Toda
vía que conduce a una realización espiritual exige del hombre el que se despoje
de su yo corriente y habitual a fin de volverse verdaderamente “si mismo”,
transformación que va acompañada del sacrificio de aparentes riquezas y vanas
pretensiones, es decir, de humillación, y del combate contra las pasiones de
que está tejido el “viejo yo”. Por eso se encuentra en la mitología y el
folklore de casi todos los pueblos el tema del héroe real que vuelve a su
propio reino con la apariencia de un extranjero pobre o incluso, de un juglar o
un mendigo, para reconquistar tras varias pruebas la fortuna que le corresponde
legítimamente y que un usurpador le había arrebatado.
En
vez de un reino que reconquistar o paralelamente a este tema, el mito suele
hablar de una mujer maravillosamente bella y que pertenecerá al héroe que sepa
liberarla de los obstáculos físicos o mágicos con los que una fuerza adversa la
retiene prisionera. En el caso en que esa mujer es ya la esposa del héroe, se
encuentra reforzada la idea e que le pertenece de derecho, así como el
significado espiritual del mito, según el cual la esposa liberada de las
fuerzas hostiles no es otra que el alma del héroe, ilimitada en su fondo, y
femenina porque es su complementaria de la naturaleza viril del héroe.[i]
Encontramos
todos estos temas mitológicos en la última parte de la Odisea, la que describe
el regreso de Ulises a Itaca y a su propia casa, que encuentra invadida por
jóvenes pretendientes a la mano de su mujer, que dilapidan su fortuna y le
hacen sufrir toda clase de humillaciones hasta el momento en que se da a
conocer, no solamente como dueño de la casa, sino como un juez implacable y
casi divino.
Es
igualmente esta parte de la epopeya la que incluye las alusiones más directas a
la esfera espiritual, alusiones que prueban que Homero era consciente del
sentido profundo de los mitos que transmitía o adaptaba. Esta aberturas, sin
embargo, son raras y están como neutralizadas por una tendencia en cierto modo
naturalista, preocupada por mantener medidas muy humanas. ¡Qué contraste con
las grandes epopeyas hindúes como Mahabharata,
por ejemplo, o incluso con la mitología germánica, en las que precisamente es
lo inverosímil, lo desmesurado, lo discontinuo y hasta lo monstruoso, lo que
marca la presencia de una realidad trascendente!
Los
últimos cantos de la Odisea, por lo demás, forman parte del relato marco, pues
Ulises, como huésped de los feacios, cuenta las aventuras vividas desde que
dejó Troya, de modo que toda esa peregrinación se presenta retrospectivamente
como un largo y doloroso regreso a la patria, impedido varias veces por la
insumisión o la locura de sus propios compañeros, pues ellos son los que,
durante el sueño de Ulises, abren lo odres en los que Eolo, dios de los vientos,
había encerrado los vientos hostiles confiándolos al cuidado del héroe. Las
fuerzas demoníacas imprudentemente liberadas arrojan lejos de su meta la
pequeña flota. Son también los mismos compañeros los que matan a los bovinos
sagrados del dios del sol, atrayendo de este modo su maldición sobre sí. Ulises
se verá obligado a visitar las regiones hiperbóreas y consultar, allí, la
sombra de Tiresias antes de proseguir el camino a la patria; no se salva más
que él solo, sin sus compañeros; naufragado y desprovisto de toda fortuna,
alcanza finalmente la isla de los feacios, que lo acogen generosamente.
Ellos
lo transportarán a Itaca y lo dejarán durmiendo en la playa. Así, Ulises
alcanza la tan deseada patria sin saberlo; porque cuando despierta, no reconoce
primero el país, oculto por brumas, hasta que Atenea, su divina protectora,
haga levantar la niebla y le muestre su tierra natal.
En
este lugar se sitúa la famosa descripción de la gruta de las ninfas, en la que
Ulises, siguiendo el consejo de Atenea, oculta los preciosos regalos que ha
recibido de los feacios. Según Porfirio, el discípulo y suceso de Plotino, esa
gruta es una imagen del mundo entero, y más adelante veremos en qué se apoya
dicha imagen.[ii]
Una
cosa es cierta: la visita a la gruta por parte de Ulises señala la entrada del
héroe en un espacio sagrado; en adelante, la isla de Itaca no será tan solo la
tierra natal del héroe, será como una imagen del centro del mundo.
