Claudio Díaz [2]
“Mitómano” llamamos al mentiroso compulsivo. “Mitos”, decimos para descalificar una creencia que estimamos infundada. Y atribuimos naturaleza fantástica a ciertos relatos que, designados con esa misma palabra, nos legaron nuestros antepasados culturales, los griegos. Pero nada de lo que este actual uso lingüístico insinúa, es lo originariamente contenido en la palabra “mito”. Sino un relato que organiza hechos de experiencia, en un orden compatible con el inconsciente (seguimos aquí la tesis de C.G.Jung). Esa compatibilidad con nuestro inconsciente es lo que otorga a tales relatos, la fácil perduración en la memoria y la universal difusión que los caracteriza.
El más antiguo de los mitos marinos que ha llegado completo hasta nosotros, está contenido en la Odisea; poema atribuido al griego Homero, quien habría vivido hacia el siglo IX a.C., pero que relata hechos supuestamente ocurridos hacia el siglo XIII a.C. Aquí ofrecemos un breve resumen de ellos:
Tras diez años de guerra bajo los muros de Troya, ahora derribados, los victoriosos caudillos griegos retornan, dispersos, a su patria. Entre éstos, Ulises, rey de Itaca, el que vino de más lejos. Algo más de seiscientos sobrevivientes en doce naves lo siguen. Son esbeltas embarcaciones a remo, carentes de cubierta y provistas de una vela primitiva que no permite ceñir el viento. En el camino los espera la venganza de los dioses protectores de Troya. Más que ninguno la sufrirá Ulises, a cuya estratagema del caballo de madera lleno de hombres armados se debió la caída de la ciudad sagrada.
Al salir del Mar Egeo son cogidos por un fuerte viento que los empuja nueve días fuera de ruta. Desde ese momento el viaje se adentra en el misterio. Cuando el viento cesa, recalan en la tierra de los comedores del loto que provoca el olvido. Huyen de allí y van a dar en la cercana isla de los cíclopes, gigantes de un solo ojo, hijos de Poseidón, dios del mar. Polifemo, uno de los cíclopes, captura a los griegos encerrándolos con su ganado en una caverna cuya puerta es una piedra enorme. Cada atardecer y cada amanecer el gigante devora a dos prisioneros. Ulises se presenta a sí mismo bajo el nombre de “Nadie” y lo embriaga con un vino fortísimo que traía de regalo en espera de mejor acogida; no puede matar al gigante, pues debe conseguir que quite la piedra; pero lo ciega con una estaca encendida. El cíclope pide ayuda a sus hermanos, gritando: “Nadie me mata con engaño”... y por cierto, no la recibe. Cuando al día siguiente abre la caverna para que el ganado salga a pastar, bajo el vientre de los animales van colgando en silencio los griegos. Ya a bordo de su buque, Ulises jactanciosamente vocea su nombre verdadero. Polifemo pide contra el héroe, la venganza de su padre, Poseidón.
Buscando la ruta de regreso, Ulises llega ahora a la isla de Eolo, dios del viento. Este le regala un saco que contiene todos los vientos, dejando fuera al del oeste para que lo lleve hasta su patria. Ya a la vista de Itaca, el héroe se duerme agotado por nueve días de vigilia. Sus curiosos compañeros aprovechan la ocasión para hurgar en el saco. Entonces los vientos escapan provocando una terrible tempestad, que trae a las naves de vuelta a la isla de Eolo. El dios ya no quiere recibirlos y los griegos deben remar seis días, hasta la Puerta Lejana, en el país de los gigantes lestrigones. Sólo Ulises tiene la precaución de amarrar su nave fuera del puerto; las demás son destruidas por rocas lanzadas desde los acantilados vecinos y sus tripulantes terminan devorados.
Vagando perdido entre la niebla, el héroe llega a la isla de la diosa Circe, quien convierte en cerdos a sus marineros. Auxiliado por Hermes, dios de las ciencias ocultas, Ulises consigue que Circe levante el hechizo. Ahora la diosa, prendada del héroe, le indica la ruta de regreso. Parte de los datos, sin embargo, deben ser obtenidos en la cercana tierra de los muertos. Allí Ulises, tras cumplir pavorosos ritos, interroga a las sombras de sus camaradas caídos frente a Troya. Estas le aconsejan eludir la isla del Sol, y le anticipan su propio destino: retornará a su patria, pero morirá lejos del mar, en un lugar donde los hombres no sepan lo que es un remo (lo cual equivale a decir, lejos de Itaca y de Grecia). Ulises, desde que partió a la guerra maldita, se convirtió para siempre en un desterrado.
De nuevo en camino, el héroe pasa al largo de la isla de las sirenas, doncellas de duras garras y canto penetrante que atraen con promesas de sabiduría, a los marinos, para perderlos. (¿Qué marinos serían los que navegaban esas aguas olvidadas, en pos desabiduría?). Siguiendo un consejo de Circe, Ulises tapa con cera los oídos de sus compañeros; pero él mismo se hace atar al mástil y puede así escuchar el clamor de las sirenas sin ser destruido. Luego esquiva las Rocas Erráticas, que antes de él sólo los argonautas consiguieron cruzar. Pero cae en un estrecho paso entre acantilados, dominado a un lado por el remolino Caribdis, que engulle buques, y al otro por el dragón Escila, que engulle tripulantes. Ulises opta por este último, lanzando a toda velocidad su buque, sin decir la verdad a sus compañeros para que no dejen de remar ... y logra pasar, perdiendo seis hombres: uno en cada cabeza del monstruo.
