sábado, 21 de abril de 2012

La alquimia árabe II


ML von Franz
LA ALQUIMIA ÁRABE
Continuaré con la carta de amor del sol a la luna. En la luna se ha planteado un conflicto, porque aparece en dos formas, una en el cielo y una en la tierra. El sol también aparece en dos formas. De un sol desciende solamente un rayo sobre la tierra, y a éste se lo llama el sol que brilla sin justicia; un segundo sol emite dos rayos, y se lo llama el sol que brilla con justicia. El sol es un aspecto de la conciencia, en cuanto fenómeno parcialmente vinculado con el yo y parcialmente con el Sí mismo. Un aspecto del sol está abierto al inconsciente, porque los dos rayos implican un principio de conciencia capaz de abarcar los opuestos, mientras que el otro sol es un «sistema cerrado»; es unilateral, y por ende destructivo. 
En Mysterium Coniunctionis Jung describe al sol como una imagen de la divinidad espiritual, esto es, el Sí mismo por un lado, y un aspecto del yo por el otro. El yo es idéntico al Sí mismo en la medida en que es el instrumento de la autorrealización del Sí mismo. Sólo un yo inflado por el egoísmo se encuentra en oposición con el Sí mismo. En su legítima función, el yo es la luz en la oscuridad del inconsciente, y en algunos sentidos idéntico al Sí mismo. Parece que los dos soles ejemplifican este contraste entre los aspectos destructivo y positivo de la conciencia del yo. El sol con un rayo representa un principio consciente y egocéntrico, injusto con el inconsciente o la realidad yo puesto al Sí mismo. El sol con dos rayos, por otra parte, simboliza al yo en cuanto instrumento de realización para el Sí mismo, y en este sentido funciona con justicia. El yo de una persona individualizada, por ejemplo, sería una manifestación del Sí mismo, estaría abierto al inconsciente. Un yo así manifiesta al Sí mismo al tener una doble actitud hacia el inconsciente —y al estar constante y humildemente abierto a él—, y ofrece así una base de realización para el Sí mismo. Para ser real, dice Ángelus Silesius, Dios necesita de nuestro pobre corazón. Así pues, el doble sol en el texto de Sénior muestra un conflicto entre una actitud equivocada del yo haciala tierra, o el inconsciente, y una actitud del yo que permite que el Sí mismo se manifieste. El objetivo sería encontrar esta actitud consciente del doble rayo, a saber, una capacidad para soportar los opuestos. Y eso no significaría oscilar entre los opuestos, sino más bien mantener la tensión entre ellos. La tendencia a desviarse y unilateralizarse es innata en la conciencia, está vinculada con su necesidad de claridad y precisión. La gente suele decir, por ejemplo, que el doctor Jung no escribe con mucha claridad, pero es que él lo hace a propósito: escribe con una doble actitud, haciendo plena justicia a las paradojas del inconsciente. Describe los fenómenos psíquicos desde un punto de vista empírico. Buda dijo una vez que todo lo que él decía debía ser entendido en dos niveles, y los escritos de Jung también tienen esta doble dimensión, estos dos niveles. La gente que está, por así decirlo, atascada en el visuddha chakra, cree en las palabras y no es capaz de captar la cosa misma. Pero Jung usa un método descriptivo, que ha sido adoptado ahora también en la física nuclear, con el que los hechos se describen desde dos ángulos complementarios, que se contradicen entre sí, pero que sin embargo son necesarios para que se pueda captar la cosa en su totalidad. Las palabras no son más que instrumentos, no la cosa misma.
Pregunta: El Sol niger, ¿alude al aspecto negativo e injusto de la conciencia?
M. L. von Franz: Sí, el Sol niger sería el aspecto oscuro y sombrío de la conciencia. Así el dios sol, en la mitología, tiene con frecuencia un aspecto destructivo oculto. Apolo, por ejemplo, es el dios de las ratas, los ratones y los lobos. El aspecto negativo del sol se percibe especialmente en los países cálidos, donde el sol ardiente del mediodía destruye todas las plantas. En los países cálidos los fantasmas salen a mediodía, y en la Biblia, por ejemplo, hay el demonio del mediodía. El lado oscuro, o la sombra del sol, es demoníaco. Lo compulsivo, la sensación del yo de estar impulsado desde atrás, ejemplificaría el lado oscuro y demoníaco del sol, y se abusa de la conciencia al justificar el impulso cuando el yo no tiene la fuerza suficiente para decidir basándose en los hechos objetivos, sino que se ve arrastrado por la debilidad de sus pasiones: el miedo, el poder o el sexo. También la perfección, en sí misma, es hostil a la naturaleza. En Indochina se cuenta que una vez que el sol calentaba demasiado, un héroe lo derribó. Así el Sol niger  —Saturno— es la sombra del sol, el sol sin justicia, que es la muerte de los vivos. El hombre, con su conciencia, es un factor de perturbación en el orden de la naturaleza; realmente, se podría cuestionar si el hombre fue, o no, un buen invento de la naturaleza. Existe el mito de un dios embustero que es especialmente estúpido, y, desde cierto ángulo, el hombre es muy estúpido y no tiene bastante sentido común para estar en equilibrio. En cuanto animal, está perturbado y se reproduce en exceso. El que sea un