La imaginación
creadora en el sufismo de Ibn Arabí
Henri Corbin
Prólogo
“La
Imaginación como elemento mágico y mediador entre el pensamiento y el ser,
encarnación del pensamiento en la imagen y presencia de la imagen en el ser, es
una concepción de extraordinaria importancia que juega un destacado papel en la
filosofía del Renacimiento y que volvemos a encontrar en el Romanticismo.” (1)
Esta observación, tomada de uno de los más destacados exegetas de Boehme y
Paracelso, nos proporciona la mejor introducción a la segunda parte de este
libro. Retendremos de ella, en primer lugar, la idea de Imaginación como producción
mágica de una imagen, el tipo mismo de la acción mágica, incluso de toda acción
como tal, pero especialmente de toda acción creadora; y, en segundo
lugar, la idea de imagen como cuerpo (cuerpo mágico, cuerpo mental), en el que se
encarnan el pensamiento y la voluntad del alma.(2) La Imaginación como
potencia mágica creadora que, dando nacimiento al mundo sensible, produce el
Espíritu en formas y en colores, y el mundo como magia divina “imaginada”, por
la divinidad “imágica”: éste es el contenido de una antigua doctrina,
tipificada en la yuxtaposición de las palabras Imago-Magia, que Novalis
reencontraba a través de Fichte.(3) Pero se impone una advertencia previa: esta
Imaginatio no debe en modo alguno confundirse con la fantasía. Como ya
observaba Paracelso, a diferencia de la Imaginatio vera, la fantasía (phantasey)
es un juego del pensamiento, sin fundamento en la Naturaleza; nada más que “la
piedra angular de los locos”(4)
Esta
advertencia debe prevenimos del peligro de una confusión habitual, generada por
una concepción del mundo que no permite hablar de la función creadora de la
Imaginación sino en sentido metafórico. Tantos esfuerzos invertidos en teorías
del conocimiento, tantas “explicaciones” (procedentes de un modo u otro del
psicologismo, del historicismo o del sociologismo) han acabado por anular la
significación objetiva del objeto, en contraste con la concepción gnóstica de la Imaginación,
que la plantea como algo real en el ser, y hemos llegado así a un
agnosticismo puro y simple. En este nivel, perdido todo rigor terminológico, la
imaginación se confunde con la fantasía. Que tenga un valor noético, que sea
órgano de conocimiento porque “crea” ser, es algo difícilmente compatible con
nuestros hábitos mentales.
Se nos
plantea aquí una cuestión preliminar: ¿Qué es, en el fondo, la creatividad
atribuida al hombre? Ahora bien, ¿podemos responder a esta pregunta sin haber
presupuesto de antemano el sentido y la validez de sus creaciones? ¿Cómo
reflexionar sobre la necesidad de superar la realidad en su estado de hecho,
así como la soledad de mi yo entregado a sí mismo (el nada-más-que-yo, Nur-Ich-Sein,
cuya obsesión puede hacer bordear la locura) en este mundo que nos viene
impuesto, si no hemos presentido de antemano, en el fondo de uno mismo, la
posibilidad y el sentido de esa superación? Ciertamente, las expresiones
“creador” y “actividad creadora” forman parte de nuestro lenguaje corriente.
Pero ya sea una obra de arte o una institución la finalidad a la que esa
actividad se dirige, no es en estos objetos -que no son más que expresión y
síntoma- donde encontraremos respuesta a la pregunta sobre el sentido de la
necesidad creadora del hombre. Estos objetos aparecen en un determinado mundo,
pero su génesis y su significado hay que buscarlos antes de nada en el
mundo interior en que fueron concebidos; es sólo ese mundo, o, más
bien, la creación de ese mundo interior, lo que puede estar a la altura de la
actividad creadora del hombre, y lo que puede proporcionarle alguna indicación
en cuanto al sentido de su creatividad y en cuanto al órgano creador que es la
Imaginación.
En
consecuencia, todo va a depender del grado de realidad que se conceda a ese universo
imaginado y, por tanto, del poder real reconocido a la Imaginación que lo
imagina; pero ambas cuestiones estarán en función de la idea que nos
formemos de la creación y del acto creador.
En
cuanto al grado de realidad del universo imaginado, nuestra respuesta
podrá parecer quizá un deseo o una provocación, pues no disponemos de un esquema de la
realidad que admita un mundo intermedio entre el mundo de los elementos
sensibles, con los conceptos que expresan sus leyes empíricamente verificables,
y el mundo espiritual, el reino de los espíritus, al que sólo la fe tiene
todavía acceso. La degradación de la Imaginación en fantasía es ya un
hecho consumado. Se opondrá entonces la fragilidad y la gratuidad de las
creaciones del arte a la consistencia de las realizaciones “sociales”, que
serán propuestas como justificación, e incluso como explicación, de aquéllas.