Llega entonces a la isla Trinacria, donde pacen los rebaños del Sol. Recordando la advertencia de los muertos, el héroe quiere seguir de largo; pero no puede convencer a sus exhaustos compañeros. Recalan pues en la isla. Y vientos contrarios los retienen en ella durante un mes, mientras se agotan las provisiones. Aprovechando el sueño de Ulises, sus incorregibles compañeros sacrifican algunos bueyes del Sol, para comer. En una escena espantosa, los restos de las bestias inmortales reptan por el suelo mugiendo dolorosamente. El castigo no se hace esperar: se levanta el viento favorable, todos embarcan y, ya fuera de la vista de tierra, un rayo fulmina la nave. Sólo Ulises se salva, cogido de algunos restos. Pero la corriente lo lleva de vuelta hacia Caribdis. Este se traga los restos flotantes, devolviéndolos al cabo de toda una larga mañana. Entre tanto, el héroe sobrevive colgándose de las ramas de una higuera que crece en el acantilado sobre el remolino. De nuevo en su improvisado flotador, deriva nueve días hasta llegar a la isla de la diosa Calipso. Esta, enamorada de él, lo retiene siete años y le ofrece la inmortalidad, mientras Ulises suspira por su hogar.
Atenea, diosa de la razón, se apiada del héroe y consigue que Calipso lo libere. Ulises construye una balsa y recibe un rumbo estelar que le permite retornar en dieciocho días a su patria. Pero al decimoctavo lo alcanza la venganza de Poseidón por el daño inferido a Polifemo. Una horrorosa tempestad desbarata su embarcación y el héroe se salva a nado en la tierra de los feacios, “los últimos de los hombres”. Allí, tras impresionar a la princesa Nausicaa y vencer a los nobles del lugar en el lanzamiento del disco, es bien recibido; llora al escuchar el relato de sus propias hazañas de labios de un aeda y luego es llevado de regreso a Itaca, en una sola noche, por un buque sin piloto, cargado de regalos. Veinte años han pasado desde que zarpara hacia Troya.
Entre tanto, un centenar de indignos nobles pretenden la mano de Penélope, esposa de Ulises, a quien creen viuda. Y con ella el trono de Itaca. Penélope teje de día un tapiz que desteje de noche: cuando lo concluya ha prometido aceptar a uno de los pretendientes. Estos descubren el engaño y se aposentan en el palacio como huéspedes forzosos, para vencer la fidelidad de la reina. El héroe llega disfrazado de mendigo y espía la situación. Penélope, inspirada por Atenea, ofrece su mano al que sea capaz de armar el gran arco de su esposo y lanzar una flecha a través de los ojos de doce hachas clavadas en línea. Ninguno puede superar la prueba. Entonces lo hace el propio héroe, revela su identidad y extermina a los pretendientes.
Así concluye este apasionante relato.
¿Algo de lo allí contenido pudo realmente haber ocurrido?
Desde la Antigüedad Clásica se ha creído que el itinerario de Ulises se ubica, totalmente, dentro del Mar Mediterráneo. Pese a ello, sólo los puntos más próximos a Grecia, que son también los de comienzo y fin del viaje, había podido ser identificados con razonable seguridad; entre éstos, Itaca y Troya. Incluso se ha sostenido que el resto del viaje es puramente imaginario[3].
Pero en 1969 un aficionado brillante, Gilbert Pillot, encontró en la Odisea las claves náuticas que permiten identificar, con notable precisión, todos los puntos del itinerario de Ulises. Estos son sus principales descubrimientos:
1) Los días de navegación indicados en el poema no son unidades de tiempo, sino de distancia recorrida en el mismo tiempo, a una velocidad constante equivalente a la de un buen buque de la época en condiciones favorables: unos 8,75 nudos (velocidad razonable para una embarcación esbelta navegando empopada); por lo tanto, unas 210 millas marinas en 24 horas[4].
2) Los rumbos son recíprocos de los vientos indicados, pues se asume una navegación empopado. Vientos y tiempos, en el poema, son virtuales y no necesariamente reales: si soplara un continuo viento de oeste Ulises llegaría a Itaca en 9 días desde la isla de Eolo; ésta queda entonces a unas 1.890 millas marinas al oeste de aquélla.
3) Pero también los rumbos se indican mediante símbolos zodiacales distractivamente incorporados en el relato del viaje. Lo cual implica una rosa de los vientos de 12 rumbos, a 30º uno de otro. Se utiliza un zodiaco orientado de modo que el signo de Capricornio apunte al norte. El valor de los símbolos zodiacales está tomado de la antigua tradición astrológica, bien conocida en el mundo griego, según Jean Richer[5]. Veamos un ejemplo: Eolo, dios del viento, está en relación simbólica con el signo de Acuario, porque el elemento correspondiente a este último es el aire. Y Acuario, en el zodiaco-base, se encuentra hacia el noroeste, a 30º del norte: hoy diríamos, al 3-3-0. En ese rumbo pues debe Ulises encontrar la isla de Eolo, partiendo de su posición inmediatamente anterior, la isla de los cíclopes.
