sábado, 21 de abril de 2012

Aurora consurgens III


ML von Franz
AURORA CONSURGENS

Como ustedes recordarán, estábamos en medio del proceso circular en donde cada capítulo parece comenzar con una situación similar —con una nigredo, para usar una expresión alquímica— seguida de una descripción de cierto tratamiento de la materia, y al final de cada capítulo hay un aspecto de la albedo.
Esto se muestra primero en la forma de la nube negra que cubre la tierra y el alma o la mujer a quien se redime de ella, y después aparece en la forma de una inundación que cubre la materia y de una mujer que acarrea la muerte y después vuelve a ahuyentarla, tras lo cual aparecen las perlas blancas. En el último capítulo que comentamos, la nigredo tomó la forma del cautiverio babilónico, que duró setenta años y del cual después son redimidas las hijas de Jerusalén y de Sión. El proceso se ha descrito ya sea como un lavado, en que se lava repetidas veces la materia, o en la forma de una unción con el agua de la Iglesia, el crisma, de modo que el poder de penetración entra en el objeto tratado. El gran problema es, precisamente, cuál es el objeto tratado; a veces se dice que la prima materia es la materia tratada en el proceso alquímico, pero después queda claro que es la Sabiduría de Dios lo que, por decirlo así, ha caído en la materia y se ha vuelto idéntico a ella, y, además, a veces es el propio autor, ya que habla en primera persona: «Llorando estoy en la noche…». A partir de ello tenemos que concluir que tanto el espíritu en la materia como el autor están a veces contaminados; la diferencia entre ambos es incierta, y el alquimista se ha vuelto literalmente idéntico al objeto místico que está cocinando en su vasija. La situación bordea un estado psicótico —o se aproxima mucho a él—, en el que es típico que la conciencia del yo sea devorada al haberse identificado conciertos complejos del inconsciente, generalmente de naturaleza arquetípica. Sucede también en lo que Jung llama una psicosis voluntaria, es decir en la imaginación activa. Por consiguiente no sabemos, ni podemos juzgarlo del todo por el propio escrito, si nos encontramos frente a una psicosis involuntaria o con una que podríamos llamar voluntaria, es decir con el producto de una forma de meditación como ésta.
Si mi hipótesis es correcta y este documento fue escrito por santo Tomás de Aquino en su pugna con la muerte, ninguna de estas dos cosas es totalmente verdad. Pero hay una tercera posibilidad, esto es, que en este caso haya una irrupción de un contenido arquetípico del inconsciente a la que no se pueda calificar de episodio psicótico, sino más bien de una invasión premortal del inconsciente, por así decirlo, que también puede asumir formas similares, a las que se llega no por la meditación sino por una intrusión súbita del inconsciente colectivo en el racionalísimo sistema mental de una personalidad excepcional. Entonces, estos capítulos nos mostrarían cómo en su lucha con la muerte la personalidad aún sigue tratando de asimilar este impacto, de digerirlo y de encontrar una actitud correcta ante él, de integrar el contenido que lo ha invadido. Ésa es mi hipótesis del texto. No es más que una hipótesis; sólo puedo decir que es probable, pero no afirmarla como una certidumbre.
He aquí el capítulo siguiente: Aquel que hace la voluntad de mi Padre y arroja este mundo en el mundo, se sentará conmigo en el trono de mi reino sobre la silla de David y los tronos del pueblo de Israel. Ésa es la voluntad de mi Padre, [para] que uno pueda ver que Él es veraz y que no hay ningún otro que dé abundantemente, sin cicatería ni vacilación, verdaderamente a todas las naciones, y Su único hijo engendrado, Dios de Dioses, Luz de Luces, y del Espíritu Santo, que proviene de ambos y es co-igual con el Padre y el Hijo. Porque en el Padre está la eternidad y en el Hijo la igualdad, y en el Espíritu Santo la unión de eternidad e igualdad. Puesto que se dice que tanto el Padre como el Hijo y el Espíritu Santo, estos tres son uno, es decir cuerpo, espíritu y alma, porque toda perfección está fundada sobre el número tres, esto es, medida, número y peso, porque el Padre es hecho de nadie, el Hijo es del Padre y el Espíritu Santo procede de ambos. Al Padre se le atribuye sabiduría por la cual Él rige y ordena todas las cosas en moderación, cuyos caminos son incomprensibles y cuyo juicio está más allá del entendimiento. Al Hijo se le atribuye la verdad [pero con el matiz de la verdad realizada] puesto que cuando Él moró entre nosotros aceptó algo que Él no era, Dios perfecto y al mismo tiempo hombre generado de semilla humana y alma racional; obedeciendo la orden de Su Padre y apoyado por el Espíritu Santo, Él ha redimido al mundo perdido por obra del pecado de los padres. Al Espíritu Santo se le atribuye el amor que transforma toda cosa terrestre en una celestial, y esto en tres aspectos: bautizándola en la corriente, con sangre y en ardientes llamas. En la corriente él anima y purifica, lavando de toda suciedad y sacando del alma todo lo que sea «humoso». Tal como está dicho: Tú haces fructificar las aguas para la vivificación de las almas. Porque el agua nutre a todos los seres vivientes, por tanto el agua que desciende del Cielo embriaga a la tierra que recibe el poder por el cual pueden ser disueltos todos los metales. De modo que la tierra desea agua, diciendo: Envía tu pneuma espiritual, esto es, el agua, y será renovado y tú creas de nuevo la faz de la tierra, porque él insufla su aliento a la tierra y la hace temblar y cuando él toca las montañas ellas humean, pero cuando él bautiza en sangre nutre y alimenta. Tal como está dicho: El agua de bienaventurada sabiduría me ha nutrido y su sangre es la verdadera poción, porque el alma está situada en la sangre. Como dice Sénior: El alma permanece inmersa en agua que es similar a ella en tibieza y humedad y en la cual consiste toda vida. Pero cuando él bautiza con fuego ardiente, entonces vierte en el alma y la dota con la perfección de la vida. Porque el fuego da forma y perfección al todo. Tal como está escrito: Él le instila en las nances su aliento viviente y el hombre que antes estaba muerto se convierte en alma viviente. Del primero, segundo y tercer efectos dan testimonio los filósofos que dicen: El agua conserva el embrión durante tres meses dentro del útero, el aire lo nutre y lo sostiene durante tres meses, y durante los tres últimos lo preserva el fuego. Y el niño no saldrá a la luz antes de que se hayan cumplido todos estos meses, pero entonces nacerá y recibirá la vida del sol, que es el resucitador de todas las cosas muertas. Por lo tanto se le atribuye a este espíritu debido a su perfección y al séptuple don de que él tiene siete poderes en su efecto sobre la tierra.
Como este capítulo es muy largo me saltaré una parte. Primero él calienta la tierra. Tal como está dicho: El fuego penetra y refina mediante su calor, y Caled Menor dice: Calentad la frialdad del uno con la calidez del otro. Como dice Sénior: Poned al macho sobre la hembra, esto es, el calor sobre la frialdad. En segundo lugar, el espíritu extingue el fuego interior, del cual el profeta dice: Y el fuego fue atizado en su reunión y la llama consumió a los impíos sobre la tierra, y Caled Menor extinguió el fuego del uno con la frialdad de la otra. Hay algunas otras citas que significan lo mismo, es decir que hay que extinguir el fuego con fuego. En tercer lugar, el espíritu ablanda y licúa la dureza de la tierra. En el proceso emitirá su palabra y los licuará, su pneuma soplará y el agua fluirá. Y en alguna otra parte se dice: La mujer disuelve al hombre, como el hombre congela a la mujer, esto es, el espíritu disuelve al cuerpo y lo ablanda, y el cuerpo permite que el espíritu se solidifique. En cuarto lugar, el espíritu ilumina, porque borra toda oscuridad del cuerpo, tal como se expresa en el himno: Purifica las horribles oscuridades de nuestra mente, permite que los sentidos se iluminen. Y el profeta dice: El los conduce toda la noche en la luz del fuego y la noche será tan brillante como el día. Como también observó Sénior, él vuelve blancas todas las cosas negras y rojas todas las blancas, porque el agua blanquea y el fuego da luz. Y en el Libro de la Quintaesencia está escrito: Tú contemplas una luz maravillosa en la oscuridad. En quinto lugar, el espíritu segrega lo puro de lo impuro, porque separa del alma todas las cosas accidentales, los vapores y malos olores, y tal como está dicho: El fuego separa lo que es diferente y agrega lo que es similar. Por lo tanto el profeta dice: Tú me has puesto a prueba en el fuego y ningún mal fue hallado en mí. Y Hermes dice: Tú separarás lo denso de lo sutil y la tierra del fuego. Y Alphidius dice: La tierra se vuelve líquida y se transforma en agua, el agua se vuelve líquida y se transforma en aire, el aire se vuelve líquido y se transforma en fuego, el fuego se vuelve líquido y se transforma en tierra glorificada. Y a este efecto es a lo que apunta Hermes cuando dice en su secreto: Tú separarás la tierra del fuego, y lo sutil de lo denso, y esto se ha de hacer sin tropiezos. En sexto lugar, el espíritu eleva lo que es bajo, porque lleva a la superficie el alma que está profundamente oculta en la tierra, de la cual el profeta dice: Él libera a los prisioneros en su poder; y también: Tú has liberado mi alma del Infierno más profundo. Isaías también afirma: El pneuma del Señor me elevó. Y los filósofos dicen: Quien quiera que pueda hacer visible lo oculto entiende toda la obra, y quienquiera que conozca nuestro Cambar [es decir, fuego] es un verdadero filósofo. En séptimo y último lugar, él confiere el espíritu viviente, espiritualizando con su aliento el cuerpo terrenal, del cual se dice: Tú espiritualizas al hombre mediante tu aliento. Y Salomón dice: El espíritu de Dios llena la tierra. El profeta también dice: Y por el pneuma de su boca toda la tierra existe. Y Rasis dice en La Luz de las Luces [un texto árabe]: Lo pesado sólo puede ser elevado por lo ligero y lo ligero sólo lo pesado puede hacerlo descender. Y en La Turba [otro texto] se dice: Haz el cuerpo incorpóreo y lo sólido volátil. Todo esto se hace con nuestro espíritu porque sólo él puede purificar aquello que fue concebido de simiente impura. ¿Acaso no dicen las escrituras: Lavaos y seréis puros? Ya Naaman se le dijo que se sumergiera siete veces en el Jordán y que quedaría limpio. Porque hay sólo un bautismo para la ablución de los pecados, como lo testifican el Credo y los profetas. A quien tenga oídos para oír, dejadle oír lo que el espíritu de la doctrina dice a los hijos de la ciencia sobre el efecto del séptuple espíritu, del cual todas las Escrituras están llenas y al que los filósofos aluden con estas palabras: Destílalo siete veces, y entonces habrás logrado la separación de toda la humedad destructiva. Quizás hayan advertido ustedes que el tono del texto ya no es extático. De cuando en cuando hay hermosas citas poéticas, pero en este capítulo hay en general un tono bastante monótono, y al comienzo, como seguramente habrán notado, hay una repetición casi literal del credo del symbolum:
Padre del Hijo, Luz de Luces, Dios y Hombre, y así siguiendo; las ex presiones pueden variar en los diversos credos, pero no hay gran diferencia. Aquí, naturalmente, tenemos la versión católica. Como recordarán, al comienzo del proceso había una abrumadora invasión positiva de la Sabiduría de Dios, a quien el autor ensalzaba en su júbilo; después parecía haber caído en una inflación en la que desdeñaba a aquellos que no saben nada de una experiencia tal y se ponía agresivo contra la gente ignorante, y luego descendía a algo bastante aburrido y hacía un juego de palabras con aurora, aurea hora.
Después de esa primera fase comienza lo que yo llamaría la circulación de una espiral: siempre comienza con un proceso oscuro y describe lo que se ha hecho, y después termina con un resultado positivo, y esto se repite. Aquí estamos en mitad de la espiral, pero ¿qué dirían ustedes que fue lo típico de este capítulo, comparado con los anteriores? ¡Hay un retorno sorprendente a la actitud oficial cristiana! Al comienzo el autor repite incluso, literalmente, el symbolum del Credo, la Confesión de Fe, la versión oficial de todo ello: Creo en Dios Padre, y todo eso. ¿Por qué lo hace?¿Qué demuestra así?
Respuesta: Que está más o menos de vuelta en sí mismo.
