viernes, 20 de abril de 2012

Alquimia griega II



ML von Franz
LA ALQUIMIA GRIEGA
La última vez analizamos el posible significado de que el ángel Amnaël entregue a la diosa Isis el secreto de la alquimia. Usamos ampliaciones de antiguas leyendas que efectivamente dicen que fueron los ángeles o los gigantes quienes enseñaron a los seres humanos todo el conocimiento científico natural, desde las matemáticas a la preparación de cosméticos para las mujeres. Mencionamos también el extraño hecho de que es muy frecuente que al término de una civilización patriarcal se produzca una enantiodromia, en virtud de la cual se le entrega el poder a una figura femenina, como por ejemplo cuando hacia el término de la civilización egipcia cobró predominio el culto de Isis, y ésta fue ocupando, cada vez más, el rol de todos los demás dioses. Incluso hay plegarias del período egipcio tardío en las que se invoca a Isis como aquella que es todos los demás dioses en forma femenina. Y, cum grano salis, comparamos esto con el hecho de que ahora, en el seno de la civilización cristiana, por lo menos una parte de ella —la católica, la Virgen María— se ha visto súbitamente elevada a un papel más dominante que el que tenía.
No debemos olvidar que estas deidades madres se relacionan también con el concepto de materia, porque no sólo la palabra como tal está conectada con la palabra «madre», sino que toda la proyección de la materia, y el modelo de idea arquetípica que constituye el trasfondo mental de los científicos de la naturaleza, están tomados del arquetipo de la madre. Platón, por ejemplo, dice que el espacio es como una nodriza para la totalidad del orden cósmico, es decir que considera al espacio como un contenedor femenino, una función nutricia de la madre. Como la idea de la materia está siempre conectada secretamente con el arquetipo de la madre, si el Papa desplaza sobre la Virgen María el énfasis puesto en el culto cristiano, consciente o inconsciente esto es un golpe asestado al materialismo comunista. En este sentido es un gesto, y un intento de herirlo en su aspecto materialista poniendo el énfasis en una forma diferente de materia. El interés por la materia, por lo tanto, se deriva del resurgimiento de este arquetipo.
Cuando los jóvenes científicos naturales escogen su profesión, es frecuente que se les aparezca en sueños la Madre Naturaleza, en la forma de una anciana u otra figura semejante que les enseña el camino. He visto varios sueños así en casos de jóvenes que no estaban seguros de si estudiar ciencias naturales, por ejemplo medicina, o alguna otra cosa. Se puede así realmente demostrar a partir del material de la gente moderna que el impulso a interesarse en el aspecto material de la naturaleza externa brota muy frecuentemente de la configuración de este arquetipo, que es el dinamismo que hay por detrás de la ciencia natural. Si el relato bíblico evalúa el hecho de impartir el conocimiento al hombre como una catástrofe, o como algo desdichado, esto se puede comparar ciertamente con el hecho de que la ciencia natural, incluso las matemáticas, ha tendido desde el comienzo mismo a poseer a la gente de manera autónoma, a apoderarse de su interés de manera totalizadora, en una medida tal como para darles un impulso demoníaco, que altera no sólo su equilibrio personal, sino también, hasta cierto punto, el equilibrio de la civilización. Este impulso excesivo de la ciencia natural y de su aspecto destructivo es, desde la visión actual, una trivialidad tal que no necesito extenderme sobre ella, pero que brota del hecho de que un único arquetipo está, por así decirlo, saliéndose del orden general de los instintos. Por consiguiente se puede decir que el mito del origen de la ciencia natural es, en parte, el mito de una disociación de los instintos; el homo faber ya está disociado, o está peligrosamente alienado de sus raíces instintivas naturales. Tal es lo que dice el mito bíblico, en tanto que este mito de Isis, por el contrario, se regocija ante el mismo acontecimiento de un progreso enorme. Si hay dos mitos, uno de los cuales es más o menos el opuesto del otro, o la misma cosa evaluada de diferente manera, la única conclusión posible es que en el ser humano, e incluso en su conciencia, hay una incertidumbre básica; el problema es real, no inventado, y tenemos que considerarlo desde los dos ángulos. El ángel lleva en la cabeza una vasija que no está calafateada con brea y contiene agua brillante. Esta agua, absolutamente transparente o limpia, dice el texto griego, es en la alquimia el símbolo par excellence de la misteriosa materia básica. La idea del agua eterna es, como ya saben ustedes por las innumerables amplificaciones de Jung, y por asociaciones con otros textos, uno de los supremos símbolos alquímicos. Es el agua divina, que naturalmente no es HO, sino que en realidad es un símbolo de la materia más básica del mundo, la prima materia.
Así, en esta imagen se nos dice que el ángel porta el misterio del material básico —del cosmos, diríamos nosotros—, y es exactamente en esto en lo que pensaban aquellos alquimistas, como los físicos de hoy: en que posiblemente todos los fenómenos materiales se remontaban a un único material básico, cuya búsqueda era para ellos el gran fascino sum, porque va acompañada del sentimiento de que si se pudiera descubrir este material básico, uno podría, en cierto modo, tener un atisbo de la trama divina del cosmos. Isis insiste en conseguir el secreto, tras lo cual el texto sigue con el juramento por el cual se conjura a Horus a no revelarlo. Esto concuerda con el estilo de los misterios y las iniciaciones religiosas tardías, en general. En el mundo helenístico es un énfasis que muestra que ahora el gran secreto ha sido impartido y por lo tanto Horus, el hijo de Isis, tiene que darse cuenta de que es sólo para él y para nadie más, y de que no debe hablar jamás del asunto. En este antiquísimo texto tenemos algo que volveremos a encontrar una y otra vez a lo largo de la historia de la alquimia, a saber, el motivo del gran secreto que no se puede decir en términos meramente científicos ni puede ser impartido de un individuo a otro.
En la historia de la alquimia y de la química esto se ha considerado siempre como una treta para hacer que todo el asunto pareciera importante y misterioso, y para velar secretos. Naturalmente que en esto hay cierta verdad, porque como ustedes saben, en aquella época la alquimia era también química y, por ende, conocimiento de cómo hacer aleaciones y cosas semejantes, era un secreto comercial por la trivialísima razón financiera de mantener controlado el negocio. En nuestras industrias modernas sucede lo mismo; incluso hay montados sistemas de espionaje de los secretos de la fabricación industrial y de la metalurgia, porque ese conocimiento, lo mismo que en tiempos antiguos, significa poder y dinero. Por ejemplo, si entonces uno podía hacer una aleación que pareciese oro, gracias a la indiferencia de los controles policiales de la época podría haber acuñado dinero falso y adquirido rápidamente una fortuna, de modo que era lógico que el secreto sólo fuera revelado a los mejores amigos. Pero este aspecto trivial no explica la totalidad del fenómeno. Consideremos lo que sucede en una situación analítica. Quizá todos ustedes hayan tenido la vivencia de que ciertas cosas sólo se le pueden decir o explicar a una sola persona, o sólo se pueden hacer con ella, y por lo general, si un análisis alcanza la profundidad suficiente, llega un momento en que analista y analizando comparten el secreto que ambos saben que no se podría compartir con nadie más y que, por lo tanto, establece una relación peculiar y única.
