un velo blanco, no ya el rojo
“drappo sanguigno” que en la anterior visión cubría su cuerpo, cuando la imagen
de Beatriz podía interpretarse como manifestación de la segunda forma del
ánima, de Elena, aquella vinculada con un eros natural e instintivo, nacida de
la zona infrarroja del espectro luminoso. El color blanco, en cambio, es el
color que impera en esta visión: blanquísima la nubecilla que asciende al
cielo, imagen, según la iconografía tradicional, del alma –en este caso, la de
Beatriz- que asciende al cielo; blanco, el velo que cubre su cabeza, símbolo de
purificación y de pureza y blanco también el rostro del protagonista, de la
blancura inherente a la palidez de la muerte, a la que también está sujeto: “e
tu lo vedi –dice Dante dirigiéndose a la Muerte- ché io porto già lo tuo
colore” (XXIII, 9). Eros y Thanatos, por tanto, han sido los resortes que han
puesto en contacto al protagonista con la materialidad del cuerpo de Beatriz y
de su propio cuerpo, provocando la serie de visiones que revelan esa condición.
Desde el punto de vista simbólico, la visión del cuerpo yacente de Beatriz,
representa la disolución de la proyección, en su persona física, del arquetipo
del ánima y la necesidad, por parte del protagonista, de la retirada de esa
proyección y de la integración consciente de los contenidos anímicos en ella
proyectados; la exigencia del reconocimiento de Beatriz como un contenido de la
propia conciencia, la aceptación de la amada como un contenido interior. Pero
¿cómo hacer circular en un fantasma mental, la energía inherente al instinto,
como hacer simultáneas en el espectro luminoso la luz infrarroja y la luz violeta?
Y sobre todo ¿cómo encarnar en el espacio tridimensional, donde el sujeto habita,
la forma mental, bidimensional de un fantasma interior?
4.
Responde a estas preguntas
una nueva forma de manifestarse la imagen de Beatriz en la Vita nuova, aquella
en que se muestra en una forte
imaginacione tal como Dante la vio por primera vez a la edad de nueve años:
“mi parve di vedere questa glioriosa Beatrice con quelle vestimenta sanguigne
co le quali apparve prima a li occhi miei; e pareami giovane in simile etade in
quale io prima la vidi” (XXXIX, 1).
Tras la muerte de Beatriz, que simbólicamente constituye una muerte de
Dante (no hay que olvidar que en la interior visión Dante no sólo ve a Beatriz
muerta sino que también, al comienzo, alguien le dice que él mismo está muerto:
“Tu se’morto” (XXIII, 4), una muerte en el sentido de una transformación: Dante
debe ser capaz de “morir” a cuanto significaba Beatriz viva, ser capaz de
reconocer como propios los valores que veía proyectados en ella. En el
inframundo de lo inconsciente comienza a fraguarse así una síntesis de
contrarios: la que representa la reunión del yo consciente, identificado con
los contenidos de las funciones superiores –el pensamiento y la intuición- con
los componentes del sentimiento y de la función inferior, la sensación;
componentes que se manifiestan fusionados con el ánima y que el protagonista,
en un primer momento, sólo ve fuera de sí mismo, proyectados en Beatriz. De esa
síntesis de opuestos, que la pareja “muerta” de Dante y Beatriz simboliza, nace
algo nuevo; alquímicamente hablando se extrae un “alma”, la condición anímica
de una nueva vida del espíritu. Mientras ocurre este proceso en el inframundo,
en el mundo de arriba reina para el protagonista la desolación de la “viudez” y
del luto. En el “cielo” de la mente pervive el recuerdo de la imagen de la
amada, su fantasma desvitalizado junto con los contenidos y valores que en ella
veía el poeta, pero inertes, al estar desvinculados del cuerpo y, con ello,
incapaces de poder actualizarse. A la vez que en la “tierra” del cuerpo circula
la energía vital de los instintos, que no se siente atraída por ese fantasma,
ni por los valores que “han volado al cielo” y sólo poseen una entidad mental.
La conciencia se mueve entre “un sí y un no de igual fuerza que la decisión
raconal ya no puede separar” (Jung 2002: 474). La solución sólo puede ser de
tipo irracional. La conciliación de los opuestos es “un proceso energético: se
actúa simbólicamente, en el significado más propio de la palabra (Jung 2002:
474).
Se plantea así un problema de extrema importancia que tiene relación con la
movilidad de la imagen de Beatriz, que en la “forte imaginazione” del capítulo
XXXIX asumirá la forma de una niña, imagen que será capaz de sacar al sujeto
del impasse en que le ha sumido el conflicto con la “donna pietosa”. Se podría
concretar figurativamente este problema, tomando de nuevo la analogía inicial
de nuestra exposición: ¿cómo se pueden sintetizar instinto y arquetipo de forma
que el rayo de luz violeta –el contenido espiritual arquetípico- pueda llegar a
poseer la fuerza y vitalidad del instinto, hundido en la profundidad de la luz
infrarroja del espectro? En este aspecto, es interesante recordar las
consideraciones que hicimos al comienzo en torno a la relación entre instinto y
arquetipo y cómo para Jung el principio espiritual, dimanante del arquetipo, no
es antagónico al instinto sino más
bien a la instintividad, en el
sentido de una injustificada supremacía de la naturaleza instintiva frente a lo
espiritual [5].
La imagen de Beatriz niña que se presenta en una “forte imaginazione”
(XXXIX) puede interpretarse, desde una perspectiva de la psicología profunda,
como el “regreso del alma”, como la reunificación del “alma” y del cuerpo en
Dante. Después del período del luto, de la escisión que lo ha dividido entre
los valores mentales que representa la fidelidad a la imagen del recuerdo de
Beatriz y los valores propios de la dimensión natural del eros, se produce
finalmente en él “la reunificación del alma con el cuerpo sin alma” (Jung 2022:
500). En este sentido, para entender lo que ha acontecido a Dante tras la
muerte de Beatriz (simbólicamente, tras la retirada de la proyección del ánima
de su persona), las palabras de Jung son, a mi parecer, esclarecedoras:
… el conocimiento adquirido mediante la retirada de las
proyecciones no soporta la colisión con la realidad, por lo que no puede
realizar su verdad, al menos en la medida y manera deseadas. Como se sabe, con
un esfuerzo de la voluntad se pueden mantener ideales considerados correctos
durante cierto tiempo y en cierto grado: hasta que comience el cansancio y se
enfríe el entusiasmo. La decisión libre se transforma entonces en una lucha de
la voluntad, y la vida oprimida se abre por todas las grietas (Jung 2002: 500).