Finalmente, entre lo real empíricamente comprobable y lo real sin más, no habrá
ya grados intermedios. Todo lo indemostrable, lo invisible, lo inaudible, será
catalogado como creación de la imaginación, es decir, como producto de la
facultad que segrega lo imaginado, lo irreal. En este contexto de agnosticismo,
se entenderá que la divinidad y todas sus formas son creaciones de la imaginación,
lo que equivale a decir, algo irreal. ¿Qué puede significar el orar a esa
divinidad, sino que se es presa de una ilusión desesperada? Creo que ahora
podemos calibrar con una sola mirada el abismo que separa esta idea totalmente
negativa de la Imaginación y la que vamos a tratar, y, anticipándonos a los
textos que vendrán a continuación, podemos responder ya que, precisamente
porque esa divinidad es una creación de la Imaginación, es real y existe,
y por eso mismo la oración que a ella se dirige tiene un sentido.
Profundizar
en ese concepto de Imaginación a que nos ha introducido la alusión inicial a
nuestros teósofos del Renacimiento, exigiría un detallado estudio de sus obras.
Seria necesario, además, leer o releer, sin perder de vista el objetivo
propuesto, todos los testimonios de la experiencia mística
visionaria. Pero es forzoso limitar nuestra investigación a un área
determinada, la del sufismo y el esoterismo en el Islam, y en particular a la
escuela de Ibn 'Arabí, conforme al propósito de este libro. Por lo
demás, entre la teosofía de Ibn 'Arabí y la de los teósofos del Renacimiento o
de la escuela de Jacob Boehme, existen correspondencias lo suficientemente
sorprendentes como para justificar los estudios comparativos que ya hemos
sugerido en la Introducción, al apuntar las situaciones respectivas del
esoterismo en el Islam y en el Cristianismo. En una y otra parte encontramos
ideas comunes: la idea de que la divinidad tiene poder de imaginar y de que fue
imaginándolo como Dios creó el mundo; la idea de que sacó el universo de si mismo, de las
virtualidades y potencias eternas de su propio ser; de que existe entre el
universo del espíritu puro y el mundo sensible un mundo intermedio que es el
mundo de las Ideas-Imágenes, mundus imaginalis (mundo de la “sensibilidad
suprasensible”, del cuerpo mágico sutil, “el mundo en el que se corporifican
los espíritus y se espiritualizan los cuerpos”, como se dirá en el sufismo); de
que ése es el mundo sobre el que tiene poder la Imaginación, que produce sobre
él efectos tan reales que pueden “modelar” al sujeto que imagina, y que la
Imaginación “vierte” al hombre en la forma (el cuerpo mental) imaginada por él.
En términos generales, observamos que la aceptación de la realidad de la Imagen
y de la creatividad de la Imaginación se corresponde con una idea de la
creación ajena a la doctrina teológica oficial, la doctrina de la creatio ex
nihilo, tan introducida en nuestros hábitos, que se tiende a considerar como la
única idea válida de creación. Podríamos incluso preguntarnos si no hay una
correlación necesaria entre esta idea de la creación ex nihilo y la degradación
de la Imaginación ontológicamente creadora, de tal modo que la decadencia de
ésta en fantasía segregadora sólo de lo imaginario y lo irreal, que caracterizaría
a nuestro mundo laicizado, encontraría sus fundamentos en el mundo religioso
que le precedió, en el que imperaba esa particular idea de la creación.
Sea
como fuere, la idea inicial de la teosofía mística de Ibn 'Arabí y de todos
aquellos que le son próximos, es que la creación es esencialmente una teofanía
(tajallí); como tal, es un acto del poder imaginativo divino:
la Imaginación divina creadora es esencialmente Imaginación teofánica. La
Imaginación activa en el gnóstico es a su vez, igualmente, Imaginación
teofánica; los seres que ella “crea” subsisten con una existencia
independiente, sui generis, en el mundo intermedio que le es propio. El
Dios que ella “crea”, lejos de ser un producto irreal de nuestra fantasía, es
también una teofanía, pues la Imaginación activa del ser humano no es sino el
órgano de la Imaginación teofánica absoluta (takhayyol motlaq). La
Oración es una teofanía por excelencia; en este sentido, es “creadora”; pero
precisamente el Dios al que ora porque lo “crea”, es el Dios que se revela a
ella en esta Creación, y esta Creación, en este instante, es una de las
teofanías cuyo sujeto real es la divinidad revelándose a sí misma. Se encadenan
aquí, de manera rigurosa, toda una serie de ideas y paradojas. Debemos
rememorar algunas, esenciales, antes de considerar el órgano de esta Imaginación
teofánica en el ser humano, que es el corazón, y la creatividad del
corazón.
