viernes, 23 de mayo de 2014

El Zen como forma extrema de lo Irracional Numinoso



Who am I? de Alok Hsu Kwang-han

El Zen como forma extrema de lo Irracional Numinoso

Por Rudolf Otto.
El momento irracional de lo numinoso, hemos dicho, es un elemento constitutivo de toda religión. Puede aparecer y sentirse de forma más difusa o más clara, puede quedar encubierto bajo el aspecto racional o, por el contrario, liberarse de él e irrumpir con fuerza. Puede acentuarse hasta aparecer como lo incomprensible y lo inaprehensible, y más aún, presentarse como antinomia o paradoja completa, desconcertante. Esto último sucede, por ejemplo, en lo que hemos denominado «serie de pensamientos a la manera de Job» (Lo Santo pp. 111-115). También hemos visto qué fuerza tiene ésta en Lutero. Su expresión más intensa la hallamos en las siguientes palabras, tomadas de su Comentario a la Carta a los Romanos (1515-1516):
Nuestro bien está escondido, y tan profundamente que se halla escondido bajo su contrario. Así, nuestra vida está escondida bajo la muerte, la justicia bajo el pecado, la virtud bajo la falta de firmeza. Y, en general, cualquier afirmación nuestra de un bien está bajo la negación del mismo, para que quepa la fe en Dios, que es esencia negativa y bondad y sabiduría y justicia, y no puede ser poseído ni tocado si no se niegan antes todas nuestras afirmaciones. Así pues, nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, esto es, en la negación de todo lo que se puede poseer o comprender (II, p. 219)1.
Allí donde tal elemento irracional se hace preponderante, se toma también plena conciencia del carácter misterioso del objeto trascendente. Y esto tiene como resultado una decantación «mística». Con ello, es propio de la mística insistir en los aspectos irracionales, las antinomias y las paradojas, y también, llegado el caso, solazarse en ellas y practicar con ellas una suerte de juego de la perplejidad. La mística ama los enunciados imposibles, las coincidentiae oppositorum, las afirmaciones que para el hombre común no son sólo desconcertantes sino directamente escandalosas. Y su esencia no se encuentra tanto en el «sistema» que construye cuanto en esta hostilidad hacia lo comprensible, este juego descarado, desafiante y osado. Y emplear tales afirmaciones para formar un sistema significa echar en saco roto el elemento fundamental. Tal cosa resulta especialmente evidente en el caso de Eckhart, quien experimenta un placer secreto por expresiones cada vez más osadas, que en algunos casos sobrecogen y suenan a blasfemia. Lo mismo ocurre en Angelus Silesius, sólo que en su caso todo esto se convierte a menudo en puro juego de ingenio. Y es que, como se ha observado repetidamente, el combate serio con las paradojas de lo irracional, cuando uno se ha acostumbrado a ellas, se convierte en mero estímulo y acicate para pasatiempos de «genialidad» manierista y baratas agudezas de ingenio, que luego quedan depositadas en la literatura y en las artes figurativas como mero ejercicio de prestidigitación con lo estrafalario, lo desconcertante, lo inaudito y, llegado el caso, lo disparatado: comida picante para paladares «expresionistas» y asimilados.
Este último proceso puede observarse también, en alguna medida, en las corrientes zen y za-zen del budismo oriental. Llegado el caso, también el zen desemboca en lo estrafalario, lo disparatado y lo insensato, o bien en la ocurrencia picante, el bonmot, la complacencia en lo curioso o lo inesperado en general. Pero, en su esencia, tiene un origen perfectamente serio en el elemento irracional de lo numinoso. Por lo demás, este elemento está en él acentuado hasta un extremo tal que nosotros, que estamos determinados predominantemente por los aspectos racionales de la religión, en un primer momento no somos siquiera capaces de advertir que aquí se trata de religión, más aún, de una religión inusualmente intensa y profunda. El zen es, de hecho, lo irracional en extremo, casi desvinculado de todos los esquemas racionales. Cuando se advierte esto, el fenómeno en su conjunto, que en un principio resulta completamente enigmático, se torna comprensible y clasificable.
Zen, en sánscrito dhyána, es el nombre que recibe una importante escuela de budismo chino-japonés, cuyo mayor santo es Bodhidharma.
Su forma actual, todavía viva en Japón, le fue conferida hacia el año 800 de nuestra época por el maestro chino Hyakujo. La base doctrinal en que se funda es el Maháyána. Como también su culto, su mitología y su «cosmos divino» (si cabe en general emplear esta expresión, tan equívoca, a propósito del Mabáydna). El elemento solemne de lo numinoso, que gravita en general sobre los cultos budistas y sobre la actitud de su monacato más refinado, impregna también sus maravillosos templos, galerías, imaginería religiosa, actos de culto y comportamientos personales.
A diferencia de la gran escuela principal del budismo japonés, la Shinshü*, que tiene una orientación esencialmente personal y busca la redención en el trato personal con la gracia salvífica del buda personal Amida, los monjes zen son «místicos». Pero se trata de «místicos prácticos», que unen, como Benito de Nursia, el ora y el labora. Al igual que los benedictinos, trabajan los campos y se dedican al trabajo manual, o también, dependiendo de sus talentos, a la actividad creativa, como autores de grandes obras pictóricas y escultóricas. «Quien no trabaja tampoco debe comer», era la máxima de Hyakujo. Sin embargo, nada de todo esto constituye su rasgo esencial. Una vez, en un agradable y tranquilo monasterio de Tokyo le pregunté a un anciano y venerable abad cuál era «la idea fundamental» del zen. Apremiado por una pregunta semejante, tuvo que responder con una «idea». Dijo: «Nosotros creemos que el samsára y el nirvána no son cosas distintas, sino lo mismo. Y que todo el mundo debe descubrir el corazón de Buddha en su propio corazón». Lo cierto es que tampoco esto es el punto principal, pues como tal vale algo que no es ni «dicho», ni «doctrina», ni «tradición». El punto principal del zen no es una idea fundamental, sino una experiencia, que se sustrae no sólo al concepto, sino incluso a la propia idea.
El zen revela su esencia en los siguientes momentos, que sus artistas han sabido poner ante los ojos con incomparable fuerza y sin necesidad de palabras, recurriendo al gesto, al ademán, la compostura, la expresión del rostro y el cuerpo.
1. Hay que contemplar, ante todo, la imagen del propio Bodhidharma. Un hombre grave, enérgico, «que se pasó nueve años sentado en silencio ante una pared», recogiendo o, mejor dicho, condensando toda la fuerza de su tensión interna, como una botella de Leiden muy cargada; sus grandes ojos parecen a punto de saltar fuera del cuerpo, debido a la presión interna, y se clavan en lo ansiado. Son ojos de exorcista, que pretende conjurar a un demonio o a un dios, para que revele y entregue su secreto y su propio ser. ¡Quién se atrevería a decir qué mira, qué pretende forzar! Pero estos rasgos ponen de manifiesto que se trata de algo enorme, de algo que es la desmesura misma. Las grandes imágenes de Bodhidharma son, por ello, también «desmesuradas» o «enormes» en todos los sentidos del término. Salta inmediatamente a la vista que esta figura sedente busca algo de lo que pende todo, algo frente a lo cual todo lo demás resulta indiferente, un algo que, en suma, sólo puede poseer lo numinoso. Y quien se entrega a la contemplación de esta imagen debe experimentar él mismo un ligero espanto ante aquello que se refleja en estos ojos, en esta contención.
2. Pero, a la vez, este recogimiento es cualquier cosa menos cavilación, un forjarse a sí mismo o un querer hallarse a sí mismo. Y el hallazgo final no es tampoco, por cierto, el resultado de la propia habilidad, del propio «obrar». La redención que acompaña a este hallazgo es lo más contrapuesto que quepa pensar a una «autorredención». Las afirmaciones de algunos intérpretes del budismo, que pretenden ver la superioridad de éste en el hecho de que enseña la «autorredención», marran completamente. El hallazgo es, más bien, un estallido final, una deflagración que acontece simplemente como hecho místico pleno, pero que no puede ser causada por nada. Sencillamente, se da o no se da. Ningún hombre puede causarla, producirla, hallarla por sí mismo. Tampoco cabe denominarla «gracia», pues para poder hablar de «gracia» se necesita que alguien la otorgue. Con todo, se trata de algo emparentado, en la medida en que con «gracia» y «vivencia de la gracia» mentamos también el puro misterio portentoso. Es el abrirse del ojo celeste, y se puede comparar antes al comienzo de un hechizo que a una «autorredención».
3. ¿Cuál es el contenido de tal hallazgo? Los labios de quienes lo viven permanecen, a este respecto, firmemente cerrados. Y deben estarlo, pues si algún dogma existe en esta escuela, ése es precisamente el de la imposibilidad de pensar hasta el final, el de la completa inefabilidad de la cosa misma. Se trata de la «verdad» a la que todo remite, que transforma de golpe la vida en su conjunto, que confiere a la totalidad de la existencia propia y del entorno un sentido que hasta el presente había pasado inadvertido, incomprendido. Viene acompañada de una suma excitación del ánimo y una dicha sin límites. Está vinculada a un continuo «estudio de lo impensable», pero este estudio no es de carácter intelectual, sino una penetración cada vez más profunda, y en sí misma indescriptible, en la verdad del zen, así descubierta. Irradia también sobre el modo de vida y brilla en los rostros de quienes la viven. Les otorga además capacidad de entrega, pues el sentido de la vida viene a ser ahora el servicio para conseguir la salvación de todos «los seres que sienten».
Y se revela en un voto cuádruple que se repite a menudo:
Por innúmeros que sean los seres que sienten, yo prometo salvarlos a todos.
Por inagotable que sea la pasión perversa, yo prometo extinguirla.
Por insondables que sean las santas doctrinas, yo prometo estudiarlas.
Por inaccesible que sea el sendero de los budas, yo prometo alcanzarlo.
Proyecta la mente hacia un ideal supremo, pero a la vez obliga a renunciar a todo renombre, a aceptar la humildad voluntaria:
Aunque su ideal sea tan alto como la corona de Vairocana (el supremo entre todos los budas): Su vida debe estar tan llena de humildad que se prosterne ante los pies de un niño.
Pero toda disciplina personal y toda acción por los demás se hace sin coacción y «sin mérito», sin conciencia de uno mismo, sin ejercer presión sobre las cosas y sin obtención de mérito para uno mismo, sin intención:
La sombra del bambú roza los escalones:
sin que se mueva un átomo de polvo.
La luz de la luna penetra hondo en el fondo del estanque
pero no deja huella en el agua.
El samsára mismo es ahora nirvána. Se detiene así la búsqueda apremiante de una meta de salvación, pensada fuera del ser, pues lo que se buscaba ha sido hallado en el ámbito del ser, es uno con él. Este mundo a la deriva, que de otra manera no es sino un montón de mal y sufrimiento, es ahora en cambio el mundo beatífico de Buddha, brilla en toda su belleza y profundidad transparente, mística, tal como lo reproduce el pincel inspirado de estos artistas, con inaudita capacidad de sugestión. Esto conduce a la indiferencia frente a toda sabiduría libresca y erudición académica, pero es a la vez un cierto tipo de sabiduría extraña, profunda, íntima, expresada lacónicamente, en rápidas sentencias y versos escuetos, mediante la mera insinuación. Se trata de una sabiduría que no es, ni mucho menos, la de la vida cotidiana, y cuya peculiaridad encuentra su mejor expresión en el contraste con ésta, a saber, en el contraste con la aparente tosquedad o zafiedad externa de aquellos en los que, como en Sócrates, un contenido espiritual profundo, al imponerse sobre una figura o un rostro feo o extravagante, se hace doblemente visible. Figuras de este tipo, objeto de continua reproducción pictórica y escultórica, son en especial Hanshan y Shite. Las representaciones que de ellos hizo Shübun me parecen las más grandes representaciones fisonómicas del arte universal. En ningún lugar se ha logrado como aquí hacer que lo plenamente ridículo y grotesco de la apariencia externa quede aniquilado y olvidado ante la irrupción de la profundidad y, con ello, hacer perceptible la completa indiferencia de todo lo material y externo frente a lo interno. Y esto, además, al modo enteramente «lacónico» del propio zen, con un par de pinceladas y borrones de prodigiosa tinta china. Al modo exacto de la «sombra de bambú, que oscila sin mover un átomo de polvo», es decir, con entera indiferencia frente a todo efecto externo y sin segundas intenciones. Siguiendo un método en boga, se ha pretendido explicar el Maháyána como «irrupción de la mística del vedánta en el budismo». Pero las figuras de Hanshan y Shite, y también las del jocoso barrigón Pu Tai, nos enseñan cuán precavidos debemos ser frente a todas estas pretendidas influencias. Tales figuras resultarían simplemente impensables entre los discípulos de Shankara.