M. L. von Franz: Sí, está volviendo a ser consciente; está tratando de retornar a su anterior actitud consciente o, se podría decir, de apartarse de la inundación que lo anegó, y ahí ven ustedes para qué sirve un credo o una actitud religiosa oficial: es un bote donde uno puede refugiarse del ataque de los tiburones. Uno puede salir a bañarse en el inconsciente, pero si aparecen los tiburones está el bote para volver a él, y ésa es la razón de que a la Iglesia se la haya comparado con un bote o una isla donde uno se puede refugiar cuando la influencia del inconsciente se hace demasiado fuerte. Si no cuento más que con mi razón humana y me digo que tengo que ser razonable, con eso no me basta para mantener a raya el influjo del inconsciente, pero tener una creencia que sigue existiendo en la conciencia es como un bote, es un lugar donde uno puede refugiarse. Por ende, debemos llegar a la conclusión de que nuestro autor no era un hereje y no dudaba de su Credo, sino que creía en él, como cabía esperar de un clérigo del siglo XIII. Era realmente un católico creyente, un cristiano medieval, y por consiguiente ahora intenta refugiarse en su creencia, ¡pero hay un cambio! Si ustedes se fijan, primero confiesa que cree en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y eso se mantiene más o menos durante las diez primeras líneas de la primera página, pero el resto del capítulo, en su totalidad, está dedicado a los efectos del Espíritu Santo. Es sorprendente. El Espíritu Santo llena la totalidad de uno de los capítulos más largos de todo el libro; el autor sólo está interesado en sus diferentes efectos alquímicos. Así, el énfasis total de su Credo se desplaza súbitamente haciael Espíritu Santo. Aquí atrapamos in flagrante, por así decirlo, lo que sucedió hacia aquella época, es decir entre los siglos XII y XIII. Si conocemos la historia de la evolución espiritual del cristianismo, sabemos que por aquel entonceslas sectas del Espíritu Santo aparecieron por todas partes. Algunas eran heréticas, en tanto que otras intentaban mantenerse dentro de la Iglesia, pero de pronto el Espíritu Santo se convirtió en la ocupación y preocupación de la gente. Hubo muchas discusiones teológicas y muchos movimientos, como el de los Hermanos del Espíritu Santo «los Humillados», los Pobres de Lyon, el Corazón Leal, el Gran Corazón de los Terciarios y otros semejantes, y todos confesaban que estaban especialmente consagrados a la adoración y el seguimiento del Espíritu Santo. Ustedes recordarán que en la Biblia el propio Cristo predecía que después de Su muerte Dios enviaría un Consolador que consolaría a las gentes de Su partida de la tierra y de Su muerte, y que aquellos que recibieran al Espíritu Santo podrían hacer obras aún mayores que las de Él mismo. El Espíritu Santo ha sido pues, desde el comienzo mismo, un aspecto muy burdo de la imagen cristiana de Dios, porque de acuerdo con la Biblia, de él se dice que entra directamente en el individuo. Con Cristo uno ya no puede comunicarse directamente, porque después de Su resurrección regresó al Cielo. El propio Dios no ha bajado jamás a la tierra..., cosa que no es verdad exactamente, porque los tres son uno, pero ahora estoy hablando como si no lo fueran. Pero, de acuerdo con la Biblia, se supone que el Espíritu Santo desciende una y otra vez sobre los individuos, y que eso no está restringido por el tiempo. Oímos hablar de contemporáneos que se encuentran una y otra vez con Cristo, pero no podemos comunicarnos con El ahora, a no ser mediante visiones o por la oración. Por otra parte, a lo largo de la historia se ha supuesto que el Espíritu Santo es capaz de descender sobre las personas; eso transmite la idea de un individuo que se llena directamente con el espíritu de Dios o, como lo han visto con claridad ciertos teólogos, que incluso continúa la encarnación de Dios. Dios sólo se encarnó «oficialmente» una vez, en la persona de Jesucristo, pero por mediación de las obras del Espíritu Santo cualquier individuo de la comunidad cristiana puede volver a convertirse en receptáculo del espíritu divino, lo que sería una encarnación de una partícula de la Divinidad. Las conclusiones de ciertas sectas medievales, cuando estas ideas cobraron de improviso tanta importancia emocional, eran muy sorprendentes. Por ejemplo, hay un dicho de san Pablo: ubi spiritus, ibi libertas, es decir, donde opera el espíritu —se entiende el Espíritu Santo— hay libertad, y por lo tanto ellos pensaban que si estaban plenos del Espíritu Santo ya no necesitaban obedecer a la Iglesia ni ir a confesarse, porque mediante el Espíritu Santo tenían su propia conexión directa con la Divinidad. Esta interpretación, como es natural, se convirtió en un peligro para la organización de la Iglesia. Además algunos sectarios dijeron que si uno estaba pleno del Espíritu Santo podía leer por su cuenta las Sagradas Escrituras y entenderlas directamente, y que entonces la interpretación de la Iglesia ya no era necesaria. La Biblia podía ser entendida simbólicamente y tomada espiritualmente, esto es, simbólicamente. Por eso estas personas empezaron a leer la Biblia y a interpretarla por sí mismas. Otras sectas llegaron al punto de decir que si uno estaba lleno del Espíritu Santo podía cometer cualquier pecado sin que estuviera mal —el adulterio, por ejemplo— porque «donde está el espíritu, hay libertad». Pueden ustedes imaginarse que la Iglesia no aprobó semejantes interpretaciones y por lo tanto algunas sectas del Espíritu Santo fueron parcialmente condenadas e incluso muy perseguidas, y en su mayoría tuvieron que cerrarse. Se anticipaban, como ya se vio hace tiempo, a la evolución de la Reforma, en cuyos comienzos hubo también un intento de afirmar que cada individuo tenía el derecho de comunicarse directamente con la Divinidad, sin tener como intermediario a ninguna organización humana. A estos movimientos selos denomina en general prerreformistas, porque comparten la idea de una comunicación individual y directa con Dios, aunque en otros sentidos eran, naturalmente, diferentes. Por lo tanto, si nuestro autor, que ha pasado por una experiencia religiosa, quiere mantener su actitud cristiana, se ha de referir al Espíritu Santo, como si la situación hubiera quedado salvada si él podía entender que su experiencia le había sido transmitida por el Espíritu Santo; desde este ángulo, todavía podía integrar su experiencia con su punto de vista consciente. Por eso se aferra emocionalmente a esta idea como factor de salvación. Describe al Espíritu Santo primero en tres formas de bautismo: por el agua, por la sangre y por el fuego, y luego describe los siete procesos en los cuales el Espíritu Santo afecta a la materia. Después el texto cambia en forma pasmosa, porque de pronto el Espíritu Santo se convierte en una especie de agente químico que cocina, limpia, purifica y sutiliza la materia alquímica. Aquí se lo concibe como una especie de energía, algo como el fuego o la electricidad, que tiene un efecto sobre la materia. Aquí la idea del espíritu retorna a su forma original y arquetípica, es decir, el mana.
Por la historia comparada de las religiones sabemos que uno de los conceptos más antiguos de lo Divino en muchas religiones primitivas es el concepto de mana, mulungu y otros semejantes, la idea de un poder divino, que muchos etnólogos han equiparado con algo así como una electricidad mística. Es como una energía divina, que penetra ciertos objetos y hiere a determinadas personas. Un rey tiene mana, un jefe también lo tiene, lo mismo que las mujeres cuando menstrúan y cuando acaban de dar a luz, y también un árbol herido por el rayo. Al mana se lo debe tratar siempre con respeto, ya sea manteniéndose alejado de él mediante tabúes, o aproximándose a él de acuerdo con ciertas reglas. Puede ser destructivo o positivo. Una mujer menstruante, por ejemplo, tiene mana negativo y hay que mantenerla alejada de la tribu y de los rituales tribales durante el período, porque está, por así decirlo, cargada de electricidad destructiva. El mana también puede ser neutral, porque si el jefe de una tribu tiene mana puede otorgar fertilidad a la tribu, al ganado y al suelo de sus dominios; o, si lo abordan con irreverencia, puede embrujar a la gente y hacer que enferme, por ejemplo. Ésta es una idea arquetípica. Psicológicamente, se podría decir que era una representación de los efectos del Sí mismo, o de la energía psíquica que en este nivel no se vivencia como una imagen personificada de Dios, sino más bien como un aspecto impersonal del poder divino. En variantes religiones posteriores, y a veces geográficamente diferentes, hay otros aspectos de lo Divino, ya sean dioses, demonios, espíritus ancestrales o lo que sea, que están todos más o menos personificados; son figuras más o menos antropomórficas que también representan el poder del inconsciente, pero que tienen una forma, y de las que se habla como si fueran, en parte, personalidades. La culminación de esto se encuentra en la religión griega, donde los dioses tienen forma humana y son representaciones de los arquetipos, y en la judeocristiana, donde a Dios se lo concibe también como un ser de forma humana y con reacciones semihumanas. En el arte cristiano, por ejemplo, a Dios se lo suele representar como un anciano de barba blanca; ésa es la forma clásica. El aspecto de mana, el aspecto de la Divinidad como una especie de poder no personificado, reaparece súbitamente en el cristianismo en la forma del Espíritu Santo, que es agua, viento y fuego: un viento llenó la casa, sobre las cabezas de los apóstoles en Pentecostés aparecen llamas, y en el bautismo aparece también como agua. Por consiguiente, aquí la idea arquetípica reaparece en la interpretación del Espíritu Santo como un poder impersonal con un aspecto semi material. A esta idea se adhiere nuestro autor cuando muy ingenuamente describe al Espíritu Santo como una especie de agente físico semi material que actúa sobre la prima materia: primero lavándola y después llenándola de sangre —es decir, vivificándola— y por fin calentándola con fuego, lo que sería darle vida y resurrección. Esto lo amplifica incluso comparándolo con el nacimiento de un niño, que durante tres meses está preservado en agua, nutrido por el aire durante otros tres y luego tres meses más por el fuego, hasta que nace. De manera que la actividad del Espíritu Santo, el impacto que éste tiene sobre la materia, pone en juego al mismo tiempo la generación y el parto, la nutrición del niño divino y el ayudarlo a nacer. Aquí ven ustedes que nuestro texto es una descripción típica de la forma en que se produce la piedra filosofal, porque con frecuencia se la compara con el proceso del nacimiento; es el Sí mismo que nace dentro de la psique como un niño divino. También hemos visto ya alusiones al motivo de la coniunctio.
Ahora se dice: cubrir la frialdad de la una con el calor del otro; poned al macho sobre la hembra, lo caliente sobre lo frío. Aquí está la idea de la coniunctio oppositorum, el acoplamiento del varón y de la mujer, y hay también una despersonalización mediada por la atribución de cualidades, de manera que lo cálido y lo frío se reúnen, lo que sería un acoplamiento de potencias opuestas. En el medievo era una idea generalizada la de que, fisiológicamente, los hombres eran calientes y las mujeres frías. Después viene una idea más sutil, la de que esta reunión de los opuestos significa que secretamente son uno, porque el fuego tiene que ser extinguido por el fuego, o tiene que ser refrescado, refrigerado, por su fuego interior. Psicológicamente, ¿cómo interpretarían esto?
Respuesta: Suena algo así como el Ouroboros.
M. L. von Franz: En cierto modo lo es, pero en un nivel más primitivo porque el Ouroboros es el proceso natural de aquello, mientras que aquí está en el recipiente tal como ha salido. Sí, en cierta medida, pero psicológicamente, ¿qué diría usted que es? ¿Qué es el fuego ?
Respuesta: La emoción.
M. L. von Franz: Sí, pero ¿qué es lo positivo en la emoción? Transforma, cocina e ilumina; ésa es la forma en que el fuego aporta luz. Si estoy emocionalmente atrapada por algo puedo entenderlo; si no me estoy debatiendo emocionalmente con mis problemas, o con lo que sea, de la lucha no resulta nada. Donde no hay emoción no hay vida.
Si tienen que aprender algo de memoria, y ese algo no les interesa, no hay fuego; no se les grabará aunque lo lean cincuenta veces. Pero tan pronto como hay un interés emocional, con una vez que lo lean ya lo saben. Por consiguiente, la emoción es el portador de la conciencia; sin emoción no hay progreso en la conciencia. El aspecto destructivo aparece en las peleas y conflictos; allí nos devora. La otra persona dice que es terrible cuando uno deja salir su propia emoción destructiva, pero es que si no la dejamos salir la emoción nos devora. Ustedes saben lo placentero que es guardarse para uno un afecto; pero si lo que no dejamos salir es una emoción negativa, nos carcome desde adentro. Es como tener dentro, durante horas, un perro que gruñe. He aquí una alusión a la emoción perversa: «El fuego fue reavivado en la reunión y la llama consumió a los impíos de la tierra». Es la quema de los impíos, de los pecadores. Y después se dice: «Él extingue el fuego en su propia medida interior». Psicológicamente esto es muy revelador. En análisis, los pacientes repiten una y otra vez al analista que están enamorados de alguien o que lo odian, aunque declaran saber que aquello es del todo irrazonable. «No estoy loco —dicen—; puedo comportarme y ser razonable, pero esto no se me pasa, ¿qué puedo hacer? ¡Por favor, ayúdeme! No me basta con saber que todo es una tontería. »La respuesta a esto es difícil de aceptar: el fuego tiene que quemar el fuego, uno tiene que quemarse en la emoción hasta que el fuego se extinga y se equilibre. Es algo que lamentablemente no se puede eludir. Uno no puede sacarse de encima el ardor del fuego, de la emoción; no hay receta para liberarse de ella: hay que soportarla. El fuego tiene que arder hasta que se haya consumido la última impureza, que es lo que todos los textos alquímicos dicen en diferentes variaciones, y tampoco hemos encontrado ninguna otra manera. No se lo puede impedir, sino sólo sufrirlo hasta que lo que es mortal o corruptible o, como dice tan bellamente nuestro texto, hasta que la humedad corruptible, la inconsciencia, se haya consumido. Ése es el significado: es la aceptación del sufrimiento