(Nótese que aquí la Astrología no está usada como un sistema predictivo de lo real, sino exclusivamente, como un sistema de equivalencias simbólicas. En otras palabras, no se exige tener fe en ella sino, solamente, conocer su lenguaje).
Aplicando estas claves Pillot descubrió que la parte más misteriosa del viaje transcurre íntegramente en el Océano Atlántico. Así, el país de los comedores de loto habría estado en la costa de Marruecos, frente a las Canarias. La isla de los cíclopes sería una de aquellas, probablemente Fuerteventura. La isla de Eolo sería Madeira. La Puerta Lejana habría estado en la costa occidental de Irlanda, en los parajes de la isla de Achill. La isla de Circe sería Barra, en las Hébridas. La tierra de los muertos habría estado a orillas del río Foyle, en el norte de Irlanda. La isla de las sirenas podría se Iona, también en las Hébridas. Las Rocas Erráticas serían tal vez los acantilados occidentales de Scarba, en el mismo archipiélago. Escila y Caribdis estarían en el estrecho de Corrievreckan (donde efectivamente existe un peligroso remolino), entre las islas Scarba y Jura. La isla del Sol sería el extremo meridional de Jura. La isla de Calipso sería nada menos de Islandia. Y la tierra de los feacios habría estado, como ya suponían los antiguos, en la actual isla de Corfú, al norte de Itaca[6]. Hasta aquí, la tesis de Pillot.
Para apreciar debidamente este descubrimiento, conviene recordar que nuestra propia tradición cultural, iniciada con los griegos posteriores a Homero, no tuvo noticia cierta sobre las Islas Británicas antes de la expedición militar de César, que llegó a ellas cruzando el Canal de la Mancha en el siglo I a.C.; ni tuvo noticia cierta sobre Islandia antes de la colonización noruega, en el siglo IX d.C.; y que todavía en la época de Colón, unos dos mil setecientos años después de Ulises, el Atlántico adentro seguía siendo un Mar Tenebroso. La precisión de los datos náuticos contenidos en la “Odisea” es tal que no cabe suponer coincidencias azarosas: alguien debió hacer ese viaje, antes de los días de Homero. Más aún, alguien capaz de registrar sus etapas de modo que otro pudiera seguirlo. Tarea particularmente difícil cuando, como en este caso, se ejecuta en gran parte fuera de la vista de tierra. Nuestra propia cultura sólo en el siglo XVIII fue capaz de resolver con igual precisión este problema. Y ello no antes de contar con adelantos técnicos como el sextante de reflexión y el cronómetro; y con avanzados conocimientos matemáticos y astronómicos, cuales la trigonometría esférica y una buena medición de la circunferencia terrestre.
Naturalmente, nos sobran argumentos para negar que Ulises dispusiera de tales recursos. Pero sería un error suponer que por carecer de ellos no pudiera resolver el problema. Los polinesios de Pacífico tampoco los tenían. Y sin embargo, allí están; probándonos con su sola presencia en miríadas de islas dispersas sobre enorme distancia, que fueron capaces de resolver problemas náuticos mucho más arduos que el planteado por la Odisea.
El trabajoso desarrollo de nuestros métodos de navegación, se debe sin duda a una exigencia adicional que nuestra cultura les impone: la universalidad. Deben permitir viajar desde cualquier punto hasta cualquier otro, con cualquier piloto. Y deben presentar concordancia lógica con el resto de nuestras ciencias.
Los métodos de Ulises en cambio (según son revelados por el poema), sólo le permiten viajar sin perderse entre puntos situados sobre una ruta predefinida recorridos en un mismo orden. Por cierto, muchas debieron ser las rutas así navegadas. Pero no cualesquiera. Y probablemente ningún piloto de la época pudo conocerlas todas. Son métodos de “práctico”. Como tales, requieren muchísimo adiestramiento en “estima” y muchísima memorización de datos empíricos. Las claves del poema (que, por lo demás, no están completamente descifradas) sólo configuran un esqueleto para ordenar el recuerdo y ayudar a su recuperación.
No es extraño así, que los griegos post homéricos del período clásico (los del Partenón y la Filosofía) tuvieran tan vagos conocimientos sobre el Atlántico, a pesar de ser la Odisea uno de sus más queridos textos literarios. Pues hacia el siglo VI a.C., sus rivales comerciales, los cartagineses, habían logrado cerrar el estrecho de Gibraltar a toda navegación extranjera. De modo que aun los “iniciados” capaces de decodificar el poema (tal vez algunos aedas tardíos, los sacerdotes de Delfos y los maestros pilotos) carecieron del complemento empírico necesario para describir las aguas y tierras situadas más allá del Gibraltar, en los términos exigidos por la naciente Geografía.
