martes, 1 de mayo de 2012

Padre de los profetas


“Padre de los profetas, muy amado Filemón”.
“‘¿Qué dices?’ exclamé’. ‘Tus palabras mueven mis labios, de mis oídos
suena tu voz, mis ojos te ven desde dentro de mí. En verdad, ¡eres un
mago! ¿Saliste del círculo de la oscilación? ¡Qué confusión! ¿Eres yo
y yo soy tú? (...) ¿Qué hiciste padre? ¡Enséñame!’”
C. G. Jung, El libro rojo.

El libro rojo. Carl Gustav Jung.
El libro rojo de Jung. Claves para la comprensión de una obra inexplicable.
Bernardo Nante
El libro rojo de Jung
Claves para la comprensión de una obra inexplicable


Primera Parte
En Busca de las Claves
 “La práctica de la magia consiste en que lo incomprendido se haga comprensible de una manera y un modo no comprensibles”[i].
Carl Gustav Jung, el libro rojo

En esta “Primera Parte”, intentaremos buscar las claves de El libro rojo a partir de la misma obra, es decir, haremos una aproximación a sus ideas y símbolos fundamentales y a los criterios de comprensión allí sugeridos. En la “Segunda Parte” realizaremos con esas claves un recorrido simbólico por toda la obra. Si bien El libro rojo es laberíntico, inasible y, por así decir. ‘abrasivo’ para la consciencia de un lector promedio, la obra facilita la tarea de comprensión, pues permanentemente reflexiona, se ‘repliega’ sobre sí misma: presenta visiones y al mismo tiempo se mira a sí misma una y otra vez y se transforma en un movimiento recursivo, espiralado, como si se tratara de “unir el principio con el fin”. Esto no deb3e ser tomado como una mera metáfora, sino como un símbolo, pues el mismo reconocimiento de este modo de su discurrir ayuda a ahondar en su mensaje. Vale recordar, mutatis mutandis, la experiencia del propio Jung en ocasión de su lectura de una obra de naturaleza bien diversa, el Ulises de Joyce:
“Uno lee y lee, y cree entender lo que lee. De cuando en cuando cae como por un agujero en una frase nueva… Mas, una vez alcanzado el nivel de entrega adecuado, se acostumbra a todo”[ii]
Quizás, no pueda aplicarse a este caso el que uno ‘se acostumbre a todo’, pero dejarse llevar por este texto con mirada fervorosa, es descubrir esa condición serpentina, ‘ourobórica’ de la obra. Esperamos poder dar cuenta de esta extraña afirmación a lo largo de todo Claves, pero primero quisiéramos precisar esta idea.
Cuando Filemón se presenta inicialmente a Jung en un sueño, lleva un manojo de llaves y sostiene una de ellas como si estuviese por abrir la verja de un castillo. Como es sabido, la llave iniciática que abre y cierra las cámaras secretas de los misterios no es un instrumento externo que pueda conseguirse utilizando lo que Panikkar denominaba la “epistemología del cazador”. Para tal gesta, no basta la voluntad, ni mucho menos, la agudeza intelectual. Más aún, voluntad e intelecto son meros medios al servicio de un espíritu que se busca a sí mismo y que se manifiesta en un temple de ánimo, una Stimmung, que cultiva ese silencia que se abre al misterio, y así construye su morada: “Oh mi silencio!... ¡edificio en el alma, (…)!”[iii]
Por cierto, la clavis hermenéutica eficaz es la que cada uno puede ir forjando, a partir de una lenta maduración del texto y de sí mismo. Tal es, como veremos, el sentido del enigmático epígrafe, pues la ‘magia’ surge de la capacidad para sostener la paradoja, la contradicción.
Precisamente, el Liber Novus propone una recreación del tiempo y en el tiempo; él mismo toma el modo de Aión, el Dios leontocéfalo mitraico, al cual nos referiremos repetidas veces y que, de algún modo, anticipa y es simbólicamente asimilable a Abraxas, al menos, al menos al Abraxas peculiar del Liber Novus. Este Dios leontocéfalo suele llevar en la mano dos llaves atravesadas por doce orificios, las de las puertas del Cielo; ellas son, quizá las necesarias para permitir el libre flujo por el cosmos.
A la luz de lo dicho y desde esta mirada, volvemos a preguntarnos:
¿Qué es El libro rojo?

I.          El Liber Novus: La voz del espíritu de la profundidad

El libro rojo habla a nuestro tiempo con la voz atemporal de un saber que renace enel fondo del alma. El libro rojo es una obra inusual, no solo por su bello formato arcaico y por su estilo anacrónico, sino porque su relato visionario invita a adentrarse en el insondable misterio de la propia profundidad. Y así El libro rojo, el Liber Novus, de C.G.Jung, es ‘nuevo’ (Novus) no solo porque anuncia la ‘buena nueva’ de lo venidero, en definitiva del ‘Dios venidero’, sino porque invita a descubrirla desde lo interior:
“Quien mira desde lo interior sabe que todo es nuevo”[iv]
Para introducirnos en este libro peculiar, en sus propios términos diremos, inicialmente, qué no es el Liber Novus. El Liber Novus no es, naturalmente, una obra científica[v] o especulativa, no es un hijo del ‘espíritu de este tiempo’ aunque también contiene reflexiones que se aproximan al antiguo concepto de ‘teoría’ y que consisten en una contemplación o meditación de los misterios vividos en las visiones. Por otra parte, como podrá verse,  muchos de estos pasajes ‘teóricos’ dan inspiración y son retomados en la obra teórica posterior de Jung. Más aún, Jung mismo concibe estas experiencias domo el fundamento inspirador de toda su obra.
