miércoles, 18 de abril de 2012

De la Alquimia - Primera


Von Franz
El huevo filosófico es no solo el lugar de nacimiento sino el recipiente contenedor de las nuevas actitudes simbolizadas por el objetivo alquímico de la coniunctio. La unión de los opuestos (masculino y femenino, la conciencia y el inconsciente, etc ) Aquí ese objetivo esta representado como el hermafrodita que triunfa sobre el dragón y el globo alado del caos, los rostros amenazantes del inconsciente -los siete planetas- representan diferentes aspectos de la personalidad y las siete etapas de la transformación —Jamsthaler, Viatonum spagyricum (1625)
La montaña de los adeptos. El proceso de la evolución psicológica es análogo a las etapas de la transformación alquímica de la materia básica en oro -la piedra filosofal-, representada aquí como un templo de los sabios sepultado en la tierra. El fenix, símbolo de la personalidad renovada, esta a caballo entre el sol y la luna. El zodiaco en el fondo simboliza la duración del proceso, los cuatro elementos indican la totalidad. El hombre con los ojos vendados representa la búsqueda a tientas de la verdad, el investigador, preparado para seguir sus institntos naturales, muestra el camino correcto.


ALQUIMIA
Cánticos que resuenan en la noche, como sierpes ondeantes de bravura; dosel de fina gasa transfiguran un solemne ritual de este poder. Rebeldes, pero heroicos fueron siempre, aquellos, que, en virtud en aliciente, pudieron entregar sin calcular. Quien usó de esa magia inigualable, es que fue; en sus principios, venerable escudero al son de lo loable. Heroica redención, del Alto Rey, que asumió sus potencias invisibles, y al querer perdurar, en lo posible, en su castillo hizo su cuartel. Horizontes perdidos, fueron ellos, que unieron su dolor, al balancín de finos cascabeles que resuenan, y al cielo, configuran su venir. Si el fuerte pedestal, quedó en la cumbre, la antorcha de su fe lo alumbrará, encontrando la piedra y, a su lumbre, enfrentándose a ella prenderá. Quisieron escrutar en lo profundo, y, de ese misterioso socavar, pudieron verter en las tinieblas, sacando de lo oscuro la verdad.
Y de ella, su calor, les dio el abrigo que, en simultáneo amor los unirá. Velozmente, su marcha será un trino virginal, alegórico y ritual que será oído siempre, desde el nido, donde el grito fue su patria potestad, ya callarán las voces sin sentido, cuando surja de la alquimia, la verdad, y en fueros de principios intangibles, lo cósmico, verter en aludibles arquetipos que fraccionan lo visible, con atenuantes miras de llegar, el archivo donde nacen las simientes, que en cautiva, brillante y blanca fuente, renacen como aves, a volar al sitial donde tienen sus figuras, que, retoman las líneas que los guían con premisas de un Todo, a lo Total. Y escuchando las voces del Oriente, tendrán mucho que ver en el presente, de esta fragua ardiente, en eclosión. Eran todos eones que, perdidos, transitaban el arco de un olvido, y fueron la verdad y la razón detrás de la magia, que perenne, tenía como endeble, su misión. El lugar de los grandes campeadores, tenazmente, es hurgar enlos arcones de un pasado que viene a vislumbrar. No es de hoy sino; siempre fueron leales, los que usaron su magia y sus rituales para dar al embrión, su gran misión, de la triple energía que hoy culmina en visión de lo grande, en redención.
Y en este dimitir de esa gran forma, pretender discernir el gran misterio, quizás, quien fuera dueño, del imperio que encierra la palabra, transmutar. La alquimia que, tal vez, fue figurada en remotos albores de un pasado, para abrir en la vía, su caudal de verdades sutiles, irrumpidas por vidas, que cesaron en un día y hoy comienzan tal vez su cabalgar, surgiendo cual brillante trilogía que es: aliento, verdad y potestad. Cinceles de esculpidas impresiones fueron siempre la razón de esos campeones que supieron horadar la gran verdad, y, en estas letras que hoy, están escritas, verifican que de esta gran alquimia sus pasos se pudieron encontrar, y al llegar al fondo de ese evento, discernir de lo efímero, lo real.
Chela Sisti - Elio A. Casali
conferencia Primera
INTRODUCCIÓN
He meditado mucho sobre la forma en que debía dar este curso destinado a introducirlos a ustedes en el simbolismo de la alquimia, y me decidí por una breve interpretación de muchos textos, en vez de optar por un texto único como en otras ocasiones. Como las conferencias serán nueve, me propongo dar tres sobre la alquimia en Grecia antigua, tres sobre el arte alquímico árabe y las tres últimas sobre la alquimia europea tardía, de modo que de ellas se obtenga al menos un atisbo de cada fase de la evolución de esta ciencia. Como ustedes saben, el doctor Jung ha consagrado muchos años de estudio a este tema, que prácticamente exhumó del estercolero del pasado, ya que se trataba de un dominio de la investigación desdeñado y olvidado que él consiguió resucitar. El hecho de que ahora un mínimo folleto se venda por unos cien francos suizos, en tanto que hace más o menos diez años se podía comprar por dos o tres francos un libro excelente sobre alquimia, se debe en realidad a Jung, porque a no ser por el interés demostrado por algunos círculos de la francmasonería, y posteriormente por los rosacruces, cuando él empezó a trabajar sobre el tema nadie sabía prácticamente nada sobre la alquimia. Tan pronto como nos adentremos en los textos entenderán ustedes en alguna medida cómo llegó a ser olvidada la alquimia y por qué todavía, incluso en los círculos junguianos, mucha gente dice que puede coincidir con Jung en lo que se refiere a la interpretación de los mitos, y también a todo el resto de su obra, pero que cuando se trata de alquimia dejan de leer —o leen a regañadientes y de mala gana— sus libros sobre el tema. Esto se debe a que la alquimia es, en sí misma, tremendamente oscura y compleja, y los textos muy difíciles de leer, de manera que se necesita un bagaje enorme de conocimiento técnico si quiere uno adentrarse en este campo. Ofrezco este curso introductorio a los estudiantes, en la esperanza de que les permita adentrarse mejor en el tema, de modo que cuando lean los libros de Jung tengan ya un caudal de conocimientos que les permita entenderlos. En su libro Psicología y alquimia Jung introdujo, por así decirlo, la alquimia en la psicología, primero publicando una serie de sueños de un estudioso de las ciencias naturales que contienen gran cantidad de simbolismo alquímico, y después ofreciendo citas de textos antiguos, con lo cual esperaba demostrar lo importante y moderno que es este material, y cuánto lo que tiene para decir al hombre moderno. El propio Jung descubrió la alquimia en forma absolutamente empírica. Una vez me contó que en los sueños de sus pacientes aparecían con frecuencia ciertos motivos que no podía entender, y que un día, observando viejos textos sobre alquimia, halló una relación. Por ejemplo, un paciente soñó que un águila empezaba a volar hacia el cielo y después, súbitamente, giraba hacia atrás la cabeza, empezaba a devorarse las alas y volvía a caer atierra. El doctor Jung captó el simbolismo sin necesidad de comparaciones históricas, como por ejemplo: el espíritu ascendente o el ave pensante. El sueño muestra una enantiodromía, lo opuesto a la situación psíquica. Al mismo tiempo estaba impresionado por el motivo que cada vez más era reconocido como arquetípico y que debía, casi obligadamente, tener un paralelo, aunque no podía encontrarse en ningún lugar, aparecía como tema general. Entonces, un día descubrió el Ripley Scroll, que da una serie de imágenes del proceso alquímico —publicadas en parte en Psicología y alquimia—, donde un águila con cabeza de rey se vuelve hacia atrás para comerse sus propias alas. 
El águila como símbolo del espíritu, por el cual, según Jung, los alquimistas se referían a todas las facultades mentales superiores, como la razón, la intuicióny el discernimiento moral.
La coincidencia lo impresionó muchísimo, y durante años la tuvo presente, con la sensación de que en la alquimia había algo más, y de que debía profundizar en el tema, pero no se decidía a abordar este campo complejísimo porque se daba cuenta del enorme trabajo que significaría y de que le exigiría refrescar sus conocimientos de latín y griego, y leer muchísimo. Finalmente, sin embargo, llegó a la conclusión de que tenía que hacerlo, de que era demasiado lo que el tema ocultaba y de que ese material era importante para que pudiéramos entender mejor el material onírico de las gentes modernas. El doctor Jung no se lo planteó como problema teórico, sino que vio un paralelismo sorprendente conel material con que estaba trabajando. Pero ahora podríamos preguntarnos por qué habría de estar el simbolismo alquímico más próximo de las producciones inconscientes de muchas personas modernas que ningún otro material. ¿Por qué no habría de bastar con estudiar mitología comparada, y profundizar en los cuentos de hadas y en la historia de las religiones? ¿Por qué tenía que ser especialmente la alquimia? Para ello hay diversas razones.
