Sobre la naturaleza del Animus
Emma Jung
("Sobre la Naturaleza del Animus" fue leído en el Psychological Club of Zürich (el Club de Psicología de Zürich) en Noviembre de 1931, y fue publicado por primera vez levemente ampliado en Wirklichkeit der Seele (Zürich. Rascher Verlag, 1934) La versión leída en el Club fue traducida al inglés y apareció en 1941).

El anima y
el animus son dos figuras arquetipales de gran importancia. Pertenecen por un
lado al consciente individual y por el otro están enraizados en el inconsciente
colectivo, de esta manera forman un lazo conector o puente entre lo personal y
lo impersonal, entre el consciente y el inconsciente. Dado que una es femenina
y el otro es masculino, C.G. Jung los denominó respectivamente anima y animus.
El entiende que estas figuras son complejos funcionales que se comportan de
manera compensatoria de la personalidad externa, esto es, como si fuesen personalidades internas con las características
fallantes en la personalidad consciente y manifestada (externa)[1]. En
un hombre, se trata de características femeninas; en una mujer, masculinas.
Normalmente ambas están siempre presentes, en cierto grado, pero no encuentran
un lugar en la función externa de la persona porque perturbarían su adaptación
al medio, o la imagen ideal que se tiene de si mismo.
Sin
embargo, el carácter de estas figuras no está determinado solamente por las
características sexuales latentes que representan, está condicionado por la experiencia que cada persona ha tenido en el
curso de su vida con representantes del otro sexo, y por la imagen colectiva de
la mujer que lleva en su psiquis el hombre individual, y la imagen colectiva
del hombre que lleva la mujer. Estos tres factores se unen para formar algo
que no es exclusivamente una imagen ni tampoco solamente experiencia, sino que
es una entidad cuya actividad no está coordinada orgánicamente con las otras
funciones psíquicas. Se conduce como si tuviese sus propias leyes,
interfiriendo en la vida del individuo como si fuese un elemento ajeno; a
veces, esta interferencia es útil, a veces perturbadora, en otras realmente
destructiva. Tenemos por lo tanto muchas razones para preocuparnos por estas
entidades psíquicas y llegar a comprender de qué manera ejercen su influencia
sobre nosotros.
A
continuación presentaré al animus y sus manifestaciones como realidades, el
lector debe recordar que estoy hablando de realidades psíquicas, que no pueden
compararse a realidades concretas, pero no por ello dejan de ser menos
efectivas[2]. Trataré de presentar ciertos aspectos del
animus sin alegar, no obstante, una absoluta comprensión de este complejo fenómeno.
Al hablar del animus estamos tratando no solo con una entidad inmutable y
absoluta, sino también con un proceso espiritual. Intento limitarme aquí a las
formas en que el animus aparece en su relación con el individuo y con la
conciencia.
Manifestaciones
externas y conscientes del animus
Mi premisa
es que en lo referente al animus estamos
tratando con un principio masculino. Pero, como debe caracterizarse a este
principio masculino? Goethe hace que Fausto, mientras está traduciendo el
Evangelio según San Juan, se pregunte a si mismo si el pasaje: "En el
principio fue la Palabra", no
debería ser leído como "En el principio fue el Poder", o "Significado",
y finalmente lo hace escribir: "En el principio fue la Acción". Y con estas cuatro expresiones, que reproducen el
significado del griego logos, parece estar expresada la quintaesencia del
principio masculino. A la vez, encontramos
en ellas una secuencia progresiva, cada estadio tiene su representación tanto
en la vida como en el desarrollo del animus. El poder corresponde a una
primera etapa, le sigue la acción, luego la palabra, y, finalmente, en la última,
el significado. En lugar de poder se podría hablar de poder dirigido, que
es la voluntad, dado que el poder puro no es aun humano ni tampoco espiritual.
Esta cuadruplicidad
que caracteriza al principio del Logos presupone, como se puede observar, un
elemento de conciencia pues sin ella no podrían concebirse ni la voluntad, la
palabra, la acción o el significado.
Así como
hay hombres de un notable poder físico, hombres de acción, hombres de palabras
y de sabiduría, así también la imagen
del animus difiere de acuerdo con el estado de evolución particular o los dones
naturales de una determinada mujer. Esta imagen puede transferirse a un
hombre real que asume el rol de animus debido a su semejanza con él;
alternativamente, puede aparecer como un sueño o una figura fantástica; pero
dado que representa una realidad psíquica
viviente, le otorga un carácter desde lo interno de la mujer, que se refleja en todo lo que ella hace.
Para la mujer primitiva o la mujer joven, o para lo primitivo en cada mujer, el
hombre que se distingue por su capacidad física se convierte en figura del
animus. Las imágenes típicas son las de los héroes de leyenda, o figuras del
deporte, cowboys, toreros, aviadores, etc. Para la mujer más exigente, el
animus es un hombre que actúa dirigiendo su poder hacia algo importante. Las
transiciones aquí no son tan marcadas debido a que el poder y la acción se
condicionan mutuamente. Un hombre que tiene dominio sobre la
"palabra" o sobre el "significado" representa una tendencia
esencialmente intelectual dado que palabra y significado corresponden, por
excelencia, a la capacidad mental. Tal
hombre personifica el animus en su sentido más estricto, como un guía
espiritual como representante de los dones intelectuales de la mujer. Es en
esta fase, en la que por lo general el animus se torna problemático, por lo
tanto, lo exploraremos con mayor detenimiento. Las imágenes del animus que
simbolizan las fases de poder y acción son proyectadas en una figura heroica.
Pero hay también mujeres en las cuales este aspecto de masculinidad ya se
encuentra combinado armoniosamente con el principio femenino, que le es de gran
ayuda. Estas son las mujeres, enérgicas, activas, valientes y fuertes. Pero hay
también aquellas en las que la integración ha fallado, en las que la conducta
masculina ha avasallado y suprimido el principio femenino. Estas son las
mujeres masculinas, brutales, hiperactivas, salvajes, las Xantippes que no son
solo activas sino más bien agresivas. En muchas mujeres, esta masculinidad
primitiva se expresa también en su vida erótica, por lo que su enfoque del amor
tiene un carácter masculino y no está determinado por el sentimiento, como es
natural en las mujeres, sino que funciona por si mismo, separado del resto de
la personalidad, como ocurre en general con los hombres. Sin embargo, podemos
suponer que las mujeres ya han asimilado las formas más primitivas de la
masculinidad. En general decimos que ya han encontrado, tiempo atrás, su
aplicación en el modo de vida femenino; desde hace mucho ha habido mujeres cuya
fuerza de voluntad, claridad de propósito, actividad y energía les ha servido
como impulso en sus vida. El problema de la mujer de hoy en día parece recaer
en su actitud hacia el animus-logos, al elemento masculino-intelectual, en un
sentido más acotado, pues la expansión de la conciencia y su desarrollo en
todos los campos, parece ser un mandato ineludible -así como también un don- de
nuestro tiempo. Un ejemplo de lo anterior es el hecho que junto a los
descubrimientos e invenciones de los últimos cincuenta años, también hemos
visto la aparición del llamado movimiento feminista, la lucha de las mujeres
por la igualdad de derechos con el hombre. Felizmente, hoy en día hemos
sobrevivido al peor resultado de esta lucha, que seria la "mujer
sabelotodo". La mujer se ha dado cuenta que no puede parecerse enteramente
al hombre, pues en primer lugar es una mujer y debe sentirse como tal. Sin
embargo, queda claro que algo del espíritu masculino ha madurado en la
conciencia de la mujer y ahora debe encontrar su lugar y ser eficaz dentro de
la personalidad. Una parte importante del problema del animus reside en conocer
estos factores, para ordenarlos de manera que puedan jugar un rol
significativo.
De vez en
cuando oímos decir que no hay necesidad que la mujer se ocupe de los asuntos
intelectuales o espirituales, que es solo una tonta imitación del hombre o un
impulso competitivo rayano en la megalomanía. A pesar de que esto es cierto en
muchos casos, especialmente el fenómeno ocurrido al comienzo del movimiento
feminista, de todas formas como explicación del asunto no está justificado. Ni
la arrogancia ni la insolencia nos da derecho a la audacia de desear ser Dios
(esto es, como un hombre; no somos ni como la Eva antigua, tentada por la
belleza de la fruta del árbol de la sabiduría, ni hay una víbora que nos
aliente a disfrutarla). No, ha llegado a nosotras algo así como un mandato, una
orden; nos enfrentamos a la necesidad de morder esta manzana, sea que creamos
que es buena o no, estamos enfrentadas al hecho de que el paraíso natural e de
inconsciencia en el que a la mayoría de nosotras nos gustaría quedarnos
alegremente, se ha ido para siempre.
Así es
como están las cosas esencialmente, aun si en la superficie parecen diferentes.
Y debido a que se trata de un momento crucial no debemos asombrarnos ante los
esfuerzos infructuosos o las exageraciones grotescas, ni mucho menos
permitirnos ser intimidadas por ellos.
Si no se
encara el problema, si la mujer no hace
frente a su exigencia interna de conciencia o actividad intelectual, el animus
se convierte en autónomo y negativo y opera destructivamente sobre el
individuo (la mujer) y sobre sus relaciones con los demás. Esto puede
explicarse de la siguiente manera: si la posibilidad de una función espiritual
no es asumida por la mente consciente, la energía psíquica destinada para ella,
cae en el inconsciente y allí activa el arquetipo del animus. Poseída por esa
energía que ha fluido de regreso al inconsciente, la figura del animus se torna
autónoma, tan poderosa que puede aplastar o abrumar al ego consciente y
finalmente dominar la personalidad toda. Debo agregar aquí que me baso en la
visión de que en el ser humano hay una cierta idea básica que debe ser
cumplida, igual que, por ejemplo, en un huevo o una semilla existe la idea a
priori de la vida que emanará de ellos. Por lo tanto, me refiero a una suma de
energía psíquica disponible destinada a funciones espirituales y que debe ser
aplicada a ellas. Expresado figurativamente, en términos económicos, la situación
es parecida a la del presupuesto de un hogar u otra empresa donde hay ciertas
sumas de dinero que se asignan para determinados propósitos. De vez en cuando,
otras sumas usadas previamente con otros fines, quedan disponibles ya sea
porque no se las necesita para aquellos fines o porque no se las puede invertir
de otra manera. En muchos aspectos, este es el caso con la mujer de hoy en día.
