La señora oscura
Abstract
De
contenidos simbólicos ancestrales, relacionadas con creencias celtas, e incluso
pre-celtas, cristiano-visigóticas, presentes tanto en la ruta jacobea como en
las leyendas de los caballeros templarios, las vírgenes negras siguen
recibiendo cultos populares y hasta presidiendo bodas reales y ofrendas de
ramos de flores monárquicos.
Entre la historia y la tradición
Vinculadas a
un entorno de cuevas, montañas, árboles, pozos y cursos de agua, se integran
con la Naturaleza y parecen reinar dentro de ella.
Aquellos que
se han sentido atraídos por imágenes de vírgenes negras coinciden en señalar
algunos aspectos que las diferencian de otro tipo de representaciones de la
virgen, por ejemplo, el hecho de que fueran fabricadas negras a propósito. Su
color no es fruto de la acción del tiempo o de la exposición a los cirios como
se ha querido explicar. En las auténticas, el rostro y las manos de la madre y
el hijo son negros o están pintados de negro mientras que el traje está
policromado.
Se
caracterizan por ser pequeñas tallas de madera que no suelen exceder los 70
centímetros de alto por 30 de ancho y 30 de profundidad. Están entronizadas en
cátedra con el niño sentado en el regazo. Más raramente en la rodilla
izquierda. A veces el niño tiene un libro cerrado en la mano izquierda y sus
rasgos suelen estar menos trabajados que los de su madre. Ésta mantiene una expresión
corporal y del rostro hieráticas. Firmes y relajadas a un tiempo, las
tallas transmiten poder. Su mirada se dirige hacia delante, y es a la
vez serena y lejana.
A veces se
aprecia un cierto toque oriental; sus leyendas se refieren a Oriente, a
Bizancio, de donde pasarían a diversos puntos del orbe cristiano. El
cristianismo atribuye legendariamente a San Lucas la inmensa mayoría de las
vírgenes negras, con lo que dirige nuestras miradas hacia Asia Menor, sin
embargo este hecho sin duda tiene una interpretación simbólica. También Oriente
aparece en las menciones de que fueron los cruzados los que las introdujeron en
sus países de origen a su regreso.
Históricamente
podemos situar su apogeo entre los siglos XI y XII, raramente se las puede
enclavar en el XIII. Artísticamente pertenecen al románico. Las talladas
durante el gótico posiblemente hagan referencia y sean nuevas representaciones
de imágenes anteriores; así como las imágenes cuya leyenda apunta a épocas
previas a estos siglos puede que evoquen tallas a su vez cristianizadas, cuando
no la misma imagen, de cultos paganos más antiguos. Porque, aunque las vírgenes
negras a menudo fueron encontradas por vaqueros o por pastores, lo cierto es
que el centro de pleitesía corresponde al enclave donde antaño se veneraba a
una deidad pagana de antiquísima tradición y objeto de peregrinación secular.
Vinculadas a un entorno de cuevas, montañas, árboles, pozos y cursos de agua y,
en el caso de Francia donde se ha comprobado este hecho, a dólmenes y otros
monumentos megalíticos, se integran con la Naturaleza y parecen reinar dentro
de ella.
Es en
Francia donde se ha encontrado la pervivencia de tradiciones subyacentes a sus
festejos de lejano origen, como son ofrendas de ruedas de cera, velas de color
verde, etc. y que han querido asociarse a remotas ceremonias celtas en honor de
una diosa madre.
Los
estudiosos franceses de estas imágenes han resaltado su reaparición medieval
coincidiendo con el entrecruzamiento de distintas corrientes culturales en un
momento histórico cercano al Milenio, confluyendo la tradición celta
cristianizada, la cristiano visigótica y las romanas oriental y occidental en
la síntesis que realizaron las órdenes monásticas, San Bernardo, figura clave
en la expansión del culto mariano, y los Templarios.
