ML von Franz
AURORA CONSURGENS
Hemos agotado todo el tiempo de que
disponíamos para la alquimia árabe, y durante las tres últimas
conferencias nos ocuparemos de la alquimia europea. Tengo tres propuestas para
hacerles, y les pediré que voten por ellas:
1. El texto de la Aurora consurgens, sobre
el cual escribí en el tercer volumen de la edición alemana del Mysterium Coniunctionis, pero del que se
ha dicho que es tan complicado y difícil que necesita una introducción.
2. Parte de un texto de Petrus Bonus, un Italia
no del siglo XIV, que nos ofrece una imagen típica de la alquimia medieval.
3. Una combinación de los dos. También me han
sugerido que tomara un texto de Paracelso, pero es un autor a quien he evitado
a causa de la cantidad de explicaciones específicas que requiere, debido a las
muchas palabras raras que usa. En Paracelso hay que abrirse paso con esfuerzo,
lo mismo que en Jakob Boehme, y por eso no creo que se pudiera sacar mucho
provecho de un breve extracto. Si a ustedes les interesa un texto que, en mi
opinión, fue escrito a partir de una experiencia religiosa inmediata del
inconsciente, les aconsejaría la Aurora consurgens.
Pero si prefiriesen una introducción al sentido
y al pensamiento, y al estilo en términos más generales, de la alquimia de la
Europa medieval, les diría que voten por Petrus Bonus, porque la Aurora consurgens
no es un texto típico, sino muy peculiar, y que desborda cualquier
clasificación. Si escogen la tercera posibilidad, una combinación de las dos,
les daría una breve introducción sobre Petrus Bonus y después seguiría con la Aurora
consurgens. Cronológicamente estaría mal, pero yo
preferiría hacerlo de esa manera. [Al hacerse la votación, fue elegida la Aurora
con surgens.]
Me alegro mucho de la decisión de ustedes,
porque me parece que, de las tres posibilidades, ésta es la más interesante. Las
palabras Aurora consurgens aluden a «la aurora que se eleva». El
descubrimiento de este texto recuerda un poco a una novela policíaca. En una
antigua colección de libros, el doctor Jung tropezó con el texto de Aurora
consurgens, Parte II, una obra de química bastante desabrida, que llevaba
al comienzo una breve nota en la que se explicaba que aquélla no era más
que la segunda parte del texto, y que el impresor había omitido la primera
porque era blasfema. Esto despertó la curiosidad de Jung, quien dedicó algún
tiempo a seguirle la pista. Al fin descubrió que en el monasterio que hay en la
isla de Reichenau, en el lago Constanza, había habido un manuscrito con ese nombre,
que se encontraba entonces en la Biblioteca Central de Zurich. Está incompleto,
y comienza en la mitad del texto que ahora hemos publicado. Jung comprobó que
el texto no se podía leer en aquella forma, porque estaba escrito en la taquigrafía
latina que se utilizaba en el siglo XV, y por eso me lo entregó. Tras
adentrarme laboriosamente en él, descubrí que había un manuscrito completo en
París, otro en Bolonia y un tercero en Venecia, de manera que lentamente
pudimos reunir varias versiones y, donde algún pasaje no era claro,
completar un texto con otro.
En la mayoría de los manuscritos se atribuía
el texto a santo Tomás de Aquino, posibilidad que yo no consideré ni por
un momento, pensando que era habitual añadir aun tratado así el nombre de un
famoso, y que fácilmente el manuscrito podía ser obra de alguien más. Ésta fue
también la reacción general entre otros estudiosos. Es un texto muy
sorprendente, formado por un mosaico —un rompecabezas— de citas de la Biblia y
de algunos escritos alquímicos tempranos. Si se lo considerara como un rompecabezas
que alguien podría haber hecho por entretenerse, no tendría interés alguno, y es
posible que algunos lo hayan leído superficialmente, entendiéndolo y
aceptándolo de esta manera. Pero, como pronto verán, es imposible explicar ese
fenómeno de semejante manera, debido al tremendo interés y emoción que
transmite el texto. La conclusión siguiente fue que era obra de un
esquizofrénico, ya que suena bastante como si lo fuera, y eso se aproxima mucho
más a la verdad. Sin embargo, yo no creo que sea sólo eso, aunque probablemente
haya sido escrito por alguien dominado por el inconsciente. La situación
clásica de alguien que se encuentra en ese estado se describe como un episodio
psicótico, pero, en opinión del doctor Jung —que la emitió en su condición
de médico, como un diagnóstico—, este texto representaría o bien el comienzo de
una psicosis, o una fase en una psicosis maníaco depresiva, o la descripción de
una situación anormal escrita por una persona normal que en aquel momento en
particular estaba invadida por el inconsciente. Yo me inclino a coincidir con
la tercera teoría, aunque a partir del documento no es posible llegar a una
conclusión definida. Lo he interpretado simbólicamente, como si fuera un sueño,
y he llegado a la conclusión de que es el texto de alguien que se muere. La
totalidad del simbolismo y del problema gira entorno del problema de la muerte
y se concentra en él, y al final hay una descripción del matrimonio místico, o
de la experiencia amorosa, expresada de una forma que al parecer tiene
que ver con las experiencias que, según se sabe, tienen muchos moribundos, y
cuyo resultado es la tradición de que la muerte es una especie de matrimonio
místico con la otra mitad de la personalidad.
Tras haber traducido, estudiado e
interpretado el texto, el doctor Jung decidió de pronto que
deberíamos publicar ese documento único. Me preguntó si yo podría escribir
una breve introducción histórica —el resto ya estaba terminado— en la que diera
las fechas, dijera quién podía ser el autor y cosas así. Empecé con el supuesto
de que aunque el texto hubiera sido atribuido a santo Tomás de Aquino, aquello
era imposible. Me proponía continuar diciendo que el manuscrito pertenecía al
siglo XIII, pero después pensé que como sobre Tomás de Aquino no sabía nada más
que unas pocas superficialidades, no tenía por qué escribir eso. Entonces,
por pura escrupulosidad, decidí echar una mirada a otros escritos suyos y,
para estar más segura, leer una biografía, lo que sin embargo me dejó más
insegura, porque al hacerlo me encontré con que al final de su vida, pocas
semanas antes de su muerte, santo Tomás sufrió una alteración de personalidad muy
extraña. Durante largo tiempo había trabajado excesivamente y por eso, amén de
algunas otras razones psicológicas que me gustaría estudiar luego más detalladamente,
empezó a tener distracciones y despistes extraños.
Por ejemplo, una vez que decía misa públicamente
en Nápoles, de pronto, y aunque entre los presentes había un cardenal, se
detuvo en pleno oficio y permaneció durante veinte minutos en una especie de éxtasis
o ausencia, hasta que alguien lo sacudió, preguntándole qué le pasaba, tras lo
cual volvió en sí y se disculpó. Se ha dicho generalmente que aquello fue el
comienzo de su enfermedad, mientras que algunos dicen que, junto a su
racionalismo, debe de haber habido en su personalidad una vena mística, que de
cuando en cuando hacía irrupción en aquellos extraños accesos de abstracción y
ausencia. Esos estados se hicieron más frecuentes durante sus últimos años
—murió a los cuarenta y nueve o a los cincuenta y uno, no se sabe con segundad
porque se ignora la fecha exacta de su nacimiento—, y después sucedió algo que
nunca se ha explicado. Solía levantarse muy temprano todas las mañanas, para
leer misa a solas en la capilla de cualquier monasterio donde estuviera de
visita, porque viajaba continuamente. Tenía un amigo, Reginaldo de Piperno, un
monje muy humilde que lo acompañaba como servidor personal, un hombre que lo
adoraba y que es una de las principales fuentes biográficas sobre santo Tomás.
Este monje relata que una mañana, como
siempre, santo Tomás fue a decir misa y cuando volvió estaba palidísimo. «Pensé
que se había vuelto loco», dice literalmente el relato latino de Reginaldo. El
santo fue a su escritorio, hizo a un lado la pluma con que estaba escribiendo
el capítulo sobre la penitencia de su Summa, apartó todos sus avíos de escribir
y se pasó todo el día allí sentado en una especie de estado catatónico, con la cabeza
entre las manos. Reginaldo de Piperno le preguntó por qué no estaba
escribiendo, y él se limitó a replicar: «No puedo». La situación se mantuvo
durante varios días. Reginaldo volvió a acercársele para preguntarle por qué no
seguía escribiendo, y siempre obtuvo la misma respuesta: «Non possum» —No puedo—.