En primer lugar, rara vez encuentra satisfacción en la religión establecida,
especialmente si es Protestante. La iglesia que otrora llenara sus necesidades
espirituales e intelectuales ya no le ofrece esa satisfacción. En el pasado, el
animus junto a sus problemas asociados podía ser proyectado al mas allá (para
muchas mujeres el Dios-Padre bíblico era un aspecto metafísico, sobrehumano de
la imagen del animus), y mientras la espiritualidad pudiera ser
convincentemente expresada en las diversas formas de religión válida, no había
inconveniente. Ahora cuando esto ya no puede lograrse es que aparece el
problema.
Una
segunda explicación para el problema referente a la disponibilidad de la energía
psíquica es que, debido a la posibilidad del control de la natalidad, se ha
liberado una gran cantidad de energía. Dudo que la mujer misma pueda darse
cuenta de cuan grande es esa cantidad de energía que antes utilizaba para
mantener un estado de alerta constante para realizar su tarea biológica.
Una
tercera causa recae en los avances tecnológicos que permiten nuevos medios para
realizar las tareas a las que antes la mujer destinaba su creatividad e
inventiva. Cuando antes debía avivar el fuego de la chimenea para recrear el
acto Prometeico, hoy da vuelta una llave de la cocina de gas o acciona un
interruptor eléctrico, y no tiene la menor idea de lo que sacrifica en pos de
estas comodidades ni de las consecuencias que esta perdida trae aparejadas.
Pues todo lo que no se hace de la forma tradicional será hecho de alguna nueva
forma, y esto no es tan simple. Hay muchas mujeres que cuando llegan al plano
en el que se ven enfrentadas a las exigencias intelectuales dicen
"Preferiría tener otro bebé", para así escapar o al menos posponer esa
incomoda exigencia. Pero tarde o temprano la mujer debe acomodarse a cumplirla,
pues los mandatos biológicos disminuyen progresivamente luego de la primera
mitad de la vida; así que es inevitable un cambio de actitud, si se no quiere
caer víctima de una neurosis o alguna otra enfermedad. Más aun, no es solo la
energía psíquica liberada la que la enfrenta con la nueva tarea, sino también
la ley del momento presente, el kairós, al que todos estamos sujetos y del que
no podemos escapar, por más oscuro que este término se nos antoje. Estos tiempos requieren una expansión de la
conciencia. Por eso en psicología hemos descubierto y estamos investigando
el inconsciente; en física nos hemos percatado de los fenómenos y sus procesos
-rayos y ondas, por ejemplo- los que hasta ahora eran imperceptibles y no eran
parte de nuestro entendimiento consciente. Nuevos mundos con leyes que los
gobiernan se abren ante nosotros, como por ejemplo, el del átomo. Aun más, el
telégrafo, el teléfono, la radio y cualquier otro instrumento técnico acerca
las cosas lejanas a nosotros, expandiendo el rango de nuestras percepciones
sensoriales a lo largo y a lo ancho de la Tierra y aun más allá. Así es como se manifiesta la expansión e
iluminación de la conciencia. Explicar las causas y metas de estos fenómenos
nos alejaría de nuestro tópico; los menciono solamente como un factor
unificador en un problema tan agudo para la mujer de hoy, el animus. El aumento de conciencia trae aparejado una
canalización de la energía psíquica hacia nuevos senderos. Toda cultura,
como sabemos, depende de tal diversificación, y la capacidad de dar forma a
todo esto es precisamente lo que distingue al Hombre de los animales. Pero este
proceso acarrea grandes dificultades; nos afecta casi como si fuese un pecado,
un delito, tal como se observa en mitos tales como el de la Caída del Hombre, o
el robo del fuego por parte de Prometeo, y así es como podríamos vivirlo en
nuestra vida. No es de sorprender dado que se refiere a la interrupción del
curso natural de los hechos, lo que es muy peligroso. Por esta razón
siempre ha estado vinculado con ideas religiosas y ritos. En efecto, el
misterio religioso, con su experiencia simbólica de muerte y renacimiento
siempre recrea el milagroso proceso de la transformación. Como se hace evidente
en los mitos arriba mencionados referidos a la Caída del Hombre y el robo del fuego por Prometeo, es el logos
(esto es, conocimiento, conciencia en una palabra) el que eleva al Hombre por
encima de la naturaleza. Pero este logro lo coloca en una difícil posición
entre animal y Dios. Debido a esto; ya no es el hijo de la madre Naturaleza, es
expulsado fuera del paraíso, pero a la vez, no es un dios pues aun está
ineludiblemente atado a su cuerpo y sus leyes naturales, igual que Prometeo encadenado
a la roca. A pesar que este doloroso
castigo de estar dividido entre espíritu y naturaleza le ha sido familiar
al hombre por largo tiempo, es solo
recientemente que la mujer ha comenzado realmente a sentir el conflicto. Y
con este conflicto, que va de la mano de un desarrollo de la conciencia,
volvemos al problema del animus que
eventualmente lleva a los opuestos, a la naturaleza, el espíritu y su
armonización.
¿Cómo
sufrimos este problema? ¿Cómo
reconocemos el principio espiritual? En primer lugar, lo percibimos en el
mundo externo. La niña generalmente lo ve en su padre o en una persona que ocupa su lugar; más tarde, quizás, en un
maestro o hermano mayor, esposo, amigo, y finalmente en los
registros objetivos del espíritu, en la iglesia,
el estado, y la sociedad con sus instituciones así como las creaciones de la ciencia y las artes. En su mayoría, el acceso directo a estas formas objetivas
del espíritu no es posible para una mujer; ella las encuentra solo a través
de un hombre, que es su guía e intermediario. Este guía e intermediario se convierte entonces en el portador o
representante de la imagen del animus; en otras palabras, el animus se
proyecta en él. Mientras la proyección tenga éxito, es decir, mientras la
imagen se corresponda o se parezca en cierta medida al portador, no hay
conflicto real. Por el contrario, este estado parece ser perfecto,
especialmente cuando el hombre que es el intermediario espiritual es, al mismo
tiempo percibido como un ser humano con el que existe una relación humana,
positiva. Si tal proyección se establece permanentemente se podría llamarla
ideal pues aparece sin conflicto, lo que sucede es que la mujer permanece
inconsciente. Lo que sucede es que hoy
en día ya no nos satisface permanecer tan inconscientes, esto se demuestra,
por ejemplo, en el hecho de que muchas mujeres que creen ser felices y estar
contentas con lo que parece ser una relación perfecta con el animus, sufren síntomas
nerviosos y físicos. Con frecuencia afloran la ansiedad, el insomnio y
nerviosismo general, o males físicos, como el dolor de cabeza u otros dolores,
perturbaciones de la visión, y ocasionalmente, problemas de pulmón. Conozco
varios casos en los que los pulmones se vieron afectados en un momento en el
que se hizo agudo el problema con el animus, y se curaron más tarde luego que
el problema fue asumido y comprendido como tal[3] (Quizás los órganos de la respiración
tienen una relación peculiar con el espíritu, como se sugiere por las palabras
animus o pneuma, y Hauch, respiración, o Geist, espíritu, y por lo tanto
reaccionan con especial sensibilidad a los procesos del espíritu. Posiblemente
cualquier otro órgano podría ser afectado también, y es simplemente una cuestión
de energía psíquica, la cual si no encuentra un canal apropiado y debe
replegarse sobre si misma, ataca cualquier punto débil).
Tal transmisión total de la
imagen del animus,
como la que describí anteriormente, junto a una aparente satisfacción, genera una lazo compulsivo al hombre en
cuestión y una dependencia que con frecuencia aumenta al punto de tornarse
insoportable. Este estado de fascinación por alguien y la total influencia que éste
ejerce, es conocido bajo el término "transferencia", lo que no es más
que proyección. Sin embargo, proyección
significa no sólo la transferencia de la imagen a una persona determinada, sino
también las actividades que van asociadas, de manera que del hombre en el cual
se ha depositado la imagen del animus, se espera que asuma todas las funciones
que han permanecido no desarrolladas en la mujer en cuestión, sea esta la función
de pensamiento, el poder para actuar, o la responsabilidad hacia el mundo
exterior. A su vez, la mujer sobre la que un hombre ha proyectado su anima
debe "sentir" por él, o establecer relaciones por él, y esta relación
simbiótica es, en mi opinión, la causa real de la dependencia compulsiva que
existe en estos casos.
Sin
embargo, tal estado de proyección exitosa, no dura mucho tiempo, especialmente
si la mujer tiene una relación íntima con el hombre en cuestión. Entonces, la
incongruencia entre la imagen y el portador de la misma se hace demasiado
obvia. Un arquetipo, tal como el animus,
nunca coincidirá totalmente con un hombre en particular (individual); y en
menor medida cuanto más particular (individual) sea el hombre. La
individualidad es realmente el opuesto del arquetipo, porque aquello de que lo
individual no es en ninguna medida típico, sino más bien una mezcla de características
típicas en si mismas. Cuando aparece
esta discriminación entre imagen y persona, nos damos cuenta con gran desilusión
y confusión que el hombre que parecía corporizar nuestra imagen ya no se parece
a ella en absoluto, y continuamente se comporta de modo muy diferente de cómo
pensamos que debería hacerlo. Al principio, tal vez tratamos de engañarnos
y con frecuencia tenemos éxito por un tiempo, gracias a la aptitud para borrar
diferencias, que se debe a un confuso poder de discriminación. Frecuentemente
tratamos, con verdadera astucia, de hacer que el hombre sea aquello que creemos
que él debe representar. No solamente ejercemos presión o fuerza
conscientemente; repetidamente, y debido a nuestra conducta, forzamos
inconscientemente a nuestra pareja a tener reacciones arquetípicas o de animus.