La gente del medio circundante tiene de esto exactamente la misma vivencia que se tenía en relación con la alquimia, es decir que tiene que haber algo sucio relacionado con todo aquello, porque de otra manera se podría hablar de ello sin reservas. Pero es totalmente imposible decir y hacer ciertas cosas a no ser con una sola persona; tal es la unicidad y exclusividad de toda auténtica relación humana, y de todo encuentro auténtico con el inconsciente. Por eso es tan difícil, y en cierto sentido engañoso, usar el material para informes de casos, porque aparecen ciertas cosas que es imposible decir, no por razones de discreción ni porque tengan que ver con la sexualidad o se refieran a un matrimonio o a un divorcio; ni tampoco porque se relacionen con finanzas o con algún tipo de indiscreción vergonzosa —como siempre tiende a pensar la gente—, sino porque la cosa es inefable.
A veces la relación o el análisis se da en palabras dichas a medias que la otra persona entiende de una manera específica, pero que uno no puede repetir cuando habla del caso. Se pueden contar los sueños, y repetir lo que uno le dijo al analizando sobre su significado, pero uno sabe perfectamente bien que no está contando más que la mitad de la historia. También hay cosas que no se pueden decir porque suceden sin que uno lo sepa. Alguien puede decir después: «No recuerdo lo que usted dijo en aquel momento, pero se rió de cierta manera y a mí eso me sugirió algo». Eso puede suceder sin que ninguna de las dos partes lo note en el momento, y esos efectos no se pueden evitar ni se puede hablar de ellos, aunque en realidad puedan formar la base del proceso analítico y terapéutico. Está también la simpatía entre dos personas, la sympathia, que significa que sufren juntas, que las dos se impresionan juntas, y esta condición de un «estar  juntos» que proviene de participar en la misma experiencia no se puede explicar. . . no porque uno quiera hacer de ella un secreto, sino porque es inexplicable, irracional y muy compleja. De modo que se puede decir que en todo proceso de análisis hay un secreto, y por lo general uno no puede hablar de él. Es decir que si uno publica un caso, lo publica sólo en parte; es una cosa peculiar y única, y aunque la gente suele irse a casa pensando que ahora ya saben cómo funciona el proceso de individuación, están completamente despistados, porque se puede garantizar que el proceso de individuación de ellos funcionaría de manera muy diferente.
Per definitionem es una individuación, y eso quiere decir algo único. Por consiguiente, incluso referir un caso único desorienta, porque involuntariamente la gente generaliza a partir de él, pensando que ahora entienden cómo se lleva la terapia, pero ya están regando fuera del tiesto. Hay un verdadero secreto, porque tan pronto como se toca la peculiaridad del proceso, o del individuo, ya no se puede hablar más de ello. Muchas veces, cuando me piden que hable de material clínico, al recorrer mis casos pienso que estaría mal presentar cualquiera de ellos. Lo habitual es que no se puede hablar más quede los casos leves, o de los que van mal —y eso es humillante para nuestra vanidad—, pero por lo menos de un caso así se puede hablar.
Comentario: ¿No estará Isis refiriéndose a algo así cuando dice: «Tú eres yo y yo soy tú», después de lo cual ya no hay nada más que decir?
M. L. von Franz: Sí, exactamente, a eso apuntaba. En eso está el «yo soy tú y tú eres yo», y ése es el elemento que no se puede decir. Es la unión mística, lo que sucede en el fondo de aquello que tratamos de rechazar llamándolo «transferencia», con lo cual lo convertimos en algo técnico. Pero es un verdadero misterio, una experiencia mística, que por lo tanto nunca se puede impartir a otra persona ni compartir con nadie más. Isis jura primero en nombre de Hermes, que es probablemente la traducción griega de Thoth, el dios lunar y el dios mono; después en nombre de Anubis, que no ha sido traducido y por lo tanto es reconocible en su forma egipcia, y también en nombre de Kerkoros; el aullido de Kerkoros se refiere al aullido del can Cerbero. En el texto paralelo, el nombre es Kerk ouroboros. Ouroboros es la serpiente que se come la cola, de manera que debe referirse a un demonio en forma de perro que ha sido confundido con esta serpiente y al que aquí se describe como la serpiente y el guardián del submundo. O sea que es una mezcla de la figura de Kerberos —de ahí el «Ker» en la primera sílaba— con ciertas figuras guardianas del submundo egipcio, entre las cuales encontramos con mucha frecuencia la serpiente que se muerde la cola.
Les leeré ahora el texto que habla de la serpiente Ouroboros, tal como se la describe en ciertas tumbas egipcias. En la tumba de Seti I, por ejemplo, hay un dibujo de una casa con dos esfinges afuera, que es una especie de representación esquemática del submundo, donde tiene lugar la resurrección del dios solar. Antes de su resurrección, el dios sol aparece representado como un hombre ictifálico tendido de espaldas con el falo erecto, y alrededor de él está la serpiente que se come la cola. La inscripción dice simplemente: «Éste es el cadáver». Ya ven, por lo tanto, que en el submundo, cuando el dios sol ha llegado al momento en que muerte y resurrección se encuentran, cuando está en su tumba en la profundidad del mundo subterráneo, se lo representa rodeado por esta serpiente. De acuerdo con el texto egipcio, se considera que la serpiente que se come la cola es la guardiana del submundo, y probablemente sea ésta la serpiente que aquí se invoca. «Te conjuro también en nombre del barquero Acheron», sigue diciendo el texto, y más adelante: «Ve a ver al campesino Acharontos, y él te dirá todo el secreto». Naturalmente, en lo primero que uno piensa es en el Acheron, el río subterráneo del infierno griego, pero, como evidentemente la traducción representa ideas e imágenes egipcias, tenemos que ver qué deidad o figura del submundo podría haber dado origen a un nombre así. En relación con ello he encontrado algunas referencias muy interesantes. Hay un dios —o un concepto — egipcio llamado Aker, o a veces Akerou. A este dios se le representa con dos leones sentados lomo contra lomo, a veces con el disco del sol sostenido entre ambos lomos. A la imagen se la llama Rwti, o el doble león, y así se representa al dios, o a la palabra Aker. Se lo muestra como el doble león, o el doble perro, o como Ayer y Mañana, porque en la mitología egipcia esta imagen total representa el momento de la resurrección del dios solar. Ayer murió, mañana volverá a estar vivo. La medianoche, cuando el sol está en su punto más bajo y comienza otra vez a levantarse, es el momento crítico de la muerte a la vida, del ayer al día siguiente. Este momento, el más bajo de la enantiodromia y de la resurrección, es Aker, porque «Aker» significa «aquel momento». En estas lenguas muertas y en las antiguas lenguas primitivas, Aker no sólo significa el momento, sino también el lugar y la situación, la situación de muerte y resurrección, de ayer y mañana, de la resurrección y regeneración del dios solar. A veces no se representa a Aker como este punto, el más profundo del submundo, sino como la puerta hacia el Más Allá, de la cual son guardianes los dobles leones, de modo que hay una adición y mezcla de dos ideas; es la entrada al Más Allá, el limen o el punto más profundo del propio submundo. En las tumbas de Tutmosis III y de Amenofis II se encuentra la misma escena que en la tumba de Seti I. Les leeré ahora algunas de las invocaciones.