No
obstante, Homero sólo roza esta dimensión, como siempre, cuando habla de
realidades espirituales, se expresa por alusión:
“Al cabo del puerto un olivo
de larga cabellera,
y cerca de él la gruta
amable, oscura,
Consagrada a las ninfas que
se llaman náyades.
En su interior hay copas y
ánforas
De piedra, donde las abejas
conservan la miel;
Allí hay también altos
telares de piedra, en los que las ninfas
Tejen telas color de
púrpura, maravillosas de ver,
Allí el agua mana sin cesar.
Dos son sus puertas:
Una, que desciende al
Bóreas, está hecha para los hombres,
La otra, vuelta hacia el
sur, posee carácter más divino;
Los hombres no la
atraviesan, pues es el camino de los inmortales”. (XIII, ¡03, LL2)
Según Porfirio, la piedra de
la que están hechos la caverna y los objetos que en ella se encuentran,
representa la substancia o materia plástica de la que el mundo es una
coagulación, pues la piedra sólo tiene forma en la medida en que le es
impuesta. Lo mismo ocurre con el agua que brota de la roca: también es un
símbolo, esta vez, considerado en su pureza y fluidez originales. La caverna es
oscura porque contiene el cosmos en potencia en un estado de relativa
indiferenciación. Las vestiduras que las ninfas tejen en sus altos telares de
piedra, son las vestiduras de la vida misma, y su color púrpura es el de la
sangre. En cuanto a las abejas, que ponen su miel en cráteres y ánforas de
piedra, son, como las náyades, fuerzas puras al servicio de la vida, pues la
mies es una substancia incorruptible. La miel es también la esencia o
“quintaesencia” que llena los receptáculos de la “materia”.
La gruta sagrada, como la
caverna del mundo, tiene dos puertas, una de las cuales, boreal, es para las
almas que descienden de nuevo al devenir, mientras que la otra, meridional, no
puede ser atravesada más que por aquellos que, inmortales o inmortalizados, se
elevan al mundo de los dioses.[iii]
Se trata de las dos puertas solsticiales,
ianuae coeli, que son, a decir verdad, dos puertas en el tiempo, e incluso
fuera del tiempo, pues corresponden a las dos curvas del ciclo anual, a los dos
momentos de detención entre la fase expansiva y la fase contráctil del
movimiento solar. Para comprender la alusión de Homero, hay que fijarse en el
hecho de que el “lugar” del solsticio de invierno, Capricornio, se sitúa en el
hemiciclo meridional de la órbita solar, mientras que el “lugar” del solsticio
de verano, Cáncer, se sitúa en el hemiciclo septentrional o boreal.
Porfirio nos recuerda
igualmente que el olivo sagrado que se alza cerca de la gruta, es el árbol de
Minerva y que sus hojas se dan vuelta en invierno, obedeciendo al ciclo anual
del sol. Añadamos que este árbol es aquí imagen del árbol del mundo, cuyo
tronco, ramas y hojas representan la totalidad de los seres.[iv]
Hay una cosa que Porfirio no
menciona, y es que la gruta sagrada es ante todo un símbolo del corazón. Sin
embargo, es en ese contexto donde adquiere todo su significado el gesto de
Ulises confiando todos sus tesoros al cuidado de las divinas Náyades: en
adelante es como un “pobre en Espíritu”, interiormente rico y exteriormente
indigente.[v]
Y Atenea le confiere por su magia el aspecto de un pobre anciano.