Al imponerse
los benedictinos aunando las corrientes anteriores, se procede a una
consolidación de la infraestructura de la ruta jacobea, tales como albergues y
hospitales. Posteriormente, magníficas catedrales consagradas a Nuestra Señora
albergarán algunas de estas imágenes o réplicas suyas. El empuje artístico nos
ofrece dos facetas: la de la expresión arquitectónica y escultórica y la del
contenido subyacente. Mucho se ha hablado de las cofradías de constructores que
conocemos sobre todo a partir del románico y que empezaron a hacer hablar a la
piedra dejando su firma impresa en la misma, alcanzando la eclosión final en el
gótico. Bajo escenas evangélicas y fabulaciones bíblicas se encuentran
alegorías gnósticas, astrológicas y alquímicas. Los animales fantásticos y
motivos vegetales no son adornos, sino imágenes que transmiten un mensaje.
Estamos muchas veces frente a grandes símbolos y como es propio de esta
categoría, son universales. Portan contenidos arquetípicos.
Al parecer
son tres las cofradías de artesanos que se conocen: los Hijos del Padre Soubise, bajo la protección benedictina, que levantaron monumentos románicos,
los
Hijos de Salomón, cercanos a la orden del Cister y por tanto en
relación más o menos directa con los Templarios, considerada como impulsora del
gótico, y los Jacks, o Hijos del Maestro Jacks o Jacques, a quienes se
les ha relacionado con las catedrales de Chartres, Amiens y Reims, además de
muchos edificios del Camino de Santiago. A este último grupo se le ha atribuido
una gran parte de la transmisión de contenidos simbólicos ancestrales
relacionados con las creencias celtas e incluso pre-celtas que aparecen a lo
largo de toda la ruta jacobea y que si no ha estado vinculado, sí ha acompañado
sincrónicamente a las vírgenes negras.
La madre
negra
El negro
representa la fecundidad y la tarea oculta y secreta en que las cosas se van
gestando hasta que llega el momento de su manifestación.
Tanto el
negro como su opuesto, el blanco, son colores límite. Uno representa la
ausencia de color y el otro su síntesis. El negro está asociado a las tinieblas
primordiales, a la indiferenciación de los comienzos, a los abismos del cielo y
de la tierra, a lo profundo donde todos los elementos parecen unirse.
Así, representa
al Caos, que todo lo contiene en potencia y donde todas las cosas son
posibles. El negro y el blanco han sido asociados a la muerte en tanto que umbral
y elemento de confluencia y, a la vez, de partida en un nuevo cambio, una
mutación y una transformación. El negro es el color de la noche, de la
oscuridad, de la no-luz y del tiempo anterior a la luz. El
negro representa también la disolución y la putrefacción donde los elementos
que se han separado pueden reunirse y germinar bajo la acción de la humedad,
apareciendo de nuevo a la luz. Esa faceta de ocultamiento, de la obra
que se realiza más allá de la visión pero que sin embargo sucede, es lo que se ha
asociado a la fecundidad y a la tarea oculta y secreta en que las cosas se van
gestando hasta que llega el momento de su manifestación. Así, el
negro ha sido asociado al Yin, el aspecto femenino de la Naturaleza.
Esta
cualidad de potencial germinativo es la que ha hecho que se considere al Caos
como el receptáculo en el que germinan las formas con las leyes que las rigen. Ese
negro, femenino, potencial, contendría en sí la semilla de las cosas sujetas a
ritmos, representaciones y transformaciones.
Acercamiento
simbólico
En el
aspecto de receptáculo la madre es el Gran Útero hecho de vida y vida misma en
su potencial de gestación, el gran atanor que posibilita los cambios; por eso
ha sido imaginada como una Gran Potencia que alumbra y recoge a los
universos, los mundos y todos sus seres, de todos los órdenes y de todas las
categorías; animales, vegetales y con ellos las Leyes que rigen sus procesos
vitales. Se la ha personificado en la Magna Dea, la Diosa, la Gran Madre, Aditi,
Maha Sackti para Oriente, fuerza vital que gesta, mantiene, sostiene; que anima
y unifica y que, siendo Ella océano vital, conduce a sus seres
inmersos en sus corrientes a través de los movimientos de sus aguas de vida.
