Mercurio, azufre, sal, ciclos
lunar y solar. Un crisol encendido en el cual se fragua la esencia en el camino
de la evolución. La piedra como resultado final.
Diego Cerrato
Mucho se ha escrito sobre el Arte
Alquímico desde que en la Edad Media resurgiera con fuerza en Europa. Desde
entonces, no pocos buscadores de oro malgastaron su vida en las penumbras de
sus viejos laboratorios, entre legajos, alambiques y crisoles calentándose a
fuego lento, dando lugar, eso sí, a variados mitos y leyendas fantásticas. Los
más diversos buscadores del Arte devoraron febrilmente manuscritos y libros
complicados, recorrieron grandes distancias, malgastaron sustanciosas
cantidades de dinero y sufrieron las más diversas y viles ilusiones aun a
sabiendas de que cualquier niño podía comprender la clave. Buscaban una
doctrina donde no existe doctrina, pues, la Alquimia es una realización íntima,
subjetiva. Para encontrarla sólo hay que estar vivo, despierto. Por lo tanto,
no se puede considerar la Obra como un objeto, sino como un sujeto. Es un
movimiento que se ocmprende andando, un baño en el que hay que zambullirse.
Cuando la obra se ha realizado,
los conceptos e imágenes vienen para traducirla, si ella place a la Piedra,
pero siempre se expresará de forma absolutamente personal. El concierto que nos
ofrecen los auténticos filósofos herméticos es una sinfonía en la que no entran
dos instrumentos idénticos. Y para ello, cada instrumento debe ser
confeccionado primero por la Piedra, cada instrumento es en realidad la Piedra
misma en una forma individuada, única. Todo verdadero filósofo es un Epimeteo:
el pensamiento viene después de la experiencia.
Para comprender la Alquimia en sus
variados aspectos, sólo se requiere un acto: entrar en el vaso, o sea, acepta
la perspectiva de una transformación con sus imprevisibles y dolorosas
experiencias. Esta adhesión a la voluntad de la naturaleza, a la voluntad
divina, nos convierte en fieles adeptos al Evangelio Eterno, único credo al que
se adhieren todos los miembros de la Iglesia Interior Universal.
Esta adhesión tiene como efecto
inmediato el cambiar en Athanor la vida y el mundo de nuestro entorno y el
hacernos ver todo lo que nos converge hacia la realización de la Flor de la
Inmortalidad. Nuestro hornillo transformador es así la totalidad de la vida con
sus pruebas. El fuego que ha de encender y alimentar nuestro Athanor, no es el
fuego profano que alimenta los deseos del Yo manteniendo y ampliando sus
dominios ("Nada arde ene l infierno excepto el Yo"). Nuestro fuego es
el fuego cuyo aguijón ha suscitado nuestra búsqueda y que, sin duda, ya
poseemos en cierta medida. Por ello, nos dice Pascal al hablar a Aquel que
bautiza por medio del Fuego y del Espíritu Santo, "no me buscarías si no
me hubieras encontrado ya".
Lo semejante atrae a lo semejante.
En lo más hondo de mostros existe una chispa inmortal, un fuego divino
prisionero de las tinieblas de la inconsciencia que aspira dolorosamente a
liberarse, a subir hasta nuestros corazones y mentes, a iluminar y transfigurar
todo nuestro cuerpo. Para ello reclama la ayuda de nuestro ser consciente, esa
fracción de nosotros mismos capaz de enfrentar nuestra alma profunda con los
intereses de nuestro Yo, de favorecer lo remoto en nosotros en perjuicio de lo
inmediato, lo eterno contra lo efímero.
Los ciclos de la obra
La obra alquímica tiene dos ciclos
fundamentales. El primero es el Ciclo Lunar, correspondiente a la llamada Obra
menor y representado por la fecundación de la Virgen y el origen del movimiento
del Inconsciente. Este ciclo se expresa con un triángulo con su base en la
Tierra para representar la materia elevándose hacia el Cielo a través del
desarrollo y expansión de la sensibilidad orgánica y emotiva.