Y la vivencia que nos transmiten, más allá de su carácter inefable, tiene un carácter completamente distinto del Brahmantiirvána del vedánta. La afirmación «nirvána y samsára son lo mismo» sería para Shankara una enorme atrocidad. El zen es algo mucho más ingenuo, mucho más beatífico, mucho más transido de luz, mucho más rico en potencias; lo que quiere hacer con el mundo no es eliminarlo, sino iluminarlo. Se trata también de mística, pero viene a poner de manifiesto que «mística» no significa en modo alguno lo mismo en todas partes; y que la mística no es, ni mucho menos, una categoría esencial, propia y específica, sino una designación puramente formal para aludir a la preponderancia de lo irracional, que puede tener lugar de muy diferente manera y con contenidos muy distintos. Si se quisiera buscar correlatos de figuras como las descritas, los hallaríamos sobre todo entre los discípulos de Francisco de Asís, como san Egidio y san Ginepro.
4. La nueva visión surge en un acto que irrumpe de pronto. Pero el contenido de dicha vivencia es completamente incomunicable. Debe surgir en cada uno con plena originariedad. El «carácter súbito» y la «incomunicabilidad» constituyen, así, los auténticos dogmas de esta extraña escuela. Por ello los pintores representan siempre a Bodhidharma rompiendo y apartando de sí las sútras, los textos sagrados y los escritos escolásticos. Con todo, también aquí hay maestros y discípulos. Y esta relación es especialmente importante: no se trata de instruir al discípulo sobre algo respecto de lo cual no cabe instrucción, sino de, por así decir, conducirlo o, mejor, empujarlo hasta que la intuición irrumpa también en él. La mejor ayuda en este sentido es, obviamente, la contemplación de los efectos de dicha experiencia, que hemos enunciado en el punto 3. La vivencia intensa de su interconexión debe suscitar un barrunto preparatorio en las estructuras a priori de la persona receptiva a ellos, preparándola así para la eclosión. A esto se añade luego toda una serie de drásticos ejercicios de una extraña pedagogía, que a nosotros nos puede parecer un puro disparate, pero que manifiestamente alcanza sus fines en el interesado.
A ello se refiere la historia, aparentemente poco estimulante, del despertar de Hakuin por su maestro Shoju: Hakuin considera que ha hecho ya grandes avances en el conocimiento de Buddha y expone a su maestro su sabiduría. Cuando acaba, éste le responde: «¡Puro absurdo!». Hakuin intenta justificarse. Entonces, su maestro le pega, lo echa de la casa, dejándolo tirado en mitad del fango, y le insulta: «¡Tú, pasto del demonio!». Hakuin viene una segunda vez, firmemente decidido a hacer entrar en razón al maestro. Esta vez, el maestro lo echa por la puerta de la terraza, muro abajo. Y viéndolo allí tirado, medio atontado, el maestro, desde arriba, se ríe de él con sorna. Hakuin decide entonces abandonar a su maestro.
Pero mientras pasa por un pueblo pidiendo limosna, acontece el prodigio: Un pequeño suceso indiferente (como el brillo de la jarra en Böhme *) sirve de ocasión para que, de repente, se abra en él el ojo espiritual de la verdad zen.
*. Son muy numerosas las vivencias de este tipo, que actúan como desencadenante, haciendo que el hielo se rompa, que la tensión acumulada se descargue, que la disolución cristalice, que caigan los velos que cubren los ojos. En los siguientes versos, Yenju se refiere a su vivencia del satori. Un haz de leña cae al suelo. Y esta circunstancia intrascendente se convierte en ocasión para que, de súbito, se abra en él el ojo interior, para que surja a manera de relámpago la Bodhi incomunicable, para que se ilumine el conocimiento que es capaz de transformarlo todo y nada puede comunicar, suscitándose en él una clarividencia sobre todo y a través de todo.
Le invade entonces una dicha sin límites y, casi fuera de sí, vuelve a su maestro. Antes de franquear el umbral, el maestro le reconoce, se inclina ante él y le dice:
«¿Qué alegre embajada traes? Rápido, rápido, entra». Hakuin narra lo que le ha sucedido. Entonces, el anciano le acaricia tiernamente: «Ahora lo posees, ahora lo posees».
Como instrumento de ayuda para la eclosión sirven también los coloquios —que son, desde luego, los más extraños que se hayan dado nunca entre almas sedientas de salvación—. Sus lacónicas declaraciones —que en algunos casos son literalmente monosilábicas— a menudo dan la impresión de carecer de todo sentido. Pero, en realidad, portan una alusión oculta, que en cualquier caso sólo puede apreciar aquel que está acostumbrado a esta clase de enigmas y ha sido instruido en ellos. No se trata de «enseñanzas» sino, más bien, de una suerte de cachetes que se le dan al alma para instruirla, para conducirla por medio de ideogramas en una determinada dirección. Son conversaciones como la siguiente, que tiene lugar entre Ummon y su discípulo:
¿Cuál es el sable (espiritual) de Ummon?
¡Zas!
¿Cuál es el camino directo a Ummon?
El más interior.
¿Cuál de las tres Káyas del Buddha anuncia la doctrina?
¡Algo cayó! - No se trata de algo distinto.
Nada terreno existe ya, ni derecha ni izquierda.
Y las corrientes, las montañas, la amplia esfera terrestre
-En todo ello resplandece el cuerpo de Dharma-rája.
Bukko (1226-1286) describe su vivencia de forma semejante. A él, el impulso misterioso hacia el satori le llega de noche, mientras espera sentado sin dormir, cuando suena súbitamente el gong desde el cuarto del abad.
«Salté de mi cama y salí a la noche iluminada por la luna, y eché a correr hacia el cobertizo del jardín. Y aquí, mirando al cielo, grité exultante: ¡Qué grande es el Dharmakáya! ¡Qué grande e infinito para siempre!».
Podemos encontrar correspondencias en nuestros propios místicos, por ejemplo, en el Cristianismo verdadero de Johann Amdt:
«El Espíritu Santo, maestro celestial, nos instruye sin esfuerzo ni trabajo, y nos trae a la mente todo en un momento, iluminando nuestro entendimiento con toda celeridad y sin esfuerzo» (V, 1,3, 2).
Se trata de un «acontecer» y, en concreto, de un acontecer «momentáneo»: «Entonces acontece a menudo, como si dijéramos en un momento, el tesoro oculto en nuestra alma» (véase W Koepp, Johann Amdt. Eine Untersuchung über die Mystik im Luthertum, 1912, p. 232. Koepp denomina a este elemento momentáneo, con acierto, «chispazo», «lo súbito», repitiendo con ello el término empleado por el zen).
Correcto.
¿Cuál es el ojo de la ley verdadero?
En todas partes.
¿Cuál es el camino?
Hacia delante.
¿Por qué no puede hacerse uno monje sin permiso de los padres?
¡Superficial!
No lo entiendo.
Profundo.
¿Cómo se posee un ojo (vidente) en una pregunta?
Ciego.
O también un sermón como el que sigue: Ummon está sentado en su cátedra. Un monje se acerca y le pide respuesta para sus preguntas. Ummon grita: ¡Oh monjes! Entonces, todos los monjes se vuelven a él. Y el maestro se levanta y abandona en silencio la sala.
5. En todo esto intenta expresarse, mediante declaraciones, actos y gestos enteramente paradójicos, algo que es en sí mismo completamente irracional y pura paradoja. Su índole paradójica —y a la vez, su carácter plenamente interno, pues se opone a toda aparición externa y a todo afán de exhibición— se pone de manifiesto en un rasgo especialmente llamativo: su experiencia debe ser y permanecer plenamente interior, retrocediendo desde la esfera de la conciencia, el discurso y la expresión hasta el ámbito de la más profunda interioridad. Uno debe portarla en sí mismo como porta su propia salud, de la que sólo llega a tener noticia cuando la pierde, o como porta su propia vida, que es aquello de lo que tanto menos se sabe y tanto menos se habla cuanto más pujante y viva está. De ahí precisamente surgen esas afirmaciones de los maestros, aparentemente chocantes, como cuando dicen que no quieren saber ni oír nada de Buddha o del propio zen. Cuando se llega a tener conciencia de todas estas cosas, es porque ya no se poseen de forma originaria y auténtica. Y cuando uno comienza a razonar acerca de ellas, ya han desaparecido: «Cuando empieza a hablar el alma, iay!, es porque ya no habla el alma!». De la misma manera que la nobleza que toma conciencia de sí misma deja de ser nobleza, el zen que habla acerca del zen deja de ser zen. Así, Goso le dice a su discípulo Yengo:
«Contigo todo va bien. Sólo tienes un pequeño defecto». Yengo pregunta repetidamente: «¿Cuál?». Finalmente, el maestro le dice: «Tienes demasiado zen encima».
Otro monje le pregunta: «¿Por qué odias que se hable de zen?». «Me estomaga», responde el maestro. Lo que le causa repulsión es que se quiera hablar de algo que no debe ser discutido, sino vivido en una profundidad libre de palabras. Y de este sentimiento surgen luego acciones aparentemente impías. Por ejemplo, la del maestro que, un día frío, se calienta quemando imágenes de Buddha. O las alusiones despectivas a los conceptos de la propia religión, fruto de una objetivación. Así, por ejemplo, cuando Rinzai dice: «Oh vosotros, perseguidores de la verdad. Cuando acertáis en Buddha, lo matáis. Cuando acertáis en el patriarca, lo matáis». O cuando Ummon, un día, traza con su bastón una línea en la arena y dice: «Ahí están todos los budas, innumerables como la arena, hablando de tonterías».
O, en otra ocasión: «Ahí fuera en el patio están el dios celestial y Buddha, hablando de budismo. ¡Vaya ruido arman!».
Con todo, el discurso puede también, llegado el caso, cambiar de registro y adoptar un tono completamente distinto. Puede, por ejemplo, apuntar de forma queda, insinuante, al lenguaje de las cosas que nos rodean, con la esperanza de que éste se torne perceptible para el discípulo. Así, por ejemplo, Ummon, yendo un día hacia la sala de enseñanza, escucha de repente el sonido profundo de la campana del templo y dice: «En este ancho, ancho mundo, ¿por qué nos seguimos preocupando por las vestiduras monacales, si la campana suena de esta manera?».
De tales indicaciones se ha apropiado, muy especialmente, la pintura budista. Así, por ejemplo, las palabras de Ummon que acabamos de citar han sido trasladadas a la pintura en el cuadro titulado La campana del templo al atardecer. Allí está el ancho, ancho mundo. Y puede verse, medio difuminado, el monasterio. Los trazos de escritura que acompañan al cuadro se refieren al sonido de la campana. Uno tiene la impresión de oírla. Pero nada de esto es «sentimiento de la naturaleza».
Es zen. Y zen también es el elemento paradójico contenido en algunos cuadros que, hoy día, podrían ser interpretados como forma precoz, oriental, de «expresionismo»: por ejemplo, esos raros paisajes, profundamente impresionantes, en los que unas pocas manchas, a primera vista casi indescifrables, quintaesencian un mundo completo en miniatura, con un laconismo típicamente zen, haciendo de él un ideograma de lo inefable-incomunicable. Aquí, efectivamente, se hace visible el nirvána en el samsára, y el corazón único de Buddha, como dimensión profunda de las cosas, late con un pálpito tan claramente perceptible que corta el aliento.
Pero todo esto es ya «decir» demasiado.
El satori del que habla el zen, y especialmente la vivencia de Bukko, quizá se pueda comparar con lo que cuenta acerca de sí mismo Alfred Tennyson en sus Memorias:
Había pasado la tarde en una gran ciudad, con dos amigos. Habíamos estado leyendo y discutiendo de poesía y filosofía. Nos separamos hacia medianoche.
Me quedaba un largo viaje hasta llegar a casa. Mi alma, que estaba todavía profundamente bajo el influjo de las ideas, imágenes y sentimientos suscitados por la lectura y la conversación, se hallaba tranquila y sosegada.
Me encontraba en un estado de gozo reposado, casi pasivo. Propiamente hablando, no pensaba, sino que dejaba que los pensamientos, las imágenes y los sentimientos se deslizasen, por así decir, por mi mente. De repente, de una forma completamente inesperada, me vi envuelto en una nube de tonos flamígeros. Por un momento, pensé que se trataba de un fuego, de un incendio que sucedía en algún lugar cercano. Pero al momento advertí que el fuego estaba dentro de mí mismo. Entonces me sobrevino un sentimiento de júbilo, de alegría sin límites, acompañado o seguido inmediatamente por una clarividencia indescriptible. Así, entre otras cosas, vi —no se trataba de una mera creencia, sino que efectivamente veía— que el Todo no está formado de materia inerte sino que, al contrario, es una presencia viva; que el orden del mundo es tal que, sin excepción ni azar alguno, todas las cosas actúan unas sobre otras de la mejor manera posible.
Esta visión duró pocos segundos. Luego pasó, Pero su recuerdo, y el sentimiento de realidad de lo que mostró, ha seguido vivo durante los veinticinco años transcurridos desde entonces.
La diferencia entre esto y la pura vivencia del zen es, en todo caso, que el contenido de la experiencia de Tennyson se aproxima mucho más que la del zen a lo conceptual y a lo nombrable. Pues la actitud del hombre occidental, mucho más conceptual, viene quizá a falsificar la propia experiencia en la interpretación posterior que de ella se ensaya.

