¿Por qué la epistemología podría ser importante a la psicoterapia?
(Art. publicado tb en sitio web antroposmoderno.com con fecha 20.11.2009)
M.L. Paula Durán Hurtado[1]
Resumen
Se hace un rápido recorrido por las diferentes corrientes de pensamiento filosófico, con el fin de ir demostrando que la Epistemología, como disciplina de la Filosofía, está a la base de la forma cómo se enfrenta la situación psicoterapéutica, ya que entrega una concepción antropológica: las teorías actuales indican que la verdad –que es lo que interesa al conocimiento- ya no es un predicado del juicio sino uno del ser.
Palabras clave
Epistemología; psicoterapia; conocimiento; verdad ontológica
El uso de “verdadero o falso” tiene algo que nos confunde
Porque es como si me dijera “está o no está de acuerdo con los hechos”
(L.Wittgenstein)
La pregunta de por qué la epistemología podría ser importante a la psicoterapia nos remite necesariamente a cuestionarnos si la filosofía, lo es para la psicología. La epistemología es una disciplina de la filosofía; la psicoterapia, de la psicología. En ambos casos, puede decirse que una y otra son formas de expresión de sus respectivos campos disciplinarios.
¿Qué es exactamente la filosofía? Etimológicamente, es “amor al saber”, “deseo de conocimiento”. Sin embargo, al preguntamos ¿qué es lo que le interesa saber a la filosofía?; es decir, ¿cuáles serían los contenidos a los cuales se llamará filosóficos?, se presenta el problema del método[2] –compartido por todas las ciencias-. Dilthey sugiere que lo mejor es comenzar por conocer cuál es la representación general que las personas tienen de ella y no por lo que evoca su concepto (Hessen, 1974; 12). Al hacerlo, observamos que hay dos cuestiones claves: la universalidad de sus contenidos y la actitud intelectual del filósofo.
Efectivamente, los contenidos de la filosofía tienden a la universalidad[3], a diferencia de los contenidos científicos, interesados por la especificidad. Por otra parte, la actitud del filósofo, es netamente cognoscitiva e intelectual, ya que no busca conocer el objeto, sino hacerse una idea respecto de él. A la filosofía le interesa la totalidad de los objetos –incluido el universo-, aspirando a conocer las últimas conexiones entre las cosas; es decir, abarca no sólo el ser personal, sino también el ser universal. El conocimiento, que interesa a la filosofía, puede ser -por tanto- teórico o práctico, porque busca racionalizar respecto del mundo subjetivo y del mundo objetivo; pero, no busca ni se interesa per se en ninguno de esos dos mundos.
En consecuencia, “la filosofía es un intento del espíritu humano para llegar a una concepción del universo mediante la autorreflexión sobre sus funciones valorativas teóricas y prácticas” (Hessen, 1974; 17). Esto implica que, de los contenidos filosóficos se originan las principales disciplinas y del método utilizado para abordarlos, las principales corrientes de pensamiento.
Ahora bien, Hessen observa tres grandes áreas teóricas: la del Conocimiento, la de los Valores y la del Mundo y sus orígenes. En el área del conocimiento, en que se encuentra el saber obtenido de la reflexión que hace el sujeto respecto de la conducta teórica, reconoce dos disciplinas: la Lógica –conocimiento formal- y la Epistemología –conocimiento material-. En el área de los Valores, que contiene el saber del sujeto respecto de su conducta práctica, están las ciencias Ética y Estética. En el área del Mundo y sus orígenes, la cual reflexiona acerca de la conducta práctica en general, agrupa la Metafísica –del espíritu y la naturaleza- y la Cosmología. ” (Hessen, 1974; 25-33).
Distinguir cuáles sean los terrenos y alcances de la Lógica y la Epistemología parece ser indispensable si se quiere evitar equívocos en la comprensión de las actuales tendencias gnoseológicas[4].