El Liber Novus no es tampoco una obra de ficción literaria o plástica, entendida como una recreación de la fantasía con fines estéticos, en buena mediad arbitraria en términos de su verdad y, sin embargo, describe realidades intangibles que se manifiestan en un lenguaje imaginativo, simbólico. El símbolo es verdadero cuando en él se hace presente lo ausente, aquello que no hubiera podido manifestarse de otro modo y, en este sentido, no es posible concebir el libro de Jung como una obre de ‘arte’, salvo que retomemos la acepción tradicional de ‘arte’, -particularmente alquímica- como un saber que se desarrolla a partir del surgimiento natural de una materia que transforma y se transforma.[vi] Como señalamos más adelante, la meta de la obra alquímica era, a veces, identificada con el “vellocino de oro”, concebido como un bello libro capaz de recoger, al igual que un espejo mágico, las chispas dispersas de la luz interior.[vii]
Por cierto también es posible suponer una influencia del artista y poeta visionario William Blake, [viii] tan caro a Jung, cuya obra se aproxima a la labor del Liber Novus, aunque el propio Jung supone que su obra es más una producción artística que una representación auténtica, es decir, más inmediata, de procesos inconscientes.[ix]
El propio Jung se preguntaba cuando escribía, qué era lo que estaba haciendo, pues seguramente no era ciencia. En una oportunidad, una voz –que reconoció como la de una paciente- le dijo: “Eso es arte” y, pese a la insistencia de esa voz, Jung comprendió que no lo era.[x] Por ello mismo, la bella plasmación de las visiones no juega, en sentido estricto o ‘artístico’, sino que permite crear un espacio, un témenos, una catedral para albergar esas visiones y poder asumirlas. Tal fue el consejo que Jung le dio a Christiana Morgan, una paciente que realizaó –bajo su guía- su propio camino visionario:
“…. Cuando estas cosas se vuelcan en algún libro precioso, usted puede tomarlo y recorrer sus páginas y para usted esta será su iglesia –su catedral- el lugar silencioso de su espíritu donde encontrará la renovación”[xi]
La creación simbólica no solamente no es arbitraria, sino que muestra su vitalidad cuando puede recrear símbolos detectables del pasado o cuando presenta símbolos históricamente nuevos. Así, por ejemplo, ‘Elías’ aparece en el Liber Novus con algunas de sus connotaciones tradicionales; es –en algún sentido- el profeta bíblico, pero el modo inusual de su aparición –acompañado por Salomé y la serpiente-, así como la índole de su enseñanza, según describimos oportunamente, son insólitos. Y sin embargo, su carácter insólito no es arbitrario pues –para utilizar la misma expresión de Jung- es un arquetipo vivo y activo que viene desde antaño, produciendo variadas formas de recepción (Rezeptionaserscheinungen) que manifiestan un sentido en su propio contexto. El Liber Novus tampoco predice acontecimiento; no revela una nueva doctrina redentora ni pretende enseñar o legislar: “No es una doctrina ni una instrucción la que os doy”[xii]. Y sin embargo, la obra manifiesta un alcance ‘apocaliptico’ pues ‘revela’ y por ello es ‘religiosa’ en algún sentido, sobre todo porque invita a los hombres a una ‘observancia’ (‘relegere’), a buscar en sí mismos el camino o la voz de su propia revelación. En el Liber Novus leemos: “Solo hay un camino y ese es tu camino”[xiii], pero también:
“El camino lleva al amor mutuo de la comunidad. Los hombres verán y sentirán la similitud y lo común de sus caminos”[xiv]
Esta obra se presenta como un estímulo para que cada uno siga el camino de sus propios símbolos; dicho de otro modo, para que cada uno conciba sus propio ‘libro’ y así también pueda comprender los del prójimo.
El Liber Novus es, de algún modo, un libro profético. En el apartado 3 de esta “primera parte”, titulado “Una profecía que clama en cada hombre”, intentamos precisar en qué sentido puede considerárselo profético sin confundirlo, por ello, con una obra ‘pseudorreligiosa’ al modo por ejemplo, de los textos ocultistas decimonónicos, poco respetados por Jung. Asimismo, esto nos permite reiterar que, aunque pueda ser banalizado caprichosamente por autores New Age, como ya ocurrió con la obra de Jung, el Liber Novus no puede definirse adecuadamente desde esa corriente y, mucho menos considerarse como su literatura precursora.[xv] Borges decía que todo autor funda sus precursores; análogamente, podría afirmarse que muchos seguidores calumnian a sus precursores.
Más allá de estas cuestiones insustanciales, Jung era conciente del riesgo que supone asumir la identidad del profeta o del ‘inspirado’ por Dios. De allí, por un lado, la necesidad de discreción que evita o disminuye el peligro de constituirse en una ‘personalidad-mana’, es decir, en alguien en quien se proyecta lo numinoso y que tiene a caer en una grave inflación.[xvi] Por el otro, tanto la valoración de la ciencia y la racionalidad, como el reconocimiento de la propia oscuridad y limitación compensan el peligro de unilateralización. El propio San Pablo, apóstol iluminado, conocía que era un pecador incapaz de escapar de la tentación:
“En otras palabras –escribió Jung en una obra posterior- incluso el hombre iluminado sigue siendo el que es. Y eso que se es, nunca deja de ser otra cosa que su yo, un yo limitado frente a Aquel que en él habita, y cuya figura, carente de límites conocidos, le rodea por todas partes, profunda como los fundamentos de la tierra y vasta como el Cielo”[xvii]
Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que la misma ‘profecía’ de El libro rojo transmite esa idea, y la trasmite como una posibilidad universal, pues propone a todos los hombres tener a la vista la vastísima sombra que siempre acompaña el descubrimiento de la luz. Más adelante, nos referimos al caso de Nietzsche, ‘profeta de nuestros tiempos’ que, desde la mirada jungiana, sucumbió a esta tentación. A partir de lo antes señalado, es factible que alguien pueda considerar a El libro rojo como el testimonio de un alucinado; de hecho, el mismo Jung temió, en un principio, que su encuentro tan potente con lo inconsciente pudiera devenir en una psicosis. Un abordaje de esa índole no sería sorprendente; son numerosos los testimonios de místicos y hombres espirituales que fueron sometidos a un reduccionismos psicopatológico.
La literatura al respecto es vastísima, pero en somera respuesta a ello, basta recordar que William James se ocupó, a fines del siglo XIX, de mostrar que las semejanzas externas entre ciertos estados anímicos de los místicos y los que hoy podrían denominarse trastornos mentales graves ocultan una diferencia fundamental, el testimonio de la vida y la obra de estos hombres y mujeres muestra que pudieron llevar ‘la carga moral de la vida’ con una eficacia mayor que el promedio delos seres humanos. [xviii] Sin duda, mutatis mutandis, una argumentación pragmática similar puede aplicarse al caso de Jung. Por otra parte, tal como desarrollamos mas adelante, El libro rojo, en una actitud crítica frente al reduccionismo psiquiátrico, se encarga de resignificar el concepto de locura distinguiendo y relacionando sus diversas formas en un marco más amplio que el científico. Asimismo, en un sueño dentro de una visión, en el capítulo XV del Liber Secundus, el propio Jung es internado en un psiquiátrico; allí, el profesional que lo atiende le advierte que el libro que lee, La imitación de Cristo de Tomás Kempis, un clásico de la devoción cristiana “… hoy lleva al manicomio”. Pero ese mismo médico es incapaz de distinguir entre un proceso claramente alucinatorio que supone ser poseído por lo inconsciente –en ese caso por voces persecutorias- de las voces que surgen en quien se aproxima a ellas consciente y libremente, de acuerdo con aquello que Jung denominó posteriormente ‘imaginación activa’ y que allí aparece como ‘método intuitivo’.
Sin duda, es dable comparar El libro rojo con otros libros inspirados del pasado. Pero a diferencia de numerosos textos espirituales tradicionales, El libro rojo da cuenta, sin condescendencias, del curso de búsqueda –sinuoso y a veces tortuoso- a través de una selva de símbolos de quien carece de la protección que ofrecen las tradiciones espirituales. Es sabido que una tradición viva ayuda a orientarse en el mundo simbólico que emerge espontáneamente en un proceso espiritual. Una tradición muerta tiende a anular el misterio y a desechar aquello que no se ajusta a la doctrina. Pero una tradición viva, inevitablemente, propone con mayor o menor rigor un sistema simbólico, una ‘teoría ‘ referida a cuestiones últimas; una moral, un culto, una ascesis y junto a todo ello la guía espiritual de quienes están capacitados para ayudar a sobrellevar los peligros del camino. Por cierto, El libro rojo parece anunciar que la simbólica de las tradiciones sigue vigente en el interior de la psique pero que el camino de ahondamiento está desprovista de tal salvaguarda.[xix] En Psicología y religión Jung afirma:
“… siempre será preciso confesar con toda humildad, que la experiencia religiosa extra ecclesiam es subjetiva y está expuesta a infinitos peligros”[xx]
Quizá, este grado extremo de indeterminación haya sido el sino de toda obra espiritual fundante o, al menos, el sino de los fundadores. Desde este punto de vista y con todas las salvedades respecto de una obra que no pretende fundar una religión sino proponer una renovada  mirada religiosa, hoy es difícil poder medir su impacto. Por otra parte, quizá el mayor mérito de toda obra fundante es carecer de parámetros, porque su valor consiste, precisamente, en dar una respuesta que mantiene el misterio irreductible a algo previamente conocido.