error de la creación, o bien su culminación, de pende del funcionamiento de su sol con justicia o sin ella. Si la conciencia funciona como debe, está al servicio de la vida, pero cuando se descarrila se vuelve destructiva. Un objetivo del análisis es conseguir que la conciencia vuelva a funcionar de acuerdo con la naturaleza. La inflación es un síntoma de funcionamiento in justo. Si una conciencia sumamente concentrada se siente arrastrada, entonces uno tiene un sol oscuro. La gente usa la conciencia para convencerse uno al otro de que tiene razón en hacer mal. Cada uno de nosotros nace en un estado imperfecto y cuestionable: estar equivocado y escindido, eso es la naturaleza humana. El mito de Adán en el Jardín del Edén fue el modelo original de esta situación, lo que nos demuestra cómo la condición humana cojea desde el comienzo mismo. Cuando no se lo apoya, el Sí mismo se expresa en una neurosis, es decir, la sombra del Sí mismo entra en acción, y Dios y la naturaleza se convierten en enemigos del hombre. Una conciencia que funciona mal recibe el lado oscuro de Dios. Si la conciencia funciona de acuerdo con la naturaleza, la negrura no es tan negra ni tan destructiva, pero si el sol se queda quieto, se pone rígido y calcina la vida, y entonces, de acuerdo con ciertos indios, se tiene que sacrificar el corazón para que el sol siga moviéndose. Cada vez que establecemos una regla, tenemos que hacer una excepción, porque de otra manera, la conciencia y la vida no están de acuerdo. Dos lunas y dos soles son cuatro. Cuando dos personas están juntas, siempre está presente un quaternio, es decir, el hombre y su anima, la mujer y su animus.
La coniunctio se produce, de acuerdo con nuestro texto, en el vientre de la «casa cerrada», que sería el receptáculo alquímico donde se unen el sol yla luna. El féretro egipcio es una casa cerrada, dondee l rey desposa a su madre: Isis y Horus, o Hathor y Horus. Al clausurar la puerta de la cámara funeraria, el sacerdote dice: «Ahora te quedas en amorosa unión con tu madre». Y también un maestro zen japonés dice: «El tiene la puerta de su corazón clausurada para que nadie pueda adivinar sus sentimientos». Uno se convierte en un misterio para los otros, debido a su unidad con el Sí mismo. Cuando podemos adivinar las reacciones de una persona, es porque todavía ésta funciona colectivamente. El sentimiento de: «Yo sé cómo te sientes», se basa en reacciones colectivas similares. La empatia, el percibir desde adentro el estado de la otra persona, se basa en cualidades colectivas. Establecemos contacto con la mayoría de las personas en el nivel colectivo, y conocemos las cualidades que compartimos, como los celos y el amor, y sin empatia no podemos relacionarnos, pero todo eso no es la peculiaridad del individuo. Es cualidad del genio producir lo inesperado; lo sorprendente es lo que nos hace un «clic», y sin embargo no es trivial. Jamás se puede adivinar lo que saldrá de una persona creativa, porque es una creación nueva y no hay manera de saber lo que será. De la mente provienen ideas y de la dimensión sentimental brotan reacciones que en una persona así son absolutamente únicas. El proceso de individuación conduce a una creatividad peculiar en cada momento, y la cámara cerrada se refiere a ese centro secreto de la personalidad, a la secreta fuente de la vida. Es la cámara cerrada del corazón, la única y peculiar creatividad en cada momento de la vida. Allí donde el proceso de individuación conduce a tomar conciencia de esta unicidad, los demás ya no pueden adivinarnos ni leernos, porque no pueden ver el interior de la cámara cerrada del corazón, de donde brotan las reacciones inesperadas y creativas. Yo diría que las reacciones creativas inesperadas provienen de la unidad con el Sí mismo. Es el Sí mismo lo que tiene esta cualidad de peculiar creatividad en cada momento de la vida, y por eso el maestro japonés dice que ya no es posible adivinar los movimientos de su corazón. Eso significa que si el maestro zen dice o hace algo, será siempre algo imprevisible y creativamente sorprendente. La cámara cerrada se refiere a ese secreto, porque en última instancia el individuo es un sistema único y cerrado, una cosa única que se centra en torno de una fuente imprevisible de vida. Si eso llega a ser real en un individuo, uno siente el misterio de una personalidad única. Eso tiene que ver con cerrar la casa, algo que significa separación de los vínculos con lo colectivo y de su contaminación, no sólo externamente, sino internamente, separándose uno, dentro de sí mismo, de lo que es ordinario y no uno mismo.
Pregunta: ¿Cómo se compagina eso con la experiencia del satori en el budismo zen, donde la apertura hacia la naturaleza y lo colectivo y la unidad con ellos constituyen uno de los objetivos?
M. L. von Franz: Pues ésa es una de las paradojas. En la última de las «Diez imágenes del pastor del buey», del budismo zen, el anciano va al mercado. Sonríe dulcemente, y se ha olvidado hasta de su iluminación. Ahí tienen ustedes al hombre completamente colectivo, que va al mercado con su discípulo y su tazón de mendigo, y ha olvidado incluso su vivencia de satori.