El hecho de que Ulises es el
protegido de Palas Atenea, la diosa de la sabiduría, nos obliga a creer que la
astucia, de la que da prueba en cualquier ocasión y que es casi su rasgo más
destacado, no desempeñaba en el cosmos espiritual de los griegos de la
antigüedad el papel negativo que asumía para un cristiano como Dante, que
coloca a Ulises en una de las más terrible regiones del infierno, como
mentiroso y embustero por excelencia. Para los griegos, la astucia de Ulises
depende de una facultad, de suyo positiva, de disimulación y persuasión; era
signo de una inteligencia soberana y casi una magia de la mente, que adivina y
penetra el pensamiento de todos. Refirámonos a Porfirio, que analiza la
naturaleza espiritual y moral de Ulises de la siguiente manera: “No podía
liberarse fácilmente de esta vida sensible, cuando la había cegado (en
Polifemo) y se había aplicado a aniquilarla de un solo golpe… Porque aquél que
se atreve a hacer semejantes cosas siempre es perseguido por la cólera de las
divinidades.[vi]
Debe, pues, reconciliárselas, con sacrificios primero, luego con las penas de
pobre mendigo y otros actos de perseverancia, ora combatiendo las pasiones, ora
actuando con encantamientos y disimulos y pasando, por ello mismo, a través de
todas las modalidades para que al fin, despojándose de sus propios andrajos,
pueda hacerse dueño de todo”.[vii]
Los habitantes de Itaca
creen que Ulises ha muerto; la propia Penélope, esposa siempre fiel, duda de
que pueda volver jamás. En realidad, ya ha vuelto, extraño en su propia casa y
como muerto en esta vida.
Pidiendo limosna a los
pretendientes que abusan de su fortuna, los pone a prueba, y sufre esa prueba
él mismo. Antes que él viniese eran relativamente inocentes; ahora se cargan de
faltas por sus ultrajes para con el extranjero, mientras que Ulises se
justifica en su intensión de exterminarlos.
Según un aspecto más
interior de las cosas, los orgullosos pretendientes son las pasiones, que, en
el propio corazón del héroe, han tomado posesión de su herencia innata y tratan
de arrebatarle su esposa, el fondo puro y fidelísimo de su alma. Sin embargo,
despojado de la falsa dignidad de su “yo”, convertido en pobre y extraño a sí
mismo, ve esas pasiones tales cuales son, sin ilusiones y decide combatirlas a
muerte.
A fin de provocar una
ordalía, el propio Ulises sugiere a su mujer que invite a los pretendientes a
un concurso de tiro con arco. Se trata de armar el arco sagrado perteneciente
al dueño de la casa y lanzar una flecha a través de los agujeros de doce hachas
alineadas y plantadas en el suelo.
El concurso se efectúa
durante la fiesta de Apolo, pues el arco es el arma de dios solar. Recordemos a
este respecto las pruebas análogas que, según la mitología hindú, sufren
ciertos avataras de Vishnú como Ramá
y Krishna, y hasta el joven Gautama Buddha: el arco que arman es siempre el del
dios solar.
Las doce hachas plantadas en
el suelo y a través de cuyos agujeros hay que tirar la flecha, representan los
doce meses o las doce moradas zodiacales que miden el camino al sol. El hacha
es un símbolo eje, como lo indica su nombre germánico (“Axt” en alemán y “ax”
en inglés), y el ojo del hacha, que debía de situarse a la cabeza del mango,[viii]
corresponde a la puerta “axial” de sol cuando el solsticio. Ahora bien, sólo
hay dos solsticios al año, pero cada mes corresponde, en principio, a un ciclo
lunar, análogo al ciclo solar y que a su vez implica un paso “axial” que
repita, en cierto modo, el solsticio, de donde la serie de doce hachas. Su número,
por otra parte, hacía más difícil la prueba.
No sabemos con certeza qué
forma tenían las hachas en que pensaba Homero; podían ser hachas de guerra
sencillas; también podían tener la forma de las hachas cretenses, con doble
hoja. En el caso de esta últimas, su significado a la vez axial y lunar era
particularmente evidente, pues las dos hojas de la bipennis se parecen a las fases opuestas de la luna, a la luna
creciente y a la menguante, entre las que se sitúa en efecto el eje celeste.
El trayecto de la flecha
simboliza, pues, el camino del sol; podría objetarse que dicho camino no es una
línea recta, sino un círculo; ahora bien, el camino del son no se sitúa tan
sólo en el espacio, sino también en el tiempo, que se compara a una línea
recta. Por otro lado, la flecha como tal simboliza el rayo que el dios solar
lanza sobre las tinieblas.
