viernes, 20 de julio de 2012

La gran tríada (1/4)


LA GRAN TRÍADA

René Guénón

PREFACIO
Muchos comprenderán sin duda, solo por el título de este estudio, que se refiere sobre todo al simbolismo de la tradición extremo oriental, ya que se sabe bastante generalmente el papel que desempeña en ésta el ternario formado por los términos «Cielo, Tierra, Hombre» (Tien-ti-jen); este ternario, al que se ha tomado el hábito de designar más particularmente por el nombre de «Tríada», incluso si no se comprende siempre exactamente su sentido y su alcance, es lo que trataremos precisamente de explicar aquí, señalando también, por lo demás, las correspondencias que se encuentran a este respecto en otras formas tradicionales; ya le hemos consagrado un capítulo en otro estudio[i], pero el tema merece ser tratado con más desarrollos. Se sabe igualmente que existe en China una «sociedad secreta», o lo que se ha convenido llamar así, a la que se ha dado en Occidente el mismo nombre de «Tríada»; como no tenemos la intención de tratar de ella especialmente, será bueno decir a continuación algunas palabras sobre este tema a fin de no tener que volver sobre él en el curso de nuestra exposición[ii].
El verdadero nombre de esta organización es Tien-ti-houei, que se puede traducir por «Sociedad del Cielo y de la Tierra», a condición de hacer todas las reservas necesarias sobre el empleo de la palabra «sociedad», por las razones que ya hemos explicado en otra parte[iii], ya que aquello de lo que se trata, aunque es de un orden relativamente exterior, no obstante está muy lejos de presentar todos los caracteres especiales que esta palabra evoca inevitablemente en el mundo occidental moderno. Se observará que, en este título, solo figuran los dos primeros términos de la Tríada tradicional; si ello es así, es porque, en realidad, la organización misma (houei), por sus miembros tomados tanto colectiva como individualmente, ocupa aquí el lugar del tercero, como lo harán comprender mejor algunas de las consideraciones que tendremos que desarrollar[iv]. Se dice frecuentemente que esa misma organización es conocida también bajo un gran número de otras denominaciones diversas, entre la cuales hay una donde la idea del ternario se menciona expresamente[v]; pero, a decir verdad, hay en ello una inexactitud: estas denominaciones no se aplican propiamente más que a ramas particulares o a «emanaciones» temporarias de esa organización, que aparecen en tal o cual momento de la historia y desaparecen cuando han terminado de desempeñar el papel al que estaban más especialmente destinadas[vi].
Ya hemos indicado en otra parte cuál es la verdadera naturaleza de todas las organizaciones de este género[vii]: en definitiva, deben considerarse siempre como procediendo de la jerarquía taoísta, que las ha suscitado y que las dirige invisiblemente, para las necesidades de una acción más o menos exterior en la que no podría intervenir ella misma directamente, en virtud del principio del «no actuar» (wou-wei), según el cual su papel es esencialmente la del «motor inmóvil», es decir, el del centro que rige el movimiento de todas las cosas sin participar en él. Eso, la mayoría de los sinólogos lo ignoran naturalmente, ya que sus estudios, dado el punto de vista especial desde el que los emprenden, no pueden enseñarles apenas que, en Extremo Oriente, todo lo que es de orden esotérico o iniciático, a cualquier grado que sea, depende necesariamente del Taoísmo; pero lo que es bastante curioso a pesar de todo, es que aquellos mismos que han discernido en las «sociedades secretas» una cierta influencia taoísta no han sabido ir más lejos y no han sacado de ello ninguna consecuencia importante. Éstos, al constatar al mismo tiempo la presencia de otros elementos, y concretamente de elementos búdicos, se han apresurado a pronunciar a este propósito la palabra «sincretismo», sin saber que lo que designa es algo completamente contrario, por una parte, al espíritu eminentemente «sintético» de la raza china, y también, por otra, al espíritu iniciático de donde procede evidentemente aquello de lo que se trata, incluso si, bajo esta relación, no son más que formas bastante alejadas del centro[viii]. Ciertamente, no queremos decir que todos los miembros de estas organizaciones relativamente exteriores deban tener consciencia de la unidad fundamental de todas las tradiciones; pero esa consciencia, aquellos que están detrás de esas mismas organizaciones y que las inspiran, la poseen forzosamente en su calidad de «hombres verdaderos» (tchenn-jen), y es eso lo que les permite introducir en ellas, cuando las circunstancias lo hacen oportuno o ventajoso, elementos formales que pertenecen en propiedad a diferentes tradiciones[ix].