Unos cinco días después intentaron de nuevo descubrir qué era lo que le pasaba,
porque no hacía nada en todo el día, ni trabajar ni predicar, sino simplemente
estar sentado con aire enloquecido, y dijo que no podía escribir porque le
parecía que todo lo que había escrito era como paja {palea sunt).
En biografías posteriores, escritas por
personas que no estuvieron presentes, se han añadido las palabras: «en
comparación con las visiones magníficas que he tenido», pero esas palabras no
figuran en las fuentes originales. Reginaldo de Piperno se inquietó muchísimo
por el estado de santo Tomás, y, como él siempre había tenido
conversaciones con una prima, una condesa italiana, llevó a santo Tomás a que
la viera, pensando que con ella podría abrirse y decir lo que le había pasado. Pero
la condesa tuvo la misma impresión y dijo: —Dios mío, qué le sucede al
padre Tomás, parece estar loco. El propio santo Tomás no dijo palabra durante toda
la reunión, pero después, lentamente, volvió a su estado de ánimo anterior,
hasta el punto de que pudo volver a participar en la política de la Iglesia y
en cosas semejantes, y accedió a concurrir a un congreso de la Iglesia en Milán
o en el sur de Francia. Hizo el viaje en burro. Santo Tomás era por entonces un
hombre gordo y robusto, y por el camino se golpeó la cabeza contra la rama de
un árbol y se cayó. Era un día de verano muy caluroso y se limitó a levantarse
sin decir nada del accidente. Aquella noche se quedaron en el pequeño
monasterio de Santa María di Fossa Nuova, en la puerta del cual volvió a
sentirse súbitamente enfermo; se sintió mareado y, tocando el marco de la
puerta, dijo: —Siento mi muerte que viene; de aquí no saldré —y fue
directamente a acostarse. Los monjes de Santa Maria di Fossa Nuova, convencidos
de que contaban con alguien maravilloso, el famoso padre Tomás, le insistieron
para que diera un seminario, a pesar del estado desastroso en que se encontraba.
Forzado a cumplir con sus obligaciones cristianas, con sus últimas fuerzas se
empeñó en hacerlo y, según cuentan las tradiciones más antiguas —aunque
esto también fue omitido en informes posteriores—, dio un seminario sobre el Cantar
de los Cantares de Salomón… Y en mitad de ello, mientras explicaba las palabras
«Ven, mi amado, salgamos a los campos», murió. Nunca se han encontrado
notas de este seminario, y ya en 1312, en el momento de su canonización, este
último episodio fue más o menos pasado por alto; nadie demostró el menor
interés en sus últimas palabras, aunque por lo general a las últimas palabras
de un santo les cabe un importante papel en su biografía. Sin embargo, en este
caso todo fue lavado y purificado con agua de rosas. Todo esto no lo
encontrarán ustedes en una biografía oficial, sino en las Acta Bollandiana, las
fuentes latinas originales y los informes de los primeros testigos del proceso
de canonización.
Tras haber leído lo que antecede, se me
despertó la terrible sospecha de que, efectivamente, la Aurora consurgens podría
haberse originado en las notas del último seminario de santo Tomás. Como verán
ustedes, el texto es una paráfrasis del Cantar de los Cantares de Salomón,
y el último capítulo termina exactamente en el mismo lugar donde, según la
tradición, murió el padre Tomás. Yo estaba muy ansiosa por mi
descubrimiento, porque pensaba que me haría muy impopular si decía lo que
había encontrado. Pero después de enfrentarme con mi propia vanidad y con la
sensación de que me pondría en ridículo si decía tales cosas, publiqué el
libro tal como está, diciendo que no había pruebas objetivas, pero que la
evidencia interna estaba más bien en favor que en contra de mi teoría. Hasta el
momento [1959] no se ha producido reacción alguna de parte de la Iglesia, ni
positiva ni negativa. La reacción oficial alo que dije en el libro ha sido
hasta ahora un silencio absoluto; ni un solo especialista ha publicado un
artículo diciendo que no son más que tonterías, que la autora no tiene ni la
más remota idea de la vida de santo Tomás, ni nada por el estilo. Es claro que
yo me tomé todo el cuidado posible en fundamentar mis afirmaciones, pero nadie
ha aceptado ni rechazado lo que escribí, que no ha sido recibido más que con un
silencio incómodo. Cuando los periódicos hablan del tema, es siempre en
relación con los dos primeros volúmenes del Mysterium
Coniunctionis, los del doctor Jung; del tercero, el mío, se dice que es un
documento muy interesante, y del último capítulo, donde hablo de las cosas que
les estoy diciendo ahora, simplemente no se hace ningún caso. Todavía estoy esperando
a ver lo que pasa… , ¡parece que fuera una bomba de tiempo! Además,
recargué tanto el libro de eruditas notas a pie de página que eso intimida
bastante, y parece que la mayoría de las personas no se molestan en leer hasta
el final. Pero lo hice a propósito. ¡Era como poner, silenciosa y
discretamente, una bomba de tiempo en el Vaticano! Hay una excepción: un
padre dominico, maestro de teología, ha reaccionado de forma muy positiva. Es especialista
en santo Tomás, y dice que a él le pareció completamente coherente, que si uno
tenía amplitud de espíritu, no había nada que no pudiera aceptar en una
hipótesis así.
Pregunta: ¿No hay manera de saber si el
último Papa lo vio alguna vez?
M. L. von Franz: No, no creo que lo
viera. De hecho, pensé enviarle un ejemplar dedicado, pero no lo hice. Tuve que
escribirle pidiéndole permiso para usar la Biblioteca Vaticana, dirigiendo
la carta «a la Sua Sanctita», y me
impresionó mucho tener que dirigirme de esa manera a él, pero no era más que
una formalidad.
Pregunta: ¿No es verdad que conocía los
escritos de Jung y estaba bien dispuesto hacia él? En La vida simbólica, Jung
dice que tenía la bendición papal.
M. L. von Franz: Eso es bastante indirecto. Lo
único que puedo decirle es que se ha hablado mucho y quede eso el doctor Jung
no me ha dicho nada. Es cierto que el difunto Papa tenía una actitud positiva
hacia la psicología en general; en una de sus introducciones a un Congreso
de Psicología en Roma expresó que recomendaba el estudio de la psicología, y
entre las diferentes psicologías, la freudiana y otras, parece haberse inclinado
más bien hacia la junguiana. Ahora me gustaría darles una breve traducción de algunas
partes del texto. No podré hacerlo con la totalidad, porque llega a unas
cincuenta páginas, pero puedo hacer un extracto de las partes más importantes.
Los primeros cinco capítulos están dedicados
a la aparición de una figura femenina llamada la Sabiduría de Dios. En
los Libros de la Sabiduría —que son todos material tardío del Antiguo
Testamento, influido por el pensamiento gnóstico y el gnosticismo, desde
más o menos el siglo II a. C. hasta el I de la era cristiana—, en todos
esos diversos escritos, como los Proverbios, hay una personificación de la
Sabiduría de Dios que aparece como una figura femenina. Ella estaba con
Dios y actuaba ante Él antes de que fueran creados el mundo y la humanidad. Esta
Sabiduría de Dios se mezcla con la idea gnóstica de la sophia.
Esta personificación femenina era una figura
incómoda para los teólogos cristianos. ¿Qué es? En los últimos escritos del Antiguo
Testamento aparece una especie de novia o mujer de Dios… Ciertamente, hay una figura
femenina, pero ¿quién era? La actitud medieval habitual era
identificarla con el Espíritu Santo, decir que no era más que un aspecto
femenino, y allí donde se hablaba de la Sabiduría de Dios había que
entender realmente el Espíritu Santo, pero algunos la veían como el alma
de Cristo — anima Christi —, que existía ya antes de la
encarnación de Cristo, y de esa manera era idéntica a la forma de Cristo como
palabra eterna, el logos, que está con Dios desde toda la eternidad y antes de
su encarnación como Jesús Cristo, pero aquí se ha considerado que la Sabiduría
de Dios es la misma cosa, y para explicar su feminidad se usa la expresión «el
alma de Cristo», anima Christi.