martes, 13 de mayo de 2014

La mujer-sabiduría




Apuntes acerca de la mujer como símbolo

BALDANDERS
La mujer fue formada, igual que los ángeles, en el Paraíso, lugar enteramente colmado de noblezas y delicias, mientras que el hombre fue creado fuera del Paraíso, en el campo y entre las bestias salvajes, para ser más tarde conducido al Paraíso a fin de que la mujer pudiera ser allí creada.
[…] Si consideramos la materia de su creación, la mujer es superior al hombre, pues su creación no exigió una materia inanimada o un limo vil, sino una materia purificada, dotada de alma y vida, esto es, un alma razonable, partícipe de la divina inteligencia. A esto cabe añadir que Dios creó al hombre tomando una tierra que, por su propia naturaleza y mediando la influencia celeste, produce animales de toda especie, sin embargo a la mujer la creó Dios mismo, al margen de toda influencia celeste y de toda acción espontánea de la naturaleza […] En consecuencia, si el hombre es una obra de la naturaleza, la mujer es una creación de Dios.(1)
Siguiendo el razonamiento de Agrippa, podríamos decir que Eva, la mujer creada divinamente del costado de Adán, se contrapone a Lilith, la mujer creada del limo de la tierra al igual que él, y que representa a la contrainiciación, ya que devora a los niños pequeños, es decir, a los hijos de la doctrina, segándoles toda posibilidad de desarrollo espiritual, y dando a luz otros tantos demonios.
En cambio el aspecto luminoso, representado en un principio por Eva antes de la caída, y luego por María (2), siempre está simbolizando a aquella Sabiduría que estaba junto a Dios cuando creaba el mundo (3), porque, como nos dice Agrippa, “aunque la mujer fuera la última en ser creada según el tiempo y dentro del conjunto de las cosas, el espíritu divino la concibió en primer lugar, […] [porque como] es lugar común entre los filósofos decir (y los cito en sus propios términos): «el fin siempre es el primero en la intención y el último en la ejecución. »
La mujer, simbolizando la Inteligencia, siempre ha sido cantada por el poeta (4):
[...]tuve una admirable visión, en la que vi cosas que hicieron que me propusiera no decir más de esta bendita hasta que yo pudiera más dignamente tratar de ella. Y para llegar a ello estudio cuanto puedo, así como ella lo sabe de verdad. De modo que si pluguiere a aquel por quien todas las cosas viven, que mi vida dure por algunos años, espero decir de ella lo que nunca fue dicho de ninguna. Y después quiera aquel que es sire de la cortesía, que mi alma puédase ir a ver la gloria de su dama. Es decir, de aquella bendita Beatriz, la cual gloriosamente contempla el rostro de aquel «qui est per omnia saecula benedictus».
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1 –     Enrique Cornelio Agrippa, De la nobleza y preexcelencia de la mujer, Índigo, p. 43-45. Citado en “La cábala del renacimiento. Nuevas aperturas”, p. 287-288
2 –     Cuyo “Ave” algunos han interpretado como la inversión del nombre Eva, significando que una se convirtió en puerta hacia el mundo, y la otra en puerta hacia lo divino.
3 –     “Contigo está la Sabiduría que conoce tus obras, que estaba presente cuando hacías el mundo, que sabe lo que es agradable a tus ojos, y lo que es conforme a tus mandamientos.” Sab. 9,9.
4 –     Dante Alighieri, Vita Nuova, párrafo final. Trad. de J. E. Sanguinetti.

Luigi Valli y la Mujer-Sabiduría
Había hecho referencia, a la mujer como símbolo de la Sabiduría. En ese entonces no había leído todavía la obra de extraído del libro de Luigi Valli “El Lenguaje Secreto de Dante y de los ‘Fieles de Amor’” (publicada por primera vez, en italiano, en 1928). En esa obra, el autor presenta la tesis, muy bien desarrollada, de que las mujeres a las que se dirigen o de las cuales dicen estar enamorados los poetas stilnovistas (Beatriz, la ‘amada’ de Dante, es la más famosa) no fueron nunca mujeres de carne y hueso, sino la representación simbólica de la Sabiduría santa que estaba junto a Dios durante la creación del mundo.
Lo más sorprendente, y R. Guénon ya lo había señalado en su momento, es que L. Valli no tenía ninguna pretensión “esotérica”, sólo señalaba el “hecho”, que ningún estudioso “positivo” y mucho menos ningún especialista en literatura (pero sí algún personaje algo extravagante como Rossetti) había sabido leer en la obra enigmática y muchas veces oscura de Dante y otros Fieles de Amor, y que él mismo había desentrañado “matemáticamente” y palabra por palabra, de que ese grupo iniciático (que Valli, justamente por no tener conocimientos de orden tradicional, designaba erróneamente como “secta”) se comunicaba y escribía en una “jerga convencional” (que en realidad, como precisaba también Guénon, no era convencional en absoluto, sino puramente simbólica). En esta jerga, por ejemplo, cuando se referían al Amor, estaban hablando en realidad de la organización misma, o cuando hablaban de la mujer (a la que cada uno de ellos le daba un nombre particular, porque cada uno de ellos percibía un “aspecto” de la Sabiduría eterna y una) podían estar refiriéndose también a la organización misma (como por ejemplo cuando se dice “Cristo venció en las cruzadas al ejército infiel” para referirse a la cristiandad toda), o a otra organización similar (como cuando alguno de los poetas-iniciados viajaba a otra ciudad y encontraba a una dama “exactamente igual a su amada”).
El libro en sí está muy bien planteado, pero hace agua en cosas tan importantes desde el punto de vista tradicional, y mucho más en el iniciático, como es la confusión entre lo esotérico y lo exotérico, o el empleo de palabras que nada tienen que ver en un ámbito iniciático, como indicaba antes. En este aspecto, sugiero remitirse a las precisiones que hiciera René Guénon, y que están incluidas en dos artículos ahora publicados (como capítulos IV y V) en Apreciaciones acerca del Esoterismo Cristiano.
Hoy traduzco las seis partes del capítulo “La ‘Mujer-Sabiduría’ antes y fuera del dolce stil novo” del libro de Luigi Valli, que aún no fue, hasta donde yo sé, editado íntegramente en español. Creí también oportuno agregar en nota algunas observaciones extraídas de los artículos de Guénon citados antes, que aclaran imprecisiones del autor.

La Mujer-Sabiduría I

La “Mujer-Sabiduría” antes y fuera del dolce stil novo
L’amorosa Madonna Intelligenza,
che fa nell’alma la sua residenza,
che co la sua bieltà m’ha ‘nnamorato.
Compagni, L’Intelligenza.