Naturalmente, lo mismo ocurre con el hombre y su actitud hacia la mujer. El
también quisiera ver delante suyo la imagen que flota ante sus ojos, y debido a
su deseo, que funciona como una sugestión, puede provocar que ella no actúe
desde su yo real sino que convierta en la figura de su anima. Todo esto, más el
hecho de que el anima y el animus se
constelan mutuamente (ya que una manifestación de anima convoca un animus y
viceversa, lo que produce un circulo vicioso muy difícil de romper) forma una
de las peores complicaciones en las relaciones entre hombre y mujer. Pero para
cuando la disimilitud entre el hombre y el animus ha sido descubierta, la mujer
ya está en conflicto y no queda nada más por hacer que completar el proceso de
discriminar entre la imagen interna y el hombre externo.
Aquí
llegamos a lo más significativo y
esencial en el problema del animus, o sea, el componente masculino-intelectual
dentro de la mujer. Me parece que mencionar este componente, conocerlo e
incorporarlo al resto de la personalidad, es un tema central, que es tal vez el
más importante en lo que concierne a la mujer de hoy en día. El problema tiene
que ver con una predisposición natural, un factor orgánico que pertenece a la individualidad
y que está destinado a tener una función. Esto explica porqué el animus es
capaz de atraer energía psíquica hacia sí hasta que se convierte en avasallador
y autónomo.
Es posible
que todos los órganos o tendencias orgánicas atraigan hacia si mismos una
cierta cantidad de energía, lo que se traduce en capacidad de acción, y que
cuando un órgano en particular no recibe la cantidad de energía suficiente, se
manifiestan perturbaciones o síntomas. Al aplicar esta idea a la psiquis, yo
sacaría como conclusión que, debido a la presencia de una figura de animus
poderosa (la tan llamada "posesión por el animus") la mujer en cuestión
le presta poca atención a su propia tendencia masculina-intelectual del logos,
y que, o bien la ha desarrollado poco, o no la ha empleado en la forma
correcta. Quizás esto suena paradójico, pues, visto desde afuera, es el
principio femenino el que aparenta estar descuidado dado que, exteriormente, la
conducta de tales mujeres parece ser demasiado masculina o sugerir falta de femineidad.
Pero, en esa masculinidad expuesta, yo veo más un síntoma, una señal de que
algo masculino en la mujer está reclamando atención.
Es cierto
que lo que es primariamente femenino es invadido y reprimido por la entrada
autocrática en escena de esta masculinidad, pero el elemento femenino solo puede ubicarse en su lugar llegando a un
acuerdo con el factor masculino, el animus. Ocuparse solamente de lo
masculino-intelectual u objetivo no parece suficiente; esto puede observarse en
muchas mujeres que han finalizado una carrera profesional y la practican con
una vocación masculina e intelectual, pero que de todos modos, no han llegado a
un acuerdo con el problema del animus. Tal educación y forma de vida masculinos
puede haber sido logrados debido a una identificación con el animus; entonces
es el lado femenino quien ha quedado relegado.
Lo
necesario es que la intelectualidad femenina y el logos estén tan bien ubicados
en la vida de la mujer, que haya armonía y cooperación entre lo femenino y lo
masculino, de modo que ninguna de las partes sea condenada a una existencia
sombría. El primer paso en el camino
correcto es, por lo tanto, retirar la proyección, reconociéndola como tal,
así liberándola del objeto. Este primer acto de discriminación, por más simple
que parezca, es un logro muy significativo y difícil, además de un doloroso
acto de renuncia. Gracias al retiro de la proyección, reconocemos que no
estamos tratando con una entidad fuera nuestro sino con una cualidad interna, y
vemos ante nosotras la tarea de aprender a reconocer la naturaleza y efecto de
este elemento, este "hombre en nosotras", para así diferenciarlo de
nosotras. Si no lo hacemos, entonces nos
volvemos idénticas al animus o somos poseídas por él, lo que provoca las más
dañinas consecuencias. Pues cuando el lado femenino es avasallado y empujado
hacia un segundo plano por el animus, fácilmente sobrevienen la depresión, la
insatisfacción y la perdida del interés por la vida. Estos síntomas son
evidentes y apuntan al hecho de que la mitad de la personalidad está
parcialmente despojada de vida debido a la usurpación del animus.
Además, el animus puede interponerse incómodamente
entre nosotras y los otros, ó entre nosotras y la vida en general. Es muy
difícil reconocer tal posesión en una misma, y más difícil resulta cuanto más
completa es. Por lo tanto, es una gran ayuda observar el efecto que causamos en
los demás, y juzgar por su reacción si acaso esta pudo haber sido provocada por
una identificación inconsciente con el animus. Esta orientación gracias a los
otros es muy valiosa a lo largo del proceso (que frecuentemente excede nuestros
poderes individuales) de distinguir claramente al animus y asignarle su legítimo
lugar. Sinceramente pienso que sin la relación con otra persona a través de la
cual orientarse, es casi imposible liberarse de la garras demoniacas del
animus. Cuando estamos identificadas con el animus, pensamos, decimos o hacemos
algo con la total convicción de que somos nosotras quienes lo hacemos, cuando
en realidad y sin que nos hayamos dado cuenta, era el animus que hablaba a través
nuestro.
Dado que el animus tiene a su disposición una
especie de autoridad agresiva y poder de sugestión, con frecuencia es muy
difícil notar que un pensamiento u opinión ha sido dictado por él y no es
nuestra verdadera convicción. Adquiere
esa autoridad por su conexión con la mente universal, pero la fuerza de
sugestión que ejerce se debe a la propia pasividad en el pensamiento de la
mujer y su correspondiente falta de capacidad critica. Las opiniones o conceptos, generalmente emitidas con gran aplomo, son
características del animus. Lo son en la medida en que, dado que
corresponden al logos, son generalmente conceptos válidos o verdades que, si
bien pueden ser ciertas en si mismas, no encajan en la instancia dada, pues no
toman en cuenta lo que es individual y especifico en una situación en
particular. Los juicios irrebatibles, las ideas preconcebidas de esta clase son
aplicables a las matemáticas, donde dos más dos es siempre cuatro. Pero en la
vida no es así, allí provocan conflicto, ya sea con sujeto en cuestión o con
cualquier persona a quien se dirigen. También le afecta a la mujer que emite un
juicio tan categórico sin haber tomado en cuenta sus propias reacciones.
La misma
clase de pensamiento aislado aparece en un hombre cuando se identifica con la
razón y el principio del logos y no piensa por si mismo, sino que deja que
"éste" piense. Tales hombres están naturalmente dotados para encarnar
el animus de una mujer. Pero no puedo extenderme más en esto pues me interesa
aquí exclusivamente la psicología femenina.
Una de las maneras más
importantes en las que se expresa el animus es emitiendo juicios, y como sucede con los juicios
así es con los pensamientos en general. Desde adentro se agolpan en la mujer de
forma categórica e irrefutable. O, si vienen de afuera, ella los adopta pues le
parecen convincentes o atractivos. En estos casos, no siente la urgencia de
analizar detenidamente las ideas que adopta y, quizás, difunde posteriormente.
Su poco desarrollado poder de discriminación da como resultado el aceptar ideas
tanto válidas como inútiles con el mismo entusiasmo o con el mismo respeto,
pues todo lo que le sugiere la mente le impresiona enormemente y ejerce una
misteriosa fascinación sobre ella. Esto explica el éxito de tantos embaucadores
que logran incomprensibles efectos con una especie de pseudo-espiritualidad.
Por otro lado, su falta de discriminación tiene un lado positivo; hace a la mujer poco prejuiciosa y por lo
tanto más capaz de descubrir y valorar los valores espirituales más rápidamente
que un hombre, cuyo poderoso sentido critico tiende a hacerlo tan
desconfiado y prejuicioso que frecuentemente le toma más tiempo reconocer un
valor que las personas menos prejuiciosas habían notado mucho antes.
El verdadero pensamiento de las
mujeres (me
refiero a las mujeres en general, sabiendo que hay muchas muy superiores a este
nivel que ya han discriminado su pensamiento y su naturaleza espiritual
notablemente) es principalmente práctico,
atento y diligente. Lo podríamos describir como un sano sentido común, y está dirigido generalmente a aquello que está
cerca y es personal. Hasta aquí funciona adecuadamente en su lugar y no
pertenece a lo que describimos como animus en el sentido estricto de la
palabra. Sólo cuando el poder mental de la mujer ya no está aplicado solamente
a sus tareas diarias sino que se proyecta más adelante en busca de un nuevo campo
de actividad, ahí es cuando entra en juego el animus. En general, se puede
decir que la mentalidad femenina
manifiesta un carácter infantil, poco desarrollado, casi primitivo; en lugar de
sed de conocimiento, es curiosidad; en vez de juicio, es prejuicio; en lugar de
pensamiento, es imaginación o ensueño; en vez de voluntad, es deseo.
Donde el
hombre asume los problemas objetivos, la mujer se contenta con pasatiempos,
donde él lucha por el conocimiento y la comprensión, ella se contenta con la fe
o la superstición, o hace suposiciones. Claramente, estas son etapas bien
predeterminadas que pueden observarse en las mentes de los niños y en la gente
primitiva. De este modo, la curiosidad de los niños y los primitivos nos es
familiar, así como también el rol que juegan la fe y la superstición. En el
Edda hay un concurso de acertijos entre el errante Odin y su anfitrión, un
recuerdo de la época en la que la mente masculina se ocupaba de resolver
acertijos, tal como la mente de la mujer hoy en día. Cuentos similares han
llegados a nosotros desde la antigüedad y la Edad Media. Tenemos el acertijo de
la Esfinge, o el de Edipo, el enigma de los sofistas y los académicos. El tan llamado pensamiento mágico (ilusorio,
soñador) también corresponde a una etapa
definida en el desarrollo de la mente. Aparece como tema principal en los
cuentos de hadas, a menudo caracterizando algo del pasado, como cuando los
cuentos se refieren "al tiempo cuando los deseos eran todavía útiles".
El desear que algo le suceda mágicamente a alguien se basa en la misma idea.