El Liber Novus, como ya se dijo, es hasta cierto punto, un libro inclasificable y acaso sea aconsejable abordarlo desde ese lugar. Así es como se presenta; como la voz del espíritu de la profundidad, contrapuesto al espíritu de este tiempo regido por la utilidad, el valor y la justificación. El libro rojo, al igual que el espíritu de la profundidad, habla desde y hacia lo desconocido. En efecto, el espíritu de la profundidad irrumpe arrancándonos de aquello que concebimos como razonable, sensato –en definitiva, de lo aceptado como ‘sentido’ (Sinn), y nos lleva a su opuesto, al contrasentido (Windersinn). Ese movimiento hacia ‘lo otro’, hacia ‘lo inconsciente’, solo puede redundar en un crecimiento de la personalidad total si no se desconoce el punto de partida, si se integra el ‘sentido’. Poder sostener esa tensión polar entre ‘sentido’ y ‘contrasentido’, nos instala en el ‘suprasentido’ (Ubersinn). Se trata de vivir ‘lo otro’, ‘lo no vivido’, lo cual no significa llevar todo a la acción, sino vivirlo todo simbólicamente, bueno y malo; es decir, tomar consciencia de la vida completa que habita en el fondo de la psique. En el Liber Primus leemos:
“La profundidad me enseñó la otra verdad. Por tanto, reunió en mí el sentido y el contrasentido.”[xxi]
De otro modo, toda unilateralización, sea en el sentido o en el contrasentido, lleva al sinsentido (Unsinn), aquello que se opone y niega al suprasentido, aunque, paradójicamente, también forme parte de él. Como puede verse en este caso, los términos alemanes así traducidos reflejan correctamente la interrelación entre los polos y tanto su síntesis en el suprasentido como su disociación en el sinsentido. Por cierto, más adelante retomaremos esta ardua cuestión, pero cabe recordar, adelantándonos al eco del Liber Novus en la obra posterior de Jung, que este suprasentido se corresponde de algún modo con lo que Jung denomina el ‘si mismo’. Así, en Psicología y alquimia leemos:
“El sí-mismo, empero, es una paradoja absoluta pues, desde cualquier punto de vista que se lo considere, representa tesis y antítesis y, a la vez, síntesis”[xxii]
A partir de lo antes señalado, podrá apreciarse que el tono profético del libro manifiesta un correlato empírico psíquico, es decir, muestra que la luz está en una profundidad a la que lleva el ‘camino de lo vinidero’; donde, paradójicamente, los caminos no han sido hollados y, por ello, la luz mora en esa tenebrosa profundidad.
De todo lo anterior surge una apreciación estética del libro puede aproximarnos a su atmósfera inusual, pero el esteticismo es un velo que nos aleja. La erudición y la labor crítica e interpretativa es necesaria hasta cierto punto, pero solo si está al servicio de una comprensión, que es comprensión de sí:
“… pues el alma está donde quiere que no esté el saber erudito”[xxiii]
¿Cómo aproximarse inicialmente a este libro? Quizá un pasaje del Liber Novus pueda guiarnos. En el Liber Secundus, Jung se encuentra con una joven y duda si se trata de un personaje de cuento, de fábula, o de una ‘realidad’. Allí comprende que solo será ‘real’ si acepta la realidad de los cuentos y de las fábulas. Esa realidad sutil o simbólica es acaso la que, en alguna medida, es menester evocar para su lectura. Por ello, tal vez convenga primero tomar este ‘libro nuevo’ cargado de tiempo, como una de esas obras que solo peden hallarse en viejos manuscritos o –parafraseando otro texto de Jung referido a la muerte, al que ya aludimos- como aquellas historias de espectros que se cuentan, por la noche, frente a un hogar encendido. ¿Y cuál es la historia? La historia es siempre la misma: “Había una vez, en un país remoto, remotísimo, un tesoro, una perla, una doncella que había que rescatar”. Así comienza y de eso se trata, en esencia, la historia que  nos ocupa. Para Jung, este conocido inicio de numerosos relatos tradicionales, preñados de misterio y candidez, sugiere el comienzo de una búsqueda de sí mismo, pero nuestra astucia, la de este tiempo, prefiere burlarse. Nos auguramos que más de un lector pueda descubrir ulteriores recursos y, sobre todo, iluminar la lectura del Liber Novus y ser iluminado por él, ‘mirando desde su interior’.

II.        Algunas claves para comprender lo inexplicable

El libro rojo no solo interpreta y reflexiona sobre las mismas experiencias visionarias que describe, sino que sugiere criterios de interpretación o, para ser más precisos, de ‘comprensión’. Un texto que admite múltiples abordajes, pero nuestra intención consiste en seguir las vías de interpretación abiertas por el mismo texto. En suma, queremos responder en estas páginas a una pregunta: ¿cómo quiere ser leído el texto? Esa pregunta, sin duda, se vincula a esta otra: ¿cómo se despliega el texto?, es decir, ¿cómo se orientan sus símbolos?, cuál es su sentido?