Si uno está lleno de diez mil demonios no puede hacer más que quemarse en ellos hasta que se aquieten y se calmen, y plantear al analista, o a quien sea, la exigencia infantil de que nos ayude con alguna especie de treta consoladora no sirve para nada. Si un analista finge que puede hacerlo, no es más que un charlatán, porque tal cosa no existe, y de todas maneras no tendría sentido. Si intenta sacar a los analizandos del sufrimiento eso significa que los priva de lo que es más valioso; los consuelos baratos son un error, porque así uno aparta a la gente del calor, del lugar donde se efectúa el proceso de individuación. Quedarse asándose en el Infierno es lo que produce la piedra filosofal; como se dice aquí, el fuego se extingue con su propia medida interior. La pasión tiene su propia medida interior; no existe una libido caótica, porque sabemos que el inconsciente mismo, como naturaleza pura, tiene un equilibrio interno. La falta de equilibrio proviene del infantilismo de la actitud consciente. Si uno se limita a seguir su propia pasión de acuerdo con sus propias indicaciones, jamás llegará demasiado lejos, siempre lo conducirá a su propia derrota. La pasión desordenada busca la derrota. Las gentes que tienen una naturaleza desordenadamente apasionada, una especie de naturaleza diabólica, buscan amorosamente una persona o una situación contra la cual puedan darse de cabeza, y desprecian a cualquier  pareja o situación en la que su propia pasión gane. Instintivamente buscan la derrota. Es como si algo dentro de ellos supiera que a ese demonio hay que golpearlo en la cabeza, y ésa es la razón de que, si uno se muestra amistoso o débil o comprensivo con un fuego semejante, no ayuda a la persona; por lo general, entonces esa gente se va y lo abandona a uno, porque no es eso lo que quieren. El fuego de la pasión busca aquello que la extinga, y por eso la necesidad de individuación, en tanto que es una urgencia natural desordenada, busca situaciones imposibles; busca el conflicto y la derrota y el sufrimiento porque busca intensamente su propia transformación. Digamos que alguien está poseído por un poder demoníaco. Si puede dominar a las personas que lo rodean no es feliz, sino que sigue estando inquieto; domina a toda la familia y sigue dominando afuera, y en su vida profesional, pero todavía está inquieto. En realidad está en busca de alguien que pueda vencerlo; eso es lo que anhela, aunque naturalmente no le gusta. Es una actitud ambigua, porque la odia y al mismo tiempo ansia que alguien o algo lo venza y ponga término a su poder. Es muy importante saber esto en el tratamiento de los casos fronterizos, porque estos pacientes suelen sufrir emociones tremendas y siempre intentan hacer que todo el impacto se descargue sobre el analista, esperando y temiendo que él les devuelva el golpe; eso es porque el fuego conoce su propia medida interior. 

