Jacques Huynen
Las
vírgenes negras fueron veneradas en multitud de catedrales y santuarios de la
Europa medieval. La tez oscura de la virgen ha motivado perplejidad y el enigma
sobre su significado. Aquí, en Temakel, presentaremos un rico texto de Jacques
Huynen que explora los posibles simbolismos del moreno color de la Madre de
Dios. Una dimensión simbólica que relacionará a las vírgenes negras con la
ancestral veneración a las diosas de la tierra.
Como el conocimiento iniciático, los favores de
la Virgen Negra eran realmente las "luces de las noche", unas luces
misteriosamente dadas y recibidas en el seno mismo de las tinieblas. Esta idea
estaba reforzada por la situación particular en que estaba colocada la efigie
para la veneración de los fieles: una cripta (Chartres, Clermont, Guincamp,
Marsella, Mont-Saint-Michel)... una iglesia "negra" (Manosque,
Aurillac), o una capilla "gruta" (Rocamadour). Incluso en los casos
en que la estatua no estaba directamente presente en alguno de esos lugares,
siempre iría asociada a su santuario o a su leyenda uno de esos elementos
oscuros, secretos, ocultos; criptas y grutas, pero también pozo sagrado,
abismo, tumba o sarcófago...
Las
Vírgenes Negras tenían, por tanto, una cierta significación funeraria, dirán
algunos. No obstante, lejos de aparecer como madonas de la buena muerte,
nuestras estatuas eran ensalzadas como donadoras por excelencia de vida, de
fertilidad, de fecundidad y de bienestar, como, por otra parte, indican
suficientemente sus advocaciones: Nuestra Señora de la Buena Esperanza, de la
Liberación, del Alboroto, de la Vida... Estos accesorios pretendidamente
"funerarios" no pueden explicarse más que por esta asociación con las
catacumbas, las grutas o los subterráneos en los que los iniciados
frecuentemente eligieron reunirse y trabajar, y más aún, en sentido figurado,
con el sistema de pensamiento, con el método de adquisición del conocimiento
del adepto que sufría las pruebas iniciadoras...
El color negro de nuestras estatuas tiene, sin
embargo, también otras significaciones mucho más precisas y mucho más claras.
Generalmente se admite que las Vírgenes Negras fueron la versión cristianizada
de un culto antiguo, anterior al cristianismo, por supuesto céltico pero quizás
aún mucho más antiguo. Por mi mismo, he llegado a esa certidumbre cada vez que
he examinado y he estudiado una de esas estatuas.
Bajo diversas formas, a veces
romanizadas, se adoraba en ellas, en nuestro país, a una divinidad femenina,
una especie de diosa-madre, de tierra-madre, o, más concretamente, a una
Diosa-Tierra. A veces una de las advocaciones que designaba su representación
sobrevivió y permaneció asociada a la Vírgen Negra, como en Chartres o en
Longpont, Virgo Paritura, la Virgen que debe dar a luz.
Según lo que sabemos de ello, ese culto céltico y
precéltico era posible descubrirlo, con un sentido y unos atributos
comparables, en la mayor parte de las grandes religiones y mitologías de la
humanidad; el culto de Isis, de Cibeles, de Deméter y de Ceres, pero asimismo
advertimos su presencia en las grandes religiones americanas precolombinas o en
numerosas mitologías africanas, por ejemplo.
Su contenido es triple: popular y milagroso,
cosmogónico y naturalista, espiritual y religioso...
Como
la tierra es de un modo natural fecunda, de una fecundidad siempre renovada, la
Diosa-Tierra era particularmente invocada por las mujeres estériles que
deseaban tener un hijo. Más tarde, las Vírgenes Negras siguieron teniendo esa
reputación milagrosa de conceder la fecundidad y, por extensión, de ser
protectoras de los niños de corta edad.
Las gentes sencillas, muy atadas a esas prácticas, no hacían otra cosa que
presentir la grandiosa concepción cosmogónica y naturalista que esta función
milagrosa representaba.
