por Gerardo Fernández Santamaría
Si se cree en la
existencia de un inconsciente no
arbitrario y elaborado (ventaja que cada vez elegimos menos especialistas), la
forma en que se codifica la información de dicho aparato psíquico (complejo en
base a su desconocimiento) pasa por el rasero del mecanismo de la metáfora y la metonimia. Es de esta forma, en base a las respectivas
condensaciones y desplazamientos, cómo se explican los fenómenos
psicoanalíticos de la asociación libre o
la propia interpretación de los sueños.
Porque, ¿qué es
interpretar un sueño? ¿Qué extraño y taimado arte se esconde tras dicho proceso de interpretación? ¿Quiénes son
los elegidos para desempeñar la magia
y en base a qué criterios?
Como suele
ocurrir con la magia, detrás hay truco.
I. Los restos diurnos
El primer paso en
la interpretación siempre debería ser el desechar la información no metafórica.
Más de un psicólogo puede echar el grito en el cielo sobre qué criterio
discrimina qué material se puede o no desechar. Pues bien, de momento vamos a
esquivar el tan manido tópico de que la
interpretación es un arte (apesta a sugestión y pseudociencia), para
establecer que el cerebro también (y no
únicamente) almacena información sensorial.
Es lógico admitir
que en el sueño pueden aparecer (y de hecho así sucede) restos diurnos que -si
bien no arrojan mucha luz sobre posibles contenidos latentes-, pueden ser
colocados como actores que hablen de la existencia de un segundo discurso. O
puede que no, puede tratarse tan sólo de acontecimientos que, bien por su
impacto afectivo, bien por su cualidad de llamativos o sorprendentes (entre
otros factores), han quedado impresos en nuestra memoria sin necesariamente
implicar procesos subyacentes. De ésta segunda explicación muchos psicólogos
cognitivos podrán hablar con mayor conocimiento (y mucho mayor interés, me
consta) que el que subscribe.
Si bien resulta
lógico, de cara a una posterior interpretación, obviar de antemano dichos
restos diurnos (que se dibujan casi como ecos sensoriales de la experiencia
cotidiana), debemos ser cautos por si alguno de ellos no ha tomado
repentinamente un protagonismo del que carecía en la vigilia. ¿Y si el caniche
moteado con el que nos hemos cruzado por la tarde aparece de nuevo en la
madrugada, pero esta vez destrozando un vestido de novia? No hace falta ser un
freudiano ortodoxo para contemplar el abanico de posibles interpretaciones que
abre dicha metáfora (lo que se impone es cautela a la hora de cerrar dicho
abanico y no caer en sobreinterpretaciones de principiante).
II. La reconstrucción de lo soñado
Tendemos a la coherencia (de
nuevo pueden preguntárselo a los cognitivistas), y muy a menudo rellenamos el
incómodo material faltante recurriendo a la razón consciente. Como ocurre con
el discurso, allí donde falla la lógica, allí donde faltan ladrillos para
articular un sueño, es donde suele esconderse el material más relevante.
Tendemos a pasar por alto los mayores filones en pos del material más conexo.
Se hace imperativo avisar al
paciente sobre el mecanismo de la reconstrucción. El sueño debe ser expuesto al
analista tal cual, sin artificios ni remiendos, siendo sospechosos aquellos
relatos detallados y lineales, demasiado imperfectos en su perfección.
Igualmente debe ser el
analista quien realice la criba entre los sueños para seleccionar los más
significativos, aquellos con un mayor contenido metafórico, no permitiendo al
paciente el salvar del repertorio los que considera “más interesantes”.
“De repente, ya no estaba allí (…) era un sitio desconocido,
y estaba acompañado por dos personas también desconocidas”
No hay desconocidos en los
sueños. Ni ubicaciones ni personas.
El cerebro
siempre utiliza material ya existente en nuestros registros mnémicos para
construir los sueños. Detrás de una cara desconocida, la mayoría de las veces,
tenemos que ponernos sobre aviso ante el más que posible efecto de la represión. Allí donde el paciente tiende
a ir más deprisa, como restándole importancia a aquello que no puede
verbalizar, las más de las veces se esconde la interpretación más certera.
Es necesario pues
indagar sobre esos detalles de forma exhaustiva, recurriendo a la asociación
libre para instaurar de nuevo los eslabones allí donde la represión deshizo los
enlaces.
Aquí habría que
hacer una salvedad sobre la asociación
libre, arma de doble filo cuya mayor ventaja es simultáneamente su peor
sesgo. Invitando al paciente a asociar, de forma a menudo muy poco libre porque
se le incita a hacerlo con rapidez, podemos bien encontrarnos con el verdadero
significado latente del sueño o, por efecto de la sugestión (verdadera enemiga de la terapia analítica),
sorprendernos con que el sujeto termina realizando aquellos enlaces que él cree queremos oír (en todo un alarde
de fuegos artificiales proyectivos), sobre todo si la persona en cuestión cree
tener conocimientos acerca del psicoanálisis.
Pongamos un
supuesto:
“Estaba copulando con una desconocida…”
pausa significativa, el paciente mira al analista y, en tono sardónico, añade:
“…y no es que se tratará de mi madre”.
¿Se trata de una
negación proyectiva (lo que agilizaría mucho la resolución del sueño) o nos
hemos colocado ante el paciente en una posición muy ortodoxa, de manera que nos
ve como acólitos de un Freud que todo lo achacaba a conflictos edípicos?
III. La interpretación del
material
Llegamos a la mala
noticia:
no existe diccionario.
Aquello que
resulta evidente para cualquier clínico experimentado, no deja de sorprender a
la población lega. No existe un manual de términos común, ni alfabético ni
mucho menos temático. El terreno de lo onírico ha sido desde siempre tan
atractivo como criticado, y se han ido erigiendo a su alrededor un sinfín de
leyendas que más de uno da por supuestas. Todos hemos oído mencionar
tradiciones en torno a lo que significa el caer de un diente, o soñar con
perlas, o… (ponga aquí el vaticinio de su localidad).
Los ladrillos con
los que se edifican los sueños son comunes a toda cultura y sociedad, más la
manera de organizarlos es propia de cada individuo, e intentar sacar factor
común es una empresa por muchos emprendida pero con pocos resultados prácticos
a nivel objetivo.
Esto no debería
significar que varios terapeutas interpretaran cosas distintas de un mismo
sueño (lo cual evidentemente puede suceder), sino que para cada individuo el
cifrado de la información es diferente. ¿Se puede derivar de esto que la
interpretación de los sueños un arte,
al fin y al cabo?
Para nada. Desde
nuestra posición de analistas debemos saber adecuarnos al diccionario parlante
que tenemos enfrente, para extraer de ese sujeto el material que él mismo cifró y devolvérselo aplicado a
su vida consciente, lo menos contaminado posible por nuestra intervención. Pese
a que la mayoría de las veces nos movemos en terreno pantanoso, deberíamos
esforzarnos por no interpretar sino guiar, por no dar un punto de vista (por
muy profesional que éste sea) sino servir de guía para que el propio paciente
vaya destramando los enigmas que él mismo anudó la noche anterior. Se puede
concluir que, a medida que más conoce a la persona, más sencillo es intuir el
método de cifrado escogido.
¿Utiliza el
sujeto más metáforas o se decanta
claramente por las metonimias? Aquel
paciente (típicamente obsesivo, por otra parte) que en su discurso diario
hilvana metonimia tras metonimia, desplazamiento tras desplazamiento, no es
extraño que acuda al mismo mecanismo durante su actividad onírica.
“Un gigantesco globo que explotaba ante mi cara” evidentemente cobrará distintas interpretaciones
dependiendo que nos lo cuente un niño (que la tarde anterior había asistido a
una fiesta de cumpleaños) o que sea expuesto por una mujer en su última semana
de gestación. El “arte” de la interpretación consiste pues, una vez más, en
estar abierto a contemplar el mayor número posible de hipótesis y, con todo el
abanico de alternativas sobre la mano, elegir aquellas sobre las que se decide
apostar, con la ayuda que nos supone el bisturí de la asociación libre.
IV. El autoanálisis de los
sueños
El análisis de los
sueños, pese a ese aire místico tan New Age, no es un entretenimiento para las
fiestas de verano, en competencia directa con los cartomantes o esa conocida
que tanto sabe de astrología. Recordemos que en la trastienda de todo el
fenómeno en sí reside el fenómeno de la represión,
y que ésta nunca es arbitraria. Se reprime aquello que duele o que no puede ser
elaborado, de ahí que tendamos a metaforizarlo para establecer una salubridad
homeostática.
No soñamos para disfrutar
(pese a que a menudo disfrutemos de los sueños). Tampoco soñamos para realizar
descargas neurales (que evidentemente se producen durante las horas de sueño).
¿Y si le devolvemos la razón a Freud y pensamos en el proceso onírico como una
válvula de escape de nuestro inconsciente, al fin libre después de un agotador
día lidiando entre lo correcto y lo censurable? ¿Y si el sueño se dibuja como
el único campo de juego de unos sentimientos siempre amordazados durante la
vigilia?
No obstante gran parte
del proceso nocturno ha de ser posteriormente encriptado. Es el soñante quien codifica la información. Es el soñante
quien elige el método. Y, finalmente,
coronando un proceso especialmente paradójico, el material no es codificado
para que nadie acceda a él (como
sería lógico durante la vigilia), sino para que el propio sujeto no comprenda qué puso en juego la noche anterior.
Material peligroso. Material tan poco maleable que sólo puede surgir por las
noches, bajo el amparo de un descuido de la consciencia.
Si he conseguido
transmitir la peligrosidad de la mercancía que a menudo guardamos en los
cajones de nuestro inconsciente, es a partir de ahí que el lector entenderá por
qué se recurre al fenómeno de la represión, así como la celeridad con que decae
la huella mnémica del propio sueño, que parecía tan conexo a las dos de la
madrugada y que se desdibuja con pasmosa rapidez durante las primeras horas de
la mañana.
De ahí que tan a menudo
se encomie a la figura del analista por su don
para la interpretación, justo ahí donde el paciente no acertaba a ver más que meros
datos inconexos.
Poco sabe el sujeto que
la mejor técnica para interpretar un sueño es no ser el soñante.
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Publicado en http://psicoblog-gfs.blogspot.com/
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