Después nuestro texto dice que el espíritu rompe o modifica lo que es duro y endurece lo que es débil. Eso parece comprensible, pero ¿cómo lo interpretarían?
Respuesta: Es la coniunctio entre macho y la hembra.
M. L. von Franz: Sí, la dureza sería lo masculino, es una conjunción de opuestos, pero ¿cómo se aparecería eso en la vida, ablandar lo que es duro y endurecer lo que es débil?
Pregunta: ¿Tiene que ver con las cuatro funciones? La función principal es lo que es fuerte, y la cuarta función es débil.
M. L. von Franz: Sí, pero la función principal no siempre es dura.
Pregunta: ¿Lo duro no podrían ser las resistencias?
M. L. von Franz: Sí, las resistencias o, por ejemplo, una actitud rígida en algún rincón donde uno literalmente se endurece, que es una reacción compleja típica. Cuando por ejemplo, un analizando se niega a hablar de algo, eso sería un endurecimiento y está encubriendo una debilidad; la obstinación y la rigidez son duras, y por lo general eso tiene que ver con experiencias infantiles destructivas y negativas. Por ejemplo, esas personas cancelan el amor o alguna otra cosa, y en el proceso llegan incluso a cancelarse a sí mismas. Ponen su empeño en el éxito o en el dinero o en algo de esa clase, e interiormente están como congeladas. Es muy frecuente que el proceso analítico consista en suavizar los ángulos duros de la personalidad, que suele sufrir un doloroso calambre. Endurecerse es un síntoma de debilidad, por lo tanto solidificar lo que es débil sería parte del mismo proceso, porque es donde uno se siente débil donde se pone rígido, en tanto que donde es fuerte se mantiene flexible

La rigidez de la gente se genera en las debilidades y el miedo; el miedo los pone rígidos y los hace cerrarse, por eso al mismo tiempo la debilidad debe ser fortalecida, sea la debilidad del yo o un sentimiento de debilidad o lo que fuere, pues hay muchas debilidades. Entonces el proceso psicológico suele consistir en aflojar partes de la personalidad que se han puesto rígidas y solidificar el núcleo de la personalidad, el Sí mismo, y eso sería reunir los opuestos del macho y de la hembra. Entonces llega el cuarto efecto, la iluminación. Es cuando uno experimenta la sensación de comprender, cuando ciertos problemas se aclaran. Se lo llama también la coloración y el blanqueado, porque las cosas se aclaran y la vida empieza nuevamente a fluir. El espíritu segrega la forma pura de la impura, de modo que todas las cosas accidentales desaparecen: malos olores y cosas así. 