En efecto, en la mayoría de los antiguos relatos
sagrados de la humanidad, todo en el universo nacía siempre del encuentro y la
síntesis de un principio masculino y un principio femenino. Así, la Tierra,
virgen en su origen, fue fecundada por los rayos del sol, y es gracias a esta
acción bienhechora que pudo dar vida a todo lo que existe, la Naturaleza y la
Humanidad. Desde entonces, sin caer no obstante en un politeísmo primitivo, los
antiguos hicieron de la tierra, de la Diosa-Tierra, la representación simbólica
del gran principio femenino de todas las cosas, y del Sol, la del principio
masculino por excelencia.
Este
es el motivo por el que hemos notado, sin comprender siempre su profundo valor,
que en todas las religiones en las que se venera a una Diosa-Tierra, siempre
aparece indisolublemente asociado con ello un culto solar. Tanto entre los
egipcios, como en el caso de los incas, los griegos o los celtas, no hay
Diosa-Tierra sin Dios-Sol, su complemento indispensable.
¡ Estamos lejos, evidentemente, de esa concepción
ingenua que veía en tales prácticas una adoración del sol de carácter
idolátrico!
Por otra parte, una vez estudiadas con detalle,
todas esas religiones aparecen claramente como monoteístas, e, incluso en la
Biblia, frecuentemente pueden hallarse estas alusiones solares, estas
comparaciones y asimilaciones simbólicas de Dios al astro irradiante.
¿Y nuestras Vírgenes Negras?
Pues bien, por curioso que pueda parecer a
primera vista, en la mayoría de los casos y en plena Edad Media cristiana, esta
representación solar está también asociada a nuestras efigies...Verdad es que,
pasado el primer efecto de sorpresa, la lógica del pensamiento medieval imponía
que ocurriera de ese modo, desde el momento en que se estaba convencido de que
las Vírgenes Negras, no sólo remplazaban a las Diosas-Tierra, sino que, para
sus autores, ellas eran Diosas-Tierra. Esta presencia solar aparece en
ocasiones de una manera indirecta y sutil.
En
algunos casos la Vírgen Negra se halla directamente colocada en un lugar antaño
consagrado por los celtas a Belén. Ahora bien, Belén era el equivalente céltico
del Apolo griego, es decir su "divinidad" solar. Así, la etimología
de Beaune indica la existencia de semejante centro sagrado; Toulouse poseía un
lago de Belén y la abadía del Mont-Saint-Michel fue edificada antaño sobre el
Mont Tombe, que para nuestros antepasados era la "Tumba de Belén"...
Así ocurre también que Sara la Negra, que, en muchos aspectos, se relaciona con
el culto de nuestras efigies, es venerada por los gitanos en
Saintes-Mariesde-la-Mer, que antaño era la "ciudad de Rá", consagrada
al dios sol de los egipcios.
El
toro, en las antiguas religiones, es simbólicamente el animal viril y solar por
excelencia. La leyenda del descubrimiento milagroso de nuestras estatuas asocia
a él frecuentemente un toro (o un buey). Este animal es el que, arando un
campo, desentierra la estatua, la hace surgir de bajo tierra, y la estatua se
convierte en una fuente fecunda de beneficios para los habitantes del lugar. Lo
mismo ocurre en Manosque, en Err, en Font-Romeu y en Prats de Molló, en los
Pirineos Orientales, donde el toro "descubre" a Nuestra Señora del
Coral en el hueco de un roble, el árbol sagrado de los druidas, significando
"coral" en catalán la madera del roble que, una vez mojada, se vuelve
negra como si fuera ébano... A veces, el toro es remplazado por otros animales,
teniendo sin embargo el mismo valor simbólico viril, como el ciervo que dibuja
en el suelo el plano de la iglesia del Puy o el león del milagro de Notre-Dame
de l’Apport...
A
mi juicio se trata de la misma indicación solar que justificó la atribución
fabulosa de la creación de algunas de nuestras Vírgenes Negras (Rocamadour,
Orcival, Marsella, Montserrat) al evangelista san Lucas, lo cual hizo
establecer equivocadamente por parte del canónigo Perroud y algunos más una
semejanza entre nuestras efigies y el Nicopeion bizantino. ¿Cuál es el emblema
simbólico de san Lucas? Una vez más, el toro (o el buey).