La Lógica investigó los principios formales del conocimiento, las formas y las leyes que lo rigen; de su aplicación puede verificarse si un determinado argumento es o no correcto, si cumple o no con las normas para serlo, si sus partes y la relación entre ellas es completa y coherente. En rigor, la Lógica buscó la VALIDEZ[5] del pensamiento y no la VERDAD de los hechos; quiso normar la forma cómo el raciocinio debía ser estructurado, a partir de su fundamento, para que sus partes dieran como resultado una expresión racional. En este sentido, un argumento podría estar perfectamente bien estructurado –ser válido- pero, falso -no corresponder a la realidad-. Este podrá ser el caso de una hipótesis que no logra ser comprobada al término de la investigación. El enunciado siguiente constituye un ejemplo de lo que se dice: “Si todos los altos son rubios y Juan es alto, es rubio”. La Lógica también podrá normar un argumento sobre especies inexistentes y, por tanto, un hecho indemostrable, aunque válidamente constituido. Un ejemplo de esta posibilidad es la sentencia: “Todos los centauros son ficción; Quirón es centauro, por tanto, ficción”. También podría suceder la situación inversa: la sentencia y sus proposiciones, verdaderas; falaz el argumento –este último es el que interesa a la Lógica-. Un ejemplo de ello podrá ser el enunciado: “Todos los hombres son mortales; Sócrates es mortal, por tanto, hombre”. Las combinaciones posibles de esta triple proposición son ocho, distinguiéndose cada una en su verdad o falsedad; de la necesidad o suficiencia de sus partes –tres, en cada uno los ejemplos dados-, dependerá la validez o falacia de su estructura.
Por otra parte, la epistemología[6] investigó los supuestos materiales del conocimiento científico; quiso explicar el conocimiento humano. Su quehacer está necesariamente vinculado al objeto y su objeto es el conocimiento; la Epistemología quiso saber la VERDAD de los hechos que conoce. Los desacuerdos surgen cuando diferentes pensadores quisieron responder –cada uno desde su paradigma- ¿dónde está el objeto de conocimiento que interesa a la Epistemología? Descartes –racionalista moderno- desarrolló su filosofía convencido de que los pensamientos tenían una naturaleza propia, verdadera e inmutable; “la mente, en su carácter de entidad de razonamiento activo, era el árbitro supremo de la verdad, y atribuyó las ideas a causas innatas, y no provenientes de la experiencia” (Gadner, 1988; 21-80). Locke, empirista, creyó que la experiencia sensorial era la única fuente confiable, ya que tener una idea en la mente no probaba la existencia de aquello. Berkeley, escéptico empirista, terminó por negar que el mundo material tuviera una existencia independiente de la percepción que se tiene de él; dio primacía al si mismo, como sujeto de la experiencia, en la mente que percibe (Gadner, 1988; 21-80). Hume, escéptico empirista, cuestionó el concepto de causalidad en la naturaleza, ya que –dijo- no era necesario que un hecho sucediera a otro; la mente sólo podía ser conocida de la misma forma que la materia, a través de la percepción (Gadner, 1988; 21-80). Locke, Berkeley y Hume quisieron investigar cómo surgía el pensamiento y daba origen al conocimiento. Kant –fundacional- trató de compatibilizar ambas posturas y quiso comprender la naturaleza de la experiencia y de la mente. La naturaleza contendría un “a priori”, posible de ser captado por la mente, el yo individual. La mente sería un órgano activo del entendimiento, que modela y coordina las sensaciones e ideas, transformando la multiplicidad caótica de la experiencia en la unidad ordenada del pensamiento. El mundo sensorial y material existiría fuera del sujeto y podría ser conocido; sin embargo, los hombres conoceríamos fenómenos –apariencias- y no ideas –noumeno-. Las experiencias adquirirían sentido por estar categorizadas por el entendimiento, a través de conceptos como cantidad, cualidad, modalidad. Este proceso podría, también, ser a la inversa, categorizando a priori y aplicando los esquemas resultantes a la realidad. Buscó describir el nivel de la representación, la forma cómo el pensamiento estaba presente en cualquier entidad, de modo de poder vincularse con los objetos materiales y mentales. (Gadner, 1988; 21-80). Se preguntó cómo es posible el conocimiento, cuáles son sus premisas, sus supuestos. El kantismo llegó a su máxima eidética con Hegel y Schopenhauer, cuyos pensamientos no se sabe si clasificarlos de epistemológicos o metafísicos. Su ciencia –la de Kant- fue cuestionada por Russell y Whithead –lógicos-, quienes distinguieron el conocimiento sensible inmediato del que puede hacerse través de la inferencia, lo cual implicaba que el mundo exterior podría ser cognoscible a través de constructos lógicos hechos a partir de datos sensoriales (Gadner, 1988; 21-80). Wittgenstein –filósofo del lenguaje- postuló una correspondencia formal entre la configuración de los objetos del mundo, de los pensamientos en la mente y de las palabras en el lenguaje (Gadner, 1988; 21-80). Pensó que muchos enigmas filosóficos podrían resolverse atendiendo a la forma cómo las personas utilizaban las palabras; que el lenguaje era una actividad básicamente pública y comunitaria, que se transmitía culturalmente y que, aunque a lo que se hacía referencia al utilizar una determinada palabra llevaba a una experiencia personal, el término mismo hacía alusión a un significado común. (Gadner, 1988; 21-80). Austin, en la misma línea de pensamiento, dijo que el lenguaje no sólo expresaba lo que sus palabras sino que tenían un sentido interno dado por quien lo emitía. Quine se interesó por saber cómo el individuo dotaba de sentido a sus experiencias; pensó que la epistemología estudiaba un fenómeno natural: el sujeto físico humano quien, enfrentado al “mundo” se hacía una “opinión” de él y desde ésa –su teoría subyacente- probaba o comprobaba el mundo que le rodeaba. Rorty, que conocer es representarse en forma precisa lo que está fuera de la mente; entender la posibilidad y la índole el conocimiento es entender la forma en que la mente es capaz de constituir una teoría general de la representación; el carácter de la mente sería inefable y no se daría cuenta de la validez de una creencia relacionando la idea con el objeto a que ésta se refiere.