La tercera explicación, que en mi opinión es
la más interesante, es que representa la suma de todos los arquetipos (y
esto es lenguaje medieval, no estoy proyectando las palabras junguianas), los archetypi,
es decir, las ideas eternas en la mente de Dios cuando creó el mundo. Lo
explican así: cuando Dios creó el mundo, a la manera de un buen arquitecto
concibió primero un plan en el que todo —los árboles, los animales, los
insectos, todo— estaba presente como idea. Antes de que hubiera millares de
osos en el mundo, estaba la idea de un oso en la mente de Dios, y antes de que
hubiera millones de robles, estuvo la idea de un roble. La idea de un roble en
la mente de Dios sería el archetypos o radones aeternae o ideae, los planes
eternos o ideas. Dios concibió el mundo y después plasmó su idea en la materia
y creó el mundo real. Si lo traducimos al lenguaje psicológico, significaría
que la
Sabiduría de Dios representa el inconsciente colectivo, la suma de todas las
ideas de diseños originales de la realidad… , pero eso sería el lado femenino
de la Divinidad.
Pregunta: ¿Como se compagina esto con la idea
de que la palabra, la idea, el logos, se relaciona con lo masculino, mientras
que lo
femenino se conecta con la materia, con la materialización?
Seguramente, aquí se debería hacer una diferenciación entre el arquetipo y la imagen
arquetípica.
M. L. von Franz: No creo que eso entre en
escena todavía. Yo diría que en la idea del logos se pone el énfasis en
la unidad y en el orden espiritual, y en el paralelo femenino el énfasis está
sobre el tipo multiplica doy más concretado en imágenes. Ése es el
matiz. La imagen arquetípica no está en juego todavía; en realidad, ésa es una
etapa posterior. Hablando en términos de la escolástica medieval, eso sería el unus
mundus, una existencia puramente espiritual que todavía no se ha convertido en
imagen en mente alguna, a no ser en la de Dios. Yo haría más bien esta
distinción: algunas personas experimentan el inconsciente, y quedan más
impresionadas por él, por la vía de su ordenamiento espiritual, por ejemplo
en el significado de un sueño…, y dicho sea de paso, esto es más propio del tipo
pensante. Aunque yo interpreto muchos sueños al día, con
diferentes personas, siempre me deja pasmada la maravillosa estructura del
sueño. Hay una exposición y después, de una manera muy astuta, las imágenes se
mezclan y el significado se aclara. Como yo soy de tipo pensante, me admira el
pensamiento en el inconsciente, con su maravillosa estructura. Si
fuera más bien de tipo sentimental, quizá con inclinaciones artísticas,
entonces —como lo veo con frecuencia en mis analizandos— me
impresionaría más la belleza de una imagen onírica, el valor sentimental
de un elemento del sueño. Cuando yo comento que un sueño está
maravillosamente estructurado, es probable que el analizando me diga que sí,
pero que a él le impresione más la imagen tan vivida o el tono emocional tan definido.
A un tipo más lógico y racional le impresiona la estructura maravillosa de algo
que uno podría esperar que fuera completamente irracional. La lógica de un
sueño es algo que siempre me asombra, la lógica fantástica que hay en esa serie
de imágenes. Por lo tanto, yo diría que el logos representaría el elemento
estructural del inconsciente —de estructura y de significado—, en tanto que en
la especificación femenina está más bien la idea de su manifestación emocional
y pictórica. Yo más bien los compararía entre sí de esa manera, pero ambos
aluden al inconsciente en nuestros términos, e incluso los autores
escolásticos dicen que no es más que una manera de hablar; puede llamárselo sophia o logos, porque
para ellos son una y la misma cosa, o dos aspectos de la misma cosa, y
podríamos estar completamente de acuerdo con este tipo de enseñanza.
La tercera teoría, que existía ya en la Edad
Media, nos viene de los árabes. El famoso filósofo árabe Ibn Sina, conocido en
la literatura europea como Avicena, desarrolló la idea
aristotélica referente al llamado nous poiétikos, que es la siguiente: Dentro
de la realidad cósmica del mundo hay una inteligencia creativa que existe en
las cosas mismas; existe en el cosmos, es creada por Dios. Dios creó el
mundo, y en él creó un espíritu creativo o, como se lo interpreta generalmente,
una inteligencia creativa que es responsable del significado y la importancia
de los eventos cósmicos. Este carácter significativo —el hecho de que el
cosmos no sea ni un caos ni una máquina que simplemente sigue marchando de
acuerdo con leyes causales, sino que es también un misterio en el cual pueden
darse sincronicidades significativas— fue atribuido al nous poiétikos.
San Alberto el Grande y santo Tomás, su
discípulo, desenterraron los escritos de Avicena y se
metieron en grandes dificultades porque estaban absolutamente fascinados por la
idea del sentido del cosmos, la noción de que el cosmos tiene una inteligencia,
y no sabían cómo reconciliar todo aquello con sus ideas cristianas. San Alberto
era un intuitivo y un gran genio, pero no un pensador muy cuidadoso, y se
limitó a señalar alegremente que aquello era algo así como el Espíritu Santo. Santo
Tomás, que era del tipo pensante, no podía tragarse entero todo aquello y por
lo tanto cortó en dos el nous, diciendo que en parte el nous poiétikos no estaba
en el cosmos, sino en la mente humana, cuya base constituía —en términos
modernos diríamos que era la base del misterio de la conciencia—, y la otra mitad,
decía santo Tomás, era simplemente la Sabiduría de Dios. Así cortaba en dos
partes el concepto islámico, asignándole una al hombre y otra a la Sabiduría de
Dios.
Esto es muy interesante, porque originariamente
se proyectaba afuera la inteligencia, el significado oel orden espiritual del
mundo. La gente del medievo, como los primitivos, no se daba cuenta de
que el orden es algo que vemos por mediación de la mente. La causalidad no es
algo que exista; es simplemente la forma en que nos explicamos la secuencia de
los acontecimientos, es decir, una categoría filosófica. Lo mismo se aplica a
la sjncronicidad, pero la conexión de la secuencia de los acontecimientos en sí
mismos no es algo que nosotros conozcamos. En la época medieval, la gente aún
seguía pensando que la causalidad y otras categorías existían objetivamente en
el mundo exterior y, por consiguiente, que éste tenía una inteligencia, lo cual
no era una idea tan estúpida. La idea de la inteligencia del mundo los impresionó
mucho, y gracias a ella pudieron entender por qué Dios había creado el
mundo con sus interconexiones significativas. Después santo Tomás introyectó o recuperó
esta proyección y se dio cuenta de que, en parte, es algo que depende de
nuestras propias operaciones mentales, porque el significado no existe mientras
no lo veamos, y si nadie describe la causalidad, pues no existe. Ambos son
algo que depende de la mente que observa y es capaz de describir. Así pues,
santo Tomás dio el moderno paso de introyectar las teorías de la ciencia
natural, dándose cuenta de que los términos que usamos provienen de nuestra
propia mente. Como era un gran pensador, fue más lejos incluso y se preguntó
por qué nuestra mente producía ideas tales como conexiones significativas,
y se lo atribuyó al nous poiétikos.
Éste es el estado de conciencia del hombre
que quizás escribió el texto que ahora estamos considerando. El texto continúa:
Todas
las cosas buenas me llegaron por mediación de ella, la Sabiduría del Sur
[literalmente, del viento sur], que se queja en las calles, llamando a la
gente, y habla a la entrada de la ciudad: «Venid a mí y sed iluminados y vuestras
operaciones no os serán recriminadas. Todos vosotros los que me queréis seréis
colmados con mis riquezas». Venid, hijos míos, y escuchad, porque yo os
enseñaré la Sabiduría de Dios, que es sabio y entiende aquello de lo cual dice
Alphidius que los adultos y los niños oyen en la calle, que los animales
callejeros lo hunden día tras día en el estiércol, y de lo cual dice Sénior que
nada es exteriormente más despreciado y nada de naturaleza más preciosa, y que Dios
no nos lo ha dado para que fuera comprado con dinero. Ella, la
Sabiduría, es aquello de lo que Salomón dice que se lo ha de usar como una luz,
y que él colocó por encima de toda belleza y de toda salvación, porque ni
siquiera el valor de las gemas y de los diamantes era comparable con su valor.