Esto significa que, subjetivamente, él no se siente único, pero la historia añade que el cerezo florece cuando él pasa, y eso es algo que uno no se imaginaría cuando un viejo barrigón va al mercado mostrando una sonrisa bastante insípida. La peculiaridad brota de él como un acto creativo, pero él no la tiene intencionalmente presente. No se siente único; único, aunque subjetivamente el mismo anciano diría que él es un pobre viejo, y preguntaría qué es lo que quieren de él. Esas personas tienen una extrema humildad natural, a pesar de lo cual su peculiaridad se manifiesta. Es otra vez la paradoja del yo y el Sí mismo. El yo debe tener la actitud de un ser humano entre otros seres humanos, y entonces la unicidad, si se la ha llegado a encontrar dentro, emanará de un modo involuntario. Es precisamente lo contrario de estar inflado con la propia unicidad, de sentirse tan diferente de los demás y hacer ese tipo de comentarios principescos como: «Es que yo soy tan sensible que nadie me entiende». Eso no es así, y cuando la gente me lo dice, yo siempre les digo que ya sé que hay mucha gente así, y no lo digo por maldad; es la pura verdad, es una cualidad muy común ser tan sensible que nadie lo entiende a uno. Está muy difundida, en especial entre los introvertidos, que se sienten especiales, pero no lo son. El iluminado no se siente especial, sino muy humano, y por eso se puede decir que esas personas están muy abiertas al mundo y son muy humanas con todos, o paradójicamente se puede decir que son infinitamente únicas e incomprensibles.
Comentario: Creo, por decirlo de otra manera, que el objetivo es establecer una separación entre el sujeto y el objeto, mientras que al mismo tiempo se discrimina sinceramente entre sujeto y objeto.
M. L. von Franz: Sí, exactamente. Esto es lo que ejemplifica el vientre de la casa cerrada; es decir, lo más íntimamente creativo está protegido por la naturaleza y no por ningún acto artificial. También tiene que ver, en forma muy concreta y trivial, con el problema de la discreción analítica. Tan pronto como uno toca, en un análisis, la peculiaridad del otro, la discreción se impone. Antes no era más que una regla convencional, realmente innecesaria, pero cuando se llega a la unicidad es natural que nunca se hable de ello con un tercero. Uno se da cuenta de que eso es único, algo de lo que jamás se debe hablar con nadie más. No es posible, y eso tiene que ver con el misterio del encuentro con lo individual y único en cualquier relación amorosa, porque entonces la casa se cierra naturalmente, por sí sola. Detrás de la puerta cerrada la luna recibe su alma del sol, y el sol se lleva la belleza de la luna, que se pone muy delgada y débil. Eso significa que la coniunctio tiene lugar en la luna nueva, en el submundo. Ustedes saben que la luna es nueva cuando está próxima al sol. Cuando está en oposición con el sol, entonces toda la luna está iluminada, y tenemos la luna llena, pero cuando está cerca del sol, entonces los rayos de éste no la hieren. Es un hecho interesante, sobre el cual ha escrito Jung en Mysterium Coniunctionis: que la coniunctio no se produce durante la luna llena sino durante la luna nueva, lo que significa que tiene lugar en lo más oscuro de la noche, donde ni siquiera la luna brilla, y en esa noche fundamentalmente oscura se unen el sol y la luna. Aquí hay un matiz muy interesante, porque en el simbolismo de la Iglesia medieval el sol simboliza a Cristo y la luna a la Iglesia —la Ecclesia — y la coniunctio del sol y de la luna se interpreta como el encuentro de Cristo con la Iglesia redimida. Pero ninguno de los autores ha señalado el hecho de que cuando se unieron la luna había desaparecido, o se había oscurecido y borrado por completo. Es un detalle que han eludido delicadamente, o quizá nunca se preguntaron por qué.
La coniunctio sucede en el submundo, sucede en la oscuridad cuando ya no hay ninguna luz que brille. Cuando uno ya no está y la conciencia se ha ido, entonces algo nace o se genera; en la depresión más profunda, en la desolación más profunda, nace la personalidad nueva. Cuando uno está al cabo de sus fuerzas, ése es el momento en que tiene lugar la coniunctio, la coincidencia de los opuestos. El sol da su luz a la luna, pero en ese momento la luna se ha borrado, se desvanece y se adelgaza, de modo que se puede decir que, acercándosele, el sol hace daño a la luna. Después el sol dice: «Si tú no me haces daño en la coniunctio, oh Luna», de modo que sucederá una cosa y la otra. Entonces la coniunctio es aparentemente peligrosa, porque el sol hace algún daño a la luna, y la luna puede dañar al sol. Eso quizá se podría evitar, pero cuanto más se acercan esas dos luminarias, mayor es el peligro de que se destruyan la una a la otra en vez de unirse, lo que proviene del hecho, al que ya nos referimos antes, de que tanto el sol como la luna tienen una sombra. Ambos tienen un lado oscuro y destructivo, y cuando se unen es como dos personas que se aman y cuanto más aumenta el amor tanto más aumentan también la desconfianza y las dudas; es muy frecuente que uno tenga miedo, porque si abre su corazón, el otro puede hacerle mucho daño. Si, por ejemplo, un hombre demuestra su amor por una mujer, queda expuesto al animus de ella. Si no la ama, dice simplemente que eso es su condenado animus, pero si la ama, entonces le duele cuando ella hace observaciones horribles que vienen de su animus.