A este respecto, debemos insistir un poco sobre la utilización de los elementos de proveniencia búdica, no tanto porque son sin duda los más numerosos, lo que se explica fácilmente por el hecho de la gran extensión del Budismo en China y en todo el Extremo Oriente, como porque hay en esta utilización una razón de orden más profundo que la hace particularmente interesante, y sin la cual, a decir verdad, esta extensión misma del Budismo quizás no se habría producido. Se podrían encontrar sin esfuerzo múltiples ejemplos de esta utilización, pero, al lado de aquellos que no presenten por sí mismos más que una importancia en cierto modo secundaria, y que valen precisamente sobre todo por su gran número, para atraer y retener la atención del observador del exterior, y para desviarla por eso mismo de lo que tiene un carácter más esencial[x], hay al menos uno, extremadamente claro, que incide sobre algo más que simples detalles: es el empleo del símbolo del «Loto blanco» en el título mismo de la otra organización extremo oriental que se sitúa al mismo nivel que la Tien-ti-houei [xi]. En efecto, Pe-lien-che o ­Pe-lien-tsong, nombre de una escuela búdica, y Pe-lien-kiao o Pe-lien-houei, nombre de la organización de que se trata, designan dos cosas enteramente diferentes; pero, en la adopción de este nombre por esta organización emanada del Taoísmo, hay una especie de equívoco expreso, así como en algunos ritos de apariencia búdica, o también en las «leyendas» donde los monjes budistas desempeñan casi constantemente un papel más o menos importante. Se ve bastante claramente, por un ejemplo como éste, cómo el Budismo puede servir de «cobertura» al Taoísmo, y cómo ha podido, con ello, evitar a éste el inconveniente de exteriorizarse más de lo que hubiera convenido a una doctrina que, por definición misma, debe estar reservada siempre a una elite restringida. Es por eso por lo que el Taoísmo ha podido favorecer la difusión del Budismo en China, sin que haya lugar a invocar afinidades originales que no existen más que en la imaginación de algunos orientalistas; y, por lo demás, ha podido hacerlo tanto mejor cuanto que, desde que las dos partes esotérica y exotérica de la tradición extremo oriental habían sido constituidas en dos ramas de doctrina tan profundamente distintas como lo son el Taoísmo y el Confucionismo, era fácil encontrar lugar, entre la una y la otra, para algo que depende de un orden en cierto modo intermediario. Hay lugar a agregar que, debido a este hecho, el Budismo chino ha sido él mismo influenciado en una medida bastante amplia por el Taoísmo, así como lo muestra la adopción de ciertos métodos de inspiración manifiestamente taoísta por algunas de sus escuelas, concretamente la de Tchan[xii], y también la asimilación de algunos símbolos de proveniencia no menos esencialmente taoísta, como el de Kouan-yin por ejemplo; y apenas hay necesidad de hacer observar que el Budismo devenía así mucho más apto todavía para desempeñar el papel que acabamos de indicar.
Hay también otros elementos, cuya presencia, los partidarios más decididos de la teoría de las «apropiaciones», no podrían apenas plantearse explicarla por el «sincretismo», pero que, a falta de conocimientos iniciáticos en aquellos que han querido estudiar las «sociedades secretas» chinas, han permanecido para ellos como un enigma insoluble: queremos hablar de aquellos elementos por los que se establecen similitudes a veces sorprendentes entre estas organizaciones y las organizaciones del mismo orden que pertenecen a otras formas tradicionales. A este respecto, algunos han llegado a considerar, en particular, la hipótesis de un origen común de la «Tríada» y de la Masonería, sin poder apoyarlo, por lo demás, con razones muy sólidas, lo que ciertamente no tiene nada de extraño; no obstante, no es que esta idea haya que rechazarla absolutamente, pero a condición de entenderla en un sentido muy diferente de como lo han hecho, es decir, de referirla, no a un origen histórico más o menos lejano, sino solo a la identidad de los principios que presiden en toda iniciación, ya sea de Oriente o de Occidente; para tener su verdadera explicación, sería menester remontar mucho más allá de la historia, queremos decir hasta la Tradición primordial misma[xiii]. En lo que concierne a algunas similitudes que parecen indicar sobre puntos más especiales, solo diremos que cosas tales como el uso del simbolismo de los números, por ejemplo, o también el del simbolismo «constructivo», no son de ningún modo particulares a tal o cual forma iniciática, sino que son al contrario de las que se encuentran por todas partes con simples diferencias de adaptación, porque se refieren a ciencias o a artes que existen igualmente, y con el mismo carácter «sagrado», en todas las tradiciones; así pues, pertenecen realmente al dominio de la iniciación en general, y por consiguiente, en lo que concierne al extremo oriente, pertenecen en propiedad al Taoísmo; si los elementos adventicios, búdicos u otros, son más bien una «máscara», éstos, al contrario, forman verdaderamente parte de lo esencial.
Cuando hablamos aquí del Taoísmo, y cuando decimos que tales o cuales cosas dependen de éste, lo que es el caso de la mayoría de las consideraciones que tendremos que exponer en este estudio, nos es menester precisar todavía que esto debe entenderse en relación al estado actual de la tradición extremo oriental, ya que algunos espíritus, demasiado inclinados a considerarlo todo «históricamente», podrían estar tentados de concluir de ello que se trata de concepciones que no se encuentran anteriormente a la formación de lo que se llama propiamente el Taoísmo, mientras que, muy lejos de eso, se encuentran constantemente en todo lo que se conoce de la tradición china desde la época más remota a la que sea posible remontarse, es decir, en suma desde la época de Fo-hi. En realidad, el Taoísmo no ha «innovado» nada en el dominio esotérico e iniciático, como tampoco, por lo demás, el Confucionismo en el dominio exotérico y social; el uno y el otro, cada uno en su orden, son solo «readaptaciones» necesitadas por condiciones que hacían que la tradición, en su forma primera, ya no fuera comprendida integralmente[xiv]. Desde entonces, una parte de la tradición anterior entraba en el Taoísmo y la otra entraba en el Confucionismo, y este estado de cosas es el que ha subsistido hasta nuestros días; referir tales concepciones al Taoísmo y tales otras al Confucionismo, no es de ningún modo atribuirlas a algo más o menos comparable a lo que los Occidentales llamarían «sistemas», y, en el fondo, no es otra cosa que decir que pertenecen respectivamente a la parte esotérica y a la parte exotérica de la tradición extremo oriental.