Sólo la intervención de una “forte imaginaciones”, como lo es la imagen de
Beatriz niña, hace posible que el protagonista salga de una situación como la
que describen las palabras de Jung. La nueva imagen de Beatriz ejerce tal poder
de atracción “sobre la “desamparada conciencia” que Dante, a partir de ese
momento, ya no podrá dejar de pensar en ella ni de recordarla “secondo l’ordine
del tempo passato” (XXXIX, 1-2); sólo una imagen así, procedente de lo
inconsciente, logra que finalmente los pensamientos de Dante “si revolsero /…/
a la loro gentilissima Beatrice” (XXXIX, 3). Esto nos indica que nos
encontramos ante una imagen que enraíza con la fuerza numinosa el arquetipo,
que es la encarnación de una “idea viva”, una imagen que “atrapa”: “lo
fundamental –observa Jung- no es cuán explícitamente esté formulado un
arquetipo, sino cuánto se esté capturado
por él. Lo importante no es cómo lo pienso, sino cómo me atrapa” (Jung
2002: 502). La “idea” de Beatriz antes de la visión era una idea mental, una
formulación intelectual “a medida que el recuerdo de la vivencia original
amenazaba con desaparecer” (Jung 2002: 502). La “idea” de Beatriz, después de
la visión, es una “idea viva”, una idée
force, puente entre la “desamparada conciencia” y la energía regeneradora
de lo inconsciente.
Es preciso tratar de explicar por qué con esta “forte imaginazione” se
produce lo que un poco más arriba he denominado el “regreso del alma”. Para
ello hay que volver al símbolo de la muerte de la pareja simbólica,
representada por la muerte de Dante y Beatriz en la visión del capítulo XXIII.
Recordemos cómo allí el alma de Beatriz, en forma de “nebuletta bianchissima”,
ascendía al cielo acompañada de una multitud de ángeles. Ese alma, desde la
perspectiva simbólica, como lo explica Jung en la Psicología de la
transferencia (1993), teniendo como fondo la simbología alquímica del tratado Rosarium philosophorum (1550), puede,
sin embargo, también interpretarse como el “alma” de la pareja simbólica, una
vez reunificada en la “muerte”. Con la expresión “alma”, por tanto, ahora no
nos referimos a la noción cristiana del alma, sino a una función psíquica que
nace al “morir” la pareja simbólica tras su unión. El ç2alma” nacida de esa
unión estará hecha de componentes opuestos. De la unión del yo consciente con
los aspectos inconscientes del ánima –hasta el momento proyectados en una
figura femenina externa- se segrega, se “extrae” una sola “alma”, síntesis de
contrarios: “una sola alma se
desprende de los dos, que evidentemente se tornaron uno” (Jung 1993: 135). Ese
“alma” es la que va a posibilitar la conexión de la parte espiritual del hombre
el cuerpo, de los componentes de la primera y segunda función, la intuición y
el pensamiento, con los componentes del sentimiento y de la función inferior la
sensación, la dimensión corporal.
Ahora bien, todo este proceso de reunificación interior acontece, en una
primera fase, como se ha dicho, en el inframundo inconsciente, durante el
período en que en el mundo de “arriba” el protagonista está sufriendo la más
profunda desolación y abandono. En el largo período del luto, “el alma que ha
nacido de los dos y que es la estructura de estos mismos transformada, todavía
no ha llegado a ser, sino que solamente ha sido concebida /…/ sólo existe en
potencia” (Jung 1993: 135). Muerto el cuerpo de Dante y de Beatriz como símbolo
de la unión de la pareja simbólica, el “alma” extraída de esa unión abandona
ese cuerpo para ascender al cielo, el ámbito estrictamente mental, al mundo
separado de las ideas, convirtiéndose sus contenidos en meros valores
intelectuales, en meros objetos de recuerdo, desconectados del sentimiento y de
la sensorialidad, perdiendo el poder vitalizante que poseían cuando se veían
proyectados y encarnados en el cuerpo de la amada. Como puros valores de la
mente no tienen el poder para hacer que nazca una personalidad y una vida nueva
en el protagonista.
Lo que significa la visión de Beatriz niña, interpretada como el “regreso
del alma”, es fundamental, pues esa imagen se convierte en símbolo de un nuevo
nacimiento. Es el anuncio de que una nueva personalidad se ha gestado en lo inconsciente,
de que el “alma” vuelve a reanimar el cuerpo anteriormente abandonado. La unión
de opuestos que había protagonizado la pareja simbólica “representa un gran
progreso en el conocimiento y en la maduración personal, pero su realidad
meramente potencial no se verificará hasta que se produzca la conexión con el
mundo corporal físico” (Jung 2002: 447). El “regreso del alma”, por tanto,
simbolizado por la imagen de Beatriz niña[6],
significa “la reconexión de la posición espiritual con el cuerpo y que el
conocimiento adquirido llega a ser real” (Jung 2002: 457). Es, por tanto, la
imagen de Beatriz la que continua ofreciendo a la imaginación el “gancho”
apropiado para “colgar” en él (Jung 1993: 157) los contenidos de un fenómeno
psíquico acontecido en la profundidad de lo inconsciente, contenidos que ´solo
son perceptibles en su proyección; es la imagen de Beatriz la que conserva el
poder de afectar intensamente al yo consciente, la que se le presenta como lo
conocido e intensamente amado pero a la vez como lo nuevo y lo extraño, pues se
le muestra como una niña y no como una mujer adulta. Pocos críticos, a mi
parecer, se han detenido en este sentido a considerar el detalle de que Beatriz
compite con la “donna pietosa”, no desde la imagen de mujer adulta, sino desde
la de una niña. Esta circunstancia es indicio de que el conflicto, aunque
planteado en el nivel literal como choque entre dos rivales femeninas, está
representando en el nivel simbólico el conflicto entre dos etapas y formas
diferentes de la manifestación del ánima. Como hemos indicado, los nuevos
contenidos nacidos de la unión de la pareja simbólica, tras la retirada de la
proyección del ánima, estaban corriendo el riesgo de perderse a causa de su
carácter meramente mental y a causa de
la reactivación de una forma de ánima en principio superada, proyectada en la
“donna pietosa”. Con el regreso del alma”, bajo la forma de Beatriz niña,
estamos ante uno de los símbolos arquetípicos más poderosos en relación con la
renovación y el nacimiento de la vida del espíritu. Y en este aspecto, a partir
de esta visión comienza la última parte del proceso que se narra en la Vita nuova. A partir de aquí se produce,
como indica Gorni, “una nova nella Vita
nuova” (1996: 275) pues Beatriz, apareciendo como figura salvadora, cumple
una función paralela a la que desempeñará al comienzo de la Commedia. Beatriz niña, por tanto, puede
significar el renacimiento in novam
infantiam, el preludio de una vida nueva que el símbolo de la niñez
representa.