En el Libro de las Cavernas, uno de los libros de los muertos en sus múltiples variaciones egipcias, el dios solar dice cuando está en el submundo: «Oh, Aker, he seguido tu camino, tú cuyas formas son misteriosas, abre los brazos delante de mí. Aquí estoy, aquellos que están dentro de ti me llaman». Cuando dice: «aquellos que están dentro de ti me llaman», Aker es simplemente el submundo entero, el espacio en el submundo, y los que están en el submundo son los espíritus de los muertos y el dios de los muertos, y los espíritus llaman al dios solar cuando éste se hunde en el submundo. El texto continúa: «He visto tus misterios, mi disco solar y Geb, el dios de la tierra, son aquellos a quienes llevo sobre mis espaldas. Chepera está ahora dentro de su envoltura». Chepera es la forma del dios solar cuando resucita, ahora que está en el huevo, en la envoltura, y en un momento más aparecerá sobre el horizonte. «Abre los brazos, recíbeme. Heme aquí, yo he de ahuyentar tu oscuridad. »En la tumba de Ramsés VI, Aker está representado por los dos leones, y debajo de ellos se leen las palabras: «Mira qué apariencia tiene este dios. Geb, el dios de la tierra, y Chepera, el escarabajo, observan las imágenes que hay dentro de él». Así pues, Aker es un espacio que contiene los muertos, o las imágenes de todo lo que existe. No es solamente el doble león, o la puerta hacia el Más Allá, sino ese espacio misterioso en el submundo donde están los muertos y las imágenes. Ellos vigila y los tiene en sus brazos. Este gran dios se queda abajo, en el submundo, y habla con la gran imagen que transporta su cuerpo. Aker es la gran imagen que carga con el cadáver o cuerpo del dios solar, como se lo puede entender por el dibujo. El dios solar vierte luz sobre todo lo que descansa en los brazos de Aker, el que produce la reunión de los huesos del dios: reúnelos huesos dispersos del cadáver.
Uno de los grandes motivos del Libro de los Muertos egipcio es que los muertos son desmembrados, como desmembrado fue Osiris, y por lo tanto se los ha de reconstruir antes de que puedan resucitar; se los debe volver a armarlos para que puedan levantarse y salir del submundo. Aker es el agente que recolecta los huesos y los miembros del dios. Otra representación que se encontró en la tumba de Ramsés VI es la del doble león de pie entre las aguas primordiales. Debajo de la inscripción se lee «Aker» y después hay una elipse, que en este contexto simboliza el submundo, o el mundo de los muertos; y la inscripción dice que Aker y Shu, el dios del aire, son los dos creadores del mundo. Así ven ustedes que Aker no sólo es el agente en la resurrección del dios solar y del submundo todo, sino también uno de los agentes de la creación del mundo. A veces los dobles leones son reemplazados, como ya les dije, por dos animales que parecen perros, los chacales de Anubis, y entonces la inscripción que llevan debajo dice: «Éstos son los que abren el camino, los agentes de la resurrección». Creo, por consiguiente, que no sería demasiado rebuscado conjeturar que Acharon, o Acharontos, alude a este dios egipcio, porque, como ustedes saben, el contenido principal del gran secreto que Isis imparte a Horus es que un león genera un león, la cebada genera cebada, el trigo genera trigo y así sucesivamente; por lo tanto un hombre sólo se genera de la misma manera y, se dice también especialmente, un perro genera un perro. Entonces, lo que al principio parece un enunciado natural muy trivial, es decir, el secreto de la generación sexual, y de los gérmenes, y de la generación de las plantas, se revela como algo que en la antigüedad tardía de Grecia y Egipto tenía una trama de asociaciones completamente diferente. Todas estas imágenes estaban conectadas o asociadas con la idea de la resurrección de los muertos, de la recreación del dios solar y de la recreación del mundo; ésa es una alusión secreta que hay en el texto. Como ustedes saben, con frecuencia se ha representado la resurrección de Osiris mediante el símil —aunque es más que un símil— de la resurrección del cereal. En la antigüedad tardía —por ejemplo, en muchos pueblos egipcios— se celebraban rituales durante los cuales se cortaba y se ahuecaba un tronco de pino, que representaba el cuerpo de Isis, o el ataúd; como ustedes saben, el ataúd es la diosa madre. En él se ponía trigo o cebada, se lo regaba y el grano, puesto al sol, brotaba y representaba así un ritual de resurrección y de primavera. En el museo de El Cairo se puede ver aún esta momia de trigo. En una especie de caja plana llena de arena se sembraba cereal en la forma de la momia de Osiris, se lo rociaba con agua, brotaba y después se marchitaba. A aquellas cajas se las llamaba los jardines de Osiris, y representaban la resurrección de los muertos. El proceso se repetía en todos los funerales clásicos egipcios: se ponía trigo dentro de las bandas de la momia y se lo regaba con agua; cuando el trigo empezaba a brotar, era señal de que el muerto había resucitado. En esta forma, típicamente primitiva y mágica, todos estos rituales se cumplían en forma completamente literal sobre la momia. Es decir que en la mente del pueblo, el proceso de la muerte del cereal en la tierra y de su resurrección como trigo o cebada se relacionaba estrechamente con la idea de la resurrección, primero del dios Osiris, y más adelante de todos los seres humanos. Ahora bien, ¿qué tiene que ver todo esto con la alquimia? Está claro que parece referirse a ciertos antiguos misterios tardíos de los muertos en el Egipto de la época helenística, y podemos reconocer la conexión con el famoso misterio arquetípico de la muerte y resurrección del joven dios de la primavera. Pero, ¿por qué aparece esto como la explicación esencial de todo el misterio alquímico? Y sobre todo, ¿por qué, en el texto que les leí la última vez, después de esta explicación aparecen unas recetas tan absolutamente triviales?