En el inicio de El libro rojo, el espíritu de profundidad señala:
“Comprender (verstehen) una cosa es puente y posibilidad del retorno a la vía. Explicar (erkären) una cosa es, sin embargo, capricho y hasta incluso un asesinato. ¿Has contado los asesinos entre los eruditos?[xxiv]
Habitualmente, el verbo alemán ‘verstehen’, ‘comprender’, alude a una aprehensión ‘sintética’ si se quiere, ‘holística’ y por ello, se aplica a experiencias o a sus intentos de objetivación como, por ejemplo, en textos en los que esas experiencias siguen develándose. ‘Explicar’ implica, en cambio, una aprehensión de relaciones, de causas y su modalidad es analítica y abstracta. La distinción entre ‘comprender’ y ‘explicar’ es de larga data en el pensamiento filosófico, pero basta recordar que Dilthey, a fines del siglo XX, retomando el concepto de ‘hermenéutica’ de Schleirmacher, señaló que a las ciencias del espíritu (culturales y humanas) les corresponde el modo de aprehensión del comprender, y a las ciencias naturales, el modo de aprehensión del explicar. Por cierto,  no nos compete detenernos en las controversias que suscitaron estas distinciones y formulacioes, pero no hay duda de que gravitan en el pensamiento junguiano y, de hecho, son asumidas en su método, que puede denominarse ‘fenomenológico-hermenéutico’.[xxv]
Ahora bien, no debe identificarse del todo el método científico junguiano con la disposición interior –si se quiere ‘espiritual’- a la que invita el ‘espíritu de la profundidad’ y que excede toda cuestión científica y epistemológica. No obstante, como desarrollamos más adelante, hay una cierta continuidad entre esta disposición interior y el método teórico que llevó a Jung a intentar una audaz recuperación de una ‘psicología con alma’[xxvi]. Basta para ello recordar que, por ejemplo, en Psicología y alquimia, Jung señala:
“… mi exposición suena como un mito gnóstico (….) El mito constituye el lenguaje más apropiado para expresar estos procesos psíquicos; ninguna formulación intelectual puede, ni siquiera aproximadamente, alcanzar la plenitud y la fuerza expresiva de las imágenes míticas”[xxvii]
Las diversas referencias al concepto de ‘comprensión’ que aparecen en El libro rojo iluminan la índole del modo de comprensión al que allí se invita. Sin una adecuada disposición comprensiva, la lectura del texto –como ocurre con las cosas, los hombres y los pensamientos- puede ser un velo más que impida buscarse a sí mismo. Desde este punto de vista, solo puede comprenderse el texto si se acompaña de una labor de comprensión de sí. Varias son las referencias que encontramos al respecto; algunas de ellas se indican más abajo en relación con el concepto de “libro”; otras están vinculadas a la índole sui generis de su carácter profético, que invita a despertar la propia inspiración profética. Sin lugar a dudas, más allá de esta alta y exigente aproximación, su lectura debe acompañarse de una doble labor de comprensión: por un lado, a partir de la vida de Jung y, por el otro, desde una amplificación de la simbología presente en el propio texto. Si bien respecto de la situación de vida de Jung contamos con un material más limitado,[xxviii] por tratarse de experiencias que exceden la esfera personal, la última es la labora más relevante. El propio Jung así lo indica en El libro rojo: “… quise comprender todo como un suceso personal en mí y por eso no pude comprender todo ni creer todo….”[xxix]
Por ello, tanto en esta “Primera Parte”, más general, como en nuestro recorrido en la “Segunda parte”, nos centraremos en el “fenómeno de recepción”, es decir, en contextualizar los símbolos de las distintas tradiciones que allí aparecen, destacando esa orientación profética y apocalíptica en la cual se presentan. Pero téngase a la vista que, para no contradecir este anhelo de comprensión de sí, es menester mantener el misterio. De otro modo, como dice Jung, la comprensión es un poder relacionante que se transforma en “… un verdadero asesinato de almas”.[xxx] Así, en consonancia con el anuncia del espíritu de la profundidad, es menester cultivar lo incomprensible. Tal es la enseñanza de la magia en nuestro texto que, como surge del epígrafe consignado más arriba, permite comprender lo no comprensible de una manera no comprensible. Esto significa que así puede comprenderse en sus propios términos; es decir, más allá de toda traducción a un lenguaje, en una apertura consciente, pero no discursiva, no representativa, sino simpática:
“La manera y el modo mágico surgen. Cuando se abre el caos, también surge la magia”[xxxi]
Pareciera que El libro rojo quiere ser comprendido, en primer lugar, como un símbolo. De acuerdo con nuestra invitación a tomar inicialmente el texto con cierta inocencia, como un libro ‘encantado’, su misma forma externa, su caligrafía y sus imágenes, forman parte de su intento de reelaboración de comprensión, de las experiencias vividas. Más allá de que su caligrafía pueda asimilarse a la de los siglos XV o XVI, el libro nos remite a una etapa anterior a la creación de la imprenta, en la cual todavía un libro –no solo por su contenido, al modo de los libros revelados, sino por su continente- podía ser concebido como sagrado.
Así, por ejemplo, Goethe refiriéndose a la época de Shakespeare señala que: “El arte de la imprenta llevaba ya un siglo de haberse inventado; a pesar de ello, el libro se tenía aún por algo sagrado, como lo muestran las encuadernaciones de ese tiempo; así, el gran poeta armó y veneró al libro. Nosotros, en cambio, dejamos todas las obras encuadernadas a la rústica, y no respetamos, por lo común, ni la encuadernación ni el contenido”[xxxii] Si bien la tradición oral precede a la escrita y, de algún modo, la sobrepuja espiritualmente, esta veneración de la escritura y del libro es arcaica, pues: “Escribir –señala Van der Leeuw- es encantar y es un método para apoderarse de la palabra viviente”.[xxxiii] Escribir es, en este contexto, un ‘encantamiento’, y los signos de la escritura arcaica son sus medios. Los ejemplos son numerosos; así por ejemplo, la ‘runa’ (gótica rüna) es un secreto, un misterio y ‘rünen’ significa ‘susurrar’. Se trata de ‘signos’ que en rigor son ‘símbolos’ y que, por ello están investidos de un poder sagrado.[xxxiv] El libro rojo da cuenta de esto, pues las ‘palabras’ pendieron su potencia y fue necesario amonedarlas en encantamiento o acudir a runas y dichos mágicos:
“Desterré viejas runas y dichos mágicos, pues las palabras nunca alcanzan a los  hombres. Las palabras devinieron sombras”[xxxv]
Pero El libro rojo no se limita a anunciarlo, lo ejecuta. Así, por ejemplo, los encantamientos propiciatorios, ordenados en un diseño gráfico, incuban el huevo que permitirá el renacimiento de Izdubar. Más aún, como podremos apreciar detalladamente, los doce encantamientos aparecen en su diseño más genérico, pero acaso, también en sus rasgos esenciales, integrados en la imagen 30 del árbol. La disposición de la escritura y las imágenes que se intercalan concentran, reúnen, tornan simultáneo lo discursivo y liberan al discurso de una linealidad explicativa que pone en fuga el sentido y su posibilidad de ‘implicar’, de ‘llevar el origen’; en suma, de revelar lo que está oculto y, por ello, de descansar en el silencio. Tal poder de síntesis, que no es racional, sino que es unión del alma con un mensaje originario y no meramente pretérito, llega al texto por inspiración, por ejemplo, de la mano de ese extraño personaje. ‘Ha?, que le enseña a Jung –aunque con limitaciones- el arte de las runas, que aparece en varias ilustraciones.[xxxvi] Jung se ha detenido para trascribir preciosamente el texto y para ilustrarlo con esa devoción que incuba el mensaje, lo concentra y lo torna real. Esta labor es una suerte de conjuro que libera y permite apoderarse de la palabra viviente.