5.
El “alma” que ha regresado a
Dante, bajo la imagen de Beatriz niña, aparece como una esencia de relación, como un vínculo entre el yo consciente y lo
inconsciente colectivo, como puente para que el proceso del sujeto continúe
hacia la última manifestación del ánima: la sapientia.
En este sentido, es importante no olvidar lo que representa la imagen de
Beatriz niña –el “alma” de Dante- para diferenciarlo del arquetipo del ánima.
El “alma” es aquello que ha sido estructurado y construido en la conciencia
gracias a la unión y síntesis de opuestos, y que constituye la propia
personalidad de Dante. Esta idea de “alma”, como ha sido ya dicho, no tiene
nada que ver con el concepto cristiano de alma; se trata de una idea dinámica,
de algo que se va haciendo a medida que cree el campo de la consciencia y a
medida que los contenidos inconscientes se diferencian de las proyecciones
externas, integrándose en la conciencia y transformándose en componentes de la
psique. Mientras que el ánima como imagen arquetípica pura, “como las ideas
platónicas, es de una naturaleza sobrehumana y demora en un lugar celestial.
Aunque diferente del componente personal, femenino del alma, es, sin embargo,
la imagen primordial situada detrás de ese componente, modelándolo a su
semejanza” (Emma Jung 1981: 86). El ánima pertenece pues a lo inconsciente pero
está en contacto con el “alma”; el ánima
modela a su semejanza lo componentes del “alma”, siendo capaz de abrir a esta
última las puertas de lo inconsciente colectivo, de conducirle al “país de los
muertos”, a aquello que, en el caso de Dante, representará la Commedia. Una dialéctica se instaura,
pues, en la Vita nouva, a partir de
la “forte imaginazione”, entre el “alma” y el ánima, en su manifestación más
elevada, tema que nos ocupará en la última parte de esta exposición.
La espiritualización alcanzada en la tercera manifestación de ese
arquetipo, que Jung denomina María, se ha materializado en la poética de la
“lode”, cuando el eros se ha elevado “a la más alta estimación y a devoción
religiosa”. Esta forma queda superada, sin embargo, en la parte final de la Vita nuova, donde se muestra [7] la forma que Jung denomina Sofía, aquella que
es “fundamento de figuras divinas” (Jung 1993: 162) y que en la tradición
cristiana encarna la Virgen María. Para ilustrar este aspecto supremo del ánima
Jung cita las palabras de Angelus Silesius: “oh, alegría! ¡Dios se hace hombre
y ya ha nacido también!- ¿Dónde? En mi: me ha escogido para madre- ¿Cómo es eso
posible? María –como Virgen María- es el alma; el pesebre, mi corazón; el
cuerpo es la cavidad” (Jung 1993: 162)
La pregunta que en este momento es importante formularse, en relación con
la movilidad de la imagen de Beatriz en la obra de Dante, es si en la Vita nouva aparece esta forma de
manifestación del ánima proyectada en su figura. Creo que la respuesta es
afirmativa, a pesar de que en el capítulo V aparezca una rápida mención a la
Virgen María, símbolo religioso colectivo mediador con la divinidad [8]. En efecto, la visión final de la imagen de
Beatriz en el soneto “Oltre la spera che piú larga gira”, irradiando la luz
divina del Empíreo, no deja lugar a dudas de que su imagen manifiesta la
suprema forma del arquetipo del ánima. Este soneto representa una fantasía
materializada en poesía; una visión que propicia y a la vez es ya, ella misma,
la prueba de que, gracias al “regreso del alma” ha dado comienzo en Dante una
nueva vida del espíritu. Ahora, la imaginación poética tiene aliento suficiente
para comenzar una nueva vida del espíritu, iniciándose el proceso que llevará a
Dante a una nueva reunificación interior, que queda planteada en la Vita nuova pero que se consumará en los
cantos finales de la Commedia: la
reunión con la manifestación suprema del ánima, la sapientia, también allí proyectada en la imagen de Beatriz. El
poder de atracción que sobre la imaginación tiene la realización de esta unión,
“bajo la que subyacen todas las posibilidades de conocimiento y de acción del
ser humano”, es lo que impulsará, a partir de este momento, a la imaginación de
Dante.
¿Qué diferencia existe entre la imagen de Beatriz de la poética de la
“lode” y la imagen, irradiando luz divina, que el “spirito fantástico”
peregrino ve en el Empíreo? ¿Cuál es el “menos” que, sin embargo, para Jung
constituye un “más” y que hace se Sofía la suprema manifestación del arquetipo
del ánima? La imagen de la Beatriz de la “lode” nace de una síntesis
“trinitaria” de las funciones de la consciencia, en que la cuarta inferior ha
sido excluida, la que tiene que ver con la materia y la dimensión corporal del
hombre. Aunque Beatriz sigue viviendo en la tierra, su imagen está desvinculada
de los componentes que se corresponden con la dimensión natural del eros, se
sensorialidad instintiva, el principio de realidad. El rayo luminoso de luz que
analógicamente representa a la psique se ha desplazado en la imagen de la
Beatriz de la “lode”, unilateralmente, hacia la zona de la luz violeta, y el yo
sucumbe fascinado ante “aquélla” que provoca “la más alta estimación y devoción
religiosa” [9]- Estaríamos ante una especie
de inflación del arquetipo cuyos contenidos aparecen descompensados de aquellos
relacionados con la cuarta función: la dimensión sensorial e instintiva y el
principio de realidad, la dimensión de cuanto liga al sujeto con el cuerpo y la
terrenalidad, y con cuanto esto implica.