Si estudiamos el simbolismo en la historia comparada de la religión, o en el cristianismo —todas las alegorías de la Virgen María, por ejemplo, o el árbol de la vida, o la cruz, o el simbolismo del dragón en el material cristiano medieval, etcétera—, o si estudiamos mitología, como por ejemplo la de los indios norteamericanos (las creencias de los hopis, las canciones de los navajos, etc.), en cada caso estamos enfrentándonos con material producido por una colectividad y comunicado por una tradición más o menos organizada. Entre los indios norteamericanos hay tradiciones de los médicos brujos que comunicaban a sus discípulos sus canciones y rituales, en tanto que ciertas cosas eran conocidas por la totalidad de la tribu, que participaba en los rituales. Lo mismo es válido para el simbolismo cristiano, que se comunica en las tradiciones de la Iglesia, y el simbolismo total de la liturgia y de la misa, con todo su significado, se transmite por mediación de la doctrina, la tradición y las organizaciones humanas. Están también las diferentes formas orientales del yoga y otras formas de meditación. Son símbolos que ciertamente se formaron en el inconsciente, pero que desde entonces han sido trabajados por la tradición. Uno ve repetidas veces cómo cualquiera que haya tenido una vivencia original e inmediata de símbolos inconscientes comienza enseguida a trabajar sobre ellos.
Tomemos el ejemplo de san Nicolás de Flüe, el santo suizo que tuvo la visión de una figura divina errabunda que se le acercó envuelta en una brillante piel de oso y cantando una canción de tres palabras. Por el relato original es obvio que el santo estaba convencido de que quien se le aparecía era Dios o Cristo. Pero el relato original se perdió y hasta hace unos ochenta años no hubo más que un relato hecho por uno de sus primeros biógrafos, que contó más o menos correctamente la historia, ¡pero sin hablar de la piel de oso! Las tres palabras de la canción se refieren a la Trinidad, el vagabundo divino sería Cristo, que se le aparece al santo, y así sucesivamente. Todo eso, el biógrafo lo mencionaba, pero con la piel de oso no pudo hacer nada, porque ¿por qué habría de usar Cristo una piel de oso? Entonces, no se habló más de aquel detalle, y sólo se lo volvió a incluir cuando el azar llevó a descubrir nuevamente el relato original de la visión.
Esto es lo que sucede con las experiencias originales que se transmiten; se hace una selección, y lo que se adecua a lo que ya se sabía —o coincide en cierto modo con esto— se comunica, en tanto que se tiende a dejar  pasar los otros detalles, porque parecen raros y nadie sabe qué hacer con ellos. Parece, por ende, que el simbolismo que se comunica mediante la tradición está en cierta medida racionalizado y depurado de las vulgaridades del inconsciente, de los menudos detalles extraños que éste va agregando, en ocasiones contradictorios y sucios. Esto también sucede, en pequeña escala, dentro de nosotros mismos. Un joven médico se volvió de pronto muy escéptico respecto de la forma en que anotamos nuestros sueños, porque creía que cuando uno los anota por la mañana ya ha habido mucha falsificación. Entonces se instaló un grabador junto a la cama: por la noche, cuando se despertaba, aunque estuviera medio dormido, grababa el sueño y por la mañana lo anotaba por escrito tal como lo recordaba, y comparaba las dos versiones. Descubrió así que su escepticismo era exagerado. Los relatos de sueños que hacemos a la mañana siguiente son casi correctos, pero involuntariamentelos ordenamos. Por ejemplo, él había soñado que algo sucedía en una casa, y que después él entraba en la casa. Al volver a contar el sueño por la mañana, corrigió la secuencia temporal y escribió que él entraba en la casa y después le pasaba tal y tal cosa. De hecho, los sueños registrados inmediatamente son más confusos en cuanto a la secuencia temporal, pero por lo demás son bastante correctos. Por lo tanto, aun cuando un sueño atraviese el umbral de la conciencia, ésta, al relatarlo, le hace algo, lo enmienda y lo presenta en forma un poco más comprensible.
Cum grano salís, se podría comparar lo antedicho con la forma en que se comunican las experiencias religiosas en un sistema religioso viviente, en el que generalmente la experiencia personal inmediata se revisa, se purifica y se aclara. Por ejemplo, en la historia de la vida íntima personal de los santos católicos, la mayoría de ellos tuvieron vivencias inmediatas de la Divinidad —como corresponde a la definición de un santo— o visiones de la Virgen María, de Cristo o de otras figuras. Sin embargo, la Iglesia raras veces ha publicado nada sin expurgar primero todo lo que se consideraba material personal. Sólo se dejaba pasar lo que coincidía con la tradición. Lo mismo sucede incluso en las comunidades primitivas libres. También los indios norteamericanos omiten ciertos detalles que no consideran importantes para las ideas conscientes de la colectividad.
Los aborígenes australianos celebran un festival llamado Kunapipi, que se prolonga durante treinta años. Durante todo ese tiempo, en determinados momentos se llevan a cabo ciertos rituales —se trata de un gran ritual de renacimiento que se extiende a lo largo de toda una generación— y cuando los treinta años han transcurrido, se vuelve a empezar. El etnólogo que lo describió por primera vez se tomó el trabajo de registrar los sueños que hacían referencia al festival, y descubrió que los miembros de la tribu soñaban frecuentemente con él, y que en esos sueños, como cabía esperar y tal como nos sucedería a nosotros, había variaciones en pequeños detalles que no coincidían del todo con lo que realmente sucedía. Los aborígenes australianos dicen que si un sueño contiene una buena idea, ésta se comunica a la tribu y se la adopta como parte del festival, que de esa manera varía un poco en ocasiones, aunque en términos generales se atienen a la tradición que les ha sido comunicada. Al analizar católicos he visto con frecuencia el mismo fenómeno, es decir que sueñan con la misa, pero en el sueño sucede algo especial; por ejemplo, que el sacerdote distribuye sopa caliente en lugar de la hostia, o algo parecido. Todo es muy correcto, a excepción de ese único detalle. Recuerdo el sueño de una monja donde en mitad del Sanctus, es decir en el momento más sagrado, precisamente cuando debe tener lugar la transformación, el anciano obispo que oficiaba la misa se detenía de pronto diciendo que antes era necesario algo más importante, y pronunciaba entonces un sermón sobre la encarnación. Después volvía a detenerse diciendo que seguirían con la misa tradicional, cuya terminación confiaba a dos sacerdotes jóvenes. Aparentemente la monja, lo mismo que muchas otras personas, no tenía una verdadera comprensión del misterio de la misa; para ella no era más que la repetición mecánica del misterio, y por lo tanto, antes de que tuviera lugar la transformación, el sueño demostraba que en realidad había que explicar a la gente lo que estaba sucediendo, porque si no participaban mentalmente la ceremonia no les serviría de nada; no estarían haciendo nada más que creer sin entender. Por eso en el sueño el obispo daba una larga explicación, tras la cual la misa clásica continuaba, celebrada por sacerdotes más jóvenes, demostrando que era una renovación. La renovación se produce de acuerdo con la manera en que se entiende la misa, y aquí el anciano se la confiaba a los dos jóvenes. Esto ejemplifica cómo la experiencia individual de los símbolos religiosos siempre difiere un poco de la fórmula oficial, que no es más que una pauta promedio. Es muy poca la manifestación inmediata del inconsciente que hay en la historia o en otros ámbitos.
Mediante la observación de sueños, visiones, alucinaciones y otras manifestaciones, el hombre moderno puede ahora, por primera vez, considerar de manera desprejuiciada los fenómenos del inconsciente. Lo que proviene del inconsciente puede ser observado por mediación de los individuos. El pasado nos ha legado algunos escasos informes de vivencias individuales, pero, en general, los símbolos del inconsciente nos llegan de la manera más tradicional, debido al hecho de que normalmente la humanidad no ha abordado el inconsciente en el nivel individual, sino que, con pocas excepciones, se ha relacionado con él en forma indirecta, mediante los sistemas religiosos.
