miércoles, 2 de mayo de 2012

La señora oscura

La señora oscura

Abstract

De contenidos simbólicos ancestrales, relacionadas con creencias celtas, e incluso pre-celtas, cristiano-visigóticas, presentes tanto en la ruta jacobea como en las leyendas de los caballeros templarios, las vírgenes negras siguen recibiendo cultos populares y hasta presidiendo bodas reales y ofrendas de ramos de flores monárquicos.

Entre la historia y la tradición

Vinculadas a un entorno de cuevas, montañas, árboles, pozos y cursos de agua, se integran con la Naturaleza y parecen reinar dentro de ella.
Aquellos que se han sentido atraídos por imágenes de vírgenes negras coinciden en señalar algunos aspectos que las diferencian de otro tipo de representaciones de la virgen, por ejemplo, el hecho de que fueran fabricadas negras a propósito. Su color no es fruto de la acción del tiempo o de la exposición a los cirios como se ha querido explicar. En las auténticas, el rostro y las manos de la madre y el hijo son negros o están pintados de negro mientras que el traje está policromado.
Se caracterizan por ser pequeñas tallas de madera que no suelen exceder los 70 centímetros de alto por 30 de ancho y 30 de profundidad. Están entronizadas en cátedra con el niño sentado en el regazo. Más raramente en la rodilla izquierda. A veces el niño tiene un libro cerrado en la mano izquierda y sus rasgos suelen estar menos trabajados que los de su madre. Ésta mantiene una expresión corporal y del rostro hieráticas. Firmes y relajadas a un tiempo, las tallas transmiten poder. Su mirada se dirige hacia delante, y es a la vez serena y lejana.
A veces se aprecia un cierto toque oriental; sus leyendas se refieren a Oriente, a Bizancio, de donde pasarían a diversos puntos del orbe cristiano. El cristianismo atribuye legendariamente a San Lucas la inmensa mayoría de las vírgenes negras, con lo que dirige nuestras miradas hacia Asia Menor, sin embargo este hecho sin duda tiene una interpretación simbólica. También Oriente aparece en las menciones de que fueron los cruzados los que las introdujeron en sus países de origen a su regreso.
Históricamente podemos situar su apogeo entre los siglos XI y XII, raramente se las puede enclavar en el XIII. Artísticamente pertenecen al románico. Las talladas durante el gótico posiblemente hagan referencia y sean nuevas representaciones de imágenes anteriores; así como las imágenes cuya leyenda apunta a épocas previas a estos siglos puede que evoquen tallas a su vez cristianizadas, cuando no la misma imagen, de cultos paganos más antiguos. Porque, aunque las vírgenes negras a menudo fueron encontradas por vaqueros o por pastores, lo cierto es que el centro de pleitesía corresponde al enclave donde antaño se veneraba a una deidad pagana de antiquísima tradición y objeto de peregrinación secular. Vinculadas a un entorno de cuevas, montañas, árboles, pozos y cursos de agua y, en el caso de Francia donde se ha comprobado este hecho, a dólmenes y otros monumentos megalíticos, se integran con la Naturaleza y parecen reinar dentro de ella.
Es en Francia donde se ha encontrado la pervivencia de tradiciones subyacentes a sus festejos de lejano origen, como son ofrendas de ruedas de cera, velas de color verde, etc. y que han querido asociarse a remotas ceremonias celtas en honor de una diosa madre.
Los estudiosos franceses de estas imágenes han resaltado su reaparición medieval coincidiendo con el entrecruzamiento de distintas corrientes culturales en un momento histórico cercano al Milenio, confluyendo la tradición celta cristianizada, la cristiano visigótica y las romanas oriental y occidental en la síntesis que realizaron las órdenes monásticas, San Bernardo, figura clave en la expansión del culto mariano, y los Templarios.