Por el contrario, la manifestación del ánima en al último soneto de la Vita nuova se verifica desde la
integración de todos esos componentes. El suspiro es la imagen del sentimiento
que sale del corazón “dolente”, un sentimiento que ha aceptado el principio de
realidad, la muerte de Beatriz, que ha bajado a ras de tierra y que, por ello,
aparentemente, es un “mneos” respecto del “más” que el sentimiento
“desmaterializado” de la “lode” representaba; el suspiro-sentimiento es ahora
impulsado por una “inteligencia nueva”, una capacidad perceptiva e intuitiva
que ha aumentado gracias al dolor (intelligenza nova, che l’Amore/piangendo
mette in lui”, XLI, 12-13), y que genera una facultad más depurada de intuir y
de imaginar. En el espacio ampliado de la conciencia hay ahora cabida para que
las funciones opuestas coexistan sin que ninguna de ella imponga su supremacía
a la otra. Por eso es una integración que implica una tensión; es una plenitud
pero a la vez un dolor: el que supone hacer coexistir los valores más elevados
de la experiencia del ánima con los componentes más bajos de la realidad
terrena. No hay que olvidar, en este sentido, la clase de energía que moviliza
la imaginación en dirección ascendente, hacia el encuentro con la forma suprema
del ánima: la del deseo de Beatriz: “Quand’elli è giunto là dove disira, vede una donna” )XLI, 11). La
presencia del verbo desear hace evidente que la energía que imulsa al sus piro,
imagen de la conciencia unificada, procede de la nostalgia del eros. Tanto la
prosa como la poesía de este capítulo ponen de manifiesto la función impulsora
y mediadora que cumple en esta experiencia visionaria la atracción del eros que
sobre lo inconsciente ejerce la imagen de Beatriz.
Pero, como ha sido dicho, la imagen de Beatriz como suprema forma del
ánima, como Sofía, sólo queda planteada en la Vita nuova. Todo cuanto de ella dice el “spirito peregrino”, a su
regreso al “cor dolente”, es incomprensible para Dante. Lo que significa el
efectivo encuentro con esta experiencia se verificará en la Commedia, a partir del encuentro con
Beatriz en el paraíso terrenal. Dante allí, tras el baño en los ríos Letè y
Eüonè, recupera “el estado potencial del primer día de la creación” (Jung 2001:
511), y el vuelo que después realiza a través de los cielos, acompañado por
Beatriz, simboliza la paulatina unión con Sofía, con la suprema manifestación
del ánima., que le pondrá en disposición de acceder al último estadio de a
reunificación interior: la unión del sí mismo personal con el si mismo
suprapersonal, la unión “por una parte, con el hombre tal como es; y por otra,
con la totalidad indescriptible y supraempírica del mismo hombre” (Jung 2002:
503). Con esa reunión, que representa el encuentro del hombre y de la divinidad,
se cierra la “alta fantasía” de la Commedia,
pero el germen de la misma se encuentra en el último soneto de la Vita nuova, donde la imagen de Beatriz
puede considerarse como “fundamento de figuras divinas”.
Somos conscientes de que esa esperada reunificación interior, con la que
concluye la Vita nuova, para una
razón analítica y reductiva “no es más” que un sueño, “no es más” que un juego
de la imaginación en el que se puede dejar prender y autoengañar el yo
consciente, en la medida en que se lo permitan la función del pensamiento y la
presión del principio de la realidad, pero la experiencia de la vida psíquica,
donde las manifestaciones de lo consciente e inconsciente viven en comunicación
y contacto, demuestra que ciertos símbolos e imágenes representan fenómenos
psíquicos fundamentales en relación con la transmutación de la energía,
fenómenos que no encuentran en otra imagen mejor que en la que ellos se
manifiestan, la forma de representación; y en este sentido, es necesario
reconocer que el símbolo de la coniunctio,
de la reunión suprema manifestación del ánima, proyectada en aquella figura
femenina que despertó la vida originaria del eros, constituye un poderoso
símbolo, propulsor de la transmutación de la energía psíquica. La capacidad
transmutadora del símbolo quedará siempre vinculada en Dante a la imagen de
Beatriz y, en este sentido, aunque Jung advierte que no se debe caer en el
error de concretizar las imágenes de la fantasía, ni tomar la apariencia de las
imágenes por lo que actúa detrás de ellas pues “la apariencia no es la cosa
sino sólo su expresión” (Jung 1971: 119), también es necesario reconocer que no
se debe caer en el error contrario, en el sentido de eliminar la causalidad
externa de una imagen concreta. Beatriz ha sido la forma determinada, idéntica a la imagen de la fantasía, o mejor,
escogida por la fantasía, que ha permitido, rescatándola de entre tantas otras
imágenes, recuperar y movilizar la energía de lo inconsciente, desde el
instinto al arquetipo, desde la luz infrarroja hasta la violeta del espectro
luminoso. A pesar, por tanto, de lo que se dijo al comienzo de este trabajo,
sobre la “irrealidad” de Beatriz, es necesario también defender el hecho de la “efectividad psíquica de su
experiencia” (Jung 1993: 180). En Dante Beatriz acontece, tan real como él
mismo “en tanto que ser psíquico” en tanto, que “alma” [10].
6.
Como en la visión final de
la Vita nouva, la imagen de Beatriz
en la Commedia se corresponde con la sapientia, la suprema manifestación de
arquetipo del ánima, con la particularidad, sin embargo, de que en el poema
Dante reserva para el símbolo colectivo de la Virgen maría la representación de
dos aspectos supremos de ese arquetipo: la virginidad, como símbolo de la
potencialidad absoluta del alma, y por ello, paradójicamente, ligado a la
maternidad: “Vergine madre, figlia del tuo figlio” (Par. XXXIII, 1); y la humildad, como símbolo de la actitud
imprescindible del alma para que se produzca la acción divina: “umile e alta
più che creatura” (Par. XXXIII, 2).