Para comentarlo alquímicamente: es muy frecuente que la piedra filosofal esté rodeada de material extraño que no le pertenece y que, por consiguiente, hay que lavar o quemar hasta que desaparezca. Es un hecho que en el proceso alquímico no todo tiene que ser integrado; hay algo a lo que se llama ya sea la tierra condenada, terra damnata, o bien res extraneae, cosas exteriores o externas, que hay que desechar en vez de integrarlas. Hay que tirarlas, sin más ni más. Con frecuencia la gente que ha leído un poco de psicología junguiana cree que todo lo que sucede, sea lo que fuere, pertenece al proceso y debe ser integrado, pero eso es verdad sólo cum grano salis; es un hecho que no todo pertenece. Como todas las verdades psicológicas, todo pertenece en un sentido, y para nada absolutamente en otro. ¿Qué son esas cosas externas que hay que tirar?
Respuesta: Las actitudes colectivas.
M. L. von Franz: Sí, las actitudes colectivas que estorban al desarrollo del individuo, o la identificación con otras personas. Mucha gente no llega a sí misma debido a su admiración por alguna otra persona, quizá del mismo sexo; siempre se refuerzan por ser como esa persona y por eso pierden la oportunidad de llegar a ser ellos mismos. Como una serpiente mira fija mente a un conejo, así miran ellos a otro, o a una idea colectiva; eso es algo externo, no es lo que ellos son, no les pertenece, y esas cosas no tienen que ser integradas.
Los sueños le dirán a uno que se aparte de eso, que lo deje, que no es suyo y no tiene por qué interesarle. Por lo tanto, la individuación significa también separación, diferenciación, el reconocimiento de lo que es nuestro y de lo que no lo es. Lo demás, hay que dejarlo en paz. La libido y la energía no se han de desperdiciar en cosas que no nos pertenecen. Por ende, se puede decir que hay tanto separación como integración, y eso sería regeneración a través del fuego hasta que, como dice el texto, uno alcance un estado de tranquilidad, porque cuando las gentes pueden renunciar a ideales o a actitudes colectivas que no le corresponden, de pronto se sienten en paz. De pronto se relajan y dicen:«Gracias a Dios, siempre creí que tenía que ser brillante y ahora me doy cuenta de que no tengo por qué». Sólo habían estado mirando fijamente a alguien que lo era. De esa manera se redime uno del esfuerzo constante por lograr algo que en realidad no le pertenece. 

Después se describe la totalidad del proceso como la tierra que se convierte en agua, el agua en aire, el aire en fuego y el fuego en tierra. Ahí tienen ustedes la idea clásica de la circulatio, de moverse a través de los cuatro elementos, de repetir nuevamente el proceso, pero siempre en otro nivel. Es la idea clásica de ir rodeando el Sí mismo a través de los diferentes elementos y de las diferentes formas; es, entre otras cosas, la circumambulatio, el proceso de individuación a través de las cuatro funciones y de diferentes fases de la vida. En el proceso de individuación es muy frecuente que emerjan una y otra vez los mismos problemas; parece que estuvieran resueltos, pero después de un tiempo reaparecen. Si lo vemos bajo una luz negativa, nos desalentamos y decimos: aquí está otra vez lo mismo, la misma antigualla; pero cuando se lo mira más de cerca uno suele ver la circulatio, porque la cosa simplemente ha reaparecido en otro nivel. Por ejemplo, ahora puede haberse convertido en un problema de sentimientos. Tomemos los tipos intelectuales e intuitivos que recorren muy rápidamente un proceso analítico y parece que entendieran mucho de psicología junguiana y de lo que les está pasando interiormente. Asimilan mucho, pero para ellos no se ha convertido en un problema ético; el sentimiento queda fuera, y con ello se omite el aspecto ético, lo que significa que en su comportamiento ético en el mundo mantienen el mismo viejo estilo, quizás acorde con la razón o con la influencia colectiva o con alguna otra cosa. Hablan del proceso de individuación como si hubieran llegado allí y lo conocieran muy bien, lo que en cierto sentido es verdad, porque lo han asimilado, digamos, en fuego, pero todavía no en tierra. De modo que el fuego tiene que cambiarse en agua y el agua en tierra, y después tienen que volver a vivir toda la cosa una vez más como problema ético.
A veces esas personas descubren de improviso que están de nuevo en el comienzo, que no han aprendido ni siquiera el abecé del problema de la sombra o de algo semejante, y dicen que ahora por fin entienden el problema, porque hasta entonces sólo lo habían entendido de un modo parcial. Esto sucede constantemente con la comprensión psicológica; hay muchas capas, y algo siempre se puede entender en un nivel nuevo y más profundo. Uno lo entiende con una parte de sí mismo y entonces la moneda sigue cayendo, digamos, y uno se da cuenta de la misma cosa, pero en un nivel mucho más vivo y más rico que antes, y eso puede continuar indefinidamente hasta volverse completamente real. Incluso si uno siente que se ha dado cuenta de algo, debería tener siempre la humildad de decir que así es como lo siente por el momento; unos años más tarde quizá diga que antes no lo sabía en absoluto, pero que ahora puede entender lo que aquello significaba. Eso es lo que me parece tan hermoso en este trabajo: que es una aventura que no termina nunca, porque cada vez que da uno la vuelta a una esquina se le abre una visión totalmente nueva de la vida; uno nunca sabe ni lo tiene completamente claro, ni siquiera en el caso de las cosas que por el momento siente que tiene bien ordenadas. 

La última sección se refiere al espíritu viviente y al a espiritualización del cuerpo, haciendo el cuerpo incorpóreo y el espíritu concreto. Es otro aspecto de una coniunctio, de una unión de los opuestos, pero de nuevo tiene un matiz diferente. ¿Cómo considerarían ustedes eso? El cuerpo, la cosa material, se espiritualiza, y el espíritu a su vez se vuelve concreto. ¿Qué significaría eso en la práctica?
Respuesta: El final de la escisión entre cuerpo y espíritu.
M. L. von Franz: Sí, pero ¿qué aspecto tiene eso?
Respuesta: Sería una actitud totalmente diferente hacia el cuerpo.
M. L. von Franz: ¿En qué sentido?
Respuesta: Sería introducir la experiencia analítica o espiritual en la vida real.
M. L. von Franz: Sí, eso sería solidificar el espíritu. Si uno pone en práctica lo entendido psicológicamente, está encarnando lo que era espiritual. Si reconoce que algo está bien y lo pone en acción, entonces se vuelve real. Ahora, la otra parte, ¿qué implicaría?
Respuesta: Una actitud de la conciencia que se retira en parte de la experiencia espontánea, al tiempo que la considera simbólicamente. . . Una especie de espiritualización de la experiencia.
M. L. von Franz: Sí, sería entender simbólicamente una situación concreta. Si puedo atenerme a lo que dice Goethe: «Alies Vergangliches ist nur ein Gleichnis» —Todo lo perecedero no es más que un símil—, si incluso en una situación material completamente concreta puedo ver su aspecto simbólico, tomando distancia ante ella, entonces la espiritualizo, se convierte en un símil de algo psicológico. Todos los acontecimientos externos en la vida no son más que símiles en cierto sentido; no son más que parábolas de un proceso interior, simbolizaciones sincrónicas. Hay que mirarlos desde ese ángulo para entenderlos e integrarlos, y eso sería espiritualizar lo físico.
Pregunta: ¿No existe el peligro de, por ejemplo, perderse el sabor de un buen roastbeef?
M. L. von Franz: Ciertamente, ¡y por eso hay que volver a solidificar el espíritu! Hay que hacer las dos cosas. Es lo que decía el maestro zen: «Al comienzo del proceso el agua es agua y las montañas son montañas y los ríos son ríos». Ese es el gusto de un buen bistec, pero para el yo, y eso no sirve. Hay que adentrarse en un estado en que las montañas ya no son montañas, los ríos no son ríos y el agua ya no es agua, lo que significa que uno los ve como símiles. Pero al final del proceso las montañas son otra vez montañas, y allí es donde juega la resolidificación del espíritu. Lo malo es quedarse atascado en el medio, de una manera o de otra. El proceso necesita ambos movimientos para no volverse destructivo, y eso está muy bellamente ejemplificado en la alquimia. El cuerpo tiene que ser espiritualizado y el espíritu tiene que encarnarse, deben suceder ambas cosas. Aquí, en este documento, pueden ver un ejemplo de lo que dice Jung: que la alquimia compensa la unilateralidad de la espiritualización cristiana. Es ese movimiento subyacente, que no es anticristiano, sino que completa al cristianismo aproximando más los opuestos, trayendo la vida física y lo relacionado con ella más dentro del campo de la observación y de la atención.
Comentario: He observado con frecuencia que en el análisis junguiano existe el riesgo de intelectualizar el espíritu.
M. L. von Franz: Sí, ¡y entonces se adelgaza espantosamente! El espíritu se convierte en conceptos intelectuales y pierde su cualidad originaria emocional y conmovedora, y entonces sucede exactamente lo que usted dice. Ese es el  gran peligro, porque entonces el espíritu se queda tenue y embotellado.
Pregunta: ¿No se podría decir que toda vez que hay una verdadera experiencia espiritual debería hacerse manifiesta?
M. L. von Franz: En estas cosas no hay «debería». Creo que una verdadera experiencia espiritual —aunque no sé exactamente lo que usted entiende al decir eso— se manifiesta.
Mythos significa comunicación. Si usted está anonadado por una experiencia espiritual, ella misma quiere que usted la comunique, es decir, que la manifieste; ése es el significado de la palabra mythos. No hay experiencia religiosa allí donde no hay la necesidad de hablar de ella; eso es natural, pero no es necesario añadir la palabra «debería». Si es verdadera, se volverá real, su fluir natural será hacia la realidad. Es algo que está muy bellamente ejemplificado en Black Elk Speaks.
A los nueve años, en una especie de coma, Black Elk [Alce Negro] tuvo una tremenda experiencia espiritual, de la que no habló con nadie hasta que le apareció una fobia a los truenos. Entonces fue a ver a un médico brujo que le dijo: «Esa experiencia no te ha sido dada sólo para ti; se la debes a tu tribu». Cuando habló de sus visiones con su tribu, la fobia desapareció.