No volveremos a hablar especialmente sobre la Tien-ti-houei, salvo cuando haya lugar a precisar algunos puntos particulares, ya que no es eso lo que nos proponemos; pero lo que diremos en el curso de nuestro estudio, además de su alcance mucho más general, mostrará implícitamente sobre qué principios reposa esta organización, en virtud de su título mismo, y permitirá comprender por eso cómo, a pesar de su exterioridad, tiene un carácter realmente iniciático, que asegura a sus miembros una participación al menos virtual en la tradición taoísta. En efecto, el papel que se asigna al hombre como tercer término de la Tríada es propiamente, en un cierto nivel, el del «hombre verdadero» (tchenn-jen), y, en otro, el del «hombre transcendente» (cheun-jen), indicando así los fines respectivos de los «misterios menores» y de los «misterios mayores», es decir, los fines mismos de toda iniciación. Sin duda, esta organización, por sí misma, no es de las que permiten llegar efectivamente a ellos; pero puede al menos prepararlos, por lejanamente que esto sea, para aquellos que están «cualificados», y constituye así uno de los «atrios» que pueden, para esos, dar acceso a la jerarquía taoísta, cuyos grados no son otros que los de la realización iniciática misma.
CAPÍTULO I
TERNARIO Y TRINIDAD
Antes de abordar el estudio de la Tríada extremo oriental, conviene ponerse cuidadosamente en guardia contra las confusiones y las falsas asimilaciones que tienen generalmente curso en Occidente, y que provienen sobre todo de que en todo ternario tradicional, cualesquiera que sea, se quiere encontrar un equivalente más o menos exacto de la Trinidad cristiana. Este error no es solo cosa de teólogos, que serían todavía excusables de querer reducirlo todo así a su punto de vista especial; lo que es más singular, es que es cometido incluso por gentes que son extrañas u hostiles a toda religión, comprendido el Cristianismo, pero que, debido al medio donde viven, conocen a pesar de todo a éste más que a las demás formas tradicionales (lo que, por lo demás, no quiere decir que le comprendan mucho mejor en el fondo), y que, por consiguiente, hacen de él más o menos inconscientemente una suerte de término de comparación al que buscan reducir todo lo demás. Entre todos los ejemplos que se podrían dar de estas asimilaciones abusivas, uno de aquellos que se encuentran más frecuentemente es el que concierne a la Trimûrti hindú, a la cual se da incluso corrientemente el nombre de «Trinidad», nombre que, al contrario, para evitar toda equivocación, es indispensable reservar en exclusiva a la concepción cristiana a la que siempre ha estado destinado a designar propiamente. En realidad, en los dos casos, se trata muy evidentemente de un conjunto de tres aspectos divinos, pero a eso se limita toda la semejanza; puesto que estos aspectos no son de ninguna manera los mismos por una parte y por otra, y puesto que su distinción no responde de ninguna manera al mismo punto de vista, es completamente imposible hacer corresponder respectivamente los tres términos de uno de estos dos ternarios a los del otro[xv].
En efecto, la primera condición para que se pueda pensar en asimilar más o menos completamente dos ternarios que pertenecen a formas tradicionales diferentes, es la posibilidad de establecer válidamente entre ellos una correspondencia término a término; dicho de otro modo, es menester que sus términos estén realmente entre sí en una relación equivalente o similar. Por lo demás, esta condición no es suficiente para que sea permisible identificar pura y simplemente esos dos ternarios, ya que puede suceder que haya correspondencia entre ternarios, que, aunque sean así del mismo tipo, se podría decir, se sitúan no obstante a niveles diferentes, ya sea en el orden principial, ya sea en el orden de la manifestación, o ya sea incluso respectivamente en el uno y en el otro. Bien entendido, esto puede ser así igualmente para ternarios considerados por una misma tradición; pero, en este caso, es más fácil no fiarse de una identificación errónea, ya que no hay que decir que esos ternarios no deben repetirse entre ellos, mientras que, cuando se trata de tradiciones diferentes, se está más bien tentado, desde que las apariencias se prestan a ello, a establecer equivalencias que pueden no estar justificadas en el fondo. Sea como sea, el error no es nunca tan grave como cuando consiste en identificar ternarios que no tienen en común más que el mero hecho de ser precisamente ternarios, es decir, conjuntos de tres términos, y donde estos tres términos están entre sí en relaciones completamente diferentes; así pues, para saber lo que es, es menester determinar primero de qué tipo de ternario se trata en cada caso, antes incluso de buscar a qué orden de realidad se refiere; si dos ternarios son del mismo tipo, habrá correspondencia entre ellos, y, si además se sitúan en el mismo orden o más precisamente al mismo nivel, entonces podrá haber identidad, si el punto de vista al que responden es el mismo, o al menos equivalencia, si ese punto de vista es más o menos diferente. Ante todo, es porque no se hacen las distinciones esenciales entre diferentes tipos de ternarios por lo que se llega a todo tipo de aproximaciones fantasiosas y sin el menor alcance real, como aquellas en las que se complacen concretamente los ocultistas, a quienes basta encontrar en alguna parte un grupo de tres términos cualesquiera para que se apresuren a ponerle en correspondencia con todos los demás grupos que se encuentra en otras partes y que contienen el mismo número de términos; sus obras están llenas de tablas constituidas de esta manera, y algunas de ellas son verdaderos prodigios de incoherencia y de confusión[xvi].