[Las notas fueron agregadas por nosotros y no figuran en el original. - M.]
Para buscar los antecedentes del movimiento y de los símbolos que deseamos estudiar, no es indispensable e incluso no es prudente ir demasiado lejos. Sabemos muy bien que algunos símbolos místicos descienden de la más venerable antigüedad, que pasaron a través de los misterios y que sus ramificaciones penetraron más tarde en muchos movimientos más o menos místicos, más o menos secretos, que bañaron todo el sustrato de la historia. Pero estas vastas búsquedas, justamente por su atractivo, dispersan fácilmente las energías y a menudo son poco fructíferas.
Son poco fructíferas por la simple razón que en estos movimientos secretos y sectarios1 ciertas formas exteriores2 e incluso ciertos símbolos permanecen o se transmiten de un movimiento a otro, aunque la sustancia del movimiento se transforme profundamente. El lenguaje, los ritos y los símbolos pueden ser parecidos o idénticos en movimientos que en su espíritu son muy distantes entre sí.
El no haber considerado este hecho llevó a Rossetti a una investigación demasiado amplia y demasiado confusa. En contra de sus conclusiones creo poder afirmar, como resultado de mi propia investigación, que el movimiento de los “Fieles de Amor” no es un movimiento netamente político y gibelino como él sostuvo, por más que por la estrecha relación que la política tenía con la religión en el medioevo, haya llevado a casi todos sus adeptos a determinadas actividades políticas. Aquél movimiento, si bien algún hilo invisible lo relacionaba con un antiguo pitagorismo itálico o con los antiguos misterios, como pensó Rossetti, es un movimiento profundamente católico en su espíritu, dirigido principalmente contra la corrupción de la iglesia carnal. Era justamente un ferviente llamado a la incorruptible Sabiduría mística contenida en la Iglesia corrupta.
Bastaría esta observación para liberarnos de aquél error de Rossetti (uno de los que fueron fatales para él y para sus ideas), por el cual vio en el movimiento de los “Fieles de Amor” un espíritu precursor de la Reforma, mientras que su espíritu se movía en sentido totalmente opuesto al del individualismo protestante, se movía en el sentido tradicional de la herejía italiana3, que tendía siempre a afirmar la santidad fundamental de la Iglesia y la unidad del espíritu religioso incluso cuando atacaba violentamente a la Iglesia corrupta porque ella no cumplía su mandato evangélico originario.
Y sobre todo, este movimiento no tiene nada que ver, según mi parecer (más allá de cualquier lejana analogía de forma, común a casi todos los movimientos secretos e iniciáticos), con la moderna Masonería de carácter laico o vagamente teísta4, porque, lejos de aspirar a la libertad y a la laicidad del pensamiento, en su momento más feliz culmina en la fórmula dantesca della Croce e dell’Aquila (de la Cruz y del Águila)5, fórmula que santifica la autoridad absoluta de la Iglesia (purificada) y del Imperio.
No deseo aburrir al lector obligándolo a recorrer conmigo todo el camino que me ha llevado a estas conclusiones. Cuando se reconstruye a partir de sus fragmentos una estatua destruida, debe presentarse la estatua totalmente restaurada: es inútil relatar por qué medios se logró recomponerla.
La combinación perfecta de los fragmentos y el significado del conjunto son la sola prueba de la buena reconstrucción. Para iluminar la demostración que vendrá luego, digo desde ahora cuál resulta ser la composición de la idea secreta de los “Fieles de Amor” según mi investigación, la cual (especialmente en esta parte) aunque utiliza cautamente la obra de Rossetti y de Pérez, está bien lejos de aceptar todas las conclusiones y las confusiones del primero y el limitarse a las pocas cosas que demostró (aunque muy lúcidamente) el segundo. El movimiento de los “Fieles de Amor” no se entiende, según mi parecer, si no como resultado del confluir de cinco tradiciones diferentes:
1. Una tradición más propiamente filosófica que, partiendo del aristotelismo interpretado por Averroes, acostumbraba representar bajo la figura de una mujer “la inteligencia activa”, es decir, aquella inteligencia única y universal (el intelecto activo en contraposición al intelecto pasivo, que es propio a cada individuo), que vivifica por sí misma el intelecto del individuo y es la que lo conduce al conocimiento de las supremas ideas eternas, intangibles para los sentidos, por lo tanto a la verdadera contemplación pura  y a Dios.
2. Una tradición místico-platónica cuya expresión se encuentra sea en el gnosticismo sea en los libros místico-platónicos de la Sabiduría o del Cantar de los Cantares (los libros seudo salomónicos de la Biblia), la cual desde hacía siglos representaba la Sabiduría que ve a Dios como la mujer amada, mujer que la tradición ortodoxa, con perfecta lógica, interpretaba más bien como la Sabiduría de la propia Iglesia en cuanto Sabiduría que ve a Dios (Revelación) de la cual se sentía depositaria.
3. La tradición del misticismo católico ortodoxo que, especialmente con San Agustín, Ricardo de San Víctor y otros, había representado en una determinada mujer de la Escritura y precisamente en Raquel (¡la vecina y compañera de Beatriz!) la virtud de la vida contemplativa, es decir, la Sabiduría santa objeto del amor de Jacob y, según Agustín, meta y suspiro de “todo estudiante piadoso”. 
4. Aquella tradición, sea ortodoxa o heterodoxa3, que declaraba a la Iglesia de Roma corrompida por los bienes mundanos, tradición que, cuando se mantenía en los límites más ortodoxos, se contentaba con reformar el espíritu y las costumbres de la Iglesia mundana (movimiento franciscano ortodoxo), y cuando se permitía mayores audacias (Cátaros, Valdenses, movimiento franciscano heterodoxo), declaraba directamente corrupta la palabra de la Iglesia decaída por la corrupción moral de la propia Iglesia y le negaba obediencia, apelando a la Verdad o Sabiduría incorruptible develada un día a la Iglesia, pero de la cual ésta, en su manifestación carnal ya no era más su verdadera y digna expresión. 
5. La tradición sectaria del uso del doble sentido del lenguaje, es decir, del hablar en doble sentido, para evitar que “la gente común”, y mucho más la autoridad enemiga, comprenda; tradición que, largamente difundida por el maniqueísmo en Persia, penetró naturalmente entre los herejes que descendían más o menos directamente de los maniqueos (Cátaros y Albigenses), tradición afín a la que habían generado los “Fieles de Amor” persas (místicos exaltadores del amor de Dios bajo el velo de la poesía de amor) y que del mismo modo, en el ambiente albigense de Provenza y en los ambientes heréticos de Francia, penetró en la poesía de amor escondiendo en ella pensamientos místicos y sectarios.
Algunas de estas diversas tradiciones ya estaban cercanas entre ellas. Por ejemplo la tradición filosófica de la “inteligencia activa” y aquella más particularmente mística de la “Sabiduría santa” por una parte, mientras que de otra parte la lucha contra la corrupción de la Iglesia se había ligado naturalmente con el uso del lenguaje secreto de las sectas. Durante el período y sobre las personas de las cuales nos ocupamos, todas estas tradiciones confluyeron juntas.
Solamente cuando podamos conocer con mayor certeza los particulares de este interesante sustrato de la vida del duecento y del trecento, podremos determinar mejor cuánto de una y otra tradición contribuyó a formar la verdadera doctrina del grupo al cual pertenece Dante. Es cierto que estos distintos elementos tradicionales no dominaron en modo exactamente idéntico el espíritu de cada uno de los “Fieles de Amor”. Éstos, personalidades eminentes, de diversa cultura y de diverso temperamento, incluso aceptando el lenguaje convencional y reuniéndose en un grupo de vida activísima (escisiones, dispersiones, renovaciones y filiaciones infinitas y contactos y combinaciones con otros grupos análogos) eran más susceptibles, unos a la tradición más propiamente filosófica (Guinizelli, Cavalcanti, Compagni), otros a la tradición mística (Dante). Los de menor rango se limitaban por lo general a hablar de la mujer como representación de la propia secta sin las profundas audacias anfibológicas con las cuales Guido Cavalcanti y Dante difundían la gloria de la Sabiduría santa bajo palabras de amor.
He aquí por qué en esta poesía aflora de vez en cuando ya sea el elemento más propiamente filosófico, ya sea el elemento místico, ya sea la espera apocalíptica de la renovación futura (en el lenguaje de la secta “el tiempo verde” o “el tiempo nuevo” en contraposición al “tiempo frío” durante el cual domina la Iglesia corrupta), ya sea la preocupación y las discusiones puramente sectarias, aquellas relacionadas, si así podemos decir, a la organización y a la vida interna de la secta, las cuales, de las alturas del amor místico hacen descender de hecho la poesía (para nuestra gran sorpresa) a los distintos problemas personales con Amor y entre los “Fieles de Amor”, y al chismorreo vulgar. 
Pero no podríamos interpretar esta confluencia de las cinco tradiciones arriba indicadas sin haber hablado un poco particularmente de cada una de ellas.
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Notas
1-    “Es necesario citar aún, a este respecto, el empleo continuo de palabras como «secta» y «sectario» que, para designar a una organización iniciática (y no religiosa) y lo que se refiere a ella, son del todo impropias y verdaderamente desagradables [nota: No es lo mismo, aunque algunos puedan pensarlo, que «jerga» (gergo); que, como hemos indicado, ("Le Voile d´Isis", octubre de 1958, p. 652), fue un término "técnico" antes de pasar al lenguaje vulgar en el que ha tomado un sentido peyorativo. Hagamos hincapié en esta ocasión, en que la palabra «profano» también es tomada siempre por nosotros en su sentido técnico que, bien entendido, no tiene nada de injurioso.] y esto nos lleva directamente al más grave defecto que comprobamos en la obra de Luigi Valli. Este defecto es la confusión constante de los puntos de vista «iniciático» y «místico», y la asimilación de las cosas de que trata a una doctrina «religiosa», mientras que el esoterismo, incluso si toma su base en las formas religiosas (como es el caso de los Sufíes y de los «Fieles de Amor»), pertenece en realidad a un orden completamente diferente. Una tradición verdaderamente iniciática no puede ser «heterodoxa», calificarla así (p. 393), es invertir la relación normal y jerárquica entre lo interior y lo exterior. El esoterismo no es contrario a la «ortodoxia» (p. 104) aun entendida simplemente en sentido religioso; está por encima y más allá del punto de vista religioso, lo que, evidentemente no es del todo la misma cosa; y, de hecho, la acusación injustificada de «herejía» no fue a menudo más que un medio cómodo para desprenderse de gente que podía ser molesta por otros motivos distintos. Rosetti y Aroux no han cometido el error de pensar que las expresiones teológicas de Dante recubrían alguna otra cosa, sino solamente el de creer que debían interpretarlas «al revés» (p. 389); el esoterismo no se superpone al exoterismo, ni se opone, puesto que no está sobre el mismo plano, y da a las mismas verdades, por transposición a un orden superior, un sentido más profundo.” – R. Guénon, op. cit. Cap. IV.
2-    “Los «Fieles de Amor» sabían ir más allá de las formas, y he aquí una prueba: en una de las primeras novelas del Decamerón de Bocaccio, Melquisedec afirma que entre el Judaísmo, el Cristianismo y el Islamismo «nadie sabe cuál es la verdadera fe». El Sr. Valli ha acertado al interpretar la afirmación en el sentido de que «la verdadera fe está escondida bajo los aspectos exteriores de las diversas creencias» pero lo que es más notable, y él no lo ha visto, es que estas palabras sean puestas en boca de Melquisedec, precisamente el representante de la tradición única oculta bajo todas sus formas exteriores; y hay ahí algo que muestra que algunos en Occidente sabían aún en esa época lo que es el verdadero «centro del mundo».” – R. Guénon, op. cit. Cap. IV.  
3-    “La confusión del Sr. Valli entre esoterismo y «heterodoxia» es tanto más sorprendente cuanto que ha comprendido, al menos mucho mejor que sus predecesores, que la doctrina de los «Fieles de Amor» no era de ningún modo «anticatólica» (era incluso, como la de los Rosa-Cruz, rigurosamente “católica” en el verdadero sentido de la palabra), y que no tenía nada en común con las corrientes profanas de las que debió salir la Reforma (págs. 79-80 y 409). Únicamente que ¿dónde ha visto que la Iglesia haya dado a conocer al vulgo el sentido profundo de los «misterios»? (p. 101) Le enseña por el contrario tan poco que se ha podido dudar que ella misma haya guardado consciencia de ellos; y es precisamente en esta «pérdida del espíritu» en lo que consistiría la «corrupción» denunciada ya por Dante y sus asociados [nota: La cabeza de Medusa, que convierte a los hombres en «piedras» (palabra que juega un papel muy importante en el lenguaje de los "Fieles de Amor"), representa la corrupción de la Sabiduría; sus cabellos (que simbolizan los misterios divinos según los Sufíes) se convierten en serpientes, tomadas evidentemente en sentido desfavorable, pues en el otro sentido Ia serpiente es también un símbolo de la Sabiduría]. La más elemental prudencia les recomendaba, cuando hablaban de esta «corrupción», no hacerlo en lenguaje claro; pero no es necesario concluir de ello que el uso de una terminología simbólica no tenga otra razón de ser que la voluntad de disimular el verdadero sentido de una doctrina; hay cosas que, por su misma naturaleza no pueden ser expresadas de otro modo que de esta forma y esta vertiente de la cuestión, que es con mucho la más importante, no parece haber sido considerado para nada por el autor.” – R. Guénon, op. cit. Cap. IV.   
4-    “Habría fuertes reservas que hacer sobre todo lo que Valli dice de la Masonería, que califica estrafalariamente de «modernissima» (pp. 80 y 430); una organización puede haber «perdido el espíritu» (o lo que se llama en árabe la barakah), por intrusión de la política u otra cosa, y guardar sin embargo su simbolismo intacto, aun no comprendiéndolo. Pero el Sr Valli mismo no parecer captar bien el verdadero papel del simbolismo, ni tener un sentido muy claro de la filiación tradicional; al hablar de diferentes «corrientes» (pp. 80-81), mezcla lo esotérico con lo exotérico, y toma por fuentes de inspiración de los «Fieles de Amor» lo que no representa más que infiltraciones anteriores, en el mundo profano, de una tradición iniciática de la que estos «Fieles de Amor» procedían directamente. Las influencias descienden del mundo iniciático al mundo profano, pero a la inversa no, pues un río no remonta nunca hacia su fuente; esta fuente es la «fuente de la enseñanza» de la que se trata a menudo en los poemas estudiados aquí, y que es generalmente descrita como situada al pie de un árbol, el cual, evidentemente, no es otro que el «Árbol de la Vida» [nota: Este árbol, entre los "Fieles de Amor", es generalmente un pino, un haya o un laurel; el "Arbol de la Vida" es representado frecuentemente por árboles que permanecen siempre verdes.]  ; el simbolismo del «Paraíso terrenal» y de la «Jerusalén celestial» debe encontrar aquí su aplicación.” – R. Guénon, op. cit. Cap. IV.   
5-    “Es necesario decir algunas palabras sobre la interpretación de la Divina Comedia que el Sr. Valli ha desarrollado en otras obras y que simplemente es ésta: las simetrías de la Cruz y del Aguila (pp. 382-384), sobre las cuales está basada complemente, dan cuenta de una parte del sentido del poema (conforme, además, a la conclusión del De Monarchia) [nota: Cf. Autorité Spirituelle et pouvoir temporel, cap. VIII]; pero hay en éste muchas otras cosas cuya explicación completa no puede hallarse aquí, como lo sería el empleo de los números simbólicos; el autor, equivocadamente, parece ver ahí una clave única, suficiente para resolver todas las dificultades.” – R. Guénon, op. cit. Cap. IV.   