Creo que para entender en qué estaba pensando aquella gente se ha de empezar ante todo por ser sumamente ingenuo y seguir los pasos de un pensamiento ingenuo. Supongamos que ustedes piensan en su propia resurrección, si es que la esperan, aunque quizá no puedan creer en ella. Naturalmente, lo primero que se les ocurre es el cadáver y qué pasa con él. Se lo comen los gusanos, o en el crematorio lo reducen a cenizas. Si somos ingenuos y sinceros, no podemos apartar la mente de la visión inmediata de lo que queda de nosotros después de la muerte, y por lo tanto en todas las civilizaciones humanas al cadáver se lo trata con gran cuidado y con toda clase de rituales, porque representa un misterio. La forma del ser humano que vivió sigue allí, pero algo falta, o ha cambiado. El sentimiento ingenuo sigue tomando a eso que está allí por nuestro padre, o nuestro amigo, o quien fuere… y si no, ¿qué es? Si uno espera la resurrección, si piensa que tal cosa existe, entonces al cuerpo que se ha desintegrado se lo ha devolver a armar de alguna manera. Si seguimos ingenuamente esa idea, pensaremos que, si conociéramos la materia básica de la cual está hecho en su totalidad el complejo fenómeno del cuerpo, entonces se lo podría rehacer. ¡No se imaginen que estoy predicándoles esto como una verdad! Lo único que quiero es mostrarles que sería una idea susceptible de ocurrírsele a una mente ingenua, y con frecuencia, al tratar de hablar con diversas gentes del problema de la resurrección, he visto que efectivamente piensan en esta línea. Hablan del cuerpo glorificado… pero podría haber una materia o sustancia básica. No sabemos lo que es la materia, de modo que a partir de esa base, de lo que nosotros no sabemos y es el secreto del propio Dios, ¿por qué El no habría de rehacer el cuerpo íntegro? Se trata de una creencia común entre muchos cristianos que no lo han pensado muy profundamente pero que, en un esfuerzo por entender, tienen una idea general de la resurrección del cuerpo, y creo que detrás de estos textos había pensamientos de ingenuidad similar. Es decir que el problema de la resurrección se vincula con el problema de lo que es la materia y con la idea de que, si la materia tiene una forma básica, puede ser transformada. Ahora bien, si hay una materia básica que se puede transformar en alguna otra cosa, entonces esa materia básica es inmortal y no se la puede disolver jamás. Ésa es incluso la idea del átomo —aquello que ya no se puede escindir más—, es decir, la partícula o el material más básico, que es lo que significa la palabra. Significa también el individuo, la última unidad. No se lo puede escindir ni desintegrar, y por consiguiente es inmortal, de modo de aquí tocamos una cosa eterna, y si llegamos al fondo de eso, entonces tendremos el secreto de la resurrección y de la inmortalidad, y de cómo hizo Dios el mundo. Ésa era la línea de pensamiento y la reflexión subyacentes en las ideas contenidas en este texto, lo que explica que se haya investigado la composición básica de la materia cósmica. El hecho de que para aquellas gentes el problema de la resurrección de los muertos estuviera ligado con ideas así demuestra que la esperanza de inmortalidad, todo el tremendo impulso emocional que siente el hombre en su nostalgia de inmortalidad, se canalizó en aquella época en la alquimia, lo que explica cómo llegó a proyectarse en este problema la imaginería del proceso de individuación.
Hasta ahora no he hecho más que reforzar y ampliar lo que antecede con algunos textos egipcios, pero después voy a leerles un texto completamente diferente, del siglo V, por el cual verán que pensamientos como éstos existían realmente. Hasta el momento apenas si se ha aludido a ellos, de manera que tenemos que reconstruirlos a partir de otros textos. Después de la referencia al enunciado según el cual un león genera un león y un perro un perro, el texto continúa: «Tras haber tenido la suerte de participar en el poder divino, podemos proceder ahora a la preparación de otras cosas. Tómese por lo tanto mercurio… », y así sigue. Después, el texto continúa con las recetas, que yo no puedo interpretar porque, simplemente, no sé qué significan. Algunas, como la de la orina de un niño todavía no corrompido, se pueden ampliar, porque sabemos que ésta desempeñaba un papel en la magia de la antigüedad tardía. No sabemos a qué otras sustancias se refiere, y los historiadores de la química hacen conjeturas, sin ponerse de acuerdo, sobre su probable significado, que en su mayor parte no se ha podido establecer en forma definida. Sólo sabemos que son mezclas de metales y otras sustancias, que se usan principalmente para preparar aleaciones, y que había ciertos procedimientos de fusión o de corrosión lenta en los que se aplicaban ácidos. Mientras sigue dando este tipo de recetas, Isis expresa: «Ahora, hijo mío, ya conoces el misterio que es el elixir de la viuda». Esta expresión demuestra que algunas recetas se refieren más bien a elixires curativos, o a algunas poderosas medicinas —en el sentido africano de la palabra— que a la producción de ningún tipo de metal. ¿Cómo se relaciona todo esto para un pensamiento ingenuo? De niña tuve una experiencia que quizá pueda aclararlo. Cuando tenía unos diez años, con frecuencia no podía ir a la escuela más que de mañana, por enfermedad. Por la tarde, cuando mi hermana estaba en la escuela, yo estaba sola y muy aburrida, sin nadie con quien jugar. Entonces, en el fondo del gallinero, establecí lo que llamaba mi laboratorio. Una vez había leído que el ámbar se formaba cuando en el agua de mar caía resina, que se solidificaba después de muchos años. Por eso pensé en hacer ámbar. El ámbar, en mi fantasía, no tardó en convertirse en una perla amarilla, y pensé que haría una perla de ámbar, redonda y amarilla. Trepando y cayéndome una y otra vez de pinos y abetos, recogí una cantidad de resma, pero después pensé que tenía que producir agua de mar. Por el diccionario me enteré de qué estaba hecha el agua de mar, saqué del cuarto de baño sal y yodo y mezclé, tan completamente como puede uno hacerlo a esa edad, algo a lo que yo llamaba agua de mar. Después se me ocurrió que al ámbar había que purificarlo para que se pudiera producir la perla amarilla, y empecé a fundirlo y cocinarlo para quitarle las hormigas muertas y cosas así que había en él, y mientras lo hacía y observaba cómo el ámbar se calentaba y se derretía empecé, en mi soledad, a sentir pena por él y a pensar que se estaba quemando y que debía apaciguarlo. Entonces comencé a hablar con la resina, diciéndole que no debía sentirse desdichada si la quemaba, porque finalmente iba a convertirse en una maravillosa perla amarilla, y por eso ahora debía soportar que la torturase con el fuego. De esta manera me armé toda una fantasía relacionada con la producción de la perla amarilla, una idea que se había originado muy racionalmente a partir de algo que había leído. Pero en la soledad de la tarea, la cosa llegó a convertirse en un opus alquímico completo, con plegarias por el éxito y todo. Yo le rezaba al ámbar, pidiéndole que no se enfadara conmigo por cocinarlo, y le prometí que lo convertiría en una perla, y así sucesivamente. Eso corresponde a una mentalidad primitiva o infantil, y debemos suponer que aquellas gentes tenían una actitud similar. Hay que recordar que en aquella época era muy peligroso hacer experimentos químicos, porque entonces a uno lo consideraban un médico brujo, con todas las consecuencias que aquello significaba. Uno inspiraba respeto, pero también odio y miedo, y por lo tanto aquéllas eran cosas que había que hacer en secreto y soledad, condiciones que siempre movilizan el inconsciente. Se podría describir esta ocupación de niña, que se prolongó durante más de un año, como un juego o una especie de imaginación activa, realizada con sustancias químicas… y eso, en gran medida, es la alquimia.