Así, preguntarse cuál es el origen del conocimiento no parece tener una respuesta sencilla o única: Aristóteles pensó que la necesidad objetiva provenía de los hechos; Kant, de la estructura de nuestra mente; Wittgenstein, del lenguaje.
Etimológicamente, conocer es percibir con entendimiento y dirección. Edinger (1978) nos dirá que es una toma de conciencia que hace el sujeto respecto del [las características] objeto que conoce; fenómeno que se presenta en relación[7]; es decir, para que exista conocimiento, es necesario que el sujeto se des-identifique del objeto y lo distinga como un “otro”. Esa des-identificación del sujeto que conoce respecto del objeto que quiere conocer podrá ser intermediada a través del reflejo y ese reflejo bien podrá ser el lenguaje, el arte, el drama, el aprendizaje; todos, medios que permitirían a ese ente / conocimiento “desenvolverse” para ser conocido[8]. Schiller decía que “la función del arte no era traducir al ser humano un sueño momentáneo de libertad, sino hacerlo libre.” (Edinger, 1978). En ese sentido, ¿podrá decirse, entonces, que la función del lenguaje no es traducir al ser humano un pensamiento /imagen /representación mental sino “hacerlo” eso que traduce? El lenguaje sería una forma de hacer realidad; el lenguaje “haría ser”.
Las nuevas posturas teóricas “trasladan” la verdad desde lo pragmático hacia lo ontológico. La verdad, que es finalmente lo que se busca a través del conocimiento, ya no estaría más en el predicado del juicio –ni será una función del conocimiento- sino un predicado del ser. Lo verdadero y lo falso no serán predicados de la representación, sino del objeto. Algo podrá ser verdadero intelectualmente y falso, ontológicamente; pero además, el error en el conocimiento del Ser, ser verdadero. El término “verdad” comienza a utilizarse en el sentido Heideggeriano: la verdad se encuentra velada y deberá ser des-cubierta por -¿y para?- la conciencia; pero no es exactamente una esencia existente de las cosas –inmutable y eterna, como quiso Platón- “tapada” por una “apariencia”, sino una situación en que “se encuentra” al ser conocida por el sujeto. La verdad no es sólo correspondencia con lo auténtico –porque Heidegger, de alguna forma, reintrodujo el concepto de apariencia-, sino también, una correlación con el alcance del concepto que la significa; busca el “cumplimiento” de las características encerradas en el concepto, en aquel producto al que se hace referencia externa al emitir la palabra. La verdad se encuentra en una relación originaria con el ser y si fuera posible develar la ontología del concepto, se hablaría entonces de una verdad del conocimiento. Hartmann –metafísico intuitivo- hablaba de una aporía general del conocimiento y se refería a que si la conciencia y el mundo pudiesen saltar desde sus esferas –sin abandonarlas- para encontrarse en esa relación de mutua determinación, la verdad apuntaría a la relación cognoscitiva y su problema: el encuentro sujeto / objeto. Hartmann parte de la fenomenología del conocimiento; Heidegger, de la del ser.