Grimm, en su mitología germana, apunta a la conexión entre los deseos, la
imaginación y el pensamiento. De acuerdo a él:
"Un
antiguo nombre noruego para Wotan u Odin parecía ser Oski, o Deseo, y las
Valkirias también eran llamadas Damas del Deseo. Odin, el dios-viento errante,
el señor del ejercito de espíritus, el inventor de las runas, es un típico dios
espíritu, pero de forma primitiva, más cercano a la naturaleza"
Como tal,
es el dios de los deseos. El es no solo el que otorga aquello que es bueno y
perfecto, como se lo entiende desde los deseos, sino es aquel que, cuando se lo
invoca, puede crear por medio del deseo. Grimm dice, "El deseo es el poder
creador, rítmico, efusivo, portador: Es el poder que da forma, imagina, piensa,
y es por lo tanto, imaginación, idea, forma". Y en otro lugar escribe:
"En Sánscrito "deseo" es llamado curiosamente manoratha, la
rueda de la mente. Es el deseo el que hace girar la rueda del
pensamiento".
El animus de la mujer en su
aspecto divino y sobrehumano es comparable a ese espíritu y dios-viento. Encontramos al animus en una
forma similar en los sueños y las fantasías, y este personaje-deseo es peculiar
al pensamiento femenino.
Si tenemos
en cuenta que la facultad de la imaginación es para el hombre nada menos que el
poder de crear, a voluntad, una imagen mental de cualquier cosa que él elija, y
que a esta imagen, a pesar de ser inmaterial, no se le puede negar su realidad,
entonces podemos entender porqué a imaginar, pensar, desear y crear se los ha
catalogados como equivalentes. Es posible que una realidad espiritual, o sea, un pensamiento o una imagen, pueda ser
tomada como real y concreta, especialmente en un nivel relativamente
inconsciente, donde la realidad externa e interna no están bien diferenciadas
sino que fluyen una dentro de la otra. En los primitivos, también, se encuentra
este equivalente entre lo externo y concreto y la realidad interior espiritual.
(Lévy-Bruhl[4] da muchos ejemplos de esto, pero esto nos
desviaría del tema). El mismo fenómeno
se expresa claramente en la mentalidad femenina.
Profundizando
un poco, nos sorprende sobremanera descubrir cuán frecuentemente pensamos que
las cosas suceden de cierta forma, o que una persona que nos interesa hace esto
o aquello o va a hacer lo otro. No hacemos pausa para comparar estas
intuiciones con la realidad. Estamos convencidos
de la verdad de esas ideas o al menos nos inclinamos a suponer que la
simple idea es cierta y que corresponde a la realidad. Otras fantasías son
tomadas como reales y pueden a veces hasta aparecer en forma concreta. Una de las actividades del animus más
difíciles de percibir está en esta área, o sea, la construcción de la
imagen-deseo de uno mismo. El animus es un experto en influir, bosquejar y
dar forma plausible a la imagen propia, tal como nos gustaría que nos vieran,
por ejemplo, la "amante ideal", la "atractiva niña
desvalida", la "abnegada doncella", la "persona
extraordinaria y especial", la que "nació para algo mejor", y
así sucesivamente. Esta actividad le otorga al animus poder sobre nosotras
hasta que, voluntariamente o a la fuerza, decidamos sacrificar esa colorida y
hermosa imagen y nos veamos tal cual somos realmente.
Frecuentemente,
la mentalidad femenina cae en una
cavilación retrospectiva orientada a pensar en lo que deberíamos haber hecho
distinto con nuestra vida o como deberíamos haberlo hecho mejor; de esta forma
armamos series de conexiones causales. Nos gusta llamar a esto
"pensamiento", pero en realidad es una forma de actividad mental
improductiva y sin sentido, una actividad mental que ciertamente conduce solo
al propio tormento. Aquí también se observa una falla característica que es la
de no poder discriminar entre lo que es
real y lo que es imaginario.
Podríamos
decir entonces, que mientras no se ocupe
del sentido común practico, el pensamiento femenino no se puede considerar como
tal, sino más bien como un soñar, imaginar, desear, o temer (o sea, deseo
negativo). El poder y autoridad que
ejerce el animus se puede explicar en parte por una dificultad para distinguir
entre la imaginación y la realidad. Dado que lo que le es propio a la mente
-es decir, el pensamiento- posee un carácter de realidad indiscutible, lo que
dice el animus también parece ser indiscutiblemente cierto. Y ahora llegamos a
la magia de las palabras. Una palabra,
al igual que una idea, tiene el efecto de realidad para las mentes
indiferenciadas. El mito bíblico de la creación, por ejemplo, donde el
mundo emana de la palabra de su Creador, es una expresión de esto. El animus
también posee el poder mágico de las palabras, y por lo tanto, los hombres que
tiene el don de la oratoria pueden ejercer un fuerte poder sobre las mujeres,
tanto para bien como para mal. ¿Me equivoco al decir que la magia de la
palabra, el arte de hablar, es la cualidad en un hombre de la que una mujer muy
frecuentemente cae presa y seducida? Pero no es sólo la mujer la que cae bajo
el hechizo de la magia de la palabra, el fenómeno es válido en todas partes.
Desde las sagradas runas de la antigüedad, los mantras Indios, las oraciones, y
las formulas mágicas de toda índole, hasta las expresiones técnicas y los
eslogans de nuestro tiempo, todas son testigos del poder mágico del espíritu
que se ha hecho palabra. Sin embargo, se puede decir que la mujer es más
susceptible a tal hechizo que un hombre del mismo nivel cultural. El hombre,
por naturaleza, tiene la necesidad de entender las cosas con las que se
encuentra; los niños muestran predilección por desarmar sus juguetes para ver
como son adentro o como funcionan. En una mujer, esta necesidad es menor. Ella
puede operar maquinas o instrumentos sin siquiera ocurrírsele o interesarle
como están construidos. Igualmente, ella
se puede impresionar con una palabra cuyo sonido le resulte significativo sin
saber lo que quiere decir. El hombre tiende mucho más a buscar su acepción
o significado.
La
manifestación más peculiar del animus no aparece en una imagen formada
(Gestalt) sino más bien en palabras (logos, que también significa palabra).
Llega a nosotros como una voz que hace comentarios sobre todo lo que nos ocurre
y que generalmente imparte reglas de conducta. Así es como frecuentemente
percibimos que el animus es diferente del ego, mucho antes de que se cristalice
en una figura personal. Por lo que he podido observar, esta voz se expresa
principalmente de dos maneras. Primero, la oímos desde una crítica,
generalmente un comentario negativo acerca de algún hecho o acción nuestros,
como un examen puntual de todos nuestros motivos e intenciones; esto
naturalmente provoca sentimientos de inferioridad y tiende a frustrar cualquier
iniciativa o deseo de auto-expresión. De vez en cuando, esta misma voz puede brindar
un halago exagerado; el resultado de estos juicios extremos es que oscilamos
entre una consciencia de total inutilidad y un sentido desproporcionado
(inflado) de nuestro propio valor e importancia. La segunda manera de hablarnos
está más o menos exclusivamente ligada a emitir órdenes o prohibiciones y a
pronunciar puntos de vista comúnmente aceptados. Me parece que aquí están
expresados dos lados importantes del
logos. Por un lado, tenemos lo que
es discriminación, juicio y entendimiento; por el otro, el compendio y
establecimiento de normas. Podríamos concluir tal vez que en la primera instancia, la figura del
animus aparece como una persona, mientras que en la segunda aparece como una
pluralidad, una especie de Consejo. La discriminación y el juicio son
principalmente individuales, mientras que la instauración y puesta en práctica
de normas presupone un acuerdo por parte de muchos y es por lo tanto mejor
expresado por un grupo. Es bien sabido que es raro en la mujer una facultad
mental realmente creativa. Hay muchas mujeres que han desarrollado su poder de
pensamiento, discriminación y criticismo a un alto grado, pero hay muy pocas
que son realmente creativas tal como el hombre. Hay un dicho malicioso que dice
que si el hombre no hubiera inventado la cuchara, ¡aun estaríamos revolviendo
la sopa con un palillo!
La creatividad de la mujer
encuentra su expresión en la esfera del vivir, no sólo en su función biológica como madre sino
en el dar forma a la vida en general,
sea a través de su actividad como educadora, como compañera del hombre, como
madre en su hogar o en alguna otra forma. El desarrollo de relaciones es
elemental para dar forma a la vida, y este es el verdadero campo del poder
creativo femenino. Entre las artes, el teatro es el ámbito en el que la mujer
puede lograr igualdad con el hombre. En la actuación, la gente, las relaciones
y la vida toman forma, así que allí es donde la mujer es tan creativa como el
hombre. También nos encontramos con elementos creativos en los productos del
inconsciente, en los sueños, fantasías o frases que le nacen espontáneamente a
la mujer. Estos contienen con frecuencia pensamientos, visiones, verdades, que
son de una naturaleza puramente objetiva y absolutamente impersonales. La mediación entre tal conocimiento y tal
contenido es esencialmente la función del animus superior. En los sueños a
menudo encontramos símbolos científicos abstractos que rara vez se pueden
interpretar a nivel personal, sino que representan descubrimientos objetivos
que dejan a la soñante totalmente asombrada. Esto es más evidente en las
mujeres que tienen una función de pensamiento poco desarrollada o tienen un
bajo nivel cultural. Conozco una mujer en quien la función pensamiento es la "función
inferior"[5] y cuyos sueños generalmente mencionan
problemas de astronomía o física, y también sobre diversos temas técnicos. Otra
mujer, bastante irracional como función superior, cuando se le pidió que
reproduzca algo del contenido inconsciente, dibujó figuras geométricas,
estructuras de cristales, como las que se encuentran en los textos de geometría
o mineralogía. Para otras, el animus les
otorga visiones del mundo y la vida que van más allá de su pensamiento
consciente y muestran una cualidad creativa indudable. Sin embargo, el campo donde florece la actividad
creativa de la mujer más claramente es en el de las relaciones humanas. El
factor creativo emana desde el sentimiento unido a la intuición o la sensación,
más que desde la mente en el sentido del logos. Aquí el animus se puede tornar
peligroso porque penetra en la relación en el lugar del sentimiento, haciéndola
imposible o muy difícil. Puede suceder que en vez de comprender una situación
-o a otra persona- a través del sentimiento y la correspondiente acción,
pensamos algo sobre la situación o la persona y ofrecemos entonces una opinión,
en lugar de una reacción humana. Esto puede ser correcto y bien intencionado
hasta inteligente, pero no causa el efecto deseado, hasta puede causar el
efecto contrario pues es correcto solo de una manera objetiva. Subjetivamente,
desde un lugar humano, esto es dañino, pues en un momento dado, la pareja, o la
relación podrían ser mejor asistidas por la empatia del sentimiento que por el
discernimiento o la objetividad. Sucede a menudo que una mujer asume tal
actitud objetiva creyendo que se está comportando admirablemente, pero la
realidad es que arruina la situación completamente. Es sorprendente lo difícil
que es darse cuenta que el
discernimiento, la razón y la objetividad son inadecuadas en ciertas
circunstancias. Sólo puedo explicar esto por el hecho de que las mujeres
acostumbran pensar que la forma masculina de encarar ciertas cosas es más
conveniente o mejor que la femenina, hasta superior a ella. Creemos que la
actitud objetiva masculina es mejor en ciertos casos que la femenina, más
personal. Esto es especialmente cierto en las mujeres que han logrado un nivel
de conciencia y apreciación por los valores racionales.