Beatriz desaparece en el Empíreo como guía de Dante, como imagen interna,
personal y propia, para ser sustituida por un símbolo colectivo –San Bernardo-
relacionado con los aspectos más elevados del ánima, aspectos que en los
últimos cantos del poema tampoco encarna Beatriz, sino la figura de la Virgen
María. Podría decirse que el límite que señala la última imagen de Beatriz en
la Commedia, al que llega Dante
acompañado por ella, es el que se corresponde con la perfección con la
perfección –en el sentido de acabamiento- de la personalidad de aquél. Ha sido
un símbolo propio y personal el que ha movilizado su energía para recorrer el
trayecto que lo ha llevado hasta ese límite, el mismo en el que se situaba el
espíritu peregrino del soneto Oltre la
spera: el Empíreo. Parece, por tanto, que el “espacio” celestial en el que
se encuentran ambas Beatrices es el mismo: en el soneto de la Vita nouva, “oltre la sprera che più
larga gira”; según el sistema de Ptolomeo “il primo mobile o cielo cristallino
al di là del quiale, in perfectta quiete, è l’Empireo, sede dei beati” (Colombo
1993: 182). En el canto XXXI del Paradiso,
tras la salida del cielo cristalino, también en el Empíreo, donde Beatriz se
separa de Dante para situarse en la tercera fila de asiento de los beatos,
comenzando desde la más alta (vv. 67-68), y a una infinita distancia del poeta
(vv. 73-75).
Parece pues que Dante tiene ahora la misma experiencia
que el espíritu peregrino: la contemplación de la imagen, irradiando luz
divina, de la amada; en el soneto: “vede una donna che riceve onore / e luce si
che per lo suo plendore / lo peregrino spirito la mira”; en el canto XXXI: “e
vidi lei che si facea corona / reflettendo da sé li etterni rai” (vv. 71-72),
aunque la condición de Dante ya no es la misma. Beatriz en la Vita nuova era una meta por alcanzar;
ahora es una meta alcanzada. A lo largo del viaje a través del infierno y
purgatorio, Dante ha integrado la sombra y se ha purificado; y, atravesado los
cielos, ella le ha infundido con sus enseñanzas la sabiduría: el ánima como sapientia se ha actualizado en él. Pero
a diferencia de Virgilio, Beatriz no desaparece.
Questi, in quanto funzione
umana appartenente all’io, è stato integrato nella coscienza; Beatrice, in
quanto funzione transpersonale non integrabile dall’io, resta nell’inconscio
collettivo /…/ ma veglia sul poeta, cioè opera in lui direttamente senza più
bisogno di comprarirglii in forma perso-nificata. /…/ Dopo aver assimilato
Virgilio, la mente saggia, Dante resta in contatto consapevole con Beatrice, la
possibilità di andaré oltre la mente umana (Mazzarella 1999: 487-4888).
La posibilidad de ese contacto consciente con Beatriz
queda representado por la claridad con que Dante ve su imagen, a pesar de la
distancia “ma nulla mi facea, ché süa effige / non discendëa a me per mezzo
mista” (Par. XXXI: 77-78), y por el
gesto que ella le hace: la mirada y la sonrisa: “Cosi orai; e quella,si lontana
/come parea, sonrrise e riguardommi” (vv. 91-92)
Pero al igual que ocurre en el soneto de la Vita nuova, donde Dante es incapaz de
representar lo que contempla el espíritu peregrino: “Vedela tal, che quanto ‘I
mi ridice, / io no lo intendo”, Dante tampoco en la Commedia puede describir la última imagen de Beatriz, antes de
abandonar el cielo cirstalino y de entrar en el Empíreo. El conciso “Vedela
tal” del soneto se explicita en el canto en una serie de versos, centrados en
torno a la indicibilidad de su última imagen: “La belleza ch’io vidi si
trasmoda / no pur di là da noi, ma certo io credo /che solo il suo fattor tutta
la goda” (Par. XXX, 19-21). Así como
en la serie de versos siguientes, donde Dante anuncia que ya no podrá seguir
hablando de Beatriz porque la belleza de su imagen supera la capacidad
artística de cualquier poeta:
Da questo passo
vinto mi concedo /…/
Ché, come sole
in viso che più trema,
Cosi lo
rimembrar del dolce riso
La mente mia da
me medesmo scema.
Dal primo giorno
ch’i’ vidi il suo viso
In questa vita,
infino a questa vista,
Non m’è il
seguire al mio cantar preciso;
Ma or convien
che mio seguir desista
Più dietro a sua
belleza, poetando,
Come a l’ultimo
suo ciascuno artista.
(Par.XXX, vv. 22-36)
En estos versos Dante, ante la imposibilidad de
representar la belleza de Beatriz, de seguir “poetando” sobre ella, realiza una
auténtica despedida poética. Desde esta perspectiva matapóetica, la
indecibilidad de la imagen de Beatriz al final de la Vita nuova era un reto, y
así lo expresa Dante tras la “mirabile visione” del capítulo XLII: “io vidi
cose che mi fecero proporre di no dire più di questa benedetta infino a tanto
che io potesse più degnamente trattare di lei” (XLII, 1), decisión que va a
significar el despliegue máximo de la potencialidad insita en la última parte
de la Vita nuova y que Dante realiza en la Commedia,
pero sólo hasta alcanzar el mismo punto al que llegó el espíritu peregrino: el
Empíreo. En la Commedia también la
visión de la imagen de Beatriz es indecible: tras ella viene el silencio pues
se entra en la experiencia de lo inefable. El deseo y la esperanza del
reencuentro con esa imagen ha sido lo que ha impulsado la escritura del poema.
Dante ahí cierra el círculo de su escritura sobre Beatriz y se despide de la
poesía a ella dedicada [11]. Hasta ese
momento, había podido hablar (2antar”) sobre ella: “Dal primo giorno ch’i’vidi
il cuo viso/in quiesta vita, infino a questa vista, / non m’ è il seguire al
mio cantar preciso”; después, no: “ma or convien che mio seguir desista / più
dietro a sua belleza, poetando, / come all’ ultimo suo ciascuno artista” (Par. XXX, 28-33). En perfecta coherencia
con estas palabras, Beatriz desaparece en el canto siguiente. Su última imagen,
ya en el Ampíreo, com en el soneto final de la vita nuova, irradiante de luz
divina: “e vidi lei che si facea corona / reflettendo da sé li etterni rai” (Par. XXXI, 71-72), es una visión
clarísima pero lejana que inspira las últimas palabras de Dante, a ella
dedicadas, palabras que miran al pasado pero también al futuro: “O donna in cui
la mia speranza vige” (v. 79), “si che l’anima mia, che fatt’hai sana, /
piacente a te dal corpo si disnodi” (vv. 89-90).