La Mujer-Sabiduría II

En esta parte el autor, Luigi Valli, explica qué entendían por Inteligencia activa los filósofos aristotélicos, sobre todo Averroes y luego los escolásticos, y cómo esta idea se relaciona con la Ma-donna (Señora) a la que cantaban los Fieles de Amor.
1. La “Inteligencia activa” y su representación como mujer amada.
Respecto a este tema no puedo hacer más que utilizar los capítulos VII, VIII y X del admirable libro de Francesco Perez La Beatriz desvelada. Esto podrá mostrar mejor que nosotros, los llamados locos fantasiosos buscadores de alegorías y secretos, caminamos con paso lento pero regular desde hace más de un siglo uno detrás de otro, mientras los filólogos positivos perdidos detrás de las minucias de las palabras y detrás de la falsa autoridad de los antiguos comentadores (quienes eran o demasiado ignorantes para conocer bien aquello que decían o demasiado astutos para decirlo), se dispersaban siguiendo las más fantásticas y contradictorias realidades siempre impalpables.
Perez expuso y demostró la tesis de que la Beatriz de la “Vida Nueva” se identifica con la Inteligencia activa o Sabiduría. Pero erró, a mi modo de ver, al detenerse en esta identificación y no percibir que los argumentos que valían para Beatriz valían perfectamente para las otras mujeres de los “Fieles de Amor” similares a Beatriz en todo y por todo y que, como Vanna de Guido Cavalcanti, paseaban con ella y eran de su misma naturaleza. Pero veamos un poco qué cosa es esta Inteligencia activa y cuándo, dónde y cómo toma forma de mujer.
Partiendo del concepto platónico de que las ideas tienen una realidad propia separada de los objetos y separada del intelecto, Aristóteles y los peripatéticos se plantearon el problema de cómo el intelecto pueda alcanzar las ideas, reales, inmutables, que no caen bajo los sentidos. Aristóteles mismo había pensado en el intelecto un principio que fuera cuasi receptáculo y espejo de las ideas universales, es decir que tuviera la posibilidad de comprender estas ideas, de reflejarlas, de pensarlas. Él dice que la naturaleza de este principio es justamente el de ser posible[1]. De aquí derivó, especialmente a través de las escuelas alejandrinas y árabes, la designación de intelecto posible dada al principio intelectual en cuanto tiene la posibilidad de reflejar las ideas universales desprovistas de toda mezcla de particular y concreto[2].
Pero Aristóteles ya había indicado el hecho de que, si el intelecto posible refleja las ideas del mismo modo que el ojo ve las cosas y que el espejo refleja las imágenes, debe existir un principio activo que sea al intelecto posible como la luz es al ojo o al espejo, un principio a través del cual la simple posibilidad de conocer, que constituye el intelecto posible, devenga en acto. Y este principio se convirtió en lo que se llama Inteligencia activa o Intelecto activo
Esta Inteligencia activa es al intelecto posible como la forma a la materia, como la pintura al lienzo, como la luz al ojo: es aquello que da el ser al intelecto en cuanto lo pone en acto. Las ideas universales inteligibles son reflejadas en el intelecto pasivo sólo por obra de la Inteligencia activa, como los objetos en el ojo por obra de la luz. Ella es por tanto “la luz de la mente”, est quasi lux: lux enim quoquomodo etiam facit colores, qui sunt in potentia, colores in actu. Ella revela las ideas eternas[3]. “Esta inteligencia, universal, única, iluminadora de las mentes humanas, es separada, extrínseca, inmortal, perpetua”[4]. “El entender a través de ella es la máxima beatitud a la que el hombre pueda aspirar, y lo convierte, más que en hombre, en divino”[5]. “Ella es principio de toda unidad reduciendo lo múltiple al Uno: es la rectitud misma”[6].
La doctrina de la Inteligencia activa se desarrolló ampliamente en diferentes escuelas, ya sean puramente filosóficas, o místico-religiosas. En la línea más rígidamente filosófica se desarrolló sobre todo entre los aristotélicos árabes. Averroes, comentando a Aristóteles, había dicho que, de la misma manera que en cada ente sensible concuerdan dos elementos: la materia (posibilidad) y la forma (acto); así en el ser intelectivo concuerdan: por un lado el intelecto posible o material, por el otro la inteligencia activa o formal. La tendencia natural de aquél elemento que representaba la materia era la de  unirse con su forma, es decir, adquirir existencia en acto
Esta tendencia de toda materia a tomar la forma a ella destinada, fue muchas veces considerada metafóricamente por los escolásticos como amor. Acto de amor era simbólicamente la unión de la potencia con la inteligencia, de la materia con la forma. Y al acto de amor viene asimilada por tanto la tendencia del intelecto posible a unirse con la inteligencia activa, a convertirse en Sabiduría en acto[7].
Los escolásticos llamaban incluso copulatio a la unión del intelecto posible con la inteligencia activa. Y Averroes dice: “Intellectus duplicem nobiscum habet copulationem”. – “Intellectus in potentia per copulationem cum intellectu agente, intellgendo ipsum, intelligit res abstractas omnes”. – “Intelligere est valde voluptuosum[8]. Y existe incluso un opúsculo de Averroes que tiene por título: De la beatitud del alma y del matrimonio de la Inteligencia abstracta con el hombre, que comienza así: “Tratando de este nobilísimo tema, es mi intención aclarar la máxima beatitud del ánimo humano en su suprema ascensión. Y diciendo ascensión entiendo su perfeccionarse y ennoblecerse de modo que se una con la Inteligencia abstracta, y de tal modo se una a ella que se vuelva uno con ella; y este sin dudas es el supremo grado de su ascensión”[9].
En el comentario a la Metafísica la representación de la unión con la Inteligencia activa como amor se vuelve aún más precisa, y escribe: “Es opinión de Aristóteles que la forma de los hombres en cuanto que hombres no es otra cosa que su unión con la Inteligencia, la cual él demuestra, en su De Anima, ser nuestro principio agente o moviente. Ahora bien las inteligencias abstractas por dos modos son principio de aquello de lo que son principio, es decir, según que son movientes o según que son fin. La inteligencia activa, en cuanto es abstracta y es nuestro principio es ineludible que nos mueva como la amada mueve al amante: y si toda cosa movida es necesario que se una a aquella que es su causa final y que la mueve, necesario es que finalmente nos unamos a tal inteligencia abstracta aunque en nosotros acontezca por breve tiempo como dice Aristóteles”[10].
De esta “Inteligencia universal” o “Inteligencia activa” habla largamente también toda la escuela tomista diciendo que el Intelecto posible nada entendería si la Inteligencia activa no iluminara los inteligibles y con ellos a sí mismo elevándose al grado de intelecto especulativo. La repetición y el uso de este modo de entender hace que se vaya asimilando cada vez más a la inteligencia universal, tanto como para tomar su propia forma de modo permanente y durable, como lo diáfano (transparente) la toma de la luz[11]
Esta última idea es particularmente valiosa para entender el misterio de la poesía de amor y comprender cómo bajo sus fórmulas se celebrase justamente esta unión con la suprema inteligencia en la cual el amante se fusionaba con la amada, y terminaba diciendo como Cecco d’Ascoli: “yo soy ella”.
Los escolásticos, por tanto, hablaban de este penetrar que la Inteligencia activa hace en el intelecto posible asimilándolo al penetrar de la luz en el objeto diáfano. Pues bien, Guido Cavalcanti, explicando de dónde viene el amor, usaba justamente la misma fórmula y agregaba que el Amor nace de una “forma que toma lugar y morada en el intelecto posible como en su propio sujeto y que por tanto, agregamos nosotros, no puede ser otra que la Inteligencia activa, ya que el intelecto posible es el sujeto propio y único de la Inteligencia activa.
Amore…
In quella parte dove sta memora
prende suo stato si formato come
diaffan da lume…
Vien da veduta forma che s’intende
che prende nel possibile intelletto
come in subieto loco e dimoranza

[Amor... Toma su lugar en esa parte donde habita la memoria, y es (in)formado del mismo modo como lo transparente toma la forma de la luz… Proviene de una forma vista, entendible, que toma lugar y morada en el intelecto posible como en su sujeto.]
Por tanto Guido, que es el líder de los “Fieles de Amor”, que es “el único que ve al amor” según Gianni Alfani, al explicar qué cosa es el amor, dice que viene de una forma que “toma lugar en el intelecto posible como en su sujeto”. Pero ¿no viene a decir con esto directamente que esa es la unión del intelecto posible con la Inteligencia activa?
Dice que viene [in]formado como lo diáfano por la luz. ¿No son las mismas palabras con las cuales se designaba en la filosofía la unión del intelecto posible con la Inteligencia activa, unión que era ya pensada como amor, como voluptas, incluso como copulatio? Y todo aquél complicado doctrinarismo de la poesía de Guido Cavalcanti de la que proceden estos versos ¿no demuestra del modo más evidente que aquí se habla de filosofía mística y no de amor por una mujer? Releeremos esta canción y veremos que de amor no hay ni siquiera un solo rastro. Y cuando otro compañero de amores de Guido y de Dante, nos referimos a Dino Compagni, escribe incluso un poema sobre La amorosa Señora Inteligencia que fija en el alma su residencia y dice que ella llega hasta el Empíreo, que da poder sobre todo lo que se ama, que atrae el alma de la guerra y así por el estilo, ¿debemos pensar que fantaseaba por su cuenta como un idiota, o que retomaba el motivo bien conocido y comprendido por todos de la Mujer-Inteligencia que en Dante se llama Mujer-Sabiduría? Y cuando encontramos a todas esas mujeres sabias y a Beatriz junto a la fuente de enseñanza, ¿debemos creer que tenemos delante a esta o aquella mujer, o más bien pensar siempre y únicamente en la amorosa Señora Inteligencia?


[1]     De Anima, libro III, cap. 1, texto 5.
[2]     Perez, Op. cit., p. 146.
[3]     Aristóteles, De Anima, cap. III, texto 17, 18; cap. II, texto 14 y passim. – Perez, Op. cit, p. 147.
[4]     Aristóteles, De Anima, cap. III, texto 19, 20.
[5]     Metaphisica, libro XII.
[6]     De Anima, libro I, cap. I, texto 47; libro III, cap. III, texto 22 y texto 51. Véase Perez, Op. cit., p. 148.
[7]     Perez, Op. cit., cap. XI.
[8]     Perez, Op. cit., p. 220 y ss.
[9]     Perez, Op. cit., p. 221.
[10]   Averroes: Comm. in Metaph., XII, cap. II, co. 38, car. 339, I y V. (Perez, Op. cit., p. 222).
[11]   Perez, Op. cit., p. 192.

La Mujer-Sabiduría III

En esta parte Valli indica brevemente el papel que tenía la mujer como símbolo de la Sabiduría dentro del gnosticismo.
2. La mística “Sabiduría” pensada como mujer en el neoplatonismo y en el gnosticismo.
Hemos visto cómo ya en la rígida línea filosófica la Inteligencia activa fue pensada como mujer bastante antes de Dante y de la época de Dante, cómo fue pensado como amor la unión del intelecto posible con tal Inteligencia activa y cómo la poesía del dolce stil novo lleva signos inequívocos del hecho de que el amor que ella cantaba era, al menos algunas veces, justamente esta especie de amor intelectual.
Pero fuera de la corriente más rígidamente filosófica, en el campo místico-religioso, la doctrina de la Inteligencia pura y de la Sabiduría santa había tenido ya muchísimo desarrollo y también en este campo ella era ya desde hacía siglos personificada en una mujer. Entre los hebreos helenizantes fuertemente influenciados por Platón y los platónicos, se había difundido naturalmente la concepción de una Sabiduría divina vínculo entre Dios y el hombre, ser separado, como todas las ideas de Platón, sustancia pura y santísima, pensamiento divino a través del cual Dios había creado todas las cosas y que sólo a través de un rayo suyo se podía alcanzar a Dios.
Conocemos esta divina Sabiduría en todas sus diferentes manifestaciones. En la tradición neoplatónica ella se transforma en el Logos, hipóstasis del pensamiento divino que se preparaba a transformarse en el pensamiento cristiano en la segunda Persona de la Trinidad, luego que el cuarto Evangelio lo hubiera identificado con Cristo, afirmando que en el Cristo el Logos se había hecho carne.
En la confusa, difusa y multiforme tradición gnóstica ella reaparece a veces con el nombre de Ennoia o con el nombre de Sofía. Con uno y otro nombre tomaba la figura de una mujer y se tornaba heroína de sucesos dramáticos.
Ennoia era, según la doctrina que Ireneo[1] atribuye a Simón el Mago, una especie de Prima mens que conocía los planes del Padre y que generó a los ángeles y a los arcángeles, que a su vez crearon el mundo, y que fue aprisionada por ellos y atormentada. Ella se había encarnado a través de los siglos en distintos cuerpos de mujer, entre los cuales el de la Helena griega, y ahora estaba encerrada en el cuerpo de una pobre mujer que Simón el Mago había comprado en Tiro y que siempre llevaba consigo. Sofía aparece como persona o como Eón en muchas formas del gnosticismo, pero particularmente importante es aquél Canto nupcial de Sofía en el cual Bardaisan, el gnóstico valentiniano que vivió entre el segundo y tercer siglo, exaltaba con cálidas palabras y pequeños detalles esta divina Sofía en forma de mujer y de esposa.
La mia sposa è una figlia della luce,
essa ha la magnificenza dei re.
Altero e affascinante è il suo aspetto:
gentile e di pura bellezza adorno;
le sue vesti somigliano a bocciuoli
il cui profumo è fragrante e grato
……………………………………………
Essa pone veracità nella sua testa
e mulina la gioia ne’ suoi piedi.
La sua bocca è aperta: e ciò ben le si conviene
ché puri canti di lode con essa ella parla.
I dodici apostoli del figlio
e settantadue inneggiano in lei.
La sua lingua è la cortina della porta
che il sacerdote solleva ed entra.
……………………………………………
La sua stanza nuziale è luminosa
e del profumo della liberazione ripiena.
Incenso è posto nel suo mezzo
(consistente in) Amore e Fede
e Speranza e fa tutto odorante.
Dentro è la Verità in essa sparsa
le sue porte sono adorne di veracità.
I suoi paraninfi la circondano,
tutti quelli che essa ha invitato;
e le sue vergini compagne (con loro)
cantano innanzi a lei la lode2.