Aquí llego
a una importante diferencia entre el problema del animus de la mujer y el anima
del hombre, diferencia que me parece no haber recibido la debida atención. Cuando un hombre descubre su anima y llega
a un acuerdo con ella, debe asumir algo que siempre le pareció inferior a él.
Cuenta poco el hecho de que la figura del anima, sea esta una imagen o una
persona real, sea tan fascinantemente atractiva y por lo tanto valiosa. Hasta
ahora en nuestro mundo, el principio
femenino siempre fue percibido como inferior cuando se lo comparó con el
masculino. Recientemente hemos comenzado a hacerle justicia. Expresiones
tales como "sólo una niña lo haría" o "un niño no haría
eso" se les dice frecuentemente a los niños para sugerirles que su
conducta es reprochable. A su vez, nuestras leyes nos muestran claramente cuan
amplio es el concepto de inferioridad de la mujer, y como ha prevalecido. Aun
hoy, en muchos lugares, la ley coloca al hombre abiertamente en una posición de
privilegio con respecto a la mujer, convirtiéndolo en su guardián, en muchos
casos. Como resultado, cuando el hombre
establece una relación con su anima, debe descender de una altura, superar la
resistencia -o sea, su orgullo- y
aceptar que ella es la "Dama Soberana" (Herrín) como la llamó
Sitteler, o en las palabras de Rider Haggard,
"Aquella-que-debe-ser-obedecida". En la mujer, la situación es
diferente. No nos referimos al animus como
"Aquel-a-quien-hay-que-obedecer", sino más bien lo opuesto, porque es
muy fácil para la mujer obedecer la autoridad del animus -o del hombre real- de
manera servil. Ella puede creer que conscientemente no es asi, pero la idea de
que lo masculino es superior a lo femenino está en su sangre. Este es un elemento
que realza el poder del animus. Lo que nosotras las mujeres debemos superar en
nuestra relación con el animus no es el orgullo sino la falta de auto-confianza
y la resistencia a la inercia. Para
nosotras, no es que tenemos que
rebajarnos (a menos que nos hayamos identificado con el animus) sino más bien elevarnos. En esto, a veces
fallamos por falta de coraje o fuerza de voluntad. Nos parece presuntuoso
oponer nuestra propia convicción a los dictámenes del animus, que nos parecen
generalmente validos. Para una mujer,
elevarse hasta el punto de lograr una independencia espiritual tiene un alto
costo. Pero, sin esta especie de
rebelión nunca será libre del poder del tirano, nunca se encontrará a si misma,
no importa cuanto sufra. Visto desde afuera, a menudo parece lo contrario;
con frecuencia se observa en la mujer una seguridad y aplomo arrogantes, poca o
nada de modestia o falta de confianza. En realidad, esta actitud desafiante,
auto-afirmada, y agresiva debería estar dirigida al animus, como a veces se
intenta, pero generalmente es una señal de una identificación más o menos
profunda con él (animus).
No es sólo
en Europa donde sufrimos esta especie de veneración por el hombre, esta
excesiva valoración de lo masculino. En América también donde se acostumbra a
hablar del culto a la mujer, la actitud no parece ser diferente. Una médica
Americana, de amplia experiencia, me ha dicho que todas sus pacientes mujeres
sufren de un desprecio por su condición de mujer, y que en todas ellas trata de
impulsar la necesidad de darle a lo femenino su debido valor. Por otro lado,
hay muy pocos hombres que menosprecien su sexo; al contrario, están muy
orgullosos de él. Hay muchas muchachas que quisieran ser varón, pero un joven
que deseara ser mujer seria considerado hasta como pervertido. El resultado
lógico de esta situación es que la posición de la mujer con respecto a su
animus es muy diferente que la del hombre en relación con su anima. Y debido a
esta diferencia en actitud, muchos fenómenos que el hombre no puede entender
como relacionados a la experiencia de su anima, deben ser atribuidos al hecho
de que en estos temas, la tarea del hombre y de la mujer es diferente. De
seguro la mujer no escapará al sacrificio. Evidentemente, para que ella pueda tomar consciencia debe renunciar a su especial
poder femenino; debido a su inconsciencia, ella ejerce una influencia mágica
sobre el hombre, un encanto que le otorga poder sobre el. Como ella siente
este poder instintivamente y no desea perderlo, a menudo se resiste al proceso
de hacerse consciente, aunque lo referente al espíritu le parezca merecer el
sacrificio. Muchas mujeres se mantienen falsamente a si mismas en ese estado de
inconsciencia solamente para evitar hacer ese sacrificio. Cabe destacar que con
mucha frecuencia, el hombre contribuye a perpetuar esta situación. Muchos de
ellos se complacen en la inconsciencia de la mujer y se inclinan a oponerse al
desarrollo y expansión de la consciencia de ellas porque les parece incómodo e
innecesario.
Otro punto
a veces pasado por alto y que yo quisiera mencionar, recae en la función del
animus en contraste a la del anima. Usualmente decimos, como al pasar, que el animus y el anima son los mediadores
entre los contenidos inconscientes y la consciencia, queriendo significar
que ambos realizan la misma tarea. Esto es cierto de manera general, pero me
parece importante señalar la diferencia de roles que juegan el animus y el
anima. La transmisión de los contenidos
inconscientes en cuanto a hacerlos visibles es el rol especial del anima.
Ayuda al hombre a percibir aquellas cosas, de otro modo oscuras para el.
Condición necesaria para esto es una cierta atenuación de la consciencia, es
decir, colocarse en una consciencia más femenina, menos incisiva y penetrante
que la del hombre, la cual le permita percibir con mayor claridad cosas que aún
son sombrías. Los dones de la mujer como
visionaria, su capacidad intuitiva siempre han sido reconocidos. Ella tiene la
capacidad y el poder de enfocar su visión en lo que está oscuro, y el poder de
ver lo que está oculto al común de la gente. Esta visión, esta percepción
de lo que de otro modo seria invisible, se le hace posible al hombre gracias a
su anima.
Con el
animus, el énfasis no recae en la mera percepción -que como se ha dicho
ya es un don de la mujer- sino que fiel a la naturaleza del logos, el foco está
puesto en el conocimiento, y especialmente en el intelecto. La función del animus es la de dar
significado en lugar de imagen.
Sería un
error pensar que estamos utilizando al animus si nos volcamos a las fantasías
pasivas. No debemos olvidar que, como regla general, no es ningún logro para la mujer darle lugar a sus fantasías; los
hechos irracionales y las imágenes cuyo significado no es comprendido parecen
algo natural en ella; para el hombre, en cambio, ocuparse de estas cosas es un
logro, una especie de sacrificio de la razón, un descenso desde la luz hacia
las tinieblas, de lo claro hacia lo turbio.
Sólo con
dificultad aceptará el hombre que aquellos contenidos del inconsciente aparentemente
incomprensibles o sin sentido pueden, no obstante, tener valor. Más aun, la
actitud pasiva que esas visiones exigen tiene poco que ver con la naturaleza
activa del hombre. Para la mujer
esto no es lo difícil; ella no tiene limitaciones acerca de lo irracional, no necesita encontrar inmediatamente un
significado para todo, no tiene problema en fluir con pasividad ante los
hechos externos. Ella, para quien el inconsciente no es fácilmente accesible y
que sólo encuentra acceso al mismo con dificultad, ve al animus como un
obstáculo más que una ayuda, cuando éste trata de hacerle entender y analizar cada imagen que aparece antes de permitirle
su asimilación. El animus debería
ejercer su influencia especial sólo después que estos contenidos han entrado en
la conciencia y han tomado forma. Únicamente entonces la ayuda del animus
es valiosa pues nos permite entender y encontrar un significado. A veces, el significado nos es transmitido
directamente desde el inconsciente, no a través de imágenes o símbolos, sino
por destellos de conocimiento ya expresados en palabras. Esta es una forma
característica de manifestación del animus. A pesar de esto, no es fácil
descubrir si estamos tratando con una opinión válida, familiar, hasta
colectiva, o con el resultado de nuestra propia introspección. Para aclarar
este punto, se requiere de una reflexión consciente así como de la capacidad de
distinguir qué es animus de lo que es una misma.
El animus
tal como aparece en imágenes del inconsciente
Luego de
mi intento de demostrar como se manifiesta el animus externamente y en la
consciencia, quisiera ahora discutir cómo lo representan las imágenes del
inconsciente, y como aparece en sueños y fantasías.
Aprender a
reconocer esta figura y mantener ocasionales charlas y debates con él, forma
parte de los pasos importantes en el camino que nos lleva a discriminar al
animus de nosotras mismas. El reconocimiento del animus como imagen o figura
dentro de la psiquis marca el comienzo de una nueva dificultad. Esto se debe a
su multiplicidad. Oímos decir a los hombres que el anima casi siempre aparece en formas definidas que son más o menos
las mismas en todos los casos; es la madre o la amada, hermana o hija, amante o
esclava, sacerdotisa o bruja; en ocasiones aparece con características contrastantes,
clara y oscura, abnegada y destructiva, por momentos noble y en otros innoble y
traicionera.