Lo mismo vale para la mujer, porque si reconoce su amor por un hombre, la ponzoña del anima de él puede herirla. Por lo tanto, en la situación del amor humano está siempre ese miedo tembloroso de acercarse al otro, reflejado simbólicamente en el proceso de unificación del sol y de la luna. Si tomamos la coniunctio en un nivel puramente interior, se puede decir que cuando las personalidades consciente e inconsciente se aproximan la una a la otra, hay dos posibilidades: o bien el inconsciente se devora a la conciencia, y entonces hay una psicosis, o la conciencia destruye al inconsciente con sus teorías, y eso significa una inflación de la conciencia. La última, generalmente, aparece también cuando hay una psicosis latente, y entonces la gente se escapa de ella diciendo que el inconsciente «no es más que. . . », con lo cual aplasta al inconsciente y su misterio viviente, o lo hace a un lado. Muchas personas dejan el proceso analítico cuando se dan estas condiciones. Se van acercando cada vez más al inconsciente, y entonces se dan cuenta gradualmente de algo desagradable; el trabajo se vuelve difícil y la persona le pone fin, diciendo que ya lo entiende todo y que no es «nada más que». En un caso así, el sol ha destruido a la luna. Si el inconsciente abruma a la conciencia y se produce un intervalo psicótico, la luna ha destruido al sol. Siempre, cuando se encuentran conciencia e inconsciente, en vez de amor puede haber destrucción. Aquí, en la carta de amor, las dos luminarias tratan de evitarla. El sol dice: «Si tú no me haces daño, yo te ayudaré», y la luna dice lo mismo. Y consiguen mantener bien la relación; la luna en cierto momento adelgaza hasta borrarse, pero después ambos se exaltan y se incorporan a la Orden de los Ancianos. Como la palabra que se usa es Seniores, debe de referirse a los Jeques. Aunque es una parte extraña, he tratado de interpretarla. No puedo decir que esté segura de haber logrado una buena interpretación, pero hay un texto paralelo en donde se hace referencia a la Orden de los Ancianos llamándola la Orden de los Veinticuatro Ancianos, lo que alude a los veinticuatro ancianos de la revelación de san Juan, los veinticuatro ancianos de Israel que día y noche se sientan en torno del trono de Dios. Esto se referiría a la casa del día y de la noche, en el sentido de que el sol y la luna pasan por todas las etapas de las veinticuatro horas.
La Orden de los Ancianos en la secta chiíta, el movimiento místico del Islam, también tiene que ver con la tradición secreta del imán. En cada generación hay un jeque que es el iniciador espiritual y a quien se conoce como «el Imán». Cuando porta la luz de la Divinidad, representa la encarnación de la Divinidad y es el gurú secreto, el maestro de estas sectas místicas islámicas. Esto sucede con los chiítas y los drusos, y con algunas otras sectas diferentes que tienen diferentes clasificaciones y que riñen por quién debe ser el líder espiritual, pero en todas existe la idea del conductor único, el iluminado, en quien se ha encarnado mayormente la luz de la Divinidad. Como tenemos que vérnoslas con un texto árabe, podría haber algo de esa clase aquí también, lo que también se conectaría con las otras interpretaciones, es decir un aspecto múltiple del Anciano Sabio en diferentes etapas o fases. Prácticamente, eso significaría que el arquetipo del anciano sabio, un aspecto del Sí mismo, aparece multiplicado en conexión específica con el tiempo, en la idea de que un Imán llega en cada tiempo especial o período mundial, o se lo compara con las veinticuatro horas del día y de la noche, lo que es también un simbolismo temporal. La misma idea reaparece en el simbolismo cristiano como Cristo y los doce apóstoles, que fueron atribuidos a los doce meses y a las doce horas del día. Creo que tiene que ver con el simple hecho de que la realización del Sí mismo, o el proceso de individuación, sólo ha alcanzado la realidad cuando aparece encada momento de este tiempo sidéreo. Muchas personas se dan cuenta por primera vez de lo que es el Sí mismo en forma intuitiva, leyendo un libro o mediantel a interpretación de un sueño, pero eso no resuelve la cuestión de lo que deberían hacer esta mañana y mañana por la noche, lo que significa que esa comprensión todavía no ha entrado en el tiempo. Tienen una conexión intuitiva con el Sí mismo y con la sabiduría del inconsciente, pero eso todavía no ha entrado en el tiempo y el espacio de su vida, de su vida personal. Sólo es real si a cada momento —por lo menos en teoría, porque en realidad jamás se llega a esa etapa— uno está en conexión con ello, expresándolo constantemente y sabiendo lo que es. Por lo tanto se puede decir que el Sí mismo sólo se ha vuelto real cuando se expresa en las acciones de la persona en el espacio y en el tiempo. Antes de haber llegado a esa etapa no es del todo real, pero después se convierte en algo cambiante. Por ejemplo, lo que está bien para hoy puede estar mal para mañana, y por eso alguien que ha llegado a esta etapa de la conciencia será imprevisible y siempre actuará de manera diferente en las mismas situaciones. Hoy la cosa es así y la persona reaccionará de una manera, y mañana se dará la misma situación y la reacción de la persona será diferente. Ya no hay reglas, porque cada momento es diferente, y por ende el movimiento adquiere una cualidad creativa; cada momento del tiempo es una posibilidad creativa y ya no hay repetición alguna. Entonces, cuando el sol y la luna se unen empiezan al mismo tiempo a recorrer un ciclo que tiene que ver con el tiempo. En la alquimia oriental, eso se simboliza mediante el proceso de la circulación de la luz; tras haber encontrado la luz interior, ésta empieza a rotar  por sí sola. En El secreto de la flor de oro, y en la alquimia, a esto se le dice la circulatio, la rotación, y hay muchos textos diferentes en alquimia en los que se dice que la piedra filosofal tiene que circular. Por lo general, esto se relaciona con el simbolismo del tiempo, porque dicen que la piedra filosofal tiene que pasar por el invierno, la primavera, el verano y el otoño, o que tiene que recorrer todas las horas del día y de la noche. Tiene que circular a través de todas las cualidades y de todos los elementos, o tiene que ir desde la tierra al cielo y después volver a la tierra. Está siempre la idea de que, después de haber sido producida, comienza a circular. Psicológicamente, eso significaría que el Sí mismo comienza a manifestarse en el espacio y el tiempo, que no se convierte en algo en cierto momento para después retornar a la antigua forma de vivir, sino que tiene un efecto inmediato sobre la totalidad de la vida; entonces la acción y la reacción están constantemente de acuerdo con el Sí mismo, real y manifiesto en sus propios movimientos. La piedra, o la nueva luz, el Sí mismo, también puede moverse. Naturalmente, tenemos que escucharlo, pero si lo hacemos, entonces puede moverse y producir impulsos autónomos.