Uno de sus
símbolos es el caldero, el cáliz, la copa, el receptáculo contenedor. Otro, las Aguas, las Grandes
Aguas de seno inmenso y profundo que huyen hacia el fin del cielo y hacia el
punto más lejano de los océanos. Es la potencia que está más allá de
las aguas y al mismo tiempo el agua o misma; por eso es el movimiento, el
ritmo, el ciclo, la oleada que lanza a sus seres para alimentarlos de su
esencia, para permitirlos existir en ella misma y para reunirlos de nuevo en su
seno.
Si es las
aguas del espacio, constituye ese inmenso océano que espera el aliento divino para
activarse. Si es
la ola que regenera, recoge a todos sus hijos al final de sus ciclos de vida,
ya sea en la larga duración del tiempo de los soles, como el momento de
la pequeña partícula; desde lo enorme a lo ínfimo. Si expresa, plasma, si recoge, aúna.
Entonces es la muerte. La pequeña muerte de cada ser y la Gran Muerte que
devuelve a la Creación al silencio originario.
Ella que
brinda los requisitos vitales, apenas es afectada por ellos. Por eso se la concibió como la
Madre Virgen, intocada e intacta durante la eternidad antes de la Creación.
Como Caos
Primordial es la Madre de la Luz, como Cuerpo del Espacio en el que
nacen, flotan y mueren los Universos, la Madre del Cosmos, de los Soles y de
los Mundos con sus seres. Por eso es la Reina de la Naturaleza Toda. Por eso se
la ha llamado la fructificadora, y los vegetales, animales y hombres surgen de
ella y de ella se alimentan. Por eso se la ha representado con el niño divino
en brazos; su fruto, que nos representa a todos, los grandes seres y los pequeños
seres. Todos somos el Hijo.
Se la ha
asociado a la Tierra y a la Luna. Como esencia gestante es la potencia ctónica que recoge
a los muertos y los conserva, como las semillas caídas que duermen en su
regazo, el tiempo necesario. Así se ha imaginado que las
grutas y oquedades son puertas que conducen a un punto central en el
inframundo, donde reina y vela por sus criaturas, otorgándolas el tiempo del
sueño y el tiempo del despertar.
Cuando se
la ha relacionado con la Luna, también vinculada desde tiempos inmemoriales con
el tiempo, los ritmos vitales, las aguas, las mareas, la humedad y la
fecundidad, también es dual: la Luna tiene una cara de luz y una
vertiente de oscuridad nunca hollada por el Sol, eternamente sombría e
inmutable; mientras que la faz luminosa está sujeta a diferentes expresiones de
luz.
A los
seres humanos nos cuesta mucho esfuerzo la visión unificadora e integrada.
Nuestra mente tiende a separar las cosas en oposición; todo lo más, podemos entender
la integración de los pares como complementaria y la mayoría de las veces solo
comprendemos la disyunción y el conflicto de la dualidad. Así, el simbolismo de
la madre negra ha servido en muchas ocasiones para expresar aspectos que
consideramos peyorativos.
La luna
oscura y algunas de sus representaciones
La Gran
Madre, Caos, Noche Cósmica, útero y recipiente de la vida, es abismo oceánico,
el seno de la tierra y la Luna. Sus atributos fueron con el tiempo representados
en distintos imaginarios muchas veces demasiado separados entre sí según las
variaciones de percepción psicológica y mental mediatizada por los momentos
culturales en el que se formularon, personificaron y recibieron culto. Representaciones
antiquísimas de la diosa Luna son los pilares o los conos, mayoritariamente de
piedra; muchas veces de origen meteórico (las llamadas piedras lunares)
que en ocasiones eran trabajadas. El color también variaba en función de estos
aspectos luminosos o sombríos de la deidad lunar y la valoración positiva o
negativa de los pueblos que las sacralizaron. Si en Pafos o Chipre Astarté era
representada como un cono o pirámide blancos, Cibeles lo era como una piedra
negra. En Caldea la Gran Madre era venerada en forma de piedra negra sagrada
que muchos defienden sea la misma que aún ahora se guarda en la Kaaba de la
Meca, sólo que antaño, al parecer, la servían sacerdotisas y ahora son
sacerdotes en un culto estrictamente patriarcal.