Por el
contrario, para las mujeres el animus
aparece como una pluralidad de hombres,
como un grupo de padres, un consejo, una corte o una reunión de sabios, o
también como un artista que cambia de forma a su antojo y hace gala de todo
tipo de atributos. Explicaré esta diferencia de la siguiente manera: el
hombre ha experimentado a la mujer sólo como madre, amada, etc, o sea, siempre
relacionada con él mismo. Estas son las formas en las que se ha presentado la
mujer, las formas en las que siempre ha cumplido su destino. Por el contrario,
la vida del hombre ha tomado siempre formas diversas debido a que su tarea
biológica le ha dejado tiempo para muchas otras actividades. Concerniente al
terreno más amplio de actividades del hombre, al animus puede aparecer como un
representante o maestro con alguna habilidad o conocimiento. La figura del
anima, sin embargo, se caracteriza por el hecho que todas sus formas tienen que
ver con las relaciones. Aun si el anima aparece como una sacerdotisa o bruja,
la figura establece siempre una especie de relación con el hombre a cuya anima
corporiza, de manera que o bien lo inicia o lo embruja. Recordemos a Rider
Haggard en su libro "She", donde muestra como esta especial relación
data de siglos atrás.
Como he
dicho anteriormente, la figura del animus no necesariamente expresa una
relación. Con referencia a la orientación del hombre y como principio del
logos, esta figura puede entrar en escena de manera puramente objetiva, como sabio, juez, artista, aviador, mecánico.
Con bastante frecuencia aparece como el
"extraño". Tal vez esta forma en particular es la más peculiar
pues para la mente puramente femenina,
el espíritu representa lo que es extraño y desconocido.
La habilidad de asumir
diferentes formas parece ser una cualidad del espíritu; como la movilidad, el
poder de atravesar grandes distancias en corto tiempo, es distintivo de la
cualidad que el pensamiento comparte con la luz. Esto se conecta con la clase
de pensamiento-deseo ya mencionada. Por lo tanto el animus aparece a menudo
como un aviador, chofer, esquiador o
bailarín donde la levedad y la rapidez tienen más énfasis. Ambas
características, velocidad y mutabilidad,
se encuentran en muchos mitos y cuentos de hadas, como atributos de dioses y magos. Wotan, el dios-viento y líder del
ejercito de espíritus ya ha sido mencionado; Loki, el que porta las llamas;
Mercurio, de los pies alados, también representa este aspecto del logos y sus
cualidades de vivencia, movimiento, inmaterialidad, sin las cuales solo
quedaría limitado a un dinamismo que solo expresaría la posibilidad de una
forma, como el espíritu que "sopla donde se le antoja".
En los sueños y fantasías, el animus aparece principalmente en la figura de un hombre: padre, amante,
hermano, maestro, juez, sabio; hechicero, artista, filosofo, académico,
constructor, monje (especialmente Jesuíta); o como un comerciante, aviador, chofer, etc, en suma, como un hombre
que se distingue de alguna manera por sus capacidades mentales u otras
cualidades masculinas. En un sentido positivo, puede ser un padre benévolo,
un amante fascinante, un amigo comprensivo, un guia superior; o por otro lado,
puede ser un tirano violento y cruel, un moralista, un censor, un seductor y
explotador, y a menudo, un pseudo héroe que fascina con una mezcla de brillo
intelectual e irresponsabilidad moral. A veces se lo representa como un muchacho, un hijo o un joven amigo,
especialmente cuando el componente masculino en la mujer está en armonía. En
muchas mujeres, como he dicho antes, el animus prefiere aparecer de manera
múltiple, como un Consejo que emite juicios sobre todo lo que esta pasando,
temas, preceptos prohibiciones, o anuncia ideas generalmente aceptadas[6] Aparece como una persona con una máscara cambiante o como muchas personas
al mismo tiempo dependiendo de los dones naturales de la mujer en cuestión, o
de su etapa de evolución en un momento dado. No puedo explayarme aquí sobre las
formas diversas, personales y extraordinarias del animus, y por lo tanto debo
contentarme con una serie de sueños y fantasías que muestran como se presenta a
si mismo a la mirada interna, como aparece a la luz del mundo onírico. Estos
son ejemplos en los que el carácter
arquetipal de la figura del animus se ve claramente en su rol de iniciador de
desarrollo o evolución. Las figuras en esta serie de sueños se le aparecieron
a una mujer para quien, en ese momento, su actividad mental se había convertido
en un problema, y la imagen del animus se había comenzado a desprender de la
persona sobre la que estaba proyectada:
Apareció un
monstruo con cabeza de pájaro cuyo cuerpo tenia forma de una bolsa que podía
tomar la forma que quisiese. Este monstruo, decían, había poseído ai hombre en
el cual proyectaba el animus, y a la mujer se le avisaba que se proteja de él
pues le gustaba devorar gente, y si esto sucedía, la gente no se moría
enseguida sino que continuaba viviendo dentro de este monstruo.
La forma
de bolsa apuntaba a algo todavía en su estadio inicial. Sólo la cabeza, el
órgano principal del animus, estaba diferenciado. Era la cabeza de una criatura
del aire; el resto podía tomar cualquier forma que quisiese. La voracidad
indicaba una necesidad de expansión y desarrollo de esta entidad
indiferenciada. El atributo de la voracidad se ilumina al citar un pasaje del
Khandogya Upanishad[7] que trata sobre la naturaleza de Brahma.
Dice allí:
"El
viento es en verdad el Todo-Devorador, pues cuando se extingue el fuego, se
eleva hacia el viento, cuando se pone el sol, va hacia el viento, cuando la
luna se pone, va hacia el viento, cuando las aguas se secan, van hacia el
viento, pues el viento los consume a todos”. Así es con respecto a la
divinidad. Y ahora con respecto al Sí-mismo: “El aliento es en verdad el
Todo-Devorador, pues cuando el hombre duerme, el habla va hacia el aliento; el
ojo va hacia el aliento, el oído también, y los manas, pues el aliento los
consume a todos. Estos son pues los dos Todo-Devoradores; viento entre los
dioses, y aliento entre los hombres vivos”.
Junto a
esta criatura de aire con cabeza de pájaro, se le apareció a la mujer una
especie de espíritu de fuego, un ser elemental que era solo una llama en
perpetuo movimiento, que se llamaba a si mismo "madre inferior". Tal
figura materna en contraste con la celestial, etérea madre, corporiza lo
femenino primordial como un poder que es pesado, oscuro, terreno, un poder
conocedor de la magia, ahora benévolo, hechicero, sobrenatural y con frecuencia
destructivo. Su hijo, seria entonces un espíritu de fuego, que recuerda a Logi
o Loki de la mitología nórdica, que esta representado por un gigante dotado de
poder creativo y al mismo tiempo un pillo seductor y ladino, más parecido a
nuestro prototipo del diablo. En la mitología griega, le corresponde a
Hefestos, dios del fuego de la tierra, pero éste en su actividad de herrero
apunta a un fuego controlado, mientras que el nórdico Loki incorpora una fuerza
natural más elemental y descontrolada. Este espíritu de fuego terreno, el hijo
de la madre inferior, es cercano a la mujer y familiar a ella. Se expresa
positivamente en la actividad práctica y en su trato artístico. Y lo hace
negativamente en estados de tensión o explosiones de afecto y con frecuencia,
en una forma dudosa y calamitosa, actúa como cómplice de lo femenino primordial
en nosotras, convirtiéndose en el instigador o fuerza auxiliar en lo que se
conoce como "demonios femeninos o sortilegios de brujas". Se lo puede
definir como un logos inferior o menor, en contraste a la forma más elevada que
apareció en la criatura aérea con cabeza de pájaro y que corresponde al dios
viento-y-espíritu. Wotan o el Hermes que guía a las almas hacia Hades. Ninguno
de estos, sin embargo, nació de la madre inferior, ambos pertenecen solo a un
padre distante y celestial.
El tema
principal de la forma cambiante vuelve una vez más en el siguiente sueño donde
se exhibe un cuadro de titulo "Urgo, el Dragón Mágico":
En un
cuadro se representaban una serpiente o criatura con forma de dragón y una
muchacha que estaba bajo su poder. El dragón tenia la habilidad de estirarse en
todas direcciones para que la muchacha no pudiese evadir su contacto; ante
cualquier movimiento de ella, el se extendía hacia ese lugar y le hacia
imposible escapar.
La muchacha,
que puede ser interpretada como el alma, en el sentido de la individualidad
inconsciente, es una figura recurrente en estos sueños y fantasías. En ese
cuadro onírico ella tenia sólo un bosquejo sombrío, con rasgos borrosos. Aun
así, completamente bajo el control del dragón, cada uno de sus movimientos era
observado y medido por él de modo que no había escapatoria posible para ella.
Sin embargo, se ve una evolución en la siguiente fantasía narrada en India:
Un mago hace que una de sus bailarinas actúe
delante del rey. Hipnotizada por su magia, la muchacha baila una danza de
transformaciones, en la cual, arrojando un velo tras otro, ella va
convirtiéndose a una serie de heterogéneos personajes, tanto humanos como
animales. Pero en un momento, a pesar de estar hipnotizada por el mago, el rey
ejerce una influencia misteriosa sobre ella. Ella cae cada vez más en éxtasis.
Desoyendo la voz del mago que le ordena detenerse, baila sin parar, hasta que
finalmente como si su cuerpo fuese el último velo, cae al suelo muerta
convertida en un esqueleto. Sus restos son enterrados; sobre la tumba crece una
flor, de la flor, a su vez, sale una mujer.