 [Mi esposa es una hija de la luz, / y tiene la magnificencia de los reyes. / Su aspecto es elevado y fascinante: / gentil y adornada de pura belleza; / sus vestidos son como pimpollos / cuyo perfume es fragante y grato. / […] / Pone verdad en su cabeza / y pone alegría bajo sus pies. / Tiene su boca siempre abierta: y le conviene tanto / para cantar siempre puras canciones de alabanza. / La elogian los doce apóstoles del hijo / y los setenta y dos. / Su lengua es el velo de la puerta / que el sacerdote levanta para ingresar [al Templo]. / […]  /  Su cámara nupcial es luminosa / y plena del perfume de liberación. / En el centro hay incienso / (que consiste en) Amor, Fe / y Esperanza y lo perfuma todo. / Dentro suyo está esparcida la Verdad / y sus puertas están adornadas de veracidad. / La rodean sus cortejos, / aquellos que invitó; / y sus vírgenes compañeras  / cantan delante suyo su alabanza.][2] 
Y así termina diciendo, con imágenes similares, que los vivientes aguardan la llegada de su esposo para entrar en la eterna beatitud, porque ambos “han bebido del agua viva imperecedera que les quita la sed” y concluye: “Dad gracias al espíritu por su Sabiduría”.
El mito de Sofía (la Sabiduría personificada) era, como se sabe, el centro de la cosmogonía en la doctrina de los valentinianos. Era una especie de alma del mundo, mediadora entre la parte superior y la parte inferior del mundo y (al igual que la Inteligencia activa) proyectaba en el cosmos los tipos y las ideas del Pleroma[3]. Según Hipólito, había cometido la falta de querer imitar al Padre en su crear y de esta falta suya derivaba la creación imperfecta del mundo. Cristo fue creado justamente para redimirla y con su redención sanar el mundo imperfecto creado por ella.
En el Pistis Sofía ella es el decimotercer Eón que, por orden del Primer Misterio, miró hacia las alturas y deseó ascender más allá de sus fuerzas: de allí su caída, su sufrimiento, su arrepentimiento, su nostalgia de la luz percibida, que permanece en ella durante su exilio, su purificación, su redención triunfal, que finaliza con el hecho de aplastar bajo sus pies al basilisco de siete cabezas[4].
No es mi intención seguir las distintas manifestaciones que la Sabiduría personificada en mujer tuvo en el gnosticismo ni profundizar qué relaciones pudieron legar los avances del movimiento gnóstico al movimiento de los “Fieles de Amor”. Me limito a constatar que la personificación de la Sabiduría santa en mujer era cosa muy común en todos los ambientes místicos y de derivación más o menos directamente neo-platónica, tanto en Oriente como en Occidente.  


[1]     Adversus haereses, I. 23.
[2]     Véase Buonaiuti, Lo gnosticismo, Roma 1907, p. 187 y ss.
[3]     El Pleroma era el conjunto de los Eones, es decir de los entes supremos, que era la hipóstasis de las ideas supremas.
[4]     Mead, Frammenti di una fede dimenticata, Milano 1909, pp. 344-48.

La Mujer-Sabiduría IV

En esta parte, se toca el tema de la “Sulamita” de Salomón, es decir, la figura de la mujer-sabiduría en la Biblia.
3. La “Sabiduría” mística personificada en mujer en la Biblia
Además, antes de que la divina Sabiduría tomara los nombres de Ennoia o de Sofía y adquiriera forma de mujer en los complicados pensamientos de los gnósticos, la Sabiduría hipostatizada, platónicamente concebida como Ente, ¿no había tomado claramente figura de mujer y no había suscitado conmovedores cantos de amor en libros que se aceptaron como canónicos: los atribuidos a Salomón y especialmente la Sabiduría y el Cantar de los Cantares?
Sólo la increíble superficialidad de la crítica “positiva” puede hacer creer aún que un buen día Dante Alighieri haya hecho la genial invención de representar en la mujer que él amaba, esposa de un vecino suyo, a la Sabiduría santa, mientras que la Sabiduría santa ya tenía forma de mujer amada desde hacía siglos en la filosofía y en la religión y de la cual estaban llenas incluso las páginas de la Biblia!
La Sabiduría de Salomón y la amada del Cantar de los Cantares son descritas con muchos de los rasgos propios con los que se describirá después en la Vida Nueva la Beatrice de Dante. El autor de la Sabiduría dice haberla amado desde pequeño, haberla querido como esposa, haber estado enamorado de su aspecto cuando era puer ingeniosus y animam bonam.
“Yo la amé y la pretendí desde mi juventud; me esforcé por hacerla esposa mía y llegué a ser un apasionado de su belleza…Decidí, pues, tomarla por compañera de mi vida, sabiendo que me sería una consejera para el bien y un aliento en las preocupaciones y penas…No causa amargura su compañía ni tristeza la convivencia con ella, sino satisfacción y alegría…[1] Era yo un muchacho de buen natural, me cupo en suerte un alma buena”[2].
¿Y cómo es descrita esta Sabiduría? Justamente como mujer que camina por la calle igual a como caminaba Beatrice: “Radiante e inmarcesible es la Sabiduría. Fácilmente la contemplan los que la aman y la encuentran los que la buscan[3]. Pues ella misma va por todas partes buscando a los que son dignos de ella; se les muestra benévola (Mostrasi sì piacente a chi la mira!*) en los caminos y les sale al encuentro en todos sus pensamientos”[4].
Pero ¿no se siente el eco lejano, más que evidente, de la famosa exaltación: “Tan noble y tan honesta parece mi dama…”? ¿Y no se lee el mismo apelativo que Dante da a Beatrice “O isplendor di viva luce eterna[5] en el atributo que le da este libro de “candor lucis aeternae[6]? ¿Y no se advierte la unidad perfecta de estas dos mujeres en el grito con el que la mujer del poeta es invocada en el Paraíso terrestre: “Veni sponsa de Libano[7]? ¿Y no es justamente el Cantar de los Cantares el que la invoca también bajo la forma de uno de los “veinticuatro ancianos” que son los libros del Antiguo Testamento? ¿Y no es Salomón, supuesto autor de estos libros, al que Dante exalta como aquél que estaba más próximo a la Sabiduría (“A veder tanto non surse il secondo”[8])?
La mujer del Cantar de los Cantares tiene rasgos personales bien característicos, sus encantos son enumerados y analizados de forma muy minuciosa y realista, su pasionalidad femenina es evidentemente mucho más viva de la de las evanescentes mujeres del dolce stil novo; la búsqueda que hace de ella el amante es mucho más apasionada y sensual de la que Dante o Cino hacen de sus mujeres; pero todos saben que la mujer del Cantar de los Cantares es simplemente el símbolo de la Sabiduría santa y la interpretación que da la Iglesia no se aleja sustancialmente de esta, porque la Iglesia es justamente Aquella en la cual la Sabiduría santa que ve a Dios se personaliza y vive.
Que los críticos “positivos” que quieran citar las pocas frases esparcidas aquí y allá en la poesía del dolce stil novo donde parece que brillara un rayo de verdadero amor, reflexionen mejor si no quieren extraer conclusiones superficiales de las partes en donde brilla verdadera sensualidad en el Cantar de los Cantares, reflexionen en todas las partes en donde la mujer es exaltada de manera tan dulce y que representa ideas místicas, reflexionen en el dulce sueño de la jovencita entre las flores, en las expresiones acaloradas y agitadas que hacen palidecer cada palabra de amor de los poetas del dolce stil novo. Y sin embargo esa no es mujer y ese amor es místico y todo es figuración, símbolo, jerga amatoria, y se reconoce como jerga amatoria porque lo dice la tradición, la misma tradición que ha puesto este libro entre los libros sagrados del Antiguo Testamento.
Si esta tradición no existiera, estoy seguro de que los críticos “positivos”, leyendo el Cantar de los Cantares buscarían con su método “positivo” nombre, apellido, año de nacimiento y paternidad… ¡de la Esposa del Cantar!
Ahora bien, con respecto al dolce stil novo la tradición fue opacada por el temor de quien sabía y por el hecho de que a continuación la ola de la verdadera lírica de amor se sobrepuso a la poesía mística, cuando la llama del espíritu místico se atenuó o desapareció. Existía y la rastrearemos.
Se debe insistir un poco, sin embargo, en el proceso por el cual la Sabiduría divina celebrada en el Cantar de los Cantares (pensamiento de origen platónico) fue interpretada por la Iglesia como la Iglesia misma.
Mientras que el famoso personaje de la Mujer-Sabiduría adquiría tanta importancia entre los gnósticos y en el misticismo oculto que por antigua tradición reconoció a Salomón, el místico amante de esta mujer, como su fundador y cabeza, y la figura de esta Mujer-Sabiduría se encontraba en las imágenes no ortodoxas de Sofía y Ennoia, la Iglesia con una de sus habilísimas apropiaciones declaraba que la mujer del Cantar era precisamente la Iglesia. Y, como dije, no se apartaba de la verosimilitud. Evidentemente si la Iglesia era iluminada por Dios y poseía la revelación, se convertía en la depositaria de la Sabiduría santa que ve a Dios. Ella, con su doctrina, se convertía en verdadera mediadora entre el intelecto y Dios, identificándose con la divina Sabiduría. La Sabiduría divina por ser el vehículo directo entre Dios y el intelecto posible del individuo, tomaba el nombre de Revelación.
La Revelación histórico-colectiva entregada a la Iglesia, sustituyendo a la Inteligencia activa que en la filosofía pagana se puede considerar como una revelación individual de las verdades eternas (las ideas), en cierto modo heredaba de ella no sólo la función, sino también la imagen mística y poética, de la que había hecho una mujer.
Así mientras que de una parte, en Oriente, la misteriosa Mujer-Sabiduría se multiplicaba en las variadas figuras de la Gnosis y finalmente reaparecía en la misteriosa “Rosa” cantada por los poetas de Oriente, y se confundía con la mujer simbólica de los sufíes, objeto de la pasión poética de los “Fieles de Amor” de Persia, en el caso de la Iglesia católica asumía con perfecta lógica las características, la figura, el nombre de la Iglesia reveladora.
En los “Fieles de Amor” de Occidente confluyeron ambas tradiciones y la mujer mística reaparece.
¿Quién era? Al principio tenía un nombre vago, convencional: “Rosa”, “Flor”; luego tomó otros nombres, revelando a veces rasgos prevalentemente filosóficos y el carácter de Inteligencia activa, otras veces mostrándose como Sabiduría mística, esencia de la revelación católica, Sabiduría llevada a la tierra por Cristo y entregada a su Iglesia.
Pero mientras tanto sucedió algo terrible: un hecho que pesa como una pesadilla invencible sobre toda la conciencia del Medioevo: la Iglesia se había corrompido. El vaso destinado a llevar la Sabiduría santa, la santa Revelación, se había convertido en receptáculo de corrupción, había sido quebrado por el demonio (“El vaso que la serpiente rompió”, dirá Dante en el último canto del Purgatorio). Ahora bien, ¿se destruyó por esto la divina Sabiduría? ¿Tal vez por esta razón se les niega para siempre a todos la posibilidad de conocerla, de amarla, de buscarla con pureza de corazón y con ardor de espíritu? No, respondía la conciencia religiosa de los hombres. Las almas nobles y fervientes de espíritu religioso la buscan bajo el velo de los símbolos, le dan el nombre de “Rosa” o de “Flor”, continúan dándole el nombre, la figura de una mujer amada. Rodeado por la desconfianza de la Iglesia, a la cual él en su interior no reconoce por ahora la dignidad de hablar en nombre de la Sabiduría santa que él ama, cada fiel le da un nombre diferente y habla de ella entre la “gente grossa” y bajo los ojos de los inquisidores como de una mujer amada.
Así los fieles concilian su fe en la santa Revelación católica con la certeza de que la Iglesia carnal corrupta ya no habla más en nombre de la santa Revelación de la divina Sabiduría y, como ya dije, bajo el velo del extraño simbolismo del amor, apelan a la Sabiduría incorruptible de la Iglesia contra la Iglesia misma que se corrompió, contra la Iglesia carnal que, ocupada en ir tras los bienes mundanos, ya se olvidó de ella y que por el contrario la esconde o la persigue en la palabra de los disidentes, que se sienten sus verdaderos seguidores, los verdaderos fieles de la Sabiduría santa.


[1]     Sabiduría, VIII, 2-16.
[2]     Sabiduría, VIII, 19.
[3]     Sabiduría, VI, 13.
*        Verso perteneciente al soneto “Tanto gentile e tanto onesta pare” de Dante, incluido en la Vita Nova, cosa que señala enseguida el autor (N. del T.)
[4]     Sabiduría, VI, 17.
[5]     Purg., XXXI, 139.
[6]     Sabiduría, VII, 26.
[7]     Purg., XXX, 11.
[8]     Par., X, 114.