La luz de la conciencia, la luz
del Sí, penetra en el inconsciente rompiendo el muro que limitaba el campo de
la conciencia. La interrupción de la luz en el fondo oscuro excita el Fuego
central sulfuroso y mercurial, o sea, que provoca la aparición del inconsciente
y su energía manifestada a través de los Arquetipos en su doble aspecto,
bipolar macho y hembra, positivo y negativo. De esta forma se pone en
movimiento el Inconsciente. El ciclo lunar termina con la Piedra al blanco:
virgen Blanca, Mirlo Blanco, Luna de los Sabios.
La teología cristiana lo
representa como el Espíritu de Luz bajando del cielo que fecunda nuestros
corazones (ya directamente, ya por medio de un Ángel), como fecundó el seno de
María, y allí prepara el nacimiento del Hijo de Dios, del hombre nuevo, del niño
inmortal. Una génesis así no se opera sin dolor.
El segundo ciclo es el Solar,
también llamado Obra Mayor, y representado por la fijación de la Piedra y la
integración de los contenidos del inconsciente. Se expresa con un triángulo con
la base en el cielo, para simbolizar el descenso del Espíritu Santo sobre la
materia, inspirando los más sublimes pensamientos.
Una vez que la luz superior
introducida en la profundidad ha puesto en marcha la rueda mercurial y
extirpado la energía vital que suelen transmitir los Arquetipos, debe completar
su obra coagulando dicha energía, impidiéndole así esparcirse o arrastrar consigo
al ser que la ha liberado en uno de los accidentes que los alquimista llaman
explosión de horno, término más evocador que el de psicosis.
La luz de la consciencia despertó
el Fuego central, el inconsciente dormido. Por medio de una acción diametralmente
opuesta ahora va a retener esa energía para evitar que el individuo, sede de
dicha energía, se funda en el macrocosmos invisible (el inconsciente) y se
pierda en él. Esta luz fijará así la Piedra, haciendo que permanezca en los límites
del vaso, de un cuerpo de hombre, a pesar de contener virtualmente todo el
universo. Siendo la réplica del macrocosmos, del que se reproducen fielmente
las formas y movimientos, es, sin embargo, distinto de él, como el hijo lo es
de su padre. Así se haya realizado el microcosmos, estrella para multiplicarse,
es decir, para transmutar a su vez siguiendo el mismo proceso sencillo y
natural, a los seres oscuros colocados en el campo de su irradiación.
Al igual que en el ciclo anterior,
la tecnología cristiana representa la obra mayor con el suplicio que acaba
repentinamente en la mañana de Pascuas. Viene el ángel a empujar la piedra que
cerraba la tumba y la transforma en Piedra milagrosa: la masa viscosa y oscura
del inconsciente se revela repentinamente del Sí. El ciclo culmina con la
Piedra al Rojo.
La rotación de los ciclos
Los alquimistas siempre han
concedido y conceden mucha importancia a los ciclos naturales de la Luna y el
del Sol, que determinan la sucesión de los días y las noches por un lado, y las
de las estaciones por otro. Pero la contemplación de los ciclos exteriores
sirve de introducción a la de los ciclos interiores, ya que ambos están
relacionados.
Evidentemente no somos iguales en
invierno que en verano, como tampoco somos iguales por la mañana y por la
noche. La consciencia sale con el Sol y con él declina. El inconsciente sube
por la noche y sus estrellas palidecen con la aparición del astro –rey. Michael
Maier escribe con claridad a esre respecto en su obra Atlanta fugiens que
"en este Arte hay dos piedras principales, una blanca y otra roja, de
naturaleza admirable. LA blanca (el inconsciente) comienza a mostrarse en la
superficie de las agua (umbral de la consciencia) a la puesta de Sol,
permaneciendo ahí hasta media noche, tendiendo luego hasta la profundidad. La
roja (el consciente) opera de manera inversa: empieza a subir sobre las aguas
al amanecer hasta mediodía y después desciende al fondo".