Al imponerse los benedictinos aunando las corrientes anteriores, se procede a una consolidación de la infraestructura de la ruta jacobea, tales como albergues y hospitales. Posteriormente, magníficas catedrales consagradas a Nuestra Señora albergarán algunas de estas imágenes o réplicas suyas. El empuje artístico nos ofrece dos facetas: la de la expresión arquitectónica y escultórica y la del contenido subyacente. Mucho se ha hablado de las cofradías de constructores que conocemos sobre todo a partir del románico y que empezaron a hacer hablar a la piedra dejando su firma impresa en la misma, alcanzando la eclosión final en el gótico. Bajo escenas evangélicas y fabulaciones bíblicas se encuentran alegorías gnósticas, astrológicas y alquímicas. Los animales fantásticos y motivos vegetales no son adornos, sino imágenes que transmiten un mensaje. Estamos muchas veces frente a grandes símbolos y como es propio de esta categoría, son universales. Portan contenidos arquetípicos.
Al parecer son tres las cofradías de artesanos que se conocen: los Hijos del Padre Soubise, bajo la protección benedictina, que levantaron monumentos románicos, los Hijos de Salomón, cercanos a la orden del Cister y por tanto en relación más o menos directa con los Templarios, considerada como impulsora del gótico, y los Jacks, o Hijos del Maestro Jacks o Jacques, a quienes se les ha relacionado con las catedrales de Chartres, Amiens y Reims, además de muchos edificios del Camino de Santiago. A este último grupo se le ha atribuido una gran parte de la transmisión de contenidos simbólicos ancestrales relacionados con las creencias celtas e incluso pre-celtas que aparecen a lo largo de toda la ruta jacobea y que si no ha estado vinculado, sí ha acompañado sincrónicamente a las vírgenes negras.
La madre negra
El negro representa la fecundidad y la tarea oculta y secreta en que las cosas se van gestando hasta que llega el momento de su manifestación.
Tanto el negro como su opuesto, el blanco, son colores límite. Uno representa la ausencia de color y el otro su síntesis. El negro está asociado a las tinieblas primordiales, a la indiferenciación de los comienzos, a los abismos del cielo y de la tierra, a lo profundo donde todos los elementos parecen unirse. Así, representa al Caos, que todo lo contiene en potencia y donde todas las cosas son posibles. El negro y el blanco han sido asociados a la muerte en tanto que umbral y elemento de confluencia y, a la vez, de partida en un nuevo cambio, una mutación y una transformación. El negro es el color de la noche, de la oscuridad, de la no-luz y del tiempo anterior a la luz. El negro representa también la disolución y la putrefacción donde los elementos que se han separado pueden reunirse y germinar bajo la acción de la humedad, apareciendo de nuevo a la luz. Esa faceta de ocultamiento, de la obra que se realiza más allá de la visión pero que sin embargo sucede, es lo que se ha asociado a la fecundidad y a la tarea oculta y secreta en que las cosas se van gestando hasta que llega el momento de su manifestación. Así, el negro ha sido asociado al Yin, el aspecto femenino de la Naturaleza.
Esta cualidad de potencial germinativo es la que ha hecho que se considere al Caos como el receptáculo en el que germinan las formas con las leyes que las rigen. Ese negro, femenino, potencial, contendría en sí la semilla de las cosas sujetas a ritmos, representaciones y transformaciones.
Acercamiento simbólico
En el aspecto de receptáculo la madre es el Gran Útero hecho de vida y vida misma en su potencial de gestación, el gran atanor que posibilita los cambios; por eso ha sido imaginada como una Gran Potencia que alumbra y recoge a los universos, los mundos y todos sus seres, de todos los órdenes y de todas las categorías; animales, vegetales y con ellos las Leyes que rigen sus procesos vitales. Se la ha personificado en la Magna Dea, la Diosa, la Gran Madre, Aditi, Maha Sackti para Oriente, fuerza vital que gesta, mantiene, sostiene; que anima y unifica y que, siendo Ella océano vital, conduce a sus seres inmersos en sus corrientes a través de los movimientos de sus aguas de vida.