Capítulo I. De la creación como teofanía
1. La imaginación creadora como teofanía, o el “Dios del
que es creado todo ser”
Es necesario, ante todo, recordar los actos de la
cosmogonía eterna concebida por el genio de Ibn 'Arabi. (5) Un Ser divino, solo
en su esencia incondicionada, del que no conocemos más que una cosa: la
tristeza de la soledad primordial que le hace aspirar a revelarse en los seres
que le manifiestan a sí mismo en la medida en que él se manifiesta a ellos. Ésa
es la Revelación que nosotros percibimos y eso es lo que debemos meditar para
saber quiénes somos. El leitmotiv no es, pues, el deslumbramiento de una
Omnipotencia autárquica, sino una nostalgia profunda:
“Yo era un Tesoro oculto y
quise ser conocido. Por eso he producido a las criaturas a fin de conocerme en
ellas”. Esta fase está representada por la tristeza de los Nombres
divinos, angustiándose en el desconocimiento porque nadie los nombra, y es esta
tristeza lo que viene a distender la Espiración divina (tanaffos) que es
Compadecimiento (Rahma) y existenciación (ijád), y que en el
mundo del Misterio es Compasión del Ser divino con y por sí mismo, es decir,
por sus propios Nombres. Dicho de otra forma, origen y principio son una
determinación del amor, que implica un movimiento de ardiente deseo (harakat
shawqiya) en aquel que está enamorado. A este ardiente deseo aporta el
Suspiro divino su distension.(6)
Mediante
un análisis en el que descubre experimentalmente el misterio del ser en su
propio ser, el teósofo evita la oposición teológica entre el Ens increatum y el
ens creatum salido de la nada, oposición que hace dudoso el que alguna vez haya
podido definirse realmente la relación que mantiene el Summum Ens con la nada
de la que haría surgir la criatura. La Tristeza no es el “privilegio” de la
criatura; está en el propio Ser creador, es el motivo que hace del Ser
primordial, anticipando todas nuestras deducciones, un Ser creador; es el
secreto de su creatividad. Y su creación no surge de la nada, de
otro que Él, de un no-Él, sino de su ser profundo, de las potencias y
virtualidades latentes en su ser no revelado. Por otra parte, la
palabra tanaffos implica también el sentido de brillar, aparecer a la manera de
la aurora. La creación es esencialmente Revelación del Ser divino a si mismo,
luminiscencia operada en si mismo; es una teofanía (tajalli iláhí).
No hay aquí ninguna idea de creación ex nihilo que abra un abismo sobre
el que el pensamiento racional se vea incapaz de tender un puente, pues es esa
idea profundamente divisora la que crea oposición y distancia; ni siquiera una
fisura que pudiera extenderse en un espacio de incertidumbre, infranqueable por
los argumentos y las pruebas. La Espiración divina exhala lo que nuestro
shaykh designa como Nafas al-Rahmán o Nafas Rahmáni, el
Suspiro de Compadecimiento existenciador; este Suspiro da origen a toda
la masa “sutil” de una existenciación primordial designada con el nombre de
Nube ('amá). De ahí el sentido del hadíth: “Alguien preguntó al Profeta:
¿Dónde estaba tu Señor antes de crear su creación (visible)? Estaba en una
Nube; no había espacio ni por encima ni por debajo”.(7)
Esta Nube exhalada por el Ser divino y en la que él mismo
estaba primordialmente, recibe todas las formas y, a la vez, da las formas a
los seres; es activa y pasiva, receptora y otorgadora de esencia (mohaqqiq); por medio de ella
se opera la diferenciación en el interior de la realidad primordial del ser (haqiqat
al-wojud) que es el Ser divino en sí (Haqq fi dhátihi). Como tal, es
la Imaginación absoluta, incondicionada (khayál motlaq). La operación
teofánica inicial por la que el Ser divino se revela, “se muestra” a si mismo,
diferenciándose en su ser oculto -es decir, manifestándose a si mismo las
virtualidades de sus Nombres con sus correlata, las hecceidades eternas de los
seres, los prototipos latentes en su esencia (a'yán thábita)(8) es
concebida como Imaginación activa creadora, Imaginación teofánica, Nube
primordial, Imaginación absoluta o teofánica, Compasión existenciadora; son
todas ellas nociones equivalentes para expresar una misma realidad original: el
Ser divino del que todo es creado (al-Haqq al-makhluq bihi koll shay').