Esta movilidad es un aspecto de la
"circulación" alquímica o rotación. La contemplación de estos ritmos
nos liga con las leyes que gobiernan la existencia del hombre.
Arquetipo de bodas alquímicas
La obra interior, con sus pruebas
y tribulaciones, tiene como meta la de abrir en nosotros el libro que es
nuestro libro y que contiene toda la consciencia. Este libro se abre a medida
que se enlaza el ciclo Lunar con el Solar, conduciendo así el proceso al
equilibrio perfecto donde se producen las bodas alquímicas del Rey y la Reina.
Obtendremos así la Piedra Filosofal como fruto de estos esponsales sagrados del
Cielo y la Tierra del Espíritu de Dios (el consciente) y las aguas primordiales
que el Eterno, según la vulgata latina, llamó María, los mares, el
inconsciente. La joya hermética, en su acepción más plena es aquella que ha de
servirnos como estrella conductora, es el Dios nacido del hombre, el Cristo
interior de cuya imagen la Piedra logra la inmortalidad después de haber
liberado su esencia divina de la prisión material de los elementos, a través de
la pasión, la muerte y la silenciosa noche en la tumba.
El mercurio se sitúa en el centro
indicando que está en todas partes. Es el mercurio fluido, nuestra energía
vital que determina el curso de la vida. Basta que reconozcamos en el curso de
la vida. Basta que reconozcamos en él su cualidad divina con un mínimo acto de
atención y amor para que la materia bruta de nuestros experimentos se transmute
en elixir de la vida.
No olvidemos que en alquimia se
habla también del Mercurio doble. Podemos distinguir el primer Mercurio similar
a un mar salado, estéril, como el inconsciente en su estado bruto, inutilizable
y peligroso; y el segundo Mercurio como agua dulce, o sea, la energía del
inconsciente transformada en consciente. Se llama dispensador de viene y se le
dedica este verso: <>. Ser dóciles al inconsciente, a la voz de los sueños
correctamente comprendida, es aceptar que éstos conocen la dirección mejor que
ego. No obstante, éstos suelen ofrecer las más preciosas joyas en el estuche más
burdo.
El uso de los fermentos
Los alquimistas distinguen dos
fermentos: el rojo y el blanco, equivalentes al oro y la plata, al Sol y la
Luna. Estos dos fermentos corresponden a dos grandes principios del universo,
productos de la primera diferenciación del Uno. Son el hombre y la mujer, el
Esposo y la Esposa primordiales. Para los cristianos son el Cristo y su Madre.
Al contemplarlos y al invocarlos, reunimos en nosotros al hombre divino de
rostro resplandeciente como el Sol (Apoc., XII,I)
Siguiendo las exigencias del
momento, el estimulante interior que es el soplo de Viento, la voz del Espíritu,
la voz de Piedra que se forma y estremece ya en nosotros, sabremos alternar el
uso de esos brebajes, el rojo y el blanco, ambrosía al alcance nuestro, licor
de la inmortalidad que nos hace dioses. Los autores dicen que no hay que
mezclarlos, sino emplearlos a su debido tiempo: el fermento blanco para hacer
la Piedra en su punto blanco, y el fermento rojo para hacer la Piedra al rojo.
Lo sabemos ya: toda la obra consiste en mojar y secar después, hacernos yin y
luego yang, unirnos al inconsciente convirtiéndolo en consciente gracias al Sol
del Sí. Las dos operaciones pueden, de hecho ser conducidas ya separadamente
según nos encontremos en período de sequía o de inundación, o alternándolas rápidamente,
utilizando por ejemplo los símbolos de los fermentos juntos.
A través de estas operaciones
madurará el fruto y crecerá el árbol filosófico, estableciendo el vínculo entre
el Cielo y la Tierra.
