sábado, 21 de abril de 2012

Aurora Consurgens I



ML von Franz
AURORA CONSURGENS
Hemos agotado todo el tiempo de que disponíamos para la alquimia árabe, y durante las tres últimas conferencias nos ocuparemos de la alquimia europea. Tengo tres propuestas para hacerles, y les pediré que voten por ellas:
1. El texto de la Aurora consurgens, sobre el cual escribí en el tercer volumen de la edición alemana del Mysterium Coniunctionis, pero del que se ha dicho que es tan complicado y difícil que necesita una introducción.
2. Parte de un texto de Petrus Bonus, un Italia no del siglo XIV, que nos ofrece una imagen típica de la alquimia medieval.
3. Una combinación de los dos. También me han sugerido que tomara un texto de Paracelso, pero es un autor a quien he evitado a causa de la cantidad de explicaciones específicas que requiere, debido a las muchas palabras raras que usa. En Paracelso hay que abrirse paso con esfuerzo, lo mismo que en Jakob Boehme, y por eso no creo que se pudiera sacar mucho provecho de un breve extracto. Si a ustedes les interesa un texto que, en mi opinión, fue escrito a partir de una experiencia religiosa inmediata del inconsciente, les aconsejaría la Aurora consurgens.
Pero si prefiriesen una introducción al sentido y al pensamiento, y al estilo en términos más generales, de la alquimia de la Europa medieval, les diría que voten por Petrus Bonus, porque la Aurora consurgens no es un texto típico, sino muy peculiar, y que desborda cualquier clasificación. Si escogen la tercera posibilidad, una combinación de las dos, les daría una breve introducción sobre Petrus Bonus y después seguiría con la Aurora consurgens. Cronológicamente estaría mal, pero yo preferiría hacerlo de esa manera. [Al hacerse la votación, fue elegida la Aurora con surgens.]


Me alegro mucho de la decisión de ustedes, porque me parece que, de las tres posibilidades, ésta es la más interesante. Las palabras Aurora consurgens aluden a «la aurora que se eleva». El descubrimiento de este texto recuerda un poco a una novela policíaca. En una antigua colección de libros, el doctor Jung tropezó con el texto de Aurora consurgens, Parte II, una obra de química bastante desabrida, que llevaba al comienzo una breve nota en la que se explicaba que aquélla no era más que la segunda parte del texto, y que el impresor había omitido la primera porque era blasfema. Esto despertó la curiosidad de Jung, quien dedicó algún tiempo a seguirle la pista. Al fin descubrió que en el monasterio que hay en la isla de Reichenau, en el lago Constanza, había habido un manuscrito con ese nombre, que se encontraba entonces en la Biblioteca Central de Zurich. Está incompleto, y comienza en la mitad del texto que ahora hemos publicado. Jung comprobó que el texto no se podía leer en aquella forma, porque estaba escrito en la taquigrafía latina que se utilizaba en el siglo XV, y por eso me lo entregó. Tras adentrarme laboriosamente en él, descubrí que había un manuscrito completo en París, otro en Bolonia y un tercero en Venecia, de manera que lentamente pudimos reunir varias versiones y, donde algún pasaje no era claro, completar un texto con otro.
En la mayoría de los manuscritos se atribuía el texto a santo Tomás de Aquino, posibilidad que yo no consideré ni por un momento, pensando que era habitual añadir aun tratado así el nombre de un famoso, y que fácilmente el manuscrito podía ser obra de alguien más. Ésta fue también la reacción general entre otros estudiosos. Es un texto muy sorprendente, formado por un mosaico —un rompecabezas— de citas de la Biblia y de algunos escritos alquímicos tempranos. Si se lo considerara como un rompecabezas que alguien podría haber hecho por entretenerse, no tendría interés alguno, y es posible que algunos lo hayan leído superficialmente, entendiéndolo y aceptándolo de esta manera. Pero, como pronto verán, es imposible explicar ese fenómeno de semejante manera, debido al tremendo interés y emoción que transmite el texto. La conclusión siguiente fue que era obra de un esquizofrénico, ya que suena bastante como si lo fuera, y eso se aproxima mucho más a la verdad. Sin embargo, yo no creo que sea sólo eso, aunque probablemente haya sido escrito por alguien dominado por el inconsciente. La situación clásica de alguien que se encuentra en ese estado se describe como un episodio psicótico, pero, en opinión del doctor Jung —que la emitió en su condición de médico, como un diagnóstico—, este texto representaría o bien el comienzo de una psicosis, o una fase en una psicosis maníaco depresiva, o la descripción de una situación anormal escrita por una persona normal que en aquel momento en particular estaba invadida por el inconsciente. Yo me inclino a coincidir con la tercera teoría, aunque a partir del documento no es posible llegar a una conclusión definida. Lo he interpretado simbólicamente, como si fuera un sueño, y he llegado a la conclusión de que es el texto de alguien que se muere. La totalidad del simbolismo y del problema gira entorno del problema de la muerte y se concentra en él, y al final hay una descripción del matrimonio místico, o de la experiencia amorosa, expresada de una forma que al parecer tiene que ver con las experiencias que, según se sabe, tienen muchos moribundos, y cuyo resultado es la tradición de que la muerte es una especie de matrimonio místico con la otra mitad de la personalidad.
Tras haber traducido, estudiado e interpretado el texto, el doctor Jung decidió de pronto que deberíamos publicar ese documento único. Me preguntó si yo podría escribir una breve introducción histórica —el resto ya estaba terminado— en la que diera las fechas, dijera quién podía ser el autor y cosas así. Empecé con el supuesto de que aunque el texto hubiera sido atribuido a santo Tomás de Aquino, aquello era imposible. Me proponía continuar diciendo que el manuscrito pertenecía al siglo XIII, pero después pensé que como sobre Tomás de Aquino no sabía nada más que unas pocas superficialidades, no tenía por qué escribir eso. Entonces, por pura escrupulosidad, decidí echar una mirada a otros escritos suyos y, para estar más segura, leer una biografía, lo que sin embargo me dejó más insegura, porque al hacerlo me encontré con que al final de su vida, pocas semanas antes de su muerte, santo Tomás sufrió una alteración de personalidad muy extraña. Durante largo tiempo había trabajado excesivamente y por eso, amén de algunas otras razones psicológicas que me gustaría estudiar luego más detalladamente, empezó a tener distracciones y despistes extraños.
Por ejemplo, una vez que decía misa públicamente en Nápoles, de pronto, y aunque entre los presentes había un cardenal, se detuvo en pleno oficio y permaneció durante veinte minutos en una especie de éxtasis o ausencia, hasta que alguien lo sacudió, preguntándole qué le pasaba, tras lo cual volvió en sí y se disculpó. Se ha dicho generalmente que aquello fue el comienzo de su enfermedad, mientras que algunos dicen que, junto a su racionalismo, debe de haber habido en su personalidad una vena mística, que de cuando en cuando hacía irrupción en aquellos extraños accesos de abstracción y ausencia. Esos estados se hicieron más frecuentes durante sus últimos años —murió a los cuarenta y nueve o a los cincuenta y uno, no se sabe con segundad porque se ignora la fecha exacta de su nacimiento—, y después sucedió algo que nunca se ha explicado. Solía levantarse muy temprano todas las mañanas, para leer misa a solas en la capilla de cualquier monasterio donde estuviera de visita, porque viajaba continuamente. Tenía un amigo, Reginaldo de Piperno, un monje muy humilde que lo acompañaba como servidor personal, un hombre que lo adoraba y que es una de las principales fuentes biográficas sobre santo Tomás.