Lo que también equivale a decir, el “Creador-criatura”. Pues la Nube es el
Creador, ya que es el Suspiro que él exhala y está oculta en él; como tal, es lo
invisible, lo “esotérico” (bátin). Y es la criatura en tanto que
manifestada (záhir). Creador-criatura (kháliq-makhlúq): lo que
quiere decir que el Ser divino es lo Oculto y lo Revelado, o también el Primero
(al-Awwal) y el Último (al-Akhir)(9)
En esta Nube son, pues,
manifestadas todas las formas del ser, desde el orden de los Arcángeles
más elevados, los “espíritus extasiados de amor” (al-mohayyamun), hasta
los animales y la naturaleza inorgánica; todo lo que se diferencia de la pura esencia
del Ser divino en sí (dhát al-Haqq), géneros, especies e
individuos, todo es creado en esta Nube. “Creado”, pero no producido ex
nihilo, puesto que el único no-ser concebible es el estado latente de los
seres, y puesto que incluso en su estado de potencia pura, ocultos en el
recinto de la Esencia no revelada, los seres tienen ya, preeternamente, un
estatuto positivo (thobut). Así pues, la “creación” tiene un aspecto negativo,
puesto que hace cesar la privación de ser que retiene a las cosas en su
ocultación; no-ser de un no-ser, doble negatividad que constituye el
acto positivo. En este sentido, es admisible decir que el universo se origina a
la vez en el ser y en el no-ser.(10)
Así la
Creación es Epifania (tajallí), es decir, paso del estado de ocultación, de
potencia, al estado luminoso, manifestado y revelado; como tal, es el
acto de Imaginación divina primordial. Correlativamente, si no estuviera en
nosotros esa misma potencia que es la Imaginación activa (qowwat al-khayál)
-no la imaginación en el sentido profano (la “fantasía”)- y que es Imaginadora,
nada de lo que a nosotros mismos nos mostramos se mostraría. Aquí se anuda el
lazo entre la idea de una creación recurrente, renovada de instante en
instante, y una Imaginación teofánica incesante, es decir, la idea de una sucesión
de teofanías (tajalliyát) por las que se opera la ascensión continua
de los seres. Ahora bien, una doble posibilidad caracteriza a esta Imaginación
por cuanto que no puede revelar lo Oculto, sino velándolo. Puede ser un velo
que asume tal grado de opacidad que nos esclaviza y nos hace caer en la trampa
de las idolatrías. Pero el velo puede adquirir una transparencia
creciente, pues su única finalidad es capacitar al contemplativo para llegar
al conocimiento del ser tal cual es, es decir, al conocimiento que libera, pues
es gnosis de salvación. Esto sucede cuando el gnóstico comprende que
las múltiples formas sucesivas, con sus movimientos e iniciativas, sólo
aparecen separadas del Único al estar veladas por un velo sin transparencia. Adquirida
la transparencia, sabrá lo que son y por qué son, por qué hay unión y
separación entre lo Oculto y lo Manifestado, por qué hay Señor y vasallo,
Adorado y Adorador, Amado y Amante; por qué toda afirmación unilateral de una
unidad que les confunde o de una separación que opone sus dos existencias
como si no fueran de la misma esencia, equivale a traicionar la intención
divina y de ahí la Tristeza que en cada ser aspira a su distensión
mediante la manifestación de Su secreto.
La
alusión al Creador-criatura, al Creador que no produce ad extra su creación
sino que se reviste con ella de algún modo como la Apariencia (y la
transparencia) bajo la que él se manifiesta y se revela antes de nada a si
mismo, se encuentra expresada de formas diferentes: el “Dios imaginado”, es
decir, “manifestado” por la Imaginación teofánica (al-Haqq al-motakhayyal),
el “Dios creado en las creencias” (al-Haqq al makhlúq fi'l-i'tiqádát). Al
acto inicial del Creador imaginando el mundo, responde la criatura imaginando
su mundo, imaginando los mundos, imaginando su Dios y sus símbolos. O,
mejor dicho, éstas son las fases, las recurrencias de un único proceso eterno:
Imaginación realizándose en una Imaginación (takhayyol fi takhayyol),
Imaginación recurrente lo mismo que -y porque- la Creación es ella misma
recurrente. La misma Imaginación teofánica del Creador que ha revelado los
mundos, renueva de instante en instante la Creación en el ser humano al que El
ha revelado como su Imagen perfecta; y, en el espejo que esta Imagen
constituye, el ser humano se muestra a si mismo Aquel de quien es Imagen. Por
esta razón, la Imaginación activa del hombre no podría ser ficción vana, puesto
que es la misma Imaginación teofánica la que, en el ser humano y mediante él,
continúa revelando lo que se mostró a sí misma imaginándolo primordialmente.
La calificación de “ilusoria” no puede ser acertada más
que en el caso de que, cargándose de opacidad, la Imaginación pierda toda
transparencia. Pero
cuando manifiesta verdaderamente toda la realidad divina que revela, es
liberadora si reconocemos en ella la función que le reconocía Ibn 'Arabi y que
sólo ella asume: la coincidentia oppositorum (jam' bayna'l-naqídayn).
Este término hace alusión a la respuesta dada por un célebre maestro sufí, Abu
Sa'id al-Kharráz: “¿Por medio de qué conoces a Dios? le
preguntaron. -Le conozco por ser coincidentia oppositorum”.(11) Pues el
universo entero de los mundos es a la vez él y no él (howa lá howa). El
Dios manifestado en las formas es a la vez si-mismo y otro que si-mismo,
puesto que, siendo manifestado, es el limitado que sin embargo no tiene limite,
el visible que sin embargo no puede ser visto. Ahora bien, esta manifestación
no es ni perceptible ni verificable por las facultades sensoriales; la razón
discriminativa la rechaza. No es perceptible más que por la Imaginación activa
(Hadrat al-Khayál), la “Presencia” o “Dignidad” imaginativa, la
Imaginadora, cuando controla las percepciones sensibles, en el estado de sueño
con sueños o, mejor todavía, en el estado de vigilia (estado propio del
gnóstico, cuando se ausenta de la conciencia de las cosas sensibles). En suma, es
necesaria una percepción mística (dhawq). Percibir todas las formas como
formas epifánicas (mazáh ir), es decir, percibir que son distintas al
Creador y que, sin embargo, son El -por las figuras que manifiestan y
que son las hecceidades eternas- es precisamente operar el encuentro,
el
cruce del descenso divino hacia la criatura y de la ascensión de la criatura al
Creador. Encuentro cuyo “lugar” no es exterior a la totalidad del
Creador-criatura, sino que es el plano que corresponde específicamente a la
Imaginación activa, a la manera de un puente tendido entre dos orillas.(12) La
travesía será esencialmente una hermenéutica de los símbolos (ta'wíl,
ta'bír), un modo de comprender que transmuta en símbolos (mazáhir)
los datos sensibles y los conceptos racionales, suscitando el tránsito.