Pregunta: Pero, ¿son necesariamente los impulsos correctos?
M. L. von Franz: No hay un juicio definitorio de lo que está bien y lo que está mal. Mucha gente dirá que están mal, y otros dirán que están bien, y, subjetivamente, uno lo sentirá a veces bien y otras, mal. Si me permiten decir algo muy personal, diría que no es cuestión de bien ni mal, porque si uno es uno con el Sí mismo, ya no le importa. Si está mal, entonces habrá que pagar por ello, pero lo principal es la conexión, porque la separación es la muerte espiritual. Estar conectado con el Sí mismo es la vida espiritual; si el Sí mismo le dice a uno que haga algo que se considera malo, todo el mundo lo atacará, y si uno empieza a pensar que quizás estuviera mal, entonces aún puede decir que valió la pena porque estaba en relación con el Sí mismo. Creo que si uno hace algo a partir de una conexión viviente con el Sí mismo, pagar el precio vale la pena, el precio de que lo acusen a uno de hacer mal y quizá de pasar por las etapas de pensar que está mal. Subjetivamente, uno nunca siente que está mal, pero debe admitir que la gente lo diga y ser tolerante. Pero si uno está feliz y se siente vivo, eso es lo único de lo cual nadie podrá despojarlo. Si yo digo que soy feliz, ¿qué puede decir nadie más sobre el tema? Si uno está en armonía con el Sí mismo hay una sensación de paz y de felicidad absolutas, y los demás pueden juzgarlo tanto como quieran, a partir de teorías intelectuales destructivas; eso no le hace ningún daño, porque al sentirse próximo al Sí mismo, eso lo vuelve indestructible. Naturalmente, eso se pierde de cuando en cuando, porque es demasiado difícil mantenerlo durante mucho tiempo. La carta de amor continúa, cuando la luna dice al sol:
La luz de tu luz se adentrará en mi luz; será como una mezcla de vino y agua, y yo interrumpiré mi fluir y después me encerraré en tu negrura de tinta y luego me coagularé.
Tenemos allí la mezcla de dos luces comparada con la mezcla de vino y agua, un simbolismo mejor conocido en la tradición cristiana, en que al decir misa se mezcla vino con agua, lo que representa el aspecto divino de Cristo y el humano, Su humanidad y Su aspecto espiritual. El vino pertenece naturalmente al sol y el agua a la luna, porque la luna rige todas las cosas húmedas, de acuerdo con la antigua manera de ver las cosas. Es una idea de la coniunctio en un sentido amplio y general, no sólo en la tradición cristiana sino también en el mundo árabe: la conexión mística de la sustancia espiritual conl a Divinidad. En los poemas aparentemente de borracho de al Hafis, o al Roumi, el agua suele ser lo corruptible, lo femenino, un aspecto del fluir de la vida y del inconsciente. Si estos dos se unen, entonces la luna detendrá su movimiento y se coagulará, y, de acuerdo con el final del texto, eso es algo positivo. Esto significa, pues, que hasta el momento de la coniunctio la luna fluía, lo que tendría algo que ver con su constante crecer y decrecer, su fluir constante, pero también produce el rocío, de acuerdo con su teoría, y la humedad, y además, por supuesto, la menstruación en las mujeres y la inestabilidad en lo femenino. Pero dado que la menstruación se interrumpe con la concepción de un hijo, está la idea de que el fluir se detiene cuando las dos luces se han unido y ha nacido la luz nueva. Algo corruptible y desagradable, que tiene que ver con la naturaleza cambiante de lo femenino, se detiene y llega a su fin. Eso se refiere directa e inmediatamente a la totalidad del proceso alquímico, que como ustedes saben es la producción de la piedra filosofal, un objeto de sustancia dura, algo que no fluye, y que en alquimia es el símbolo supremo de la divinidad. Si lo consideramos ingenuamente, es extraño que en alquimia el producto final sea algo que en el orden de la naturaleza consideramos de un valor ínfimo, es decir, una piedra, algo cuya cualidad es simplemente estar ahí. Una piedra no come ni bebe ni duerme; sólo se queda ahí por toda la eternidad. Si la patean, se queda allí donde la patearon, sin moverse. Pero en alquimia ese objeto despreciado es el símbolo del objetivo. 