Hasta donde yo puedo verlo, esto tiene una validez general, a no ser enlas sociedades más antiguas y más primitivas, y en algunas otras formas de aproximación al inconsciente, aunque también hayan sido codificadas. En varias tribus esquimales no existe prácticamente contenido alguno de la conciencia colectiva. Hay algunas pocas enseñanzas sobre ciertos fantasmas, espíritus y dioses —Sila, el dios del aire; Sedna, la diosa del mar y algunos más— que se comunican oralmente por mediación de ciertas personas, pero sólo las experiencias personales son comunicadas por el chamán o el médico brujo, que son las personalidades religiosas de dichas comunidades. Los esquimales llevan una vida tan dura y tienen tan difícil la supervivencia, debido a las terribles condiciones ambientales, que normalmente todo el mundo se concentra exclusivamente en sobrevivir, con la excepción de unos pocos individuos escogidos que mantienen algún intercambio con los espíritus y tienen experiencias interiores y sueños, de modo que el pueblo se relaciona simplemente con esos sueños y tiene sobre ellos sus propias ideas, como sucede con una persona moderna en el curso de un psicoanálisis. La única orientación que reciben es al conocer a otros chamanes e intercambiar experiencias, lo que les permite no estar totalmente solos con sus experiencias íntimas. Por lo general, los chamanes más jóvenes buscan a los viejos, temiendo, como nos pasaría a nosotros, que de no hacerlo así terminarían por enloquecer. En ese caso hay un mínimo de tradición colectiva consciente, y un máximo de experiencia personal inmediata en algunos individuos.
Me parece probable que esto represente los vestigios de un estado originario, porque según las consideraciones de la antropología se puede suponer que la humanidad vivía originariamente en pequeños grupos tribales de veinte a treinta personas, entre las cuales solía haber dos o tres introvertidos capaces de tener vivencias personales íntimas, que eran los guías espirituales, en tanto que los cazadores o luchadores, físicamente fuertes, eran los guías terrenales. En casos así hay material referente a experiencias íntimas inmediatas y muy poca tradición. Están además los fenómenos de individuos que hacen contacto inmediato con el inconsciente en las experiencias iniciáticas organizadas de ciertos pueblos. Por ejemplo, en muchas tribus de indios norteamericanos, parte de la iniciación de un joven médico brujo consiste en irse a la cumbre de una montaña o al desierto, tras un período de ayuno, y a veces también después de haber tomado drogas, a buscar allí una visión, experiencia o alucinación que después el joven confía a su Maestro o Iniciador. Si cuenta, por ejemplo, que ha visto una lagartija, le dicen que pertenece al clan de los thunderbird y que tendrá que convertirse en un médico brujo de tales y cuales características. Pero allí la interpretación de la vivencia individual se relaciona con la tradición del inconsciente colectivo, y un médico brujo se limitaría a omitir cualquier cosa que fuera completamente individual o extraña.
Paul Radin ha publicado sueños de indios, mostrando la forma en quelos interpretan, y es fácil ver que lo que no entienden, se lo saltan sin más. Del sueño seleccionan lo que se relaciona con las ideas de la conciencia colectiva y omiten los detalles raros, lo mismo que hacen los analistas junguianos principiantes cuando comienzan a interpretar sus propios sueños. Si uno les sugiere que intenten hacerlo, por lo general escogen un motivo que parezca relacionarse con algo que entienden y dicen que saben lo que eso significa, que se refiere a tal y tal cosa, y entonces es cuando yo les pregunto qué hay de este detalle y de este otro, que ellos tienden a omitir. 
Un alquimista trabajando con su soror mystica (ayudante femenina), que representa la colaboración con su propio lado femenino.
Las experiencias inmediatas del inconsciente que tienen ciertos individuos pueden ser luego codificadas o interpretadas, o incorporadas a un sistema religioso. Naturalmente, en todos los sistemas religiosos hay sectas que tienden a revivificar las experiencias inmediatas. Allí donde una religión parece demasiado codificada, se forma generalmente una secta compensatoria tendente a revivificar las experiencias individuales, y esto explica la multiplicidad de cismas. Por ejemplo, en el Islam están los sunnitas y chiítas, entre otros; o la escuela talmúdica y la cabalística en la Edad Media judía, donde se comunican los símbolos religiosos codificados. El grupo más reciente tiende a dar más valor alas vivencias individuales; uno de ellos sostiene que es ortodoxo, y el otro afirma que tiene el espíritu viviente, lo que sería además el contraste entre los tipos extravertido e introvertido. Pero incluso en la tradición del introvertido que se proclama dueño del espíritu, la verdadera experiencia personal del inconsciente es muy poca. Nunca hay más que unos pocos individuos que tengan experiencias así, probablemente porque son tan peligrosas y aterradoras que sólo unas pocas personas excepcionalmente valientes siguen este camino, o bien los necios que no saben hasta qué punto aquello es peligroso, y que por eso mismo terminan enloqueciendo.
En alguna de sus primeras conferencias en el colegio técnico de Zurich, E. T. H. , para ejemplificar el simbolismo del proceso de individuación y lo que quería decir con esta expresión, el doctor Jung analizó una serie de imágenes de un texto oriental de meditación y de los famosos Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola, como también el Benjoumin minor de Hugh de St. Victor. Demostró que todas estas formas de meditación codificada contienen las teorías o símbolos esenciales que normalmente aparecen en los individuos en el proceso de individuación. Pero todos estos abordajes del inconsciente, lo mismo que la mayoría de las formas de meditación oriental y de las formas cristianas medievales, contienen un programa. Por ejemplo, quien practique los Ejercicios de san Ignacio tiene que concentrarse en la primera semana en la sentencia Homo creatus est, en la segunda en los sufrimientos de Cristo y así sucesivamente. Si en medio de su contemplación se le ocurre que le gustaría tomar un café, eso sería una perturbación mundana inducida por el diablo, que hay que dominar. ¡Pero también puede haber perturbaciones sagradas! El meditador podría, cuando está meditando sobre la cruz, ver de pronto una luz azul o una corona de rosas que rodea la cruz, pero como eso no corresponde, también ese pensamiento debe ser rechazado; ése podría ser el diablo, que está falsificando el proceso, porque lo que él debe ver es la cruz y no un ramo de rosas. Por eso se le enseña a rechazar esas irrupciones espontáneas del inconsciente y a adherirse fanáticamente a lo programado. Naturalmente que sigue aún concentrándose en símbolos del inconsciente, porque la cruz es un símbolo del inconsciente, pero su mente está orientada hacia un canal concreto, definido por la tradición colectiva. Si el meditador dice a su director espiritual que ha visto una bañera en vez de la cruz, le dirán que no se ha concentrado como debía, que se ha desviado. Lo mismo es válido para ciertas formas de meditación orientales. Si a un yogui se le aparecen hermosos devas y diosas que intentan apartarlo de su objetivo, debe desechar esas ideas como factores de perturbación. Así, en estas formas de abordaje del inconsciente se ha de respetar una dirección o camino prescrito conscientemente, y se ha de hacer caso omiso de ciertos pensamientos que aparecen. Por esta razón el simbolismo que aparece en estas formas no es exactamente de la misma especie que el que aparece en los sueños y en la imaginación activa, porque si decimos a la gente que se limite a observar lo que aparece, cosa que, como es natural, produce un material algo diferente, los dos productos son sólo relativamente comparables.
Los alquimistas estaban en una situación completamente diferente. Creían que estaban estudiando los fenómenos desconocidos de la materia —más adelante daré los detalles— y se limitaban a observar lo que sucedía y a interpretarlo de alguna manera, pero sin ningún plan específico. Aparecía un terrón de alguna materia extraña, pero como ellos no sabían qué era, hacían una conjetura cualquiera, que por supuesto sería una proyección inconsciente, pero en ello no había una intención ni tradición definidas. Por consiguiente, se podría decir que en la alquimia las proyecciones se efectuaban de la manera más ingenua e impremeditada, y sin realizarles corrección alguna. Imaginemos la situación de un antiguo alquimista. En alguna aldea, un hombre se construía una choza aislada y cocinaba cosas que provocaban explosiones. ¡Es muy natural que todos digan que es un hechicero! Un día llega alguien que le dice que ha encontrado un trozo de metal raro y pregunta al alquimista si no le interesaría comprarlo. El alquimista no sabe cuánto vale el metal, pero hace un cálculo aproximado y le da algún dinero. Después pone sobre el fogón lo que le han traído y lo mezcla con azufre o algo similar para ver qué pasa, y, si el metal acierta a ser plomo, el alquimista queda gravemente afectado por los vapores tóxicos. Llega entonces a la conclusión de que se trata de una materia que hace sentir mal a la gente y casi la mata, ¡y concluye diciendo que hay un demonio en el plomo! Después, cuando escribe sus recetas, añade una nota al pie: «Tened cuidado con el plomo, porque en él hay un demonio capaz de matar y enloquecer a la gente», lo que para aquel momento y en aquel nivel sería una explicación bastante obvia y razonable. Por consiguiente, el plomo se convirtió en un objeto ideal para proyectarle factores destructivos, dado que en ciertas condiciones sus efectos son tóxicos. Las sustancias acidas también eran peligrosas, pero como por otra parte eran corrosivas y tenían propiedades disolventes, eran sumamente importantes para las operaciones químicas. De esa manera, si uno quería fundir algo o tenerlo en forma líquida podía hacerlo valiéndose de soluciones acidas, y por esta razón la proyección afirmaba que el ácido era la sustancia peligrosa que disuelve, pero que también posibilita el manejo de ciertas sustancias. O si no, es un medio de transformación que permite, por así decirlo, abrir un metal con el cual es imposible hacer nada y volverlo accesible a la transformación mediante el uso de ciertos líquidos.