Intermediaria, mediadora: tal es la función esencial de
la Imaginación activa, tendremos tiempo de volver a ello. El intelecto ('aql)
no puede suplirla. La Primera Inteligencia ('Aql awwal) es la primera
determinación (ta'ayyon awwal), nacida en el seno de la Nube, de la
Imaginación teofánica absoluta. El elemento mediador entre el mundo del
Misterio ('álam al-ghayb) y el mundo de la visibilidad ('álam
al-shahádat) no puede ser más que la Imaginación, puesto que el plano de
ser y de conciencia que ella implica es aquel en el que los Incorpóreos del
mundo del Misterio se “corporifican”, toman cuerpo (lo que no significa que
éste sea ya un cuerpo físico material)(13) y donde, recíprocamente, las cosas
naturales, sensibles, se espiritualizan, se “inmaterializan”. Veremos los
ejemplos que ilustran esta enseñanza. La Imaginación es el “lugar de aparición”
de los seres espirituales, Angeles y Espíritus, que se revisten en él con la
figura y la forma de su “cuerpo de aparición”; y como los puros conceptos (ma'ání)
y los elementos sensibles (mahsúsát) se encuentran ahí para aflorar como
figuras personales, prestas a los acontecimientos de las dramaturgias
espirituales, es igualmente el lugar donde transcurren todas las “historias
divinas”, las de los profetas, por ejemplo, que tienen un significado por ser
teofanías; mientras que en el plano de la evidencia sensible, en el que se
desarrolla lo que nosotros llamamos “la historia”, el significado, es decir, la
verdadera naturaleza de esas historias, que son esencialmente “historias
simbólicas”, no podría percibirse. Tales “historias simbólicas” configuran la
hierohistoria.
2. El Dios manifestado por la imaginación
teofánica
El mundo o plano del ser intermedio que corresponde a la
función mediadora de la Imaginación, es designado en la “cosmografía” mística
como mundo luminoso de la Ideas-Imágenes, de las “figuras de aparición” ('álam mithálí núrání).
Ciertamente, la preocupación primera de Ibn 'Arabi se dirige hacia la relación
de las visiones con la facultad imaginativa, por una parte, y con la inspiración
divina por otra. En realidad, todo el concepto metafísico de la Imaginación
está en función de este mundo intermedio. Todas las realidades esenciales del
ser (haqá'iq al-wojúd) se manifiestan ahí en Imágenes reales; cuando
un elemento manifestado a los sentidos o al intelecto reclama una hermenéutica
(ta'wil) por poseer un significado que transciende al simple dato y lo convierte
en símbolo, esta verdad simbólica implica una percepción en el plano de la
Imaginación activa. La sabiduría que toma a su cargo estos
significados, que restituyendo las cosas a los símbolos tiene por objeto propio
ese mundo intermedio de Imágenes subsistentes, es una sabiduría de luz (hikmat
nuríya) tipificada en la persona de José como intérprete ejemplar de las
visiones. La metafísica de Ibn 'Arabi de la Imaginación asume muchos de los
rasgos de la “teosofía oriental” de Sohravardi.(14) La Imaginación activa es
esencialmente el órgano de las teofanías, porque es el órgano de la Creación y
la Creación es esencialmente teofanía. Además, como hemos dicho, en la misma
medida en que el Ser divino es Creador por haber querido conocerse en seres que
lo conozcan, es imposible decir que la Imaginación sea “ilusoria”, puesto que
es el órgano y la substancia de esa auto-revelación. Nuestro ser manifestado es esa
Imaginación divina; nuestra propia Imaginación es Imaginación en la suya.
