Los esoteristas medievales utilizaron el color negro en las imágenes
de la Virgen, recogiendo el legado de las diosas madres prehistóricas y de sus
sucesoras paganas, Isis, Belisana o Artemisa. En el origen del culto a las
diosas madres prehistóricas encontramos unas piedras negras caídas del cielo,
los meteoritos, adorados como generadores de vida. En nuestros días pueden
encontrarse las vírgenes negras en muchos países europeos, especialmente en
Francia y España como objeto de gran devoción popular.
En
la mitología de la antigua Europa céltica, sobre las colinas sagradas dedicadas
a la Madre Tierra, llamada Brigit o Belisana, se encendía el 1ro. de febrero
una hoguera, el Kildare, que custodiaban nueve vírgenes. Sobre esa hoguera los
druidas cocían en un recipiente que representaba el caldero mágico del dios
Lug, una poción de hierbas medicinales para que la energía regeneradora de los
dioses beneficiara al pueblo. Cuando llegaba la noche, cada cual encendía una
antorcha en las brasas del Kildare, de manera que éste, a semejanza del fuego
cósmico, derramase bendiciones sobre la familia y sus posesiones.
Cuando se estableció el Cristianismo en el viejo mundo se rezaba a Jesús pero, aún así, muchos continuaron con la celebración de los antiguos ritos y subían a los montes a encender sus hogueras tradicionales y a cocer sus pociones, regresando a las casas con sus antorchas mágicas encendidas. La Iglesia se dio cuenta de que no podría acabar con estas costumbres y, en lugar de combatirlas, las substituyó por otras similares, celebradas en fechas parecidas y dedicadas a vírgenes y santos que habían adoptado los caracteres de los antiguos dioses y diosas. Así, Nuestra Señora de la Candelaria toma el lugar de Belisana y es acompañada los días 1 y 2 de febrero por San Lucas, que reemplaza a Lug, dios del caldero. La sacaban en procesión con una vela en la mano rodeada por doncellas que portaban cirios encendidos y los fieles le ofrecían ramos de hierbas medicinales. El sacerdote culminaba la celebración presentándola a todos como La Virgen Madre que trae la Luz al mundo. Lo llamativo, sin embargo, es que su imagen era de color negro ¿Por qué, quién y cómo escogió el color negro para una figura cristiana que debía substituir el viejo culto a la Madre Tierra?
A
lo largo de la Edad Media, las imágenes de la Virgen de rasgos europeos pero de
piel negra, fueron abundantes. Tanto así, que algunas de ellas han llegado
hasta nuestros días. Buenos ejemplos son: las francesas de Marsat y Rocamadour,
las alemanas de Altötting y Colonia, las británicas de Glastonbury y
Walsingham, las italianas de Loreto y Nápoles y las españolas de Montserrat y
Solsona (Cataluña), Atocha (Madrid) o Peña de Francia y Guadalupe (Extremadura),
por mencionar tan solo unas cuantas. La realidad es que en cada lugar donde hubo un
santuario a la Madre Tierra, se instaló una Virgen Negra. Los autores
de esta substitución fueron miembros de órdenes esotéricas, integrados a
importantes ordenes religiosas como la de San Antón, San Benito y el Temple.
Oriente Medio siempre fue un punto de confluencia donde se dieron cita
tanto las grandes como las pequeñas religiones mistéricas de la antigüedad. En
tiempos de las Cruzadas, Tierra Santa conservaba aún restos de cultos
iniciáticos a Dionisos, Mithra e Isis, que se entremezclaban con las prácticas
de algunos grupos de cristianos orientales. Entre los cultos de Oriente Medio
sobresale, el de la Diosa Madre, que aparece en todas las grandes religiones de
la antigüedad aunque su origen es anterior a ellas. Encontramos así,
bajo diversas formas, una Gran Madre o Diosa Tierra, cuyos más antiguos
antecedentes son las "Venus paleolíticas" de la prehistoria. Estas
diosas (Isis, Astarté, Cibeles o Artemisa), fueron representadas generalmente
de color
negro porque eran el símbolo de la Tierra primigenia que, una vez fecundada por
el Sol, se convertía en fuente de toda vida, pero también porque muchas
de esas imágenes substituían, en el lugar de culto a una Piedra Negra de origen
meteorítico, que había sido venerada en esos santuarios desde tiempo
inmemorial. Tanta llegó a ser la fama que tenía el poder divino de tales rocas
meteóricas que los romanos las requisaron en los países conquistados para
venerarlas todas juntas en un templo dedicado a la Magna Mater (la Gran Madre)
que construyeron en el Palatino de Roma. Allí lograron reunir la piedra Kybele
de Frigia, la Lapis Lineus de Anatolia y El Gebel de Siria entre otras, y a
ellas acudía el pueblo en general para solicitar favores, especialmente
relacionados con la fecundidad en el plano físico, tanto como con la fertilidad
intelectual y espiritual.