Como lo veremos más completamente a continuación, la Tríada extremo oriental pertenece al género de ternarios que están formados de dos términos complementarios y de un tercer término que es el producto de la unión de estos dos primeros, o, si se quiere, de su acción y reacción recíproca; así pues, de una manera general, si se toman como símbolos imágenes tomadas al dominio humano, los tres términos de un tal ternario podrían ser representados como el Padre, la Madre y el Hijo[xvii]. Ahora bien, es manifiestamente imposible hacer corresponder estos tres términos a los de la Trinidad cristiana, donde los dos primeros no son complementarios y en cierto modo simétricos, y donde el segundo se deriva al contrario del primero sólo; en cuanto al tercero, aunque procede de los otros dos, esta procesión no se concibe de ninguna manera como una generación o una filiación, sino que constituye otra relación esencialmente diferente de ésta, de cualquiera manera que se quiera intentar definirla, lo que no vamos a examinar más precisamente aquí. Lo que puede dar lugar a algún equívoco, es el hecho de que, también aquí, dos de los términos son designados como el Padre y el Hijo; pero, primeramente, el Hijo es el segundo término y ya no el tercero, y, después, el tercer término no podría corresponder de ninguna manera a la Madre, aunque solo fuera, incluso a falta de cualquier otra razón, porque viene después del Hijo y no antes de él. Es verdad que algunas sectas cristianas más o menos heterodoxas han pretendido hacer al Espíritu Santo femenino, y que, por eso, frecuentemente han querido atribuirle justamente un carácter comparable al de la Madre; pero es muy probable que, en eso, hayan sido influenciadas por una falsa asimilación de la Trinidad con algún ternario del género de los que acabamos de hablar, lo que mostraría que los errores de este tipo no son exclusivamente propios de los modernos. Además, y para atenernos solo a esta consideración, el carácter femenino atribuido así al Espíritu Santo no concuerda de ninguna manera con el papel, antes al contrario, esencialmente masculino y «paternal», que es incontestable mente el suyo en la generación de Cristo; y esta observación es importante para nos, porque es precisamente ahí, y no en la concepción de la Trinidad, donde podemos encontrar, en el Cristianismo, algo que corresponde en un cierto sentido, y con todas las reservas que exige siempre la diferencia de los puntos de vista, a los ternarios del tipo de la Tríada extremo oriental[xviii].
En efecto, la «operación del Espíritu Santo», en la generación de Cristo, corresponde propiamente a la actividad «no actuante» de Purusha, o del «Cielo» según el lenguaje de la tradición extremo oriental; la Virgen, por otra parte, es una perfecta imagen de Prakriti, que la misma tradición designa como la «Tierra»[xix]; y, en cuanto a Cristo mismo, es aún más evidentemente idéntico al «Hombre Universal»[xx]. Así, si se quiere encontrar una concordancia, se deberá decir, empleando los términos de la teología cristiana, que la Tríada no se refiere a la generación del Verbo ad intra, que está incluida en la concepción de la Trinidad, sino más bien a su generación ad extra, es decir, según la tradición hindú, al nacimiento del Avatâra en el mundo manifestado[xxi]. Por lo demás, esto es fácil de comprender, ya que la Tríada, al partir de la consideración de Purusha y de Prakriti, o de sus equivalentes, no puede situarse efectivamente más que del lado de la manifestación, cuyos dos primeros términos son los dos polos[xxii]; y se podría decir que la llena toda entera, ya que, así como se verá a continuación, el Hombre aparece en ella verdaderamente como la síntesis de los «diez mil seres», es decir, de todo lo que está contenido en la integralidad de la Existencia universal.