Las
piedras lunares a menudo eran representadas como ónfalos, centros vitales; y el
pilar como árbol, con un significado parecido al ya visto: el fruto de la
Naturaleza, ramificación de posibilidades que obedecen a un principio común,
los distintos seres, fecundidad, expansión vital, la vegetación, etc., según el
nivel de análisis empleado. Todos sus frutos son el Hijo de la Diosa, el
hijo de la Luna, que muere y renace periódicamente. Si bien es muy
común que la Diosa Madre sea representada con su hijo en forma de niño, también
lo son las alusiones al hijo como compañero y consorte igualmente
sometido a ciclos de muerte y resurrección. Inanna, Isthar, Cibeles,
Afrodita e Isis están asociadas a esta contraparte y complemento, su aspecto
masculino, que en una de sus claves es el árbol pilar y que en esta faceta
recibe muchas veces el calificativo de "el verde". Frazer y otros
estudiosos del siglo XIX llamaron la atención, haciendo una interpretación exclusivamente
agraria (de fecundidad física de la tierra), de la asociación de estas
diosas-madre con el árbol, y su aspecto sombrío y doloroso al ver muerto a ese
consorte.
No sólo
ceremonias del mundo antiguo rememoran este hecho, sino también fiestas del folklore
popular en las que figuran el árbol y la cruz como árbol esquematizado. Todo el
ámbito europeo tiene tradiciones en torno al árbol y nuestras Cruces de Mayo
hundirían sus ancestros en estas consideraciones. Cuentos y mitos sobre el
hombre verde, Jacq o Jacques in the green en el mundo anglosajón, tal vez el
Santiago el Verde asociado a nuestra Señora de Atocha, cuyo toponímico pudo
haber tenido lugar a raíz de este símbolo, son ramificaciones de la misma pauta
simbólica. En las celebraciones populares, el árbol de la Luna aparece en dibujos
cubierto con frutos o luces; en un dibujo asirio tiene cintas, como en algunas
celebraciones del árbol de Mayo y ¡quién sabe si entonces, como ahora, se
celebraban danzas alrededor! Cruces o palos truncados sobre una media luna y
representaciones de árboles con un origen claramente pre-cristiano, se han
encontrado en algunas iglesias griegas.
La diosa
Luna a veces es representada con una Luna creciente; el ejemplo más cercano es
Isis o Hathor, la Luna como barca que surca las aguas del cielo. También el hacha de doble filo,
tan común en el mundo mediterráneo, nos remite a los cuernos de la luna. Una de
sus distintas interpretaciones es, de nuevo, fecundidad y potencia vital; de
características ambivalentes, masculinas y femeninas a un tiempo, nos habla
otra vez y de otra forma de la diosa y su consorte, tanto la vaca nutricia como
el toro celeste o terrestre que fertiliza. Sorprende de nuevo que en las
tradiciones de las vírgenes negras aparezca con aplastante mayoría San Lucas,
cuyo animal emblemático es, precisamente, el toro.
Psicología las diosas negras
La
representación de la Madre Oscura y de la Luna Negra ha pasado psicológicamente
a asumir características de lo incontrolable, lo desconocido y por tanto lo que
contiene y mantiene la mayor parte de nuestros temores y de nuestras
evitaciones.
A nivel social representan muchas veces aspectos de la Naturaleza y de los
seres que se consideran contrarios al orden imperante o que, se piensa, atentan
contra el mismo.
El abismo
en el que se oculta a la Madre Oscura representa en los humanos lo
inconsciente, con todas sus facetas y posibilidades. Los contenidos que han sido
rechazados y desplazados de la conciencia por ser incompatibles con la propia imagen,
con lo que se espera de uno mismo y con lo que los demás esperan de uno; así
como aspectos personales que se consideran desfavorables para ser valorado,
querido, considerado o deseado por otros. Pero también están aquí las
cualidades nunca desplegadas y las potencialidades desconocidas que no pudieron
expresarse o manifestarse. Jung llamó a esta parte de la personalidad la
sombra; que si bien en un cierto nivel puede coincidir con el inconsciente
freudiano, lo sobrepasa ampliamente ya que es tanto caudal de energía como lo
que llamamos "bueno" y "malo" de nosotros mismos.