¿Cómo explicar que en el último tramo del paraíso,
narrado en los tres últimos cantos, Beatriz ya no sea la guía de Dante? No se
puede negar que su imagen sigue en la interioridad del poeta, al igual que su
presencia interior subyacía en el recorrido del infierno y del purgatorio: era
la esperanza de su encuentro lo que Virgilio avivaba en los momentos de
desfallecimiento de Dante. Ahora la esperanza de Dante, en cambio, está en que
el poder de su imagen interna siga operando sobre él hasta el momento de la
muerte. En lugar de Beatriz aparece, en cambio, San Bernardo que enseguida
anuncia su ardiente amor hacia la Virgen María, “la Regina del cielo, ond’io
ardio” (XXXI, v.100). ¿Se corresponde esta presencia con el gesto de tantos
trovadores que en un momento dado de su vida –dada también la presión colectiva
de la campaña de la iglesia contra el culto de la dama del amor cortés- vuelven
al camino de la ortodoxia y cambian el amor a la dama por el amor a la Virgen
la dama celestial? ¿El gesto de Dante es de adecuación al símbolo religioso
colectivo, realizado sólo hacia fuera pero conservando en su interior la
primacía de la imagen de Beatriz, su símbolo privado? ¿La Beatriz de la Vita nuova va más allá que la Beatriz de
la Commedia, aquélla sobre la que
Dante se propuso decir “quelle che mai fu detto d’alcuna” incluso la figura de
la Virgen María? Son preguntas no fáciles de responder pero da la sensación de
que la intuición que tiene Dante de Beatriz en la Vita nuova, va más allá de la que explícitamente se representa en
el final de la Commedia.
Desde la perspectiva del arquetipo del ánima, que en la Commedia aparece como fundamento de
figuras divinas, la Sofía mística no es Beatriz sino la Virgen María. Beatriz
ha sido la imagen de la sapientia que
ha llevado a Dante hasta la visión de Dios, pero no es la imagen de aquélla de
la que nace Dios. Su imagen no representa los dos aspectos necesarios para que
nazca la imagen de dios en el alma: la virginidad-maternidad:
Nel camino interiore, Maria
(la Virgen maría) è quello stato vergine dell’anima che quando invoca la
grazia, realiza l’aspirazione di Dio a manifestarsi, per cui in lei Dio si
manifesta e diventa il figlio, ma è anche il Padre, in quanto è dalla totalità
che si differenzia lo stato vergine di Maria (Mazzarella 1999: 496);
Y la humildad: ella representa “uno stato interiore che
accoglie umilmente il divino e si pone al suo servicio (“ecce ancilla
domini”)”. In questoi “stato” puro, vergine, può pascere il “fanciullo divino”,
il “Sé” (Mazzarella 1999: 495). Desde la perspectiva arquetípica, estos
aspectos supremos de ánima se han disociado de Beatriz.
Llama la atención, sin embargo, el símil que tras las
palabras de San Bernardo, usa Dante:
Qual è colui che
forse diCroazia
Viene a veder la
Veronida nostra
Che per l’antica
fame non sen sazia,
Ma dice nel
pensier fin che si mostra:
“Segnor mio Iesù
Cristo, Dio verace,
or fu sì fatta
la sembianza vostra?”;
tal era io
mirando la vivace
carità di colui
ch’in questo mondo,
contemplnado,
gustò di quella pace.
(Par. XXXI, 103-111)
No creo que sea indiferente que en este momento en que la
mirada de Dante se va a desplazar de Beatriz a la Virgen María aparezca en este
símil la mención a la imagen de la Verónica como “semblanza” de Cristo, imagen
presente también al final de la Vita
nuova. El símil de la Verónica aquí se ha trasladado a otra dimensión
contextual, rompiendo la función que, en cambio, cumplía en la Vita nuova, aquella de recordar la
analogía entre la imagen de Beatriz y Cristo[12], y que había emergido en
diferentes momentos del libello. Éste
es el punto que, a mi modo de ver, hace pensar que Beatriz en la Vita nuova va más allá de donde
explícitamente llega en la Commedia.
En la Vita nuova, Beatriz, gracias a
la analogía que Dante establece entre su imagen y la de Cristo –analogía
veladas tras los intertextos evangélicos y en el juego de palabras que en el
capítulo XXIV eldios Amor establece (no directamente Dante) entre
Giovanna-Primavera-San Juan Bautista y Beatriz-Cristo- representa no sólo los
aspectos más elevados del ánima, sino también aspectos del si mismo, de la
imagen de dios en el alma. Como Hija del Padre, paralela a la figura de la
segunda persona de la Trinidad, seria el aspecto femenino del Logos divino (Scrimieri
2005: 252-255), una imagen con la que Dante rozaría la heterodoxia, peligro al
que aludía Guido Guinizzelli en la última estrofa de la canción ”manifiesto”
del stilnovismo, “Al cor gentil
rimpaira sempre amore”, donde el poeta recibía el reproche de Dios por haberle utilizado a Él como imagen de un
“vano amor”: “desti in vano amor Me per semblanti”.
De modo intuitivo, con la analogía Beatriz-Cristo, Dante
está insinuando la cuaternidad en la propia naturaleza divina, al ampliar el
símbolo trinitario y acoger en él a Beatriz como imagen crística femenina. La
posibilidad de que lo femenino se situara en un ámbito cercano a la Trinidad ya
había sido considerada por la teología del tiempo en que Dante vive, a través
del culto a la Virgen maría y de la enseñanza precisamente de San Bernardo. Y
como Reina coronada del cielo, al lado de Dios Padre, aparece en muchas
representaciones iconográficas de la época. Pero el dogma religioso nunca había
considerado que para la generación de Dios Hijo, en el seno mismo de la vida
trinitaria, era necesaria a Dios Padre la presencia de una figura femenina
materna, de la que naciera ese Hijo; esta idea queda excluida del pensamiento
cristiano como lo había sido de la religión judía[13].