La
teosofía de la Luz sugiere las comparaciones adecuadas: espejo y sombra. Sin
embargo, “sombra” no debe interpretarse aquí como una dimensión de tinieblas
satánicas o contrapoder ahrimaniano; “sombra” se entiende esencialmente como
reflejo, como proyección de una silueta o de un rostro en un espejo. Se
hablará incluso de “sombra luminosa” (en tanto que el color es sombra en la Luz
absoluta; Zill al-núr, por oposición a Zill al-zolma, sombra tenebrosa). Es en
este sentido en el que hemos de entender esta tesis: “Todo lo que se dice
distinto a Dios, lo que se llama el universo, está relacionado con el Ser
divino como la sombra con la persona (o como su reflejo en un espejo). El
mundo es la sombra de Dios”.(15)
La
función de la Luz como agente cosmogónico comienza en el mundo del Misterio. Es
ella la que revela al Ser divino las determinaciones e individuaciones latentes
contenidas en su Esencia, es decir, las hecceidades eternas que son los
contenidos correlativos de los Nombres divinos. Lo que reciben estos arquetipos
de la Creación virtual es la sombra, el reflejo de la Esencia divina (dhát
iláhíya), tal como la proyecta sobre ellos la luz de estos nombres. Es el
primer espejo en el que el Ser divino se contempla y se revela a si mismo en
las virtualidades de sus múltiples Nombres. Pero estos Nombres aspiran a su
plena revelación: esta epifanía es la función reservada al Nombre divino “Luz”
(Núr), cuya forma epifánica (mazhar), la luz sensible, el sol, hace aflorar las
formas que corresponden a estos nombres en el mundo de la visibilidad
(shahádat). La Luz es el agente de la cosmogonía porque es el agente de la
revelación, es decir, del conocimiento. De ahí que “no se
conoce el mundo sino en la medida en que se conocen las sombras (o los reflejos);
y se ignora al Ser divino en la medida en que se ignora a la persona que
proyecta esa sombra. La sombra es a la vez Dios y algo distinto a Dios. Todo lo
que percibimos es el Ser Divino en las hecceidades eternas de los posibles”. E
Ibn 'Arabí concluye: “El mundo es pues representación pura
(motawahham), no tiene existencia substancial, ése es el sentido de la
Imaginación... Comprende entonces quién eres, comprende qué es tu ipseidad,
cuál es tu relación con el Ser divino; toma conciencia de por qué eres
Él y por qué eres otro que Él, el mundo o la palabra que prefieras.
Pues en proporción a esta conciencia se deciden los grados de preeminencia
entre los sabios.(16)
Se propone,
pues, una reciprocidad de relaciones; relación de la sombra con el Ser divino:
el Ser divino instaurando la manifestación del mundo del Misterio como
Imaginación teofánica absoluta (khayál motlaq); relación del Ser divino
con la sombra: las individuaciones y personalizaciones del Ser divino como Dios
que se muestra a y mediante la Imaginación teofánica, en la multitud ilimitada
de sus Nombres. Se ha comparado con la coloración de la luz que atraviesa un
cristal: la luz se impregna de la coloración propia del cristal. Y algo
semejante ocurre con la doble perspectiva en que pueden contemplar-se los
Nombres divinos: todos remiten a un mismo Denominado, pero cada uno se refiere
a una determinación esencial, diferente de las demás; es por esta individualización
por la que cada Nombre remite al Dios que se revela a y mediante la Imaginación
teofánica.(17) Detenerse en la pluralidad es quedarse con los Nombres divinos y
con los Nombres del mundo. Detenerse en la unidad del Denominado es
quedarse con el Ser divino bajo el aspecto de su Sí (dhát) independientemente
del mundo y de las relaciones de sus Nombres con los Nombres del mundo. Pero
las dos estaciones son igualmente necesarias y están recíprocamente
condicionadas. Rechazar la primera es olvidar que el Ser divino sólo se revela
a nosotros en las configuraciones de la Imaginación teofánica, la cual da una
realidad efectiva a los Nombres divinos cuya tristeza anhelaba seres concretos
en los que investir su actividad, y a los que harían ser lo que los Nombres
eran, seres gracias a los cuales y por los cuales esos Nombres aparecerían
entonces como otras tantas hipóstasis, a las que se designa colectivamente como
“los Señores”. Pero eludir la segunda de las dos estaciones es no percibir
la unidad en la pluralidad. En cambio, situarse simultáneamente en las
dos es mantenerse equidistante del politeísmo y del monoteísmo monolítico,
abstracto y unilateral. Reconocer la pluralidad que se vincula a la
Imaginación no es ni desvalorizarla ni pretender anularla, sino, al contrario,
fundamentaría. Análogamente, aquel que es servidor de un Nombre divino
es la sombra de ese Nombre, siendo su alma su forma epifánica (mazhar).
Pero reconocer que esto es así, no significa en absoluto abolir ni suprimir la
existencia del servidor. Existe, en efecto, un hadíth que hace alusión
al fiel que permanece siempre próximo a su Señor y del que este último afirma:
“Yo
soy su oído, por el que escucha; su vista, por la que ve...”. No es que
se convierta en lo que antes no era; es transparencia creciente de la “sombra
luminosa”. Además, el adjetivo posesivo “su” se refiere explícitamente a la
realidad del fiel o, mejor dicho, la presupone.(18)
Estas
breves indicaciones relativas a la doble función de la Imaginación teofánica,
como Imaginación
creadora que imagina la Creación y como Imaginación de lo creado que imagina al
Creador, nos permiten formular algunas ideas directrices para los
análisis que vienen a continuación:
a)
gracias a la Imaginación activa existe lo múltiple y lo otro, en resumidas
cuentas, existen las teofanías. La Imaginación activa da así cumplimiento a
la intención divina, al “Tesoro oculto” que anhela ser conocido,
distendiendo la Tristeza de sus Nombres. En ningún caso seria pertinente una
crítica puramente negativa de la Imaginación que pretendiese abolir esa
revelación de Dios a sí mismo, que tratase de hacerle volver a su soledad de
desconocimiento, negando a sus Nombres la ayuda que esperan de nosotros desde
la pre-eternidad. Además, hacerlo no está dentro de las posibilidades del
hombre. Lo que sí puede hacer es rechazar esa revelación, es decir, hacerse
incapaz o indigno de ella.