Este monje relata que una mañana, como siempre, santo Tomás fue a decir misa y cuando volvió estaba palidísimo. «Pensé que se había vuelto loco», dice literalmente el relato latino de Reginaldo. El santo fue a su escritorio, hizo a un lado la pluma con que estaba escribiendo el capítulo sobre la penitencia de su Summa, apartó todos sus avíos de escribir y se pasó todo el día allí sentado en una especie de estado catatónico, con la cabeza entre las manos. Reginaldo de Piperno le preguntó por qué no estaba escribiendo, y él se limitó a replicar: «No puedo». La situación se mantuvo durante varios días. Reginaldo volvió a acercársele para preguntarle por qué no seguía escribiendo, y siempre obtuvo la misma respuesta: «Non possum» —No puedo—. Unos cinco días después intentaron de nuevo descubrir qué era lo que le pasaba, porque no hacía nada en todo el día, ni trabajar ni predicar, sino simplemente estar sentado con aire enloquecido, y dijo que no podía escribir porque le parecía que todo lo que había escrito era como paja {palea sunt).
En biografías posteriores, escritas por personas que no estuvieron presentes, se han añadido las palabras: «en comparación con las visiones magníficas que he tenido», pero esas palabras no figuran en las fuentes originales. Reginaldo de Piperno se inquietó muchísimo por el estado de santo Tomás, y, como él siempre había tenido conversaciones con una prima, una condesa italiana, llevó a santo Tomás a que la viera, pensando que con ella podría abrirse y decir lo que le había pasado. Pero la condesa tuvo la misma impresión y dijo: —Dios mío, qué le sucede al padre Tomás, parece estar loco. El propio santo Tomás no dijo palabra durante toda la reunión, pero después, lentamente, volvió a su estado de ánimo anterior, hasta el punto de que pudo volver a participar en la política de la Iglesia y en cosas semejantes, y accedió a concurrir a un congreso de la Iglesia en Milán o en el sur de Francia. Hizo el viaje en burro. Santo Tomás era por entonces un hombre gordo y robusto, y por el camino se golpeó la cabeza contra la rama de un árbol y se cayó. Era un día de verano muy caluroso y se limitó a levantarse sin decir nada del accidente. Aquella noche se quedaron en el pequeño monasterio de Santa María di Fossa Nuova, en la puerta del cual volvió a sentirse súbitamente enfermo; se sintió mareado y, tocando el marco de la puerta, dijo: —Siento mi muerte que viene; de aquí no saldré —y fue directamente a acostarse. Los monjes de Santa Maria di Fossa Nuova, convencidos de que contaban con alguien maravilloso, el famoso padre Tomás, le insistieron para que diera un seminario, a pesar del estado desastroso en que se encontraba. Forzado a cumplir con sus obligaciones cristianas, con sus últimas fuerzas se empeñó en hacerlo y, según cuentan las tradiciones más antiguas —aunque esto también fue omitido en informes posteriores—, dio un seminario sobre el Cantar de los Cantares de Salomón… Y en mitad de ello, mientras explicaba las palabras «Ven, mi amado, salgamos a los campos», murió. Nunca se han encontrado notas de este seminario, y ya en 1312, en el momento de su canonización, este último episodio fue más o menos pasado por alto; nadie demostró el menor interés en sus últimas palabras, aunque por lo general a las últimas palabras de un santo les cabe un importante papel en su biografía. Sin embargo, en este caso todo fue lavado y purificado con agua de rosas. Todo esto no lo encontrarán ustedes en una biografía oficial, sino en las Acta Bollandiana, las fuentes latinas originales y los informes de los primeros testigos del proceso de canonización.
Tras haber leído lo que antecede, se me despertó la terrible sospecha de que, efectivamente, la Aurora consurgens podría haberse originado en las notas del último seminario de santo Tomás. Como verán ustedes, el texto es una paráfrasis del Cantar de los Cantares de Salomón, y el último capítulo termina exactamente en el mismo lugar donde, según la tradición, murió el padre Tomás. Yo estaba muy ansiosa por mi descubrimiento, porque pensaba que me haría muy impopular si decía lo que había encontrado. Pero después de enfrentarme con mi propia vanidad y con la sensación de que me pondría en ridículo si decía tales cosas, publiqué el libro tal como está, diciendo que no había pruebas objetivas, pero que la evidencia interna estaba más bien en favor que en contra de mi teoría. Hasta el momento [1959] no se ha producido reacción alguna de parte de la Iglesia, ni positiva ni negativa. La reacción oficial alo que dije en el libro ha sido hasta ahora un silencio absoluto; ni un solo especialista ha publicado un artículo diciendo que no son más que tonterías, que la autora no tiene ni la más remota idea de la vida de santo Tomás, ni nada por el estilo. Es claro que yo me tomé todo el cuidado posible en fundamentar mis afirmaciones, pero nadie ha aceptado ni rechazado lo que escribí, que no ha sido recibido más que con un silencio incómodo. Cuando los periódicos hablan del tema, es siempre en relación con los dos primeros volúmenes del Mysterium Coniunctionis, los del doctor Jung; del tercero, el mío, se dice que es un documento muy interesante, y del último capítulo, donde hablo de las cosas que les estoy diciendo ahora, simplemente no se hace ningún caso. Todavía estoy esperando a ver lo que pasa… , ¡parece que fuera una bomba de tiempo! Además, recargué tanto el libro de eruditas notas a pie de página que eso intimida bastante, y parece que la mayoría de las personas no se molestan en leer hasta el final. Pero lo hice a propósito. ¡Era como poner, silenciosa y discretamente, una bomba de tiempo en el Vaticano! Hay una excepción: un padre dominico, maestro de teología, ha reaccionado de forma muy positiva. Es especialista en santo Tomás, y dice que a él le pareció completamente coherente, que si uno tenía amplitud de espíritu, no había nada que no pudiera aceptar en una hipótesis así.
Pregunta: ¿No hay manera de saber si el último Papa lo vio alguna vez?
M. L. von Franz: No, no creo que lo viera. De hecho, pensé enviarle un ejemplar dedicado, pero no lo hice. Tuve que escribirle pidiéndole permiso para usar la Biblioteca Vaticana, dirigiendo la carta «a la Sua Sanctita», y me impresionó mucho tener que dirigirme de esa manera a él, pero no era más que una formalidad.
Pregunta: ¿No es verdad que conocía los escritos de Jung y estaba bien dispuesto hacia él? En La vida simbólica, Jung dice que tenía la bendición papal.
M. L. von Franz: Eso es bastante indirecto. Lo único que puedo decirle es que se ha hablado mucho y quede eso el doctor Jung no me ha dicho nada. Es cierto que el difunto Papa tenía una actitud positiva hacia la psicología en general; en una de sus introducciones a un Congreso de Psicología en Roma expresó que recomendaba el estudio de la psicología, y entre las diferentes psicologías, la freudiana y otras, parece haberse inclinado más bien hacia la junguiana. Ahora me gustaría darles una breve traducción de algunas partes del texto. No podré hacerlo con la totalidad, porque llega a unas cincuenta páginas, pero puedo hacer un extracto de las partes más importantes.
Los primeros cinco capítulos están dedicados a la aparición de una figura femenina llamada la Sabiduría de Dios. En los Libros de la Sabiduría —que son todos material tardío del Antiguo Testamento, influido por el pensamiento gnóstico y el gnosticismo, desde más o menos el siglo II a. C. hasta el I de la era cristiana—, en todos esos diversos escritos, como los Proverbios, hay una personificación de la Sabiduría de Dios que aparece como una figura femenina. Ella estaba con Dios y actuaba ante Él antes de que fueran creados el mundo y la humanidad. Esta Sabiduría de Dios se mezcla con la idea gnóstica de la sophia.
Esta personificación femenina era una figura incómoda para los teólogos cristianos. ¿Qué es? En los últimos escritos del Antiguo Testamento aparece una especie de novia o mujer de Dios… Ciertamente, hay una figura femenina, pero ¿quién era? La actitud medieval habitual era identificarla con el Espíritu Santo, decir que no era más que un aspecto femenino, y allí donde se hablaba de la Sabiduría de Dios había que entender realmente el Espíritu Santo, pero algunos la veían como el alma de Cristo — anima Christi —, que existía ya antes de la encarnación de Cristo, y de esa manera era idéntica a la forma de Cristo como palabra eterna, el logos, que está con Dios desde toda la eternidad y antes de su encarnación como Jesús Cristo, pero aquí se ha considerado que la Sabiduría de Dios es la misma cosa, y para explicar su feminidad se usa la expresión «el alma de Cristo», anima Christi.