La Mujer-Sabiduría V

El capítulo apunta a la interpretación de la doble vía, activa y contemplativa, que la tradición eclesiástica incorporó a partir de San Agustín personificadas en las hijas de Labán: Lía y Raquel.
4. “Raquel-Sabiduría” y el amor de Jacob según San Agustín.
Mientras la idea aristotélica de Inteligencia activa se difundía bajo aspectos propiamente filosóficos o netamente místicos tanto en el campo ortodoxo como en el menos ortodoxo, en todos ellos tendiendo a personificarla fácilmente en la mujer amada, la interpretación simbólica dada por San Agustín a los libros sacros retomaba en forma bastante diferente la idea de personificar no en una mujer abstracta, sino más bien en un determinado personaje de la Historia Sagrada, en Raquel, la “Sabiduría que ve a Dios”. Esta idea-personaje platónica reaparecía así en forma nueva e incluso más definida en el ámbito de la ortodoxia.
La exposición completa de la doctrina de Raquel-Sabiduría de San Agustín se encuentra en su obra Contra Faustum, en la que Pascoli reconoció con razón una de las fuentes principales de la Divina Comedia. Pero antes de hablar de ello veamos cómo concibe San Agustín esta Sabiduría. La concibe justamente a la manera de los platónicos: coincide con Plotino en muchos puntos y escribe: “Tampoco éstos (los platónicos) ponen en duda la imposibilidad de que un alma racional sea sabia sin participar en aquella inconmutable Sabiduría. Y nosotros no sólo concedemos que exista una suprema Sabiduría Divina en la que sólo participando se pueda ser verdadero Sabio, sino que principalmente lo afirmamos[i].
Para Agustín la razón está a la cabeza de la parte inferior del alma compuesta de sentido, memoria y pensamiento, pero el intelecto está a la cabeza de la parte más elevada, la que conoce las ideas eternas que son la inmutable razón de las cosas[ii]. A la primera le corresponde la ciencia, que conoce, para usarlas correctamente, las cosas terrenas y corruptibles, y su finalidad es la vida activa; a la segunda le pertenece la Sabiduría o conocimiento de aquello que es absoluto e inmutable y su finalidad es la beatitud de la vida contemplativa. “Pero”, dijo San Pablo, “a algunos seres el mismo Espíritu les concede la palabra de Ciencia, y a otros la de Sabiduría; y cuánto sea ésta última desmesuradamente preferible a la otra es fácil juzgarlo”[iii].
Recuerde el lector esta “Sabiduría” desmesuradamente preferible a la “Ciencia” y estará preparado a entender el conflicto tan vivo en la últimas páginas de la Vita Nova y en las primeras del Convivio entre Beatrice que es Sabiduría y la Dama Gentil que es Ciencia, es decir, Filosofía racional contrapuesta a la Sabiduría mística que es intuición y revelación de lo eterno.
San Agustín define así la Sabiduría: “Aunque individuales y múltiples las mentes humanas, son una como la Inteligencia a la que todas aspiran y en las que todas participan – ella es como la luz del sol, que, permaneciendo una en sí, se multiplica en tantos ojos cuantos la miran”[iv].
“Esta Inteligencia o Sabiduría, es la imagen o verbo de Dios. La mente humana no es capaz de participar en ella si no cuando, elevándose de la región de los sentidos, se purga y purifica. Solo entonces la mente obtiene el principado del hombre. Solamente por ella la especie humana excede todo aquello que existe sobre la tierra[v].
Considere el lector estas palabras y las recuerde. Considérelas y verá cómo esta Sabiduría santa agustiniana, ortodoxa, se asemeja perfectamente al intelecto activo de los filósofos paganos; recuerde cómo esta inteligencia “permaneciendo una en sí, se multiplica en tantos ojos cuantos la miran” y ya no se sorprenderá que una mujer única y mística, permaneciendo una en sí, se haya multiplicado con varios nombres en los escritos místicos de los poetas, siendo Beatrice para Dante, como Raquel para Jacob y así para los demás, llamándose Vanna para Guido Cavalcanti y Lagia para Lapo Gianni. Recuerde finalmente el lector la frase agustiniana según la cual sólo por la Sabiduría “la especie humana excede todo aquello que existe sobre la tierra” y la encontrará tal cual en la invocación de Virgilio a Beatrice:
O donna di virtù sola per cui
l’umana spezie eccede ogni contento
da quel ciel che ha minor li cerchi sui.[vi]

Oh mujer virtuosa, la única por la cual la especie humana supera a cuanto se contiene bajo la esfera menor del cielo!]
Pascoli[vii] exhumó del Contra Faustum (XX, 52-58) de San Agustín la doctrina mística referida a Raquel-Sabiduría. Lía y Raquel son las dos vidas mostradas a nosotros en el cuerpo de Cristo: la temporal del trabajo, la eterna de la contemplaciónLía quiere significar laborans, Raquel Visum principium (nótese bien que la Inteligencia activa es justamente la que contempla los principios, las ideas eternas de las cosas y que Beatrice en la Vita Nova “parecía que dijera ‘yo veo el principio de la Paz’”) Lía tiene los ojos legañosos, defectuosos, porque la vida activa es laboriosa e incierta y porque “los pensamientos de los mortales son tímidos e inciertas sus previsiones”. Raquel, por el contrario, es “la Esperanza de la eterna contemplación de Dios, que posee encantadora y certera inteligencia de la verdad”.
Todo estudiante piadoso ama a Raquel y a través de ella sirve a la Gracia de Dios que le otorga la purificación (dealbatio).
Sin embargo quien sirve a la Gracia no busca la Justicia (en la que se reúnen las virtudes de la vida activa), no busca a Lía, sino que desea “vivir en la paz del Verbo”, es decir, busca a Raquel.
De esta manera Jacob sirve a Labán (que significa dealbatio) no por Lía, sino por Raquel. Pero, después de su largo servicio, cuando creía haber obtenido a Raquel, obtuvo por el contrario a Lía y la toleró aún sin poder amarla y la quiso por los hijos que ella le dio, y sirvió otros siete años para poder obtener a Raquel. Así todo útil servidor de Dios, obtenida la gracia del emblanquecimiento (dealbationis) de sus pecados, en su conversión no es privado de otro amor que el de la “doctrina de la Sabiduría” (Raquel).
Omito la oportunas deducciones de Pascoli sobre este pasaje y los siguientes para la correcta interpretación de la Comedia, en la cual Dante alcanza a Raquel (Beatrice) después de siete y siete círculos en lugar de siete y siete años y tiene la visión de la actividad de Lía que en Matelda se vuelve incluso vidente, hasta volverse pura visión y contemplación, pura Sabiduría, en Beatrice. Me basta haber recordado aquí cómo en el simbolismo de San Agustín el amor por la Sabiduría (Spes aeternae contemplationis) es pensado como amor por una mujer determinada e histórica que luego en Dante será la compañera de Beatrice.
E incluso fuera de la Divina Comedia y fuera de la poesía de amor dantesca se encuentra perfectamente este recuerdo del amor de Lía y de Raquel.
Boccaccio escribe:
Amor vol fede e con lui son legate
Speranza con timor e gelosia
E sempre con leanza humanitate.
Onde sovente per Rachele e Lia
Fa star suggetta l’anima servendo
Con dolce voglia e con la mente pia.[viii]

Esto únicamente para recordar que no es sólo Dante quien asemeja su fingido amor terreno al amor de Jacob por Raquel. Como Raquel es la mujer de “todo estudiante piadoso”, así Beatrice es la mujer del “Fiel de Amor” Dante (y ya vimos que él jamás dijo ser el único en conmoverse frente a ella), y así Vanna es la Raquel de Guido, Costanza es la Raquel de Francesco da Barberino, y así con el resto.


[i]       De Cons. Evang., libro I, cap. 23, n.35. – Perez, Op. cit., p. 158.
[ii]      Perez, Op. cit., p. 159.
[iii]     Sermo XLIII De Verbis Isaiae, cap. 2 – Perez, Op. cit., p. 159, 160.
[iv]    De Libero Arbitrio, libro II, cap. IX, n. 27.
[v]     De Genesis ad Litteram, cap. XVI, n. 59-60. – Perez, Op, cit.,p. 160.
[vi]    Inf. II, 76.
[vii]   Soto il velame, cap. “La fonte prima”.
[viii] Rime, ediz. Massera, p. 31.

 

La Mujer-Sabiduría VI (final)