Tenemos que profundizar en el lenguaje místico del Oriente y de la alquimia, y de ciertas obras místicas cristianas, para hacernos una idea de lo que esto significa. Si luchando y enfrentándose con el inconsciente uno ha sufrido durante el tiempo suficiente, se establece una especie de personalidad objetiva; en la persona se forma un núcleo que está en paz, tranquilo incluso en medio de las mayores tormentas de la vida, intensamente vivo pero sin actuar ni participar en el conflicto. Esa paz interior suele advenirle a la gente cuando ya ha sufrido bastante tiempo: un día algo se rompe y el rostro adquiere una expresión tranquila, porque ha nacido algo que se mantiene en el centro, fuera o más allá del conflicto, que ya no sigue siendo como era. Claro que dos minutos después todo vuelve a empezar, porque el conflicto no se ha resuelto, pero perdura la vivencia de que hay una cosa que silenciosamente está más allá del conflicto, y a partir de ese momento el proceso ya es diferente. La gente no sigue buscando, sabe que la cosa existe, la ha experimentado durante un momento. En lo sucesivo, el opus tiene un objetivo: el de volver a encontrar ese momento y volverse lentamente capaz de retenerlo, para que se convierta en algo constante. En todas las pugnas de la vida hay siempre una cosa que está más allá del conflicto; como tan bellamente lo describe Jung en su comentario a El secreto de la flor de oro, es como si uno estuviera de pie sobre la montaña, por encima de la tormenta. Ve las nubes negras y el rayo y la lluvia que cae, oye los truenos, pero en uno hay algo que está por encima de todo aquello y uno puede limitarse a mirarlo. En cierto modo estamos también en ello, pero en otro sentido estamos fuera. En una escala menor o más humilde, uno lo ha alcanzado si en una tempestad de desesperación o en la crisis destructiva y disolvente de un conflicto puede mantener durante un segundo el sentido del humor. . . , o, quizá, sintiéndose una vez más arrastrado por un animus negativo, de pronto uno se diga a sí mismo que ya ha oído antes esa cantilena. Quizá no puedas escapar de tu animus destructivo, quizás éste sea todavía demasiado fuerte, pero algo en ti sonríe y dice que ya ha oído antes esa cancioncilla tonta; te gustaría reírte de ti mismo, pero el orgullo no te lo permite, y sigues adelante con el animus negativo que vuelve a adueñarse de ti. 
Ésos son los momentos divinos en que algo está claro y va más allá de los opuestos y del sufrimiento. Por lo general no son más que fugaces momentos, pero si uno sigue trabajando con la suficiente constancia sobre sí mismo, la piedra crece lentamente y se convierte, cada vez más, en el núcleo sólido de la personalidad, que ya no participa en el circo de monos de la vida. Eso es probablemente lo que se quiere decir aquí: la luna, que es la que rige la vida como un circo de gorilas, detiene su fluir y aparece algo que es eterno y está más allá del conflicto. La luna se «coagula», y el proceso vital se ve como algo eterno fuera de la vida. La vida misma se coagula y se sale de su propio ritmo, lo cual debe de ser la preparación para la muerte, ya que la muerte es el término natural de la vida, el fruto que crece de la vida: la vida vivida crea la actitud eterna que trasciende la muerte. Entonces la luna dice: «Cuando hayamos entrado en la casa del amor, mi cuerpo se coagulará en mi eclipse», y el sol responde: —Si lo haces así y no me haces daño, mi cuerpo volverá[ probablemente a su forma original] y te daré la virtud de la penetración, y serás poderosa o victoriosa en la batalla del fuego, de la licuefacción y la purgación, y seguirás sin disminución ni oscuridad, y no tendrás ningún conflicto porque no serás rebelde. Entonces el sol sólo confirma lo que dice la luna y creo que por lo que dije antes esto está claro: ahora la luna, incluso en la lucha del fuego —lo que significa incluso en los ataques destructivos de las emociones desde dentro y desde fuera—, permanece firme y trascendiéndolos, y ya no se rebela contra la conciencia. Inconsciente y consciente están recíprocamente en paz. —Bendito sea el que piensa en lo que digo y mi dignidad no será apartada de él y el león no fallará ni disminuirá su valor, debilitado por la carne. El león es un bien conocido símbolo del solsticio, cuando el sol está —hablando astrológicamente— en su punto más alto, pero es también un símbolo de resurrección. Recordarán ustedes que lo tuvimos en nuestro primer texto griego, en donde el león genera el león. Les di el dibujo de los dobles leones, y recordarán ustedes lo que dije entonces sobre el león, que es también un símbolo del devorar apasionado, del poder impulsivo, no sólo en el sentido estricto de la palabra, sino por lo general del deseo de poseer. Las garras extendidas y las fauces abiertas son la imagen del león, del a naturaleza poderosa y ardientemente apasionada. Representa la resurrección, pero también puede estar debilitado por la carne. Ésta es una alusión a la sombra de la luna, a saber, que si el poder y la pasión se atascan en el nivel concreto, se empeñan en querer esto o aquello y son incapaces de sacrificar ese deseo, entonces esa misma libido apasionada que es precisamente la base del proceso de individuación se debilita, se vuelve destructiva y se autodestruye. «Si