La tercera explicación, que en mi opinión es la más interesante, es que representa la suma de todos los arquetipos (y esto es lenguaje medieval, no estoy proyectando las palabras junguianas), los archetypi, es decir, las ideas eternas en la mente de Dios cuando creó el mundo. Lo explican así: cuando Dios creó el mundo, a la manera de un buen arquitecto concibió primero un plan en el que todo —los árboles, los animales, los insectos, todo— estaba presente como idea. Antes de que hubiera millares de osos en el mundo, estaba la idea de un oso en la mente de Dios, y antes de que hubiera millones de robles, estuvo la idea de un roble. La idea de un roble en la mente de Dios sería el archetypos o radones aeternae o ideae, los planes eternos o ideas. Dios concibió el mundo y después plasmó su idea en la materia y creó el mundo real. Si lo traducimos al lenguaje psicológico, significaría que la Sabiduría de Dios representa el inconsciente colectivo, la suma de todas las ideas de diseños originales de la realidad… , pero eso sería el lado femenino de la Divinidad.
Pregunta: ¿Como se compagina esto con la idea de que la palabra, la idea, el logos, se relaciona con lo masculino, mientras que lo femenino se conecta con la materia, con la materialización? Seguramente, aquí se debería hacer una diferenciación entre el arquetipo y la imagen arquetípica.
M. L. von Franz: No creo que eso entre en escena todavía. Yo diría que en la idea del logos se pone el énfasis en la unidad y en el orden espiritual, y en el paralelo femenino el énfasis está sobre el tipo multiplica doy más concretado en imágenes. Ése es el matiz. La imagen arquetípica no está en juego todavía; en realidad, ésa es una etapa posterior. Hablando en términos de la escolástica medieval, eso sería el unus mundus, una existencia puramente espiritual que todavía no se ha convertido en imagen en mente alguna, a no ser en la de Dios. Yo haría más bien esta distinción: algunas personas experimentan el inconsciente, y quedan más impresionadas por él, por la vía de su ordenamiento espiritual, por ejemplo en el significado de un sueño…, y dicho sea de paso, esto es más propio del tipo pensante. Aunque yo interpreto muchos sueños al día, con diferentes personas, siempre me deja pasmada la maravillosa estructura del sueño. Hay una exposición y después, de una manera muy astuta, las imágenes se mezclan y el significado se aclara. Como yo soy de tipo pensante, me admira el pensamiento en el inconsciente, con su maravillosa estructura. Si fuera más bien de tipo sentimental, quizá con inclinaciones artísticas, entonces —como lo veo con frecuencia en mis analizandos— me impresionaría más la belleza de una imagen onírica, el valor sentimental de un elemento del sueño. Cuando yo comento que un sueño está maravillosamente estructurado, es probable que el analizando me diga que sí, pero que a él le impresione más la imagen tan vivida o el tono emocional tan definido. A un tipo más lógico y racional le impresiona la estructura maravillosa de algo que uno podría esperar que fuera completamente irracional. La lógica de un sueño es algo que siempre me asombra, la lógica fantástica que hay en esa serie de imágenes. Por lo tanto, yo diría que el logos representaría el elemento estructural del inconsciente —de estructura y de significado—, en tanto que en la especificación femenina está más bien la idea de su manifestación emocional y pictórica. Yo más bien los compararía entre sí de esa manera, pero ambos aluden al inconsciente en nuestros términos, e incluso los autores escolásticos dicen que no es más que una manera de hablar; puede llamárselo sophia o logos, porque para ellos son una y la misma cosa, o dos aspectos de la misma cosa, y podríamos estar completamente de acuerdo con este tipo de enseñanza.
La tercera teoría, que existía ya en la Edad Media, nos viene de los árabes. El famoso filósofo árabe Ibn Sina, conocido en la literatura europea como Avicena, desarrolló la idea aristotélica referente al llamado nous poiétikos, que es la siguiente: Dentro de la realidad cósmica del mundo hay una inteligencia creativa que existe en las cosas mismas; existe en el cosmos, es creada por Dios. Dios creó el mundo, y en él creó un espíritu creativo o, como se lo interpreta generalmente, una inteligencia creativa que es responsable del significado y la importancia de los eventos cósmicos. Este carácter significativo —el hecho de que el cosmos no sea ni un caos ni una máquina que simplemente sigue marchando de acuerdo con leyes causales, sino que es también un misterio en el cual pueden darse sincronicidades significativas— fue atribuido al nous poiétikos.
San Alberto el Grande y santo Tomás, su discípulo, desenterraron los escritos de Avicena y se metieron en grandes dificultades porque estaban absolutamente fascinados por la idea del sentido del cosmos, la noción de que el cosmos tiene una inteligencia, y no sabían cómo reconciliar todo aquello con sus ideas cristianas. San Alberto era un intuitivo y un gran genio, pero no un pensador muy cuidadoso, y se limitó a señalar alegremente que aquello era algo así como el Espíritu Santo. Santo Tomás, que era del tipo pensante, no podía tragarse entero todo aquello y por lo tanto cortó en dos el nous, diciendo que en parte el nous poiétikos no estaba en el cosmos, sino en la mente humana, cuya base constituía —en términos modernos diríamos que era la base del misterio de la conciencia—, y la otra mitad, decía santo Tomás, era simplemente la Sabiduría de Dios. Así cortaba en dos partes el concepto islámico, asignándole una al hombre y otra a la Sabiduría de Dios.
Esto es muy interesante, porque originariamente se proyectaba afuera la inteligencia, el significado oel orden espiritual del mundo. La gente del medievo, como los primitivos, no se daba cuenta de que el orden es algo que vemos por mediación de la mente. La causalidad no es algo que exista; es simplemente la forma en que nos explicamos la secuencia de los acontecimientos, es decir, una categoría filosófica. Lo mismo se aplica a la sjncronicidad, pero la conexión de la secuencia de los acontecimientos en sí mismos no es algo que nosotros conozcamos. En la época medieval, la gente aún seguía pensando que la causalidad y otras categorías existían objetivamente en el mundo exterior y, por consiguiente, que éste tenía una inteligencia, lo cual no era una idea tan estúpida. La idea de la inteligencia del mundo los impresionó mucho, y gracias a ella pudieron entender por qué Dios había creado el mundo con sus interconexiones significativas. Después santo Tomás introyectó o recuperó esta proyección y se dio cuenta de que, en parte, es algo que depende de nuestras propias operaciones mentales, porque el significado no existe mientras no lo veamos, y si nadie describe la causalidad, pues no existe. Ambos son algo que depende de la mente que observa y es capaz de describir. Así pues, santo Tomás dio el moderno paso de introyectar las teorías de la ciencia natural, dándose cuenta de que los términos que usamos provienen de nuestra propia mente. Como era un gran pensador, fue más lejos incluso y se preguntó por qué nuestra mente producía ideas tales como conexiones significativas, y se lo atribuyó al nous poiétikos.
Éste es el estado de conciencia del hombre que quizás escribió el texto que ahora estamos considerando. El texto continúa: Todas las cosas buenas me llegaron por mediación de ella, la Sabiduría del Sur [literalmente, del viento sur], que se queja en las calles, llamando a la gente, y habla a la entrada de la ciudad: «Venid a mí y sed iluminados y vuestras operaciones no os serán recriminadas. Todos vosotros los que me queréis seréis colmados con mis riquezas». Venid, hijos míos, y escuchad, porque yo os enseñaré la Sabiduría de Dios, que es sabio y entiende aquello de lo cual dice Alphidius que los adultos y los niños oyen en la calle, que los animales callejeros lo hunden día tras día en el estiércol, y de lo cual dice Sénior que nada es exteriormente más despreciado y nada de naturaleza más preciosa, y que Dios no nos lo ha dado para que fuera comprado con dinero. Ella, la Sabiduría, es aquello de lo que Salomón dice que se lo ha de usar como una luz, y que él colocó por encima de toda belleza y de toda salvación, porque ni siquiera el valor de las gemas y de los diamantes era comparable con su valor. El oro en comparación con ella es arena, y la plata en comparación con ella es arcilla. Eso es muy cierto, porque conseguirla es más importante que el oro y la plata más puros. Sus frutos son más preciosos que las riquezas del mundo entero, y todo lo que puedas querer no puede ser comparado con ella.