La imaginación activa puede ejercitarse con colores; en la actualidad lo hacemos principalmente pintando o escribiendo cuentos, pero también se puede hacer de otra manera: reuniendo y mezclando sustancias. Era lo que hacía aquella gente, y así era como se desviaba un poco de la senda de un mero experimento químico para producir otro en el cual predominaba el material de la fantasía, así como yo empecé racionalmente con la intención de hacer ámbar, y durante el proceso caí en la fantasía de hacer una perla amarilla. En este campo de experimentación se producen, tanto como en otros, acontecimientos sincrónicos, que son vividos como milagros y, naturalmente, confirman estas fantasías. Que esto sigue sucediendo en los modernos laboratorios de química queda probado por lo que oí contar de un científico que intentaba producir  por síntesis química cierta vitamina. Tenía todo calculado y sabía que al fin obtendría el producto, pero parecía que la cosa no quería cristalizar. El momento en que algo cristaliza depende de factores muy irracionales. Es claro que el peso, el calor y la forma de la mezcla desempeñan todos su papel, pero todavía hoy hay factores que no se pueden pasar por alto en la fabricación química, aunque no se sabe de qué dependen. Entonces, contrariamente a todas las expectativas, el condenado mejunje no cristalizaba. El hombre lo vigilaba día y noche, diciendo que tenía que cristalizar, pero aquello seguía estando líquido. El científico se hartó de vigilarlo y encargó a un ayudante que siguiera manteniendo determinada temperatura. Cuando se fue a su casa y se durmió, tuvo un asombroso sueño alquímico en el que una voz le decía: —Si vas ahora, ¡verás que ha cristalizado! Cuando se levantó para telefonear, comprobó que era verdad: ¡había cristalizado! Es decir que el inconsciente de aquel hombre estaba efectivamente conectado con el proceso químico que se producía en la retorta, o informado de él. Pueden ustedes ponerle el rótulo de sincronicidad, pero con eso no han explicado nada. Es un hecho, simplemente. Y demuestra que no sabemos de qué manera está conectado el inconsciente con la materia, sino sólo que lo está, y que tiene un conocimiento de estas cosas; cómo, no sabemos, porque por el momento, en este aspecto, nuestro conocimiento científico ha llegado al cabo de la calle. Al parecer, incluso en los tiempos más modernos, la química sigue teniendo una conexión con el inconsciente de la persona que hace el experimento, incluso hasta el punto de que sucedan cosas como la que les he contado. Aquí volvemos a hacer contacto con un secreto, y esta clase de vivencias, pero con una base más burda y primitiva, era generalmente el respaldo de los experimentos de los alquimistas.
Si resumimos el texto que acabamos de comentar, no desde un punto de vista psicológico, sino desde el histórico, vemos que en la alquimia hay ideas y concepciones religiosas que se remontan al Egipto helenizado, con su adición y mezcla de la religión griega y la egipcia tardía. No puedo leerles todos los textos, pero en otros hay trazas del simbolismo gnóstico y del judío, y de muchas otras religiones de la época. El otro elemento, conectado en el pensamiento pero no en lo que se refiere a los textos, es el de las recetas, sin duda vestigios de las tradiciones secretas del arte, que se originaron con los médicos brujos africanos y se referían a la preparación de filtros de amor, medicinas para asegurar la belleza, aleaciones y cosas semejantes. Todas esas recetas eran los secretos de los artesanos del metal y de los médicos brujos. Es probable que durante la civilización egipcia hayan sido transmitidas por ciertas clases de sacerdotes que, con el permiso del faraón reinante, tenían el monopolio de la manufactura de ciertas aleaciones o medicinas, cuyas recetas debían de conservar en libros secretos que se guardaban en los templos. De la misma manera, en el museo de El Cairo hay actualmente un papiro, hallado en una excavación, que contiene todas las recetas para embalsamar cadáveres. Las instrucciones para este complicadísimo procedimiento están dadas de manera puramente técnica y química. Era el secreto de la clase de los sacerdotes de Anubis, y constituía un conocimiento que sólo se impartía a los sacerdotes iniciados. Esto se remonta probablemente a la más antigua tradición primitiva de los médicos brujos africanos, y todavía se la puede descubrir en África en forma más simple, ya que la actitud psicológica y el secreto en que se apoyan tales procedimientos siguen siendo los mismos.
El texto griego que les presentaré ahora introduce un tercer elemento en estos primeros escritos químicos griegos, a saber, la filosofía griega de la naturaleza. Quizás uno de los mayores acontecimientos históricos de la antigüedad tardía fuese que en la filosofía natural griega, la filosofía presocrática, hubiera hombres que, como Tales, Anaximandro y Anaxímenes de Mileto, Demócrito de Abdera y Heráclito de Efeso, hicieran conjeturas sobre las teorías establecidas sobre la naturaleza y fueran los creadores de términos técnicos tales como tiempo, espacio, átomo, materia y energía. Todos los conceptos básicos de la física moderna se remontan, como ustedes saben, a la filosofía griega, porque los griegos fueron los creadores de estos conceptos en su significado específico, es decir científico natural, aunque no hayan experimentado en gran medida con la materia. Por ejemplo, si Demócrito dice que el átomo tiene diferentes formas —digamos que a modo de pequeñas pirámides con ganchos en los ángulos que les permiten conectarse— ése sería el tipo de modelo materialista de su idea del átomo. Los átomos redondos serían el alma, y hay también átomos de fuego que ruedan por entre los espacios del átomo; ése es el modelo de la realidad de Demócrito. A los griegos jamás se les ocurrió probar o demostrar por experimentación esas cosas, como en el procedimiento científico común en la actualidad, en que si uno tiene un modelo conjetural así, trata de demostrarlo con experimentos prácticos, comprobando así si coincide o no con los hechos. Esto los griegos no lo hacían. Pero después el pensamiento griego —desdichadamente, ya en una fase muy diluida— entró en contacto con las ciencias secretas egipcias, que consistían enteramente en una antiquísima tradición artesanal y práctica sobre el comportamiento de la materia. Los egipcios sabían muchísimo desde el punto de vista práctico. Sabían preparar esmaltes y tinta invisible, y conocían toda clase de aleaciones complicadas, y cuando estos dos mundos se encontraron, en el Egipto de los Ptolomeos, el contacto fue enormemente fértil para ambos, porque lo que en la tradición egipcia eran recetas y pensamiento religioso se encontraba ahora con la precisión del pensamiento científico de los griegos. Podríamos decir que aquél fue el momento en que nació la alquimia, cuando los modelos de pensamiento de la filosofía griega se unieron con las prácticas experimentales de las tradiciones egipcias. Para adentrarlos a ustedes un poco más en este punto, quisiera leerles un breve bosquejo de un texto larguísimo de Olimpiodoro, un alquimista tardío cuyo nombre habrán encontrado sin duda en los escritos de Jung. Olimpiodoro fue ministro y