Uno de sus símbolos es el caldero, el cáliz, la copa, el receptáculo contenedor. Otro, las Aguas, las Grandes Aguas de seno inmenso y profundo que huyen hacia el fin del cielo y hacia el punto más lejano de los océanos. Es la potencia que está más allá de las aguas y al mismo tiempo el agua o misma; por eso es el movimiento, el ritmo, el ciclo, la oleada que lanza a sus seres para alimentarlos de su esencia, para permitirlos existir en ella misma y para reunirlos de nuevo en su seno.
Si es las aguas del espacio, constituye ese inmenso océano que espera el aliento divino para activarse. Si es la ola que regenera, recoge a todos sus hijos al final de sus ciclos de vida, ya sea en la larga duración del tiempo de los soles, como el momento de la pequeña partícula; desde lo enorme a lo ínfimo. Si expresa, plasma, si recoge, aúna. Entonces es la muerte. La pequeña muerte de cada ser y la Gran Muerte que devuelve a la Creación al silencio originario.
Ella que brinda los requisitos vitales, apenas es afectada por ellos. Por eso se la concibió como la Madre Virgen, intocada e intacta durante la eternidad antes de la Creación. Como Caos Primordial es la Madre de la Luz, como Cuerpo del Espacio en el que nacen, flotan y mueren los Universos, la Madre del Cosmos, de los Soles y de los Mundos con sus seres. Por eso es la Reina de la Naturaleza Toda. Por eso se la ha llamado la fructificadora, y los vegetales, animales y hombres surgen de ella y de ella se alimentan. Por eso se la ha representado con el niño divino en brazos; su fruto, que nos representa a todos, los grandes seres y los pequeños seres. Todos somos el Hijo.
Se la ha asociado a la Tierra y a la Luna. Como esencia gestante es la potencia ctónica que recoge a los muertos y los conserva, como las semillas caídas que duermen en su regazo, el tiempo necesario. Así se ha imaginado que las grutas y oquedades son puertas que conducen a un punto central en el inframundo, donde reina y vela por sus criaturas, otorgándolas el tiempo del sueño y el tiempo del despertar.
Cuando se la ha relacionado con la Luna, también vinculada desde tiempos inmemoriales con el tiempo, los ritmos vitales, las aguas, las mareas, la humedad y la fecundidad, también es dual: la Luna tiene una cara de luz y una vertiente de oscuridad nunca hollada por el Sol, eternamente sombría e inmutable; mientras que la faz luminosa está sujeta a diferentes expresiones de luz.
A los seres humanos nos cuesta mucho esfuerzo la visión unificadora e integrada. Nuestra mente tiende a separar las cosas en oposición; todo lo más, podemos entender la integración de los pares como complementaria y la mayoría de las veces solo comprendemos la disyunción y el conflicto de la dualidad. Así, el simbolismo de la madre negra ha servido en muchas ocasiones para expresar aspectos que consideramos peyorativos.
La luna oscura y algunas de sus representaciones
La Gran Madre, Caos, Noche Cósmica, útero y recipiente de la vida, es abismo oceánico, el seno de la tierra y la Luna. Sus atributos fueron con el tiempo representados en distintos imaginarios muchas veces demasiado separados entre sí según las variaciones de percepción psicológica y mental mediatizada por los momentos culturales en el que se formularon, personificaron y recibieron culto. Representaciones antiquísimas de la diosa Luna son los pilares o los conos, mayoritariamente de piedra; muchas veces de origen meteórico (las llamadas piedras lunares) que en ocasiones eran trabajadas. El color también variaba en función de estos aspectos luminosos o sombríos de la deidad lunar y la valoración positiva o negativa de los pueblos que las sacralizaron. Si en Pafos o Chipre Astarté era representada como un cono o pirámide blancos, Cibeles lo era como una piedra negra. En Caldea la Gran Madre era venerada en forma de piedra negra sagrada que muchos defienden sea la misma que aún ahora se guarda en la Kaaba de la Meca, sólo que antaño, al parecer, la servían sacerdotisas y ahora son sacerdotes en un culto estrictamente patriarcal.
Las piedras lunares a menudo eran representadas como ónfalos, centros vitales; y el pilar como árbol, con un significado parecido al ya visto: el fruto de la Naturaleza, ramificación de posibilidades que obedecen a un principio común, los distintos seres, fecundidad, expansión vital, la vegetación, etc., según el nivel de análisis empleado. Todos sus frutos son el Hijo de la Diosa, el hijo de la Luna, que muere y renace periódicamente. Si bien es muy común que la Diosa Madre sea representada con su hijo en forma de niño, también lo son las alusiones al hijo como compañero y consorte igualmente sometido a ciclos de muerte y resurrección. Inanna, Isthar, Cibeles, Afrodita e Isis están asociadas a esta contraparte y complemento, su aspecto masculino, que en una de sus claves es el árbol pilar y que en esta faceta recibe muchas veces el calificativo de "el verde". Frazer y otros estudiosos del siglo XIX llamaron la atención, haciendo una interpretación exclusivamente agraria (de fecundidad física de la tierra), de la asociación de estas diosas-madre con el árbol, y su aspecto sombrío y doloroso al ver muerto a ese consorte.
No sólo ceremonias del mundo antiguo rememoran este hecho, sino también fiestas del folklore popular en las que figuran el árbol y la cruz como árbol esquematizado. Todo el ámbito europeo tiene tradiciones en torno al árbol y nuestras Cruces de Mayo hundirían sus ancestros en estas consideraciones. Cuentos y mitos sobre el hombre verde, Jacq o Jacques in the green en el mundo anglosajón, tal vez el Santiago el Verde asociado a nuestra Señora de Atocha, cuyo toponímico pudo haber tenido lugar a raíz de este símbolo, son ramificaciones de la misma pauta simbólica. En las celebraciones populares, el árbol de la Luna aparece en dibujos cubierto con frutos o luces; en un dibujo asirio tiene cintas, como en algunas celebraciones del árbol de Mayo y ¡quién sabe si entonces, como ahora, se celebraban danzas alrededor! Cruces o palos truncados sobre una media luna y representaciones de árboles con un origen claramente pre-cristiano, se han encontrado en algunas iglesias griegas.
La diosa Luna a veces es representada con una Luna creciente; el ejemplo más cercano es Isis o Hathor, la Luna como barca que surca las aguas del cielo. También el hacha de doble filo, tan común en el mundo mediterráneo, nos remite a los cuernos de la luna. Una de sus distintas interpretaciones es, de nuevo, fecundidad y potencia vital; de características ambivalentes, masculinas y femeninas a un tiempo, nos habla otra vez y de otra forma de la diosa y su consorte, tanto la vaca nutricia como el toro celeste o terrestre que fertiliza. Sorprende de nuevo que en las tradiciones de las vírgenes negras aparezca con aplastante mayoría San Lucas, cuyo animal emblemático es, precisamente, el toro.
Psicología las diosas negras
La representación de la Madre Oscura y de la Luna Negra ha pasado psicológicamente a asumir características de lo incontrolable, lo desconocido y por tanto lo que contiene y mantiene la mayor parte de nuestros temores y de nuestras evitaciones. A nivel social representan muchas veces aspectos de la Naturaleza y de los seres que se consideran contrarios al orden imperante o que, se piensa, atentan contra el mismo.
El abismo en el que se oculta a la Madre Oscura representa en los humanos lo inconsciente, con todas sus facetas y posibilidades. Los contenidos que han sido rechazados y desplazados de la conciencia por ser incompatibles con la propia imagen, con lo que se espera de uno mismo y con lo que los demás esperan de uno; así como aspectos personales que se consideran desfavorables para ser valorado, querido, considerado o deseado por otros. Pero también están aquí las cualidades nunca desplegadas y las potencialidades desconocidas que no pudieron expresarse o manifestarse. Jung llamó a esta parte de la personalidad la sombra; que si bien en un cierto nivel puede coincidir con el inconsciente freudiano, lo sobrepasa ampliamente ya que es tanto caudal de energía como lo que llamamos "bueno" y "malo" de nosotros mismos.
A nivel social, este abismo donde se oculta la Diosa Oscura significa el destierro de la conciencia social, lo que indica que una vez pudo haber tenido consideración colectiva y por otra parte, desde el infierno, mundo subterráneo, seno de los mares, etc., o dondequiera que se la haya situado, sigue de algún modo existiendo y esperando una nueva oportunidad de manifestación.
Como ya se ha señalado, muchas diosas han sido representadas en sus dos facetas: luminosa y sombría. Dos copias idénticas de Artemisa de Éfeso, la muestran una en blanco y otra en negro, acogiendo a la Naturaleza toda. Tenemos imágenes negras de Demeter (que en su versión oscura dejó al mundo yermo cuando perdió a su hija, a su vez Reina de los muertos). Kali, madre terrible, tiempo (kala) que todo lo devora, y que en cierto modo puede considerarse como un aspecto de Parvati, la contraparte de Shiva, es negra. Todas son una expresión del poder del aspecto femenino de la creación y el aspecto destrucción, muerte y regeneración de la Naturaleza.
Hay imágenes negras de Isis, aunque también tiene una contraparte en su hermana Neftis, el rostro eternamente oscuro de la Luna; y Ereshkigal, Hécate, Lilith, si no negras, sí son claramente infernales. La primera es también hermana y contraparte de Inanna, vive en el Kur, o lo inmenso desconocido. Está perpetuamente sola, ansiosa e insaciable; se siente abandonada y llena de furia.
Ereshkigal fue diosa de la fertilidad en la tierra y esposa del Gran Toro del cielo, así como Hécate fue también, antes de Hesiodo, una diosa terrenal. Hécate resume la concepción humana de los terrores de las tinieblas, de los desvaríos de lo irracional, las pesadillas, los terrores nocturnos. Pero también abarca la conciencia amplificada, la visión profética y el conocimiento profundo de los sucesos; psicológicamente se mueve entre lo impulsivo y lo intuitivo. Es la faceta impulsiva de Lilith, su rebeldía indomable, la que hizo que fuera socialmente indeseable para la tradición patriarcal judaica. Se la ha hecho poseedora de una sexualidad sin freno, por eso en la tradición judeo cristiana se la juzgó enemiga del matrimonio  y de los hijos, y en el medioevo se la consideró como un súcubo, demonio hembra que acudía por las noches al lecho de los varones.
Prácticamente todas las tradiciones han conocido y han rendido culto a diosas oscuras. Todas, incluidos los ejemplos presentados, muestran diferentes niveles de lectura, aunque algunas de sus peculiaridades más llamativas sean las que las han caracterizado para la posterioridad. Lo cierto es que en las diosas oscuras ha latido siempre un factor de renovación y de transformación.
Las vírgenes negras en el medioevo
Muchos estudiosos de las vírgenes negras han apuntado al presunto mensaje alquímico de su color y de los tonos de sus ropajes (negro o azul oscuro, blanco y rojo). El negro o el azul oscuro, representando a la materia prima y a la primera fase de la obra, la opus nigrum; el blanco, al albedo y el tercero o rojo, al rubedo. Rastrear históricamente los colores de las vestiduras de las tallas es una tarea ardua, máxime si tenemos en cuenta que hay sitios donde sólo tenemos la referencia de que posiblemente allí hubo alguna vez una virgen negra, pero sólo queda la tradición, como es el ejemplo del Mont St. Michael, en Francia; o nos encontramos una talla que es la copia de la copia de una imagen negra original que se perdió para siempre, lo cual es frecuente por desastres naturales e intervenciones humanas. En España los colores podrían coincidir en Nuestra Señora de Nuria, pero no así en la de Montserrat, Guadalupe, Atocha y mucho menos Almudena que es una imagen mucho más moderna. Claro que tampoco sabemos cuáles eran los colores originales teniendo en cuenta, además, la costumbre (que duró siglos) de vestirlas. Por otra parte, muchas representaciones generales de la Virgen, sobre todo a partir del Renacimiento, sí muestran en los colores de sus trajes interesantes características simbólicas, como el blanco y el azul claro para la Inmaculada, que podemos asociar con la Virgen Celeste, la materia incontaminada más allá de la Vida y de la Muerte y causa de ambas. El rojo y el azul en todas sus gamas para la Virgen Madre, rojo femenino de vida y sangre en el traje y azul, en ocasiones tachonado de estrellas, masculino y celeste, para el manto. Espíritu y Materia en conjunción para fructificar en el Niño-Creación; y finalmente el negro y el blanco o simplemente el negro de luto y muerte, con el matiz ctónico ya indicado, para la Virgen Dolorosa.