b) Sin
embargo, como el Otro que el Ser divino no es lo absolutamente otro
(un no sin sí), sino la forma misma de la teofanía (mazhar), el reflejo
o la sombra del ser que en ella se revela, y puesto que esta forma es
Imaginación, anuncia, por tanto, algo distinto y que la transciende; es
más que apariencia, es aparición, y por eso es posible un ta'wil,
porque hay símbolo y transparencia. Esa forma presupone una exégesis que la
reconduzca a su fuente, o, más bien, que aprehenda simultáneamente la
pluralidad de los planos de su manifestación. Sin la Imaginación activa serian
imposibles las exaltaciones infinitas que obra en un ser la sucesión de las
teofanías que sucesivamente asume.
c) No
ha lugar a tachar de ilusión a la Imaginación activa. El error consiste en no
ver lo que es, en suponer que el ser que ella manifiesta es algo sobreañadido,
que subsiste por sí mismo, extrínseco al Ser divino. Ahora bien, es por la
Imaginación como el Ser manifestado se hace transparencia. En cambio, Si los
datos sensibles o los conceptos del intelecto se imponen haciendo valer lo que
son, y sólo lo que son, como expresiones perfectas de lo que tienen que “decir”
y nada más, es decir, como si no tuvieran ninguna necesidad de ta'wíl al
haber sido despojados de sus funciones simbólicas, entonces el mundo es
promovido a una autonomía que aniquila en él toda transparencia teofánica.
d) Y
tal es precisamente el Dios sobre el que razona el intelecto de los teólogos
dogmáticos. Investido de aquellos Nombres y Atributos que se consideran más
dignos de él, es el Summum Ens, más allá del cual nada es posible
imaginar. Despojada de su función transcendente, la Imaginación activa no parece
producir más que lo irreal, lo “imaginario”, porque está desde ese
momento aislada, como lo está de su creador una criatura creada ex nihilo.
Para
que la conciencia experimente que es el mismo Creador quien se ha hecho
criatura, porque su creación es Imaginación absoluta, es
preciso que el ser humano experimente su Imaginación como energía que responde
a la misma necesidad creadora, a la misma creatividad. Comprender
lo que es el Dios manifestado por la Imaginación teofánica es, para la criatura,
comprenderse a si misma. Este Dios puede parecer “imaginario” al
racionalismo dogmático; en cambio, el Dios profesado en la creencia dogmática
no es llevado a su verdad más que por la luz de la Imaginación teofánica, la
cual, al verlo en transparencia, transmuta el dogma en símbolo (mazhar).
Con esta condición, el “Dios creado en la creencia” puede llegar a ser una
teofanía para el corazón.
Notas:
1. Alexandre Koyré, Mystiques, Spirituels,
Alchimistes du XVI siècle allemand, París, 1955, p. 60, n. 2; cf. del mismo
autor, La Phiiosophie de Jacob Boehme, París, 1929, p. 218, n. 4.
2. Cf.
A. Koyré, Mystiques…, pp~ 59-60.
3. cf.
A. Koyré, La Philosophie de Jacob Boehme, pp. 349, 376, 505 ss.
4.
“Die Fantasey ist nicht Imaginatio, sondern ein eckstein der Narren...”
Paracelsus, Ein ander Erklärung der Gesammten Astronomey (ed. K. Sudhof X, p.
475, cit. en A. Koyré, Mystiques..., p. 59, n. 1.).
5. Cf.
los aspectos ya apuntados aquí en la Primera parte, cap. I, §§ 2 y 3. Para
fijar las equivalencias de la terminología usada en los parágrafos que siguen,
precisemos lo siguiente: al-Haqq al- makhlúq bihi es el Dios en el que y
por el que se ha creado todo ser (el Creador-Criatura). Al-Haqq
al-motakhayyal, el Dios manifestado por la Imaginación teofánica. Al-Haqq
ai-makhlúq fil-i'tiqádát, el Dios creado en las creencias. Tajdid
ai-khalq, la recurrencia de la creación.
6. cf.
Ibn 'Arabi, Kitáb al-Fotuhát al Makkiya, ed. de El Cairo, 1329 H., vol.
u, p. 310.
7.
Ibid., sobre la Nube como esencia (haqiqa) de la Imaginación absoluta (khayál
motlaq), de la Imaginación que esencializa (khayál mohaqqiq) y
configura (mosawwir) todas las formas o receptáculos que constituyen el
aspecto exotérico, manifestado, epifánico del Ser Divino (Záhir Alláh).
8.
Finalmente, como habrá podido observarse ya y por razones que no ha lugar a
exponer aquí, la expresión hecceidad eterna nos parece la
traducción más exacta para la expresión A'yán thábita, un concepto
complejo en el léxico de Ibn 'Arabi. Como es sabido, el término hecceidad es
característico del léxico de Duns Scoto. La utilización que aquí se hace de él
no implica la afirmación de una afinidad u homología que, en todo caso, sólo
podría establecerse tras un estudio en profundidad de los avicenianos tardíos
en Irán, influidos ellos mismos por la teosofía de Ibn 'Arabi.