A nivel
social, este abismo donde se oculta la Diosa Oscura significa el destierro de
la conciencia social, lo que indica que una vez pudo haber tenido consideración
colectiva y por otra parte, desde el infierno, mundo subterráneo, seno de los
mares, etc., o dondequiera que se la haya situado, sigue de algún modo
existiendo y esperando una nueva oportunidad de manifestación.
Como ya se
ha señalado, muchas diosas han sido representadas en sus dos facetas: luminosa
y sombría. Dos copias idénticas de Artemisa de Éfeso, la muestran una en blanco
y otra en negro, acogiendo a la Naturaleza toda. Tenemos imágenes negras de
Demeter (que en su versión oscura dejó al mundo yermo cuando perdió a su hija,
a su vez Reina de los muertos). Kali, madre terrible, tiempo (kala) que todo lo
devora, y que en cierto modo puede considerarse como un aspecto de Parvati, la
contraparte de Shiva, es negra. Todas son una expresión del poder del aspecto
femenino de la creación y el aspecto destrucción, muerte y regeneración de la
Naturaleza.
Hay
imágenes negras de Isis, aunque también tiene una contraparte en su hermana
Neftis, el rostro eternamente oscuro de la Luna; y Ereshkigal, Hécate, Lilith,
si no negras, sí son claramente infernales. La primera es también hermana y
contraparte de Inanna, vive en el Kur, o lo inmenso desconocido. Está
perpetuamente sola, ansiosa e insaciable; se siente abandonada y llena de
furia.
Ereshkigal
fue diosa de la fertilidad en la tierra y esposa del Gran Toro del cielo, así
como Hécate fue también, antes de Hesiodo, una diosa terrenal. Hécate resume la
concepción humana de los terrores de las tinieblas, de los desvaríos de lo
irracional, las pesadillas, los terrores nocturnos. Pero también abarca la conciencia
amplificada, la visión profética y el conocimiento profundo de los sucesos;
psicológicamente se mueve entre lo impulsivo y lo intuitivo. Es la faceta
impulsiva de Lilith, su rebeldía indomable, la que hizo que fuera socialmente
indeseable para la tradición patriarcal judaica. Se la ha hecho poseedora de
una sexualidad sin freno, por eso en la tradición judeo cristiana se la juzgó
enemiga del matrimonio y de los
hijos, y en el medioevo se la consideró como un súcubo, demonio hembra que
acudía por las noches al lecho de los varones.
Prácticamente
todas las tradiciones han conocido y han rendido culto a diosas oscuras. Todas,
incluidos los ejemplos presentados, muestran diferentes niveles de lectura,
aunque algunas de sus peculiaridades más llamativas sean las que las han
caracterizado para la posterioridad. Lo cierto es que en las diosas oscuras ha
latido siempre un factor de renovación y de transformación.
Las
vírgenes negras en el medioevo
Muchos
estudiosos de las vírgenes negras han apuntado al presunto mensaje alquímico de
su color y de los tonos de sus ropajes (negro o azul oscuro, blanco y rojo). El
negro o el azul oscuro, representando a la materia prima y a la primera fase de
la obra, la opus nigrum; el blanco, al albedo y el tercero o rojo, al rubedo.
Rastrear históricamente los colores de las vestiduras de las tallas es una
tarea ardua, máxime si tenemos en cuenta que hay sitios donde sólo tenemos la
referencia de que posiblemente allí hubo alguna vez una virgen negra, pero sólo
queda la tradición, como es el ejemplo del Mont St. Michael, en Francia; o nos
encontramos una talla que es la copia de la copia de una imagen negra original
que se perdió para siempre, lo cual es frecuente por desastres naturales e
intervenciones humanas. En España los colores podrían coincidir en Nuestra
Señora de Nuria, pero no así en la de Montserrat, Guadalupe, Atocha y mucho
menos Almudena que es una imagen mucho más moderna. Claro que tampoco sabemos
cuáles eran los colores originales teniendo en cuenta, además, la costumbre
(que duró siglos) de vestirlas. Por otra parte, muchas representaciones
generales de la Virgen, sobre todo a partir del Renacimiento, sí muestran en
los colores de sus trajes interesantes características simbólicas, como el
blanco y el azul claro para la Inmaculada, que podemos asociar con la Virgen
Celeste, la materia incontaminada más allá de la Vida y de la Muerte y causa de
ambas. El rojo y el azul en todas sus gamas para la Virgen Madre, rojo femenino
de vida y sangre en el traje y azul, en ocasiones tachonado de estrellas,
masculino y celeste, para el manto. Espíritu y Materia en conjunción para
fructificar en el Niño-Creación; y finalmente el negro y el blanco o
simplemente el negro de luto y muerte, con el matiz ctónico ya indicado, para
la Virgen Dolorosa.