El oro en comparación con ella es arena, y la plata en comparación con ella es
arcilla. Eso es muy cierto, porque conseguirla es más importante que el oro y
la plata más puros. Sus frutos son más preciosos que las riquezas del mundo
entero, y todo lo que puedas querer no puede ser comparado con ella.
Salud y larga vida están en su mano derecha,
y gloria y riquezas inmensas en la izquierda. Sus obras son bellas y dignas de
elogio, no desdeñables ni malas; y su marcha, mesurada y no presurosa, pero
conectada con un trabajo duro, continuo y persistente. Es el árbol de la vida
para todos los que la entienden, y una luz que nunca se extingue. Benditos
aquellos que la han entendido porque la Sabiduría de Dios nunca pasará, de lo
cual da testimonio Al phidius cuando dice que el que una vez haya
encontrado esta sabiduría recibirá de ella legítimo y eterno alimento. Hermes y
los demás filósofos dicen que si un hombre tuviera este conocimiento [aquí la
palabra conocimiento está usada en vez de sabiduría] durante mil años y tuviera
que nutrir diariamente a siete mil personas, aún seguiría teniendo suficiente,
y Sénior
dice que un hombre así es tan rico como el que posee la piedra filosofal, de la
cual se puede conseguir, e igualmente dar, fuego a quien se desee. [Se
sabe que si uno tiene una piedra de fuego, entonces siempre puede reproducir
sin falta el fuego.]
Aristóteles dice lo mismo en el segundo
libro, Sobre el alma, donde escribe que hay límites para el tamaño y el
crecimiento de toda cosa natural, pero que el fuego, en cambio, puede
crecer eternamente si se lo sigue alimentando. Benditos
sean los que encuentran esta ciencia [ahora usa ciencia en vez de sabiduría,
pero quiere decir lo mismo] y a quienes la inteligencia de Saturno inunda.
Piensa en ella de todas las maneras y ella misma te conducirá. Sénior dice que
sólo el sabio y el intelectual, y el hombre que piensa con precisión y el que
es inventivo, pueden entenderla, y sólo después de que su espíritu ha sido
clarificado por el libro de la agregación. Porque entonces la mente de una
persona así comienza a fluir y a seguir su deseo [aquí se usa en vez de deseo
la palabra concupiscencia, muy chocante para un monje medieval]. Benditos sean
los que tienen en cuenta mis palabras. Y dijo Salomón: «Hija mía, cuélgatela
del cuello e inscríbela en las tabletas de tu corazón y la hallarás». Dile a la
Sabiduría que eres mi hermana y llámala tu amiga. Pensar en ella es una
perfección sutil que sigue por completo a la naturaleza y perfecciona la
sabiduría. [De pronto el texto cambia, y el hombre tiene que añadir perfección
a la sabiduría, a la Sabiduría de Dios. Ella es la cosa más perfecta, y pese a
ello el hombre tiene que añadirle sabiduría.] Quienes permanecen despiertos por
su día y noche pronto estarán seguros. Ella es muy clara para quienes
tienen penetración y jamás se desvanece ni se extingue. A quienes
la conocen les parece fácil, porque ella misma va en busca del que es
digno de ella. Va hacia él llena de placer y lo encuentra en cada
providencia, porque su comienzo es la más auténtica naturaleza, de la cual no
proviene engaño.
Obsérvese el jubiloso lenguaje bíblico y las
muchas alusiones a diferentes citas bíblicas. Quien conozca bien la
Biblia, la sentirá constantemente resonar en los oídos. Las citas son principalmente de la
Vulgata y por lo tanto, naturalmente, están formuladas en términos
un poco diferentes que en la Biblia inglesa. Al comienzo a uno le sorprende un
poco encontrarse con una paráfrasis de las palabras de la Sabiduría de Dios. Ella
se aparece en las calles y llama a los hombres. Eso, como ustedes saben, está
tomado de la Biblia. Está principalmente en el Libro de Jesús Sirach y en los
Proverbios. Después, si se escucha con cuidado, se percibe algo muy extraño. A
saber, primero está la Sabiduría de Dios, una entidad femenina que llama a las
gentes hacia ella invitándolas a que vayan a escucharla. Después,
la idea se modifica, y se nos dice:«Esta es la cosa pisoteada por las calles,
despreciada por todos». Se trata de una cita alquímica que en el
texto original se refiere a la piedra filosofal. De modo que quien conozca la
cita sabe que desde el comienzo mismo del texto, el autor identifica la Sabiduría
de Dios con la piedra filosofal, que para él son una y la misma
cosa. Debe de haber tenido una experiencia respecto de la cual sentía que lo
que había entrado en él, y que se había adueñado de él, era lo que los
alquimistas llaman la piedra filosofal. Sigue luego citando a algunos
otros alquimistas, entre ellos Sénior, que dicen que ella es muy
preciosa pero que las gentes ordinarias la desprecian,
y hay una larga comparación para demostrar cuánto más preciosa es ella que los
bienes mundanos. Viene después una alusión, no bíblica, al hecho de que para
encontrarla hay que trabajar durante mucho tiempo, ya que ella
es una especie de nutrimento eterno, o algo como el fuego que puede encender
otros fuegos, y entonces de pronto dice que para encontrarla no se
necesita más que una cosa, a saber, una percepción sutil de la verdadera
naturaleza. Esto va seguido de una cita más sorprendente aún, de nuestro amigo
Sénior: «Si esto haces, entonces tu mente comenzará a fluir y seguir a su
concupiscencia». En el lenguaje escolástico medieval, concupiscencia se refiere
a los apetitos ordinarios: deseos sexuales, deseo de comer y cosas semejantes,
pero principalmente al deseo sexual, la base llana y vulgar del amor superior. El
propio santo Tomás tenía una teoría del amor, que para él empezaba siempre
con la concupiscencia y debía ser sublimado hasta llegar a ser amor de Dios.
Ante este texto, o bien no podemos entender
nada, y nos limitamos a decir que está más allá de nuestro alcance, o debemos
abordarlo como se aborda un sueño. Podemos tomarlo como si fuera un documento
del inconsciente, en cuyo caso su significado se aclara: el inconsciente
colectivo ha irrumpido en la mente del hombre y la ha invadido, en forma de una
personificación femenina que él sintió como la Sabiduría de Dios. . . Y ya
verán ustedes luego que piensa que la Sabiduría de Dios y Dios son uno.
Un aspecto femenino de Dios lo ha anegado, y él dice que a eso se llega
observando la naturaleza de manera sutil y siguiendo el propio deseo
interior, es decir, que es una verdad sutil que puede encontrar cualquiera que
tenga la simplicidad mental de seguir su propio deseo. Si esto significa algo,
significa una abrumadora vivencia del inconsciente encerrada en la forma de una
personificación femenina. Por la sensación que me da el texto, creo —y espero
que estarán ustedes de acuerdo conmigo— que aquí no se trata de una invención
del intelecto. A mí me da más bien la sensación de que hubiera sido escrito
por alguien que se vio primero anonadado por una vivencia así, y después
intentó expresarla mediante esas citas bíblicas y alquímicas. Una cosa así
se puede observar, por ejemplo, al comienzo de una psicosis.
Uno de los síndromes más destructivos en un
intervalo psicótico ocurre cuando la gente está invadida por vivencias
emocionales o alucinatorias y no puede expresarlas. Tan pronto
como son capaces de contárselo a alguien, ya no están completamente psicóticos,
y la primera etapa ha pasado. Si pueden decir algo al respecto y describir su
vivencia aunque sea tartamudeando o en forma simbólica, si de alguna manera
pueden sacarla afuera, ya no están perdidos y el proceso de curación se ha
iniciado. Lo peor es cuando la cosa es tan abrumadora que simplemente se quedan
en blanco, se meten en cama y se vuelven catatónicos. Uno sabe que están
pasando por las experiencias íntimas más tremendas, pero externamente se
los ve quedarse en cama como un bloque de madera, negándose a comer. Cuando
empiezan a moverse y a tartamudear y a hablar de lo que han visto, eso ya es
una mejoría, porque han encontrado un modo de expresarse. Por eso es sumamente
importante, si tienen ustedes que vérselas con una posibilidad así, que traten
a esas personas como si tuvieran una psicosis latente y les ofrezcan una
cantidad enorme de conocimiento simbólico. Si se sospecha una posible invasión o
irrupción del inconsciente colectivo, hay que suministrarles forzadamente a
estas personas tanta información simbólica como se pueda, haciéndoles
leer, tanto como sea posible, a Jakob Boehme, textos alquímicos y
mitología. Los pacientes no sabrán por qué, y hasta puede ser que les
parezca raro, pero entonces, si sobreviene la vivencia abrumadora, quizá puedan
expresarla, o al menos describirla. Si pueden hacer suficientemente bien esta
preparación del terreno mediante un entendimiento simbólico por adelantado, por
más que ellos no le vean utilidad, cuando sobrevenga la experiencia contarán
con una red con la cual podrán pescarla y darle nueva expresión.