Pero ¿por qué esta ruta entre todas habrá merecido los honores de un poema, de los más perdurables en la memoria humana? Cabe, por cierto, la arbitrariedad del Espíritu: no fue la más bella o por cualquier otro motivo famosa, dama de Florencia, la que inspiró a Leonardo su “Monna Lissa”, sino una que sólo por la perfección de esa obra es recordada. Pero en el caso de la Odisea parece haber en el objeto mismo, la hazaña de Ulises, algo que justifica la preferencia del mayor poeta de su raza.
En efecto, se trata del viaje al fin del mundo. Un lugar al que sólo se va para conocer. Y se llega venciendo la distancia; por lo tanto, al cuerpo, siervo de la distancia. El viaje entonces, es una ascesis. Hazaña trágica, que en su culminación no revelará otra cosa que el límite del hombre. Ese avance hasta el propio límite es el resumen de la ética griega. Bien merecía un Homero.
Otras dos rutas anteriores a ésta fueron también objeto de recuerdo literario por ese pueblo: el viaje de Jasón y los argonautas al fin del mundo, pero hacia oriente, por el Mar Negro; y, aún más antiguo, el viaje de Teseo al corazón del mundo, entonces la isla de Creta, donde acechaba el Minotauro en su Laberinto. Pero en los días de Homero esas rutas habían llegado a ser habituales y recorrerlas carecía de connotación heroica. Hasta nosotros sólo han llegado versiones fragmentarias de los mitos que en su momento inspiraron.
En rigor, las tres rutas eran navegadas (hoy lo sabemos) desde mucho antes que los griegos aparecieran en el horizonte de la historia. Así, la de Ulises circunda el área de la antiquísima cultura atlántica. La misma que pobló de monumentos megalíticos (menhires, dólmenes, cromlechs, cairns...) las costas del océano desde Escandinavia hasta las Canarias, entre el V y el II milenios a.C., y que fue destruida tal vez por los celtas tempranos, primos de los griegos, hacia la misma época de la expansión micénica. Seguramente fue un sistema de tanteos progresivos lo que permitió fijar las etapas de esa ruta con la precisión que nos revela la Odisea. Probablemente los griegos se limitaron a recibirla ya diseñada; sea directamente de los últimos atlánticos; sea indirectamente, de los minoicos, los tartesios o los fenicios.
Sabemos de dos momentos favorables para que ocurriera esta transferencia. El primero dura unos doscientos cincuenta años y va desde el 1.450 a.C. (fecha aproximada de la conquista griega de Creta, antes dueña del mar) hasta el 1.200 a.C. (fecha aproximada de la invasión doria, que sumió a Grecia en una Edad Oscura y desintegró su red comercial). El segundo momento no puede haber durado más de algunas décadas, durante el siglo VIII a.C., cuando se reinicia la expansión marítima griega, muy poco antes de la composición del poema (si aceptamos la tradición clásica). Dado el escaso tiempo de difusión y elaboración ideológica que ofrece este segundo momento, nos inclinamos por el primero, también más próximo a la Guerra de Troya.
Esta ruta presenta interesantes peculiaridades. Ante todo, es periférica en un doble sentido: no sólo toca los límites del mundo conocido para cualquier pueblo con el cual los griegos estuvieran en contacto, sino además elude las principales concentraciones de población en esas regiones y épocas. No se trata pues de una ruta comercial. Pero también, se entretiene morosamente en un pequeño sector del espacio que cruza, el laberinto de las Hébridas, incluyendo el peligroso estrecho de Corrievreckan donde las corrientes de marea (causantes del famoso remolino) alcanzan hasta 9 nudos: es una ruta que prueba la destreza y el valor de un piloto. E incluye útiles instrucciones de escape y retorno a lo conocido, para el que se vea arrastrado por las tormentas hacia esos nefastos lugares: un tipo de conocimiento que todo maestro piloto debería tener. Por último, es una ruta cuyos tramos apuntan exactamente hacia alguno de los doce rumbos zodiacales; es decir, forman entre sí ángulos que son múltiplos enteros de 30º. Lo cual insinúa una intención didáctica. O una simplificante “perfección” ritual. Y también facilita la conversión simbólica que permite encubrir las claves. (La conversión de Eolo en Acuario es fácil para quien está en el secreto. Pero un rumbo como el 3-4-2, que se encuentra entre Acuario y Capricornio, puede exigir para su encubrimiento un conjunto simbólico tan complejo, que resulte muy engorroso de resolver. Ya no se estaría poniendo a prueba la destreza náutica sino la destreza verbal del piloto).
Estas peculiaridades nos indican que, probablemente, la ruta de Ulises estaba incorporada, como revelación suprema, al rito de “iniciación” (el antiguo modo de transferencia de un oficio) de los maestros pilotos griegos. Habría sido “el camino de los maestros”.
Nos afianza en esta sospecha, el inocente procedimiento usado para encubrir los datos. Un secreto se guarda no diciéndolo. Ponerlo en clave sólo puede servir para enviarlo por mensajero, sin que éste o quien lo intercepte se enteren. Pero el mensajero es un recurso de la urgencia y ninguna cabe imaginar en este caso. Por otra parte, el piloto que quisiera revelar el mensaje podría también revelar sus claves. El empleo innecesario de éstas, en cambio, es típicamente ritual: configura una suerte de “lenguaje sagrado”, que opera como identificador entre los “iniciados”, refleja el respeto por el saber custodiado, auxilia a la memoria y adiestra al pensamiento en la analogía; de paso, atrae la protección divina sobre el creyente.