Por eso los alquimistas escribían sobre el tema en la forma ingenua que estoy describiéndoles, sin darse cuenta de que aquello no era ciencia natural, sino que, si se lo considera desde el punto de vista de la química moderna, contenía muchísimas proyecciones. En la alquimia existe, pues, una cantidad asombrosa de material que procede del inconsciente, producido en una situación en que la mente consciente no seguía un programa definido, sino que solamente investigaba. El propio Jung abordó de manera similar el inconsciente, y en análisis también intentamos conseguir que la gente adopte una actitud en la cual no se aboque al inconsciente ateniéndose a un programa. Decimos simplemente, por ejemplo, que la situación parece mala, que el estado del sujeto no es del todo satisfactorio y que debemos considerar todo eso, junto al fenómeno vital que llamamos el inconsciente, y preguntarnos qué es lo que ambas cosas juntas podrían representar, o hacia dónde podrían encaminarse. Un punto de partida así, consciente, que contiene un mínimo de programación, corresponde al point de départ consciente del alquimista, de modo que el inconsciente responde de manera parecida, y por eso los escritos alquímicos son especialmente útiles para llegar a entender el material moderno.
Pregunta: En un volumen de Oppenheim, de material onírico antiguo, titulado The Interpretation of  Dreams in the Ancient Near East [La interpretación de los sueños en el Oriente Próximo antiguo], uno tiene la sensación de que los antiguos intérpretes trabajaban también sobre una base colectiva. ¿Cree usted que es así?
M. L. von Franz: Sí, en la medida en que también ellos hacían una selección en los sueños, escogían aquello que se relacionaba con el material colectivo. Esto también es válido para Artemidoro. Yo no conozco más que un documento de la antigüedad en donde hay una serie de sueños que no ha sido seleccionada, y se encuentra en un texto proveniente del serapeo de Menfis. Un hombre llamado Ptolomeo (me parece que su artículo fue publicado por Ulric Wilcken) se metió en dificultades, creo que por deudas, por lo que debería haber ido a prisión, pero en cambio optó por convertirse en novicio —un Katochos — en el serapeo de Menfis, es decir el santuario de Serapis erigido en Menfis. De acuerdo con las normas, un Katochos debía anotar sus sueños, y tenemos el papiro de Ptolomeo —un papiro excepcional, en griego egipcio helenizado— donde constan sueños asombrosamente «modernos». Por ejemplo: «Me encontré con Fulano, y dijo… », y a ello siguen algunas trivialidades, y luego otra vez el nombre, y así sucesivamente, como sería típico de nuestros sueños. Es imposible interpretar un sueño así, porque no conocemos las asociaciones. En una serie de unos veintisiete sueños hay dos o tres en que aparece la diosa Isis, por ejemplo. Aunque podamos entender los sueños colectivos, en los que aparecen figuras colectivas, con los otros no podemos hacer nada porque no sabemos las asociaciones. Ptolomeo dice, por ejemplo, que se encontró con su sobrino, pero nadie sabe qué significaba para él ese sobrino.
Hay algo más que tuvo gran importancia para mí cuando descubrí este documento, a saber, que aquellas gentes soñaban exactamente igual que nosotros. Si uno lee los sueños de los babilonios, siente que ellos no soñaban como nosotros, porque en el material onírico de los babilonios los sueños se seleccionan para adaptarse a la interpretación tradicional. Por ejemplo, soñar con una cabra negra anuncia mala suerte. Centenares de otros sueños del mismo hombre que había tenido un sueño así pasan sin pena ni gloria, pero, como en la tradición colectiva una cabra negra que aparece en sueños significa mala suerte, aquel sueño se registró. Lo mismo sigue sucediendo hoy en nuestras comarcas campesinas, donde nadie presta atención alguna a los sueños ordinarios. Pero si alguien sueña con un ataúd, o con una boda o una serpiente, de eso se habla, y todos se preguntan si estará por morirse alguien de la familia; esto sólo es válido para los motivos tradicionales, y el resto del material onírico se desecha. Pero los fragmentos de los sueños de Ptolomeo nos muestran algo completamente diferente de la bibliografía sobre sueños de la antigüedad, y uno se da cuenta de que la gente soñaba entonces como nosotros, aunque la bibliografía sobre sueños no relata más que los pocos sueños que concuerdan con sus teorías: si soñaste que la casa se incendiaba, entonces estás enamorado, cosas así. Siempre se puede ver cómo llegaban a sus interpretaciones, que no eran del todo malas, porque es bastante probable que alguien que está enamorado sueñe que se le quema la casa.
Esos libros están organizados sobre experiencias promedio, pero todo el material onírico medieval, lo mismo que el de la antigüedad, se interpreta en el nivel de la realidad. O sea que, si alguien va a morirse, soñarás con un visitante que va a recibir o perder dinero, y así en el mismo estilo.
Un sueño no se toma jamás como una cosa o un proceso interior, sino que se lo proyecta siempre sobre el mundo exterior. Incluso hoy, aquí en Suiza, la gente sencilla suele hablar de sus sueños, pero viéndolos sólo como pronósticos. Yo analizo a una mujer de la limpieza, y el otro día me llamó su hermano para preguntarme por qué estaba enloqueciendo más aún a su hermana analizándole los sueños, y para decirme que los sueños no son más que tonterías, como bien lo sabía él, que el invierno pasado había soñado tres veces con ataúdes, ¡y en la familia nos e había muerto nadie! Este hombre sigue pensando a la manera clásica greco-egipcio-babilónica.
Pero volvamos ahora a las tradiciones originales de los pequeños grupos primitivos, y supongamos que un hombre tiene sueños o visiones. Ante él se abren dos posibilidades: si conoce a alguien a quien se considera chamán o médico brujo, o a un sacerdote, lo consulta y acepta su interpretación, o, si no, puede mantenerse independiente y darse su propia interpretación, extraer sus conclusiones y elaborar un sistema completo.
Comentario: Entonces todo depende de la actitud y del entendimiento de quien tiene la autoridad y, en última instancia, de la cuestión de cuál es la autoridad que se ha de respetar más, si la del intérprete que señala la tradición o la de la persona que ha tenido el sueño o la experiencia.
M. L. Von Franz: Sí, y en última instancia de la persona que tiene más mana, la que lleva la vida más espiritual y tiene mayor autoridad. Por ejemplo, a veces, incluso en esos países primitivos, la gente se guarda para sí sus experiencias y cultiva su propio sistema, pero si después fracasan en la vida los consideran tontos, de modo que el hombre que tiene la arrogancia bastante para querer quedarse solo corre el riesgo deque lo vean como a un poseído y un tonto, y no como a un gran médico brujo. Tiene que correr ese riesgo, y sólo la vida puede demostrar cuál es la verdad. Pero incluso en las tribus así se distingue quién es un tonto y está poseído, y quién un médico brujo.
Comentario: En términos cristianos se podría decir que un hombre así iba cargando con su cruz, pero que todo dependía del motivo.