Para Heidegger el fenómeno de la verdad es una forma de ser y se origina en el ser y no en el conocer; la verdad depende del ser del sujeto que conoce y del ser del objeto a ser conocido; es relativa a la existencia del ser, en el sentido que los entes son “descubiertos” en la medida en que el ser humano “es”. Es el hombre el que se pro-pone en el enunciado, por lo que el “lugar” de la verdad es el ser, porque es el comportamiento humano de apertura al ser que se “da” en su medida. El proceso del conocimiento, para Heidegger, es intuitivo: el existente se expone al Ser y el Ser se descubre al existente (Millas, 1969; 446). Este Ser es la totalidad que, descubierta al existente, lo invade y es en esta “invasión” cuando los seres particulares pueden tener comportamientos reveladores o de apertura y en ese instante “exponerse-uno y descubrirse-otro” produciéndose el encuentro-ser-conocimiento; así realiza el hombre su esencia de ser-en-el-mundo. El pensamiento del Ser es el máximo comportamiento de apertura y su forma inmediata, la intuición. “La razón y su representar constituyen una manera de pensar y no están determinados por sí mismos, sino por aquello que el pensar ha ordenado que sea pensado al modo de la ratio. La razón surge en la experiencia del Ser, pues Ser quiere decir, presencia. Presencia que embarga al pensamiento siendo uno con él.” (Millas, 1969; 448).
Ahora bien, dado que el Ser Es en este descubrir-a / develarse-para, el proferir una proposición es un ser-que-se-refiere. Al hacer la proposición –una misma proposición, sea ésta verdadera o falsa- “Pedro es psicólogo”, se hará verdadera o falsa en la medida en que “comparezca” el encuentro de descubriéndose el proponente y develándose el psicólogo y este Pedro psicólogo se muestre en su develación para hacerse comprobable; de no comprobarse por sí misma, habrá de hacerse verificable. Así, la verdad es un elemento de la existencia, que descubre el ser en su estado de degradación y lo descubre en su autenticidad.
La pro-posición propone; hay en ella una apertura y comportamiento descubridor, pero ella no descubre; el descubrimiento es posterior al pensamiento, constituido por una expectativa que, si se realiza, descubre. “El enunciado ocupa el lugar del objeto, es una representación de su estructura significativa y su sentido consiste en experiencias virtuales; …cuando la experiencia se realiza, la proposición muestra su verdad; …cuando otras experiencias se realizan, la proposición muestra su falsedad; …cuando la experiencia no se realiza, la proposición no se verifica”. (Millas, 1969; 452) La proposición misma, como actual experiencia cognoscitiva, es uno de los modos como tiene lugar la apertura del hombre al mundo: formulándola, fundándola y creyéndola, se somete al ser que lo trasciende, poniéndolo ante sí como expectativa. En definitiva, la verdad se des-cubre y ello es posible cuando la existencia se revela a sí misma como forma de ser; la verdad Es en develación y des-cubierta; no Es sino en Existencia.
Entre las nuevas posturas teóricas del “problema” de la verdad, se encuentra Habermas quien, inspirado por Wittgenstein, propone analizar el significado de las expresiones del lenguaje en su uso común, pero en contextos específicos. El lenguaje -dice- es una forma de interacción social, estructurador de la experiencia que refleja y reproduce estructuras sociales. En rigor, el lenguaje es una forma de comunicación y tal proceso es posible porque existe algo en común entre quienes se relacionan. Esa Intersubjetividad es un entendimiento mutuo que lleva a un acuerdo fundamentado y justificado al que se accede a través del diálogo. Quienes forman parte de ese “juego” compartirían en la práctica “códigos” que finalmente definen las reglas y normas de ese juego lingüístico. Habermas propone revaluar la filosofía crítica pensando el proceso de formación de conciencia a partir de las dialécticas interpretadas como del trabajo, de la interacción (vida moral) y del lenguaje (representación).