Los símbolos de un lenguaje sagrado suelen operar en dos o más niveles de significación. Configuran así, para cada texto, una suerte de acróstico, que arroja resultados diferentes según el sentido en que sea leído. En este caso, el sentido oculto de la Odisea entrega los datos de una ruta real. El sentido aparente, en cambio, presenta una peripecia irreal. Pero no por eso carente de importancia. En efecto, la peripecia aparente de Ulises tiene todas las características de la iniciación heroica, o “maestrazgo en hombría” (según la conocemos por los estudios de Eliade, sobre un gran número de mitos primitivos).
En la culminación de su carrera todo héroe mítico realiza un “viaje peligroso” por un “camino difícil”, donde los hombres comunes pierden el rumbo y la vida. Sucesivas etapas de ese camino vencidas con ingenio, con valor, con esfuerzo y con fe en la divinidad, aproximan y preparan al héroe para la prueba suprema: entrar y salir del reino de la muerte. De regreso trae un saber secreto que le ha sido revelado[7].
En la Odisea la peripecia comienza con un rapto por el viento (igual que en el film “El Mago de Oz”). Viento, sueño, pensamiento y palabra forman parte de un mismo conjunto simbólico, captado por nuestro inconsciente. El lector atento a las resonancias del relato en su mente, descubre así que, junto con abandonar el Mar Egeo, Ulises abandona la historia, para ingresar en el reino de la pura palabra y la idea; es decir, en el sueño, la poesía o el mito. La primera puerta que cruza, es la del olvido: la tierra de los comedores de loto. Ya no podrá regresar sin auxilio ajeno (como tampoco Teseo puede abandonar el Laberinto, sin el hilo de Ariadna). A Ulises el auxilio le vendrá en tres etapas, de Eolo, Circe y Calipso. Y sabemos que tres suele ser los grados iniciáticos.
El saco de Eolo contiene el secreto de los rumbos, la ciencia del piloto. Y el dios del viento es un indudable símbolo psíquico. Circe da a Ulises el secreto de la navegación costera. Y Calipso el de la navegación estelar. Pero cada donación supone superar una prueba: Eolo dará los rumbos después que Ulises venza a Polifemo. Circe dará los signos costeros cuando el héroe logre retornar del mundo de los muertos. Calipso entregará el secreto de las constelaciones luego que Ulises supere la tentación de la inmortalidad, reconociendo su propio límite. Por eso la parte más larga del viaje transcurre en la isla de esta diosa: es la prueba del tiempo.
Una de las maravillas de Homero consiste en haber introducido la figura de Penélope. Cuando el héroe entra en el olvido, su esposa entra en el recuerdo, simbolizado por el hilo que ella teje y desteje (tal como el hilo de Ariadna “recuerda” la entrada del Laberinto). Penélope mantiene abierta para Ulises la puerta que permite a éste retornar a la historia.
Las tres etapas del viaje y la revelación, están separadas por pecados de olvido: son las dos veces que el héroe se duerme y sus compañeros cometen los desafueros que obligarán a pasar por la prueba siguiente. Conviene recordar que la vigilia es una clásica prueba iniciática[8]. Con penas de olvido amenazan también Circe y las sirenas[9], a quienes se adentren sin preparación -¿sin el grado iniciático inferior?- hasta las distantes regiones por ellas custodiadas.
La tierra de los feacios, última detención de Ulises antes de Itaca, invierte el efecto de la tierra del loto: al escuchar al aeda que canta sus hazañas, Ulises sabe que ha retornado al recuerdo; ahora puede llorar, porque la prueba quedó atrás. Y así como un viento real lo transfirió de la Historia al mito, una nave irreal lo devuelve del mito a la Historia. La nave que se conduce sola, es otro símbolo psíquico. Como el héroe viaja en ella dormido, no sabrá rehacer en sentido inverso su camino. Y como el oráculo de los muertos lo condena a morir lejos del mar, tampoco podrá repetir el viaje por donde lo empezó. La puerta entre el mito y la Historia, que por una vez se abrió, ha tornado a cerrarse.
En efecto, la transferencia de conocimiento por “iniciación” no es repetible (a diferencia de nuestro modo de transferencia, por “explicación”).
Al transcurrir fuera de la Historia, es decir, fuera de una secuencia única de acontecimientos, esta parte del viaje puede desligarse de la Guerra de Troya: igual pudo ocurrir o ser narrada en cualquier otro contexto. Por lo mismo, pudo ser elaborada con total independencia y sólo posteriormente incorporada a la biografía de un héroe ilíaco de ascendente prestigio.
El núcleo de la peripecia está contenido en el ciclo de Circe. Allí la aparición de Hermes resulta particularmente significativa[10]. En efecto, este es el dios mensajero y a la vez guía. Su especialidad son las rutas, los rastros y las claves. También, toda forma de traspaso: el cruce de las puertas, el tránsito de la vigilia al sueño, el ingreso en la otra vida, los canjes comerciales, los hurtos, los discursos, las revelaciones y las transmutaciones (por lo tanto la alquimia, la sanación y la mentira). Recíprocamente, rige las fronteras, lo guardado y el secreto.