CAPÍTULO II
DIFERENTES GÉNEROS DE TERNARIOS




Lo que acabamos de decir determina ya el sentido de la Tríada, al mismo tiempo que muestra la necesidad de establecer una distinción clara entre los ternarios de diferentes géneros; a decir verdad, estos géneros pueden multiplicarse, ya que es evidente que tres términos pueden agruparse según relaciones muy diversas, pero insistiremos solo sobre los dos principales, no solo porque son los que presentan el carácter más general, sino también porque se refieren más directamente al tema mismo de nuestro estudio; y, además, las observaciones que vamos a tener que hacer a este propósito nos permitirán descartar desde ahora el error grosero de aquellos que han pretendido encontrar un «dualismo» en la tradición extremo oriental. Uno de estos géneros es aquel donde el ternario está constituido por un principio primero (al menos en un sentido relativo) del que derivan dos términos opuestos, o más bien complementarios, ya que, allí mismo donde la oposición está en las apariencias y tiene su razón de ser en un cierto nivel o en un cierto dominio, el complementarismo responde siempre a un punto de vista más profundo, y por consiguiente más verdaderamente conforme a la naturaleza real de aquello de lo que se trata; un tal ternario podrá ser representado por un triángulo cuya cima está colocada arriba (Fig. 1). El otro género es aquel donde el ternario está formado, como lo hemos dicho precedentemente, por los términos complementarios y por su producto o su resultante, y es a este género al que pertenece la Tríada extremo oriental; a la inversa del precedente, este ternario podrá ser representado por un triángulo cuya base está al contrario colocada arriba (Fig. 2)[xxiii]. Si se comparan estos dos triángulos, el segundo aparece en cierto modo como un reflejo del primero, lo que indica que, entre los ternarios correspondientes, hay analogía en la verdadera significación de esta palabra, es decir, que debe aplicarse en sentido inverso; y, en efecto, si se parte de la consideración de los dos términos complementarios, entre los cuales hay necesariamente simetría, se ve que el ternario está completado en el primer caso por su principio, y en el segundo, al contrario, por su resultante, de tal suerte que los dos complementarios están respectivamente después y antes del término que, al ser de otro orden, se encuentra por así decir como aislado frente a ellos[xxiv]; y es evidente que, en todos los casos, es la consideración de este tercer término lo que da al ternario como tal toda sus significación.
Ahora, lo que es menester comprender bien antes de ir más lejos, es que, en una doctrina cualquiera, no podría haber «dualismo» más que si dos términos opuestos o complementarios (y entonces serían concebidos más bien como opuestos) se propusieron en ella primero y se consideraran después como últimos e irreductibles, sin ninguna derivación de un principio común, lo que excluye evidentemente la consideración de todo ternario del primer género; así pues, en una tal doctrina, no se podrían encontrar más que ternarios del segundo género, y, como éstos, así como ya lo hemos indicado, no se podrían referir nunca más que al dominio de la manifestación, con esto se ve inmediatamente que todo «dualismo» es necesariamente al mismo tiempo un «naturalismo». Pero el hecho de reconocer la existencia de una dualidad y de situarla en el lugar que le conviene realmente no constituye de ninguna manera un «dualismo», desde que los dos términos de esta dualidad proceden de un principio único, que pertenece como tal a un orden superior de realidad; y ello es así, ante todo, en lo que concierne a la primera de todas las dualidades, la de la Esencia y de la Substancia universal, salidas de una polarización del Ser o de la Unidad principial, y entre las cuales se produce toda manifestación. Son los dos términos de esta primera dualidad los que se designan como Purusha y Prakriti en la tradición hindú, y como el Cielo (Tien) y la Tierra (Ti) en la tradición extremo oriental; pero ni la una ni la otra, como tampoco por lo demás ninguna otra tradición ortodoxa, pierden de vista, al considerarlos, el principio superior del que se derivan. Hemos expuesto ampliamente, en otras ocasiones, lo que hay a este respecto en la tradición hindú; en cuanto a la tradición extremo oriental, considera no menos explícitamente, como principio común del Cielo y de la Tierra[xxv], lo que llama el «Gran Extremo» (Tai-ki), en el que están indisolublemente unidos, en el estado «indiviso» e «indistinguido»[xxvi], anteriormente a toda diferenciación[xxvii], y que es el Ser puro, identificado como tal a la «Gran Unidad» (Tai-i)[xxviii]. Además, Tai-ki, el Ser o la Unidad trascendente, presupone él mismo otro principio, Wou-ki, el No Ser o el Zero metafísico[xxix]; pero éste no puede entrar con nada en una relación tal que sea el primer término de un ternario cualquiera, puesto que toda relación de este tipo no es posible más que a partir de la afirmación del Ser o de la Unidad[xxx]. Así, en definitiva, se tiene primero un ternario del primer género, formado de Tai-ki, Tien y Ti, y después solo un ternario del segundo género, formado de Tien, Ti y Jen, y que es el que se ha tomado el hábito de designar como la «Gran Tríada»; en estas condiciones, es perfectamente incomprehensible que algunos hayan podido pretender atribuir un carácter «dualista» a la tradición extremo oriental.
La consideración de dos ternarios como aquellos de los que acabamos de hablar, que tienen en común los dos principios complementarios uno del otro, nos conduce todavía a algunas otras precisiones importantes: los dos triángulos inversos que los representan respectivamente puede ser considerados como teniendo la misma base, y, si se los figura unidos por esta base común, se ve en primer lugar que el conjunto de los dos ternarios forma un cuaternario, puesto que, al ser dos términos los mismos en uno y en el otro, no hay en total más que cuatro términos distintos, y después se ve que el último término de este cuaternario, al situarse sobre la vertical salida del primero y simétricamente a éste en relación a la base, aparece como el reflejo de este primer término, estando representado el plano de reflexión por la base misma, es decir, no siendo está más que el plano mediano donde se sitúan los dos términos complementarios salidos del primer término y que producen el último (Fig. 3)[xxxi]. Esto es fácil de comprender en el fondo, ya que, por una parte, los dos complementarios están contenidos principialmente en el primer término, de suerte que sus naturalezas respectivas, incluso cuando parecen contrarias, no son en realidad más que el resultado de una diferenciación de la naturaleza de éste; y por otra, el último término, al ser el producto de los dos complementarios, participa a la vez de uno y del otro, lo que equivale a decir que reúne de alguna manera en él sus dos naturalezas, de suerte que, a su nivel, es como una imagen del primer término; y esta consideración nos lleva a precisar todavía más la relación de los diferentes términos entre sí.