En esta entrega, se trata de la muerte de Raquel entendida como “salida de la mente”, éxtasis, y unión con la Sabiduría.
Esperamos que estas exposiciones hayan sido de provecho, y despierten el interés en este tema tan apasionante como profundo.
5. La muerte de Raquel y su significado místico.
El reconocimiento de Beatrice y de sus semejantes como meras personificaciones de la Sabiduría santa parece chocar contra una objeción a primera vista gravísima.
Los críticos “positivos” nos dirán en tono desdeñoso: ¿Pero qué fantasías son estas? Si Beatrice murió, si Selvaggia murió, al igual que murieron las demás mujeres de los otros poetas, esto ¿no prueba de manera más que evidente que se trataba de mujeres reales? ¿Acaso la Sabiduría mística muere?”. ¡Pues claro que sí! La Sabiduría mística muere. Y el desconocimiento de este hecho de parte de los críticos “positivos” deriva de la costumbre de explicar las poesías místicas  y simbólicas no sobre la base del misticismo y del simbolismo, sino sobre la base del sentido literal hecho a propósito para la “gente grossa” y de documentos históricos insignificantes, insuficientes o inventados.
La Sabiduría mística muere. Morir es justamente una de sus características. La frecuencia con la que las mujeres de estos poetas mueren antes que sus amantes, es justamente una prueba del hecho de que ellas representan la Sabiduría mística, o sea Raquel, quien, como había explicado detalladamente Ricardo de San Víctor, muere, debe morir, porque lo que se llama muerte de Raquel es el trascender de la Sabiduría en el acto de la contemplación pura.
Ricardo de San Víctor, amigo de San Bernardo, en su Benjamín Menor, oportunamente descubierto a este propósito por Perez y luego por Pascoli, pero prácticamente ignorado por la crítica “positiva”, desarrolló de modo bastante amplio el simbolismo agustiniano de Lía y Raquel, y en este desarrollo la muerte de Raquel asume un significado altísimo y profundo. Escribe: “Toda alma racional posee dos potencias principales: la mente y la voluntad, una para discernir, otra para amar; potencias que los profetas representaron en Oholá y Oholibá, en Jerusalén y en Samaria. La primera perfecciona su ser cuando es iluminada por la Sabiduría; la otra cuando ama conforme a Justicia (potencias que en el secreto de la Divina Comedia son sanadas respectivamente por Beatriz y por Lucía, o sea por virtud de la Cruz y por virtud del Águila). Esclava de la primera es la imaginativa, sin la cual la mente no podría conocer nada; de la otra es la sensualidad sin la cual la voluntad nada sentiría”.
“Por lo tanto Jacob representa el alma humana; Lía la voluntad conforme a Justicia; Raquel la mente iluminada por la Sabiduría; Zilpá, esclava de Lía, la sensualidad; Bilhá, esclava de Raquel, la imaginativa. Al aplicarse el alma a cada una de estas cuatro facultades nacen diferentes afectos y modos de entender. Rubén (temor de Dios) es el primer hijo que Jacob tiene de Lía: porque la voluntad que medita en las culpas y en el poder del juez produce el temor de Dios. Una vez crecido éste, nace el segundo, Simeón, dolor de la culpa; luego el tercero, Leví, esperanza; después Judá, el amor. Y no termina de nacer Judá, o sea el amor por las cosas invisibles, que Raquel, la mente, arde en deseos de tener hijos también ella, porque quien ama desea conocer. Pero la mente, todavía en estado bruto, no puede elevarse a la contemplación de las cosas celestes, debido a que sólo se le representan las formas de las cosas sensibles. Arde por ver las invisibles, pero no puede. ¿Qué hará entonces? Lo que mejor puede. Puesto que no puede todavía ver con la inteligencia pura, se adaptará a ver con la imaginación. Raquel permite entonces que su esclava Bilhá se una a Jacob, y así logra tener a sus primeros hijos”.
Continúa así la generación de los distintos afectos y pensamientos en el alma hasta llegar al siguiente pasaje: “Y finalmente se le concede la gracia de la contemplación: Benjamín; pero ni bien nace este último hijo, Raquel muere; y no hay quien crea poder elevarse a la contemplación si Raquel no muere”.
Benjamín representa, según Ricardo: “El acto de la inteligencia pura, la intuición de las cosas que no caen bajo los sentidos y que no tienen mezcla con la imaginativa. Si una mente que arde con este deseo y espera, sepa que ya ha concebido a Benjamín; y cuanto más crece su deseo más se aproxima al parto. Benjamín nace y Raquel muere: por el hecho de que la mente es arrebatada por encima de sí misma, se sobrepasan los límites de toda argumentación humana, y ni bien ve, en éxtasis, la luz divina, sucumbe la razón humana. Este es el morir de Raquel al dar vida a Benjamín. ¿No había tal vez muerto Raquel en el Apóstol (San Pablo) y fallado todo sentido de razón humana, cuando decía: “Y sé que este hombre – en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe – fue arrebatado al paraíso”*? … “Pero a este tercer cielo que trasciende todo modo de la razón humana, no pueden ir por sí mismos ni aquellos que saben ascender a los cielos y descender a los abismos; sino que sólo pueden hacerlo aquellos que, por la salida de la mente (por mentis excessum), son arrebatados por encima de sí mismos”.
La importancia extraordinaria de estos pasajes para entender el pensamiento de Dante se revela por una serie de observaciones, algunas de las cuales fueron hechas por Perez apenas encontrada esta preciosísima fuente. No sólo la afinidad de Beatrice con Raquel es evidente hasta el punto de que se encuentran sobre la misma grada en el Paraíso y la muerte de una recuerda y explica perfectamente la muerte de la otra, sino que sabemos que Ricardo de San Víctor es justamente uno de los maestros de Dante y, lo más importante, Dante lo cita justamente a propósito del hecho de que el intelecto humano cuando se eleva hacia la Sabiduría (excessus mentis) a su vuelta no recuerda, y cita al respecto las mismas palabras de San Pablo citadas por Ricardo.
En la carta a Can Grande Dante explica el siguiente terceto:
Perché appressando sé al suo disire
nostro intelletto si profonda tanto,
che retro la memoria non può ire[i].
[Porque acercándose a su deseo,/nuestro intelecto se ahonda tanto,/que tras él no puede ir la memoria.]
“En esta vida el intelecto humano, por la connaturaleza y afinidad que tiene con la sustancia intelectual separada (o sea la inteligencia activa) cuando se eleva, se eleva tanto que, al retorno, la memoria le falla por haber sobrepasado el mundo humano. Y a esto alude el Apóstol a los Corintios cuando dice: “Y sé que este hombre – en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe – fue arrebatado al paraíso”… Y si esto no bastara a los envidiosos, que lean a Ricardo de San Víctor… y no envidiarán”.
¿Qué tienen que ver estos “envidiosos”? ¿Por qué Dante agregaba las palabras de Ricardo de San Víctor contra los envidiosos? Es evidente. Se ponía en el lugar de hombre que realmente conoce las cosas por el excessus mentis, como quien ha verdaderamente conseguido el acto de la contemplación sobrepasando el mundo humano y en el cual había muerto, como en San Pablo, Raquel, la misma Raquel que para él se llamaba Beatrice, y que por esto había podido llegar donde “la memoria no puede ir”. De hecho cuando Dante en la Vida Nueva dice que Beatrice murió, agrega aquellas palabras extrañas, misteriosas: “No conviene que yo trate” de la partida de nuestra bendita Beatrice, porque “tratando de ello tendría que loarme a mí mismo[ii].
Es así como se unen los hilos de todos estos pensamientos truncos, extraños, incomprensibles. Dante dice que debería loarse a sí mismo si hablara de la muerte de Beatrice y luego ataca contra los envidiosos que se burlan del trascender de su intelecto más allá de la memoria en la visión del Paraíso.
Ambas cosas son una sola. Morir Beatrice, morir Raquel: excessus mentis, con el cual se llega al acto de la contemplación pura, a Dios.
Y una vez más, la característica de Beatrice-Raquel manifestada en la Divina Comedia, se encuentra en la Beatrice de la Vida Nueva. En la Vida Nueva, libro sobre todo místico, se habla de esta muerte mística, y en la Divina Comedia el poeta sacro asciende, sí, a Dios por medio de su Raquel, pero de su Raquel que está muerta, asciende con ella en cuanto que está muerta[iii].
Mientras Beatrice (Raquel) está viva, es la Sabiduría, sí, pero se llama sólo “Spes aeternae contemplationis”, y se puede tener el presentimiento de que subirá al cielo, presentimiento ampliamente descrito en la Vida Nueva (“Madonna è disiata in sommo cielo”), pero su muerte marca su perfeccionarse, marca el cumplimiento de un alto grado de intuición mística de parte del amante de Beatrice, un alto grado de intuición mística marcado tal vez, quién sabe (?), por un verdadero excessus mentis, por una forma de éxtasis de la cual Dante no habla en la Vida Nueva por no “loarse a sí mismo”, pero que viene a reafirmar en la carta a Can Grande, contra los envidiosos que se burlaban de su trascender intelectual en la visión de las cosas eternas.
Este descubrimiento de importancia fundamental, el del significado místico que tiene la muerte de Raquel como representación del excessus mentis y su relación con la muerte de la Raquel de Dante que se llama Beatrice, se debió, como dije, a Perez y fue aceptada y convalidada con algunos agregados por Pascoli[iv]. Pero a la intuición de estos nobilísimos ingenios me conformo agregar hoy una clarísima prueba ignorada por ellos.
¿Alguien podría mantener dudas de que a la poesía de amor de la época de Dante se haya transferido, relacionándola con el amor por la mujer, esta idea del excessus mentis como último grado del amor, o sea salida de la mente de sí misma en la contemplación y por tanto muerte de la Sabiduría que se convierte en acto de la contemplación pura? A quitar toda duda sobre este hecho, me vino al encuentro el testimonio de un códice desconocido por Perez y Pascoli: el “Vaticano Barberino Latino 3953” publicado no hace mucho en edición de Gino Lega. En él, Niccolò de’ Rossi, un poeta de amor de poquísimo valor artístico, pero evidentemente conocedor del significado profundo de la poesía de amor, ha recogido algunas poesías suyas junto con canciones de Dante, de Guido Cavalcanti y otros. La primera de estas poesías, que comienza Color di perla dolce mia salute (Mi dulce salud color de perla) y se dirige, según lo habitual, a una dama, está escrita evidentemente en jerga e imita la canción de Cavalcanti Donna mi prega (Dama me ruega), y está seguida también de un comentario, una expositio en latín, de mano del autor.
El poeta que recibe salud y consuelo de su dama, que lo mantiene, según él, atento según la extensión de su intelecto, se propone decir “los grados y la virtud del verdadero amor”. Estos grados (que son evidentemente grados de la iniciación según las cuales se podía ser, como dice Dante, “en diverso grado ‘Fiel de Amor’”) son expresados vagamente en la canción y comentados artificiosamente en la expositio. En el primer grado ocurre una extraña licuefacción del espíritu, de la cual hablaremos enseguida, y este grado se llama “liquefactio”, el segundo se llama “langor” (languidez), el tercero “zelus” (celo) y respecto al cuarto con el que, según el texto, el amor logra “la suprema jerarquía” y “en éxtasis olvida cualquier otra vida, contempla extasiado y capturado la figura”, el comentario se expresa así: “Quarti gradus. s. extasym describitur perfectio per quem pervenitur ad amorem perfectisime possidendum… nunc est tractandum de isto gradu extasym. Quare scire oportet quod extasys dicitur excessus mentis et potest contingere quatuor modis”. Y estos cuatro modos con los cuales el amor (del cual se habla a la dama color de perla) logra el excessus mentis, son: 1. La abstracción completa de actuar o del uso de los sentidos. 2. La abstracción de las cosas exteriores y la introducción de una visión imaginaria. 3. La visión intelectual en la que uno ve las cosas intelectuales no por la presencia de las cosas, sino por la revelación. 4. Cuando la mente es liberada de cualquier acción de los hombres inferiores y no habiendo nada interpuesto entre ella y Dios intuye con la visión intelectual la esencia divina “sicut fuit raptus Paulus”.
Todo esto es de suma importancia, porque la canción no sólo habla desde el principio del amor por la dama de color de perla, sino que termina con la acostumbrada despedida:
Canzone mia rengratiane Madonna
che m’ha donato l’ornato parlare
sì che andare poi a chi ti spogna
fra l’altre non te fie fatta vergogna.[v]
[Canción mía, agradece de ello a Mi Dama, que me ha dotado con el hablar ornado, de tal manera que cuando te muestres luego entre las demás no sientas vergüenza].
Evidentemente esta dama era la Dama de siempre, la Sabiduría o la secta que enseñaba el “hablar ornado” y el amor era el Amor de siempre, del cual hemos aprendido a conocer cuatro grados, que terminan en el mentis excessus, último grado del amor de estos poetas y de hecho el último grado de la Sabiduría; visión intelectual de las cosas que trascienden la mente.
Nadie negará que la corriente del simbolismo místico de Ricardo de San Víctor venga a constituir la sustancia de este amor con el cual la mujer no tiene nada que ver, porque es amor sapientiae, aunque se hable de él a la Dama color de perla.
Pero no es todo. El mismo Niccolò de’ Rossi nos cuenta en otra canción que su dama ha muerto, y nótese que en ningún otro lugar alude a esta muerte:
La somma vertù d’amor a cuy piacque
reintegrare il cielo
dandoli copia del jnopia grande
che avia de esser perfecto
remosse la beltà chal mondo nacque
cum naturale zelo
sì che per lei gli occhi miei pianto spande.[vi]
[La suma virtud de Amor, a quien plugo reintegrar al cielo…, quitó con natural celo la belleza que nació en el mundo, de tal manera que mis ojos se llenan de lágrimas].
Simplemente parece que haya muerto la dama, y, repito, esta muerte así fríamente narrada no figura en ningún otro verso del poeta. Pero el poeta ha querido decir con esto simplemente que tuvo una profunda revelación, justamente un excessus mentis, y desvela con gran torpeza este pensamiento diciendo que su señor Amor, en ocasión de esta muerte le ha enviado, dice literalmente, un exceso de mente y una visión, en la que la dama desde el cielo le predice, si bien oscuramente, sucesos relativos a la salvación del mundo y de Treviso.
Ma perché bene e male en un soggetto
per la contrarietà non si consente
per exceso di mente il mio signore[vii]
cum nuova fantasia lento mi il core.
[Y Pero debido a que el bien y el mal en un tema la oposición no permite acceso a la mente mi señor [vii] nueva fantasía acumulada me retarda el corazón.].
Con esto viene reconfirmada y repetida la continuidad, en la simbología de estos poetas, del pensamiento de Ricardo de San Víctor y se viene a poner una serie de relaciones y semejanzas que se pueden resumir con esta fórmula:
El excessus mentis, éxtasis, intuición directa de la verdad divina, es simbolizado como la muerte de Raquel, o sea de la Sabiduría, que deviene acto de la contemplación pura (Ricardo de San Víctor). Raquel es lo mismo que Beatrice (Dante). Por lo tanto la muerte de Beatriz es lo mismo que la muerte de Raquel, o sea un ascender en la perfección contemplativa.
De hecho el último grado de la perfección del Amor se llama excessus mentis (Nicolò de’ Rossi), y de hecho la muerte de la propia dama es acompañada del excessus mentis (Nicolò de’ Rossi).
Si de todo esto se concluye que la secta de los “Fieles de Amor”, siguiendo la simbología de Ricardo de San Víctor, representó en la muerte de la dama (acompañada de los suspiros y llanto que debían arrojar polvo sobre los ojos de la “gente grossa”) el último grado de la perfección de los “Fieles de Amor”, grado en el cual se tenía o se creía tener o se suponía que tendría que tenerse una intuición directa o revelación de lo divino, si se concluye esto, se está perfectamente en lo lógico y en lo verosímil. […]


* II    Cor. 12:3.
[i]       Par. I, 7.
[ii]      Vita Nova, XXVIII.
[iii]     Que la “gente grossa” no se maraville de esta afirmación de Dante de su propio éxtasis. Fuera de cualquier forma poética, en el Convivio ha escrito de Beatrice: “Estaba seguro, y aún lo estoy, por su graciosa revelación de que ella estaba en el cielo. Por lo que pensando muchas veces cómo era posible eso para mí, casi era arrebatado” (II, VII, 6).
[iv]    Mirabile Visione, cap. “Excessus Mentis”.
[v]     Vaticano Barberino Latino 3953, p. 4.
[vi]    Vaticano Barberino Latino 3953, p. 77.
[vii]   Amor.