Aquí tenemos el mismo leitmotiv
o tema principal, una joven bajo el poder de un mago
que le ordena y ella obedece. Pero en la figura del rey, el mago tiene un
oponente que pone límite a su poder sobre la muchacha y logra que ella ya no
baile por orden de él sino por propia voluntad. La transmutación, sólo sugerida
anteriormente, ahora se vuelve realidad pues la bailarina muere y entonces
emerge de la tierra transformada y purificada. La dualidad del animus aquí es importante; por un lado es un mago, por
el otro es un rey. En el mago, representa la forma inferior del animus, la del
poder de la magia; hace que la muchacha asuma diferentes roles; mientras que el
rey, encarna el principio superior que provoca una real transformación, no solo
una dramatización de la misma. Una función importante del animus personal, es
decir, superior, es la de un verdadero psicopompo que inicia y acompaña la
transformación del alma.
Una variación de este tema se
da en el mismo tipo de sueño: la muchacha tiene un amante fantasma que vive en la luna, y que viene regularmente con
la luna nueva para recibir el sacrificio de sangre que ella debe ofrecerle. En
el intervalo, la muchacha vive libre entre la gente, como un ser humano. Pero
al acercarse la luna nueva, el espíritu la convierte en una bestia rapaz y,
obedeciendo a una fuerza irresistible, debe subir hacia una colina y ofrecerle
a su amante el sacrificio. Este sacrificio, sin embargo, transforma al espíritu
lunar, y él mismo se convierte en la piedra de sacrificio, que se consume a si
misma pero se renueva nuevamente, y la sangre humeante se convierte en una
planta de la cual nacen muchas hojas y flores de distintos colores. En otras
palabras, por medio de la sangre recibida, es decir, la energía psíquica que se
le brinda, el principio espiritual pierde su carácter destructivo y peligroso y
recibe una vida independiente, una actividad propia. El mismo principio aparece
como Barba Azul, una forma de animus bien conocida que nos llegó en forma de cuento. Barba Azul seduce a las
mujeres y las destruye secretamente y por motivos igualmente secretos. En
nuestro caso lleva el curioso nombre de Amandus. Engaña a las muchachas para
que entren en su casa, les da a beber vino y luego las lleva a un cuarto
subterráneo donde las mata. Mientras se prepara para esto, la muchacha cae en
una especie de intoxicación. En un repentino impulso de amor, ella abraza a su
asesino, quien es inmediatamente despojado de su poder y se disuelve en el
aire, luego de prometerle quedarse a su lado en el futuro, como un espíritu
guia. Al igual que fue roto el fantasmal encantamiento del consorte-luna por
medio del sacrificio de sangre -la energía psíquica-, así también aquí, al
abrazar al terrible monstruo, la muchacha destruye su poder a través del amor.
En estas
fantasías, observo señales de una importante forma arquetipal de animus para la que existen paralelos mitológicos,
como por ejemplo, el mito de Dionisio.
La inspiración extática que poseyó a la bailarina en nuestra primera fantasía y
la que atrapo a la muchacha en la historia de Barba Azul-Amandus, es un
fenómeno característico del culto Dionisíaco. Se observa también que son las
mujeres las que sirven al dios y son penetradas por su espíritu. Roscher[8] hace hincapié en el hecho de que este
servicio que las mujeres dan a Dionisio es contrario a la costumbre de que a
los dioses los atiendan personas de su propio sexo.
En la
historia del espíritu-luna, el sacrificio de sangre y la transformación de la
muchacha en un animal son temas que también encuentran paralelo en el culto a
Dionisio. Allí, las desenfrenadas ménades sacrificaban o desmembraban animales
vivos, en un rapto de locura inducido por el dios. Las celebraciones
dionisíacas también se diferenciaban de los otros cultos a los dioses olímpicos
en que se llevaban a cabo de noche, en el bosque, al igual que en nuestra
fantasía donde el sacrificio de sangre se llevaba a cabo de noche al tope de
una montaña. Algunas figuras conocidas de la literatura vienen a la memoria en
conexión con esto, por ejemplo, The Flying Dutchman (el holandés volador), The
Pied Pier of Hamelin or the Rat Catcher (el flautista de Hamelin, o el cazador
de ratas), y The Water Man o Elfin King (el Aguatero o Rey Duende) de las
canciones tradicionales. Todos ellos emplean la música para engañar a las
doncellas y llevarlas a su territorio (sea agua, bosque, castillos, etc.). El
"Extraño" en la novela de Ibsen "Lady from the Sea" (dama
del mar), es otra figura de este tipo en un entorno moderno. Tomemos por un
momento al Flautista de Hamelin como forma característica de animus. El cuento
es conocido: él atraía a las ratas con la música de su flauta; tenían que
seguirlo y no sólo las ratas, también los niños de la ciudad -que no había
querido pagarle por sus servicios- se sentían irresistiblemente atraídos por él
y desaparecían luego en una montaña. Esto nos recuerda a Orfeo que podía sacar
un sonido tan mágico de su lira que tanto hombres como bestias se sentían
forzados a seguirlo. Este sentimiento de
estar irresistiblemente seducido y llevado a lugares desconocidos, a bosques,
aguas, montañas o aun al mundo subterráneo, es un fenómeno típico del animus,
y es difícil de explicar; sucede que, al contrario de otras actividades del
animus, este no lleva a la consciencia sino al inconsciente, como se muestra en
las desapariciones dentro de la naturaleza o el mundo subterráneo. La Espina
del Sueño, de Odin que sumía en un profundo sueño a quien la tocaba, es un
fenómeno similar.
El mismo
tema está claramente expresado en la obra de Sir James M. Barrie, Mary Rose. En
ella, Mary Rose, que había acompañado a su marido en un viaje de pesca, se
suponía que estaría esperándolo en una pequeña isla llamada
"La-Isla-que-quiere-ser-visitada". Pero, mientras lo espera, escucha
que alguien dice su nombre; ella sigue la voz y desaparece. Luego de varios
años reaparece exactamente igual como estaba el día de su desaparición, y está
convencida que sólo paso unas pocas horas en la isla.
Lo que se
manifiesta aquí como el evaporarse en la
naturaleza o el mundo subterráneo, o como el pinchazo de una espina, lo
experimentamos todos los días cuando nuestra energía psíquica se retrae de la
consciencia y de todas las actividades de la vida, desapareciendo dentro de
otro mundo, no sabemos cual. Cuando esto sucede, el mundo al que accedemos es más o menos una fantasía consciente o
tierra de fábula, donde todo es como lo deseamos o se acomoda para compensar el
mundo externo. A menudo estos mundos
se hallan tan lejanos y a tal profundidad que no tenemos recuerdo de ellos en
nuestra vigilia consciente. Notamos, quizás, que hemos sido arrastrados a
algún lugar pero que desconocemos, y aun cuando volvemos en si, no podemos
precisar que sucedió en el intervalo.
Para distinguir más de cerca la
forma del espíritu que actúa durante estos fenómenos, podríamos comparar sus
efectos a los de la música.
La atracción y el rapto son frecuentemente provocados por la música, como en el
caso de El Flautista de Hamelin. La música puede entenderse como una
objetivación del espíritu; no expresa al conocimiento desde el sentido de la
lógica común o intelectual, tampoco importa su forma; brinda una representación
sensual a nuestras más profundas asociaciones y leyes inmutables. En este sentido, la música es espíritu;
espíritu que lleva a distancias oscuras más allá del alcance de la consciencia;
su contenido apenas puede expresarse con palabras -es extraño que pueda
expresarse más fácilmente con números- aunque, simultáneamente lo hace con el
sentimiento y la sensación. Aunque parezca paradójico esto nos muestra que la música nos transporta a las
profundidades donde el espíritu y la naturaleza aun son uno -o se han vuelto
uno, nuevamente-. Por esta razón, la
música constituye una de las más importantes y primordiales formas en las que
la mujer experimenta al espíritu. De aquí la importancia que la danza y la
música tienen como medio de expresión de la mujer. La danza ritual está
claramente basada en contenidos espirituales.
Este arrebato por parte del
espíritu hacia regiones musicales cósmicas, lejanas del mundo de la
consciencia, forma la contra cara de la mentalidad consciente de las mujeres,
que está generalmente dirigida solo a las cosas muy inmediatas y personales. Tal experiencia de
arrobamiento, sin embargo no está en absoluto exenta de daño o ambigüedad. Por
un lado, puede no ser más que un lapso hacia el inconsciente, un hundirse en
ese estado de ensueño, un deslizarse en la naturaleza, equivalente a regresar a
un nivel primario de consciencia y por lo tanto, inútil y hasta peligroso. Por
otro lado, puede significar una genuina experiencia religiosa, por lo tanto, de
gran valor.
Junto a
las figuras ya mencionadas que muestran al animus en su aspecto misterioso y
peligroso, existen otras figuras de diferente tipo. En el caso que estamos
discutiendo, es un dios con cabeza de
estrella, que guarda en su mano un pájaro azul, que es el pájaro del alma.
Esta función de guardián del alma
pertenece, al igual que la de guía, a una forma más alta, transpersonal del
animus. Este animus no se permite cambiar a una función subordinada de la
consciencia sino que permanece como una
entidad superior y desea ser reconocido y respetado como tal. En la
fantasía India sobre la bailarina, este principio masculino espiritual y
superior esta encarnado en la figura del
rey; así es como él es el comandante, no en el sentido del mago sino en el
sentido de un espíritu superior que no
posee nada de la tierra o la noche. No es el hijo de la madre inferior sino
un embajador de un padre desconocido y
distante, un poder de luz transpersonal. Todas estas figuras tienen el
carácter de arquetipos -de aquí los paralelos mitológicos- como tal son
impersonales o transpersonales, aun cuando su tendencia sea orientarse al
individuo y a relacionarse con él/ella. Con ellos aparece el animus personal que pertenece a ella como individuo; es decir, el elemento masculino o espiritual que más
se corresponde a sus dones naturales y que aspira a una evolución, hacia
función consciente, armonizada con la totalidad de su personalidad. Aparece
en los sueños como un hombre al que ella está unida, ya sea por lazos afectivos
o por sangre, o por una actividad en común. Aquí se encuentran otra vez las
formas superiores e inferiores del animus, a veces reconocible por las señales
positivas y negativas. A veces es un amigo largamente buscado o un hermano, un
maestro que le enseña, un sacerdote que hace una danza ritual con ella, o un
pintor que pinta su retrato. Una vez un obrero llamado tal vez
"Ernesto" y que viene a vivir en su casa; otras, un joven empleado de
nombre "Constantin" que le pide trabajo. En otras ocasiones ella
tiene que luchar con un joven impúdico y rebelde o debe ser cuidadosa con un
siniestro Jesuíta; otras comerciantes Mefistofélicos le ofrecen toda clase de
maravillosas cosas. Una figura especial, que aparece en raras oportunidades, es
la del "extraño". Generalmente este ser desconocido, que a pesar de
su extrañeza le resulta familiar, le trae como un embajador algún mensaje u
orden del lejano Príncipe de la Luz.