Acabamos de ver que los dos términos extremos del cuaternario, que son al mismo tiempo respectivamente el primer término del primer ternario y el último del segundo, son el uno y el otro, por su naturaleza, intermediarios en cierto modo entre los otros dos, aunque por una razón inversa: en los dos casos, unen y concilian en ellos los elementos del complementarismo, pero uno en tanto que principio, y el otro en tanto que resultante. Para hacer sensible este carácter intermediario, se pueden figurar los términos de cada ternario según una disposición lineal[xxxii]: en el primer caso, el primer término se sitúa entonces en el medio de la línea que une los otros dos, a los cuales da nacimiento simultáneamente por un movimiento centrífugo dirigido en los dos sentidos y que constituye lo que se puede llamar su polarización (Fig. 4); en el segundo caso, los dos términos complementarios producen, por un movimiento centrípeto que parte a la vez del uno y del otro, una resultante que es el último término, y que se sitúa igualmente en el medio de la línea que les une (Fig. 5); por consiguiente, el principio y la resultante ocupan así uno y otro una posición central en relación a los dos complementarios, y esto hay que retenerlo particularmente en vista a las consideraciones que seguirán.

Es menester todavía agregar esto: dos términos contrarios o complementarios (y que, en el fondo, son siempre más bien complementarios que contrarios en su realidad esencial) pueden estar, según los casos, en oposición horizontal (oposición de derecha a izquierda) o en oposición vertical (oposición de arriba a abajo), así como hemos indicado ya en otra parte[xxxiii]. La oposición horizontal es la de dos términos que, al situarse en un mismo grado de realidad, son, se podría decir, simétricos bajo todo los aspectos; la oposición vertical marca al contrario una jerarquización entre los dos términos, que, aunque son también simétricos en tanto que complementarios, son no obstante tales que uno debe ser considerado como superior y el otro como inferior. Importa precisar que, en este último caso, no se puede situar entre los dos complementarios, o en el medio de la línea que les une, el primer término de un ternario del primer género, sino solo el tercer término de un ternario del segundo género, ya que el principio no puede encontrarse de ninguna manera en un nivel inferior al de uno de los dos términos que han salido de él, sino que es necesariamente superior al uno y al otro, mientras que la resultante, al contrario, es verdaderamente intermediaria bajo esta relación igualmente; y este último caso es el de la Tríada extremo oriental, que puede disponerse así según una línea vertical (Fig. 6)[xxxiv]. En efecto, la Esencia y Substancia universal son respectivamente el polo superior y el polo inferior de la manifestación, y se puede decir que una está propiamente por encima y la segunda por debajo de toda existencia; por lo demás, cuando se las designa como el Cielo y la Tierra, esto se traduce incluso, de una manera muy exacta, en las apariencias sensibles que les sirven de símbolos[xxxv]. Así pues, la manifestación se sitúa toda entera entre estos dos polos; y, naturalmente, es lo mismo con el Hombre, que no solo forma parte de la manifestación, sino que constituye, simbólicamente su centro mismo, y que, por esta razón, la sintetiza en su integralidad. Así, el Hombre, colocado entre el Cielo y la Tierra, debe ser considerado primero como el producto o la resultante de sus influencias recíprocas; pero después, por la doble naturaleza que tiene del uno y de la otra, deviene el término mediano o «mediador» que les une y que es por así decir, según un simbolismo sobre el que volveremos, el «puente» que va del uno a la otra. Se pueden expresar estos dos puntos de vista por una simple modificación del orden en el cual están enumerados los términos de la Tríada: si se enuncia ésta en el orden «Cielo, Tierra, Hombre», el Hombre aparece en ella como el Hijo del Cielo y de la Tierra; si se enuncia en el orden «Cielo, Hombre, Tierra», aparece en ella como el Mediador entre el Cielo y la Tierra.
CAPÍTULO III
CIELO Y TIERRA
«El Cielo cubre, la Tierra soporta»: tal es la fórmula tradicional que determina, con una extrema concisión, los papeles de estos dos principios complementarios, y que define simbólicamente sus situaciones, respectivamente superior e inferior, en relación a los «diez mil seres», es decir, a todo el conjunto de la manifestación universal[xxxvi]. Se indican así, por una parte, el carácter «no actuante» de la actividad del Cielo o de Purusha[xxxvii], y, por otra, la pasividad de la Tierra o de Prakriti, que es propiamente un «terreno»[xxxviii] o un «soporte» de manifestación[xxxix], y que es también, por consiguiente, un plano de resistencia y de detención para la fuerzas o las influencias celestes que actúan en sentido descendente. Por lo demás, esto puede aplicarse a un nivel cualquiera de existencia, puesto que siempre se puede considerar, en un sentido relativo, que la esencia y la substancia, en relación a todo estado de manifestación, son, para ese estado tomado en particular, los principios que corresponden a lo que son la Esencia y la Substancia universales para la totalidad de los estados de la manifestación[xl].