Con esta historia, los benedictinos y otros
promotores del culto mataban dos pájaros de un tiro, puesto que Lucas (o Luca)
designa en celta lo que es particularmente sagrado, y dado también que a veces
aún se encuentran cerca de nuestras Vírgenes Negras las huellas conservadas de
un bosque de Luca o una etimología que se deriva de él...
Un toro "inventando" la Vírgen Negra, o
san Lucas "fabricando" la efigie, que será precisamente la madona de
la vida y de la felicidad. Estas figuras simbólicas son sinónimas de la gran
idea: el sol "fecunda" la tierra que engendra la Vida.
De este modo adquiere todo su sentido la
expresión del Apocalipsis, "una mujer revestida de sol", que san
Bernardo, tan presente en todo el fenómeno del culto medieval de Nuestra
Señora, utilizaba con predilección para designar a la Vírgen María.
Y por otra parte, esta concepción cosmogónica
encajaba muy bien en todos aquellos hombres con la idea que se hacían de María.
La
Diosa-Tierra se convierte entonces en la Virgen que, por la propia acción de
Dios, dará luz a un Hijo que, al mismo tiempo humano y divino, podrá salvar a
la Humanidad, regenerarla, darle vida espiritualmente y, por lo tanto,
aportarle "la salvación". Y, si bien Jesús nace de María, con
frecuencia encontramos en otras religiones vírgenes que engendran divinamente
niños "divinos" como Khrishna, u Horus hijo de Isis, o
"encantadores", como el Merlín céltico nacido misteriosamente de una
virgen. ¿Concepción herética, falsa desde el punto de vista religioso? Mi papel
no es pronunciarme al respecto y, por otra parte, soy incapaz de hacerlo.
Compruebo solamente que esta idea parece haber sido la de san Bernardo y de las
minorías monásticas de la Edad media... ¿Un resto de paganismo aún no
desarraigado, o piedra angular de un edificio espiritual iniciático?
¿Y el color negro?
Precisamente
este color es el que se utiliza simbólicamente para representar esa tierra
primitiva que, una vez fecundada, será fuente de toda vida...Diosa-Tierra
implica color negro.
Isis, Cibeles y Deméter fueron con frecuencia
representadas negras mientras que la Gran Bretaña conoció una Black Annis. En
Efeso, en el templo de Diana, una de las siete maravillas del mundo, se
veneraba una estatua negra de la Gran Diosa, hermana del Apolo solar, y resulta
sorprendente descubrir que es precisamente en Éfeso donde la Virgen María vivió
tras la muerte de Jesucristo, y que hay una tradición que sitúa allí su
Asunción, denominándose en turco el lugar mismo en que ello ocurrió
karatchalti, es decir, exactamente "la piedra negra".
En los Pirineos, en España, en Portugal y sin
duda en otros lugares, se encuentran aun esas misteriosas piedras negras de
origen inmemorial e indeterminado que son veneradas e invocadas por las mujeres
para obtener la fecundidad.
Cuando los españoles invadieron México llevaron
con ellos el culto de una Vírgen Negra, Nuestra Señora de Guadalupe. Vuelto
católico México, esta Virgen destronó oficialmente al "dispater"
mexicano que era una piedra negra lisa. En La Meca, el objeto religioso por
causa del cual los musulmanes del mundo entero emprenden el famoso peregrinaje,
culminación de su vida de creyentes, es una piedra negra que constituye un
símbolo de fecundidad y de fertilidad. Según Saillens, el ídolo más antiguo de
Hedjaz era una piedra negra, volcánica y meteórica, denominada la Kaaba, es
decir, literalmente "la muchacha de senos muy desarrollados", y, en
un sentido más amplio, la Núbil, la Virgen que será fecundada... Desde hace
siglos, está insertada en uno de los ángulos exteriores de un templo antaño
consagrado, según se cree, a Saturno. Cuando Mahoma apareció, los árabes
cristianos habían asociado a aquel templo unas imágenes de la Virgen María,
entre otras representaciones sagradas de todas las tribus que frecuentaban la
peregrinación. Los escritores de Bizancio pensaban entonces que la piedra
representaba a Anáhita, es decir, Astarté, el Lucero del Alba, Afrodita o
Venus...