Su presencia deliberadamente no explicada al momento que Ulises marcha contra Circe, no lo convierte en un “deus ex machina”. Por el contrario, revela al lector atento que aquí no se necesitaba explicación alguna: la presencia del dios es tan natural como la del aire, pues el héroe está a punto de efectuar un traspaso supremo.
Desde la isla de Circe el viaje entra, sucesivamente, en dos callejones sin salida: la tierra de los muertos y la isla del Sol. La analogía parece evidente: se trata de los polos opuestos de un nuevo eje; el que une al mundo subterráneo con el cielo. Sólo que aquí ese eje se ha proyectado, como una sombra, sobre la superficie de la Tierra; y por eso sus extremos (o un equivalente simbólico de ellos) se encuentran sobre la horizontal: recurso frecuente en las ceremonias iniciáticas.
Escila y Caribdis son entonces “la puerta estrecha” que, en muchos mitos primitivos controla el acceso del cielo (en otros casos es un “puente estrecho”). Y el destacado papel de la higuera sobre el remolino, frente al dragón Escila, nos la revela como un símbolo del Árbol de la Vida[11].
La propia roca donde habita Escila, que “alcanza al anchuroso cielo con su agudo pico, coronado por obscuro nubarrón que jamás lo abandona”, es probablemente un símbolo de la Montaña del Centro del Mundo. La cual suele ir acompañada en los mitos, por el Árbol de la Vida y por la Serpiente o su variante el Dragón, monstruo enemigo del hombre y guardián del lugar sagrado[12].
Próximo a este último está el lugar de la revelación (el Árbol de la Ciencia, en el Génesis). En la Odisea tal lugar es la isla de las sirenas, cuyo canto es lo único que Ulises no contó de su viaje. Significativamente, este episodio ocupa el centro del poema. Y las sirenas eran representadas por los griegos, como doncellas aladas: otro símbolo psíquico. Tal vez los iniciados que escucharan el poema, creerían saber qué era lo silenciado por Ulises: precisamente la ruta real, “el camino de los maestros”.
Las Rocas Erráticas constituyen la otra opción de paso que en los mitos de este tipo suele presentarse al héroe, entre una “puerta de salvación” y una “puerta de perdición”. Sólo que aquí Ulises, inducido por Circe, parece haber elegido erróneamente: las Rocas Erráticas no eran la puerta de perdición, puesto que habían sido cruzadas sin daño por los argonautas; sí lo eran Escila y Caribdis, ya que condujeron a la pérdida del buque y debieron ser traspuestas en sentido inverso para continuar el camino.
La ruta de los argonautas requería de auxilio divino: es la ruta de la fe. Pero Ulises, el favorito de la poderosa Atenea, prefirió la ruta de las propias fuerzas, aún sabiendo que implicaba pagar un tributo en vidas humanas bajo su mando. Tal vez como purificación por este pecado deberá permanecer suspendido de la higuera: una venerable prueba iniciática...[13]
Circe, guardiana exterior del mundo de los muertos, ya ha tomado un tributo antes de franquear el paso -la extraña muerte de Elpenor- tal como en otros relatos lo toma Cancerbero, el guardián interior. Ella, forzada por un juramento, no puede causar daño a Ulises. Pero puede inducirlo a que se lo cause a sí mismo robando las vacas del Sol. Tentación tan irresistible como en el Génesis son los frutos del Árbol de la Ciencia: el cebo de los dioses.
Conviene recordar que los otros dos mitos náuticos de los griegos también incluyen robos al Sol. Teseo mata al Minotauro y seduce a Ariadna, nietos del astro; Jasón roba la piel del carnero de oro, símbolo solar, en el país de Eetes, hijo del Sol y hermano de Circe. Aún antes otro gran viajero griego, Herakles, ha robado las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides, duplicado símbolo solar. Y en el origen mismo de los tiempos, el titán Prometeo robó al Sol un poco de fuego para dar inteligencia a los hombres.
Vemos así que la peripecia aparente de la “Odisea” contiene todos los elementos de un antiquísimo y difundido mito de iniciación heroica, profesionalmente adaptado a la ceremonia de iniciación de los antiguos maestros pilotos griegos, de modo que incorporase las claves que, al cabo de dicha ceremonia, permitirían al postulante reconstruir “el camino de los maestros” (tal vez, sobre un diagrama en el piso de mosaico de un templo consagrado a Poseidón) y pasar, desde ese momento, a la categoría de iniciado.
Curiosa dialéctica la que así se nos revela: un mito (relato) que da origen a un rito (ceremonia), que a su vez da origen a un nuevo mito.
En el mito primario, un héroe del pasado cumple “realmente” una hazaña iniciática.
En el rito, un “iniciante” presente (el piloto), cumple “virtualmente” la misma hazaña, identificándose así con el héroe, el “primer iniciado”.
En el mito secundario (el poema), de nuevo un héroe del pasado cumple “realmente” la hazaña: pero en un mundo distinto de éste y al cual los hombres sólo podemos acceder con el pensamiento. Ese mundo será irreal para nosotros; no para el héroe, que ha padecido el “transporte”.