Yo diría que una verdadera experiencia espiritual se vuelca naturalmente en la comunicación, pero no hay en ello un elemento de «debería». Si es real se manifestará involuntariamente; incluso si uno trata de guardársela se le escapará, y así se manifiesta en la realidad, porque es real.  Si uno tiene que decirle a la gente que un sueño significa algo, que se ha de actuar de acuerdo con él, ya eso es malo. Una de las experiencias más positivas en análisis es cuando un analizando trae un sueño cuyo significado uno le dice, pero sin comentárselo. Se limita a interpretar el sueño, y a la sesión siguiente el analizando le dice: «¿Sabe lo que sucedió? ¡Usted me dio la interpretación de aquel sueño, y como resultado yo hice tal y tal cosa!». No es necesario ponerse en el papel de la gobernanta y decir que uno debería hacer lo que dice el sueño; ésa no es la manera adecuada. Por lo general, si una persona es moralmente sana, ese resultado se dará de forma natural. Digamos, por ejemplo, que un hijo adulto sigue tratando de sacarle dinero a la madre, y que ella es muy blanda y no puede decirle que no; como piensa que tal vez esté pasando hambre, le envía sin tardanza el dinero. Supongamos que una madre así soñara que enviarle dinero a su hijo significaba que estaba envenenándolo. No es necesario decirle que no le envíe dinero, sino que con explicarle: «El sueño dice que si le envía dinero, usted está envenenando o castrando a su hijo», a la vez siguiente la mujer vendrá a contarles que por fin se decidió y ya no le enviará más dinero. Así suceden las cosas si la gente es moralmente sana, y entonces hay esperanza. A veces he tropezado con casos en los que pensé que prácticamente no había esperanza, casos horribles, pero si tenían esa cualidad yo estaba segura de que saldrían del paso, e incluso sin demora. Esa clase de integridad moral e ingenuidad que dice simplemente «Sí» lo acelera todo. En la Biblia se dice: «Que tu comunicación sea, Sí, sí; No, no». Esas personas son moralmente sanas. Lo opuesto serían aquellos que entienden, dicen que sí a todo con la cabeza, pero sabe el cielo cuántos electro shocks necesitan, desde adentro y desde afuera, antes de darse cuenta deque tienen que hacer algo al respecto. Las madres dicen que saben que no deben comerse a sus hijos, pero nunca se les ocurre cambiar de comportamiento. Ni siquiera se dan cuenta de lo que están haciendo. El otro día supe por una hija que su madre le había telefoneado tres veces el domingo diciéndole que debía ir de inmediato a casa. Esa misma madre me juró durante la hora analítica que ella jamás le planteaba exigencias a su hija, y que le permitía una libertad total. Me miró directamente a los ojos y me juró que no le reclamaba nada. Como lo que la hija me había dicho era confidencial, yo no podía usarlo como ejemplo. Estaba furiosa, pero no podía hacer nada.
«¿Está segura?», le pregunté, y me respondió: «Sí, absolutamente». Allí el espíritu jamás se materializa. Esas personas pueden analizarse durante años sin el más mínimo resultado. Pueden hablar de psicología junguiana como si la conocieran a fondo, pero no cambian. 

Saltaré a la parábola siguiente para ocuparme de la que se refiere al credo filosófico basado en el número tres, que continúa la tendencia que apareció en el último capítulo, es decir, una confesión de la imagen trinitaria de Dios. Están los tres efectos del Espíritu Santo, las tres etapas de la obra alquímica, y así siguiendo. Tres veces tres meses está el niño en el útero materno, y después viene el simbolismo de un séptuple proceso que en un sentido es muy similar al proceso anterior, con el nacimiento del niño, la circulación a través de los elementos, los efectos del Espíritu Santo, etcétera, como temas principales. El capítulo siguiente es la quinta parábola, «El tesoro que la sabiduría construye sobre la roca». Ustedes conocen en san Mateo el famoso símil de la casa construida sobre arena y la construida sobre roca, y saben también que en Proverbios 9, 15, está el símil de que la Sabiduría construyó su casa sobre siete pilares e invitó a los israelitas a comer en ella.
La Sabiduría construyó una casa y los que en ella entren serán benditos y encontrarán alimento, de acuerdo con el testimonio del profeta. Se embriagarán con lo que desborda de tu casa, porque en tus atrios un día vale mil (Salmo 84, 10). Benditos son los que moran en tu casa. Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, golpead y os abrirán. La Sabiduría clama a las puertas y dice: «Mirad que estoy en la puerta y golpeo; si cualquiera oye mi voz, y abre la puerta, entraré y cenaré con él, y él conmigo». Qué grande es la plenitud de la dulzura que tú reservas escondida para los que entran en esta casa, una dulzura que el ojo no ha visto ni el oído ha oído, ni ha entrado en el corazón del hombre. Aquellos que abren esta casa tendrán santidad y la plenitud de los días, porque está construida sobre una firma roca que sólo será abierta por la sangre del macho cabrío, o cuando la golpee tres veces la vara de Moisés, cuando el agua mana abundantemente y la congregación bebe y sus bestias también.
Aquí ven ustedes que esto es solidificar lo que es débil. La roca representa la firmeza de la personalidad, que viene de un largo proceso de asimilación del inconsciente. Si uno ha experimentado durante el tiempo suficiente los grandes altibajos que lleva consigo el encuentro con el inconsciente, entonces se forma lentamente un núcleo inconmovible. Creo que ni siquiera una curación o una evolución psicológica, que es la misma cosa, cambia el conflicto ni cura un problema; lo que en realidad cambia es la capacidad de soportarlo mejor, y ésa es la verdadera evolución. 