Mahoma hizo desaparecer todas las imágenes y todos los íconos, pero no se
atrevió a tocar la piedra negra venerable. Ésta fue entonces incorporada a la
religión musulmana, y su fiesta, la de Venus, se ha mantenido sagrada.
Así,
nuestros escultores medievales, al emplear a propósito el color negro,
subrayaban de la manera más clara que la Virgen Negra era para ellos al mismo
tiempo la María cristiana, la Diosa-Tierra céltica y la Isis egipcia situándola
dentro de una concepción religiosa iniciática universal del gran principio
femenino del Universo, fuente de toda vida terrestre y a la vez de toda
religión, origen de la vida de las almas...Sin duda, como cristianos, tenían en
la mente la frase del Cantar de los Cantares, tan estudiada por sus
contemporáneos eruditos, "Soy negra y, no obstante, soy bella", cuya
significación real hay que buscar en otra parte.
Este color que, como es sabido, nunca fue dado a otra estatua que no fuera de
la Virgen (salvo a santa Ana, madre de la Virgen, la madre de la madre, en un
vitral de Chartres, por ejemplo, aunque de una manera muy excepcional) se
justificaba ya por ese grandioso simbolismo a la vez naturalista y religioso, que
muestra y confirma claramente el estado del pensamiento espiritual de los
hombres de la Edad Media.
Pero, además, tiene una significación alquímica
muy concreta, que, por otra parte, es solamente una aplicación en el terreno
científico de esta concepción cosmogónica que acabamos de evocar.
Los
especialistas han conseguido, en líneas generales, descifrar suficientemente
los viejos libros mágicos alquímicos para descubrir las grandes líneas de las
operaciones a que se entregaba el alquimista para alcanzar los supremos
objetivos que se había fijado, limitándose este conocimiento en la mayoría de
los casos a las operaciones externas sin llegar a descubrir los materiales
básicos sobre los que trabajaba, los únicos que permitirían lograr los
resultados. Sabemos que la primera y más larga de las tareas consistía en
fabricar la famosa "piedra filosofal", elemento sin el cual ninguna
de las operaciones siguientes podría ser ejecutada satisfactoriamente.
Para llegar a fabricar la piedra filosofal era
preciso ante todo recoger una "materia primordial" que los
alquimistas describen ligeramente, pero sin indicar por supuesto su nombre.
Esta materia primordial, este tema de la obra, debía ser una sustancia negra,
pesada, quebradiza, desmenuzable, semejante a una piedra, pero poseedora, sin
embargo, de unas características vegetales, un elemento corrienre, gratuito,
que estuviera a la disposición de todos y del cual nadie sospechara sus
propiedades, convenientemente utilizadas...
Como
el símbolo de la Diosa-Tierra, la materia primordial del alquimista es, así
pues, negro, y los viejos escritos la consideran como la propia naturaleza
femenina. Múltiples operaciones misteriosas, que exigen del alquimista meses,
cuando no años, de trabajo, deben permitir, a través de diversos
encantamientos, putrefacciones y sublimaciones, y gracias a la acción de una
misteriosa "agua mercurial" y de un no menos misterioso "fuego
secreto", transformla poco a poco en esa materia noble que permitirá todas
las transmutaciones, en la piedra filosofal.
Ahora bien, tal como escribió el alquimista
benedictino Basilio Valentín, en el vocabulario gráfico de los hermetistas el
agua mercurial indispensable para la fabricación de la piedra filosofal, que
"trabajará" la materia primordial negra, es denominada leche de la
virgen. Además, la piedra filosofal finalmente obtenida es comparada, en el
mismo lenguaje, con el niño. No resulta asombroso, pues, que la alegoría de la
"lactancia" de san Bernardo, es decir, su iniciación, se produzca
justamente en presencia de una Virgen Negra.