La multiplicación de la Piedra
El curso de la vida en infatigable
y para perpetuarse sin cesar nuevas rupturas de equilibrio. La manifestación no
conoce descanso. No vive el hombre de su experiencia ya que para merecer la
conservación de esta experiencia vivida, necesita producir nuevos recursos,
preparar otras cosechas. Y lo nuevo se obtendrá sin abandonar lo antiguo. Habrá
que sacrificar una parte, la mejor de los frutos recogidos para que comience un
nuevo ciclo que lleve la muerte a la vida renovada y centuplicada.
Pero con la Piedra en el corazón,
liberado de las fluctuaciones del mundo efímero, apoyándose no ya en el
exterior, sino en el interior, un hombre de este temple, fundado en el
inconsciente, abismo vacío y a la vez denso y lleno como una roca, ha entrado
en la paz intemporal. No es que las pasiones humanas dejen de afectarlo ya,
sino que dichas emociones no pueden alcanzar una zona que se ha creado en él,
el Castillo Interior, la inexpugnable fortaleza. Podrán estas emociones
alcanzar losmuros del Castillo e incluso golpearlos, pero no penetraran hasta
el interior, dominio de la gloria y el honor de Dios.
Afirman los Alquimistas que hay
que deshacer la piedra constantemente para multiplicarla, que para
multiplicarla en calidad y cantidad tenemos de nuevo que hacerla pasar por
todos los colores de la Obra empezando por el negro, arcano mayor donde se
encuentra Saturno, antepasado de los Dioses. Digamos que para renovar nuestra
adhesión al centro, donde brota la fuente de la vida (multiplicación en
calidad), tenemos que renunciar constantemente a toda instalación en posiciones
adquiridas y morir como el sol por la tarde para aparecer de nuevo en la mañana
naciente, en la purpura triunfal de la aurora.
Aunque ya todo no será igual que
al principio, la experiencia nuestra que si un ser está llamado a recorrer
varias veces el mismo ciclo de pruebas y a vivir de nuevo con toda violencia
estados dolorosos que creía haber dejado atrás definitivamente, la rotación de
la rueda se hace más rápida con el tiempo, de tal manera que en pocos días verá
todo un proceso que habría durado años en otro momento. Este hombre se dará
cuenta, al salir del fuego, de que esta muerte breve ha acrecentado la fuerza
de la Piedra en él.
Tengamos presente, pues que en una
exploración alquímica, volverse a encontrar cerca de la base después de un
largo trayecto es la mejor garantía de éxito, puesto que se ha unido el
principio y el fin.
El hilo de Adriana
"El principio de la Obra, es
la muy verídica naturaleza que no nos induce nunca a error" (Aurora
Consurgens). La naturaleza dispone de mil medios para comunicarnos su voluntad,
desde los sueños (se dice del secreto hermético que suelo ser revelado por un
sueño), sus mensajeros más frecuentes y amistosos, hasta los encuentros y
circunstancias exteriores menos esperados, ya que, incluso la realidad toma
también a veces el aspecto de un sueño. No en vano decía Shakespeare
"estamos hecho del mismo tejido que los sueños".
La Alquimia hace brillar para
nosotros la estrella de los Magos; cumple la promesa transmitida hace más de
dos mil años por boca de un viejo auror sagrado que dijo: "su sabiduría
protege a aquellos que la aman, se los aparece, risueña, por todos los
caminos" (Sabiduría VI, 13. Aurora consurgens). Para acogerla, el buscador
no tiene más que mantener los ojos bien abiertos y el corazón disponible. Pero
recuerda que la miel segregada por la piedra tiene un sabor agridulce. Así, si
aceptas la invitación al castillo de las Bodas Químicas de Christian
Rosenkreutz en la entrada la siguiente transcripción Congratulator et Condoleo,
"felicitaciones y pésame".
Muchas gracias Rosemunde y Fragari. Un cálido abrazo !
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