Con el
paso del tiempo, figuras tales como las
descritas aquí se vuelven familiares, tal como sucede con la gente que uno
conoce, con la que entabla una relación cercana y se visita a menudo.
Empezamos a comprender porqué aparecen de pronto esas figuras. Se puede hablar
con ellos, pedirles consejo o ayuda; aunque a veces hay que cuidarse de ellos y
su insistencia, y hasta de enojarnos ante su insubordinación. Además, debemos
permanecer atentas a que alguna de estas formas del animus pretenda tener
supremacía o dominar nuestra personalidad. Es muy importante poder discriminar entre nosotras y el animus y limitar su
esfera de influencia; sólo haciendo esto es posible liberarnos de las
fatales consecuencias de identificarnos con el animus o ser poseídas por él. Otros factores decisivos en este proceso,
además de la capacidad de discriminar, son la ampliación de la conciencia y el
reconocimiento del verdadero Yo (Self). Dado que el animus es una entidad transpersonal, es decir un espíritu común a
todas las mujeres, puede relacionarse con la mujer individual como un guía
espiritual o un genio benévolo, pero no puede subordinarse a su mente
consciente. La situación es diferente con la entidad personal que desea ser
asimilada, con el animus como hermano,
amigo, hijo, o sirviente. Enfrentada con uno de estos aspectos del animus, la
tarea de la mujer es crearle un lugar en su vida y personalidad e iniciar
alguna labor productiva con esta energía. Generalmente, nuestros talentos,
hobbies, etc. ya nos han brindado algún indicio sobre la dirección que puede tomar
esta energía y como puede activarse. Con frecuencia los sueños apuntan a este
descubrimiento, y siguiendo con la orientación natural, mencionarán que
estudios, libros, campo laboral, actividades artísticas o ejecutivas son más
apropiados. Ahora, esas tareas sugeridos siempre serán objetivos y prácticos,
al igual que la entidad masculina que el animus representa. La actitud adecuada
aquí -o sea, hacer algo por el bien de "él", no por el bien de otro
ser humano- es contraria a la naturaleza femenina y sólo puede lograrse con
mucho esfuerzo. Pero esto es justamente lo importante; pues de otro modo la
exigencia, que es parte de la naturaleza del animus y por lo tanto justificada,
se entrometerá de diferentes formas, reclamando cosas que no sólo son inapropiadas
sino que pueden producir efectos contraproducentes.
Además de
estas actividades especificas, el animus puede y debe ayudarnos a ganar en
conocimiento y a mirar las cosas de una manera más impersonal. Para la mujer,
con su empatia generalmente automática y subjetiva, los logros mencionados son
muy valiosos y pueden serle de gran ayuda en un campo tan suyo como las
relaciones. Por ejemplo, su propio componente masculino puede ayudarla a
entender mejor a los hombres -y esto debe ser enfatizado- pues aunque la
función automática del animus dada, su "objetividad", puede ser
perturbadora en las relaciones interpersonales, no obstante, es también
importante para el desarrollo y el bienestar de una relación que la mujer pueda
tomar una actitud objetiva e impersonal.
Así podemos observar que el
animus no solo se manifiesta en las actividades intelectuales pero que sobre
todo hace posible el desarrollo de una actitud más espiritual que nos libera de
las limitaciones de un punto de vista demasiado personal y subjetivo. ¡Y qué alivio y ayuda nos
brinda el poder elevarnos por sobre nuestros problemas personales hacia otros
pensamientos y sentimientos de naturaleza transpersonal los que, por contraste,
hacen que nuestras "desgracias" parezcan triviales y menos importantes!
Esta actitud y la capacidad de cumplir con la tarea asignada requieren por
sobre todo, disciplina, lo que es más difícil para la mujer, quien aun está más
cerca de la naturaleza, que para el hombre. No hay duda que el animus es un
espíritu que no permite que lo aten a un carro como a un caballo domesticado.
Su carácter va mucho más allá que el de un ser elemental. Nuestro animus puede
a veces demorarse ociosamente con cierto letargo, o confundirnos con sus
repentinas y rebeldes inspiraciones, o aun remontarnos hasta impensables
alturas. Por eso se necesita de una guía estricta y clara para controlar a este espíritu inestable y sin
rumbo, para así obligarlo a trabajar hacia una meta concreta. Para un gran
numero de mujeres, sin embargo, esto es diferente. Me refiero a aquellas que,
por su estudio o alguna otra actividad artística, ejecutiva o profesional, se
han acostumbrado a ser disciplinadas, aun antes de tomar consciencia del
problema del animus como tal. Para ellas, si tienen el suficiente talento, es
altamente posible una identificación con el animus. He podido observar que el
problema de cómo ser una mujer surge muchas veces justo cuando la mujer tiene
una actividad profesional exitosa. A menudo le sobreviene una insatisfacción
por un deseo personal no cumplido, no se trata de valores objetivos, sino de
una necesidad de más contacto con la naturaleza y de expresión de la femineidad
en general. Con frecuencia, también, el problema aparece porque estas mujeres,
sin desearlo, se han enredado en relaciones conflictivas; o por accidente o
destino, se tropiezan con situaciones típicamente femeninas en las que no saben
como actuar. Entonces su dilema es igual al que enfrenta un hombre con respecto
a su anima; es decir, estas mujeres también se enfrentan a su dificultad para
sacrificar lo que, en cierto grado, perciben como un logro superior, una
posición de superioridad Tienen que
aceptar lo que les parece como de menor valor, la debilidad, lo pasivo, lo
subjetivo, lo ilógico, unido a la naturaleza -en una palabra, lo femenino-. Pero
a la larga ambos senderos conducen a la misma meta, y cualquier elección que
hagamos, los peligros y dificultades son los mismos. De igual modo, aquellas
mujeres para las que la evolución intelectual y la actividad objetiva son secundarias,
también están en peligro de ser devoradas por el animus, es decir,
identificarse con él. Por lo tanto, es de suma importancia que tengamos el
mayor equilibrio posible para mantener a las fuerzas del inconsciente a raya y conservar al ego conectado con la tierra y
la vida. Primero y principal, podemos encontrar ese control interno
aumentando la consciencia y el sentimiento firme de nuestra propia
individualidad; en segundo lugar, en tareas donde podamos aplicar nuestra
capacidad mental; y por último en las relaciones en las que establecemos un
lazo humano y una orientación tan inapreciables que contrastan con el carácter
transpersonal del animus. La relación de una mujer con otras mujeres tiene gran
significado en este sentido. He tenido oportunidad de observar que en la medida
que el problema del animus se agudiza, muchas mujeres empiezan a mostrar un
creciente interés por conectarse con otras mujeres; sienten la relación con sus
pares como una necesidad. Quizás sea este el comienzo de la solidaridad entre
las mujeres, escasa por cierto, que hoy se hace posible dada la paulatina toma
de conciencia del peligro que nos amenaza a todas. Debemos aprender a atesorar
y enfatizar los valores femeninos como condición primordial para enfrentarnos
al principio masculino que es doblemente poderoso -tanto dentro como fuera de
la psiquis-. Pues si este principio logra adueñarse de nuestra psiquis, se
convierte en amenaza en ese lugar donde la mujer es especial, el que más le
pertenece, donde puede lograr aquello que le resulta más real y para lo cual
está mejor dotada -es más, puede hasta hacer peligrar su vida-.
Pero
cuando la mujer logra mantenerse fuerte ante el animus, en vez de permitirse
ser devorada por él, este ya no sólo deja de ser una amenaza sino que se
convierte en un poder creativo. Nosotras necesitamos este poder pues, por
extraño que parezca, solo cuando esta
entidad masculina se integra como parte del alma y lleva a cabo su función, se
nos hace posible ser realmente mujeres en el sentido más elevado, y al
mismo tiempo, ser nosotras mismas y cumplir con nuestro destino individual.
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NOTAS
1. C.G.Jung - Psychological Types (tipos psicológicos) New York:Harcourt, Brace & Co. Incl., 1926. Chap XI, sects 48,49; también The Relation between the Ego and the Unconscious (la relación entre el Ego y el Inconsciente) en Two essays on analytical psychology (dos ensayos sobre psicología analítica) - Bollingen series XX. New York: Pantheon Press, 1953, Pt II, Cap.II.
2. Con referencia al concepto de la realidad psíquica, ver la obra de C.G.Jung, especialmente "TiposPsicológicos" Cap. I
3. Ver Esther Harding. "The way of all women " (el camino de todas las mujeres) New York: Longmans, Green & Co., 1933
4. Lucien Levy-Bruhl. Primitive mentality (mentalidad primitiva) Londres: G. Alien & Unwin Ltd., 1923 y The soul of the primitive (el alma de los primitivos). New York: The Macmillan Co., 1928
5. C.G. Jung. Psychological Types Cap.XI, sec. 30
6. Excelentes ejemplos sobre la figura del animus se pueden encontrar en la ficción, ver Ronald Fraser. The Flying Draper. Londres: Jonathan Cape, 1924; también Rose Anstey. Jonathan Cape , 1930. Marie Hay The evil vineyard. Leipzig: Tauchnitz, 1924; Theodore Flournoy. From India to the Planet Mars. Translated by D.B. Vermilye. New York: Harper Bros, 1900
7. "Khandogya" in The Upanishads. Translated by F. Max Mueller. Oxford: Clarendon Press, 1900, p. 58
8. C.G.Jung Psychological Types Cap XI, sec. 26; también Two Essays, p. 135
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