Salud y larga vida están en su mano derecha, y gloria y riquezas inmensas en la izquierda. Sus obras son bellas y dignas de elogio, no desdeñables ni malas; y su marcha, mesurada y no presurosa, pero conectada con un trabajo duro, continuo y persistente. Es el árbol de la vida para todos los que la entienden, y una luz que nunca se extingue. Benditos aquellos que la han entendido porque la Sabiduría de Dios nunca pasará, de lo cual da testimonio Al phidius cuando dice que el que una vez haya encontrado esta sabiduría recibirá de ella legítimo y eterno alimento. Hermes y los demás filósofos dicen que si un hombre tuviera este conocimiento [aquí la palabra conocimiento está usada en vez de sabiduría] durante mil años y tuviera que nutrir diariamente a siete mil personas, aún seguiría teniendo suficiente, y Sénior dice que un hombre así es tan rico como el que posee la piedra filosofal, de la cual se puede conseguir, e igualmente dar, fuego a quien se desee. [Se sabe que si uno tiene una piedra de fuego, entonces siempre puede reproducir sin falta el fuego.]
Aristóteles dice lo mismo en el segundo libro, Sobre el alma, donde escribe que hay límites para el tamaño y el crecimiento de toda cosa natural, pero que el fuego, en cambio, puede crecer eternamente si se lo sigue alimentando. Benditos sean los que encuentran esta ciencia [ahora usa ciencia en vez de sabiduría, pero quiere decir lo mismo] y a quienes la inteligencia de Saturno inunda. Piensa en ella de todas las maneras y ella misma te conducirá. Sénior dice que sólo el sabio y el intelectual, y el hombre que piensa con precisión y el que es inventivo, pueden entenderla, y sólo después de que su espíritu ha sido clarificado por el libro de la agregación. Porque entonces la mente de una persona así comienza a fluir y a seguir su deseo [aquí se usa en vez de deseo la palabra concupiscencia, muy chocante para un monje medieval]. Benditos sean los que tienen en cuenta mis palabras. Y dijo Salomón: «Hija mía, cuélgatela del cuello e inscríbela en las tabletas de tu corazón y la hallarás». Dile a la Sabiduría que eres mi hermana y llámala tu amiga. Pensar en ella es una perfección sutil que sigue por completo a la naturaleza y perfecciona la sabiduría. [De pronto el texto cambia, y el hombre tiene que añadir perfección a la sabiduría, a la Sabiduría de Dios. Ella es la cosa más perfecta, y pese a ello el hombre tiene que añadirle sabiduría.] Quienes permanecen despiertos por su día y noche pronto estarán seguros. Ella es muy clara para quienes tienen penetración y jamás se desvanece ni se extingue. A quienes la conocen les parece fácil, porque ella misma va en busca del que es digno de ella. Va hacia él llena de placer y lo encuentra en cada providencia, porque su comienzo es la más auténtica naturaleza, de la cual no proviene engaño.
Obsérvese el jubiloso lenguaje bíblico y las muchas alusiones a diferentes citas bíblicas. Quien conozca bien la Biblia, la sentirá constantemente resonar en los oídos. Las citas son principalmente de la Vulgata y por lo tanto, naturalmente, están formuladas en términos un poco diferentes que en la Biblia inglesa. Al comienzo a uno le sorprende un poco encontrarse con una paráfrasis de las palabras de la Sabiduría de Dios. Ella se aparece en las calles y llama a los hombres. Eso, como ustedes saben, está tomado de la Biblia. Está principalmente en el Libro de Jesús Sirach y en los Proverbios. Después, si se escucha con cuidado, se percibe algo muy extraño. A saber, primero está la Sabiduría de Dios, una entidad femenina que llama a las gentes hacia ella invitándolas a que vayan a escucharla. Después, la idea se modifica, y se nos dice:«Esta es la cosa pisoteada por las calles, despreciada por todos». Se trata de una cita alquímica que en el texto original se refiere a la piedra filosofal. De modo que quien conozca la cita sabe que desde el comienzo mismo del texto, el autor identifica la Sabiduría de Dios con la piedra filosofal, que para él son una y la misma cosa. Debe de haber tenido una experiencia respecto de la cual sentía que lo que había entrado en él, y que se había adueñado de él, era lo que los alquimistas llaman la piedra filosofal. Sigue luego citando a algunos otros alquimistas, entre ellos Sénior, que dicen que ella es muy preciosa pero que las gentes ordinarias la desprecian, y hay una larga comparación para demostrar cuánto más preciosa es ella que los bienes mundanos. Viene después una alusión, no bíblica, al hecho de que para encontrarla hay que trabajar durante mucho tiempo, ya que ella es una especie de nutrimento eterno, o algo como el fuego que puede encender otros fuegos, y entonces de pronto dice que para encontrarla no se necesita más que una cosa, a saber, una percepción sutil de la verdadera naturaleza. Esto va seguido de una cita más sorprendente aún, de nuestro amigo Sénior: «Si esto haces, entonces tu mente comenzará a fluir y seguir a su concupiscencia». En el lenguaje escolástico medieval, concupiscencia se refiere a los apetitos ordinarios: deseos sexuales, deseo de comer y cosas semejantes, pero principalmente al deseo sexual, la base llana y vulgar del amor superior. El propio santo Tomás tenía una teoría del amor, que para él empezaba siempre con la concupiscencia y debía ser sublimado hasta llegar a ser amor de Dios.
Ante este texto, o bien no podemos entender nada, y nos limitamos a decir que está más allá de nuestro alcance, o debemos abordarlo como se aborda un sueño. Podemos tomarlo como si fuera un documento del inconsciente, en cuyo caso su significado se aclara: el inconsciente colectivo ha irrumpido en la mente del hombre y la ha invadido, en forma de una personificación femenina que él sintió como la Sabiduría de Dios. . . Y ya verán ustedes luego que piensa que la Sabiduría de Dios y Dios son uno. Un aspecto femenino de Dios lo ha anegado, y él dice que a eso se llega observando la naturaleza de manera sutil y siguiendo el propio deseo interior, es decir, que es una verdad sutil que puede encontrar cualquiera que tenga la simplicidad mental de seguir su propio deseo. Si esto significa algo, significa una abrumadora vivencia del inconsciente encerrada en la forma de una personificación femenina. Por la sensación que me da el texto, creo —y espero que estarán ustedes de acuerdo conmigo— que aquí no se trata de una invención del intelecto. A mí me da más bien la sensación de que hubiera sido escrito por alguien que se vio primero anonadado por una vivencia así, y después intentó expresarla mediante esas citas bíblicas y alquímicas. Una cosa así se puede observar, por ejemplo, al comienzo de una psicosis.
Uno de los síndromes más destructivos en un intervalo psicótico ocurre cuando la gente está invadida por vivencias emocionales o alucinatorias y no puede expresarlas. Tan pronto como son capaces de contárselo a alguien, ya no están completamente psicóticos, y la primera etapa ha pasado. Si pueden decir algo al respecto y describir su vivencia aunque sea tartamudeando o en forma simbólica, si de alguna manera pueden sacarla afuera, ya no están perdidos y el proceso de curación se ha iniciado. Lo peor es cuando la cosa es tan abrumadora que simplemente se quedan en blanco, se meten en cama y se vuelven catatónicos. Uno sabe que están pasando por las experiencias íntimas más tremendas, pero externamente se los ve quedarse en cama como un bloque de madera, negándose a comer. Cuando empiezan a moverse y a tartamudear y a hablar de lo que han visto, eso ya es una mejoría, porque han encontrado un modo de expresarse. Por eso es sumamente importante, si tienen ustedes que vérselas con una posibilidad así, que traten a esas personas como si tuvieran una psicosis latente y les ofrezcan una cantidad enorme de conocimiento simbólico. Si se sospecha una posible invasión o irrupción del inconsciente colectivo, hay que suministrarles forzadamente a estas personas tanta información simbólica como se pueda, haciéndoles leer, tanto como sea posible, a Jakob Boehme, textos alquímicos y mitología. Los pacientes no sabrán por qué, y hasta puede ser que les parezca raro, pero entonces, si sobreviene la vivencia abrumadora, quizá puedan expresarla, o al menos describirla. Si pueden hacer suficientemente bien esta preparación del terreno mediante un entendimiento simbólico por adelantado, por más que ellos no le vean utilidad, cuando sobrevenga la experiencia contarán con una red con la cual podrán pescarla y darle nueva expresión.