Pero tal manera de ver al libro es inusual en nuestros tiempos y el mismo espíritu de la profundidad advierte a Jung que se trata de hablar con él y no de escribir un libro para la vanidad.[xxxvii]
Veamos cómo pueden integrarse los diferentes pasajes referidos al libro. En El libro rojo los libros aparecen como algo externo, erudito, propio del espíritu de este tiempo, oponiéndose al mensaje del espíritu de la profundidad, le presenta grandes libros que contienen todo su saber, es decir que representan el saber externo;[xxxviii] en cambio, el saber del corazón no está en ningún libro.[xxxix]
A la luz de otros pasajes de El libro rojo, puede verse que esta valorización negativa se refiere al supersentido al que los libros no pueden acceder, pues ellos nos dan el sentido, pero no así el suprasentido.[xl] Por cierto, una condición diferente puede ser la de los libros sagrados; el espíritu de la profundidad, en una probable alusión a los apócrifos gnósticos o quizá a los textos herméticos, exhorta a leer los ‘libros desconocidos de los antiguos’: “… libros llenos de sabiduría antigua”. Ahora bien, los libros sagrados deber ser releídos, pero –como bien sugiere Jung en relación con su encuentro con Amonio, fervoroso lector de los Evangelios- ello es peligros sin en anhelo de encontrarse a sí mismo.[xli] De hecho, basta que Jung le pregunte si no falta el otro, el prójimo, en esa búsqueda del mensaje latente en los textos, para que Amonio, el anacoreta, lo tome por Satanás y sucumba a sus propios instintos. Como puede verse, el mismo Amonio no estuvo a la altura de sus propias enseñanzas, cuando le advirtió que las palabras no han de convertirse en dioses.[xlii] Jung reflexiona: “El escrito yace ante ti y dice siempre lo mismo, si crees en las palabras”. Pero la ilusión de estos tiempos más que  nunca, consiste en estar encerrados en las palabras, ser incapaces de romper su muralla y derribar esos dios que, en verdad, son ídolos que impiden abrirse a lo ilimitado.[xliii] La palabra, cierta palabra, obtura el camino a la profundidad:
“Pronuncias la palabra mágica y lo ilimitado se conjura en lo finito. Por eso los hombres buscan y crean palabras.”[xliv]
Pero la realidad misma es un libro o el Libro y así aparece, por ejemplo, la totalidad del desierto, esa “bella totalidad enigmática”[xlv] que se presenta como un libro, como una Summa que se desea devorar. La verdadera palabra, sin embargo,  no es la que surge del ‘signo’, sino del ‘símbolo’:
“El símbolo es la palabra que sale por la boca, que no se pronuncia, sino que asciende como una palabra de la fuerza y de  ala necesidad desde la profundidad del sí mismo y se posa inesperadamente sobre la lengua”[xlvi]
Esta palabra que es símbolo es la que intenta expresarse en El libro rojo; por ello, Jung descubre que la mayor para de lo escrito en él se lo dio Filemón.[xlvii]
En la “Nota de los traductores” a la versión inglesa[xlviii] se menciona que El libro rojo presenta tres registros estilísticos: uno descriptivo –simbólico- y otros dos que de algún modo lo ‘traducen’; uno ‘conceptual’ y el otro ‘mántico’ o ‘profético’, escrito en estilo ditirámbico. Como ya señalamos, el mismo texto parece –hasta cierto punto- interpretarse o leerse a sí mismo, porque lo sucedido en las visiones se retoma en los comentarios y se reelabora en un movimiento que va de lo simbólico a lo conceptual y de lo conceptual a lo simbólico. Los traductores ingleses recuerda, en relación con la multiplicidad de voces, el concepto de polifonía del discurso dialógico de Mikhael Bakhtin.[xlix] Como es sabido, el autor ruso rechaza la concepción de un ‘yo’ individualista y privado; el ‘yo’ es esencialmente social. Cada individuo se constituye como un colectivo de numerosos ‘yoes’ que ha asimilado a lo largo de su vida en contacto con las distintas ‘voces0 escuchadas que, de alguna manera, van conformando nuestra ideología. Una clase especial de tal dialogicidad es la ‘ventrilocuación’, es decir, ¡el habla oculta de otro’; una voz que habla a través de otra voz o tipo de voz en un lenguaje social y es palabra que, en parte, es del lenguaje del otro y es apropiada por uno solo cuando el hablante la puebla con su propia intención y acento, adaptándola a su propia semántica. Pero, para aproximarse a nuestro texto en sus términos es fundamental comprender que no se trata de una mera ‘práctica social’, sino de una polifonía constitutiva de la psique. Es evidente que esas voces están vinculadas a una práctica social, pero aparecen orientadas por un sentido y, acaso, por un origen que excede el marco histórico, según ya hemos adelantado al presentar al libro como símbolo. Así, por ejemplo, las voces de Salomé y de Elías no son las de los personajes bíblicos, ni se explican por una mera condensación de otros personajes, de otras voces. Son, en algún sentido, tan arcaicas como novedosas, hablan –como Sibila de Heráclito- con las mil voces de la historia, en símbolos que exceden un marco temporal Pero hay mas porque, a diferencia de la propuesta meramente lingüística, en este caso, la voz que irrumpe puede llegar a expresar la más profunda intención de aquella identidad que sobrepuja al ‘yo’. La actividad autónoma de la psique se intensifica, se manifiesta en imágenes y voces, que son partes a ser integradas en la personalidad total:
“A menudo, esta actividad autónoma del alma se incrementa hacia sustanciarse en la percepción de una voz interna o de imágenes visionarias, es decir, en una genuina experiencia originaria del espíritu”[l]
Para poder asumir esta cuestión dentro de nuestro intento de comprensión del texto, resultará útil al lector que explicitemos algunos principios, claramente explicativos de la obra teórica de Jung, prefigurados en El libro rojo. Tales principios explicativos, no obstante, se descubren a partir de una disposición comprensiva que supone aceptar los fenómenos tal como se dan a la consciencia.[li]
El primer principio es, por lo tanto, el de ‘realidad psíquica’ (psychische Eirkichkeit)[lii] que consiste en atenerse a lo dado del acontecer psíquico en su totalidad, sin reducirlo, sino intentando que su sentido se torne explícito. En El libro rojo, es Elías quien primero se lo transmite a Jung aunque, en definitiva, es Filemón mismo. Por cierto, esto es posible porque –previamente- Jung decidió entregarse a su alma, seguir las ‘imágenes de lo errante’ que manifiestan autonomía, dado que no son creadas por el yo sino descubiertas por él.