En lo Universal, y vistos del lado de su principio común, el Cielo y la Tierra se asimilan respectivamente a la «perfección activa» (Khien) y a la «perfección pasiva» (Khouen), de las que ni la una ni la otra son, por lo demás, la Perfección en el sentido absoluto, puesto que hay ahí ya una distinción que implica forzosamente una limitación; vistos del lado de la manifestación, son solo la Esencia y la Substancia, que, como tales, se sitúan a un menor grado de universalidad, puesto que no aparecen así precisamente más que en relación a la manifestación[xli]. En todos los casos, y a cualquier nivel que se les considere correlativamente, el Cielo y la Tierra son siempre respectivamente un principio activo y un principio pasivo, o, según uno de los simbolismos más generalmente empleados a este respecto, un principio masculino y un principio femenino, lo que es efectivamente el tipo mismo del complementarismo por excelencia. Es de ahí de donde derivan, de una manera general, todos los demás caracteres, que son en cierto modo secundarios en relación a éste; no obstante, a este respecto, es menester estar atentos a algunos cambios de atributos que podrían dar lugar a equivocaciones, y que, por lo demás, son bastante frecuentes en el simbolismo tradicional cuando se trata de las relaciones entre principios complementarios; tendremos que volver sobre este punto después, concretamente sobre el tema de los símbolos numéricos que se refieren respectivamente al Cielo y la Tierra.
Se sabe que, en un complementarismo cuyos dos términos se consideran como activo y pasivo el uno en relación al otro, el término activo se simboliza generalmente por una línea vertical y el término pasivo por una línea horizontal[xlii]; el Cielo y la tierra también se representan a veces conformemente a este simbolismo. Solo que, en este caso, las dos líneas no se atraviesan, como lo hacen más habitualmente, de manera que formen una cruz, ya que es evidente que el símbolo del Cielo debe ser situado todo entero por encima del símbolo de la Tierra: así pues, es una perpendicular que tiene su pie sobre la horizontal[xliii], y estas dos líneas pueden ser consideradas como la altura y la base de un triángulo cuyos lados laterales, que parten del «techo del Cielo», determinan efectivamente la medida de la superficie de la Tierra, es decir, delimitan el «terreno» que sirve de soporte a la manifestación (Fig. 7)[xliv].
No obstante, la representación geométrica que se encuentra más frecuentemente en la tradición extremo oriental es la que refiere las formas circulares al Cielo y las formas cuadradas a la Tierra, así como ya lo hemos explicado en otra parte[xlv]; sobre este punto, recordaremos solo que la marcha descendente del ciclo de la manifestación (y esto en todos los grados de mayor o menor extensión en que un tal ciclo puede ser considerado), al ir desde su polo superior que es el Cielo a su polo inferior que es la Tierra (o lo que los representa desde un punto de vista relativo, si no se trata más que de un ciclo particular), puede ser considerada como partiendo de la forma menos «especificada» de todas, que es la esfera, para concluir en la que es al contrario la más «fijada», y que es el cubo[xlvi]; y se podría decir también que la primera de estas dos formas tiene un carácter eminentemente «dinámico» y que la segunda tiene un carácter eminentemente «estático», lo que corresponde todavía a lo activo y a lo pasivo. Por lo demás, se puede vincular de una cierta manera esta representación a la precedente, si se considera en ésta la línea horizontal como la huella de una superficie plana (cuya parte «medida» será un cuadrado[xlvii]), y la línea vertical como el radio de una superficie hemisférica, que encuentra el plano terrestre según la línea del horizonte. En efecto, es en su periferia o en sus confines más alejados, es decir, en el horizonte, donde el Cielo y la Tierra se juntan según las apariencias sensibles; pero es menester observar aquí que la realidad simbolizada por estas apariencias debe tomarse en sentido inverso, ya que, según esta realidad, se unen al contrario por el centro[xlviii], o, si se les considera en el estado de separación relativa necesaria para que el Cosmos pueda desarrollarse entre ellos, se comunican por el eje que pasa por este centro[xlix], y que precisamente los separa y los une a la vez, o que, en otros términos, mide la distancia entre el Cielo y la Tierra, es decir, la extensión misma del Cosmos según el sentido vertical que marca la jerarquía de los estados de la existencia manifestada, ligándolos uno a otro a través de esta multiplicidad de estados, que aparecen a este respecto como otros tantos escalones por los que un ser en vía de retorno hacia el Principio puede elevarse de la Tierra al Cielo[l].