Dante, sin embargo, trata de salvaguardar la ortodoxia de
su opción individual y de lo que para él Beatriz representa, dejando entrever,
sólo de un modo velado, que ella es imagen de Cristo, al igual que lo es el
símbolo colectivo de la “Vera-Icona”, custodiado en Roma. No sustituye explícitamente
a Beatriz por Cristo, cosa que sería inadmisible para el dogma cristiano sino
que de un modo implícito la convierte en su espejo o imagen, algo posible
dentro de los límites permitidos por la concepción de la analogía cristiano
medieval[14]. Y respecto de la Commedia, el
símil de la Verónica, situado en un contexto tan significativo como es el
momento en que Beatriz acaba de retirarse para dejar paso a la Virgen María, es
el indicio o señal que trae a la memoria lo que para Dante significó la imagen
de Beatriz, en el pasado e implícitamente, a mi modo de ver, lo que quizá
continúa significando[15]. Con ello
no se está diciendo que Dante no asuma y respete cuanto el símbolo religioso
colectivo que el “poema sacro” representa, la figura de la Virgen María
constituye una presencia que Dante no puede eludir. Pero ella no obsta para que
Dante deje planteada la cuestión –de importantes repercusiones para las
relaciones entre el individuo y la autoridad religiosa[16]- sobre la oposición entre símbolo colectivo y símbolo individual, entre el
poder de los símbolos externos que la autoridad religiosa ofrece al individuo y
el poder atractivo y transmutador de los símbolos creados por la actividad de
la propia imaginación individual, pues la experiencia demuestra que el poder de
atracción y de transmutación de la energía, inherente a las imágenes, es tanto
más eficiente cuanto aquéllas más formen parte y se encarnen en la propia
experiencia base instintiva, afectiva y emocional[17].
Notas
[1] Así, el primer
encuentro a los nueve años (II); el segundo, a los dieciocho (III); el que se
produce cuando aparee la primera donna
schermo (V); el deldía en que Beatriz retira el saludo a Dante (X); el que
se da con ocasión de los esponsales de un amigo y que da lugar al episodio del gabbo (XIV); el que se produce tras el
paso de Giovanna-Primavera (XXIV).
[2] Beatriz, según los distintos momentos de la trayectoria vital
creativa de Dante, se va mostrando de diversas formas y jeerciendo funciones,
relacionadas con los diversos y, a veces,contradictorios aspectos que el
arquetipo del ánima representa. Tres aspectos fundamentales se relacionan con
este arquetipo; su conexión con el eros, con la atracción, el sentimiento y la
vivencia de las relaciones amorosas externas. Se experimenta “el propio
fundamento heterosexual primigenio /…/ en el otro. Se escoge a otro, uno se liga a otro que representa las
propiedades de nuestra ánima” (Jacobi 1973: 143). De ahí la multiplicidad de
las formas en que este arquetipo puede manifestarse, siendo en el hombre “la
primera portadora la madre, y más tarde aquellas mujeres que excitan su
sentimiento, ya sea en sentido positivo o negativo” (Jacobi 1973: 143).
Igualmente, el ánima cumple una función mediadora entre el yo consciente y lo
inconsciente. En este sentido, el ánima, es un ser extrañamente híbrido, hecho
de interioridad y de exterioridad. De exterioridad pues su encuentro y
reconocimiento depende de la existencia de una mujer concreta que vive en el
mundo y que es, por tanto, ajena al sujeto. Lo inconsciente la elige a ella y
no a otra como soporte de la proyección del ánima. Y un ser hecho de
interioridad porque lo inconsciente no obra de un modo gratuito; la elige en
función de los contenidos, respecto del amante, no están disponibles de modo
inmediato a la conciencia; se activan en torno a la imagen femenina y poseen un
potencial de energía y de conocimientos desconocidos, propulsores del
desarrollo de la conciencia. Por último, el tercer aspecto del ánima es
denominado por Jung “función de lo sagrado” pues las experiencias que proceden
del encuentro con este arquetipo tienen el poder de ligar al individuo con la
dimensión de lo trascendente, desde donde se configuran y crean los
presupuestos de una nueva vida para el sujeto que entra en contacto en él.
[3] Ya ha sido puesto en evidencia por un sector de la crítica
que la estrategia del primer canto del Infierno
responde a una lógica onírica que hace suponer que el origen del viaje al más
allá radica en una visión tenida por Dante en un sueño. López Cortezo
(Seminario de la Asociación Complutense de Dantología) ha individuado, a su
vez, una serie de paralelismos semánticos y figurativos que relacionan el modo
en que Dante narra el inicio de la visión del capítulo XXIII del a Vita nuova con el comienzo del canto
primero de la Commedia.
[4] Si uno se mueve hacia el extremo simbólico o espiritual
–analógicamente hacia la luz violeta- experimenta el significado interior,
emocional y anímico de las imágenes arquetípicas, y quedará enriquecido por sus
representaciones interiores. Si uno se mueve hacia el otro extremo
analógicamente hacia el rayo de luz infrarrojo- entonces se desplazará hacia la
acción exterior, la actividad instintiva, hacia el desarrollo de una acción en
el plano de la realidad física (Von Franz 1978: 64-65)
[5] Para Jung el principio espiritual, en sentido estricto,
no es antagónico al instinto en sí,
sino más bien a la instintividad, en
el sentido de una injustificada supremacía de la naturaleza instintiva frente a
lo espiritual. “También lo espiritual se
manifiesta en el psiquismo como un instinto, más aún, como una verdadera
pasión; o como Nietzsche lo expresó cierta vez, “como un fuego consuntivo”. No
es ningún derivado instintivo, como pretende la psicología de los instintos,
sino un principio sui generis: el de la
forma imprescindible para la energía instintiva” (Jung 1995: 68). Y en otro
lugar: “En los casos concretos muchas veces resulta casi imposible afirmar qué
es impulso y qué es espíritu. Se da una mezcla inseparable de ambos, un
verdadero magma en las profundidades remotas del caos original” (Jung 1993:
37).