El segundo principio señala que este mismo acontecer psíquico se muestra como una totalidad psíquica o pone de manifiesto una ‘totalidad de la psique’ (‘Ganzheit der Psyque’).[liii] El principio de totalidad psíquica debe ser entendido en e sentido clásico –platónico y aristotélico- de ‘holón’ (que suele traducirse por ‘todo’) y no de ‘pan’ (que sin embargo, suele traducirse por ‘totalidad’). La psique es un todo orgánico cuyas partes son siempre expresión de un todo. Esto significa que si bien los fenómenos psíquicos son autónomos, estos son expresión de una totalidad, una y múltiple. Ya en 1913 –en claro contraste con Freud, que recién elaboró una antropología psicológica en 1923- Jung partió del conjunto de los fenómenos conscientes e inconscientes. Como advierte Frey-Rohn, aparecen por primera vez, en ese texto, los términos ‘unidad’ y ‘totalidad’.[liv]
El tercer principio es el proceso de individuación. Ya en 1916 describió este ‘acontecer total’ como un proceso evolutivo que involucraba a todos los componentes de la personalidad humana.[lv]
Pero el concepto de personalidad total ya se había afianzado definitivamente en Tipos Psicológicos de 1921, y continuó reelaborándose, como veremos, en función del principio de individuación. Hemos pasado del concepto de totalidad de la psique al de personalidad total y de principio de individuación. En clara alusión a Freud, Jung escribió hacia 1928:
“Al polimorfismo de la naturaleza instintiva primitiva se opone, con carácter regulador, el principio de individuación; a la pluralidad y a la discordancia lleno de contradicciones se opone a una unidad contractiva cuyo poder es tan grande como el de los instintos”[lvi]
Ahora bien, aquello que se integra es misterioso. Por ello, nuestro texto crece en ese ámbito intermedio de luz y oscuridad:
“Mi discurso no es claro ni tampoco oscuro, pues es el discurso de alguien que crece”[lvii]
El cuarto principio, implícito en lo anterior, es el principio de polaridad. Al abocarse Jung, al estudio del acontecer psíquico total, es decir, tanto a los fenómenos que se presentan como conscientes (referidos al yo) cuanto a los fenómenos inconscientes, advirtió, por una parte, que toda la dinámica psíquica puede comprenderse en términos de la relación de contrarios entre el yo y lo inconsciente pero, por la otra, que esta relación .muchas veces conflictiva- culmina –o tiende a culminar- en un “acercamiento de los contrarios y en el (…) surgimiento y creación de un tercero: la función trascendente”[lviii] Esta función trascendente del desarrollo de la personalidad y, máximamente, del proceso de individuación, permite la asimilación de lo inconsciente por parte de lo consciente, produciendo su transformación cualitativa y, en definitiva, la de la totalidad psíquica. Así, la totalidad psíquica subyacente manifiesta una tendencia a una mayor unificación por una asimilación diferenciadora de sus componentes que se organizan en torno a un núcleo central:
“Este punto sería el centro de gravedad del nuevo equilibrio, una nueva centración de la personalidad global y un centro acaso virtual que, al ocupar una posición central entre la consciencia y lo inconsciente, conferiría a la personalidad un nuevo y seguro fundamento”[lix]
A la luz de estos principios puede retomarse en otra clave, no solo la polifonía del texto, sino los variados desplazamientos de las identidades y sus metamorfosis, tanto del sujeto ‘Jung’ –en cuanto narrador y personaje central que, al efecto de nuestro seguimiento del texto, en la “Segunda Parte” denominamos ‘yo’- cuanto de los personajes que allí aparecen.
1.      El alma una y múltiple. Si enlazamos los principios antes anunciados, puede comprenderse que los diversos personajes, por una parte, tienen realidad y, por la otra son la manifestación parcial de una totalidad. El hombre contemporáneo tiende a negar el polimorfismo de la psique o, si se quiere, una suerte de ‘polidemonismo’; es decir, la multiplicidad de potencias que operan separadamente en la psique. Desde el punto de vista junguiano, un proceso de individuación tiende a superar tal polimorfismo, pero solo puede hacerlo a partir de su aceptación. Sin duda, son las concepciones arcaicas las que se caracterizan por ideas que enfatizan el ‘alma múltiple’ y –como ya señaló Cassirer- en Platón, en buena medida, el motivo lógico de la unidad del alma tuvo que imponerse contra el motivo opuesto de la pluralidad de las formas del alma.[lx] La consciencia de esta unidad requiere, sin embargo, del reconocimiento de sus partes o facultades cuyo carácter autónomo hace peligrar muchas veces el equilibrio de la totalidad. Por cierto, las ‘muchas almas’ del pensamiento arcaico dan cuenta de las más diversas funciones corpóreas y psíquicas; así, los órganos pueden tener su propio principio anímico e, incluso, pueden existir almas externas, como es el caso de la sombra. Podrían aportarse numerosísimos ejemplos, pero es en la religión egipcia en donde mas se han sistematizado las ‘almas’ y sus funciones. De acuerdo con la concepción egipcia, existen, al menos, tres principios anímicos: el ba, que es el alma propiamente dicha; el akh, que es el espíritu fuera del cuerpo; y, el concepto más controvertido, el ka, que probablemente significó, en sus orígenes, el espíritu divino protector de una persona o Dios y, finalmente, la suma de sus cualidades físicas e intelectuales que constituyen su individualidad. De hecho, en El libro rojo el yo se encuentra con su alma y ésta toma, a veces, forma de serpiente y otras, de ave. Más aún, por una parte, la serpiente se transforma en ave y, a la inversa, el ave en serpiente pero, por otra parte, la personalidad se desdobla en ‘yo’ (o ‘alma personal’), serpiente (o ’alma ctónica’) y ave (o ‘alma celeste’). Todas estas variantes, transformaciones y polimorfismos apuntan a una unidad múltiple que se expresa en un coro de voces y de imágenes.[lxi] Otra variante de ese polimorfismo lo hallamos en El libro rojo, en la figura de los Cabiros –personajes mitológicos en los que nos detendremos oportunamente- que simbolizan principios anímicos primitivos, expresión básica del aliento de vida de aspectos radicales de lo terrestre. Hacia el final del Liber Secundus, por una parte, aparecen como ‘formas seviciales’ que se desprenden del cuerpo, y a los que, por otra parte, el yo pregunta: “espectros de la tierra (…), ¿no sois vosotros mismos las raicillas de mi cerebro?”[lxii]

2.      El carácter mercurial de la psique. Este polimorfismo se muestra también en el hecho de que estos personajes se enmascara, cambian sus vínculos de modo esencial, se transforman, se dividen y unifican y cambian de identidad. Así, por ejemplo, el lama se subdivide al final en alma celeste y terrena; Salomé no se transforma, sino que se revela como una hermana/amante de Jung y Elías aparece, finalmente, en Escrutinios, habiendo perdido su fuerza. El caso más evidente es el de Filemón, que al final se revela como el verdadero autor de lo que antecede a su aparición y cuya identidad, según El libro negro, asumió, múltiples trasformaciones: hombre viejo, nutria, salamandra y, en definitiva, serpiente, núcleo del sí-mismo.[lxiii]
3.      La palabra transformadora. Por otra parte, la transformación se produce, a menudo, por medio de la palabra; así, la palabra correcta ‘sana’ a la hija prisionera de un erudito;[lxiv] la palabra racional, enferma al arcaico Izdubar; y la palabra imaginativa lo sana. En otra ocasión una muerta le pide a Jung la palabra que es símbolo intermediario, una palabra que es ‘objeto’ potente. Jung finalmente se la da: es Hap, uno de los cuatro hijos de Horus, uno de los custodios y principios vitales de los órganos que media y enlaza el sombrío mundo de los muertos y el mundo de los vivos.