El doctor Jung me contó que había tenido el caso de una doctora extranjera, muy racional y de mentalidad estrecha, que había estudiado psiquiatría y quería hacer un análisis de capacitación. Él se dio cuenta al instante de que la mujer tenía una psicosis latente, y deque la situación era bastante peligrosa. En vez de darle un análisis de capacitación estándar, la atiborró de tantos conocimientos simbólicos como pudo: historia delas religiones, mitología, tanta alquimia como él podía saber en aquel momento, y más en ese estilo. Debido a su fuerte transferencia, ella se tragó todo aquello, pero sin ver ni remotamente qué tenía que ver con ella. Entonces regresó a su país y de pronto la cosa estalló y la mujer se tiró por la ventana del hospital donde estaba trabajando. Se rompió ambas piernas, pero cuando la ingresaron en el hospital estaba loca de atar, totalmente perdida en un episodio psicótico. El médico que la trató escribió a Jung informándole de la evolución del caso, y le describió cómo después de tres días de estar, al parecer, completamente loca, articulando un discurso totalmente psicótico, empezó a recordar algunas de las cosas simbólicas que había leí doy lo que Jung le había dicho acerca de ellas. Empezó a poner en orden todo aquello y en torno de ello formó el núcleo de una nueva personalidad yoica. Pasadas tres semanas, había salido del episodio y estaba completamente normal, lo que había oído y leído antes acudió ahora en su rescate, y le permitió contener aquella experiencia emocional abrumadora en el marco de un entendimiento psicológico simbólico. La mujer se recuperó y, de acuerdo con la correspondencia que Jung mantuvo con ella durante muchos años —ya que jamás volvió a verla en persona, porque venía de un país muy lejano—, jamás tuvo una recaída; aquél fue su único episodio psicótico, y hay toda clase de razones para creer que la cosa está ahora realmente integrada, y que ella está curada. Ya ven ustedes, pues, cómo el conocimiento del simbolismo es, por así decirlo, una red en la cual se puede al menos atrapar el misterio inexpresable de una vivencia inmediata del inconsciente. Creo que nuestro autor tuvo una de estas vivencias indescriptibles y abrumadoras del inconsciente y que, de manera bastante caótica, intentó capturar y describir lo que había sucedido mediante un potpourri de citas bíblicas y alquímicas.
Comentario: Estoy pensando cómo reconciliar lo que usted acaba de decir sobre ser capaz de expresar estas vivencias con lo que dijo en un curso anterior, creo que el año pasado, cuando señaló usted que con sólo que los psicóticos no hablaran, nadie se enteraría de nada.
M. L. von Franz: Es muy sencillo. Me refería a que no deberían hablar de esas cosas con la gente en general, pero que estaría muy bien que lo hicieran con su analista. Si nuestro autor se hubiera puesto a proclamar  por las calles que la Sabiduría de Dios había descendido sobre él y que ahora él conocía sus secretos, eso no hubiera sido adecuado, pero al parecer escribió un artículo o dio un seminario sobre el tema o, si era el último seminario de santo Tomás, entonces él estaba en coma y se limitó a hablar aproximadamente de esa manera. No creo que santo Tomás pudiera seguir escribiendo, de modo que esto debe de haber sido reconstruido a partir de notas tomadas, lo que concordaría con el hecho de que los manuscritos son muy diferentes, algunos más ricos y otros más pobres. Incluso enlos manuscritos más antiguos hay una diferencia muy grande. Tenemos notas de otras conferencias que dio santo Tomás. En aquella época era común tomar notas en los seminarios, y de varios escritos suyos no hay más testimonio que los apuntes de sus alumnos; me imagino que hablaba, como dice el informe original, medio como en éxtasis y, cuando estaba muy débil, sobre el Cantar de los Cantares. En un caso así no se podría decir que debería haber contenido la lengua, pero el resultado fue que más adelante, simplemente se dejó de lado esa parte de su vida y lo que en aquella época dijo. Guillermo de Tocco y Reginaldo de Piperno, los primeros biógrafos, registraron los hechos, pero las biografías posteriores no los mencionan, porque ¿cómo era posible que, ni siquiera estando poco menos que en coma, ese gran hombre, con su mente maravillosamente clara y racional, dijera cosas así en su lecho de muerte? Las personas normales o los que no están recluidos en un hospital, si han tenido una experiencia así se la habrán reservado para sí, o se la habrán contado a unas pocas personas capaces de entenderlas. Si uno ha tenido ya un episodio psicótico y está en Burghölzli o en otro hospital para enfermos mentales, es mejor si se lo cuenta a alguien dispuesto a escucharlo que quedarse en cama sin decir nada, que me parece muy mal indicio. Un caso está mucho más «ido» que el otro. Además, ese tipo de discurso no se dirige a ninguna persona en particular, es como una especie de anuncio, una anunciación extática: «Ahora os comunicaré la Sabiduría de Dios. . . ». ¡Es un estilo que se reconoce! Pero el que usa un lenguaje así no está necesariamente en el otro lado de la frontera, porque ése es el estilo del inconsciente. Recuerdo que cuando hacía una de mis primeras prácticas de imaginación activa se me apareció una figura que me daba una sensación maravillosa, y que hacía anuncios como ésos, ¡y yo simplemente no podía escribirlos! Me producían tanto rechazo que me quedaba obstruida, pero el doctor Jung me dijo que ése era el estilo del inconsciente. Según cómo lo juzgue uno, es de muy mal gusto. A un joven que trabajaba la imaginación activa se le apareció personalmente el Espíritu Santo, hablándole como uno se imagina que debe de hablar, y el pobre hombre estuvo a punto de vomitar  por tener que escribir semejantes pomposidades. En nosotros y en nuestra naturaleza terrenal y práctica hay un escepticismo que no lo aguanta, pero ése es el estilo del inconsciente, y lo que explica por qué, cuando la gente cae en ese estado, habla con convicción y empieza a tener ese estilo pomposo y emocionalmente rimbombante. Está transportado por la emoción y es un estilo ritualista o sacramental, como esas hermosas canciones de los indios norteamericanos, que repiten muchísimo los tres «amén» y cosas por el estilo. Cuando se toca a los niveles emocionales más profundos, eso es algo que hay que aceptar. Uno todavía puede observar con desapasionamiento, pero si se ha de permitir que esas cosas se expresen en su forma originaria, hay que dejarles esa manera de hablar tan emocional y pomposa. Y creo que por eso esto está escrito en ese estilo extático y de prédica. Preferiría saltarme el capítulo siguiente porque es muy desagradable. Dice que se ha de amar la luz de la sabiduría porque quien la ame dominará el mundo, que es un sacramento de Dios que no se ha de compartir con las gentes comunes porque todos se pondrían celosos, y cosas así. Sólo al final es un poco mejor, cuando explica que, si uno encuentra este secreto, entonces dice: Sé feliz, Jerusalén, recógete en el placer porque Dios ha tenido piedad de los pobres y Sénior dice que hay una piedra que si alguien la encuentra se la pondrá sobre los ojos y jamás la tirará porque es el elixir que ahuyenta todo sufrimiento y, salvo Dios, no tiene el hombre cosa mejor. ¿Qué le ha sucedido aquí al hombre? Probablemente ustedes vean de qué se trata porque habla de gobernar al mundo y dice que no se les ha de decir a las gentes comunes. ¿Quién habla de esa manera?
Respuesta: Alguien con una inflación.