Esta
veneración por las piedras negras celestes llegó hasta la Edad Media. El
ejemplar más famoso, puesto que su culto persiste hasta nuestros días, es el de
la negra roca basáltica conservada en el valle de Arabia donde se le adora en
el templo llamado Kaaba. Cuando los musulmanes conquistaron La Meca en el año
683 y se apoderaron del templo la Kaaba, destruyeron 360 ídolos que se
encontraban en su interior, pero respetaron, sin embargo la mencionada piedra
negra.
Por
su parte, cuando los templarios entraron en posesión de Chipre, hacia el 1191,
encontraron que todavía los habitantes bizantinos de la isla rendían culto en
Pafos a una Piedra Negra que para los fenicios había personificado a Astarté y que
los dorios habían identificado con Afrodita Cipris. Los templarios
levantaron allí una iglesia dedicada a Nuestra Señora y pusieron en su altar a
una Virgen Negra en cuyo trono cúbico guardaron la piedra como una reliquia
preciosa.
Así,
tanto musulmanes como cristianos, demostraban una especie de temor reverente
ante la idea de destruir una piedra negra que se consideraba sagrada.
Atendiendo a diversos simbolismos parecería que esta adoración de piedras
caídas del cielo explicaban de cierta forma el origen de la Vida y su
renovación cíclica, por constituir la plasmación material del estado
espiritual. Según el simbolismo cabalístico tradicional, por ejemplo, la
Piedra Negra Celeste está relacionada con todas las formas derivadas de la
Diosa Madre Tierra o asimiladas a ella. En la Cábala Hebraica
encontramos: "El mundo solo comenzó a existir cuando Dios cogió la Piedra
de Fundación y la lanzó al abismo de las posibilidades, para que pudiera
construirse el mundo sobre ella." Encontramos también ideas afines en el
mito griego del Diluvio y entre los celtas.
Los
antonianos y los benedictinos del Siglo XI y tras ellos los cistercienses y
templarios en el Siglo XII asimilaron el sincretismo a través de los contactos
que tenían con Anatolia, Siria, Chipre y Egipto y llenaron Occidente de
imágenes de la Virgen Negra que tenían ocultas en su interior piedras de ese
color. Estas vírgenes no fueron instaladas al azar. Los santuarios de las
imágenes negras occidentales se levantan sobre las ruinas de templos paganos,
que a su vez fueron edificados sobre sitios de adoración prehistóricos
megalíticos y son herederos no sólo de sus piedras, bosques, manantiales y
pozos, sino de sus ritos, tradiciones, mitos y folklore que aun están presentes
en las celebraciones que honran a las Vírgenes Negras.
Hoy
día encontramos Vírgenes Negras diseminadas por todo el mundo: En Europa,
Francia es el país que tiene mayor número de Vírgenes Negras, también se
encuentran en Alemania, Austria, Bélgica, República Checa, Holanda, Hungría,
Inglaterra, Irlanda, Italia, Lituania, Malta, Polonia, Portugal, Suiza, España.
Aparecen igualmente en América, aunque no pueden considerarse rigurosamente
como auténticas puesto que algunas son copias o llegaron después de la
conquista española. Las vemos en Canadá, Bolivia, Brasil, Ecuador y México.
Los hieráticos y morenos rostros de las Vírgenes Negras parecen
invitarnos a una búsqueda iniciática personal tras la sabiduría y la suma de
conocimiento que han encerrado durante siglos y que, en verdad, aunque requiere
perseverancia y esfuerzo, se encuentra al alcance de nuestras manos.
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Este artículo
fue tomado de http://elarcano.blogspot.com/2004/11/las-virgenes-negras.html
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