4.      Las voces. La idea es antigua, pues la voz que sale de nuestros labios no siempre responde al yo. Así fue visto en la antigüedad y en las tradiciones arcaicas. La voz puede oirse o hablar a través de uno. Y si Platón privilegia la locura divina que supone la posesión por un Dios (“… el delirio es un don magnífico cuando nos viene de los dioses”),[lxv] pareciera ser más diferenciado cuando aquello que se recibe y trasmite es comprendido. Es en este punto, donde la voz pasa a ser autorrevelación.[lxvi] Es decir, el mensaje no se limita a anunciar algo, sino a trasmitir su comprensión. En cuanto esto se logra pareciera que se descubre una identidad más verdadera. Obsérvese aquello que Jung le dice a Filemón: “Tus palabras mueven mis labios, de mis oídos suena tu voz, mis ojos te ven desde dentro de mí. En verdad, ¡eres un mago! ¿saliste del círculo de la oscilación? ¡Que confusión! ¿Eres yo y soy tu?”[lxvii] Y si bien, en  numerosas ocasiones, Jung descubre que había sido poseído o que, en vez de pensar él mismo, era su alma que pensaba en él, todo este proceso visionario se debe a su concurso voluntario, que lo lleva a ir en busca de las voces, Eso es lo que indica en el Liber Secundus, cuando aclara a un obcecado psiquiatra que no es que las voces vengan a él, sino que él va a las voces. Quizá, estas voces tienden –en una orientación predominante en la psique- a la unificación. Tal es la ‘voz de la vocación: “Quien tiene vocación (Bestimmung), oye la voz (Stimme) del hombre interior; él es llamado (bestimmt)[lxviii]
5.      Autor y escritor. A partir de lo anterior, cabe preguntase: ¿quién es el que escribe el texto? El espíritu de la profundidad –según leemos a linicio del Liber Primus- posee su voluntad. Asimismo, Jung (o su ‘yo’) admite que el autor de gran parte del texto es Filemón,[lxix] lo cual explicaría que esté escrito con un estilo que no le pertenece, como parece ser sobre todo el que puede denominarse ‘ditirámbico’[lxx]
6.      Las variaciones pronominales. Puede observarse, sobre todo en los pasajes más reflexivos, que Jung se maneja con variaciones pronominales. En muchas ocasiones pasa de improviso de la primera persona del singular a la segunda del singular o plural, acaso por tratarse de la maduración o eclosión de un anuncio que es menester hacer llegar a los otros. Pero, asimismo, pareciera que se trata también de un diálogo interior, como si su alma múltiple debiera adentrarse en su mensaje. Por otra parte, esto se ve aventurado porque el texto, en ocasiones, pasa de la primera persona del singular a la primer del plural (Cfr. Liber Primus, cap,1). Por cierto, se trata de esta ‘alma plural’ en la que toma preponderancia uno y otro pronombre según la distancia entre las partes anímicas. El ‘sí-mismo’ no es un ‘Gran yo’; se caracteriza por comportarse como unidad múltiple capaz de asumir todos los pronombres y también, trascender toda personificación. Al fin y al cabo, el si-mismo es la matriz de todos los pronombres, puede todos los vínculos posibles están necesariamente presentes in potentia en su facultas praeformandi que se manifiesta en ese conglomerado interior de voces e imágenes. Esto puede advertirse en numerosas experiencias visionarias y es evidente en textos de alquimia.[lxxi] Retomamos esta cuestión en la “Segunda Parte”
A partir de lo señalado, es posible sugerir que la comprensión del texto requiere:
a)     Una contextualización interna de los personajes y sus símbolos. Según se vio más arriba, puede cada uno de ellos es un reflejo del otro y, todos, expresión de una totalidad que ser torna autoconsciente. Al leer la travesía simbólica de Jung, es menester advertir una estructura típica; ‘Jung? En un primer momento discierne, advierte un determinado contenido: por ejemplo, Salomé. En segundo lugar se produce una confrontación con ese contenido y en tercer lugar, una integración. Pero como el proceso no se agota, como podremos mostrar en nuestro recorrido de la “Segunda Parte”, el mismo recomienza en otro  nivel y prosigue espiraladamente.
b)     Un ordenamiento de la contextualización. Esta contextualización se reafirma advirtiendo que el ordenamiento vandálico y prevalentemente cuaternario de sus símbolos y personajes, no solo se puede advertir en las ilustraciones, sino también en las polaridades y cuaternios, según los cuales se disponen sus personajes. Como veremos, es de gran ayuda advertir, por ejemplo, el movimiento circunvalante de los procesos imaginativos y la estructura misma que manifiesta su trayecto. En la “Segunda Parte” podremos advertir el recorrido ‘(oeste)-sud-norte-oeste-este-(oeste)’, etc,[lxxii] que discretamente se insinúa en el Liber Secundus y que está indicando una circunvalación en torno al centro, con propósito de integrar opuestos; por ejemplo: Occidente y Oriente, ciencia y magia. Por cierto, es la ‘función trascendente’, es decir, la imaginación creadora, la que siempre actúa como mediadora.
c)     Una contextualización de los símbolos de las tradiciones. El libro rojo está pleno de símbolos de diversas tradiciones espirituales presentados en una suerte de sincretismo espontáneo y apropiados en una clave peculiar. Por ello, para poder aprehender qué se está apropiando y trasformando, es necesario comprender el significado original de estos símbolos, de acuerdo con las tradiciones respectivas. En nuestro apartado quinto, intentamos una breve y limitada aproximación a este tema y, en lo posible, retomamos la cuestión en la “Segunda Parte”.
d)     El contexto a la luz de su horizonte. La contextualización –desde el punto de vista junguiano y, naturalmente, a la luz del El libro rojo- se completa con el universo simbólico al cual el mismo libro tiende. Tal es el caso de la alquimia que, de algún modo, El libro rojo anticipa, y acerca de la cual Jung señala que fue la que le permitió abandonar la elaboración de esta obra. Esbozamos esta clave en el apartado seis.
e)     Su carácter profético. Asimismo, es aconsejable no olvidar que El libro rojo se presenta, de algún modo, como un libro profético. Por ellos nos abocaremos en el próximo apartado a comprender el modo peculiar de su profecía.


Primera Parte_Notas
[i] Liber Secundus, cap XXI “El mago”, p.315
[ii] “Ulises. Un monólogo”, en OC 15, ∫165
[iii] Valery, Paul: Le Cimetiére Marin. El Cementerio Marino, trad. Héctor Ciocchii y Héctor Blas González, Buenos Aires, Fata Morgana, verso 17 p.17
[iv] Liber Primus, cap. V: “Viaje infernal hacia el futuro”, p.237
[v] Esto no significa que Jung no considere en su acepción ampliada del término ciencia, que se trata de un ‘experimento científico’. De hecho, como es sabido, constituyó la base de todo su edificio teórico posterior.
[vi] Cfr. Coomaraswamy, A.K.: Sobre la doctrina tradicional del arte, Barcelona, Ed. De la Tradición Unánime, 1983, p.47
[vii] Cfr. Faivre, Antoine: Toison d’or et alchimie, Paris-Milano, Archè, 1990
[viii] En Psicología y Alquimia Jung se refiere a dos imágenes de William Blake, cfr. OC 12 (fig.14 y 19). Blake también aparece mencionado en la obra en relación con las tipologías y en punto al “Matrimonio del Cielo y el Infierno”. Cfr. OC 6, ∫422, n.159, ∫ 460 y n. 210; OC II ∫ 905 n.41; OC 15  142 y 151. Para un estudio inspirador y convergente con una aproximación jungiana, Cfr. Raine, Kathleen: Blake and Tradition, Routledge & Kegan Paul, 2002, 2 vols. Para un estudio específicamente junguiano, cfr. Singer, June: Blake, Jung, and the Collective Unconscious. The Conflict between Reason and Imagination, York Beach, Maine, 2000
[ix]  Cfr. Briefe II, p. 137 (OC D: epistolarios, Cartas II) Esto no descarta la influencia de Blake en Jung, pero la opinión de este último respecto de Blake sirve para comprender que la obra artística como tal está más mediada que una produción simbólica más pura, como  aspira a ser el Liber Novus. Ello permite insistir que stricto sensu la obra del Liber Novus no es arte.