El doctor Jung me contó que había tenido el
caso de una doctora extranjera, muy racional y de mentalidad estrecha, que
había estudiado psiquiatría y quería hacer un análisis de capacitación. Él se
dio cuenta al instante de que la mujer tenía una psicosis latente, y deque la
situación era bastante peligrosa. En vez de darle un análisis de capacitación
estándar, la atiborró de tantos conocimientos simbólicos como pudo: historia
delas religiones, mitología, tanta alquimia como él podía saber en aquel
momento, y más en ese estilo. Debido a su fuerte transferencia, ella se tragó
todo aquello, pero sin ver ni remotamente qué tenía que ver con ella. Entonces
regresó a su país y de pronto la cosa estalló y la mujer se tiró por la ventana
del hospital donde estaba trabajando. Se rompió ambas piernas, pero cuando la
ingresaron en el hospital estaba loca de atar, totalmente perdida en un
episodio psicótico. El médico que la trató escribió a Jung informándole de la
evolución del caso, y le describió cómo después de tres días de estar, al
parecer, completamente loca, articulando un discurso totalmente psicótico,
empezó a recordar algunas de las cosas simbólicas que había leí doy lo que Jung
le había dicho acerca de ellas. Empezó a poner en orden todo aquello y en
torno de ello formó el núcleo de una nueva personalidad yoica. Pasadas tres
semanas, había salido del episodio y estaba completamente normal, lo que había
oído y leído antes acudió ahora en su rescate, y le permitió contener aquella
experiencia emocional abrumadora en el marco de un entendimiento psicológico
simbólico. La mujer se recuperó y, de acuerdo con la correspondencia que Jung
mantuvo con ella durante muchos años —ya que jamás volvió a verla en
persona, porque venía de un país muy lejano—, jamás tuvo una recaída; aquél fue
su único episodio psicótico, y hay toda clase de razones para creer que la cosa
está ahora realmente integrada, y que ella está curada. Ya ven ustedes, pues,
cómo el conocimiento del simbolismo es, por así decirlo, una red en la cual
se puede al menos atrapar el misterio inexpresable de una vivencia
inmediata del inconsciente. Creo que nuestro autor tuvo una de estas vivencias
indescriptibles y abrumadoras del inconsciente y que, de manera bastante
caótica, intentó capturar y describir lo que había sucedido mediante un potpourri
de citas bíblicas y alquímicas.
Comentario: Estoy pensando cómo reconciliar
lo que usted acaba de decir sobre ser capaz de expresar estas vivencias
con lo que dijo en un curso anterior, creo que el año pasado, cuando señaló
usted que con sólo que los psicóticos no hablaran, nadie se enteraría de nada.
M. L. von Franz: Es muy sencillo. Me refería
a que no deberían hablar de esas cosas con la gente en general, pero que
estaría muy bien que lo hicieran con su analista. Si nuestro autor se hubiera
puesto a proclamar por las calles que la Sabiduría de Dios había
descendido sobre él y que ahora él conocía sus secretos, eso no hubiera sido adecuado,
pero al parecer escribió un artículo o dio un seminario sobre el tema o, si era
el último seminario de santo Tomás, entonces él estaba en coma y se limitó a
hablar aproximadamente de esa manera. No creo que santo Tomás pudiera seguir
escribiendo, de modo que esto debe de haber sido reconstruido a partir de notas
tomadas, lo que concordaría con el hecho de que los manuscritos son muy
diferentes, algunos más ricos y otros más pobres. Incluso enlos manuscritos más
antiguos hay una diferencia muy grande. Tenemos notas de otras conferencias que
dio santo Tomás. En aquella época era común tomar notas en los seminarios, y de
varios escritos suyos no hay más testimonio que los apuntes de sus alumnos; me
imagino que hablaba, como dice el informe original, medio como en éxtasis y,
cuando estaba muy débil, sobre el Cantar de los Cantares. En un caso así no se
podría decir que debería haber contenido la lengua, pero el resultado fue que
más adelante, simplemente se dejó de lado esa parte de su vida y lo que en aquella
época dijo. Guillermo de Tocco y Reginaldo de Piperno, los primeros biógrafos,
registraron los hechos, pero las biografías posteriores no los mencionan,
porque ¿cómo era posible que, ni siquiera estando poco menos que en coma, ese
gran hombre, con su mente maravillosamente clara y racional, dijera cosas así
en su lecho de muerte? Las personas normales o los que no están recluidos en un
hospital, si han tenido una experiencia así se la habrán reservado para sí, o
se la habrán contado a unas pocas personas capaces de entenderlas. Si uno ha tenido
ya un episodio psicótico y está en Burghölzli o en otro hospital para enfermos
mentales, es mejor si se lo cuenta a alguien dispuesto a escucharlo que
quedarse en cama sin decir nada, que me parece muy mal indicio. Un caso está
mucho más «ido» que el otro. Además, ese tipo de discurso no se dirige a
ninguna persona en particular, es como una especie de anuncio, una
anunciación extática: «Ahora os comunicaré la Sabiduría de Dios. . . ». ¡Es un
estilo que se reconoce! Pero el que usa un lenguaje así no está necesariamente en
el otro lado de la frontera, porque ése es el estilo del inconsciente. Recuerdo
que cuando hacía una de mis primeras prácticas de imaginación activa se me
apareció una figura que me daba una sensación maravillosa, y que hacía anuncios
como ésos, ¡y yo simplemente no podía escribirlos! Me producían tanto rechazo
que me quedaba obstruida, pero el doctor Jung me dijo que ése era el
estilo del inconsciente. Según cómo lo juzgue uno, es de muy mal gusto.
A un joven que trabajaba la imaginación activa se le apareció personalmente el
Espíritu Santo, hablándole como uno se imagina que debe de hablar, y el pobre
hombre estuvo a punto de vomitar por tener que escribir semejantes
pomposidades. En nosotros y en nuestra naturaleza terrenal y práctica hay
un escepticismo que no lo aguanta, pero ése es el estilo del inconsciente, y lo
que explica por qué, cuando la gente cae en ese estado, habla con
convicción y empieza a tener ese estilo pomposo y emocionalmente rimbombante.
Está transportado
por la emoción y es un estilo ritualista o sacramental, como esas
hermosas canciones de los indios norteamericanos, que repiten muchísimo los
tres «amén» y cosas por el estilo. Cuando se toca a los niveles
emocionales más profundos, eso es algo que hay que aceptar. Uno todavía puede
observar con desapasionamiento, pero si se ha de permitir que esas cosas se
expresen en su forma originaria, hay que dejarles esa manera de hablar tan
emocional y pomposa. Y creo que por eso esto está escrito en ese estilo
extático y de prédica. Preferiría saltarme el capítulo siguiente porque es muy
desagradable. Dice que se ha de amar la luz de la sabiduría porque quien la ame
dominará el mundo, que es un sacramento de Dios que no se ha de compartir con
las gentes comunes porque todos se pondrían celosos, y cosas así. Sólo al final
es un poco mejor, cuando explica que, si uno encuentra este secreto, entonces dice:
Sé feliz, Jerusalén, recógete en el placer porque Dios ha tenido piedad de los
pobres y Sénior dice que hay una piedra que si alguien la encuentra se la pondrá
sobre los ojos y jamás la tirará porque es el elixir que ahuyenta todo
sufrimiento y, salvo Dios, no tiene el hombre cosa mejor. ¿Qué le ha
sucedido aquí al hombre? Probablemente ustedes vean de qué se trata porque
habla de gobernar al mundo y dice que no se les ha de decir a las gentes
comunes. ¿Quién habla de esa manera?
Respuesta: Alguien con una inflación.