funcionario en la corte de Bizancio en el siglo V. Fue miembro de una delegación que visitó a Atila, rey de los hunos, y escribió una historia de su época, bastante famosa, que publicó en el año 425. Algunos de sus biógrafos dicen que al mismo tiempo era conocido como un gran mago y médico brujo en la corte bizantina, y, según los textos, estaba muy ocupado con experimentos alquímicos. Sin embargo, en las historias de la alquimia se dice que esto no es verdad, porque Olimpiodoro no poseía muchos conocimientos prácticos, e incluso si realmente realizaba experimentos, es seguro que se interesaba más por los aspectos teóricos o simbólicos de la alquimia. Sostenía que los objetivos de la alquimia no se podían alcanzar de manera racional, que uno podía seguir las recetas tanto como quisiera, pero que jamás llegaría a ninguna parte sin la ayuda de la magia y de los poderes mágicos. Así empezó a tener una doble actitud hacia lo que se podría llamar ciencias serias o prácticas y la magia, una escisión con la que no hemos tropezado en textos anteriores. La razón de ello es que Olimpiodoro tenia una educación filosófica griega que intentaba aplicar a sus conocimientos. Me gustaría presentarles el texto, como hice con el de Isis, en su extraña confusión literal, para que puedan tener sus propias impresiones personales. Tomaré una sección del capítulo XXX, sobre el Arte Sagrado o Divino, y después seguiré desde el capítulo XLI, que ofrece, por así decirlo, la esencia de sus escritos. En el capítulo XXX, Olimpiodoro habla del plomo y cita a la profetisa María, de quien se cuenta que dijo que el plomo negro debe ser considerado como la base de la obra. Él comenta esta afirmación, y el tema se continúa en el capítulo XLI, que dice:
Ahora veamos cómo se prepara el plomo negro. Como dije antes, el plomo común es negro desde el comienzo mismo, pero nuestro plomo se vuelve negro, cosa que al principio no era. Los experimentos os enseñarán, y por ellos descubriréis la verdadera demostración y prueba. Las opiniones dignas de crédito son unánimes en este asunto. Ahora intentaré abordar nuestro objetivo. Si el Asem [una aleación semejante a la plata, aunque no se sabe exactamente qué] no se convierte en oro, o no podría convertirse en oro aunque es una obra, no se ha de despreciar lo que decían los antiguos, a saber que la letra mata pero el espíritu lleva a la vida. [«. . . pues la letra mata, mientras que el espíritu da vida. » II Corintios 3, 6. ]
Ahora, esto está en completa armonía con todo lo dicho por los antiguos filósofos y apunta al mismo fin, a la palabra del Señor. [Olimpiodoro era cristiano y citaba la Biblia, señalando que no se han de tomar al pie de la letra las recetas y los textos alquímicos, porque aquello mataba, sino que se debe entender el espíritu del texto y lo que esto significa.] Los oráculos de Apolo también están en armonía con lo que queremos decir, porque mencionan la tumba de Osiris [Esto amplifica nuestro otro texto.] Pero, ¿cuál es la tumba de Osiris? Hay un cadáver, amortajado como una momia con bandas de lino, con sólo el rostro desnudo visible, e interpretando a Osiris, el oráculo dice: «Osiris es el sofocado féretro donde están ocultos sus miembros y cuyo rostro solamente es visible a los mortales. Ocultando los cuerpos, la naturaleza se asombra. Él, Osiris, es el principio original de todas las sustancias húmedas. Sujeto como un prisionero lo mantiene la esfera del fuego. El, por consiguiente, ha sofocado todo el plomo». Otro oráculo, por el mismo autor, dice: Tómese un poco de oro al que se llama el macho de la Chrysokolla [sea lo que fuere esta sustancia] y un hombre que haya sido amasado. El oro de la tierra etíope lo produce de sus granos. Cierta especie de hormiga lleva el oro a la superficie de la tierra y lo disfruta. Póngaselo junto con su esposa de vapor hasta que salga la divina agua amarga. Cuando se haya espesado, o coloreado de rojo [cobre rojo] con el zumo del vino dorado de Egipto, únteselo sobre las hojuelas de la diosa que trae la luz [que debe de ser la luna] y también del cobre rojo [«cypris» tanto puede significar «cobre» como «Venus»] o de la roja Venus [probablemente se alude a Venus] y después hágaselo espesar hasta que se coagule en oro.
Ahora bien, el filósofo Petasios, quien habla del comienzo del mundo alquímico, está en completa armonía con esto, y él también se refiere a nuestro plomo cuando dice que la esfera del fuego sujeta y sofoca a través del plomo. Después, interpretando sus propias palabras, dice: «Todo eso proviene del macho, o del agua arsenical». La palabra «arsénico» significa «masculino»; no es el arsénico que conocemos, sino que se refiere a todas las sustancias que llevan en sí un impulso dinámico que afecta a otras sustancias. Todo lo que parece afectar a otras sustancias era masculino porque era activo, de manera que no hay que confundirlo con lo que hoy llamamos arsénico. Al arsénico es a lo que él se refiere cuando habla de la esfera del fuego. El plomo está tan poseído por los demonios y es tan desvergonzado que quienes quieren aprender algo de él caen en la locura a causa de su inconsciencia. [Ustedes habrán encontrado esta expresión en los libros de Jung, quien la cita con frecuencia. Ahora me explicaré sobre los elementos químicos y entonces esto se aclarará. Llaman plomo al huevo —me refiero al huevo de los cuatro elementos—; eso es lo que dice Zósirao, y por ello en realidad se refiere siempre al plomo. Si ellos explican su forma, en realidad aluden en secreto a la totalidad de la cosa, porque, como dice María, los cuatro elementos son uno. Cuando se oye la palabra «arenas» se hade entender que aquello significa «formas» o ideas [en griego puede significar tanto una cosa como la otra]. Si oyen «eide» [formas, ideas], eso significa en realidad «las arenas» —el tipo de arena— porque los cuatro cuerpos, o los cuatro elementos, son también las cuatro «corporeidades» [ésta es una palabra inventada, pero en griego es igual]. Zósimo explica la cuádruple corporeidad de la siguiente manera: Ahora la pobre [en griego el adjetivo es femenino] cosa cae dentro del cuadru cuerpo en el cual está encadenada, e inmediatamente cambia de un color a otro, todos los colores en los cuales la técnica desea atarla: blanco, amarillo e incluso negro, o primero negro, después blanco y después amarillo, y cuando esta cosa femenina ha evidenciado todos estos colores, y ha rejuvenecido, continúa envejeciendo y después se muere en el cuadrucuerpo, que significa hierro, estaño, bronce y plomo, con cada uno de los cuales ella muere en la rubedo —el estado de enrojecerse— y entonces es completamente destruida de modo que no pueda escapar, un hecho que es muy satisfactorio para los alquimistas, porque ahora ella no puede huir. Y entonces uno repite toda la cosa, por la cual su perseguidor también es encadenado [el que persigue a esta mujer también es encadenado], todo lo cual tiene lugar fuera del recipiente redondo. ¿Qué es el recipiente redondo? Ya sea el fuego o la forma redonda del recipiente impide que ella se escape. Así como en una enfermedad la sangre había sido destruida y ahora se renovaba, igualmente en su estado argénteo se ve que ella tiene sangre roja, y eso es el oro.