M. L. von Franz: Sí, eso mismo. O, como sucede en la heresiología católica, alguien también puede tener una revelación individual de Dios, que lo lleva a apartarse del dogma de la Iglesia. Imaginemos que esta persona tiene una visión de Cristo y que Cristo le dice que es medio animal, o algo parecido, y que entonces el hombre anuncie que él sabe que Cristo no sólo se encarnó como hombre, sino también en el nivel de un animal. Si un hombre cree eso, la Inquisición que lo condena a la hoguera dice también que aún puede salvarse y aún puede tener razón. Hay que quemarlo, porque el credo ortodoxo debe ser defendido, pero la puerta permanece abierta; dicen que el hereje puede tener razón, pero que si quiere adherirse a su verdad personal debe aceptar que lo quemen por ella. No pretenden que haya perdido su alma, porque Dios bien puede aceptarlo en el Paraíso, pero su destino es también morir quemado. Una cosa así representa una especie de modestia espiritual, porque si bien lo condenan a la hoguera, no condenan su alma ni sostienen tampoco que no haya salvación para él. Un hombre así es lo bastante orgulloso (o solitario, o espiritualmente independiente) para confiar en sus propias creencias y en sus experiencias personales, y debe aceptar las consecuencias, pero la comunidad no lo aceptará en los círculos católicos. En otros círculos la actitud puede ser diferente. Según tuve noticias hace poco, también las enseñanzas del catolicismo moderno se han modificado ligeramente en un sentido. Un jesuita le dijo a un amigo mío que a uno se le permite creer algo, como al hombre de la tribu a quien nos referimos antes, siempre que no le hable a nadie más del asunto, no lo convierta en doctrina y no intente convertir a otros a la misma creencia. Si simplemente te la guardas para ti, pero decides no rechazar tu visión interior, entonces la Iglesia Católica se tapará los ojos ante el problema.
Comentario: Creo que eso no sólo se aplica a la Iglesia Católica, sino a cualquier grupo de personas. Depende de si el individuo cree —o no— que puede hablar de su experiencia con su grupo.
M. L. von Franz: Sí, y por eso con frecuencia le digo a la gente de personalidad esquizoide que su locura no está en lo que ven o en lo que oyen, sino en que no saben a quién pueden decírselo. Si se lo guardaran para sí, todo iría bien. Tengo, por ejemplo, una paciente fronteriza, una mujer que se recorre todos los psiquiatras acusándolos de ser unos racionalistas idiotas que no creen en Dios, y les cuenta sus visiones. Creo que su único error está en decírselo a esa gente, porque eso es, simplemente, ser una inadaptada. Sus visiones como tales están perfectamente, y lo que la paciente piensa de ellas también, pero su sentimiento de extraversión es inferior, socialmente es una inadaptada. ¡No debería hablar de esas cosas con un psiquiatra racionalista que no hace más que preguntarse si no tendría que internarla!
Comentario: ¡No, porque su propia reputación también está en juego!
M. L. von Franz: Sí, por cierto. Sus colegas se burlarían de él si empezara a creer en las visiones de sus pacientes. Los colegas siempre se portan así, y hablan de contra transferencia y esas cosas. Es a tal punto una cuestión de ambición y prestigio y convención colectiva…, lo mismo que pasa con nosotros. Hay otro aspecto del problema de la alquimia, y es por qué tiene tanta importancia para el hombre moderno. La alquimia es una ciencia natural que representa un intento de entender los fenómenos materiales de la naturaleza; es una mezcla de la física y la química de aquellos primeros tiempos, y corresponde a la actitud mental consciente de los que la estudiaron y se concentraron en el misterio de la naturaleza, y particularmente de los fenómenos materiales. Es también el comienzo de una ciencia empírica, pero en esa historia específica me adentraré después.
El hombre moderno promedio, en especial el de los países anglosajones, pero también y cada vez más en todos los países europeos, está entrenado mentalmente en la observación de los fenómenos de las ciencias naturales, en tanto que a las humanidades, como bien saben ustedes, se las desdeña cada día más. Ésta es una tendencia de la actualidad, en la cual se pone cada vez más el acento sobre el enfoque «científico». Si analizan ustedes a gentes modernas, se encuentran con que su visión de la realidad está muy influida por los conceptos básicos de la ciencia natural, y con que el material compensatorio o de conexión que provee el inconsciente también es similar.
La analogía es superficial, porque la razón es mucho más profunda. Si se pregunta uno por qué en nuestra Weltanschauung  [visión del mundo] predominan hasta tal punto las ciencias naturales, se puede ver que esto es el resultado de una evolución prolongada y específica. Como quizá todos saben, vista desde el ángulo más específicamente europeo se considera que la ciencia natural se originó en el siglo VI a. de C, hacia la época dela filosofía presocrática. Pero se trataba básicamente de una especulación filosófica sobre la naturaleza, porque había muy poca investigación experimental por  parte de los primeros científicos de la naturaleza. Sería más correcto decir que lo que nació en aquel momento fue la ciencia natural en cuanto teoría o concepto general de la realidad. La ciencia natural, en el sentido de la experimentación que siempre ha llevado a cabo el hombre con los animales, las piedras, las plantas, la materia, el fuego y el agua, es mucho más amplia, y en tiempos pasados formó parte de las prácticas mágicas que se relacionan con todas las religiones y que se ocupan de aquellos materiales. Hay unas pocas excepciones. Por eso se podría decir que, en su visión de las realidades últimas de la vida, el hombre se siente abrumado por ideas y conceptos venidos de su propio interior, por símbolos e imágenes, pero se enfrenta también con los materiales externos. Esto explica por qué, en la mayoría de los rituales, hay algo concreto que representa el significado simbólico; por ejemplo, el tazón de agua que se pone en el centro para la adivinación, o algo de ese mismo género. Por eso, a la materia y a los fenómenos materiales se los aborda de manera «mágica», y por lo tanto en las historias de la religión de diferentes pueblos hay símbolos religiosos que son personificaciones o representaciones de demonios, con aspectos personificados a medias, como hay también divinidades, esto es, factores de poder, que tienen un aspecto material. Todos ustedes conocen el concepto de mana, que incluso los investigadores no junguianos de la religión comparan con la electricidad. Si un australiano frota su chiringa para obtener más mana, sería con la idea de recargar su tótem, o su esencia vital, como quien recarga una pila. El concepto mismo de mana soporta la proyección de una electricidad semi material y divina, de una energía o un poder divino. Así, los árboles alcanzados por el rayo representan el mana.
Además, en la mayoría de los sistemas religiosos hay sustancias sagradas, como el agua y el fuego, o ciertas plantas, como también espíritus, demonios y dioses encarnados que están más personificados y que pueden hablar en visiones o aparecérsenos y conducirse de manera semihumana. En ocasiones, el acento se pone más bien en la naturaleza despersonalizada de los símbolos de poder, y otras veces más bien en poderes personificados. En algunas religiones uno de los aspectos es más dominante, y en otras el otro. Por ejemplo, el sistema religioso cuya forma decadente se refleja en los poemas homéricos, en los cuales los dioses del Olimpo griego aparecen semi personificados, con sus deficiencias humanas, constituye un ejemplo extremo de divinidades principalmente personificadas. Por otra parte, el extremo contrario de la oscilación pendular se encuentra en la filosofía natural griega, en donde súbitamente todo el énfasis se pone en símbolos tales como el agua, de la que se dice que es el principio del mundo, o en el fuego, como en Heráclito, todo lo cual es una revivificación de la idea del mana en un nivel superior.
En el cristianismo se observa una mezcla: a Dios Padre y a Dios Hijo, se los representa por lo general en el arte como seres humanos, y al Espíritu Santo, a veces, como un anciano con barba, lo cual es un estereotipo idéntico al de Dios Padre, pero frecuentemente como un animal, que es otra forma de personificación, o también puede ser representado por el fuego, el viento o el agua, o por el aliento [que circula] entre el Padre y el Hijo. De modo que el Espíritu Santo, hasta en la Biblia, tiene ciertas formas en que se lo describe como fenómenos naturales tales como el fuego, el agua o la respiración, o se lo equipara con ellos. Así, el cristianismo tiene una imagen de Dios que representa ambos aspectos. Pero en otras religiones hay o bien varios humanos o bien otros dioses, de modo que probablemente tengamos que plantearnos la hipótesis de que al inconsciente le gusta aparecer en sus manifestaciones últimas, arquetípicas, simbolizado a veces en los fenómenos naturales, y otras veces personificado. 
La imagen que da William Blake de Dios Padre como un anciano con barba, personificaciòn típica del Sí mismo, el arquetipo de la totalidad y el centro de la personalidad.