Los
alquimistas escriben que esta materia primordial negra habrá que ir a buscarla
bajo tierra, en la mina, en los yacimientos metalíferos, lo que ellos traducen
esotéricamente: en el "sexo de Isis"...Por otra parte, ¿acaso el único
origen verosímil de la palabra "alquimia" no es el antiguo nombre de Egipto
Al Jemit, es decir, exactamente la tierra megra.
A partir de ahí, el simbolismo alquímico del
color negro de los rasgos de nuestras estatuas se hace singularmente patente.
Este simbolismo reforzado también por el que podría deducirse del color dado a
los vestidos de las Vírgenes Negras, a condición de que puedan encontrarse
indicaciones fidedignas acerca de su policromía antigua, lo cual ya no es
posible más que para algunas de ellas.
En la actualidad, la mayor parte están cubiertas
con ropas recientes, hechas de tela, carentes de interés, y todas han sido
repintadas en diferentes épocas. No obstante, en los casos en que hallamos
descripciones antiguas, vemos que, en su origen, los vestidos pintados en la
misma madera de la estatua o sobre las cintas después del encolado eran de tres
colores, a saber, azul, blanco y rojo. Los artesanos de la Edad Media no hacían
nada porque sí, y los colores no eran elegidos para "hacer bonito", sino
en función de la representación de una idea teniendo cada color un impacto
simbólico preestablecido, pudiendo ser combinado con otro sólo bajo ciertas
reglas y estando proscrito para la decoración de un tema que no estuviera en
relación directa con el valor que se le atribuía.
Nosotros, que apenas pensamos ya en términos de
alegorías, que no estamos ya introducidos en el mundo de los símbolos, volvemos
a encontrarnos con pena en esta especie de diccionario de las concordancias de
colores de una extraordinaria complejidad que era rigurosamente impuesto a los
antiguos en todas sus representaciones.
Sin entrar aquí en un estudio profundo de la
correspondencia simbólica del rojo, el blanco y el azul, así como la que
resulta de su combinación, dejo constancia solamente, como de algo
particularmente interesante, de la comparación que puede efectuarse con los
colores que el alquimista pretende encontrar con ocasión de sus preparaciones.
Sabemos
que, en lo esencial, las operaciones alquímicas consistían en hacer pasar la
materia primordial, sustancia negra, a través de todo tipo de operaciones
complicadas, al estadio de piedra filosofal, de "catalizador" que
permite la gran transmutación. De los tratados alquímicos se deduce que la
materia primordial pacientemente transformada se coloreaba de diversas maneras
durante las operaciones constitutivas de la gran obra, pero que, más allá de
los matices, fundamentalmente eran tres los colores que dominaban claramente a
los demás, a saber, el negro, el blanco y el rojo. Al negro se le asimilaba
frecuentemente el azul oscuro, el azul noche, que representaba la putrefacción
primera por la cual debía pasar la materia. El blanco correspondía la fase
siguiente, que era la de la purificación de la materia, mientras que el rojo
simbolizaba el fuego y la rubificación gracias a la acción del "fuego
secreto"; éste era el color último, el del éxito de la obra.
Como, por añadidura, los vestidos de las Vírgenes
Negras estaban a veces adornados con motivos dorados, y como ellas llevaban
frecuentemente joyas y accesorios de oro, vemos que, con exclusión de los
demás, todos los colores principales de la gran obra se encuentran
simbólicamente reunidos en la policromía de la estatua. Al representar, sin
duda alguna, el color negro asociado a los rasgos de la Madre y del Hijo, la
materia primordial, los colores, blanco y rojo serían las tres transformaciones
por las que pasa la materia durante la obra, y finalmente el color dorado, el
del metal puro obtenido al término de la transmutación de los metales vulgares,
sería el símbolo de la perfección iniciadora. (*)
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(*) Fuente: Jacques Huynen, El enigma de
las vírgenes negras, Colección otros Horizontes, de editorial Plaza Janes.
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