A veces la situación externa puede seguir tal cual, o ciertas dificultades de carácter, lo que se llama neurosis de carácter, se mantienen hasta cierto punto. Si, por ejemplo, alguien tiene un temperamento muy apasionado, o una tendencia a deprimirse, generalmente eso continúa durante largo tiempo. Se necesitarán por lo menos veinte años para erradicarlo; no se puede cambiar enseguida, porque está muy arraigado en la naturaleza de uno. Pero el primer paso es ser capaz de soportarlo mejor, sin dejarse disolver por aquello; desapegarse y tener un punto de vista, saber que ésa es la debilidad que uno tiene, a la cual no quiere ceder, y que finalmente pasará. El primer paso es que ya uno no es idéntico a sus propios puntos locos. Por ejemplo, si un paranoico dice: «Creo, pero claro, es probable que no sea así, que. . . », eso demuestra que ahora tiene algo firme, una roca, más allá de su sistema paranoide; aunque todavía no se ha liberado de su fantasía, por lo menos ya puede decir que quizá lo esté imaginando. Es el comienzo de la formación de tierra sólida; fuera del conflicto, algo se ha escapado del diablo. O si el animus o alguna emoción siempre le ha hecho perder a uno el equilibrio, y comienza a haber períodos en que se vuelve razonable, aunque después pueda volver a estar poseído por la pasión, esos momentos son el comienzo de la formación de la roca interior. El trocito de terreno sólido donde uno hace pie se va fortaleciendo y lentamente se convierte en algo sólido, de modo que uno tiene cada vez más la sensación de que probablemente nada de lo que pueda venir volverá a destruirlo. Se lo puede describir de manera más pesimista, pero sigue siendo la misma cosa positiva: uno ha sufrido tanto, o se ha precipitado tan profundamente en su propio infierno que, gracias a Dios, ya no puede caer más bajo, y eso da cierto sentimiento de seguridad. Si uno ha tocado el fondo del infierno ya no hay nada más abajo, y allí es donde comienza la roca sólida. O alguien puede venir diciendo que siempre ha tenido miedo de enloquecer, pero ahora que ha llegado a los cuarenta sin que le pasara, lo más probable es que ya no le pase nunca. Si le dicen eso, uno por lo general puede asentir sin mala conciencia. Si han llegado a ir tan lejos sin quebrarse, no es probable que se quiebren, porque algo se ha coagulado dentro, se ha vuelto sólido; y sobre esto, que es el objetivo de la obra, uno puede retirarse a la mansión interior de la sabiduría, que está construida sobre una roca y es inconmovible; el texto dice, incluso, en la eternidad. 

Ustedes pueden preguntar si eso no es endurecimiento; ¿no vuelve a ser la rigidez? Pero la respuesta es« no». De una roca así mana el agua de vida; es la roca de donde Moisés, por un milagro, obtuvo el agua de vida. Es una roca que es también un pozo, y por lo tanto es la cosa más líquida, el opuesto de la rigidez o el endurecimiento. Significa ser flexible pero inconmovible, y por eso el doctor Jung dice que el proceso de individuación, si se produce inconscientemente, hace que el individuo sea duro y cruel con sus semejantes, y que si es un proceso consciente, conduce a la piedra filosofal: no a un endurecimiento de la personalidad, sino a la firmeza en el sentido positivo de la palabra. Uno ya no se disocia fácilmente ni se deja llevar por la emoción, no pierde su punto de vista por obra de la presión colectiva ni nada de eso, pero esto no significa un endurecimiento que escape de toda influencia

Eso es probablemente lo que significa la alusión a la roca sobre la cual está edificada la casa de la Sabiduría. En ella tiene lugar, como dice el texto, la visión de la plenitud del sol y de la luna. Esto se refiere al motivo de que en esta casa tiene lugar la coniunctio; por lo tanto se hace referencia a ella como el recipiente alquímico, que es la casa en donde se unen el sol y la luna. 