La Filosofía del Lenguaje diría que cada afirmación hecha por un hablante supone y anticipa una respuesta que puede ser dada por un oyente. Así, podría reconstruirse el discurso general que comienza con una postura inicial de uno de los interlocutores ante la cual está dispuesto un segundo interlocutor que validará ambas participaciones. La identidad del hablante es su conciencia y ésta se ha constituido como su capacidad de realizar actos de habla; uno y otro interlocutor se identifica, produciéndose el consenso cuando existe identificación recíproca; el consenso es posible porque, previamente, se han reconocido y validado ambas participaciones. Así, la identidad de estas dos personas supone una identidad colectiva –a la cual pertenecen- y de esta forma se concluye que la identidad propiamente tal no es originaria sino constituida socialmente. A su vez, las reglas de validación deben ser consensuales, no pudiendo ser consideradas como subjetivas, privadas e individuales (Marcondes de Sousa, s/a). ¿Es posible, sin embargo, que tal lenguaje al ser “traducido” a la semántica formal –para llevarlo al sistema común al que pertenece-, pudiera perder lo que le es propio; es decir, el significado que tendría para quien lo utiliza? La idea central de estos pensadores es que, el lenguaje expuesto en el diálogo entre dos o más personas “hacen realidad” y esto implicaría que la realidad –la verdad- no estaría “depositada” en el sujeto ni el objeto –conocedores, expuestos, develados-, sino que sería una instancia ontológica en continuo dinamismo. Para ejemplificar, uno podría decir que si se está pensando en construir una casa y la idea se expone dialógicamente con otro, comenzando uno y otro a dar ideas de cómo ésta podría ser, la realidad de esa “casa” cobra existencia para ambos; realidad que, previo a dicha conversación, no existía. Es decir, en el momento que es posible que una persona verbalice –siempre con otro y en relación- un pensamiento, una creencia, una experiencia, dicha instancia adquiere verdad, existe; pero existe porque uno muestra y otro devela; la misma casa, del ejemplo reciente, no existe para quien no ha estado presente en esa conversación. La palabra CONCIENCIA parece ser la clave en los nuevos paradigmas del conocimiento; conciencia que pareciera también estar íntimamente ligada a existencia en el sentido ontológico. Ser y conocer serían idénticos.
Por otra parte, el nivel, grado o amplitud de conciencia que pueda tenerse de la realidad -de sí mismo- sería básico para la propia realización; porque, el ser humano se “realizaría” en la medida en que “fuera” y “sería” en la medida de su conocimiento. Ese conocimiento puede experimentarse “en relación”. Que el conocimiento “hace realidad” y que ese conocimiento se formaliza en el lenguaje, estando éste dispuesto, parece ser bastante ejemplificable: a) si un jefe le dice a su empleado “estás despedido”, la realidad de ese empleado le fue modificada en ese acto de habla; b) lo mismo podrá decirse si uno de los miembros de una pareja le dice al otro “he dejado de quererte”; o bien, c) un juez dicta sentencia a un acusado diciéndole que la Corte lo ha encontrado “culpable” y que “está condenado a 10 años de privación de libertad”; d) para una madre, cuyo hijo ha sido agredido por el padre, habrá de haberse producido un “cambio de realidad” al enterarse de aquello. En cada uno de estos casos, el contenido de ese lenguaje adquiere un sentido, que es compartido por quienes han establecido esa relación; de lo contrario, no podrá darse la comunicación entre las partes.
El SER “es” en el mundo. Un SER que va “cambiando /completando /constituyéndose” en la medida que va “siendo” e interactuando. El conocimiento de sí mismo, la autoconciencia se va estructurando en lo social y a través del lenguaje. El SER está siempre siendo; pero puede ocurrir algún “quiebre” que tienda a paralizarlo y es entonces cuando debe intervenir el terapeuta, ante la existencia de escisión, para intentar que el “paciente” reconstruya sentido, vuelva a “conectar”, dé contenido a ese espacio “vacío” –producto de ese quiebre-. De esta forma, el “quiebre” no es “una enfermedad”, independiente del sujeto que la padece; sino una falta de unidad en la totalidad de ese ser humano; una “detención” del proceso de ser. Es en esa “detención de procesos” cuando el hombre reflexiona, se vuelve hacia sí mismo, haciendo posible el cambio, la reconstrucción de unidad.