Éste es un largo pasaje literal de verdadera alquimia, por el cual ustedes pueden ver lo caritativo que ha sido Jung al seleccionar pasajes y publicarlos reunidos en capítulos, porque si leyeran el texto original a ustedes también podría darles la locura del plomo. Cuando se leen los libros de Jung uno piensa que es imposible entender la cosa porque todo es demasiado complicado, pero en realidad él la ha simplificado enormemente y ha hecho un esfuerzo tremendo por sacar las perlas del montón de estiércol y por darle alguna forma, porque el material original era como lo que hemos visto. Si se han acostumbrado ustedes a seguir esta línea de pensamiento, se encontrarán con que toda la cosa es completamente lógica, tiene la misma lógica que un sueño y se la puede tomar así. La primera vez que ustedes oyen un sueño les parece completamente chiflado, pero si leen este material como leerían un sueño captarán su significado. Por ejemplo, Olimpiodoro habla del plomo negro y está claro que se trata de la sustancia originaria y que es por consiguiente el misterio del cual ya hemos hablado —la prima materia—, la sustancia básica del mundo, donde reside el secreto divino de la vida y la muerte. Él lo llama «nuestro plomo», que al principio no es negro, y lo contrapone al plomo común, con lo cual quiere decir que lo que los artesanos ordinarios llamaban plomo (el que se usa para fabricar cañerías, ya que en la época del Imperio romano el agua se transportaba por cañerías de plomo) no es a lo que ellos —los alquimistas— se refieren al hablar de plomo. Es una clase diferente de plomo, una sustancia más básica con la cual se ha de experimentar, nos dice, para descubrir a qué se referían los autores anteriores. Cita después la Biblia, diciendo que el texto no se ha de tomar literalmente, lo que también es comprensible, y dice que la transformación del plomo es un secreto. Después cita un oráculo de Apolo, que debe de estar en un escrito más antiguo que se ha perdido, \dice que éste es el féretro de Osiris. Para entenderlo, ustedes deben conocer la leyenda según la cual Seth mató a Osiris fabricando primero un féretro de piorno y después haciendo que durante una fiesta los invitados borrachos se metieran en él con el pretexto de ver a quién le iría bien de tamaño. Pero cuando Osiris entró en el ataúd, Seth se apresuró a ponerle la tapa, lo cubrió de plomo y lo arrojó al mar. Por lo tanto se podría decir que Osiris fue sofocado en plomo, y se puede pensar que la tumba de Osiris era un ataúd de plomo, o un féretro sellado con plomo dentro del cual está el dios muerto, o el espíritu divino, en la forma que asume en la muerte. Éste es el significado que se trata de transmitir. Osiris yace como una momia en el féretro, con sólo el rostro visible. Ustedes han visto momias amortajadas con bandas de lino y con la máscara que muestra el rostro. El significado de esto no está claro, pero se podría decir que en ello había algo de humano y algo de inhumano, porque si hubiéramos de interpretarlo simbólicamente, como un sueño, diríamos que debe de referirse a un ser semihumano; si el rostro es humano, entonces en parte se puede entender desde el aspecto humano, pero hay una parte que no se puede entender. Olimpiodoro continúa diciendo que el propio Osiris es el féretro sofocado, o la tumba, que oculta sus miembros y sólo muestra la cara a los seres humanos.
Brotois es un nombre específico para los seres humanos, que significa «los mortales». Osiris es inmortal, o el inmortal mortal, que a los mortales sólo muestra su rostro humano, en tanto que el resto de su cuerpo es un secreto. «Ocultando los cuerpos, la naturaleza se maravilló, o quedó asombrada.» No puedo entender esto del todo, a no ser que debe de significar que es parcialmente comprensible porque hay un rostro humano, y parcialmente un misterio, del cual hasta la naturaleza se maravilla. No puedo dar ninguna otra explicación. «Ése es el comienzo de todas las sustancias húmedas», es decir, de la materia básica, originaria, del punto de partida (Arché).
La sustancia húmeda representa el material básico del cosmos, atrapado en la esfera del fuego. Por lo que sucede después se puede ver que habíala conexión siguiente: la materia se ponía en una botella que se sellaba firmemente y se la ponía a cocer, y se consideraba que esto era un paralelo exacto con el espíritu divino, Osiris, el hombre dios, que yace muerto en su féretro de plomo, porque la materia en la botella estaba exactamente en el mismo estado. Eso era precisamente lo que sentía yo cuando torturaba a mi resina en mi niñez, porque sentía que estaba torturada por el fuego en su botella, por así decirlo; no podía escaparse, es decir, no podía evaporarse, porque yo también había cerrado mi botella.
Entonces está atrapada y la tengo en mis manos y estoy haciendo algo con ella. La analogía es Seth que atrapa a Osiris, y ahora como éste ha sido atrapado por Seth, por el poderoso principio del mal, se transforma y resucita. Ésa era, probablemente, la asociación que hacían. Entonces él ha sofocado todo el plomo. Aunque esto no lo entiendo, me parece que este aprisionamiento en un féretro, o en un recipiente alquímico, podría representar un proceso de sofocación, la muerte de la prima materia por sofocación. Sin duda, aquí hay una analogía con lo que hacemos cuando impedimos que un ser humano proyecte en forma ingenua, y obligamos a esa persona a que se enfoque sólo sobre sí misma; eso sería como una sofocación, porque lo que uno quiere es ir al analista a decirle: «Así es como me educó mi madre». A eso, el analista responde que uno debería ver el papel que desempeñó en ello su propio complejo, y entonces uno tiene que aceptar todo aquello por lo cual antes había culpado a Dios y a los hados, a los padres y al marido. Todo eso hay que volver a aceptarlo como propio, y es como una sofocación, una especie de muerte, porque el impulso a proyectarlo todo en el exterior se ha visto detenido. La vasija es un símbolo de la actitud que impide que nada escape hacia afuera, es una actitud básica de introversión, que en principio no deja escapar nada hacia el mundo exterior. La ilusión delirante de que todo el problema está fuera de uno se tiene que acabar, y las cosas hay que mirarlas desde adentro. Ésa es la forma en que ahora «sofocamos» el mysterio del inconsciente. No sabemos lo que es el inconsciente, pero lo sofocamos mediante este tratamiento concentrado por el cual se detiene toda proyección, intensificando el proceso psicológico. Es también la tortura del fuego, porque cuando el flujo de la intensidad de los procesos psicológicos se concentra, uno se asa, se asa en lo que uno es. Por lo tanto la persona que está en la tumba y la tumba misma son la misma cosa, porque te asas en lo que tú mismo eres y no en ninguna otra cosa; o se podría decir que uno se cocina en su propio jugo, y es por lo tanto la tumba, el contenedor de la tumba, el que se sofoca \ lo que lo sofoca, el féretro y el dios muerto que hay dentro. El que está dentro, naturalmente, no es el yo sino todo tu ser, porque tú estás mirando a todo tu ser y no a tu yo que quisiera escaparse. Ahora bien, esto es tan doloroso que todos intentamos escaparnos. Creo que en años y años no he analizado a nadie que de cuando en cuando no haya flirteado con la idea de abandonarlo todo y retornar a lo que llamamos vida normal. Por ende, pienso que es muy comprensible que el texto, después de un tiempo, hable de la mujer que siempre trata de escapar y a quien hay que atar dentro del cuerpo cuádruple o del cuadru cuerpo.
Volviendo al texto, Olimpiodoro habla de tomar cierta sustancia, esto es, la piedra áurea, a la que se llama la parte masculina de la Chrysokolla —es probable que él pensara en algún material específico—, y un hombre moldeado. Pues bien, ¿quién es el hombre moldeado, o el hombre a quien han amasado para darle forma? Olimpiodoro es cristiano, ¡y ésa es una definición de Adán! Significa simplemente tomar dos sustancias químicas —que no sabemos cuáles son— y hacer a Adán. La relación que establecería un hombre de aquella época sería que a Adán lo hicieron de barro y por lo tanto, de acuerdo con la Biblia, el barro es la prima materia del hombre, el secreto básico del hombre. Ahora ya no se referían al barro, entonces ya sabían que aquello no podía referirse al barro; su conocimiento de la biología y la filosofía les alcanzaba para saber que el hombre amasado de barro no era más que un símil. Por lo tanto, el barro aludía a la prima materia.