tú me has seguido», dice entonces el sol a la luna, «no te apartaré del crecimiento del plomo». La idea es que el plomo, del que hablamos en una conferencia anterior, es el material básico, el material de la pasión, y ahora está creciendo por sí mismo. Eso se refiere a una etapa de la alquimia a la que se suele describir como crecimiento. Por ejemplo, dicen que la primera parte es trabajo duro, que es lavar la ropa blanca, o lavar arena, o cocinar cosas, o matar al león, o producir la coniunctio, pero después, en cierto momento, se convierte en lo que describen incluso como un juego de niños, y uno no tiene más que regar el jardín o limitarse a jugar. No se necesita ningún esfuerzo, porque a partir de ahora la cosa crece sola; no hace falta más que cuidar y observar el proceso, sin los dolorosos esfuerzos que hubo que hacer antes. Eso es el augmentum plumbi, como lo llaman aquí. Es como el crecimiento del niño dentro de la madre: mientras el niño crece dentro de ella, lo único que ella puede hacer es ocuparse de estar sana y de hacer el menor esfuerzo posible. Es un símil que usan con frecuencia los alquimistas, que después de que uno ha trascendido la etapa del conflicto viene la otra en que uno es como una embarazada que espera el nacimiento de su hijo, una etapa en que una no necesita pensar si lo que está haciendo está bien o no. Los chinos lo llamarían hacer nada, dejar simplemente que las cosas sucedan; prestar una constante y amorosa atención al proceso es lo único que ahora se necesita. Después el texto dice:
 —Mi luz se desvanecerá y mi belleza se extinguirá y ellos tomarán de los minerales de mi cuerpo puro y de la gordura del plomo purificado en la armonía de su peso, y sin sangre de cabra, y una diferencia se puede establecer entre lo que es verdadero y lo que es falso.
Se suponía, en realidad, que la sangre de cabra, o de macho cabrío, tenía un efecto corrosivo sobre todo, y en la antigüedad tardía se la interpretaba simbólicamente como sensualidad. La sangre del macho cabrío es la esencia de la sensualidad, de la lascivia, del impulso sexual que es muy obvio y que lo destruye todo. La fuerza del impulso sexual lo destruye todo, excepto el adamante [piedra imaginaria de dureza impenetrable; este nombre se dio en cierta época al diamante]. Una antigua leyenda dice que el adamante es la única piedra preciosa que la sangre de cabra no puede disolver, y por consiguiente simboliza la firmeza de la personalidad que se resiste al impulso de la sensualidad. Aquí hallamos el mismo simbolismo, a saber, la coniunctio de dos sustancias de igual peso. Esto se referiría a un estado de equilibrio psicológico en el que no hay sangre de cabra, es decir, donde la sensualidad ya no barre con la personalidad. Entonces uno es capaz de distinguir lo verdadero de lo falso: dentro de la personalidad surge o crece lo que se podría llamar el instinto de la verdad. En general, la vida es tan complicada que si uno tiene que pensar en las cosas, siempre llega demasiado tarde. En este aspecto, yo no tengo remedio. Si alguien me telefonea para decirme que me tiene que ver esa noche, o que necesita una hora para mañana, yo no tengo la rapidez suficiente para decidir si digo sí o no, o para encontrar una excusa y decir que no tengo tiempo. Me gana mi naturaleza, mi función inferior; digo que sí, y después ya estoy atrapada, está todo mal. Y entonces me digo: «Al cuerno con todo, fui otra vez demasiado lenta». Tendría que haber dicho que no, pero el instinto de la verdad no me funcionó del todo bien. El instinto de la verdad estaba ahí, algo me insistía en que dijera que no, pero la reflexión y la función inferior se entremetieron y una vez más fui demasiado lenta. Después tengo un mal sueño que me da un buen palo en la cabeza y me quedo pensando si saldré alguna vez de esa limitación y tendré la rapidez suficiente para no caer siempre en la misma trampa. Hay una aceleración de esta posibilidad mediante el desarrollo del instinto de la verdad, es decir, cuando el Sí mismo está tan presente y es tan fuerte que el instinto de la verdad se hace oír rápidamente, como un radio telegrama, y uno reacciona correctamente sin saber por qué, es algo que fluye a través de uno, y uno hace lo que está bien. Dice que sí o que no —a veces una cosa y otras, la otra—, y puede seguir adelante sin interferencias, porque la conciencia, con su reflexión, ya no es una molestia. Ésta es la acción del Sí mismo cuando se vuelve inmediato, y sólo el Sí mismo puede hacerlo. En un nivel superior, es lo mismo que ser completamente natural e instintivo, cuando uno puede discernir entre lo falso y lo verdadero. Por eso algunos teólogos han llamado al Espíritu Santo el instinto de la verdad, y la descripción es muy buena. El texto continúa: —Yo soy el hierro duro y seco y el fermento fuerte, todo lo bueno viene por mi mediación y por mí se genera la luz del secreto de los secretos, y nada puede afectar mis acciones. Lo que tiene luz se crea en la oscuridad de la luz. Pero cuando alcanza su perfección, se recupera de sus enfermedades y debilidades y entonces aparecerá esta gran corriente de la cabeza y de la cola. Creo que la primera parte está clara. Se refiere a la generación de una luz nueva, a una tercera cosa que nace o que se genera en la coniunctio.