El estilo psicoterapéutico –basado entonces en co-construcciones y aprendizaje, tanto del paciente como del terapeuta- dependerá de la forma cómo este último haga las abstracciones de conocimiento que arman su concepto de realidad y les da a estas estructuras una lógica que las haga coherentes en sí mismo. De esa forma, él va “seleccionando” datos de sus percepciones y la forma cómo lo hace va definiendo la epistemología, la forma de conocer el mundo; esa teoría se va construyendo en el terapeuta de manera subjetiva, construyendo al hecho y procesándolo como verdadero. Ceberio (s/a) dice que “las teorías son también las que respaldan y conforman modelos del saber y del conocimiento; …. Los modelos terapéuticos se estructuran partiendo de dichas bases teóricas y se moldean a través de lo pragmático corroborando o descartando el sustento por el cual se avalan”. Toda forma de conocer está regulada por la historia personal, la familia, los acuerdos y diferencias, la tipología personal; es decir, por todo lo que uno es y todo aquello por lo cual uno es lo que es y cómo es. La consulta es justamente el lugar en el cual se produce el encuentro entre esas dos realidades y dos formas de conocer. Y es en este espacio donde puede darse la oportunidad de reconstruir realidades alternativas que den una mejor respuesta a la “escisión” producida en el paciente, quien junto con el terapeuta habrá de ver las mejores alternativas para “reconstruir”, “reestructurar” o para permitir que el proceso de Ser continúe.
Maturana (Ruiz, s/a) ha hecho grandes y reconocidos aportes a esta teoría indicando que el paciente estará siempre limitado por la forma cómo da significado a sus experiencias; que puede intervenirse en la forma cómo el significado está organizado, pero no, en el significado mismo. Ningún organismo –incluido el hombre- tendría interés –dice- en saber si su conocimiento es o no verdadero; lo que le importa es que le sirva para sobrevivir. Entiende a los organismos como totalidades de vida –también la mente sería una instancia de vida- organizaciones dentro de una gran organización –vida-. Tanto la mente como la vida son autopoiéticos, autorreferenciales y circulares. Así, la intervención psicoterapéutica sería un reordenamiento de la experiencia del paciente, determinado por el paciente y no por el terapeuta. La función del terapeuta podrá ser, entonces, la de producir el “quiebre” del que se habló anteriormente, para que el paciente reorganice su “material” experiencial. La organización es estable; la estructura de esa organización, es modificable y determina cuáles y qué cambios son posibles en esa unidad y qué interacciones pueden hacerse para desencadenar esos cambios. (Ruiz, s/a)
La forma de ser de cada persona se debe a sus historias de interacciones con el mundo; somos siempre el presente. El mundo del paciente le pertenece al paciente y no hay forma de “cambiar” su mundo, jugando el lenguaje un rol privilegiado. El lenguaje es un fenómeno de vida y pertenece a la historia evolutiva de los seres humanos: es una forma de expresar –segunda experiencia- las emociones -primera experiencia- para comprender lo que sucede, para explicar su experiencia en el vivir y asimilarla a la continuidad de su práctica de vida. Cada palabra o gesto no está relacionado con algo exterior a nosotros, sino con nuestro quehacer y con nuestra coordinación para ese quehacer con los otros. Son precisamente ese quehacer -y las emociones que están en su base- lo que específica y da su significado particular a nuestras palabras. Por esto, a nivel de la experiencia inmediata no se puede diferenciar lo que es una ilusión de una percepción; sólo lo logramos en el lenguaje” (Ruiz, s/a)
Maturana acuña el término lenguajear, con el que denomina a la relación dinámica y funcional que se da entre la experiencia inmediata y la coordinación de acciones consensuales con los otros y aclara que este lenguajear está constituido por la relación entre las emociones y el lenguaje. En su enfoque ontológico el lenguajear corresponde a una expresión de la temporalidad humana: todo lo que ocurre, ocurre en el lenguaje, en el aquí y en el ahora. Desde aquí, se está desarrollando la trama narrativa o el pensamiento narrativo en la construcción de la experiencia humana y, por tanto en la psicoterapia del futuro. (Ruiz, s/a) La experiencia humana tiene lugar en el espacio relacional del conversar.
A través del amor, el otro, o lo otro o uno mismo, surge como un legítimo otro en la cercanía de la convivencia. Es decir, la legitimidad del otro se constituye en conductas u operaciones que respetan y aceptan su existencia como es, sin esfuerzo y como un fenómeno del mero convivir. Legitimidad del otro y respeto por él o ella, son dos modos de relación congruentes y complementarios que se implican recíprocamente. Maturana dice que la vida actual nos enfrenta a un modo de vida que niega sistemáticamente el amor.
Sostiene que el proceso terapéutico es siempre el mismo, cualquiera sea la forma de la psicoterapia, y se obtiene cuando el terapeuta logra, mediante su interacción con el paciente, guiarlo, conducirlo inconscientemente, en el abandono de la negación sistemática de sí mismo y del otro, y en la recuperación de la biología del amor como la manera central de su vivir.