¿Qué significa esto? La pregunta es muy difícil. ¿Por qué, por ejemplo, tiene alguien un concepto de Dios como un fuego invisible y divino que todo lo penetra, en tanto que otra persona se lo imagina como algo semejante a un ser humano? Actualmente, la gente tiende a pensar que un niño pequeño, con ideas de jardín de infancia, se imaginará a Dios Padre con una barba blanca, pero que más adelante, adquirida ya una mayor información científica, se lo imaginaría más bien —si se lo imagina — como una potencia significativa en el cosmos o algo parecido. Pero entonces, ¡no hacemos más que proyectar nuestra propia situación científica! Hasta donde yo lo veo, no es verdad que aquellas manifestaciones o ideas personificadas de los dioses, o de la Divinidad, sean más infantiles. Para poder responder a la cuestión nos veríamos forzados a estudiar con cuidado una cantidad de material onírico y a preguntarnos después, totalmente aparte de este problema religioso, qué quiere decir que un contenido arquetípico se manifieste como una bola de fuego y no como un ser humano. Supongamos que hay dos hombres, y que uno de ellos sueña con una bola de fuego que lo reconforta y lo ilumina, en tanto que al otro se le aparece en el sueño un maravilloso sabio anciano, y que para ambos la vivencia es igualmente avasalladora. De un modo superficial, se podría decir que ambas imágenes simbolizan el Sí mismo, es decir la totalidad, el centro, una forma más de manifestación de la imagen de Dios. ¿Cuál es la diferencia cuando la experiencia de un hombre es de luz, o de una bola de fuego, mientras que al otro se le aparece el sabio superhumano?
Respuesta: La anterior representaría el significado abstracto.
M. L. von Franz: Sí, una es más abstracta — abstrabere —, pero ¿es abstractus de qué?
Comentario: Estaría más alejado de lo humano.
M. L. von Franz: Sí, per definitionem, pero ¿cómo le respondería usted al analizando que le hiciera una pregunta así? Nunca podemos dar una respuesta absoluta, pero podemos decir algo sobre ello. Yo lo tomaría muy simplemente, le preguntaría al paciente, y trataría de animarlo a seguir. Con un anciano sabio se puede hablar, le puedes hacer preguntas o plantearle todos tus problemas humanos —si deberías divorciarte o gastar tu dinero de tal o cual manera— y se puede suponer que, puesto que se aparece en esa forma, debe saber algo del asunto, ¡aunque quizá responda que él está muy alejado de todas esas cosas! En todo caso, la sensación primaria, o la conjetura, o la actitud que suscita es que, con una figura así, uno puede relacionarse en un nivel humano. Pero no se puede hablar con una bola de fuego ni hacer contacto con ella, a no ser con algún recurso de la ciencia natural. . . Es posible quizás atraparla en un recipiente de cristal, u observarla para ver qué es lo que hace; ponerte de rodillas y adorarla, manteniéndote a distancia prudencial para que no te queme, o meterte dentro de ella y descubrir que es un fuego que no quema, pero que no es posible relacionarse con ella en forma humana. Entonces, la manifestación en una forma humana vendría a demostrar la posibilidad de una relación consciente, en tanto que una forma inhumana, o la de un poder natural, no es más que un fenómeno, y sólo es posible relacionarse con ella en su condición de tal. Evidentemente, sea lo que fuere lo Divino, tiene las dos vertientes, y así lo han mantenido la mayor parte de las teologías. ¿Qué es un dios con quien no podemos relacionarnos? Si no podemos decirle nada de nuestra alma humana, ¿de qué nos sirve? Por otra parte, ¿qué es un dios que no es más que una especie de ser humano, y que no va más allá de eso? También él parece ser el Otro completamente misterioso, con el cual no podemos relacionarnos, de la misma manera que no podemos relacionarnos con los fenómenos misteriosos de la naturaleza. Por lo tanto, es probable que siempre hayan existido los dos aspectos de este centro íntimo y final de la psique: uno de ellos completamente trascendente, que se manifiesta en algo tan remoto como el fuego o el agua, y otro que a veces se manifiesta en forma humana, lo cual significaría que se aproxima a una forma con la cual podríamos relacionarnos.
Si alguien sueña con la Divinidad en figura humana, habrá entonces un gran caudal de experiencia emocional e intuitiva de su carácter y de su proximidad. San Nicolás tuvo un sueño o una visión de Cristo que se le aparecía como un Berserk y luego, en la misma visión, el Berserk decía al pueblo la verdad sobre sí mismos; como era capaz de ver dentro de ellos lo que realmente eran, la gente le huía. Él sabía al momento lo que querían preguntarle y, con frecuencia, simplemente les daba la respuesta sin interrogarlos siquiera. Por consiguiente, es obvio que san Nicolás tenía la misma cualidad que tenía Cristo en su visión, lo que sería un ejemplo de algo perteneciente al inconsciente arquetípico y que penetra en el ser humano. Si alguien sueña con un arquetipo en forma humana, eso significa que el soñante podría, en alguna medida, encarnar el arquetipo. Éste podría manifestarse en el soñante y expresarse por su mediación; en esto consiste la idea del Cristo interior. Si alguien sueña con el anciano sabio, puede suceder que se encuentre en una situación imposible en la cual le formulan una pregunta imposible, pero súbitamente ¡se le ocurre una respuesta perfecta! Si la persona es sincera, se siente obligada a admitir después que no era ella quien hablaba. «Eso» habló por mediación suya, pero ella no podía pretender que se le hubiera ocurrido semejante idea. Eso sería la manifestación en la persona del anciano sabio, de alguien o algo que no es idéntico al yo, pero que es una ayuda en una situación difícil.
Pregunta: ¿Por qué usted niega necesariamente la identificación con el yo?
M. L. von Franz: Porque, si usted se identifica, ha caído en una inflación. Con esto se debe ser sincero. Si usted ha hecho un esfuerzo mental, puede decir que la idea fue suya, pero a mí me ha sucedido a veces que he dicho algo y después la gente lo ha repetido, diciendo que con aquello yo les había salvado la vida. Si yo soy sincera, respondo que no me había dado cuenta de lo que estaba diciendo, sino que dije lo que se me ocurrió, y que aquello resultó tener mucha más sabiduría que cualquier cosa que yo pudiera haber pensado. Pero incluso si uno ha hecho el esfuerzo y tiene la sensación subjetiva de que lo pensó, de hecho aquello provino del inconsciente, porque sin la cooperación de éste no se puede producir nada. Incluso si uno dice que a las doce debe acordarse de hacer tal cosa, si el inconsciente no coopera, se le olvidará.
Por supuesto cualquier clase de visión mental interior proviene del inconsciente, pero este postulado es exagerado, porque hay veces en que uno tiene la sensación de haber resuelto algo por su propio esfuerzo, en tanto que en otra ocasión la idea simplemente se le ocurre, sin esfuerzo consciente de su parte. Es menester ser sencillo y sincero, no dejarse ganar por la inflación ni reclamar para sí mismo esas buenas ideas; quien hablaba —si es que así lo confirman los sueños— era el anciano sabio, o la despierta viejecita, o la Divinidad. Si alguien sueña con el anciano sabio y tiene una experiencia de éstas, ésa es la demostración empírica.
La bola de fuego no ofrecerá la misma experiencia, aunque en cierto sentido será aún más maravillosa, porque la persona se verá mucho más afectada emocionalmente; estará abrumada, paralizada por el misterio, por la total alteridad de lo Divino. Una experiencia de lo Divino suele ser algo de un poder abrumador que trasciende nuestra comprensión, que es peligroso, pero a lo cual hay que adaptarse, como hay que adaptarse a ciertas manifestaciones de la naturaleza, como la erupción de un volcán. El espectáculo es hermosísimo, pero no hay que acercarse demasiado, y es imposible relacionarse con él. Lo único que se puede hacer es mirarlo, pero es algo que jamás se olvidará. Emocionalmente, tiene un efecto sobre uno, pero para describirlo haría falta un poeta. Eso correspondería a las manifestaciones del arquetipo como fenómeno natural. La naturaleza tiene, en la experiencia del ser humano, un aspecto numinoso y divino que explica por qué la imagen de Dios tiene ambos aspectos. En la mayoría de las religiones hay personificaciones de Dios en ambas formas. En la historia de la evolución de la mente europea se ha manifestado, desde la época de los griegos, una forma extraña de oposición y de enantiodromia.
En la religión homérica, el aspecto personificado estaba exagerado. En la filosofía natural de los presocráticos se exageraba el aspecto natural. En tanto que en el estoicismo se puso más énfasis en el aspecto natural, en la primera época del cristianismo hubo un retorno a un aspecto más personificado, pero a partir de los siglos XV y XVI se volvió a poner énfasis en el aspecto de la naturaleza. Parece como si en la evolución de la mentalidad europea se iniciara un cierto movimiento de equilibrio de los opuestos, es decir de la diferencia o contraste entre ciencia y religión, que llegó luego a convertirse en el gran seudo problema de la modernidad posterior: el dilema de ciencia o religión.