M. L. von Franz: Sí, en este capítulo está
con una inflación. La experiencia de la Sabiduría de Dios ha sido abrumadora, y
ahora, en cuanto es el que ha tenido esa experiencia y sabe todo lo que hay que
saber de ella, naturalmente es el gran hombre. Se captan al instante los
matices arrogantes del que ha sido elegido y siente que todos los demás son
tontos y están celosos. Son los síntomas típicos de una inflación, inevitables después
de una experiencia así. No creo que ningún ser humano pueda tener una
vivencia semejante sin pasar en algún momento por una etapa así; es parte de la
experiencia, y la cuestión es simplemente cuánto tiempo se queda uno en ella. El
capítulo siguiente es aun peor. Habla de aquellos que no conocen esta ciencia y
que la niegan. A esta ciencia de Dios y enseñanza de los santos, el secreto de
los filósofos y elixir de los doctores, la desprecian los tontos que no saben
lo que es. Rechazan la bendición de Dios y es mejor que no la reciban porque
todo el que no sabe de esto es su enemigo, y por eso es por lo que Speculator
dice que burlarse de esta ciencia es la causa de toda ignorancia, y que no se
ha de dar ensalada a los burros que se conforman con cardos ni arrojar
margaritas a los puercos, etc. Con los tontos se ha de hablar como hablaría uno
con gentes que están dormidas, sin ponerlos nunca en el mismo nivel que al sabio.
Siempre habrá pobreza e infelicidad en el mundo porque el número de tontos
es inmensamente grande. Allí la inflación alcanza la cima.
Después viene un capítulo bastante seco que
muestra un cambio en la situación psicológica. Muy prosaicamente, el autor dice
que el título de su libro es «La aurora que surge» por cuatro
razones: Primero, la palabra aurora se podría explicar como Áurea hora [la
hora dorada], porque hay cierto buen momento en este opus cuando uno puede
alcanzar su objetivo; segundo, la aurora está entre el día y la
noche y tiene dos colores, a saber el amarillo y el rojo, y así nuestra
ciencia, o alquimia, produce los colores amarillo y rojo, que están entre
el negro y el blanco. Éste es el conocimiento alquímico clásico sobre nigredo albedo
rubedo citrinitas, las cuatro etapas del color, y la aurora sería el
advenimiento del color amarillo rojo, la culminación de la obra alquímica.
Tercero, al amanecer los enfermos que han
sufrido durante toda la noche generalmente se sienten un poco mejor y se duermen, y así, en
la aurora de nuestra ciencia, los malos olores que perturban e infectan la
mente del alquimista en su trabajo desaparecen tal como lo expresa el salmo:
«Si por la noche llanto, a la aurora alegría» (Salmo 30, 5). Y en
cuarto lugar, la aurora llega al final de la noche, como el comienzo del día o
la madre del sol, y la culminación de nuestra obra alquímica es el
término de toda la oscuridad de la noche en la cual si un hombre marcha,
tropieza (S. Juan 10,10), por lo cual en las escrituras dice: «Un
día pasa al otro la palabra, una noche a la otra da noticia» (Salmo 19,
2), y «… la noche brilla como el día: la oscuridad y la luz para ti son lo
mismo».
Esta última cita (Salmo 39 de la Vulgata) es el
salmo que se canta la noche antes del día de Pascua en la Iglesia católica,
donde la noche se convierte en luz y se vuelve tan luminosa como el día,
y así. Entonces, por cierto debemos sospechar que incluso si no es santo Tomás,
este gran hombre es un sacerdote católico, porque probablemente nadie más
podría citar con tanta seguridad la Biblia. Aquí alude a la misa de la noche de
Pascua, y compara la aurora de la ciencia, la aurora que surge, con la
noche antes de la Pascua, el momento del renacimiento y la resurrección de Cristo.
Por lo que se refiere al estado del autor, ya
ven ustedes que ahora el estilo extático ha desaparecido por completo y se
ha vuelto ligeramente pedante. A la Aurora se la llama de tal y tal manera por
cuatro razones. Por lo tanto, yo diría que el hombre ha salido de su inflación,
que ha vuelto a un estado de conciencia de relativa sobriedad, y que ahora
intenta poner orden en su experiencia. Como es típico, éste es un orden cuádruple. Se
nos dan cuatro explicaciones —cuatro razones— de la palabra «aurora». Cada vez
que la conciencia intenta establecerse, impone a las cosas un orden cuádruple;
ésta es la red con que atrapa las cosas y las pone en orden, y ahora
nuestro hombre intenta dar una cuádruple explicación de la aurora que surge. La
aurora es la sabiduría de Dios, como veremos luego, de modo que el
autor del texto que comentamos intenta poner cierta distancia entre lo que le
ha sucedido, y procura ver lo que es; se ha encontrado con la aurora que surge
y puede describirla con cuatro razones.
A mí su explicación me parece muy superficial.
Primero hace un juego de palabras — aurora, áurea hora — y después la
compara con el amanecer cuandolos enfermos se duermen después de haber pasado
una mala noche. ¿Qué piensan ustedes de esto?
Respuesta: Parece como una compensación
intelectual del exceso emocional.
M. L. von Franz: Sí, pero es que va demasiado
lejos. Eso sucede muy frecuentemente en las etapas esquizofrénicas. Hay un
juego de palabras, después aparecen vulgaridades y una alegría súbita muy desagradable.
Es una compensación por haber sido arrastrado demasiado profundamente a las
emociones. Es comprensible como un acto de compensación o para escapar de la emoción,
pero para quien lo ve de afuera no es más que repugnante. Un ser humano ha
tenido la más profunda de las experiencias íntimas, en la que uno participa con
su sentimiento, ¡y después esa misma persona viene un día a decir que todo eso
son tonterías ! He observado esta reacción prácticamente cada vez que alguien
ha caído demasiado en la profundidad del inconsciente. Es el mecanismo
de defensa de una conciencia débil contra una experiencia demasiado abrumadora.
Me gustaría describirla como esquizoide —tomar las cosas serias muy a la
ligera, descartándolas con una risa poco menos que cínica—, pero ésa es la compensación
por haberse visto demasiado arrastrado a las profundidades. Aquí tenemos una de
esas reacciones desvalorizadoras. En los casos extremos se produce lo que
médicos y psiquiatras incluso quieren alcanzar, es decir, la «restauración
regresiva de la persona», cuando la gente dice que todo lo que han visto era
parte de su enfermedad y que jamás volverán a pensar en aquello. Entierran toda
la experiencia y se dedican al intento de adaptarse socialmente; se buscan
trabajo en un despacho y no quieren que les recuerden siquiera lo que decían
y pensaban en aquella época. Por lo general se mudan para no
encontrarse con la misma gente, y si hablan de aquella época es como de algo
que les pasó cuando estaban enfermos. La experiencia es demasiado quemante, y
por eso se la rechaza absolutamente. Su efecto fue demasiado fuerte al
principio, y después, cuando quizá mediante una terapia de choque han salido de
aquel estado, lo más común es que sobrevenga la actitud de desvalorizar. Cuando
sin terapia se saca a la gente de un estado así, ya sea con Largactil o algún
remedio parecido, o con electroshock, entonces la reacción suele ser ésa. Son personas
que se avergüenzan de su pasado, cuando estaban locas, que se adaptan a la
realidad de una manera superficial y, si uno habla con ellas, son aburridas. Uno
tiene la sensación de que se han vuelto aburridamente normales; toda la sal y
la vitalidad de la personalidad han desaparecido. Aquí, gracias a Dios, no se
trata más que de una fase transitoria, y eso es algo que sucede a menudo y que
se puede entender. Es un ritmo normal en las reacciones humanas, ejemplificado por ejemplo
en la dramaturgia clásica antigua, en la que tres tragedias van seguidas por
una comedia. Uno no podía irse a casa después de haber visto el Edipo
Rey y otras dos piezas de Sófocles; al final tenía que haber alguna de las
comedias de Aristófanes para que todo el mundo se desternillara de risa. También
está el mecanismo típico, cuando en mitad de un funeral muy solemne uno ve de pronto
algo gracioso y una reacción nerviosa le provoca ganas de reírse. Lo que se
convierte en ganas de reír es la culminación de la emoción; uno no puede
aguantar demasiado de una situación tan exageradamente trágica y por eso a
ratos se siente forzado a burlarse de ella. Esto explica también las parodias
de la misa en la Edad Media. Durante trescientos sesenta y cuatro días al año,
a la misa y a la hostia se las tomaba muy en serio, pero un día se las tomaba
en broma. O como en el ritual de los indios norteamericanos, en el clan de los thunderbird hay
un payaso que se burla de las ceremonias más santas, haciendo comentarios
obscenos y toda clase de bromas; esto demuestra cómo, en la gente normal, la
culminación de la emoción genera el deseo de compensarla de alguna manera.