M. L. von Franz: Sí, en este capítulo está con una inflación. La experiencia de la Sabiduría de Dios ha sido abrumadora, y ahora, en cuanto es el que ha tenido esa experiencia y sabe todo lo que hay que saber de ella, naturalmente es el gran hombre. Se captan al instante los matices arrogantes del que ha sido elegido y siente que todos los demás son tontos y están celosos. Son los síntomas típicos de una inflación, inevitables después de una experiencia así. No creo que ningún ser humano pueda tener una vivencia semejante sin pasar en algún momento por una etapa así; es parte de la experiencia, y la cuestión es simplemente cuánto tiempo se queda uno en ella. El capítulo siguiente es aun peor. Habla de aquellos que no conocen esta ciencia y que la niegan. A esta ciencia de Dios y enseñanza de los santos, el secreto de los filósofos y elixir de los doctores, la desprecian los tontos que no saben lo que es. Rechazan la bendición de Dios y es mejor que no la reciban porque todo el que no sabe de esto es su enemigo, y por eso es por lo que Speculator dice que burlarse de esta ciencia es la causa de toda ignorancia, y que no se ha de dar ensalada a los burros que se conforman con cardos ni arrojar margaritas a los puercos, etc. Con los tontos se ha de hablar como hablaría uno con gentes que están dormidas, sin ponerlos nunca en el mismo nivel que al sabio. Siempre habrá pobreza e infelicidad en el mundo porque el número de tontos es inmensamente grande. Allí la inflación alcanza la cima.
Después viene un capítulo bastante seco que muestra un cambio en la situación psicológica. Muy prosaicamente, el autor dice que el título de su libro es «La aurora que surge» por cuatro razones: Primero, la palabra aurora se podría explicar como Áurea hora [la hora dorada], porque hay cierto buen momento en este opus cuando uno puede alcanzar su objetivo; segundo, la aurora está entre el día y la noche y tiene dos colores, a saber el amarillo y el rojo, y así nuestra ciencia, o alquimia, produce los colores amarillo y rojo, que están entre el negro y el blanco. Éste es el conocimiento alquímico clásico sobre nigredo albedo rubedo citrinitas, las cuatro etapas del color, y la aurora sería el advenimiento del color amarillo rojo, la culminación de la obra alquímica.
Tercero, al amanecer los enfermos que han sufrido durante toda la noche generalmente se sienten un poco mejor y se duermen, y así, en la aurora de nuestra ciencia, los malos olores que perturban e infectan la mente del alquimista en su trabajo desaparecen tal como lo expresa el salmo: «Si por la noche llanto, a la aurora alegría» (Salmo 30, 5). Y en cuarto lugar, la aurora llega al final de la noche, como el comienzo del día o la madre del sol, y la culminación de nuestra obra alquímica es el término de toda la oscuridad de la noche en la cual si un hombre marcha, tropieza (S. Juan 10,10), por lo cual en las escrituras dice: «Un día pasa al otro la palabra, una noche a la otra da noticia» (Salmo 19, 2), y «… la noche brilla como el día: la oscuridad y la luz para ti son lo mismo».
Esta última cita (Salmo 39 de la Vulgata) es el salmo que se canta la noche antes del día de Pascua en la Iglesia católica, donde la noche se convierte en luz y se vuelve tan luminosa como el día, y así. Entonces, por cierto debemos sospechar que incluso si no es santo Tomás, este gran hombre es un sacerdote católico, porque probablemente nadie más podría citar con tanta seguridad la Biblia. Aquí alude a la misa de la noche de Pascua, y compara la aurora de la ciencia, la aurora que surge, con la noche antes de la Pascua, el momento del renacimiento y la resurrección de Cristo.
Por lo que se refiere al estado del autor, ya ven ustedes que ahora el estilo extático ha desaparecido por completo y se ha vuelto ligeramente pedante. A la Aurora se la llama de tal y tal manera por cuatro razones. Por lo tanto, yo diría que el hombre ha salido de su inflación, que ha vuelto a un estado de conciencia de relativa sobriedad, y que ahora intenta poner orden en su experiencia. Como es típico, éste es un orden cuádruple. Se nos dan cuatro explicaciones —cuatro razones— de la palabra «aurora». Cada vez que la conciencia intenta establecerse, impone a las cosas un orden cuádruple; ésta es la red con que atrapa las cosas y las pone en orden, y ahora nuestro hombre intenta dar una cuádruple explicación de la aurora que surge. La aurora es la sabiduría de Dios, como veremos luego, de modo que el autor del texto que comentamos intenta poner cierta distancia entre lo que le ha sucedido, y procura ver lo que es; se ha encontrado con la aurora que surge y puede describirla con cuatro razones.
A mí su explicación me parece muy superficial. Primero hace un juego de palabras — aurora, áurea hora — y después la compara con el amanecer cuandolos enfermos se duermen después de haber pasado una mala noche. ¿Qué piensan ustedes de esto?
Respuesta: Parece como una compensación intelectual del exceso emocional.
M. L. von Franz: Sí, pero es que va demasiado lejos. Eso sucede muy frecuentemente en las etapas esquizofrénicas. Hay un juego de palabras, después aparecen vulgaridades y una alegría súbita muy desagradable. Es una compensación por haber sido arrastrado demasiado profundamente a las emociones. Es comprensible como un acto de compensación o para escapar de la emoción, pero para quien lo ve de afuera no es más que repugnante. Un ser humano ha tenido la más profunda de las experiencias íntimas, en la que uno participa con su sentimiento, ¡y después esa misma persona viene un día a decir que todo eso son tonterías ! He observado esta reacción prácticamente cada vez que alguien ha caído demasiado en la profundidad del inconsciente. Es el mecanismo de defensa de una conciencia débil contra una experiencia demasiado abrumadora. Me gustaría describirla como esquizoide —tomar las cosas serias muy a la ligera, descartándolas con una risa poco menos que cínica—, pero ésa es la compensación por haberse visto demasiado arrastrado a las profundidades. Aquí tenemos una de esas reacciones desvalorizadoras. En los casos extremos se produce lo que médicos y psiquiatras incluso quieren alcanzar, es decir, la «restauración regresiva de la persona», cuando la gente dice que todo lo que han visto era parte de su enfermedad y que jamás volverán a pensar en aquello. Entierran toda la experiencia y se dedican al intento de adaptarse socialmente; se buscan trabajo en un despacho y no quieren que les recuerden siquiera lo que decían y pensaban en aquella época. Por lo general se mudan para no encontrarse con la misma gente, y si hablan de aquella época es como de algo que les pasó cuando estaban enfermos. La experiencia es demasiado quemante, y por eso se la rechaza absolutamente. Su efecto fue demasiado fuerte al principio, y después, cuando quizá mediante una terapia de choque han salido de aquel estado, lo más común es que sobrevenga la actitud de desvalorizar. Cuando sin terapia se saca a la gente de un estado así, ya sea con Largactil o algún remedio parecido, o con electroshock, entonces la reacción suele ser ésa. Son personas que se avergüenzan de su pasado, cuando estaban locas, que se adaptan a la realidad de una manera superficial y, si uno habla con ellas, son aburridas. Uno tiene la sensación de que se han vuelto aburridamente normales; toda la sal y la vitalidad de la personalidad han desaparecido. Aquí, gracias a Dios, no se trata más que de una fase transitoria, y eso es algo que sucede a menudo y que se puede entender. Es un ritmo normal en las reacciones humanas, ejemplificado por ejemplo en la dramaturgia clásica antigua, en la que tres tragedias van seguidas por una comedia. Uno no podía irse a casa después de haber visto el Edipo Rey y otras dos piezas de Sófocles; al final tenía que haber alguna de las comedias de Aristófanes para que todo el mundo se desternillara de risa. También está el mecanismo típico, cuando en mitad de un funeral muy solemne uno ve de pronto algo gracioso y una reacción nerviosa le provoca ganas de reírse. Lo que se convierte en ganas de reír es la culminación de la emoción; uno no puede aguantar demasiado de una situación tan exageradamente trágica y por eso a ratos se siente forzado a burlarse de ella. Esto explica también las parodias de la misa en la Edad Media. Durante trescientos sesenta y cuatro días al año, a la misa y a la hostia se las tomaba muy en serio, pero un día se las tomaba en broma. O como en el ritual de los indios norteamericanos, en el clan de los thunderbird hay un payaso que se burla de las ceremonias más santas, haciendo comentarios obscenos y toda clase de bromas; esto demuestra cómo, en la gente normal, la culminación de la emoción genera el deseo de compensarla de alguna manera. Es decir que la reacción del esquizoide que se ve amenazado por el inconsciente es completamente normal. En casa tenemos una muchacha que ve fantasmas y puede hablar de manera muy gráfica de sus experiencias. Para ella, ésa es la realidad absoluta en que vive, y se pasa horas hablando con los fantasmas. Es un gran secreto, en el cual primero uno tiene que ser admitido, y después ella puede hablar del tema con gran emoción, pero jamás termina una conversación así para volver a su trabajo en la casa sin decir: «Bueno, ya se sabe que los fantasmas no existen, todo esto son tonterías». Y entonces, con una gran sonrisa, vuelve a su trabajo. Ese comentario es simplemente un rite de sortie, porque ella no puede pasar inmediatamente de sus experiencias con los fantasmas a poner a hervir las patatas; el rite de sortie es su forma de liberarse de algo que la ha conmovido profundamente. La mayoría de las personas, si tienen algún sentido del humor, cuando se han puesto demasiado dramáticas hacen algo parecido.