Me refiero a él en forma arbitraria y ridiculizándolo como seudo problema porque originariamente no era problema alguno, y de hecho no existe más que una sola cosa: la búsqueda de la verdad esencial. Si volvemos a aquella cuestión y decimos que lo que interesa es la verdad, y no en cuál de las facultades universitarias se la ha de hallar, entonces el problema se desinfla. Algunas personas se quedan atrapadas en la proyección de las representaciones arquetípicas del poder de la naturaleza, y otras en los poderes personificados, y los dos grupos se pelean. Entre ustedes puede haber alguien que lo objete y me pregunte cómo es que también los científicos de la naturaleza pueden caer en la trampa de las proyecciones. Para un analista, esto es evidente, pero quiero explicarlo brevemente para aquellos que quizá no se hayan dedicado mucho a pensar en estas cosas.
Si leen ustedes la historia de la evolución de la química, y en particular de la física, verán que incluso estas ciencias naturales tan exactas no podían, ni pueden todavía, dejar de basar su sistema de pensamiento sobre ciertas hipótesis. En la física clásica, hasta finales del siglo XVIII, una de las hipótesis de trabajo, a la que se había llegado ya sea en forma inconsciente o semiconsciente, era que el espacio tenía tres dimensiones, una idea que jamás fue cuestionada. El hecho se aceptó siempre, y los dibujos en perspectiva de hechos, diagramas o experimentos físicos estaban siempre de acuerdo con aquella teoría. Sólo cuando se la abandonase pregunta uno cómo es que se pudo creer jamás semejante cosa. ¿Cómo se llegó a una idea así? ¿Por qué estábamos tan atrapados por ella que jamás nadie dudó, ni siquiera cuestionó, aquella afirmación? Se la aceptaba como un hecho evidente, pero ¿qué base tenía?
Johannes Kepler, uno de los padres de la física moderna o clásica, decía que naturalmente el espacio debía tener tres dimensiones, ¡porque eran tres las personas de la Trinidad! De modo que nuestra propensión a creer en la tridimensionalidad del espacio es un brote más reciente de la idea trinitaria cristiana. Además, hasta ahora la mentalidad científica europea ha estado poseída por la idea de la causalidad, aceptada también sin cuestionarla: todo era causal, y la actitud científica consistía en afirmar que las investigaciones debían hacerse teniendo presente esta premisa, porque para todo debía haber una causa racional. Si algo parecía irracional, se creía que su causa era aún desconocida. ¿Por qué estábamos tan dominados por aquella idea? Uno de los grandes padres de las ciencias naturales, y gran protagonista del carácter absoluto de la idea de causalidad, fue Descartes, el filósofo francés cuya creencia se basaba en la inmutabilidad de Dios.
La doctrina de la inmutabilidad de Dios es uno de los dogmas del cristianismo: la Divinidad no cambia, en Dios no debe haber contradicciones internas ni ideas o concepciones nuevas. ¡Ésa es la base de la idea de causalidad! De la época de Descartes en adelante, esto les parecía a todos los físicos tan evidente que nadie lo cuestionó. La ciencia no tenía otra misión que investigar las causas, y todavía lo seguimos creyendo. Si algo se cae, hay que encontrar el por qué: lo debe de haber derribado el viento o algo así, y estoy segura de que sino se descubre ninguna razón, la mitad de ustedes dirán que todavía no sabemos la causa, ¡pero claro que tiene que haber una! Nuestros prejuicios arquetípicos son tan fuertes que no es posible defenderse de ellos: nos atrapan, sin más ni más.
El profesor Wolfgang Pauli, físico [y premio Nobel], demostraba con frecuencia hasta qué punto las ciencias físicas modernas están en cierta medida arraigadas en las ideas arquetípicas. Por ejemplo, la idea de causalidad tal como la formuló Descartes es responsable de enormes progresos en la investigación de la luz y de los fenómenos biológicos, pero aquello mismo que promueve el conocimiento se convierte en su prisión. Generalmente, los grandes descubrimientos en las ciencias naturales se deben a la aparición de un paradigma arquetípico mediante el cual se puede describir la realidad; esta aparición suele preceder a los grandes avances, porque ahora hay un modelo nuevo que permite una explicación mucho más completa de lo que hasta el momento era posible. La ciencia ha progresado, pues, pero todavía cualquier modelo se sigue convirtiendo en una jaula, porque si uno tropieza con fenómenos difíciles de explicar, en vez de adaptarse y decir que no se corresponden con el modelo y que es menester hallar otra hipótesis, se adhiere con una especie de convicción emocional alas que ya tiene, y no puede ser objetivo.
¿Por qué no habría de haber más de tres dimensiones, por qué no lo investigamos a ver dónde nos conduce? Pero eso era algo que la gente no podía hacer. Recuerdo un ejemplo muy bueno que dio uno de los discípulos de Pauli. Ustedes saben que la teoría del éter desempeñó un importante papel en los siglos XVII y XVIII. Esta teoría afirmaba que en el cosmos había una especie de pneuma, semejante al aire, en el cual existía la luz, etcétera. Un día, cuando en un congreso un físico demostró que la teoría del éter era del todo innecesaria, se puso de pie un anciano de barba blanca, que con voz temblorosa declaró: «Si el éter no existe, ¡entonces todo desaparece!». Inconscientemente, aquel anciano había proyectado en el éter su idea de Dios. El éter era su dios, y si no lo tenía no le quedaba nada. Aquel hombre tenía la ingenuidad suficiente para hablar de sus ideas, pero todos los científicos de la naturaleza tienen modelos últimos de la realidad, en los que creen como en el Espíritu Santo. Como es cuestión de creencia y no de ciencia, es algo que no puede ser sometido a discusión, y la gente se irrita y se pone fanática si se les presenta un hecho que no se adecua al marco referencial. Son capaces de decir que todo el experimento es falso y que se deben presentar fotografías, y es prácticamente imposible conseguir que acepten el hecho.
Conocí a un físico cuyos sueños apuntaban a un descubrimiento nuevo, todavía por hacer, y al que él mismo no había llegado aún, pero que estaba en el aire, por así decirlo. A partir de los sueños llegamos a la conclusión de que debía abandonar su creencia en una relación simétrica entre los fenómenos materiales. ¡El físico dijo que una idea así lo volvería loco! Pero unos tres meses después, se publicaron resultados experimentales que demostraban con exactitud que lo que él había soñado era correcto, y que tendría que renunciar a sus antiguas ideas sobre el orden cósmico. Es decir que el arquetipo es el promotor de ideas, y es también el causante de las restricciones emocionales que impiden que se renuncie a teorías anteriores.
En realidad, no es más que un detalle o aspecto específico de lo que sucede continuamente en la vida, porque no podríamos reconocer nada sin proyección, pero ésta es también el principal obstáculo que se opone a que alcancemos la verdad. Si uno se encuentra con una desconocida, no es posible establecer contacto sin proyectar algo; uno debe plantearse una hipótesis, cosa que por cierto se hace en forma totalmente inconsciente: la mujer es mayor, y probablemente una especie de figura materna, es un ser humano normal, etcétera. A partir de esas suposiciones se establece el puente. Cuando uno conozca mejor a la persona, habrá que descartar muchas de las primeras suposiciones y admitir que nuestras conclusiones eran incorrectas. A menos que esto se haga, el contacto se trabará. Al principio uno tiene que proyectar, o si no no hay contacto, pero después hay que ser capaz de corregir la proyección, y lo mismo vale no sólo para los seres humanos, sino para todo lo demás. Es necesario que el aparato de proyección funcione en nosotros, porque sin el factor de proyección inconsciente ni siquiera se puede ver nada. Por eso, de acuerdo con la filosofía india, la totalidad de la realidad es una proyección, y hablando subjetivamente lo es. Para nosotros, la realidad existe solamente cuando hacemos proyecciones sobre ella.
Pregunta: ¿Es posible relacionarse sin proyección?
M. L. von Franz: No lo creo. Filosóficamente hablando, no es posible relacionarse sin proyección, pero hay un status del sentimiento subjetivo en virtud del cual uno a veces siente que su proyección «calza» y no hay necesidad de cambiarla, y otro status en el que se siente incómodo y piensa que habría que corregir la situación. Pero ninguna proyección se corrige nunca sin esa sensación de incomodidad.