En nuestro capítulo la casa está construida sobre catorce pilares. Los pilares representan las catorce cualidades que debe tener el alquimista. Las cualidades no son sólo éticas, sino que incluyen toda clase de suposiciones sobre lo que debe tener un ser humano: salud, humildad, santidad —por la descripción, eso parece querer decir «integridad» o pureza—, castidad, virtud —en el sentido de efectividad o eficiencia—, una fe que tenga la capacidad de confiar en las cualidades espirituales que no se pueden ver —o de entenderlas—, esperanza —una de las cosas peores en el trabajo interior es la desesperanza; es terrible cuando la gente abandona la partida declarando que no tiene remedio; ése es uno de los discos rayados del animus —, caridad, compasión, bondad —una especie de benevolencia—, paciencia —que es muy importante—, moderación —un equilibrio entre los opuestos—, disciplina o poder de penetración y obediencia. Respecto de esto dice que la decimocuarta piedra o pilar es temperatia, lo que significa un temperamento equilibrado, del cual se dice que nutre a la gente y la conserva en salud porque cuando los elementos se encuentran en un estado de desequilibrio el alma disfruta viviendo en el cuerpo, pero cuando están en pugna, no. Por lo tanto el equilibrio es la mezcla correcta de los elementos, del calor y el frío, de lo seco y lo húmedo, de modo que ninguno desequilibre al otro, que es la razón por la cual los filósofos recomendaban vigilar que el misterio no se evapore ni el ácido se convierta en vapor. «Prestad atención para no quemar al rey y a la reina con demasiado fuego.» El proceso interior puede sobre cocerse con demasiado fuego, como les sucede a los que se esfuerzan en el proceso de individuación. Dicen que no pueden ir a una fiesta, por ejemplo, porque «tengo que quedarme en casa haciendo mis mandalas». Es el deseo de forzar el proceso, pero a un proceso de crecimiento no se lo puede forzar. Es una tontería enfurecerse con un pequeño roble y decirle que crezca más rápidamente, porque eso es contra natura. Sería mejor regarlo y ponerle un poco de abono en la tierra. Hay cosas en el proceso interior que no es posible acelerar, y en las que no sirve de nada impacientarse. Es decir que la instrucción de no quemar al rey y ala reina alude a no tratar de forzar la coniunctio interior. En eso interviene siempre el yo; es una actitud voraz e inmadura que, naturalmente, conduce al error, y por eso los alquimistas hacen siempre la advertencia de no sobrecalentar el proceso. Algunos recomiendan incluso que nunca se ha de usar calor más alto que el del estiércol fresco de caballo, que sería aproximadamente la temperatura del cuerpo humano, la temperatura interior de una criatura de sangre caliente; debe ser algo adecuado al ser humano, y todo lo que sea extra modum, como dice el texto, está mal. Incluso lo bueno, si se pasa de la medida, es malo. Todo lo que contiene el impulso infantil de empujar es un error; se lo puede sentir, y uno sabe que no llevará a ninguna parte, aunque la intención sea buena. Esas son las piedras de la casa de la Sabiduría. 
La sexta parábola se refiere al Cielo y la Tierra y a la situación de los elementos, y aquí hay un mito cosmogónico. Describe el nacimiento de todo el cosmos. Psicológicamente aquí está lo que los alquimistas llaman la unión del mundo cósmico, lo que significa ir más allá del microcosmos del ser humano y estar abierto a la vida misma, en sí misma: relacionarse con la totalidad de la vida observando el proceso de la sincronicidad. Incluso la más elevada e importante de las ocupaciones relacionadas con la propia evolución interior tiene una cualidad narcisista, tiene que tenerla. Durante un tiempo uno tiene que estar encerrado en el recipiente y ocuparse de sus propias cosas, y en alguna medida, durante ese período, no tiene que abrirse a la vida; eso es necesario e inevitable. Pero en el estado que ahora se describe, toda la naturaleza del cosmos vuelve a ser incluida, y eso es relación hacia Dios. La última parábola es la conversación del amado con su novia: Vuélvete hacia mí con todo tu corazón y no me rechaces porque sea negro, porque el sol se ha llevado mi color y el abismo ha cubierto mi rostro. La tierra está contaminada en mis obras, la oscuridad se ha extendido sobre la tierra, yo estoy en el fondo del abismo y mi sustancia todavía no ha sido abierta. Clamo desde la profundidad y desde el abismo de la tierra, elevo mi voz a todos vosotros los que pasáis, atendedme y miradme si hubiera alguien como yo. A él le daré la estrella de la mañana. Ved cómo he esperado en mi lecho durante toda la noche que alguien me consolara y no he encontrado a nadie. Llame y nadie me respondió.
Ya ven ustedes que aquí empieza otra vez con la depresión más profunda.
Me levantaré y me iré a la ciudad a buscar por las calles y callejuelas si puedo encontrar una virgen casta, bella de rostro y cuerpo y más hermosamente ataviada, que retire la lápida de mi tumba y me dé plumas como la paloma, y con ella me iré volando al Cielo. Y le diré que ahora vivo en la eternidad y descansaré en ella, porque ella se quedará de pie a mi derecha vestida con una túnica de oro. Oye, hija mía, inclina hacia mí el oído y escucha mi oración, porque con todo mi corazón he añorado tu belleza. Ése es el novio que llama desde su tumba. Quiere que lo resuciten; está encerrado en su tumba y ahora reclama a su novia, que es un ser semejante a un pájaro, con plumas y que se encuentra en el Cielo. De modo que es un espíritu, un ser espiritual. He hablado en mi lenguaje: Dime [cuál será] mi final y el número de mis días, porque Tú has circunscrito mis días y mi sustancia es como nada ante ti. Tú eres la que me entrará por el oído, la que entrará en mi cuerpo y me vestirá con una túnica de púrpura, y después me adelantaré como un novio desde su cámara, porque Tú me decorarás con gemas y piedras y me vestirás con las prendas de la felicidad. Entrar por el oído es algo muy extraño. Es una alusión a ciertas teorías medievales según las cuales Cristo fue concebido a través del oído de la Virgen María. El ángel de la Anunciación se le apareció y le dijo que concebiría y tendría un hijo; algunos teólogos lo interpretaron en el sentido de que Cristo fue concebido de manera sobrenatural mediante la palabra que le entró por el oído, y a eso se llamó la conceptio per aurem la concepción por el oído. Hay un novio muerto en el abismo, en desesperación en la tumba, y que ahora reclama a su novia, que vuela en el Cielo con alas. Primero ella abrirá su tumba y después le entrará en el oído; entonces él resucitará y ella le dará una prenda de resurrección y de júbilo. Ven ustedes aquí muy claramente que es un proceso interior de la coniunctio, es la unión con el anima. Ella entra por el oído, es entendida e integrada, y eso emana como una nueva actitud. En términos alquímicos es el comienzo de la rubedo.
Primero está la nigredo o negrura, después la blancura, y ahora comienza la rubedo, el estado rojo, razón por la cual aquí el novio recibe una prenda roja. El problema es quién es el novio. Aquí se lo compara con el propio Cristo, porque las palabras «saldré de la cámara como un novio» aluden a Cristo. Al mismo tiempo, es sin duda el autor. Aquí hay otra vez una descripción del proceso de la coniunctio en el cual el autor participa con su parte divina, una expresión auténtica de la experiencia de lo que Jung llama «volverse como Cristo». El propio individuo se convierte a quien un Hijo de Dios, y por lo tanto en el prometido de la Sabiduría de Dios. Es una unión mística con la Divinidad, y la Divinidad, como verán ustedes, es femenina. Él le ruega que le diga quién es para que todos puedan saberlo, y ella replica: Escuchad todas las naciones, percibid con vuestros oídos; mi novio rojo ha hablado. Pidió, y ha recibido. Yo soy la flor del campo y el lirio de los valles. Soy la madre del amor hermoso y del santo reconocimiento y de la esperanza sagrada. Soy el fértil viñedo que produce frutos dulces y aromáticos, y mis flores son las flores del honor /de la belleza. Soy el lecho de mi amado, en torno de quien hay sesenta héroes que contra los horrores de la noche llevan la espada ceñida a la cadera. Yo soy hermosa y sin tacha. Miro por la ventana y a través del enrejado veo a mi amado. He herido su corazón con uno de mis ojos y en un pelo de mi cuello. Soy la fragancia de los ungüentos. Soy la mirra escogida. Soy la más despierta entre las vírgenes que se adelantan, como la aurora, al amanecer matutino, escogida como el sol y hermosa como la luna, sin mencionar lo que está dentro. Soy como los grandes cedros y cipreses del monte Sión. Soy la corona con que será coronado mi novio el día de su boda y de su júbilo, porque mi nombre es como un ungüento que se vierte. Soy el viñedo escogido donde el Señor envió trabajadores a cada hora del día. Soy la tierra de promesa en donde los filósofos han sembrado su oro y su plata. Si este grano no cae dentro de mí y muere, entonces no producirá el triple fruto. Soy el pan del cual comerán los pobres hasta el fin del mundo y nunca volverán a tener hambre.
Y entonces vienen las palabras de Dios como en la Biblia, por las cuales es completamente manifiesto que este ser femenino es Dios.
Yo doy y no pido nada a cambio. Doy alimento sin fallar nunca. Doy seguridad sin temer nunca. ¿Qué más he de decir a mi amado? Soy la mediadora entre los elementos que median entre el uno y el otro. Lo que es cálido lo refresco y lo que está seco lo humedezco y viceversa. Lo que es duro lo ablando y viceversa. Soy el fin y mi amado es el comienzo. Soy toda la obra, y toda la ciencia en mí está oculta. Soy la ley en el sacerdote, la palabra en el profeta y el consejo prudente en el sabio. Y luego viene otra cita de las palabras de Dios tal como están en la Biblia: Yo doy muerte y doy vida, yo hiero y yo curo, no existe quien pueda librar algo de mi mano (Deuteronomio 32, 39). Ofrezco mi boca a mi amado y él me besa. Él y yo somos uno. ¿Quién puede separarnos de nuestro amor? Nadie, porque nuestro amor es más fuerte que la muerte. Después él responde: Oh, mi novia amada, tu voz ha resonado en mis oídos y es dulce. Tú eres hermosa… Ven ahora, amada mía, salgamos al campo, demorémonos en las aldeas. Nos levantaremos temprano, porque la noche ha pasado y el día se acerca. Veremos si tu viña ha florecido y si ha fructificado. Allí tú me darás tu amor, y para ti he preservado los frutos viejos y nuevos. Los disfrutaremos mientras somos jóvenes. Llenémonos de vino y de ungüentos y no habrá flor que no pongamos en nuestra corona; primero los lirios y después las rosas antes de que se marchiten.
Esto es muy significativo porque todo es de la Biblia, ¡donde son los pecadores los que lo dicen! En la Biblia, los pecadores, los idiotas, los imbéciles y los que son rechazados por Dios dicen: «Salgamos a los campos» y ese tipo de cosas, y aquí la novia y el novio lo dicen en la coniunctio.
Uno de los monjes que copiaron el texto se dejó arrastrar tanto por el placer de hacerlo que cuando llegó a la parte que habla de caminar por el prado y recoger flores, en vez de escribir pratum (prado), escribió: «no hay peccatum que no recojamos». El pobre monje usó la palabra peccatum, pecado, en vez de pratum, algo que en la taquigrafía medieval podía suceder muy fácilmente, y cometió un error complejo. Para alguien que conozca la Biblia sería muy chocante que el novio y la novia citen las palabras de los pecadores del mundo. ¿En qué estaba pensando este hombre cuando escribió eso? Nadie será excluido de nuestra felicidad. Viviremos en una unión de amor eterno y diremos lo bueno y lo amable que es vivir dos en uno. Por lo tanto construiremos tres tiendas, una para mí, otra para ti y la tercera para nuestros hijos, porque una cuerda triple no se romperá. A quien tenga oídos para oír dejadle que oiga lo que el espíritu de la doctrina dice a los Hijos de la Disciplina de la unión del amante y de la amada. Porque él ha sembrado su semilla, de la que madurará el triple fruto y de la cual el autor de las tres palabras dice: «Son las tres palabras preciosas en que se esconde la ciencia toda y que serán transmitidas a los piadosos, es decir a los pobres desde el primero hasta el último hombre». Estas últimas palabras aluden a una tradición secreta que solamente los iniciados se pasan unos a otros, es decir, la tradición de esta unión amorosa. Las tres tiendas son una alusión al anuncio en la Revelación 21, 23, de que Dios vivirá en una tienda —el tabernáculo— con el hombre sobre la tierra: «Y yo, Juan, ví la santa ciudad, Jerusalén nueva, que descendía de Dios desde el cielo, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí que el tabernáculo de Dios está con los hombres, y morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y el propio Dios estará con ellos y será su Dios». De modo que ya ven ustedes que aquí la coniunctio termina con una encarnación de la Divinidad, es Dios que desciende dentro del ser humano. Eso es lo que ha expresado Jung al decir que lo que se ve desde el ángulo humano como el proceso de individuación, visto desde el ángulo de la imagen de Dios es un proceso de encarnación. 

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