El poder del sol es a la vez
sonido y luz: cuando sólo Ulises logra armar el arco sagrado y hace vibrar su
cuerda “de voz de golondrina”, sus enemigos se estremecen y presienten el
terrible fin que le prepara, antes incluso que les haya revelado su verdadera
naturaleza, la del héroe protegido por Atenea.
La descripción de la masacre
que sigue es horrible hasta tal punto que nos repugnaría si no fuese que Ulises
encarna la luz y la justicia, mientras que los pretendientes representan las
tinieblas y la injusticia.
Sólo después de haber matado
a los pretendientes y purificado la casa de arriba abajo, se da a conocer a su
esposa.
Penélope, hemos dicho,
representa el alma en su pureza original, esposa fidelísima del espíritu. El
hecho de que teja cada día su vestido nupcial y deshaga cada noche el tejido
para burlar a sus pretendientes, indica que su naturaleza está emparentada con
la substancia universal, principio al mismo tiempo virginal y maternal del
cosmos: como ella, la Naturaleza (physis en
el helenismo o Maya en el hinduismo)
teje y disuelve la manifestación según un ritmo siempre renovado.
La unión tan deseada del
héroe con la esposa fiel significa, pues, el retorno a la perfección primordial
del estado humano. Esto lo indica claramente Homero y por boca del propio
Ulises, como éste menciona los signos por los que su mujer lo reconocerá: nadie
salvo él y ella conocían el secreto de su tálamo nupcial, cómo Ulises lo había construido
y vuelto inamovible: con su propia mano había construido su cámara nupcial
alrededor de un viejo y venerable olivo, cuyo tronco cortó a continuación a la
altura de un lecho, tallando en la parte sólidamente enraizada el soporte de la
cama hecha de correas trenzadas. El olivo, como en la descripción del antro de
las ninfas, es el árbol del mundo; su aceite, que nutre, cura y alimenta las
lámparas, es el principio mismo de la vida, teyasa,
según la terminología hindú. El tronco del árbol corresponde al eje del mundo,
y el lecho tallado en ese tronco se sitúa simbólicamente en el centro del
mundo, en el “sitio” en que se unen las oposiciones y los complementarios, como
lo activo y lo pasivo, el hombre y la mujer, o el espíritu y el alma. En cuanto
a la cámara nupcial construida en torno al árbol, representa la “cámara” del
corazón, a través del cual pasa el eje espiritual del mundo y en el cual se
lleva a cabo el matrimonio del espíritu y el alma.
[i] Un caso particular es el mito hindú de Ráma
y Sità en el que Sità, liberada de los demonios, es raptada por Ramá pese a su
infidelidad.
[ii] Cf. Porfirio, de antro ninpharum
[iii] Según la escatología helénica, no hay más
alternativa que la de la liberación por divinización o el regreso al devenir;
no concibe la estancia permanente de las almas en un paraíso, pues tal estancia
sólo es posible al amparo espiritual de un salvador o mediador
[iv] Señalemos que el olivo es un árbol sagrado
no sólo para el mundo “pagano”, sino también para el judaísmo y el Islam
[v] En el esoterismo islámico los iniciados se
llaman “pobres para con Dios”
[vi] Alusión a la cólera de Poseidón, dios del
océano, a cuyo hijo Polifemo había cegado Ulises. Según Porfirio, el océano
representa la substancia universal en su aspecto terrible.
[vii] Porfirio, ob.cit
[viii] Algunos interpretan el texto en el sentido
de que las hachas estaban desprovistas de mango y plantadas en el sueño por sus
hojas, y el agujero por el que debía pasar la flecha era precisamente aquel en
que normalmente encajaba el mango. Pero ello significa que la flecha había de
tirarse a dos manos desde el suelo, lo que es prácticamente imposible. Hay que
creer, pues, que el agujero de que se trata se situaba en el extremo superior
del “eje” y servía correctamente para colgar el hacha en la pared.
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