Es decir que la reacción del esquizoide que se ve amenazado por el inconsciente
es completamente normal. En casa tenemos una muchacha que ve fantasmas
y puede hablar de manera muy gráfica de sus experiencias. Para ella, ésa
es la realidad absoluta en que vive, y se pasa horas hablando con los fantasmas.
Es un gran secreto, en el cual primero uno tiene que ser admitido, y después
ella puede hablar del tema con gran emoción, pero jamás termina una
conversación así para volver a su trabajo en la casa sin decir: «Bueno, ya se sabe
que los fantasmas no existen, todo esto son tonterías». Y entonces, con una
gran sonrisa, vuelve a su trabajo. Ese comentario es simplemente un rite de
sortie, porque ella no puede pasar inmediatamente de sus experiencias con los
fantasmas a poner a hervir las patatas; el rite de sortie es su forma de
liberarse de algo que la ha conmovido profundamente. La mayoría de las
personas, si tienen algún sentido del humor, cuando se han puesto demasiado
dramáticas hacen algo parecido.
El capítulo siguiente se titula Estimulando
al ignorante a la búsqueda de la sabiduría.
[Preguntaos] si no oís a la Sabiduría y si no
es comprensible el ingenio en los libros de los sabios cuando ella dice: Os llamo,
oh, hombres, y llamo a los hijos del entendimiento. Entended la parábola y su interpretación,
entended la palabra de los sabios y su enigma. Los sabios han usado todo tipo
de expresiones haciendo comparaciones con todas las cosas de la tierra para
aumentar esta sabiduría. Si un sabio oye a los sabios se volverá más
comprensivo y lo sabrá». Esta es la Sabiduría, Reina del Sur, que ha venido
del este como la aurora que se eleva para oír y entender la sabiduría de
Salomón. En su mano están el poder, el honor, la gloria y el reino. Tiene sobre
la cabeza una corona de doce estrellas resplandecientes, como una novia
ornamentada para su prometido, y sobre su túnica hay una
inscripción dorada en griego [probablemente en árabe] y en latín:«Como reina
gobernaré y mi reino no tendrá fin para aquellos que me encuentren con sutileza
y espíritu de inventiva y constancia». Ahora el autor intenta enfrentar de otra
manera su experiencia: de pronto entiende que todos los textos simbólicos que
ha leído antes, en la Biblia y en alquimia, apuntan a la misma experiencia. Probablemente
ahora es capaz de leer textos alquímicos y de sentir que sabe lo que quieren
decir, porque puede vincularlos con su propia experiencia y piensa que toda la
Biblia y toda la tradición alquímica son algo simbólico, una especie de símil o
de descripción simbólica de las vivencias que él acaba de tener.
Aquí ven ustedes que lo que yo les describí
se produce ahora: al amplificarlas con otros textos, él está tratando
de atrapar, consolidar y entender sus experiencias íntimas. Ve amplificaciones
posibles en la Biblia y en la literatura alquímica. Y ahora esta figura, que es
realmente la figura clave de toda la experiencia —es decir, la Sabiduría,
la Reina del Sur, o la Aurora que Surge— vuelve a aparecer, y él la ensalza. Ella
es la reina que reinará eternamente en su reino. Se llama la Reina del Mediodía, o
el Viento del Sur —en latín, auster significa a la vez «viento del
sur» y «mediodía»— y eso se refiere al texto bíblico en Mateo 12, 42: «La reina
del sur comparecerá en el juicio con esta generación y la condenará; porque
ella vino desde los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y
aquí hay uno que es más que Salomón». Este texto, que es más o menos el mismo
que Lucas 11, 31, se refiere a la famosa reina de Saba que vino a visitar al rey Salomón
y tuvo con él, como ustedes saben, un encuentro amoroso del cual provienen aún los
reyes de la dinastía abisinia actual. La reina de Saba era etíope, una reina
pagana, que fue convertida por Salomón a la religión verdadera. Con
sus sirvientas negras se acostó con él y después, embarazada, regresó a su
reino y dio a luz al primer rey de Abisinia. Este episodio amoroso del
envejecido Salomón se convirtió en el gran tema de la literatura amorosa
en Europa. En Oriente, como ustedes saben, en especial en el misticismo persa y
en parte del islámico —sobre todo el de la tradición chiíta, a la cual
pertenecía Sénior—, hay libros de los que se podría decir que constituyen la bibliografía
de la coniunctio, es decir, la unión de un hombre importante, un rey,
con una reina o algo así, de la cual se dice que es una imagen de la unión del
alma con Dios, ya que al alma del hombre se la considera femenina: el anima
se casa con Dios en el momento del supremo éxtasis religioso, y por lo tanto en
ese momento el místico es una novia que se desposa con la Divinidad. De los muy
terrenales y comprensibles poemas de amor de al Hafis se dice que deben ser
leídos con un sentido místico y que al Hafis no está hablando de un episodio
amoroso ordinario con una mujer, sino que se vale de ese lenguaje para
describir la unión mystica del alma con Dios. Lo mismo es válido para al Roumi.
La
carta de amor del sol a la luna es una variación típica de este tipo de
literatura amorosa, en la que se puede decir que el problema del fenómeno
de la transferencia con el proceso de individuación está unido y expresado en
lenguaje simbólico de la manera más hermosa. La experiencia del anima para el
hombre y del animus para una mujer es, en realidad, totalmente ajena a una
experiencia real con una pareja humana. La medida en que la pareja
humana desempeña un papel —ya sea sólo como una imagen remota o como una conexión
auténtica— varía de un caso a otro, pero ésta es la vivencia culminante que
conduce a la experiencia del Sí mismo.
Por consiguiente, se puede decir que en
toda vivencia amorosa profunda está implícita la experiencia del Sí mismo,
porque del Sí mismo provienen la pasión y el factor de avasallamiento abrumador.
Esta experiencia fue mucho mejor entendida y se cultivó más en los ámbitos no
cristianos, que tienen una actitud más equilibrada hacia el principio femenino;
en el judaismo y en la tradición oficial cristiana este tipo de literatura
amorosa y el problema de la unión amorosa con Dios han sido bastante
rechazados, con unas pocas excepciones. En la tradición judía es principalmente
la Cábala la que ha retomado el tema, y en la tradición cristiana hay unos
pocos místicos, como san Juan de la Cruz y su famoso poema, que es una
paráfrasis del Cantar de los Cantares, y donde se vuelve a usar este lenguaje. Probablemente
san Juan de la Cruz, que vivió en España, supiera mucho sobre literatura
islámica. En nuestra civilización, por lo demás, ha habido una escisión. La
Iglesia no ha estimulado este tipo de literatura religiosa y mística, que por
lo tanto afectó profundamente a la literatura semirreligiosa de las
novelas medievales, en especial a la poesía del ciclo del Grial y a las
leyendas del Grial. En ellas penetró la totalidad de lo que podríamos llamar el misticismo
amoroso, y en él le cupo un importante papel a la leyenda de la reina de Saba.
Por esta época, la historia de la reina de
Saba ya había dado origen a una novela muy romántica de la que había diferentes
versiones etíopes, abisinias e islámicas. El texto ha sido elaborado como una
experiencia de conversión a través del amor místico, y ese tema fue recogido
por las novelas medievales de caballería e influyó enormemente sobre todas las hermosas
historias de amor de las novelas de la Edad Media, que de hecho la Iglesia no
rechazó, aunque las mirase con ojos bastante desconfiados. La reina de Saba tiene, por lo
tanto, una larga tradición. En la tradición cristiana, representa una figura del
anima no tan sublime como la de la Virgen María. Para el aspecto
sublime del anima, la Virgen María sigue siendo el símbolo adecuado, pero
¿dónde podría proyectar un hombre el aspecto menos sublime? La reina
de Saba con su sombra de negra, su sirvienta negra, se convirtió en un objeto
adecuado para proyectarle ese aspecto del anima, y por consiguiente
muchas novelas elaboraron el tema de la historia de amor del rey Salomón. Un
tema además muy legítimo, porque de camino hacia el rey Salomón, la reina de
Saba llegó a un río donde había un puentecillo hecho parcialmente con la madera
que más adelante llegaría a ser de la cruz, y ella, con mediúmnica
clarividencia, se negó a pisarlo y prefirió mojarse los pies al atravesar el
río antes que pisar aquel madero. Vio con antelación que aquel madero se convertiría
en la cruz. Después, en las leyendas medievales, se la consideró como una de las
profetisas, como una vidente que previó la vida de Cristo y su muerte en
la cruz y con ello abrió la puerta por la cual pudo entrar en la literatura
cristiana. Con aquel acto quedó legitimada, aunque en él estaban implícitos su
sombra de negra y todos sus amores terrenales con el rey Salomón. Todo aquello
era tolerable porque había llegado a prever la muerte de Cristo. De modo que la
reina de Saba es una figura del anima sumamente interesante en la época medieval;
es la alusión que hay en Mateo 12,42, y aquí nuestro autor alude de esta
manera a ella. Para él la Sabiduría de Dioses también la reina de
Saba que es la aurora que surge.