El hombre hecho de barro era, por consiguiente, Adán, que en aquella época era un símbolo del Sí mismo o, podríamos decir, del hombre que acaba de salir de las manos de Dios, que todavía no se ha echado a perder y no ha pasado aún por el proceso de la corrupción. El hombre incorrupto, recién salido de las manos de Dios, es el hombre que ha sido amasado, y por eso él no habla de Adán, porque Adán está asociado con el pecado, con la corrupción, con Eva y con todo eso. Aialudir de esta manera a Adán, se refiera a Adán en su forma original y no degradada, cuando Dios acababa de crearlo. Evidentemente, esto se refiere a la prima materia que nosotros llamamos el Sí mismo, y por eso en el budismo Zen se dice: «Muéstrame tu rostro original». En uno de los koans, hay un Maestro que se ilumina cuando otro Maestro le dice eso. El oro de la tierra etíope lo genera —al hombre— de sus granos y allí hay una especie de hormigas que lo llevan a la superficie de la tierra y lo disfrutan. Eso se refiere a los famosos Arimaspos, mencionados también en el Fausto de Goethe. En la antigüedad tardía hubo una leyenda según la cual en la India existieron en cierta época unas hormigas enormes, tan grandes como seres humanos, que excavaban oro de la tierra. Para los griegos, la India era la tierra de la sabiduría y las riquezas, el Paraíso donde el oro se encontraba en los árboles, en las calles y en todas partes, y por todas partes se tropezaba uno con sabios. En las descripciones de la India de aquella época se menciona a esas enormes hormigas legendarias que supuestamente eran el secreto de la gran riqueza de la India. Por lo tanto, cuando Olimpiodoro dice esto, está refiriéndose a las hormigas. Si nos adentramos en lo que en aquella época era el simbolismo de la hormiga, nos encontramos con que de acuerdo con ciertas versiones las hormigas resucitaban al sol empujándolo todas las mañanas para que asomara sobre el horizonte, de modo que eran un cabal paralelo con el escarabajo egipcio que todas las mañanas eleva al disco del sol por encima del horizonte para que se levante. El escarabajo es un símbolo del sol que se levanta y de la resurrección. En ciertas tradiciones, esta leyenda del escarabajo fue reemplazada en la antigüedad tardía por enormes hormigas que cumplen exactamente la misma función. Por lo tanto la referencia, apunta aquí otra vez a la resurrección del sol, o a ese momento de la primerísima creación del dios sol, que de acuerdo con la interpretación que estamos sería el símbolo de la conciencia. En lenguaje psicológico se diría: «Vuelve al ser humano original que hay dentro de ti, vuelve a ese lugar donde las reacciones del sistema nervioso simpático —o de tu inconsciente— enganchan con el origen de tu conciencia». Expresado con más precisión, sería: «Vuelve al punto original de tu conciencia, intenta retornar al lugar de donde proviene tu conciencia, al umbral del inconsciente». Después reúne a este «Adán» con su mujer, el vapor, hasta que brota la amarga agua divina. Esto significa que este Adán, la cosa original, se une con su opuesto, que parecer ser una sustancia como un vapor, y que juntos dan nacimiento a una sustancia acuosa y amarga. Es el motivo de la coniunctio, la reunión de los opuestos, y el resultado es la mística agua divina, el agua amarga. Psicológicamente eso significaría: ponte en una actitud de reflexión en la que te preguntas de dónde provienen tus procesos conscientes, liga esto con el material de la fantasía —el vapor que sube desde el inconsciente— y eso crea un insight [una visión interior] viviente que es amargo. Generalmente, el insight que obtenemos al mirarnos es muy amargo, y por eso es tan poca la gente que lo hace; es pikros —amargo—  porque corroe las ilusiones delirantes de la conciencia y es muy amargo para ellas. Por eso hablamos del «amargo conocimiento», la «amarga comprensión» y también de la «amarga verdad», porque al comienzo, el conocimiento de sí mismo es una experiencia amarga.
De modo que si se hace una lectura psicológica del texto, tomándolo como si fuera un sueño, no es ninguna tontería, sino algo completamente lógico. Uno de los grandes méritos de Jung es el habernos dado una clave de estos textos que los historiadores oficiales de la química consideran un absoluto disparate, porque para ellos no significan nada en absoluto. Pero para nosotros está claro el blanco al que apunta Olimpiodoro, es decir, una experiencia interior, una experiencia religiosa introvertida que aquellas gentes tenían en sus meditaciones y en sus experimentos con fenómenos materiales. Aquélla fue la base de la alquimia.
Pregunta: La referencia a Adán, ¿lo sitúa antes o después de la Caída?
M. L. von Franz: Creo que antes de la Caída, porque de otra manera el texto diría Adán en vez de usar esa extraña expresión de «el hombre moldeado o amasado». El hombre amasado se refiere más bien a un aspecto de Adán, es decir a su creación; lo que se destaca es que está hecho de barro, y por consiguiente yo diría que el hombre hecho de barro es lo que se debería tener presente cuando se piensa en él, y no el hecho de que estuviera con Eva y la serpiente, y todo eso. Creo que eso se puede corroborar por el hecho de que Olimpiodoro conocía a Zósimo, quien tenía una teoría gnóstica referente a que Adán era el hombre original impecable, antes de la Caída. Por lo tanto uno puede estar bastante seguro de que la referencia es a Adán antes de la Caída. De modo que la esfera de fuego conserva el plomo y lo sofoca, dice Olimpiodoro, y eso es la cosa masculina, y el plomo está demoníacamente tan poseído, es tan desvergonzado, que quienes desean investigarlo caen en la locura a causa de su inconsciencia, de su falta de conocimiento de la Gnosis. Es probable que, químicamente, esto aluda al hecho de que el plomo suele ser venenoso. Ése sería su aspecto químico y, naturalmente, coincide con el hecho de que al comienzo (de un análisis, por ejemplo), cuando uno mira al inconsciente, emergen generalmente emociones e impulsos instintivos tan fuertes que uno pasa por estados que podrían llevarlo a la locura. Es frecuente que los alquimistas expresen que muchos de ellos han perdido la cabeza, y eso se puede tomar al pie de la letra.
Hace muchos años tuve una experiencia interesante, que demuestra que aquí en Suiza sigue habiendo alquimistas locos. Cuando yo trabajaba sobre estos textos en la Biblioteca Central, uno de los funcionarios me preguntó si estaba estudiando textos alquímicos, y cuando le contesté que sí me dijo que entonces yo tenía un colega a quien quería presentarme. Creyendo que sería una broma muy divertida, me condujo hacia un arrugadísimo viejecillo que estaba sentado escudriñando un texto alquímico, a quien me presentó diciéndole que yo era especialista en alquimia. Miré a aquel hombre, de cuyo nombre me he olvidado, y cuando le vi los ojos advertí al instante que estaba totalmente esquizofrénico. Me senté junto a él, y pasado un rato me preguntó: —¿Tiene usted el secreto? —No, todavía no —le respondí. —Yo estoy muy cerca de hallarlo, creo que en dos o tres meses más lo tendré —me dijo entonces. Cuando le dije que me parecía maravilloso, me preguntó si sabía griego, porque su problema era que él no lo sabía pero que, si podía ayudarlo con el griego, lo conseguiríamos. —Sí, sí—le respondí—, ¡pero no ahora! Aquél era un verdadero alquimista que había caído presa de la locura del plomo. 

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