Pero aquí el héroe es Ulises, quien por donde pasa deja una estela sangrienta. Personaje mucho más afín del homicida Aquiles, que del discreto Onetórida, el hábil piloto de Menelao[14]. En efecto, Ulises no es un piloto sino un “berserkr”: el furioso destructor de hombres, modelo de los conquistadores pueblos indoeuropeos, ancestro de los griegos[15].
El propio nombre griego del héroe, “Odiseo”, tiene una raíz común con la palabra que en ese idioma designa la “ira”, significaría pues, algo así como “el iracundo”. Y uno de los más frecuentes epítetos que en la Odisea acompañan su nombre, es “asolador de ciudades”.
Los pilotos en cambio, nunca fueron comandantes en la antigüedad, sino unos respetados auxiliares, como los herreros y los carpinteros. Situación que siguió vigente hasta el siglo XVII de nuestra era. Eso explica ciertas inconsecuencias de la “Odisea”. El rey de Itaca no era hombre a quien sus compañeros se hubieran atrevido a desobedecer. Pero a un piloto carente de mando y que sólo podía aconsejar, bien podía registrársele el saco regalado por Eolo, o no escuchársele cuando recomendara no entrar al puerto de los estrigones o no parar en la isla del Sol.
Ulises ha sido embutido un tanto a la fuerza, en un mito ajeno. O bien, se ha apropiado de las hazañas de otro héroe-piloto, para reforzar el ciclo, mucho mayor, de sus propias hazañas.
Si el sanguinario rey Ulises existió, no es probable que hiciera el viaje que Homero le atribuye. Quien lo haya hecho, no es probable que pusiera fuego a Troya o masacrara pretendientes.
El poeta se permite algunas bromas. Por ejemplo, cuando el rey de los feacios, tan jactancioso como cualquier otro miembro de esa heroica sociedad, alaba sus propias naves sin piloto y cuenta a Ulises que éstas conocen todas las rutas, habiendo navegado incluso hasta la isla de Eubea, en el confín del mundo. Ulises que venía de Troya, mucho más allá de Eubea, cortésmente no lo corrige. Pero los pilotos que escucharan el poema, sonreirían para sus adentros.
Hoy sabemos que, tanto en la época de Ulises como en la de Homero, los griegos navegaban regularmente hasta la costa asiática del mediterráneo: la broma del poeta es deliberada.
Pero los mismos feacios creían que ellos eran los últimos de los hombres. Su mundo va pues desde Corfú hasta Eubea: respectivamente, las puertas occidental y oriental de Grecia peninsular. Son entonces navegantes rigurosamente costeros. En sentido estricto, no tienen pilotos, “los que saben navegar por altura”. Tal vez una advertencia para los itacences, sus vecinos y rivales comerciales por el sur: los habitantes de Corfú viven felices en su aislamiento; el propio Poseidón no quiere que lo rompan[16]; no sean pues iniciados en el pilotaje.
En esa misma tierra, Ulises escucha al aeda que canta la guerra de Troya; y lo felicita por la perfección de su descripción, diciéndole: “...como si tú en persona lo hubieras visto o se lo hubieses oído referir a alguno de ellos (los que allí estuvieron)...”. Para el héroe es evidente que el aeda no tuvo ninguno de ambos auxilios. Troya queda para los feacios, fuera del mundo. Sólo existe en la poesía. Y de la poesía salió Ulises, arrojado a esas costas por las olas, para que Nausicaa lo recogiera. De cada lado del “umbral”, una mujer entreabre la puerta[17]. No olvidemos que para Ulises los que existen en la poesía son los feacios. La peripecia aparente y el mensaje oculto no discurren autónomos sino entrelazados en la Odisea.
¿Qué queda tras este análisis?
Queda un mito, una ruta y un poema.
El mito es universal y genérico. Sus variantes se encuentran incluso entre los indios de América, y se repiten hasta en los cuentos de hadas que alimentaron nuestro inconsciente en la niñez (al menos la de los nacidos antes de la mitad del siglo XX, cuando aún abuelas y nietos vivían juntos y los cuentos eran el vínculo entre ambos). Pruebas éstas de su antigüedad y perduración. Es el indestructible mito del héroe y su viaje. Estructura vacía que en distintas épocas y lugares puede ser llenada con distintos nombres y peripecias. Por eso mismo, genérico.
La ruta es específica. Discurre por reales lugares y no puede ser trasladada. Pero cualquier hombre en cualquier momento la puede navegar, mientras no cambien las formas de la Tierra. Maestros pilotos llenaron con ella los vacíos del mito, dando origen a una variante marina, que sería acogida por el poeta.
El poema es único y perdurará tanto como la cultura occidental, heredera de Grecia. Nada de aquél puede ya ser cambiado. Sin esa rigidez del poema, la ruta se hubiera perdido. Pero también, sin esa aptitud de la auténtica obra de arte para cautivar la atención de su observador, induciendo en él ese estado de hiper percepción en el cual, solamente, se hace presente algo como “bello”. Esa belleza –la acción de “ser” nítidamente percibida- es lo que convirtió a la Odisea en uno de los textos básicos de la educación griega y en uno de los modelos estéticos de nuestra propia tradición literaria.