El capítulo siguiente se titula Estimulando al ignorante a la búsqueda de la sabiduría.
[Preguntaos] si no oís a la Sabiduría y si no es comprensible el ingenio en los libros de los sabios cuando ella dice: Os llamo, oh, hombres, y llamo a los hijos del entendimiento. Entended la parábola y su interpretación, entended la palabra de los sabios y su enigma. Los sabios han usado todo tipo de expresiones haciendo comparaciones con todas las cosas de la tierra para aumentar esta sabiduría. Si un sabio oye a los sabios se volverá más comprensivo y lo sabrá». Esta es la Sabiduría, Reina del Sur, que ha venido del este como la aurora que se eleva para oír y entender la sabiduría de Salomón. En su mano están el poder, el honor, la gloria y el reino. Tiene sobre la cabeza una corona de doce estrellas resplandecientes, como una novia ornamentada para su prometido, y sobre su túnica hay una inscripción dorada en griego [probablemente en árabe] y en latín:«Como reina gobernaré y mi reino no tendrá fin para aquellos que me encuentren con sutileza y espíritu de inventiva y constancia». Ahora el autor intenta enfrentar de otra manera su experiencia: de pronto entiende que todos los textos simbólicos que ha leído antes, en la Biblia y en alquimia, apuntan a la misma experiencia. Probablemente ahora es capaz de leer textos alquímicos y de sentir que sabe lo que quieren decir, porque puede vincularlos con su propia experiencia y piensa que toda la Biblia y toda la tradición alquímica son algo simbólico, una especie de símil o de descripción simbólica de las vivencias que él acaba de tener.
Aquí ven ustedes que lo que yo les describí se produce ahora: al amplificarlas con otros textos, él está tratando de atrapar, consolidar y entender sus experiencias íntimas. Ve amplificaciones posibles en la Biblia y en la literatura alquímica. Y ahora esta figura, que es realmente la figura clave de toda la experiencia —es decir, la Sabiduría, la Reina del Sur, o la Aurora que Surge— vuelve a aparecer, y él la ensalza. Ella es la reina que reinará eternamente en su reino. Se llama la Reina del Mediodía, o el Viento del Sur —en latín, auster significa a la vez «viento del sur» y «mediodía»— y eso se refiere al texto bíblico en Mateo 12, 42: «La reina del sur comparecerá en el juicio con esta generación y la condenará; porque ella vino desde los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón». Este texto, que es más o menos el mismo que Lucas 11, 31, se refiere a la famosa reina de Saba que vino a visitar al rey Salomón y tuvo con él, como ustedes saben, un encuentro amoroso del cual provienen aún los reyes de la dinastía abisinia actual. La reina de Saba era etíope, una reina pagana, que fue convertida por Salomón a la religión verdadera. Con sus sirvientas negras se acostó con él y después, embarazada, regresó a su reino y dio a luz al primer rey de Abisinia. Este episodio amoroso del envejecido Salomón se convirtió en el gran tema de la literatura amorosa en Europa. En Oriente, como ustedes saben, en especial en el misticismo persa y en parte del islámico —sobre todo el de la tradición chiíta, a la cual pertenecía Sénior—, hay libros de los que se podría decir que constituyen la bibliografía de la coniunctio, es decir, la unión de un hombre importante, un rey, con una reina o algo así, de la cual se dice que es una imagen de la unión del alma con Dios, ya que al alma del hombre se la considera femenina: el anima se casa con Dios en el momento del supremo éxtasis religioso, y por lo tanto en ese momento el místico es una novia que se desposa con la Divinidad. De los muy terrenales y comprensibles poemas de amor de al Hafis se dice que deben ser leídos con un sentido místico y que al Hafis no está hablando de un episodio amoroso ordinario con una mujer, sino que se vale de ese lenguaje para describir la unión mystica del alma con Dios. Lo mismo es válido para al Roumi. La carta de amor del sol a la luna es una variación típica de este tipo de literatura amorosa, en la que se puede decir que el problema del fenómeno de la transferencia con el proceso de individuación está unido y expresado en lenguaje simbólico de la manera más hermosa. La experiencia del anima para el hombre y del animus para una mujer es, en realidad, totalmente ajena a una experiencia real con una pareja humana. La medida en que la pareja humana desempeña un papel —ya sea sólo como una imagen remota o como una conexión auténtica— varía de un caso a otro, pero ésta es la vivencia culminante que conduce a la experiencia del Sí mismo.
Por consiguiente, se puede decir que en toda vivencia amorosa profunda está implícita la experiencia del Sí mismo, porque del Sí mismo provienen la pasión y el factor de avasallamiento abrumador. Esta experiencia fue mucho mejor entendida y se cultivó más en los ámbitos no cristianos, que tienen una actitud más equilibrada hacia el principio femenino; en el judaismo y en la tradición oficial cristiana este tipo de literatura amorosa y el problema de la unión amorosa con Dios han sido bastante rechazados, con unas pocas excepciones. En la tradición judía es principalmente la Cábala la que ha retomado el tema, y en la tradición cristiana hay unos pocos místicos, como san Juan de la Cruz y su famoso poema, que es una paráfrasis del Cantar de los Cantares, y donde se vuelve a usar este lenguaje. Probablemente san Juan de la Cruz, que vivió en España, supiera mucho sobre literatura islámica. En nuestra civilización, por lo demás, ha habido una escisión. La Iglesia no ha estimulado este tipo de literatura religiosa y mística, que por lo tanto afectó profundamente a la literatura semirreligiosa de las novelas medievales, en especial a la poesía del ciclo del Grial y a las leyendas del Grial. En ellas penetró la totalidad de lo que podríamos llamar el misticismo amoroso, y en él le cupo un importante papel a la leyenda de la reina de Saba.
Por esta época, la historia de la reina de Saba ya había dado origen a una novela muy romántica de la que había diferentes versiones etíopes, abisinias e islámicas. El texto ha sido elaborado como una experiencia de conversión a través del amor místico, y ese tema fue recogido por las novelas medievales de caballería e influyó enormemente sobre todas las hermosas historias de amor de las novelas de la Edad Media, que de hecho la Iglesia no rechazó, aunque las mirase con ojos bastante desconfiados. La reina de Saba tiene, por lo tanto, una larga tradición. En la tradición cristiana, representa una figura del anima no tan sublime como la de la Virgen María. Para el aspecto sublime del anima, la Virgen María sigue siendo el símbolo adecuado, pero ¿dónde podría proyectar un hombre el aspecto menos sublime? La reina de Saba con su sombra de negra, su sirvienta negra, se convirtió en un objeto adecuado para proyectarle ese aspecto del anima, y por consiguiente muchas novelas elaboraron el tema de la historia de amor del rey Salomón. Un tema además muy legítimo, porque de camino hacia el rey Salomón, la reina de Saba llegó a un río donde había un puentecillo hecho parcialmente con la madera que más adelante llegaría a ser de la cruz, y ella, con mediúmnica clarividencia, se negó a pisarlo y prefirió mojarse los pies al atravesar el río antes que pisar aquel madero. Vio con antelación que aquel madero se convertiría en la cruz. Después, en las leyendas medievales, se la consideró como una de las profetisas, como una vidente que previó la vida de Cristo y su muerte en la cruz y con ello abrió la puerta por la cual pudo entrar en la literatura cristiana. Con aquel acto quedó legitimada, aunque en él estaban implícitos su sombra de negra y todos sus amores terrenales con el rey Salomón. Todo aquello era tolerable porque había llegado a prever la muerte de Cristo. De modo que la reina de Saba es una figura del anima sumamente interesante en la época medieval; es la alusión que hay en Mateo 12,42, y aquí nuestro autor alude de esta manera a ella. Para él la Sabiduría de Dioses también la reina de Saba que es la aurora que surge.
