DIONISO, EL DIOS DEL DISFRUTE DE LA VIDA.
Arquetipos. Episodio
10.
Eduardo Casas.
1. Un
dios con dos nacimientos
Cuando siento el gozo de la vida y la pujante fuerza de las burbujas
que exaltan el gusto por todo, lleno de arrojo e ímpetu, me dicen que es
Dioniso, también conocido por algunos como Baco, el que inspira mis impulsos:
el dios del vino, el éxtasis, el desenfreno sin límites y la liberación, el
placer de vivir todo, el descontrol, el furor, el frenesí, el delirio, el
extravío, el goce de los sentidos, el placer de disfrutar. El genio de la furia
desatada, la locura, la energía desmesurada, el arrebato estremecedor,
voluptuoso e incontenible. El dios de la fertilidad. El dios patrón de la
agricultura y el teatro. Algunos lo conocen por los efectos liberadores y
desinhibidores que produce en el ánimo, poniéndolos en trance entre un mundo y
el otro. Lo asocian con el culto, de las almas presidiendo la comunicación
entre el universo de los vivos y el de los muertos.
Ya todos saben que Zeus, el dios supremo del Monte Olimpo, es tan
poderoso como infiel. En el tiempo inmemorial en que fue definitivamente
establecida la jerarquía de los dioses, había una sola familia principal. Zeus
se casó con su hermana, la diosa Hera. No es que desee justificarlo pero, tal
vez, por eso es que la vivía engañando con cuanta diosa o mortal se le
antojara. Esta vez Zeus se fijó, en la princesa Sémele, una mortal. Nadie puede
resistir la seducción del poderoso dios y de esa pasión, nació un hijo al que
llamaron Dioniso.
La legítima esposa de Zeus, Hera, diosa celosa y vanidosa, descubrió
la aventura de su marido cuando Sémele se mostró –en público- embarazada.
Tomando el aspecto de una experta niñera, Hera se ganó la amistad de Sémele,
quien le confió que Zeus era el auténtico padre del hijo que llevaba en su
vientre. Hera fingió no creerlo, sembrando así la duda en Sémele, quien
aseguraba saber ciertamente quién era el padre de su hijo. No obstante, Hera
insistía que Zeus no se prestaba a tales aventuras. Curiosa entonces Sémele,
debido a su deseo de confirmar la autenticidad de la paternidad, siguió un
interesado consejo de la vengativa y asusta Hera. Sémele lo hizo, sin saber
que, obedeciendo esa sugerencia, encontraría un trágico y fatal desenlace.
Hera, despechada por los amoríos de Zeus y enfurecida por otra de sus muchas infidelidades, fingiendo interés por el cuidado de la integridad del embarazo de Sémele que -estaba ya en los seis meses de la gestación de su hijo- le recomendó una idea perversa y desdichada.
Hera, despechada por los amoríos de Zeus y enfurecida por otra de sus muchas infidelidades, fingiendo interés por el cuidado de la integridad del embarazo de Sémele que -estaba ya en los seis meses de la gestación de su hijo- le recomendó una idea perversa y desdichada.
Le dijo que cuando estuviera nuevamente con Zeus le pidiera –como
signo de confianza- que se presentara en su natural belleza, sin portar los
ornamentos que realzan su presencia. Le insistió en que se empeñase en ver a su
amado Zeus en la plenitud de su gloria, tal como se mostraba en presencia de su
legítima esposa.
Sémele –según la niñera- era merecedora de gozar de ese extraño
privilegio propio de Hera: contemplar la majestuosidad de Zeus y como éste, en
un momento de pasión, le había prometido concederle cuanto le pidiese,
otorgando así una prueba de amor, al siguiente encuentro, la amante le solicitó
a su señor que se despojara de cuanto traía, Zeus intentó -por su bien-
persuadirla, ya que sabía de antemano las consecuencias que traería tal acto.
Sin embargo, ella seguía firme en su propósito, insistiendo tenazmente. Quería
tener el mismo privilegio que la auténtica esposa.
Ante el permanente reclamo y aunque Zeus le volvió a rogar que no le
pidiese eso, terminó accediendo, cumpliendo así con el nefasto pedido.
Zeus, al despojarse de todo cuanto traía, dejó ver su majestuosa y
terrible presencia, siempre oculta ante la vista de los mortales. Apareció
rodeado de su natural atmósfera que lo circunscribe de gloria, llena de
refulgentes truenos, relámpagos y rayos llameantes y atronadores. Las múltiples
chispas, centellas, destellos y fulgores resplandecientes e implacables que
salían del turbulento cielo que rodeaba a Zeus no tardaron en relucir y
relumbrar cegando y devorando. La pobre Sémele fue inmediatamente alcanzada por
múltiples chispas, las cuales hicieron que sus vestidos de princesa comenzaran
a arder convirtiéndola en una hoguera viviente. Nadie la socorrió. Ningún dios
y tampoco ningún mortal acudió a sus desesperados gritos. Pereció carbonizada,
totalmente abrasada. Zeus sospechaba que detrás de este pedido extraño estaba
la implacable Hera. Por eso no quiso intervenir y aprovechó la situación para
desligarse de su circunstancialmente amante. El fruto que Sémele llevaba en su
seno, no obstante, fue salvado por Zeus, ya que era su hijo, al cual lo encerró
en su propio muslo, grande y musculoso para que pudiera seguir -con vida-
siendo gestado.
A lo lejos, en la cima del Monte Olimpo, se escuchaba la sonora carcajada de triunfo de la vengativa Hera, la cual ya se había despojado de su disfraz de niñera. La diosa rencorosa sabía que aquél humo que se elevaba, a lo lejos, era la señal de que su rival había obedecido fielmente su perverso consejo.
A lo lejos, en la cima del Monte Olimpo, se escuchaba la sonora carcajada de triunfo de la vengativa Hera, la cual ya se había despojado de su disfraz de niñera. La diosa rencorosa sabía que aquél humo que se elevaba, a lo lejos, era la señal de que su rival había obedecido fielmente su perverso consejo.
Antes de que Sémele se convirtiera totalmente en cenizas, Zeus
–intentando rescatar algo de aquél cuerpo carbonizado- le extrajo del vientre
el fruto de su pasión e injertó al feto en su muslo para protegerlo y salvarle
la vida hasta que -una vez concluida la maduración del proceso de gestación-
pudiera nacer. Como Zeus no tenía vientre femenino para gestar, lo puso en su
amplio y carnoso muslo para que, llegado el momento del alumbramiento, pudiera
sacarlo de allí. Transcurrido el tiempo previsto, unos meses después, Dioniso
nació. Vino al mundo saliendo del muslo de su padre, perfectamente vivo,
totalmente formado y bastante crecido.
Dioniso tuvo dos generaciones y dos nacimientos. Uno prematuro y otro a tiempo. Incluso algunos afirman que tuvo dos “madres”: Sémele y su mismo padre Zeus que lo terminó de engendrar en el interior de su cuerpo. Para los dioses, todo es posible. Zeus es padre y madre de Dioniso, el nacido dos veces. Un doble nacimiento para un solo dios. Tal vez por eso –por haber nacido dos veces- es que le guste disfrutar la vida. El riesgo de poder perderla lo preparó para gozar del frenesí embriagador de la existencia.
Dioniso tuvo dos generaciones y dos nacimientos. Uno prematuro y otro a tiempo. Incluso algunos afirman que tuvo dos “madres”: Sémele y su mismo padre Zeus que lo terminó de engendrar en el interior de su cuerpo. Para los dioses, todo es posible. Zeus es padre y madre de Dioniso, el nacido dos veces. Un doble nacimiento para un solo dios. Tal vez por eso –por haber nacido dos veces- es que le guste disfrutar la vida. El riesgo de poder perderla lo preparó para gozar del frenesí embriagador de la existencia.
Hay otros que cuentan una versión diferente del origen de Dioniso.
Afirman que es hijo de Zeus y Perséfone la reina del Inframundo. La celosa Hera
intentó matar al niño, enviando a los Titanes a descuartizarlo tras engañarlo
con juguetes. Zeus -con sus rayos- hizo huir a los Titanes, pero éstos ya se
habían comido casi todo el cuerpo del niño, salvo su corazón que fue tomado y
salvado, no se sabe, si por la diosa de la sabiduría, Atenea; por Rea, la diosa
esposa de Cronos, el dios que devoraba a sus hijos o Démeter, la diosa de la
tierra.
Zeus rescató lo que había quedado de su hijo, tomó entre sus manos el
corazón aún palpitante y latiendo del pequeño y quiso -desde ese sólo órgano-
regenerar todo el cuerpo de Dionisio en el vientre de Sémele.
Se cuenta que Zeus le dio a comer el corazón de Dionisio a Sémele para
que ella -de esta manera extraordinaria- quedara embarazada y así su hijo
nuevamente pudiera nacer. No deja de ser conmovedor que Dionisio fue recreado
solamente –a partir- de su corazón, gracias al cual tuvo una gran sensibilidad
y una pasión exacerbada. Por su resistencia tuvo un doble nacimiento. Hay
quienes desde pequeños se aferran a la vida y ganan la batalla: se convierten
en su propio milagro.
El verdadero origen de Dionisio es un secreto que ha quedado reservado
sólo para los dioses. La memoria de los siglos aún no lo ha podido revelar. Lo
cierto es que -en ambos relatos de su historia- el nacer y el renacer son el
principal motivo de su misterio. Algunos dicen que este origen se puede
entender como una muerte y una resurrección simultáneas. Por aquí nunca antes
se había oído la historia de un dios muerto y resucitado.
Más allá del enigma de Dioniso con su doble nacimiento, su existencia
fue un festejo y una algarabía de la sustancia primordial de la vida, la
inocencia primera con la que llegamos a este mundo.
2. Pájaro, león y burro
Una vez que Dioniso, doblemente nació, su padre Zeus lo puso bajo
tutela. Unos afirman que se lo confió a Hermes, el dios mensajero, el cual
-debido a sus continuos viajes por su oficio- lo dejó en manos del rey Átamas y
su segunda mujer, Ino. Les aconsejó que lo vistieran como niña para tratar de
engañar a la tenaz Hera y librarlo así de su celosa cólera, ya que seguía con
el deseo de matar a Dioniso. La diosa descubrió el engaño de la vestimenta y
para vengarse de los reyes protectores, les envío la locura como castigo.
Entonces Zeus llevó a su hijo fuera del alcance de Hera y lo confió al cuidado
de las ninfas de la lluvia. Además, para impedir que su mujer nuevamente lo
reconociera, lo transformó en un salvaje cabrito. Es por eso que, aún hoy, se
observa a Dioniso acompañado de este animal. Las ninfas que lo criaron se
convirtieron posteriormente, como recompensa a sus esfuerzos, en siete
estrellas de una constelación.
Otros dicen que el niño fue dado a Rea, algunos afirman que a
Perséfone, para que lo criase en el Inframundo, lugar del cual estaría
definitivamente lejos de Hera. Tal vez todas estas versiones no pretendan otra
cosa que despistar para que así el pequeño dios no fuera encontrado. Creció,
gracias al desconocimiento de su paradero, fuera del alcance de la crueldad de
la esposa de Zeus.
El tiempo transcurrió sin sobresaltos y Dioniso -ya crecido- un cierto
día encontró en el campo un frágil tallo de parra, sin racimos, ni frutos. Para
preservar la débil planta, introdujo el tallo en un huesito de pájaro. El
injerto era ciertamente extraño. Gracias a los minerales del hueso, el tallo
tuvo nutrientes y empezó a crecer rápidamente. Fue entonces cuando lo
trasplantó al interior de un hueso más grande, esta vez, de león. Al ver que
seguía prosperando visible y saludablemente, acabó por acondicionarlo en un
hueso, aún más grande, esta vez lo puso en el fémur de un burro. La planta, ya
adulta, con el paso del tiempo, se convirtió en una parra y dio, al fin, sus
primeros y exquisitos frutos.
Dioniso se convirtió así en un experto en parras. Vivamente interesado
por su inesperado hallazgo de los injertos, no tardó en descubrir el modo de
transformar aquellas uvas en vino. Lo asombroso fue que aquella maravillosa
bebida tuvo las cualidades de los animales de dicho experimento: la alegría del
pájaro, la fuerza del león y la robustez del burro. A partir de entonces, todo
el que bebe vino disfruta, momentáneamente, de una alegría volátil como la de
un pájaro, luego –si sigue bebiendo- siente la audacia y la fuerza del león,
posteriormente, si abusa del vino, advienen inevitablemente en su cabeza y en
sus sentidos la lentitud, el entorpecimiento y la pesadez del burro.
Hera, mientras tanto, al enterarse del paradero y de los nuevos
descubrimientos de Dioniso, revivió el sentimiento de su antigua venganza y
quiso castigarlo con el arrebato de la locura momentánea, al menos se
conformaba que la experimentase en determinadas circunstancias. Además cuando
estaba sobrio, sin que él lo supiera, Hera lo impulsaba para hacerlo vagar por
diversos y extraños países, llevándolo a tierras lejanas donde tenía impuesto
el duro oficio de enseñar a los distintos pueblos y culturas, el cultivo de la
parra y las propiedades del vino, advirtiendo –incluso- los desórdenes que su
consumo exagerado acarreaba ya que el exceso podía convertirse en una
enfermedad, la cual se caracteriza por padecer una fuerte necesidad de ingerir
vino creando una dependencia física manifestada a través de determinados
síntomas de abstinencia cuando no es posible su ingesta. Así se va perdiendo el
control sobre los límites de consumo ya que se va elevando, a lo largo del
tiempo, su grado de tolerancia.
Dionisio por estos trabajos itinerantes y sus sabias enseñanzas fue
purificado por los dioses. También en estos viajes pudo demostrar sus
encantamientos y poderes místicos. Aprovechó estos contactos para iniciar, a
numerosas regiones, en su culto.
Así se transformó en el dios de la viña, el vino, la inspiración y el
delirio de la embriaguez. Sus adoradores y sacerdotisas fueron llamadas
“ménades” . Eran famosas por sus excesos. Estas costumbres se han introducido
abundantemente en el imperio de Roma. Allí lo llaman el dios Baco y sus fiestas
–caracterizadas por todo tipo de excesos- han sido denominadas “bacanales”, las
cuales son tan públicamente escandalosas, que se tuvieron que prohibir.
Estas celebraciones eran en secreto y con la sola participación de
mujeres. Posteriormente, se extendió a los hombres. Se hacían grandes
procesiones de los dioses de la tierra y la fecundidad con todos los excesos
imaginables: comidas, bebidas, danzas y otros placeres. Fueron llamados “los
misterios de Dioniso” o “misterios dionisíacos”.
Dicen que el héroe Orfeo -el que entró al inframundo para rescatar a
su amada- los inventó. En estas fiestas incluso se cometían hasta crímenes y
conspiraciones políticas. Un decreto del Senado, inscrito en una tablilla de
bronce, las prohibió. Sólo en ciertas ocasiones especiales podían ser
aprobadas. Pese al severo castigo infligido a quienes violaban este decreto,
las bacanales no desaparecieron totalmente y tuvieron un papel importante en
las costumbres disolutas del Imperio romano.
La memoria de Dioniso persiste a lo largo de los siglos. Su influencia
está vigente y muy presente en la actual cultura del desenfreno sin límites, en
el desmedido placer y en todas las adicciones que alienan: drogas, alcohol,
velocidad, juego y sexo, consumidos como escapismo y evasión. Cuando “todo está
permitido”, el poder de Dioniso está dentro nuestro.
Ciertamente este arquetipo es fuertemente ambiguo y ambivalente. El
gozo de la vida con el goce del placer sin límites. Una cosa es el gozo y otra
el goce. El gozo es sano, integral y asume la dimensión espiritual. El goce en
cambio, embota y entorpece. Sólo procura la satisfacción de los sentidos,
comprometiendo la lucidez de la mente y el corazón. Una cosa es disfrutar y
otra, alienarse. Dioniso tiene una cara luminosa -el sano gozo- y otra sombría,
el goce desmedido. En nosotros está el límite. Cada uno tiene que ver si está
más cerca del pájaro, del león o del burro. Del pájaro ágil y volátil que se
alegra; del león decidido, firme y sanamente agresivo que sabe cuál es su
territorio y lo defiende o del burro embotado y pesado que ya ni siquiera puede
moverse.
Tenemos que procurar una vida más sana y con mejor calidad. Es preciso
cuidar nuestro pequeño mundo. Sólo así podremos, entre todos, cuidar y curar al
mundo entero.
3. Todo
lo que tocaba se convertía en oro
Dioniso no es un dios solitario. Al contrario, resulta altamente
sociable y festivo. Siempre está rodeado de un séquito de Ménadas mujeres
adoradoras que experimentan el éxtasis divino.
Él lleva un atuendo llamado “basjaris”, una piel de zorro, cabrito o
leopardo que Zeus le había dado para disfrazarlo y ocultarlo del odio de Hera.
Esa piel, simboliza la viña, la fauna y el instinto animal, salvaje y primitivo
que caracteriza el impulso primario de vida y de placer.
El toro, la serpiente, la hiedra y el vino son sus signos característicos.
Él está estrechamente asociado con los centauros, seres con cabeza y torso de
humano y cuerpo de caballo. También lo acompañan sátiros, creaturas masculinas
que vagan por bosques y montañas. Son alegres, pícaros, desenfadados,
provocativos y festivos. Amantes del vino, bailarines y perseguidores de ninfas
y mujeres.
A Dionisio se lo suele ver en un carro tirado por panteras.También es
reconocido por el tirso, una larga asta adornada con hiedra venenosa que
siempre lleva. Además, la parra y la higuera le están consagradas. La imagen
del dios se puede ver en muchas vasijas para beber vino. Siempre aparece como
un joven llamativo. Una vez, sentado junto a la orilla del mar, fue visto por
los trabajadores de un barco que creyeron que –por su apariencia- era un
príncipe. Intentaron secuestrarlo y llevarlo lejos para venderlo como esclavo o
pedir un buen rescate. Mientras el dios se hallaba descansando en unas rocas de
la playa, fue apresado y conducido a la embarcación. Intentaron atarlo con
cuerdas pero no podían sujetarlo. El capitán, reconociendo con admiración y
temor, que era el famoso dios aconsejó a sus compañeros que lo desembarcaran,
de lo contrario era mucho el riesgo y tendrían grandes inconvenientes y males.
Dioniso empleó entonces una estrategia: empezó inmediatamente a
divertirlos. Primero hizo correr por la cubierta de la nave olas inmensas de un
vino exquisito que exhalaba un olor embriagador. A continuación lo vieron
trepar por el mástil más alto y enroscar a la vela una viña y una hiedra que
comenzaron a invadirlo todo con sus ramas. Los marineros que al principio se
divertían luego comenzaron a sentir temor -al contemplar tantos prodigios-
comprendiendo entonces que el piloto tenía razón y le instaron que hiciera
regresar el barco a la costa. Dioniso, mientras tanto, transformó el mástil y
los remos en serpientes y llenó la nave del sonido de flautas, para que los
marineros estuvieron aturdidos. Por último, él mismo se transformó -primero en
león y luego en oso- con lo cual sembró el espanto. Los tripulantes corrían
aterrados a refugiarse y al huir, enloquecidos, se tiraron al mar. Dioniso –por
último- los transformó en hermosos delfines. Sólo perdonó al capitán, por haber
reconocido, desde el principio, su naturaleza divina.
Una vez Dioniso halló a su antiguo maestro y padre adoptivo, Sileno,
con el cual las ninfas habían compartido la educación del pequeño dios. Sileno
es el padre de la tribu de los sátiros, mitad hombre y mitad cabra, seres con
orejas puntiagudas y cuernos en la cabeza, abundante cabellera y cola de
cabrito. Llevan pieles de animales como vestidura.
Sileno es también el nombre genérico que se da a los sátiros llegados
a la vejez. Junto a los innumerables silenos, se destaca principalmente el
anciano y sabio Sileno. Él tiene el don profético y sólo por fuerza o por
astucia se puede arrancar su saber oracular. La ebriedad es la condición
esencial de sus revelaciones. Sileno es bastante feo: tiene la nariz chata y la
mirada de toro. Dotado de un vientre prominente, cabalga grotescamente en un
burro sobre el cual, casi nunca, se sostiene por estar casi siempre borracho.
Un día desapareció. El sátiro anciano había estado bebiendo -como de
costumbre- y fue llevado ebrio por algunos campesinos ante el rey, Midas, el
cual lo reconoció y lo trató amablemente dándole hospitalidad durante diez días
y diez noches. Sileno divertía al rey y a sus amigos con historias y canciones.
Al undécimo día, Midas llevó a Sileno de regreso con Dioniso. Éste ofreció a
Midas que eligiera la recompensa que deseara por haber cuidado de su maestro.
El rey entonces le pidió el don de que todo lo que tocara se transformara en
oro. Dioniso accedió, aunque lamentó que el monarca no hubiese hecho una
elección mejor. Midas se regocijó en su nuevo poder, que se apresuró en poner a
prueba, tocando y convirtiendo en oro una rama de roble y una piedra.
Deleitado, tan pronto como llegó a casa ordenó a los sirvientes que dispusieran
un festín en la mesa. Entonces halló que su pan, su carne, su agua y su vino y
hasta su hija -a la cual abrazó- se convertían en oro.
Midas, una vez que satisfizo su ambición de oro, se esforzó –lo más
rápidamente posible- en desprenderse de su poder. Despreció el don que tanto
había codiciado. Quiso renunciar a lo que los otros llamaban “el toque de
Midas”. Ese don se había convertido en su maldición. A veces lo que más
deseamos, se transforma luego en nuestro castigo.
Suplicó entonces a Dioniso, rogando ser liberado tanto de su don como
de su hambre. Cuando su codicia estuvo calmada, seguía –no obstante- el hambre
voraz de su estómago. Todos los apetitos son muy parecidos, en el fondo.
Dioniso oyó el clamor del rey desesperado y consintió diciendo a Midas
que se bañase en el río. Midas así lo hizo, y cuando tocó las aguas el poder
pasó a éstas y las arenas del río se convirtieron en granitos de oro. El rey
aprendió la lección: hay que tener cuidado de lo que se desea porque es posible
que se nos conceda.
Hay cosas que sólo son propias de los dioses. Los mortales no podemos
desearlas sin ser castigados por nuestra ambición pretenciosa y nuestra
soberbia desmedida. Hay dones que son propios sólo de los dioses. No resultan
naturales para nosotros. Es preciso respetar el curso de la vida con sus muchos
dones.. En la corriente de la vida hay riquezas para todos si sabemos respetar
ese ciclo sin fin en que existencia se va transformando continuamente.
4. El
vino de Dioniso y el vino de Jesús
A menudo se ha contrastado al dios Dioniso con el dios Apolo como dos
arquetipos opuestos. El primero es el principio de la fuerza vital y la energía
incontrolable y el segundo, el principio estético, la música, las formas
sutiles y la belleza. No son opuestos sino, más bien, complementarios. Todos
los arquetipos son polivantes y -a la vez- ambivalentes. Cada uno tiene luz y
sombra. No son dos caras sino una sola con diversas perspectivas y
proporciones. La luz y la sombra, lo femenino y lo masculino, lo racional y lo
intuitivo, son componentes de todos los arquetipos. Todo en el universo está
llenos de la fuerza y energía de los diversos, opuestos y complementarios
arquetipos. Estas polaridades coexisten permitiendo que la energía fluya.
Dioniso es optimismo, esperanza y buen humor. Desdramatiza, aligera la
carga. Es dueño de una osadía pícara, capaz de decir lo que nadie se atreve. Ha
superado sus debilidades teniendo la inocente sabiduría de reírse de sí mismo.
Para él, la religión no está emparentada con la ley del “no” y la “prohibición”
sino con el lado gustoso, humano y disfrutable de la vida.
Para este arquetipo, lo religioso no es extraño al placer y al humor.
Incluso hay que reírse de sí mismo y de nuestros defectos. Nos burlamos de las
supuestas superioridades de nuestro ego. Exorcizamos nuestras hipocresías y
solemnidades. La risa tiene un potencial terapéutico. Es música que sale de
adentro del cuerpo. El humor resulta sanador. Nos hace superar marginaciones,
exclusiones y discriminaciones, con su capacidad de resistir sin quebrarnos,
sacando de nosotros, nuevas fortalezas.
Este arquetipo, no obstante, tiene también su aspecto sombrío. Cuanto
más se desarrolla un rasgo elevado, más peligrosa es también la sombra. Dioniso
puede ser también burla cruel, ironía hiriente y sarcástica, frenesí
desmesurado y riesgo peligroso que camina por los precipicios y cornisas de la
vida tentado de caer en el abismo del vacío y en la vana superficialidad del
sin sentido.
Dioniso -con sus luces y sombras- tiene puntos de conexión y
diferencia con Jesús. Hay quienes sostienen que el comer el Cuerpo y beber la
sangre de Jesús en la Eucaristía fueron influencias son influencias del culto a
Dioniso y sus rituales. La vid y el vino ciertamente aparecen en la Biblia. La
vid -en el Antiguo Testamento- simboliza al pueblo de Israel y el mismo Jesús,
en el Nuevo Testamento, afirma que es la vid y nosotros somos sus sarmientos
(Cf. Jn 15,5). El vino aparece en el primer milagro de Jesús en la exagerada
medida de seiscientos litros en las Bodas de Caná (Cf. 2,6).
En el festival de Dioniso –según cuentan- los sacerdotes colocaban
tres vasijas en una habitación sellada y al día siguiente aparecían
milagrosamente llenas de vino. Hay quienes afirman que el simbolismo del vino
en el Evangelio de Juan incluyendo el milagro en la que el Señor transforma el
agua en vino, está destinado a mostrar a los primeros cristianos que Jesús es
superior a Dioniso, al cual se lo conoce también como una divinidad de vida,
muerte y resurrección, debido a su doble nacimiento interpretado como un
renacer, un volver a la vida y un resurgir.
La doble generación y el doble nacimiento de Dioniso también se dan en
el Hijo de Dios.
El Cuarto Evangelio comienza diciendo que, en la eternidad, “en el
principio” (Cf. 1,1), el Hijo de Dios existía como Palabra eterna, nacida de
Dios y que esa Palabra, pronunciada por Dios, gestada desde siempre, ha venido
-en el tiempo- a nacer de la carne humana. La Palabra se ha revestido de
nuestra condición mortal (Cf. 1,14). Esta Palabra -que es el Hijo- Verbo
concebido y nacido eternamente de Dios, el Padre, a la vez –por su Encarnación-
ha sido concebido en el seno de una mujer virgen, sin participación de varón,
teniendo un nacimiento -en el tiempo- como cualquier creatura mortal. El Hijo
de Dios, por lo tanto, ha tenido dos concepciones, dos gestaciones y dos
nacimientos: uno eterno, en Dios, concebido y nacido -sin tiempo- desde el
Padre, sin colaboración de creatura alguna y otro temporal e histórico,
concebido, gestado y nacido de María, la Madre, sin concurso de varón.
En su nacimiento eterno, el Hijo tiene Padre –Dios- pero no tiene
Madre. En su nacimiento temporal, tiene Madre –María- pero no posee padre
humano que lo engendre. El Verbo de Dios es siempre Hijo, nacido del Padre, en
la eternidad; nacido de la Madre, en la temporalidad. No sólo Dioniso sino
también Jesús ha tenido un doble nacimiento: en la eternidad y en el tiempo. En
Navidad celebramos este misterio: el Hijo eterno de Dios se ha hecho carne
humana en María.
Además, no sólo Dioniso puede ser considerado un dios que muere y
resucita -ya que del vientre de su madre, no nacido, pasa al muslo de su padre
para ser dado a luz- sino que Jesús muerto y sepultado también surge del seno
de la tierra donde estuvo enterrado, resurgiendo con nueva vida para siempre.
También el vino está íntimamente relacionado con los misterios de
Jesús. Al comenzar su manifestación pública, aparece el signo del vino
abundante en su primer milagro. En la Última Cena, el Señor quiso que el vino
fuera, no sólo el símbolo sino la realidad de su propia Sangre. Ella nos
transmite la vida de la gracia. La Sangre del Hijo de Dios, la que vertió de su
costado traspasado, cae en nuestro interior con la misma eficacia de redención
de la Cruz.
Al igual que Dioniso, el dios del disfrute, Jesús también ha sabido
gozar de la existencia y la ha agradecido en plenitud. Sus milagros son un
restablecimiento de la vida en su máxima expresión de salud. No sólo los
enfermos sino, hasta los muertos, se han visto beneficiados por su acción
milagrosa. La vida, la enfermedad, la agonía y la muerte no son límites para
Jesús.
El cristianismo -muchas veces- se ha asociado con una religión
doliente por su inclinación al sufrimiento y sacrificio. Ese cristianismo
triste, melancólico, afligido, apenado, abatido, desconsolado y apesadumbrado,
no deja ver el lado luminoso, vital y placentero que también tiene la
experiencia religiosa, en general, y en particular, el cristianismo, con su
anuncio de la Resurrección, la vida y la esperanza.
Jesús disfrutó de todo lo humano: la comida, la bebida, los afectos
humanos, la amistad, el trabajo, el descanso, la oración, los pájaros del cielo
y los lirios del campo, tal como ha quedado atestiguado en los Evangelios.
Sabe disfrutar de la vida como verdadero don del Padre sin los excesos
ilimitados, insanos y desbocado de la locura de Dioniso.
Gozar la vida es una profunda sabiduría, un verdadero arte humano y
una la gracia de Dios. A menudo nos ponemos del lado doliente, sufriente y
sombrío de nuestra precaria existencia mortal. La vida es tan fugazmente breve
que resulta una necedad no disfrutarla. Hay cosas que no tienen una segunda
oportunidad. Acontecen una única vez, duran un solo presente.
Tenemos que aprender a valorar y complacernos con la vida y con todo lo que ella nos ofrece abundantemente. Dioniso ha traído a la fiesta de la existencia una bolsa colmada de promesas que no siempre tenemos en cuenta. Sin embargo, él nos lee el corazón, se conmueve y nos colma con sus bendiciones.
Tenemos que aprender a valorar y complacernos con la vida y con todo lo que ella nos ofrece abundantemente. Dioniso ha traído a la fiesta de la existencia una bolsa colmada de promesas que no siempre tenemos en cuenta. Sin embargo, él nos lee el corazón, se conmueve y nos colma con sus bendiciones.
Jesús también nos ha confiado la secreta sabiduría del gozo como un
don de las manos providentes de Dios a través de las cosas.
Dioniso y Jesús nos enseñan el secreto placer para regocijarnos. Hay
que curar la vida y el mundo si queremos gozarlos. Arquetipos, los mitos de
ayer siguen vivos hoy.
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