[6] La figura del anima en forma de niña no es la primera vez que
aparece en las imágenes y visiones que jalonan el proceso de individuación. El
mismo Jung la encuentra en sus propias experiencias con el arquetipo del ánima
(Jung 1994: 179). En Símbolos de
transformación (1982) menciona los Actos
de Tomás donde aparece una figura del ánima como niña “de la cual dice este
apóstol: “La niña es la hija de la luz, en ella se apoya el altivo resplandor
de los reyes” /…/ Según los Actos de
Tomás esa niña es “la madre de la sabiduría” (Jung 1982: 364)
[7] La cuarta etapa de la manifestación del ánima ilustra algo,
dice Jung, que excede sorpresivamente a la tercera, que se diría insuperable,
tal como insuperable, en principio, parece que es lo que significa Beatriz en
la poética de la “lode” “¿Cómo –se pregunta Jung- puede aventajar la sabiduría
a lo más puro y sagrado? Es de suponer que solamente por la circunstancia de
que algo menos significa no pocas veces algo más. Esta forma representa una
espiritualización de Elena, es decir, del eros. Por ello la sapientia es paragonada con la Sulamita
del Cantar de los Cantares” (Jung
1993: 36)
[8] La Virgen María está también presente como símbolo colectivo
en XXVII, 1 y XXXIV de la Vita nuova
[9] El ánima, privada de su dimensión terrenal, aparece así
íntimamente relacionada y dependiente de la figura de Dios Padre, del intelecto
divino, como claramente se expresa en la canción “Donne ch’avete intelletto
d’amore”; “Angelo clama in divino intelletto / e dice: “Sire, nel mondo si vede
/ maraviglia ne l’atto che procede / d’un anima che ‘nfin que su risplende”
(XIX, 7). Ello significa que tras el ánima que simboliza esta imagen de Beatriz
suyace un factor espiritual –un animus- perteneciente a la divinidad patriarcal
que rige el consciente medieval colectivo y que ese ánima es poseedora de
aspectos escondidos del conocimiento y de la sabiduría divina. Pero este
conocimiento subyace en lo inconsciente, no accesible todavía a la consciencia.
[10] “Entre los intérpretes que así lo
han considerado se encuentra Robert Klein: “(Dante) ha fortemente accentuato
questo aspetto universale (en el amor), ne ha evidenziato l’aspetto oggettivo
di “unimento” pero también “ha rifiutato tutto ció che poteva sminuire la
causalità esterna dell’amore, ceioè la funciones eficiente di Beatrice” (Klein
1975: 43)
[11] Por eso Borges (1985) dice que el lugar más triste de la Commedia no se encuentra ni en el
Infierno ni en el Purgatorio, sino en el Paraíso, en el momento en que Dante se
vuelve, en el Empíreo, hacia Beatriz y ve en su lugar a San Bernardo, perdida
ahora para siempre, dice Borges, también en el espacio de la escritura.
[12] “Se Beatrice è figura di Cristo, essi (los peregrinos) si muovono, senza
rendersene conto, verso la parvenza residua o il simulacro terreno de lei”
(Gorni 1996: 276). Y continúa Gorni a este respeto: “Anche Beatrice, come la
Veronica, è exemplo di Cristo. Morta lei, nella seconda parte del libro è
proprio la Veronica la sua speculare proiezione terrena: se si vuole, la sua
traccia analógica. Ma Dante non sarà pellegrino alla volta della considetta
Vera-Icona di Cristo: “A te convien tenere altro viaggio” (Inf. I, 91), párele di Virgilio che suonano quiasi postume alla
geniale scoperta del libello” (Gorni
1996: XLIV)
[13] A esta carencia atiende y suple el dogma de la Asunción de la Virgen María
en cuerpo y alma al cielo, proclamado en 1950. Este dogma consagra
simbólicamente la definitiva redención de la materia por parte del pensamiento
cristiano y el intento de integración, en la vida de la Trinidad, de cuanto la
Virgen María representa como principio femenino y criatura terrenal. Dejamos
para otro estudio las implicaciones que, en relación con el significdo de la
imagen de Beatriz, tendría la consideración de una posible influencia de la
tradición con la insinuación de la “cuaternidad divina”, al considerar Dante a
Beatriz, bajo los intertextos evangélicos de la Vita nuova, como a la Sofía- Cristo.
[14] Aunque el paso hacia esa sustitución es pequeño. Ambos, Cristo-símbolo del
sí mismo y Beatriz-simbolo del ánima pero también, en determinados momentos,
símbolo velado del aspecto femenino del si mismo representan algo poderoso y
desconocido que emerge de lo inconsciente; el primero, reconocido y consagrado
por la autoridad religiosa colectiva; el segundo, fruto de la experiencia
individual, no reconocido ni autorizado por esa autoridad y del que sólo de un
modo velado, como lo hace Dante, puede hablarse y presentarse en relación
analógica con Cristo.
[15] Sobre la relación entre el final de la Vita nueva, y en general, entre el
significado de la imagen de Beatriz en esa obra y el significado de Beatriz y
de la Virgen al final de la Commedia,
véase Pinto 2003: 208-214.
[16] “Como sabemos, la época cristiana ha cumplido progresos extraordinarios en
la supresión de la formación individual de símbolos. En la medida en que la
intensidad de la idea cristiana comienza a disminuir, cabe esperar que vuelva a
sectas desde los siglos XVIII, el siglo del “Iluminismo” (Jung 1995: 59)
[17] Ante la exterioridad de los símbolos del dogma cristiano, incomprensibles
en su forma paradójica, “la persona no puede comprender por qué nunca
experimentó que las imágenes sagradas constituyen una riqueza interior suya y
por qué nunca se dio cuenta de que existe una afinidad entre tales imágenes y
la estructura de su propia alma. (Jung 1957: 27)
Referencias Bibliográficas
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cura di P. CUdini, Milano, Garzanti
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Dante Alighieri. Vita nuova, Premessa di Maria Corti, a cura di Manuela
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parágrafo per partagrafo en Dante Alighieri, Vita Nova, a cura di Guglielmo
Gorni, Torino, Einaudi
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C.G. Jung, Torino, Boringhieri
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la naturaleza y la psique, Barcelona, Paidós
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la transferencia, Barcelona, Paidós
JUNG, CG. (1994): Recuerdos, sueños,
pensamientos, Barcelona, Seix Barral.
JUNG, CG. (1995): Energética psíquica
y esencia del sueño, Barcelona, Paidós
Hola Paula:
ResponderEliminarFelicitaciones por tus blogs y sus temas. Acá en Chile no hay mucho quorum para ellos...
Te invito a visitar mi blog de Cinesofía "Vitruvio Cinéfilo":
http://vitruvioyelcine.blogspot.com/
Un gran saludo, Christian
Hola Christian,
ResponderEliminarUn gusto "conocerte"
Acabo de visitarte y me dará más gusto seguir haciéndolo.
Un gran saludo también para ti, Paula