Otro aspecto a destacar de las vírgenes negras son los milagros. Los que se han acercado a su simbolismo han señalado peculiaridades que no se dan en otros milagros atribuidos a Nuestra Señora en otros momentos históricos. Son milagros que tienen que ver con la vida y la muerte, como el que se produjo en el momento de la reaparición de la imagen de la Almudena; con tele-transportaciones, como los casos de cautivos que desde Oriente despiertan de pronto en su país y son liberados de sus cadenas; o la salvación de las aguas (como el de Nuestra Señora de Atocha en el pozo de San Isidro) etc., milagros de individuación, de liberación, de despertar.
Por otra parte, en el lapso del medioevo coincidente con la aparición de las vírgenes negras hay una reactivación social, artística y cultural en el seno de la sociedad medieval hispano-francesa. Las órdenes monásticas, las cruzadas, los templarios, el contacto con Oriente y el mundo árabe facilitaron el comercio, la entrada de conocimientos sobre arquitectura, arte en general, medicina, matemáticas, astronomía, etc. Y la traducción de los clásicos abrió nuevas perspectivas en la filosofía y en el mundo del conocimiento en general. Hay una irrupción y un desarrollo del elemento femenino, no sólo con el culto mariano, sino también de forma idealizada en el amor cortés... a pesar de las grandes discusiones que acapararon la atención de los escolásticos sobre la Naturaleza, la carne y el pescado, sembrando una disyunción entre materia y espíritu que ha llegado a nuestros días.
Leyendas y mitos
Testigos de celebraciones de todo tipo, han dado pie a historias de reyes y plebeyos, princesas y campesinos.
Hay constancia de vírgenes negras en toda Europa. La mayor concentración de estas imágenes, descubiertas y estudiadas hasta ahora, está en Francia. España ocuparía el segundo lugar. Diseminadas por nuestro territorio, asociadas a montañas, grutas, ermitas, cursos de agua, pozos, piedras, árboles o sembrados, son pródigas en el Camino de Santiago. No en vano el apóstol está fuertemente vinculado a Nuestra Señora, que le alentó a venir a nuestras tierras y le protegió después, según la tradición, en su misión evangelizadora. Pero también se encuentran en Cáceres (Guadalupe) y en Madrid, por ejemplo, lejos de la ruta jacobea. Madrid cuenta con dos vírgenes negras de antiguo culto: Nuestra Señora de Atocha y Nuestra Señora de la Almudena, a pesar de que algunos investigadores han señalado que pudiera tratarse de la misma, puesto que de la imagen encontrada en un lienzo de la muralla árabe sólo tenemos la leyenda milenaria, por cierto, ya que algunos dicen que se remonta a San Lucas, mientras que otros a San Juan, habiéndose tallado en vida de la Virgen. También contamos con algunas menciones históricas, porque la talla que podemos observar en la Catedral sólo conserva de tan vetusto pasado la memoria.
Pasado y presente de las vírgenes negras de Madrid
  
Los estudiosos franceses han señalado la vinculación entre la tradición céltico druídica y las vírgenes negras. Por una parte encontramos representaciones de diosas madres celtas muy similares a las vírgenes negras. Sin embargo, en otras culturas también tenemos diosas sentadas con el niño en brazos o en su seno. Un referente cercano a nosotros es el de la egipcia Isis.



Un aporte de Paloma de Miguel en desagravio a la oscuridad del olvido al que han sido relegadas las diosas negras.
 

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