Conclusiones
Teniendo el lenguaje la importancia que se le ha asignado en las últimas décadas, todo lo que sea explicitar los contextos y hacerlos realidad, será un aporte al Ser y a la Conciencia. Es la vida la que se juega –en definitiva- en el lenguaje, en la explicitación de teorías, en el intercambio de conocimientos, opiniones, puntos de vista, realidades. Es la vida la que se interrelaciona cuando se expone al Ser y se dispone el Ser hacia el otro.
La Epistemología encierra en su definición una visión de lo que es el hombre y parte del “explicitar” teoría es también “hacer humanidad”. Las nuevas posturas teóricas han ido “espiritualizándose”; seguramente influidas por los avances en las investigaciones de la física cuántica. Esto ha implicado que la dualidad cuerpo y alma ya no sea tal, sino que el hombre se va distinguiendo por ser totalidad –o un sistema, como finalmente dice Maturana-; un sistema dentro de otros sistemas más “amplios”; un sistema autopoiético que se intersecta con otros, para “hacerse” y “desplegarse. Un sistema que va “iluminándose” en sus diferentes partes a medida que va desplegándose con otros, integrando las diferencias, aceptando la otredad, haciéndose parte de ella, realizando el Amor -entendiendo por ello la aceptación incondicional y sistemática del otro y de sí mismo-.
La ciencia, responsable inicial de tanta escisión entre el hombre y su mundo, va abriendo así puertas a espacios más intuitivos, devolviendo la esperanza de reconciliación y cohabitación de los mundos interno y externo. También la vida, va demostrando cada vez con mayor claridad que, no es un misterio por resolver, sino una realidad a experimentar; no es algo que se estudia ni se explica, sino algo que se emprende. La vida, finalmente, como un encuentro amoroso.
Referencias Bibliográficas
CEBERIO, M. (2005) “Epistemología y Psicoterapia: Hacia la Construcción de un Nuevo Paradigma.” http://www
EDINGER, E (1978) “El Sentido de la Conciencia en la Creación de la Conciencia”. Cap.2
ESTRELLA, J. (1978) “La Inducción I. El análisis tradicional”. Editorial Universitaria, Chile
ESTRELLA, J. (1982) “Ciencia y Filosofía”. Editorial Universitaria. Chile.
GARDNER, H. (1988) “La Nueva Ciencia de la Mente. Historia de la Revolución Cognitiva”. Ed. Paidós, Bs.Aires
HESSEN, J. (1974) “Teoría del Conocimiento”. Ed.Losada, Argentina
MARCONDES DE SOUSA, D “Willgenstein y Habermas: Filosofía del Lenguaje bajo una perspectiva Crítica” http://www.utp.edu.co/~chumanas/revistas/revistas/rev29/areiza.htm
MILLAS, J. (1970) “Idea de la Filosofía. El Conocimiento”. Ed.Universitaria, Stgo., Chile
RUIZ, A. “Los Aportes de Humberto Maturana a la Psicoterapia”. http://www.inteco.cl
[1] Profesora de Filosofía, Licenciada en Educación, Magíster en Administración Educacional, Magíster Psicología Clínica Junguiana 2006-2007 ©
[2] J.Estrella (1976;.66) dice que toda inducción esconde una deducción, violándose así la fórmula lógica “de particulares, nada se infiere”. También los escolásticos decían que la verdad ‘desciende’, a diferencia de la falsedad que ‘asciende’.
[3] J.Estrella (1982; 15) se preguntará si estará garantizado que el dominio de la filosofía no se irá restringiendo a expensas de un crecimiento del ámbito de la ciencia.
[4] Utilizaré indistintamente los términos Gnoseología, Epistemología, Teoría del Conocimiento y Teoría de las Ciencias.
[5] En Lógica se habla de “verdad”, anoto “validez” a fin de hacer más comprensible el tema.
[6] Se cuestiona el objeto de estudio de esta ciencia, porque al interesarse por conocer el conocimiento –que no es la realidad misma, sino una realidad referida a otra- se constituye en una tercera realidad, el estudio del conocimiento del conocimiento de la realidad.
[7] Etimológicamente conciencia es “saber” “con”
[8] Los procesos oníricos tendrían –pienso- el mismo sentido: “desenvolver” el material psíquico para que pueda ser observado por quien sueña y de tal forma desentrañar su significado, haciendo conciente un contenido que hasta entonces se mantenía inconsciente.
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