9.
Fot. II, p. 313. Como suspiro divino, la Nube es un soplo inhalado y exhalado
en el Ser divino (en la haqiqa del Haqq); es la configuración (y la
posibilidad de la misma) de lo creado en el Creador. Es el Creador-criatura, es
decir, aquel en el que son manifestadas todas las formas del universo, aquel en
que se sucede la infinita diversidad de las teofanías (fa-kána al-Haqq
al-makhluq bihi má zahara min sowar al- 'álam fihi wa má zahara min ikhtiláf
al-tajallí aliláhi fihi).
10.
Fot. II, p.311.
11.
Cit. en Fot. II, p. 379.
12. Ibid.
13.
Cf. los cinco significados “descendentes” que incluye el término “materia” en
la teosofía de Ibn 'Arabí y en teosofías relacionadas con ella: supra, n. 23 in
fine, p. 350.
14.
Cf. ibid., las observaciones de Abdorrazzáq Káshání sobre Nafas al-Rahmán y Nur
Qáhir (Lux victorialis) en los ishráqíyun de Sohravardí, que hacen
derivar su idea de luz de la Xvarnah o “Luz de Gloria” del zoroastrismo.
En términos generales, la misma ontología del mundo de la Ideas-Imágenes es
común a las teosofías de Ibn 'Arabí y de Sohravardí (véase nuestra edición de Hikmat
al-Ishráq, Bibí. Iranienne. vol. II. 1952, Indice analítico); compárese la
montaña de Qáfy sus ciudades de esmeralda con la “Tierra creada del remanente
de la arcilla de Adán” (cf. nuestro libro Terre céleste et corps de
résurrection: de l’Iran mazdéen a l’Iran shi'ite, pp. 136 55. [Corps
spirituel et Terre céleste... pp. 100 ss.]) o también el país de Yúh (el
cuarto cielo, el del Sol, o el de Núh, Noé), Ibn 'Arabí, Fosús I, p. 74
[29]; Gilí, al-Insán al-Kámil, II, 27. La ontología de este mundo intermedio o mundus
imaginalis ha fascinado, en alguna medida, a todos nuestros
teólogos-teósofos. Mohsen-e Fayz, gran pensador imamita iranio del siglo XVII,
habla de él como el mundo que “ocupa en el macrocosmo el mismo rango que la
Imaginación en el microcosmo”. En ese mundo “en el que se corporifican los
espíritus y se espiritualizan los cuerpos” se penetra por el órgano de la
Imaginación activa, También Ibn 'Arabí ha descrito de forma llamativa el
acontecimiento psíquico que marca esta entrada: “En aquella Tierra existen
figuras (o Formas) de una especie maravillosa, se alzan en las entradas de las
avenidas y dominan el mundo en que estamos, su tierra y su cielo, su paraíso y
su infierno. Cuando uno de nosotros quiere penetrar allí..., la condición
requerida es la práctica de la gnosis y el aislamiento de su templo de carne.
El que allí entra encuentra Formas que, por orden divina, vigilan la entrada de
las avenidas. Una de ellas se dirige hacia el recién llegado; le viste con una
túnica adecuada a su rango, le coge de la mano y se pasea con él por esa
tierra, y actúan a su antojo. No pasa junto a piedra, árbol o pueblo, o
cualquier otra cosa, sin hablarle de ello, si así lo quiere, como un hombre
habla con su acompañante. Hablan lenguas diferentes, pero esta tierra tiene la
peculiaridad de dar el dominio de todas las lenguas que allí se hablan a
cualquiera que en ella penetre. Cuando quiere volver, su acompañante va con él
hasta el lugar por el que había entrado; le quita la túnica con la que le había
vestido y se aleja” (Fot. I, p. 127). Las descripciones que la teosofía sufí da
de este mundo misterioso y transfigurado, parecen estar en sorprendente correspondencia
con el Dharmadhátu del budismo mahayánico (cf. D.T. Suzuki, Ensayos
sobre budismo zen, 3ª serie, Buenos Aires, 1973, pp, 144 ss., 153 ss.). En
correspondencia también con las visiones de Swedenborg, cf. infra, n. 202.
15.
Fosus I, pp. 101-102 [51]; compárese Zill al-nun y Zilí al-zolma,
sombra luminosa y sombra tenebrosa, en 'Aláoddawleh Semnání, Tafsir.
16.
Ibid. 1, p. 103 [52]; cf. principalmente el Comentario de Kásháni (El Cairo,
1321 H.) insistiendo en el hecho de que aunque la Imaginación opere la
diferenciación, ello no significa en ningún modo que motakhayyal
equivalga a “ilusorio” o “inconsistente”, como lo creen ciertos profanos ('áwámm).
No hay que equivocarse sobre la verdadera naturaleza de esa “consistencia”.
17. Y
cada Nombre designa en ese sentido el Haqq motakhayyal, ibid., 1, p. 104
[52-53].
18.
Ibid., 1, p. 104 [52-53]
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