El comienzo del capítulo siguiente, conocido como la primera parábola, los dejará a ustedes pasmados.
Mirando desde la distancia, vi una gran nube que habiendo sido absorbida por la tierra la cubría de negrura, y cubría mi alma, en que las aguas habían entrado de modo tal que se corrompieron por obra del aspecto del más profundo infierno y la sombra de la muerte porque la inundación me había anegado. Entonces los etíopes caerán de rodillas ante mí y mis enemigos lamerán mi tierra. Nada sano hay ya en mi cuerpo, y por la vista de mis pecados mis huesos tienen miedo. He gritado durante toda la noche, hasta enronquecer. ¿Quién es el ser humano que vive, que entiende y que sabe, que pueda salvar mi alma de los infiernos? Aquel que me ilumine tendrá la vida eterna y yo le daré a comer del bosque de la vida que está en el Paraíso, y le dejaré compartir el trono de mi reino. El que me extrae de la tierra como a la plata y me adquiere como a un tesoro, y me seca las lágrimas de los ojos y no se mofa de mi vestimenta, el que no me envenena la comida, el que no profana mi lecho con prostitución, y sobre todo el que no daña mi cuerpo, que es muy delicado, y más aún quien no me dañe el alma, que es sin amargura en la belleza y en la que no hay mancha, el que no dañe mi trono, aquel por cuyo amor sus piro, en cuyo fuego me derrito, en cuyo perfume vivo, de cuyo sabor me vuelve la salud, con cuya leche me estoy alimentando y en cuyo abrazo todo mi cuerpo se disuelve y desaparece, de él seré el padre y él será mi hijo. Sabio es el que aporta júbilo a su padre, a quien daré el lugar supremo entre los reyes de la tierra y con quien en todo momento mantendré mi alianza. El que reniega de mis leyes y no marcha de acuerdo con mis órdenes y no cumple mis mandamientos, ése será abrumado por el enemigo y el hijo de la iniquidad le hará mucho daño, pero quien quiera que respete mis órdenes no temerá la frialdad de la nieve porque en su casa tendrá prendas de lino y de púrpura.
Y ese día él reirá, porque yo me sentiré saciado y mi gloria aparecerá porque él no se habrá comido el pan del ocio. Por consiguiente los cielos se abrirán para él y como el trueno resonará la voz del que ha visto las siete estrellas en sus manos, cuyos espíritus son enviados a dar testimonio a todo el mundo [sobre el Apocalipsis]. El que crea y haya sido bautizado será bendito, pero el que no crea se condenará. El signo de los que hayan creído y hayan sido bautizados cuando el rey celestial los juzgue es el siguiente: serán tan blancos como la nieve sobre el monte Zalmon y como las plumas de la paloma que resplandecen como plata y cuyas alas son radiantes como el oro. Él será mi hijo amado; miradlo, porque su forma es más bella que cualquiera de las de los hijos de los hombres, él a quien el sol y la luna admiran. Él tiene el derecho de amor, y en ellos seres humanos depositan su confianza y sin él nada pueden hacer. El que tenga oídos para oír oirá lo que el espíritu de la sabiduría dice al hijo sobre la doctrina de las siete estrellas por cuyo intermedio se realiza la obra sagrada. Sobre éstas habla Sénior de la siguiente manera en su capítulo sobre el sol y la luna: «Después de que hayáis distribuido estos siete [metales] a través de las siete estrellas, y se los hayáis atribuido a las siete estrellas, y limpiado nueve veces hasta que parezcan perlas, ése es el estado de blancura [la albedo}».
Les daré un breve comentario como para que no se queden ustedes solos con la sorprendente impresión de este capítulo. Comienza con alguien que se halla en estado de desesperación. A veces parece como si fuera el autor, pero a veces da más bien la impresión de que fuera la Sabiduría de Dios, el ser femenino, y entonces, después de un proceso, el capítulo termina con la enunciación de que algo ha sido blanqueado, de que se ha llegado a la etapa del emblanquecimiento. Es decir que, partiendo del elogio de una personificación del inconsciente que ha irrumpido en el ámbito consciente del autor, el texto se convierte ahora en un esfuerzo por describir un proceso, una secuencia de acontecimientos. Ya verán ustedes en los capítulos siguientes cómo esto sucede constantemente. Cada capítulo se inicia con un estado negro y caótico, y termina con una nota positiva. Por lo tanto, el autor está ahora empezando a digerir la experiencia en la forma de un proceso. Antes describió el impacto de lo que le había sucedido; ahora intenta expresar lo que está sucediendo, pero lo único que puede hacer es empezar una y otra vez la explicación y terminar de la misma manera. Se podría decir que ahora está intentando ver desde todos los ángulos posibles el significado de la experiencia. Es lo que pasa cuando uno se ve primero abrumado por el inconsciente; después sobreviene una inflación, luego se ríe de todo eso, más tarde recupera el equilibrio y se dice que debe enfrentarlo y tras ello comienza a reflexionar e intenta describir cómo empezó, qué sucedió y cuál fue el resultado. Cuando la gente empieza a recuperar la conciencia, al principio no pueden dar más que un rasgo, pero después, cuando están un poquito más conscientes, comienzan a repetir históricamente lo que sucedió. Por ejemplo, si es un episodio psicótico, la gente dirá que al principio se sentían cansados y después apáticos y entonces oyeron una voz y luego de pronto. . . lo que les haya pasado. Así pueden volver atrás y digerir lo sucedido. Aquí la experiencia fue tan fascinante y tan abrumadora que santo Tomás usa siete capítulos para rumiar el mismo proceso, describiéndolo siempre desde un ángulo diferente; es el comportamiento típico de alguien cuya psique se ha visto anonadada por la invasión de un contenido del inconsciente.
Es el mismo mecanismo que se ve en escala menor cuando la gente ha tenido alguna experiencia que la conmueve, un accidente de coche en la calle, por ejemplo. Lo contarán por lo menos tres veces ese mismo día, necesitan narrarlo una y otra vez. Mediante la repetición, la conmoción se asimila, y por lo tanto si uno ha sufrido un impacto psicológico tiende a digerirlo por repetición hasta que ha integrado todos sus aspectos y recuperado el equilibrio. Es lo que sucede aquí. Lo mismo le sucedió a san Nicolás de Flüe, que después de haber tenido su aterradora visión de la Divinidad intentó digerirla pintándola y explicándosela a varias personas, una y otra vez, hasta que consiguió asimilar el impacto. Hasta su muerte, lo único que le preocupó a partir de ese momento fue la asimilación de la conmoción producida por su visión de Dios. Tengo una analizando, una mujer que tiene tremendas experiencias de la Divinidad, que me preguntó el otro día cuántos años necesitaría para digerirlas. Le contesté que me imaginaba que necesitaría por lo menos diez años. «¿Tanto?», me preguntó. Se quedó pensativa y después me dijo que probablemente yo tenía razón. Uno no puede digerir inmediatamente una experiencia así, y en este caso eso significa que cada vez que vuelvo a verla tenemos que hablar de las suyas desde un ángulo diferente. Eso no es nada anormal. Es lo normal en una situación excepcional.
 

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