Otro
aspecto a destacar de las vírgenes negras son los milagros. Los que se han acercado a su
simbolismo han señalado peculiaridades que no se dan en otros milagros
atribuidos a Nuestra Señora en otros momentos históricos. Son milagros que tienen que ver
con la vida y la muerte, como el que se produjo en el momento de la
reaparición de la imagen de la Almudena; con tele-transportaciones, como los
casos de cautivos que desde Oriente despiertan de pronto en su país y son
liberados de sus cadenas; o la salvación de las aguas (como el de Nuestra
Señora de Atocha en el pozo de San Isidro) etc., milagros de individuación, de
liberación, de despertar.
Por otra
parte, en el lapso del medioevo coincidente con la aparición de las vírgenes
negras hay una reactivación social, artística y cultural en el seno de la
sociedad medieval hispano-francesa. Las órdenes monásticas, las cruzadas, los
templarios, el contacto con Oriente y el mundo árabe facilitaron el comercio,
la entrada de conocimientos sobre arquitectura, arte en general, medicina,
matemáticas, astronomía, etc. Y la traducción de los clásicos abrió nuevas
perspectivas en la filosofía y en el mundo del conocimiento en general. Hay una
irrupción y un desarrollo del elemento femenino, no sólo con el culto mariano,
sino también de forma idealizada en el amor cortés... a pesar de las grandes
discusiones que acapararon la atención de los escolásticos sobre la Naturaleza,
la carne y el pescado, sembrando una disyunción entre materia y espíritu que ha
llegado a nuestros días.
Leyendas y mitos
Testigos
de celebraciones de todo tipo, han dado pie a historias de reyes y plebeyos,
princesas y campesinos.
Hay
constancia de vírgenes negras en toda Europa. La mayor concentración de
estas imágenes, descubiertas y estudiadas hasta ahora, está en Francia. España
ocuparía el segundo lugar. Diseminadas por nuestro territorio, asociadas a
montañas, grutas, ermitas, cursos de agua, pozos, piedras, árboles o sembrados,
son pródigas en el Camino de Santiago. No en vano el apóstol está fuertemente
vinculado a Nuestra Señora, que le alentó a venir a nuestras tierras y le
protegió después, según la tradición, en su misión evangelizadora. Pero también
se encuentran en Cáceres (Guadalupe) y en Madrid, por ejemplo, lejos de la ruta
jacobea. Madrid cuenta con dos vírgenes negras de antiguo culto: Nuestra Señora
de Atocha y Nuestra Señora de la Almudena, a pesar de que algunos
investigadores han señalado que pudiera tratarse de la misma, puesto que de la
imagen encontrada en un lienzo de la muralla árabe sólo tenemos la leyenda
milenaria, por cierto, ya que algunos dicen que se remonta a San Lucas,
mientras que otros a San Juan, habiéndose tallado en vida de la Virgen. También
contamos con algunas menciones históricas, porque la talla que podemos observar
en la Catedral sólo conserva de tan vetusto pasado la memoria.
Pasado y
presente de las vírgenes negras de Madrid
Un aporte de Paloma de Miguel en desagravio a la oscuridad del olvido al que han sido relegadas las diosas negras.
Los estudiosos franceses han señalado la
vinculación entre la tradición céltico druídica y las vírgenes negras. Por una
parte encontramos representaciones de diosas madres celtas muy similares a las
vírgenes negras. Sin embargo, en otras culturas también tenemos diosas sentadas
con el niño en brazos o en su seno. Un referente cercano a nosotros es el de la
egipcia Isis.
Un aporte de Paloma de Miguel en desagravio a la oscuridad del olvido al que han sido relegadas las diosas negras.
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