[x] Según Sonu Shamdasani, con toda probabilidad es maría Moltzer, quien había convencido a un colega psiquiatra, acaso Franz Riklin, de que era un artista incomprendido. Cfr. ELR p.200
[xi] Libro de análisis, Countway librery of Medicine, 12 de julio de 1926, en Shandasani, Sonu: ELR, p.217 n.206
[xii] Liber Primus, prólogo: “El camino de lo venidero”, p.228
[xiii] Liber Secundus cap XIX: “El don de la magia” p. 309
[xiv] Liber Primus, prologo: “El camino de lo venidero” pp.228-229
[xv] Ello implicaría incurrir en una variante de la falacia pos hoc, ergo Procter hoc. Por cierto, el mismo término New Age es ambiguo, pero basta señalar, por ahora, que una de sus características fundamentales consiste en formulaciones y prácticas acríticas, arbitrarias, sincréticas, carentes de todo fundamento ontológico que no solo no concitan el compromiso de las personas, sino que las afirma en su individualismo, relativismo y hedonismo.
[xvi] Cfr. “La personalidad maná” en Las relaciones entre el yo y lo inconsciente, OC 7, ∫ 374ª. 406
[xvii] “Respuesta a Job”, OC II, ∫ 758
[xviii] James William: Las variedades de la experiencia religiosa, Barcelona, Península, 2001. Hay varias versiones castellanas.
[xix]            Liber Primus, prólogo: “El camino de lo venidero”
[xx]            OC II, ∫168
[xxi]            Liber Primus, cap II: “Alma & Dios”,  p. 231
[xxii] Psicología y alquimia, OC 12. ∫22
[xxiii] Liber Primus, cap. II: “Alma & Dios”, p.231
[xxiv] Op. Cit. Prólogo: “El camino de lo venidero” p.227
[xxv] Así denominamos el método junguiano en el cual no podemos detenernos. Cfr. Nante Bernardo: “Notas para una reformulación de la epistemología Junguiana” en Revista de Psicología UCA, vol. 2, Nº3, 2006, “Primera Parte”, pp. 73-100, y “Segunda Parte” Nº4 pp. 31-36.
[xxvi] Cfr. “El problema de la psicología actual”, OC 8, ∫661
[xxvii] Psicología y alquimia, OC 12 ∫28
[xxviii] En todo caso, el material resultará siempre insuficiente. Una vez establecidos los parámetros personales y Biográficos básicos, el texto debe ser abordado sobre todo desde un enfoque impersonal.
[xxix] Escrutinios, p.334
[xxx] Escrutinios, p.336, Nº24
[xxxi] Liber Secundus, cap. XXI: “El Mago”, p.315
[xxxii] Curtius, Ernst Robert: Literatura europea y Edad Media latina, México, fondo de Cultura Económica, 1975, vol. I, pp. 424-425. La referencia es a la máxima 252, cfr. von Goethe, J.W.: Máximas reflexiones, Barcelona, Edhasa, 1993, p.60, si bien consignamos la traducción de la edición de Curtius.
[xxxiii] Van der Leeuw, G.: Fenomenología de la religión, México, fondo de Cultura Económicca, 1975, p. 419
[xxxiv] Cfr. Ibídem.
[xxxv] Liber Secundus, cap XIX: “El don de la magia”, p.315
[xxxvi] Cfr. Shamdasani, Sonu: ELR pp. 290 y 291, notas 153 a 155
[xxxvii] Liber Primus, “Experiencias en el desierto”, p. 235
[xxxviii] Op. Cit. Prólogo: “El camino de lo venidero”, p. 227
[xxxix]            Op.cit. cap II: “Alma & Dios”, p. 231
[xl]            Op.cit. vap, V: “Viaje infernal hacia el futuro”, p. 236
[xli]            Liber Secundus, cap. II: “El castillo en el bosque”, p. 259 y cap IV: “El anacoreta”, p. 266
[xlii]            Op.cit, cap. IV: “El anacoreta” p. 267
[xliii]            Op. Cit. P.268
[xliv]            Op. Cit. P.268
[xlv]            Op. Cit. P.268
[xlvi]            Op. Cit. , cap. XX: “El camino de la cruz”, p.311
[xlvii]            Escrutinios, p.338. “Experiencias en el desierto”, p. 235
[xlviii]            Mark Kyburz, John Peck y Sonu Shamdasani, “Traslators Note’en RB, pp. 222-223
[xlix]            Bakhtin, M.M.: Teh Dialogic Imagination: Four Essay, Austin and London, Universityy of Texas Pres, 1981
[l]            “Sobre la relación de la psicoterapia con la cura de almas”, en OC II, ∫535
[li]            Por razones didácticas sistematizamos los fundamentos de la teoría jungiana que, por otra parte, están supuestos en la comprensión de ELR
[lii]            OC 8, ∫747
[liii]            OC 6. ∫ 916
[liv] Frey-Rohn, Lilian: De Freud a Jung, México, fondo de Cultura Económica, 1991, pg. 72
[lv] OC 6, ∫854
[lvi] “Sobre la energética del alma”, en OC 8, ∫96
[lvii] Liber Secundus, cap, XVI: “nox tertia”, p. 302
[lviii] Cfr. OC 6, ∫915
[lix] OC 7, ∫365 (trad.levemente corregida)
[lx] Cassirer, Ernst: Filosofía de las formas simbólicas, México, fonde de cultura Económica, 1998, vol. II, p. 206
[lxi] Será precisamente el ka una de las formas fundamentales en que muta el propio Filemón.
[lxii] Liber Secundus, cap. XXI: “El Mago”, p. 322
[lxiii] Cfr. Liber Secundus, cap. XVII: “Non quarta” en ELR, p. 304, Nª220 a la imagen 117
[lxiv] En todos los casos la palabra transformadora libera de una cosmovisión reductiva o envejecida. La joven hija del erudito está a la sombra de su aproximación meramente racional a la vida (Liber Segundus, cap. II) e Izdubar está aún atado a una cosmovisión mágica cocretista que ya no sirve (Liber Secundus, cap. IX y X)
[lxv] Platón, Fedro, 2442
[lxvi] Jung señala que al hombre contemporáneo le cuesta reconocer la autonomíaa de la voz interior.
[lxvii] Escrutinios, p. 353
[lxviii] Jung, C:Gl: “Von Werden el Persönlichkeit”, GW 17, ∫ 300: “Wer Bestmmung hat, hört die Stimme des Innern, er ist bestimmt.” Cfr. OC 17, ∫300, sigue una traducción mas literal: “Quien tiene determinación escucha la voz interior, está determinado”.
[lxix] Escrutinios, p. 338
[lxx] Cfr. RB, p. 223
[lxxi] Cfr. Nante, Bernardo: “La imaginación en la alquimia occidental. Una lectura jungiana del Aurora Consurgens”, en Epimeleia, Revista de estudios sobre la tradición, Nº12, UAJFK, 2002, p. 184
[lxxii] En rigor, el texto sostiene (Liber Secundus, cap. VIII, p.279) que antes de ir al Este, el yo fue primero al Sur, luego al Norte y por último al Este, desde donde luego se vuelve al Oeste. Por paréntesis. Nos detenemos en esto en el pasaje pertinente a la “Segunda parte”
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