Es una luz nueva que nace en la oscuridad, y entonces se van todos los síntomas neuróticos y la enfermedad y la debilidad; aparece la cosa nueva, a la que ahora se llama illud magnum fluxum capitis et caudae.
Aquí es menester recordar al Ouroboros, que se come la cola, donde los opuestos son uno: la cabeza está en un extremo y la cola en el otro. Son uno, pero tienen un aspecto opuesto y cuando la cabeza y la cola, los opuestos, se encuentran, nace una corriente, que es a lo que los alquimistas se refieren al hablar de agua mística o divina, lo que yo describí como el fluir significativo de la vida. Con ayuda del instinto de verdad, la vida prosigue como una corriente significativa, como una manifestación del Sí mismo. Tal es el resultado de la coniunctio en este caso. En muchos otros se lo describe como la piedra filosofal, pero, como dicen también muchos textos, el agua de la vida y la piedra son una misma cosa. Es una gran paradoja que el líquido —el agua informe de la vida— y la piedra —la cosa más sólida y más muerta— sean, de acuerdo con los alquimistas, una y la misma cosa. Eso se refiere a aquellos dos aspectos de la realización del Sí mismo: más allá de los altibajos de la vida, nace algo firme, y, al mismo tiempo, nace algo muy vivo que participa en el fluir de la vida, sin las inhibiciones ni las restricciones de la conciencia. Se ha acabado ya el tiempo que podíamos dedicar a nuestros textos árabes, y la próxima vez pasaremos a la alquimia europea. Lamento no haberles dado más que un texto árabe, pero creo que este alquimista chiíta, Sénior, fue uno de los hombres más grandes en la alquimia.
Pregunta: Usted mencionó el instinto de la verdad. ¿A qué se refiere con eso?
M. L. von Franz: Es lo que me da la verdad sin reflexión alguna; algo dentro de mí conoce la verdad por reacción inmediata, sin que tenga que pensar en ello ni expresarlo. El instinto de la verdad, por ejemplo, es algo muy similar al conocimiento telepático. «Telepatía» en griego significa simplemente «sentir desde lejos», lo que no explica nada porque la telepatía es un misterio, no sabemos lo que es. Por ejemplo, si alguien les propone que participen en algún negocio que parece muy bien, limpio y sin complicaciones, y por el aspecto exterior no le ven nada de raro, naturalmente dirían que sí, aceptarían participar en aquello. Pero entonces algo les dice desde adentro que no, que no lo hagan, y aprés le coup descubren que de todas maneras había algo raro o turbio en el asunto. Ustedes no podían saberlo, pero «algo» lo supo, a «algo» le olió mal.
Eso sería el instinto de la verdad. El instinto sabía algo que ustedes no sabían. Su inconsciente, o su personalidad instintiva, lo sabía. En este caso no me refiero a la verdad religiosa de una doctrina, sino a una verdad momentánea. Por ejemplo, si alguien nos ofrece un buen negocio que en realidad es un fraude, el instinto de la verdad lo sabría. O es la verdad de una situación determinada, de lo que a uno le dicen. Alguien puede contarnos un cuento larguísimo, y tenemos la sensación de que no es así, aunque no podamos decir qué es lo que tiene de falso. O nos hablan de un problema matrimonial y sentimos que en eso hay algo que no es verdad, aunque no sepamos qué. En otros casos, tenemos la sensación inmediata de que nos dicen la verdad. Ahora bien, si uno juzga en forma instintiva, hay algo dentro de uno que decide, y si eso demuestra que siempre funciona bien, uno puede decidirse a confiar en esa voz interior. Sería un discernimiento de la verdad, pero en un nivel instintivo que no tiene nada que ver con la cabeza.
Pregunta: ¿Qué diferencia hay entre eso y la intuición?
M. L. Von Franz: La intuición puede acertar en un cincuenta por ciento y equivocarse en un cincuenta por ciento. Jung usa un símil maravilloso para referirse a la gente intuitiva. Dice que o bien aciertan en el blanco sin reflexionar siquiera, o se les desvía la flecha al bosque, a veinte kilómetros al otro lado. Por eso es necesario que cultiven otra función, porque a veces con una sola mirada a la situación ya la han visto completa, pero a veces se equivocan de medio a medio. Es mejor no confiar siempre en la intuición, porque puede estar desfigurada por la proyección. Si el intuitivo no tiene problemas con la sombra, o con el animus o el anima, es fantástica la forma en que acierta en el blanco. Pero si interviene el anima o el animus, si se entremete la proyección, entonces el mismo intuitivo puede jurar que sabe que las cosas son así y asá, porque cree que puede confiar en su intuición, pero objetivamente se equivoca; la flecha se le ha ido al bosque. Es decir que la intuición acierta en partes iguales; es una función y, como todas las funciones, sólo a veces acierta. En cambio la verdad instintiva es una manifestación del Sí mismo y no tiene nada que ver con una función. Es algo que opera en todos los seres humanos, algo que con discreta rapidez el Sí mismo nos susurra al oído y que generalmente somos demasiado lerdos para oír, o a veces estamos tan ocupados hablando con nosotros mismos que no podemos oírlo. 


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