El poema ya no se perpetúa, como el mito, en el inconsciente; ni como la ruta, en una tradición iniciática. Sino en la captura de la consciencia por el verbo.
El simple avance de la técnica, ha permitido navegar de nuevo las aguas que navegaron esos antiguos marinos. Pero la hazaña humana de haberlo hecho sin esta técnica, habría quedado desconocida sin la Odisea. Sabríamos menos sobre nosotros mismos.
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P.S.: Después de concluidas estas líneas, tuve oportunidad de leer un
interesante artículo de Tim Severin (publicado en National Geographic, de agosto de 1986), donde se sostiene que la ruta de Ulises discurre íntegra dentro de los estrechos límites de Grecia. La argumentación es sólida, aunque no tanto como la de Pillot.
Creo que ambas tesis son perfectamente compatibles. La ruta original sería el “Gran Track” atlántico, único que por su heroica magnitud pudo dar origen a la epopeya. Pero tempranamente debieron surgir versiones más reducidas, una de las cuales es el “Pequeño Track”, descubierto por Severin. Probablemente hubo otro, intermedio, que pasaba por Sicilia y el Tirreno sin salir del Mediterráneo y que fue el más aceptado por la tradición romana[18], como herencia de las colonias griegas del sur de Italia. No es imposible incluso que hubiera existido numerosos “minitracks” en otras tantas bahías del mundo griego, los cuales serían responsables de la repetición de toponimias odiseidas sobre gran parte del Mediterráneo. Algo semejante debió haber ocurrido antes, con el itinerario de los argonautas.
Estas versiones reducidas pero claramente isomorfas, permitirían a los pilotos griegos cumplir en niveles de dificultad creciente, los sucesivos grados de maestrazgo en su oficio. Cuando los cartaginenses cerraron la salida al Atlántico, el grado supremo resultó
inalcanzable.
Los católicos conocemos un modelo semejante: los “Vía Crucis” que en cada templo repiten el itinerario de Cristo por las calles de Jerusalén. Y que a veces se reconstituyen sobre toda la geografía de una ciudad, con una “estación” en cada templo.
[1] Texto publicado en la Revista de Ciencias Sociales, No 39, de la Facultad de Derecho de la Universidad de Valparaíso, en 1.995.
[2] Profesor del Instituto de Historia de la misma Universidad.
[3] M. I. Finley: El mundo de Odiseo (1.954), Fondo de Cultura Económica, México, 1.978, p. 36 ss..
[4] El “nudo” es 1 milla marina recorrida en 1 hora. La milla marina equivale a 1,852 km.
[5] Jean Richer: Géographie Sacrée du Monde Grec, Hachette, París 1.966.
[6] Gilbert Pillot: El código secreto de la Odisea (1.969), Plaza y Janes, Barcelona, 1.976.
[7] Mircea Eliade: Tratado de historia de las religiones, (1.949), ed. Cristiandad, Madrid, 2.000, cap. VIII no 107 y 108, cap. X no 145, cap. XII no 162 y cap. XIII no 167.
[8] Por ejemplo, en la Edad Media europea, la “vigilia de armas” que debía cumplir el postulante a “caballero”.
Un antecedente más antiguo en el Beowulf , poema épico en lengua sajona, tal vez del siglo VIII d.C., donde el monstruo Grendl diezma una y otra vez durante el sueño a los guerreros de Hrothgar. El héroe que da su nombre al poema llega de visita; sólo él se mantiene despierto... y vence al monstruo. También Mateo 26, 38-45..
[9] Odisea, canto X versos 245-258 y 489-498; canto XII versos 39-57 y 161-211
[10] Odisea, canto X versos 292-298.
[11] Mircea Eliade, ob. cit., cap. VIII no 107
[12] Ibíd., cap. VIII no 108
[13] Mircea Eliade ob. cit., cap. II no 25.
[14] Odisea, canto III, versos 268-341
[15] Dumézil, Georges, El Destino del Guerrero (1.969), ed. Siglo XXI, México, 1.971, págs. 150 y 171.
[16] Odisea canto XIII versos 182 ss.
[17] Lo cual concuerda con uno de los simbolismo de la mujer, como “puerta” por la que los humanos entramos en la vida.
Muy interesante su post.
ResponderEliminarNo sé si conoce usted el libro arqueoastronómico El Molino de Hamleth, de Giorgio de Santillana y Hertha von Dechend, que postula que toda la mitología antigua es la expresión de conocimientos astronómicos muy precisos basados en la Precesión de los equinoccios.
Parece ser que Ulises es uno de tantos avatares de Marte.
Releeré su post con agrado. Gracias.
Muchas gracias por tu comentario, Carles. Me aporta además algo que no sabía. Un abrazo y bienvenido !
ResponderEliminar(se me ha desconfigurado el blog en una intervención mía anterior, así es que tendrás que soportar cambios de colores, hasta que encuentre nuevamente uno adecuado)
Por si alguna vez tienes tiempo y quieres saber exactamente algo más del tema, te dejo el link de un video de youtube basado en el libro del doctor Sullivan (antropólogo experto en cultura incaica), que es a partir de donde yo empecé mi aventura en todo esto:
ResponderEliminarhttp://youtu.be/kOe1celgOTc
Saludo.