Supongamos que llevamos dentro un mentiroso inconsciente y nos encontramos con alguien que miente mucho. La única forma de reconocer al mentiroso en el otro es serlo nosotros mismos, porque de otra manera no nos daríamos cuenta de que él miente. Sólo es posible reconocer una cualidad en otra persona si uno tiene la misma cualidad y conoce la sensación que se experimenta al mentir, y por eso uno reconoce la misma cosa en otra persona. Como el otro es realmente un mentiroso, hemos hecho una evaluación acertada; ¿por qué, pues, habríamos de decir que es una proyección que debe ser retirada? Constituye una base para la relación, porque uno piensa para sus adentros: si X es un mentiroso, no debo creer del todo nada que él me diga, sino cuestionarlo. Es algo muy razonable, bien adaptado y correcto. Sería un grave error pensar que no es más que una proyección de uno, y que deberíamos dar crédito a la otra persona; hacerlo así sería una tontería. Pero si se lo encara filosóficamente, ¿es una proyección o el enunciado de un hecho? Filosóficamente no se puede llegar a una conclusión, sólo se puede decir que subjetivamente parece correcto.
Por eso Jung dice —y éste es un punto delicado, que rara vez se entiende cuando la gente piensa en la proyección— que sólo podemos hablar de proyección, en el sentido propio de la palabra, cuando ya existe cierta incomodidad, cuando la identidad del que siente está perturbada; es decir, cuando tengo una sensación de inquietud respecto de si lo que he dicho de X es o no es verdad. Mientras eso no ha sucedido en forma autónoma dentro de mí, no hay proyección. La misma idea se aplica a las ciencias naturales. Por ejemplo, la teoría de que la materia consiste en partículas se basa en la proyección de una imagen arquetípica, porque una partícula es una imagen arquetípica. La energía también es una imagen arquetípica, un concepto intuitivo con un trasfondo arquetípico. No es posible investigar la materia sin hipótesis como éstas, es decir, que hay algo que es la energía, algo que es la materia y algo que son las partículas. Pero puedo encontrarme con fenómenos que me dan una sensación de inquietud. Por ejemplo, hay fenómenos en los que no puedo hablar de que este electrón, o este mesón, esté en un momento dado en un lugar definido, aunque, si existe algo a lo que quepa llamar partícula, debe estar en cierto lugar en un momento dado, porque esto parece, de hecho, arquetípicamente evidente. Pero ahora los experimentos modernos demuestran que esta teoría es insostenible, que no se puede determinar dónde están ciertos electrones en un momento dado, de manera que nos vemos confrontados con un hecho que pone en cuestión la totalidad de nuestra idea de lo que es una partícula. Ahora estamos incómodos, y podríamos reconocer que al hablar de partículas, en parte, proyectamos, y que es una proyección lo que estorba nuestra percepción de la realidad. Pero antes de que surja la inquietud —debida al hecho de que nuestra proyección no cuadra, de que en ciertos experimentos la partícula no se conduce como uno esperaría—, no dudaríamos de nuestro concepto.
Así pues en la ciencia natural, lo mismo que en los contactos interpersonales, se da el mismo problema dela proyección; hasta las formas más científicas, más modernas y más exactas de las ciencias naturales de hoy se basan, todas, en proyecciones. En la ciencia, el progreso es el reemplazo de una proyección primitiva por otra más precisa, de modo que se puede decir quela ciencia se ocupa de la proyección de modelos de la realidad a los cuales los fenómenos puedan adecuarse más o menos bien. Si los fenómenos parecen coincidir con mi modelo, perfecto, pero si no, tengo que revisar mi modelo. Cómo se liga todo esto es un gran problema. Ya saben ustedes que entre Max Planck y Einstein hubo una famosa discusión, en la que Einstein sostenía que, en el papel, la mente humana era capaz de inventar modelos matemáticos de la realidad. Al decirlo generalizaba su propia experiencia, porque eso es lo que él hacía. Einstein concebía sus teorías en forma más o menos completa sobre el papel, y después la evolución experimental de la física demostraba que sus modelos explicaban muy bien los fenómenos. Por eso Einstein dice que el hecho de que un modelo construido por la mente humana en una situación de introversión concuerde con los hechos externos es un milagro y debe ser tomado como tal. Planck no está de acuerdo; él piensa que concebimos un modelo que verificamos mediante experimentos, tras lo cual revisamos el modelo, de modo que hay una especie de fricción dialéctica entre el experimento y el modelo, por obra de la cual llegamos lentamente a un hecho explicativo compuesto por ambos. ¡Platón Aristóteles en una forma nueva! Pero ambos se han olvidado de algo: del inconsciente. Sabemos algo más que aquellos dos hombres; a saber, que cuando Einstein hace un nuevo modelo de la realidad cuenta con la ayuda de su inconsciente, sin el cual no habría llegado a sus teorías. Pero, ¿qué papel desempeña el inconsciente? Parecería que produce modelos a los cuales se puede llegar directamente desde adentro, sin mirar a los hechos externos, y que después dan la impresión de coincidir con la realidad externa. ¿Se trata de un milagro o no? Hay dos explicaciones posibles: o bien el inconsciente tiene conocimiento de otras realidades, o lo que llamamos el inconsciente es parte de la misma cosa que la realidad externa, porque no sabemos de qué manera se vincula el inconsciente con la materia.
Si una idea maravillosa, tal como la forma de explicar la gravitación, surge de dentro de mí, ¿puedo decir que el inconsciente inmaterial me está dando una idea maravillosa sobre la realidad material, o debo decir que el inconsciente me da una idea tan maravillosa de la realidad externa porque él mismo está vinculado con la materia, es un fenómeno de la materia, y la materia conoce también ala materia? Aquí llegamos a un callejón sin salida respecto de la forma de proseguir, y tenemos que dejar la cuestión abierta y decir que la gran incógnita es que no sabemos cómo seguir. Podemos formular dos hipótesis. El doctor Jung se inclina a pensar —aunque nunca ha formulado su pensamiento, o sólo lo ha hecho hipotéticamente, porque no podemos hacer más que hipótesis o conjeturas— que es probable que el inconsciente tenga un aspecto material, y que sería por eso que sabe cosas sobre la materia, porque —por así decirlo— es materia que se conoce a sí misma. Si así fuera, habría entonces un fenómeno de conciencia, oscuro o tenue, incluso en la materia inorgánica.
Aquí entramos en contacto con grandes misterios, pero hablo de ellos porque es demasiado mezquino decir que el viejo alquimista, es decir, el científico natural de la antigüedad medieval, proyectaba en la materia imágenes inconscientes, y que actualmente nosotros lo tenemos todo muy claro y sabemos lo que es el inconsciente, pero que aquella pobre gente no los distinguía, ¡lo que explica que fueran tan atrasados y que fantasearan de una manera tan poco científica! El problema psique materia todavía no está resuelto, y precisamente por eso no está resuelto todavía el enigma básico de la alquimia. Tampoco nosotros hemos hallado respuesta a la cuestión que ellos se planteaban. Podemos tener proyecciones referentes a muchas cosas, tal como ellos las tenían de la materia, pero preferimos calificar a aquéllas de proyecciones ingenuas del inconsciente, porque nosotros ya hemos dejado atrás esos modelos. Aún podemos reconocerlos como fenómenos del inconsciente, o como materia de sueños, pero ya no les reconocemos carácter científico. Por ejemplo, si alguien dice que el plomo contiene un demonio, podemos decir que proyecta sobre el plomo la sombra y las cualidades demoníacas del hombre, pero ya no podemos pretender que el plomo contiene un demonio porque hemos dejado atrás aquella proyección y llegado a una conclusión diferente respecto de por qué y cómo nos hace daño el plomo. Básicamente, sin embargo, la alquimia sigue siendo para nosotros un problema abierto, y por eso al tocarlo, Jung sintió que estaba tocando algo que lo llevaría más lejos, y que aún no sabía hasta dónde. Creo que también es en parte por eso que la gente tiene tal resistencia a la alquimia, porque nos confronta con algo que todavía no podemos entender. Pero está bien que así sea, porque lo devuelve a uno a sí mismo, y a la modesta actitud de tener que describir los fenómenos de acuerdo con nuestro conocimiento actual. En la próxima conferencia empezaremos con el primer texto griego. 
________________ 
Texto de Conferencia Primera de Marie-Louise von Franz, hecha en el Instituto C G Jung de Zurich.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario