jueves, 1 de diciembre de 2011

Aurora Consurgens o El nacimiento de la Aurora Una lectura junguiana




Aurora Consurgens o El nacimiento de la Aurora
por Bernardo Nante
Artículo publicado en la revista “El Hilo de Ariadna” Nº 2, Bs. As, 2007.

La aurora despierta todas las cosas, anuncia un himno védico. El nacimiento de la aurora es una imagen universal para referirse al surgimiento sutil, vacilante y matizado de la luz oculta en la densa oscuridad de la noche. No se trata de una mera imagen literaria sino de un símbolo, es decir, de la epifanía de un misterio. Por ello, esa oscuridad y esa luz naciente acompaña el despertar del alma. Para decirlo en otras palabras: con esta imagen no se pretende ilustrar literariamente un fenómeno espiritual, sino limpiar la mirada para ver, en y a través de esa imagen el misterio de ese despertar.
Según un relato jasídico más o menos reciente, un discípulo pregunta a su Maestro porqué Dios ya no le habla al hombre. El Maestro responde “Porque nadie quiere humillarse tanto”. Humillarse no significa golpearse el pecho reconociéndose un vil pecador, sino acallar al yo, generar un silencio tan profundo, tan intenso, como para empezar a ver. ¿Y qué empezamos a ver? Nuestro abismo que es el Abismo del mundo, nuestra luz que es la Luz del mundo. Pero el hombre contemporáneo es vocinglero y ha decidido condenarse a vivir en una “tierra baldía”. Cree saber que no puede saber y cierra sus ojos aunque la ventana pueda abrirse.
La lectura del texto del Aurora Consurgens que aquí presentamos parcialmente requiere un poco de ese silencio interior pero también exige de cierta apoyatura erudita, pues nos separa de él no sólo una actitud espiritual sino también un universo cultural. Lamentablemente el espacio sólo nos permite presentar algunos extractos y exige reducir los paralelismos bíblicos y alquímicos del texto al máximo. Intentamos facilitar la lectura con algunas referencias muy generales a la alquimia. Si hemos elegido apoyarnos en una aproximación junguiana, es porque hoy es el mejor recurso que tenemos para lograr que un texto medieval esotérico, tan lejano, pueda susurrarnos al oído.[i]

 

Qué es la alquimia


El término alchemia, de etimología discutida, aparece en Occidente hacia el siglo xii pero recoge una tradición más antigua surgida en el Egipto helenístico bajo la denominación de "arte" (tékhne) o identificada por su fin, la transmutación, a saber, un cambio radical, benéfico e integral.Como tal, es un saber que, con variantes y de modo paralelo, se desarrolla en China, India y la Antigüedad tardía, aunque siempre íntimamente asociado con tradiciones esotéricas y místicas, tal es el caso del taoísmo en China, el yoga en la India, la gnosis en el Egipto helenístico, el hermetismo en el islam y el Occidente medieval y renacentista, época en la cual converge con la cristianización de la cábala. Es evidente que el término “alquimia” fue utilizado ambiguamente y también se aplicó a una serie de prácticas y de textos “protoquímicos”, es decir, interesados en el estudio científico y en el dominio técnico de la naturaleza material. La búsqueda del alquimista (o del alquimista que aquí interesa) es espiritual, no material, y supone una tradición iniciática, a saber, una transmisión transhistórica de Maestro a discípulo. Por ello mismo, la sabiduría alquímica excede al lenguaje discursivo y sólo puede ser transmitido “místicamente”. El Rosarium Philosophorum sostiene: “...esas cuestiones deben ser transmitidas místicamente, lo mismo que la poesía  que emplea fábulas y parábolas.” Sin duda, el secreto y la oscuridad del lenguaje intentan proteger al alquimista de persecuciones y al curioso de riesgos innecesarios, pero la enseñanza que se transmite oscuramente (obscurum per obscurius) tiene como principal propósito invitar a que el alma se sumerja en el abismo de una realidad que excede la tenue luz de la razón. Tal idea la resumen las palabras del emblema consignado en la obra Azoth de Basilio Valentín: visita interiora terrae rectificando invenies occultum lapidem (“Explora el interior de la tierra. Rectificando descubrirás la piedra oculta”) que constituyen el acróstico “vitriol” citado en numerosos textos de alquimia. Sin duda, una de las imágenes más usuales de la transmutación es la transformación de los metales ordinarios en oro, aunque la tradición siempre aclara que su oro no es vulgar (aurum non vulgi). Por otra parte, en sus orígenes convergen antiguas creencias y prácticas mineras y metalúrgicas, así como misterios referidos a la muerte y resurrección, tal es el caso de la osirificación y su relación con el proceso de embalsamamiento en el antiguo Egipto. El alquimista salva y perfecciona la Naturaleza y así él se perfecciona y salva. Se ha discutido largamente respecto del lugar del laboratorio en la alquimia espiritual; mientras que en China se distingue claramente (en sus propios términos) entre alquimia exterior y alquimia interior, esto no es tan evidente en Occidente. Por cierto, si el proceso es sólo material, ya no se trata de alquimia espiritual, si bien algunos autores - como es el caso del propio Jung - suponen que muchos alquimistas no eran del todo conscientes de que el laboratorio era una proyección de sus procesos interiores. Por otra parte, no hay duda de que hubo alquimistas que prescindieron del laboratorio; tal es el caso del autor del Aurora que describe alquímicamente un proceso interior. Con el surgimiento de la química científica en el siglo xviii, fue dejándose –en parte- el laboratorio, pero ello no acompañó una espiritualización de la alquimia, sino su ocaso, más relacionado con el proceso de desacralización de Occidente. Resulta imposible resumir a la alquimia sin desvirtuarla, fundamentalmente porque muestra numerosas variantes de texto en texto. Me limito, sin embargo, a señalar que en el punto de partida, la materia prima, se halla contenida la meta, la piedra filosofal, y que las etapas, aunque varían de autor en autor se desarrollan en un curso espiralado y suelen ajustarse a cuatro fases denominadas melanosis o nigredo (ennegrecimiento), leucosis o albedo (emblanquecimiento), xantosis o citrinitas (amarilleamiento) y rubedo o iosis (enrojecimiento).

Jung y la alquimia


La alquimia constituye la orientación hermeneútica fundamental de la obra junguiana a partir de la década del treinta[ii]. La literatura crítica contemporánea ha abordado y evaluado de modo bien diverso a la alquimia[iii] ya sea desde la historia de la ciencia, ya desde los estudios de la religión o bien desde la aproximación tradicionalista que pretende ser vocera del mismo saber alquímico o de sus fuentes metafísicas[iv]. La aproximación psicológica de Jung a la alquimia, puede concebirse como una cuarta modalidad que se vale de un método fenomenológico -hermeneútico sui generis, aunque afin a un abordaje fenomenológico de la religión[v]. Para Jung el alquimista - desde el punto de vista del proceso psíquico- es un hombre que busca el misterio divino, el misterio de lo inconsciente proyectado en la materia y, en este sentido, es un alquimista quien tiende hacia una realización individual, directa, de una experiencia de lo inconsciente.
El lugar y el alcance de la alquimia en la obra de Jung es una cuestión mayor que no puede resolverse en este breve espacio. Sin embargo, con el propósito de encuadrar el presente trabajo, pueden enunciarse los siguientes motivos:
1) La alquimia posee un carácter compensatorio y orientador para la historia espiritual de Occidente: la materia, el mal y lo femenino, se integran en un proceso espiritual, pues como una suerte de sueño de Occidente, algunas de sus connotaciones excluidas o sesgadas en la espiritualidad ortodoxa y vigente se presentan bajo el modo de formas simbólicas que aspiran a ser integradas en un modelo más completo de totalidad psíquica.
2) La alquimia describe procesos psíquicos y aunque los encuadre dentro de categorías determinadas, en buena medida respeta el carácter individual de los mismos. Ello es altamente relevante para el psicólogo pero asimismo constituye un aporte al pensamiento antropológico de Occidente en razón de la valorización no individualista del individuo.
3) Quizás por tratarse de procesos individuales o procesos arquetípicos que se dan en individuos, los símbolos que presentan las obras de los alquimistas no manifiestan el orden que necesariamente aparece en otras tradiciones espirituales, en donde las obras expresan la decantación colectiva. Esto sirvió a Jung para arrojar luz sobre la propia casuística clínica[vi]. Con diversas modalidades los procesos alquímicos ponen de manifiesto procesos imaginativos que dan cuenta del curso de la energía psíquica que tiende a su totalización. 

Aurora Consurgens. Introducción

Aurora Consurgens[vii] es un texto peculiar dentro de la de por sí heterogénea literatura alquímica. Escrito con toda probabilidad en el siglo xiii (por lo pronto en ningún caso puede ser anterior al 1230 ni posterior a mediados del siglo xv), ha sido atribuido a Santo Tomás de Aquino. Prescindiremos de esta cuestión propuesta con seriedad por primera vez por Marie Louise von Franz -y cuya discusión ha sido renovada recientemente- por no ser relevante para nuestros propósitos actuales. 
La misma obra justifica su título en el capítulo 4; sin duda, el simbolismo alquímico de los colores contenidos en la aurora (entre el negro y el blanco de la luz plena se encuentran el rojo y el amarillo, más sutiles) preanuncia un proceso imaginativo, que da cuenta de todos sus tornasoles, pero que contiene la luz máxima oculta en la oscuridad : “La noche indica la ciencia a la noche, el día profiere la palabra al día y la noche se iluminará como el día en sus delicias”.[viii]
El Aurora Consurgens es uno de los primeros tratados alquimistas medievales con las siguientes características:
1) La obra alquímica se presenta explícitamente como una obra interior, como una experiencia interior.
2) La Sapientia Dei es el secreto buscado en la materia por el adepto [ix] .Jung señalaba que la tendencia de los alquimistas consistía no solamente en “...ver el misterio de transformación psíquica en la materia, sino de utilizarla como regla teórica para realizar las transformaciones químicas.” [x] Por ello la Sabiduría aparece guiando los pasos del alquimista (‘ducet gressus tuos’ = guiará tus pasos). Pero ella es la que salva y la que debe ser salvada de su indigencia en la oscuridad, razón por la cual deben darse cuenta de las imaginaciones “oscuras”.
3) El tratado está compuesto casi en su totalidad por citas bíblicas a las cuales se les atribuye un sentido alquímico a partir de sentencias extraídas de textos alquímicos clásicos que se entremezclan sin solución de continuidad.[xi]
El texto es un flujo ininterrumpido de citas bíblicas y alquímicas y, sin duda, su interpretación requiere una permanente referencia a los mismos. De hecho, desde el punto de vista junguiano, la amplificación se realiza a partir de esas referencias. En la presente exposición limitaremos tales referencias a un mínimo, pues nuestro actual propósito es más general y más modesto. El Aurora pretende ser un comentario al Cantar de los Cantares, pero esto recién se lleva a cabo en el último capítulo. Téngase en cuenta que, más allá de cuál es el sentido que el autor le otorga a la alquimia, se trata de una experiencia religiosa que, de modo vacilante, se expresa emocionalmente y se elabora conceptualmente.
Consignamos algunos pasajes del texto, traducido por nosotros, basándonos en la edición crítica de Marie Louise von Franz.[xii] También nos apoyamos en buena medida en su interpretación junguiana.

Aurora Consurgens . Texto (extractos) y comentario


El texto comienza:

“Me llegaron todos los bienes con ella, sabiduría del Mediodía que predica afuera, en las calles hace oir su voz, clama por encima de las multitudes, publica sus palabras a la entrada de las puertas de la ciudad, diciendo : Aproximáos a mí y sed iluminados y vuestras operaciones no se tornarán confusas; todos vosotros que me deseáis, sed colmados de mis riquezas. Venid pues, hijos, escuchadme, os enseñaré la ciencia de Dios. Aquel que es sabio que entienda, la sabiduría por la cual dice Alphidius que los hombres y los niños pasan a su lado por los caminos y por las calles y es pisoteada por los pies todos los días por las bestias de carga y el ganado en el estercolero...” I, ab initio.

La Sabiduría, Sophía, Sapientia Dei o Scientia Dei irrumpe personificada manifestándose por medio de numerosas amplificaciones bíblicas. El lector podrá advertir las paráfrasis de Proverbios, Libro de la Sabiduría, Eclesiástico, etc. en donde aparece esta personificación de la Sabiduría de Dios. Por cierto, como ocurre con los textos alquímicos, en cierta medida la situación de esta Sabiduría se asemeja más a la Sophía gnóstica que salva cuando es salvada. Hundida en la materia, el alquimista recibe su pedido de auxilio y al acudir a su llamado cumple con su propia vocación salvífica. Es claro, entonces, que no se trata de una personificación del alma individual, y menos aún, de un contenido asimilable, por ejemplo, a un complejo. Ella da impulso a todo ser y a todo conocimiento, bajo formas de una diversidad infinita y es capaz de una acción ilimitada en tanto inextinguible principio dador de fuerza: 

“Ella es el árbol de vida para aquellos que la aprehenden y una luz indefectible (lumen indeficiens), y aquellos que la poseerán serán bienaventurados. Pues la ciencia de Dios no perecerá jamás, como lo afirma Alphidius”. I, 25-26.

Ella es, en principio, el sujeto mismo de la imaginación, la fuerza arquetípica que se expresa ilimitadamente y que, en primer lugar, ordena y vivifica los contenidos caóticos de la imaginación pasiva. Pero este proceso no es pasivo desde el punto de vista del yo:

“Piensa en ella en todos tus caminos y ella misma guiará tus pasos”. I, 36-37

Por otra parte, ella es invisible a los ojos profanos; más aún, es vista por esos ojos como lo más vil:

“...los hombres y los niños pasan a su lado por los caminos y por las calles y es pisoteada por los pies todos los días por las bestias de carga y el ganado en el estercolero...” I, 11-12.

Por ello, sólo la gnosis que ella misma procura permite conocerla y, siendo de aspecto vil es lo más precioso que se tiene: “Ella es el árbol de vida. para aquellos que la aprehenden y una luz indefectible , y aquellos que la poseerán serán bienventurados.” I, 25-26. Se trata, sin duda, del autodespliegue del árbol filosófico, de la prima materia que se basta a sí misma, del proceso de individuación comprendido como gnosis [xiii] ; en definitiva, del flujo que surge del lumen naturae hacia el adepto como ‘iluminación divina’.
Un examen profundo muestra que los contenidos de lo inconsciente no están, en realidad, sumergidos en una total obscuridad sino de modo relativo; y ello no sólo porque inevitablemente requieren de una consciencia que los capte y que los recuerde sino porque (a diferencia de Freud) a través de ellos se revela una unidad desplegada en una multiplicidad plástica que tiende a un fin del cual sabe. “Se ve cuán relativo es el estado inconsciente - afirmó Jung- ,tan relativo,en efecto,que uno se siente tentado a hacer uso de un concepto como el de `subconsciente' para definir la parte más oscura de la psique.Pero la conciencia es igualmente relativa,pues abarca no solamente la conciencia como tal,sino todo un rango de intensidades de conciencia.Entre el `yo hago esto' y `yo soy conciente de hacer esto' hay un mundo de diferencia,que a veces alcanza la franca contradicción. Consecuentemente,hay una conciencia en la cual el inconsciente predomina,así como una conciencia en la cual predomina la autoconciencia.Esta paradoja se torna inmediatamente inteligible cuando advertimos que no hay contenido consciente que con absoluta certeza pueda ser considerado totalmente consciente,pues esto exigiría una inimaginable conciencia de la totalidad,que asimismo presupondría una equivalente totalidad y perfección de la mente humana. Así llegamos a la paradójica conclusión según la cual no hay contenido consciente que no sea en otro sentido inconsciente”. [xiv]
El mismo simbolismo onírico y visionario de nuestro texto lo refleja por medio de visiones de un cielo estrellado, un mar de luz, una multitud de ojos brillantes sobre un fondo obscuro. En el simbolismo alquímico aparece como las scintillae, oculi piscium o, en Paracelso y Dorn, el "cielo estrellado interior".[xv]
Ahora bien, este proceso es extrapsíquico o, si se quiere, "transpsíquico". Pero ello no solamente porque acontezca como un proceso espiritual entendido como una esfera interior, ajena al mundo, sino como un proceso eficaz, capaz de transformar la materia:

“Como lo dice Senior: ella es comprendida por quien es sabio, sutil e ingeniosa en sus juicios, cuando su espíritu ha sido esclarecido por el Liber Aggregationis. Entonces todo espíritu que fluye (fluens = que liquifica)  sigue su deseo: feliz aquel que reflexiona en mis palabras”. I, 37-41.

Aunque, como señala von Franz, la utilización del término "deseo" (concupiscentiam suam) pueda derivar de una lectura errónea que su fuente, el libro de Alberto el Grande, hace del texto de Senior[xvi]; trátase de seguir la inclinación natural de la energía psíquica, que aquí se muestra de modo fascinante, pues establece una relación significativa y potente, es decir, en términos junguianos "sincronística" entre las esferas subjetiva y objetiva.
Y este primer capítulo cierra con una confirmación de la circularidad del proceso, como ya se indicó antes:

 “Pues pensar en ella es un sentido muy natural y muy sutil que la conduce a la culminación...” I, 43-44.

Pero previamente nos ha sugerido que el proceso es circular porque hay una identidad (o al menos identificación) de base que se simboliza con una referencia incestuosa:

“Di a la sabiduría: Tu eres mi hermana, y llama a la prudencia, tu amiga”. I, 42-43.

Todo lo anterior se encuentra en un breve texto de apenas 48 líneas que forma parte del primer capítulo. Los primeros cinco brevísimos capítulos aclaran el sentido del texto pero a la vez muestran las variantes propias de una obra que está expresando un proceso alquímico. Así, en el segundo capítulo, de sólo 22 líneas, titulado “Acerca de qué es la sabiduría”, el autor se identifica con el sabio que revela los misterios simbólicos al elegido:

“Qué es la ciencia y cómo ha sido creada, yo lo anunciaré y no os lo ocultaré”. II, 7-8.

Ahora bien, el texto anuncia su propio procedimiento alquímico, que se apoya más en textos que en materias naturales, si bien unas suponen las otras. El procedimiento alquímico requiere el examen de las letras de la naturaleza y asimismo la indagación de los textos de los sabios antiguos, penetrándose así en los arcanos de las parábolas. Puede verse insinuado aquí su propio procedimiento que consiste en la elucidación de los símbolos de la tradición tal como aparecen espontáneramente en el alma del alquimista y que merced al ejercicio de la imaginación creadora, meditatio o imaginatio, encuentran su orden y su sentido. Queda claro así el carácter salvífico de esta obra; ella procura la verdadera curación, que hace huir todos los males, junto con o debido a un saber inconmutable, una gnosis:

“Y Senior dijo también: pues es una piedra tal que el hombre que la conoce la coloca sobre sus ojos, mientras que aquel que no la conoce la arroja al estiércol, es un remedio que pone en fuga la indigencia, y después de Dios el hombre no posee ninguna mejor”. II, 20-22 (in fine).

El discernimiento es la medicina; ‘aquel que la conoce la pone sobre los ojos’, alude sin duda al collyrium philosophorum, uno de los múltiples sinónimos del agua divina. Gracias a ella pueden contemplarse los misterios de los filósofos pero ella es el phármakon athanasías, la medicina de la inmortalidad. Trátase de la atención que se presta a los contenidos internos, a lo inconsciente, que hace surgir el discernimiento, un flujo de contenidos creadores y un sentimiento de estar en contacto con un sentido eterno suprapersonal. Podemos recordar a Khunrath: “Estudia, por lo tanto, medita, transpira, cuece, ...entonces se abrirá para ti un flujo salutífero del corazón del Hijo del Gran Universo”.[xvii] Sin duda es un proceso que consiste o que incluye un flujo de imágenes que no sólo develan sino que también transforman en la medida en que el sujeto mantenga una actitud vigilante adecuada. Así, bajo la apariencia desordenada, desbordante de imágenes, el Aurora presenta una sucesión de figuras que conducen al hombre desde su situación inicial de desorden y sinsentido a la Sabiduría de Dios.
Nos referiremos brevemente a los capítulos siguientes. El capítulo tercero, “Acerca de los ignorantes y negadores de esta ciencia” alude al conocido pasaje de Mateo 7,6 que exhorta a no arrojar perlas a los cerdos y demuestra desde el punto de vista psicológico un estado de inflación. Como señala von Franz, luego de la experiencia de la Sabiduría de Dios, es difícil que el sujeto no caiga en una cierta arrogancia, resultado de algún grado de identificación con lo divino. Por cierto, es deseable que la situación sea provisoria y, en todo caso, que esa arrogancia comience por ejercerse con uno mismo, como si fuera posible ver a distancia al propio yo.
De hecho, el capítulo cuarto, “Acerca del nombre y del título de este libro”, ya mencionado, da cuatro explicaciones para el título de la obra y ello sin duda, le proporciona un tono algo prosaico al texto. La estructura cuádruple, propia de la alquimia, parece querer darle un orden a esta experiencia algo caótica y, de hecho, las cuatro razones no son excluyentes. La primera alude con un juego de palabras al buen momento (aurea hora, lit. hora áurea) para alcanzar la meta. La segunda, a que la aurora está entre la noche y el día y, por ende, tiene dos colores: amarillo y rojo, en clara referencia a las cuatro etapas de la alquimia: nigredo (negrura) , albedo (blancura), citrinitas (amarillez), rubedo (rojez). Obsérvese que amarillo y rojo en términos alquímicos son posteriores a la albedo; pero ontológicamente constituyen el núcleo del proceso alquímico. La aurora, el paso hacia la luz, guarda en su sutil intimidad la meta última. La tercera razón alude a que los enfermos cuando amanecen suelen sentirse mejor. La cuarta, una paráfrasis de Salmos 138, 11-12: “...y la noche es mi luz en medio de mis delicias...y la noche será iluminada como el día ...”:

“...y la noche se iluminará como el día en sus delicias”. IV, 15 (in fine).

recuerda el Exultet de la víspera pascual del Misal romano, que celebra esa noche bienventurada, que tiene el honor de conocer el tiempo y la hora de la resurrección de Cristo de los infiernos.
El capítulo quinto, “La estimulación de los insensatos”, exhorta a comprender que los textos, bíblicos y alquímicos, que buscan la misma experiencia transformadora, fueron escritos por los sabios en clave simbólica:

“Comprended, insensatos, aprehended la parábola y la interpretación, las palabras de los sabios y sus enigmas. Pues los sabios se han servido de diversas maneras de hablar, tomando comparaciones de todas las cosas que existen sobre la tierra y han multiplicado, bajo el globo de la luna, las parábolas que conciernen a esta ciencia. Oyendo, el sabio se tornará más sabio y comprenderá: aprehendiendo esta sabiduría, la poseerá”.  V, 4-9.

Y a continuación, el texto sugiere una identificación entre la Sabiduría, que es Reina del Mediodía, y la Reina de Saba en clara alusión al misterio de la conjunción entre lo masculino y lo femenino, que será retomado en el último capítulo (capítulo doce y séptima parábola), a partir del simbolismo del Cantar de los Cantares:

“He aquí la Sabiduría, la Reina del Mediodía, venida, se dice, del Oriente, como la aurora naciente, para escuchar, comprender y ver la sabiduría de Salomón...”. V, 9—11.

A partir del sexto capítulo y hasta el último, el doce, el texto presenta siete parábolas que describen el mismo proceso desde diversos ángulos. Para comprender un poco más la “lógica” de los textos de alquimia, es conveniente tener en cuenta que el proceso es espiralado. Esto significa que se avanza, horadando una y otra vez la misma cuestión. Por ello, si bien hay una sucesión desde la nigredo a la albedo, de alguna manera siempre se recomienza.
La parábola, no es una mera "parabolé", discurso alegórico o lo es secundariamente; trátanse de verdaderos símbolos o, si se prefiere, de mitologemas que despliegan en un proceso circunvalante los símbolos que dan cuenta del recorrido de la imaginación creadora que intenta una integración del sujeto.
Nos limitaremos a realizar un brevísimo recorrido por las mismas.
En la Primera Parábola titulada “De la Tierra Negra en la cual radican los siete planetas” leemos:

 “Mirando de lejos vi una gran nube que ennegrecería toda la tierra. Ella había recubierto y agotado mi alma, pues las aguas entraron en ella...” VI, 1-2.

El texto alude a la aparición repentina de la sabiduría a partir de lo bajo y su llamada a la ayuda, al trabajo y esfuerzo humanos. Se produce una mayor diferenciación autor / Sabiduría y el texto muestra un paso de la segunda al primero, avizorándose asimismo el advenimiento de la nigredo. Es interesante observar que el sujeto primero es el autor y luego es la misma Sabiduría, lo cual es característico de un proceso de divinización. Pero el texto presenta un notable giro cuando, parafraseando a Hebreos 1,5 dice:

“…yo seré un padre y él será mi hijo...” VI, 23.

porque estas palabras del Padre a Cristo parecen destinadas a quien asume la obra alquímica, si bien aquí la imitación de Cristo –a diferencia del cristianismo eclesial- significa ser Cristo. Pero el proceso que libera a la Sabiduría de la oscuridad supone, como ya se dijo, un reiterado proceso de purificación. Los siete metales, asimilados a las siete estrellas del Apocalipsis y a los siete planetas deben ser purificados nueve veces.
En la Segunda Parábola titulada “Sobre el diluvio de las aguas y la muerte que la mujer ha introducido y expulsado” se torna evidente el carácter femenino de la nigredo pues allí se advierte que la sabiduría misma equivale a la mujer portadora de muerte. Se trata de una asimilación entre lo femenino más alto (ej Virgen María) y lo más bajo (Eva). Es, en definitiva, la misma la mujer que trae y que ahuyenta a la muerte. Esto equivale simbólicamente, a la Sophía Proúnikos, la Sabiduría Impetuosa y hasta Prostituta, perdida en lo más abyecto de la materia, para ser salvada y así salvar.
En la Tercera Parábola: “Sobre la puerta de bronce y el cerrojo de hierro del cautiverio de Babilonia”, se confirma lo anterior; la Sabiduría de Dios es la ‘humedad corruptora’ o la mujer portadora de muerte. Pero ella permanece atrapada en la materia y aún no se salva, pues no se advierte que está siendo “proyectada” sobre la misma. Es claro que la imaginación creadora pone en movimiento las imágenes viles; aquellas que en razón de su oscuridad ocultan la meta. Por ello mismo, aquí se registra el paso de lo psíquico a lo espiritual.
La Cuarta Parábola titulada “De la fe filosófica que reposa sobre el número tres”, se trata de un texto más convencional, aunque con intercalaciones poéticas. Hay un intento de volver a la conciencia, a un cristianismo convencional; de hecho hay alusiones a alguna versión del Credo. Predomina aquí la idea de la necesidad de una purificación, que en términos junguianos supone una confrontación espiritual con los contenidos de lo inconsciente.
En la Quinta Parábola titulada “De la casa de los tesoros que la sabiduría construyó sobre la piedra”, frente a la tensión propia del comienzo de la obra (de un gozo extático a una desesperación profunda) la influencia recíproca (eficazmente presente en un movimiento de imágenes) hallamos una tendencia a una conciliación. En definitiva, la añorada Sabiduría se devela como una verdadera imagen de Dios, pero el capítulo se mantiene en el plano de una mera intuición y falta el contacto vivo de la experiencia humana. El tono moral, sentencioso, alegórico así lo muestra. Sin embargo vale la pena destacar la imagen inicial:

“La Sabiduría construyó su casa y aquel que entre será salvado y hallará alimentos...” X,1.

Sin duda, la casa y la piedra aluden al fundamento sólido propio de quien alcanzó un grado de realización. Ello no significa que terminó el proceso, sino que se logró un núcleo inconmovible. Desde el punto de vista psicológico – espiritual, se trata de una capacidad para mantenerse firme (no rígido), más allá de las inevitables vicisitudes externas e internas. Pero esta casa está construida sobre catorce pilares, catorce cualidades o virtudes no meramente éticas, sino fundamentalmente espirituales si bien abarcan todas las dimensiones humanas. Se trata de potencias que deben ser desarrolladas para que la casa pueda sostenerse. Nos limitamos a mencionarlas: salud, humildad, santidad, fuerza (“virtus”), victoria, fe, esperanza, amor, bondad, paciencia, templanza, disciplina espiritual o inteligencia, obediencia. Esta última de algún modo supone las anteriores y significa la entrega a Dios, lo cual equivale, psicológicamente a una renuncia por parte del yo ante el sí - mismo.
En la Sexta Parábola titulada Del cielo y del mundo y del orden de los elementos”, el proceso alquímico imita la creación del mundo. Ello no debe extrañarnos pues la ‘psicología’ alquimista, como toda psicología tradicional es, a la vez, una ‘cosmología’. En el centro se halla la imagen de una ‘tierra’ que parece constituir un símbolo divino femenino. Se trata de una suerte de apocatástasis; el anima sapientia aparece sublimada y ‘se produce’ o se ‘devela’ el unus mundus.
La Séptima Parábola, “Conversación del bienamado y de la bienamada”, la más ligada al Cantar de los Cantares, se trata de su propia gloriosa conjunción. Pero las voces del esposo y la esposa se alternan y en algunos momentos se confunden, al punto de que por momentos resulta imposible diferenciarlos. Por otra parte, como es propio de un proceso alquímico, de algún modo el mismo  recomienza. La amada, negra y lúgubre, pide no ser repudiada y, a su vez, el mismo amado ruega a su amada la revelación, pide ser penetrado por su sabiduría para ser salvado.
Aquí la conjunción se realiza o, mejor, se sugiere; pero esa conjunción se despliega en una multiplicidad que recorre todos los pronombres. El yo y el tú se intercambian entre esposa y esposo, luego de que la Sabiduría fuera sucesivamente mencionada en tercera y en primera persona. La esposa, en respuesta al esposo expresa exaltada de amor sus múltiples identidades; mediadora de los elementos es todos los opuestos y su conciliación, por ello es también la obra y la dadora de muerte y vida:

“El y yo somos uno: ¿quién nos separará del amor?” XII, 76.

Pero de esa unión, de esos dos que son uno, surge el tercero que alude a la encarnación de lo divino en el hombre. El texto finaliza con estas inflamadas palabras del amado:

“...dejemos por todas partes signos de nuestro júbilo, pues él es parte nuestra y vivamos en la cópula de nuestro amor, con el gozo y la danza, diciendo: ‘Ved qué bueno y qué grato es para dos habitar en uno’. Levantemos pues tres tiendas para nosotros, la primera para ti, la segunda para mí, la tercera para nuestros hijos, pues difícilmente se rompe una triple cuerda. Quien tenga oídos para oir oiga lo que el espíritu de la doctrina dijo a los hijos de la disciplina sobre los desposorios del amado y de la amada. Pues él sembró su simiente para que madure para ellos un triple fruto, sobre el cual el autor de las Tres Palabras [Calid]  dice que son las tres palabras preciosas en las cuales se oculta toda la ciencia que debe ser dada a los píos, es decir, a los pobres desde el primer hombre hasta el último”. XII, 96-106.

Las palabras referidas a la cohabitación, tomadas de Salmos 133,1 deben ser leídas en clave alquímica como una referencia al misterio de la conjunción. Como señala von Franz, el ternario que une aparece a menudo como el Mercuris senex, anciano juvenil que está al principio y al final. El simbolismo de la cuerda, que en numerosas culturas alude a la unión con el más allá, refuerza el sugestivo tono liminar de este texto. El autor evoca las tres tiendas de la transfiguración de Cristo en el monte Tabor (Mateo 17,4) lo que permite asimilar el resultado del opus, la Piedra, a Cristo. Pero, siguiendo nuevamente a von Franz, debe pensarse también en Apocalipsis 21, 2-3, donde la “nueva Jerusalén” es descripta como el tabernáculo de Dios entre los hombres: “Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios.” Pero estos hijos (filii) son los mismos alquimistas, los hombres que realizan el proceso de individuación. Así, el Mercurio mediador se revela en los seres individuales, en ellos se encarna lo divino. Y la alusión a Calid, parece referirse a esa Ecclesia Spiritualis, constituida por la dichosa comunidad de píos y pobres que toman parte en el misterio de la conjunción.
A diferencia de lo que ocurre en otras obras místicas (particularmente cristianas ortodoxas), aquí el yo del autor no permanece diferenciado. Mientras que en otros pasajes parece identificarse con el esposo, aquí sólo aparece como unos de los "pobres" o los "hijos" de la pareja divina. De acuerdo con von Franz, tal estado equivale a una extinción parcial de la conciencia individual y a su disolución en el inconsciente colectivo. Esto podría muy bien ser un estado psíquico anormal, pero la acumulación de temas que, en otros contextos, son imágenes ligadas a la muerte, sugieren mejor un estado extático (o delirante) vivido en conspectu mortis.[xviii]         
Etienne Perrot, en su comentario al Aurora señala al respecto: "Si la vía mística pone el acento en el despojo, la desnudez y el abandono, el espíritu de la época - que, a través de tantas convulsiones, parece querer establecer en más de un punto el reino del hombre total y multiplicar las realizaciones -, condujo a Jung a subrrayar que el despojamiento es también una integración por parte del hombre de aquello que lo supera".[xix] Y esto lo ilustra con la realización del filius philosophorum del cual estamos grávidos, como nuestro hijo. Pero el dios que lo ilustra, el andrógino, no es satisfactorio al menos en la versión que este texto propone, a juzgar por el criterio aportado por von Franz.
Como ya anticipamos, el propio Jung destaca el carácter peculiarmente individual de la alquimia: “...una empresa individual a la que alguien se entrega completamente para alcanzar el fin trascendental de la producción de la unidad”. [xx] Pero, por otra parte, “...ningún individuo alcanzará jamás la riqueza y amplitud del simbolismo alquímico”. [xxi]
La conjunción se presenta como un proceso que involucra al individuo pero que lo excede. Ahora bien, en ese proceso: ¿qué lugar tiene el individuo, representado intrapsíquicamente por el 'yo'?  Para el alquimista medieval el episodio de la coniunctio de Sol y Luna se produce en la retorta y, de alguna manera el alquimista (su yo) interviene en la operatoria ( ex opere operantis, si bien por mediación de la gracia), pero él no interviene conscientemente. El extremo opuesto es el de Fausto que toma el lugar de Paris y se une a Helena o la Luna, su contraparte femenina: “El proceso objetivo de la unión se torna en la experiencia subjetiva del artifex: en vez de observar el drama, se tornó en uno de los actores”.[xxii] Se relata aquí del drama el hombre moderno y de los límites de las ciencias humanas que ponen en el centro la psique individual. El yo toma el lugar de la totalidad y el proceso imaginativo creador hasta aquí conquistado se pone a su servicio. La imaginación cederá inexorablemente en imaginación pasiva (mera subsidiaria de la senso - percepción o de la razón) dominada por un yo o, por el contrario, actuará de modo desbordante y consumirá todo discernimiento de acuerdo con lo ya previsto por los alquimistas, la fantasía que desencamina: "piedra angular de los locos".
Como todo texto de alquimia, el Aurora desafía la limitada capacidad interpretativa del hombre contemporáneo, poseído por una sagacidad que lo condena al escepticismo. Como todo texto de alquimia, el Aurora Consurgens pone en evidencia el fondo numinoso, fascinante y tremendo, sobre el cual se asienta el frágil y vano mundo que hemos construido. Y su secreto llama a la puerta de nuestro secreto.


[i] El presente trabajo se basa en parte en Nante, Bernardo, “La imaginación en la alquimia occidental: una lectura junguiana el Aurora Consurgens”, Epiméleia. Revista de Estudios sobre la Tradición. Buenos, Aires, Año XI, nrs. 21-22, 2002, págs. 169-185.
[ii] El lector puede consultar los principales estudios de Jung sobre alquimia en Die Gesammelten Werke von C.G.Jung. Herausgegeben von Marianne Niehus-Jung, Lena Hurwitz Eisner, Franz Riklin, Lilly Jung-Merker und Elisabeth Rüf. Düsseldorf: Walter, 1995, vols. 12, 13, 14. En castellano ya se editaron los vols. 12 (Psicología y alquimia) y 14 (Mysterium coniunctionis, partes I y II) en Obras Completas, Madrid, Trotta, 2005 y 2002, respectivamente. Los trabajos que contiene el vol 13 (Estudios sobre representaciones alquímicas) ya fueron publicados separadamente en español en versiones de valor desigual, pero próximamente Trotta publicará una nueva versión de ese volumen. Por cierto, también merecen destacarse “La psicología de la trasnferencia” vol 16, 12 y algunos trabajos del vol. 18. Lamentablemente, a la fecha la editorial Trotta no prevé la publicación del vol. 14/3 que consiste en la edición y comentario del Aurora Consurgens a cargo de M.L. von Franz y que Jung consideraba que debía incluirse como parte final de Mysterium coniunctionis.
[iii] No podemos siquiera detenernos en exponer un panorama general de la bibliografía alquímista fundamental. El lector de lengua española puede recurrir cómodamente a la bibliografía general que consigna Micea Eliade en su conocida obra Herreros y alquimistas, Madrid, 1974, págs. 174 - 177. 
[iv]           Cfr. García Bazán, F. & Nante, Bernardo “Introducción a la edición española” en C. G. Jung, Psicología y alquimia, Obras Completas, Madrid, Trotta, 2005, vol 12, págs. IX a XLIV.
[v] Antecede a Jung en más de una década Herbert Silberer, Probleme der Mystik und ihrer Symbolik, Wien & Leipzig, 1914 pero el abordaje de este autor es psicoanalítico y se basa fundamentalmente (aunque no exclusivamente) en obras muy tardías, alegorizantes y por ende artificiosas. Tal el caso de la obra anónima Figuren del Rosenkreuzer. Geheime aus dem 16-ten und 17-ten Jahrhundert , Altona, 1787. Para Jung este último tipo de texto alquímico constituye "un ejemplo alarmante de este tipo de alquimia" que al perder su fundamento empírico hacia el siglo XVIII degeneró en alegorías bombásticas e insanas especulaciones. Cfr.  C. G. Jung, Psicología y alquimia en Obras Completas, vol 12, # 332 y nota 1.
[vi]  Tal es el caso de la serie de sueños que analiza Jung en Psicología y alquimia. No debe olvidarse, sin embargo, que fue un texto de alquimia chino, El Secreto de la flor de oro, (cfr. Gesammelte Werke, vol 13,1 , passim) el que sacó a Jung de su aislamiento cuando se hallaba perdido en la literatura alquímica occidental y le dio la clave respecto del significado último de esta última. Así lo manifiesta Jung en sus memorias, Erinnerungen, Träume, Gedanken, Zürich und Stuttgart, 1962, pág. 208: " Erst durch den Text der 'Goldenen Blüte', der zur Chinesichen Alchemie gehört, und den ich 1928 von Richard Wilhelm erhalten hatte, ist mir das Wesen der Alchemie näher gekommen." La razón es que - a diferencia del "idiotismo" alquímico occidental - los procesos imaginativos aparecen en el texto chino ordenados según proceso, por así decirlo, "standarizado".
[vii] Aurora Consurgens en M. L. von Franz en C. G. Jung, Mysterium Coniunctionis en Gesammelte Werke,  vol 14 / III. Nos basamos en la edición crítica latina y traducción al alemán del texto completo consignado en ese volumen y bajo el cuidado de von Franz. En todos los casos la traducción del latín que consignamos es nuestra, si bien existe una traducción del texto del Aurora al castellano, sin comentarios: Tomás de Aquino, Aurora Consurgens, trad. Núria Garcia i Amat, Barcelona, Indigo,1997
[viii]            Así finaliza el Aurora , cap IV, 14-15, con una clara paráfrasis de los Salmos, 138, 11-12.
[ix]             Cfr. M. L. von Franz en C. G. Jung, Mysterium Coniunctionis, GW,  vol 14 / III # 105
[x]              C.G. Jung, Psicología y AlquimiaObras Completas, vol 12, # 406.
[xi]   Citas de Senior, Alphidius, Turba, De perfecto magisterio, Secreta secretorum del Pseudo Aristóteles y de Gregorio el Grande son transcriptas correctamente.La única excepción es una referencia general de un tal Alphonsus, un tratado mencionado como Liber quintae essentiae, así como algunas citas de Morienus y de Calid, pero dada la precisión con la cual son citados el resto de los textos, no es descartable que el autor tuviera a la vista otras lecciones. Cfr. M.L.von Franz, Op. cit.,  # 6 - 29, passim.
[xii]             Cfr. supra nota vi.
[xiii] Por ello la misma M. L. von  Franz, Op. cit., # 141 nota 38 recuerda la afirmación de Gilles Quispel , Gnosis als Weltreligion, Zürich, 1951, pág. 17 : “Gnosis es la proyección mítica de la experiencia de sí mismo.”
[xiv]             C. G. Jung, Gesammelte Werke, vol 8, # 385.
[xv]             Cfr. M. L. von Franz, Op. cit., # 80
[xvi]             M. L. von Franz, Op. cit,  # 94
[xvii]             Jung cita el texto de H. Khunrath, Von hylealischen Chaos, p. 274  en Psicología y Alquimia,  # 390. Von Franz retoma la cuestión en Op. cit, # 131.
[xviii]  Cfr. von Franz, M.L., Op. cit., # 588.
[xix]             Etienne Perrot, L ' Aurore Occidentale, Paris, 1982, pág. 186.
[xx]             C. G. Jung, Mysterium Coniunctionis en  Gesammelte Werke, vol 14/ II # 445
[xxi]             C. G. Jung , Op. cit, # 447
[xxii]             C. G. Jung, Psicología y alquimia, # 558 

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