El comienzo del capítulo siguiente, conocido
como la primera parábola, los dejará a ustedes pasmados.
Mirando desde la distancia, vi una gran nube
que habiendo sido absorbida por la tierra la cubría de negrura, y cubría mi alma,
en que las aguas habían entrado de modo tal que se corrompieron por obra del
aspecto del más profundo infierno y la sombra de la muerte porque la inundación
me había anegado. Entonces los etíopes caerán de rodillas ante mí y mis enemigos
lamerán mi tierra. Nada sano hay ya en mi cuerpo, y por la vista de mis pecados
mis huesos tienen miedo. He gritado durante toda la noche, hasta enronquecer. ¿Quién
es el ser humano que vive, que entiende y que sabe, que pueda salvar mi alma de
los infiernos? Aquel que me ilumine tendrá la vida eterna y
yo le daré a comer del bosque de la vida que está en el Paraíso, y le dejaré
compartir el trono de mi reino. El que me extrae de la tierra como a la plata y
me adquiere como a un tesoro, y me seca las lágrimas de los ojos y no se mofa
de mi vestimenta, el que no me envenena la comida, el que no profana mi lecho
con prostitución, y sobre todo el que no daña mi cuerpo, que es muy delicado, y
más aún quien no me dañe el alma, que es sin amargura en la belleza y en la que
no hay mancha, el que no dañe mi trono, aquel por cuyo amor sus piro, en
cuyo fuego me derrito, en cuyo perfume vivo, de cuyo sabor me vuelve la salud,
con cuya leche me estoy alimentando y en cuyo abrazo todo mi cuerpo se disuelve
y desaparece, de él seré el padre y él será mi hijo. Sabio es el que
aporta júbilo a su padre, a quien daré el lugar supremo entre los reyes de la
tierra y con quien en todo momento mantendré mi alianza. El que reniega de mis leyes
y no marcha de acuerdo con mis órdenes y no cumple mis mandamientos, ése será
abrumado por el enemigo y el hijo de la iniquidad le hará mucho daño, pero quien
quiera que respete mis órdenes no temerá la frialdad de la nieve porque en
su casa tendrá prendas de lino y de púrpura.
Y ese día él reirá, porque yo me sentiré
saciado y mi gloria aparecerá porque él no se habrá comido el pan del ocio. Por
consiguiente los cielos se abrirán para él y como el trueno resonará la voz del
que ha visto las siete estrellas en sus manos, cuyos espíritus son enviados a
dar testimonio a todo el mundo [sobre el Apocalipsis]. El que crea y haya sido
bautizado será bendito, pero el que no crea se condenará. El signo de los que
hayan creído y hayan sido bautizados cuando el rey celestial los juzgue es el
siguiente: serán tan blancos como la nieve sobre el monte Zalmon y como las
plumas de la paloma que resplandecen como plata y cuyas alas son radiantes como
el oro. Él será mi hijo amado; miradlo, porque su forma es más bella que
cualquiera de las de los hijos de los hombres, él a quien el sol y la luna
admiran. Él tiene el derecho de amor, y en ellos seres humanos depositan su
confianza y sin él nada pueden hacer. El que tenga oídos para oír oirá lo que
el espíritu de la sabiduría dice al hijo sobre la doctrina de las siete
estrellas por cuyo intermedio se realiza la obra sagrada. Sobre éstas habla
Sénior de la siguiente manera en su capítulo sobre el sol y la luna: «Después
de que hayáis distribuido estos siete [metales] a través de las siete estrellas,
y se los hayáis atribuido a las siete estrellas, y limpiado nueve veces hasta
que parezcan perlas, ése es el estado de blancura [la albedo}».
Les daré un breve comentario como para que no
se queden ustedes solos con la sorprendente impresión de este capítulo. Comienza
con alguien que se halla en estado de desesperación. A veces parece como si
fuera el autor, pero a veces da más bien la impresión de que fuera la Sabiduría
de Dios, el ser femenino, y entonces, después de un proceso, el capítulo
termina con la enunciación de que algo ha sido blanqueado, de que se ha llegado
a la etapa del emblanquecimiento. Es decir que, partiendo del elogio de una
personificación del inconsciente que ha irrumpido en el ámbito consciente del
autor, el texto se convierte ahora en un esfuerzo por describir un proceso, una
secuencia de acontecimientos. Ya verán ustedes en los capítulos siguientes cómo
esto sucede constantemente. Cada capítulo se inicia con un estado negro y
caótico, y termina con una nota positiva. Por lo tanto, el autor está ahora empezando
a digerir la experiencia en la forma de un proceso. Antes describió el
impacto de lo que le había sucedido; ahora intenta expresar lo que está sucediendo,
pero lo único que puede hacer es empezar una y otra vez la explicación y
terminar de la misma manera. Se podría decir que ahora está intentando ver desde todos
los ángulos posibles el significado de la experiencia. Es lo que pasa
cuando uno se ve primero abrumado por el inconsciente; después sobreviene una inflación,
luego se ríe de todo eso, más tarde recupera el equilibrio y se dice que debe
enfrentarlo y tras ello comienza a reflexionar e intenta describir cómo empezó,
qué sucedió y cuál fue el resultado. Cuando la gente empieza a recuperar la
conciencia, al principio no pueden dar más que un rasgo, pero después,
cuando están un poquito más conscientes, comienzan a
repetir históricamente lo que sucedió. Por ejemplo, si es un episodio
psicótico, la gente dirá que al principio se sentían cansados y después
apáticos y entonces oyeron una voz y luego de pronto. . . lo que les haya
pasado. Así pueden volver atrás y digerir lo sucedido. Aquí la experiencia
fue tan fascinante y tan abrumadora que santo Tomás usa siete capítulos para rumiar
el mismo proceso, describiéndolo siempre desde un ángulo diferente; es el
comportamiento típico de alguien cuya psique se ha visto anonadada por la
invasión de un contenido del inconsciente.
Es el mismo mecanismo que se ve en escala
menor cuando la gente ha tenido alguna experiencia que la conmueve, un
accidente de coche en la calle, por ejemplo. Lo contarán por lo menos tres
veces ese mismo día, necesitan narrarlo una y otra vez. Mediante la repetición, la
conmoción se asimila, y por lo tanto si uno ha sufrido un impacto
psicológico tiende a digerirlo por repetición hasta que ha integrado todos
sus aspectos y recuperado el equilibrio. Es lo que sucede aquí. Lo mismo le
sucedió a san Nicolás de Flüe, que después de haber tenido su aterradora visión
de la Divinidad intentó digerirla pintándola y explicándosela a varias
personas, una y otra vez, hasta que consiguió asimilar el impacto. Hasta su
muerte, lo único que le preocupó a partir de ese momento fue la
asimilación de la conmoción producida por su visión de Dios. Tengo una
analizando, una mujer que tiene tremendas experiencias de la Divinidad, que me
preguntó el otro día cuántos años necesitaría para digerirlas. Le contesté que
me imaginaba que necesitaría por lo menos diez años. «¿Tanto?», me preguntó. Se
quedó pensativa y después me dijo que probablemente yo tenía razón. Uno no puede
digerir inmediatamente una experiencia así, y en este caso eso significa que
cada vez que vuelvo a verla tenemos que hablar de las suyas desde un ángulo
diferente. Eso no es nada anormal. Es lo normal en una situación excepcional.
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