Se dice también que el Cielo, que envuelve o abarca a todas las cosas, presenta al Cosmos una cara «ventral», es decir, interior, y la Tierra, que las soporta, presenta una cara «dorsal», es decir, exterior[li]; esto es fácil de ver con la simple inspección de la figura adjunta, donde el Cielo y la tierra, naturalmente, están representados respectivamente por un círculo y un cuadrado concéntricos (Fig. 8). Se observará que esta figura reproduce la forma de las monedas chinas, forma que, por lo demás, es originariamente la de algunas tablillas rituales[lii]: entre el contorno circular y el vacío cuadrado de en medio, la parte plana, donde se inscriben los caracteres, corresponde evidentemente al Cosmos, donde se sitúan los «diez mil seres»[liii], y el hecho de que esté comprendida entre dos vacíos expresa simbólicamente que lo que no está entre el Cielo y la Tierra está por eso mismo fuera de la manifestación[liv]. No obstante, hay un punto sobre el que la figura puede parecer inexacta, y que corresponde por lo demás a un defecto necesariamente inherente a toda representación sensible: si solo se prestase atención a las posiciones respectivas aparentes del Cielo y de la Tierra, o más bien a lo que les figura, podría parecer que el Cielo está en el exterior y la Tierra en él interior; pero es que, aquí todavía, es menester no olvidar hacer la aplicación de la analogía en sentido inverso: en realidad, bajo todos los puntos de vista, la «interioridad» pertenece al Cielo y la «exterioridad» a la Tierra, y encontraremos de nuevo esta consideración un poco más adelante. Por lo demás, incluso tomando simplemente la figura tal cual es, se ve que, en relación al Cosmos, el Cielo y la Tierra, por eso mismo de que son sus extremos límites, no tienen verdaderamente más que una sola cara, y que esta cara es interior para el Cielo y exterior para la Tierra; si se quisiera considerar su otra cara, sería menester decir que ésta no puede existir más que en relación al principio común en el que se unifican, y donde desaparece toda distinción de lo interior y de lo exterior, como toda oposición e incluso todo complementarismo, para no dejar subsistir más que la «Gran Unidad».
CAPÍTULO IV
«YIN» Y «YANG»
En su parte propiamente cosmológica, la tradición extremo oriental atribuye una importancia capital a los dos principios, o, si se prefiere, a las dos «categorías» que designa por los nombres de yang y de yin: todo lo que es activo, positivo o masculino es yang, y todo lo que es pasivo, negativo o femenino es yin. Estas dos categorías están vinculadas simbólicamente a la luz y a la sombra: en todas las cosas, el lado iluminado es yang y el lado oscuro es yin; pero, puesto que no se encuentran nunca el uno sin el otro, aparecen como complementarios mucho más que como opuestos[lv]. Este sentido de luz y de sombra se encuentra concretamente, con su acepción literal, en la determinación de los emplazamientos geográficos[lvi]; y el sentido más general, en el que estas mismas denominaciones de yang y de yin se extienden a los términos de todo complementarismo, tiene innumerables aplicaciones en todas las ciencias tradicionales[lvii].
Según lo que ya hemos dicho, es fácil comprender que yang es lo que procede de la naturaleza del Cielo, y yin lo que procede de la naturaleza de la Tierra, puesto que es de este primer complementarismo del Cielo y de la Tierra de donde se derivan todos los demás complementarismos más o menos particulares; y, por ello, se puede ver inmediatamente la razón de la asimilación de estos dos términos a la luz y a la sombra. En efecto, el aspecto yang de los seres responde a lo que hay en ellos de «esencial» o de «espiritual», y se sabe que el Espíritu es identificado a la Luz por el simbolismo de todas las tradiciones: por otra parte, su aspecto yin es aquel por el que se relacionan con la «substancia», y ésta, por el hecho mismo de la «ininteligibilidad» inherente a su indistinción o a su estado de pura potencialidad, puede ser definida propiamente como la raíz obscura de toda existencia. Desde este punto de vista, se puede decir también, tomando para ello el lenguaje aristotélico y escolástico, que yang es todo lo que está «en acto» y yin todo lo que está «en potencia», o que todo ser es yang bajo el aspecto en que está «en acto» y yin bajo el aspecto en que está «en potencia», puesto que estos dos aspectos se encuentran reunidos necesariamente en todo lo que es manifestado.
El Cielo en enteramente yang y la Tierra es enteramente yin, lo que equivale a decir, que la Esencia es acto puro y que la Substancia es potencia pura; pero solo ellos lo son así en el estado puro, en tanto que son los dos polos de la manifestación universal; y, en todas las cosas manifestadas, el yang no está nunca sin el yin ni el yin sin el yang, puesto que su naturaleza participa a la vez del Cielo y de la Tierra[lviii]. Si se consideran especialmente el yang y el yin bajo su aspecto de elementos masculino y femenino, se podrá decir que, en razón de esta participación, todo ser es «andrógino» en un cierto sentido y en una cierta medida, y que, por lo demás, lo es tanto más completamente cuanto más equilibrados estén en él estos dos elementos; así pues, el carácter masculino o femenino de un ser individual (si se habla rigurosamente, sería menester decir principalmente masculino o femenino) puede considerarse como resultando de la predominancia del uno o del otro. Estaría naturalmente fuera de propósito aquí emprender el desarrollo de todas las consecuencias que se pueden sacar de esta precisión; pero basta un poco de reflexión para entrever sin dificultad la importancia que son susceptibles de presentar, en particular, para todas las ciencias que se refieren al estudio del hombre individual bajo los diversos puntos de vista desde los que éste puede ser considerado.
Hemos visto más atrás que la Tierra aparece por su cara «dorsal» y el Cielo por su cara «ventral»; por eso es por lo que el yin está «en el exterior», mientras que el yang está «en el interior»[lix]. En otros términos, las influencias terrestres, que son yin, son las únicas sensibles, y las influencias celestes, que son yang, escapan a los sentidos y no pueden ser aprehendidas más que por las facultades intelectuales. En eso reside una de la razones por las que, en los textos tradicionales, el yin se nombra generalmente antes que el yang, lo que puede parecer contrario a la relación jerárquica que existe entre los principios a los que corresponden, es decir, entre el Cielo y la Tierra, en tanto que son el polo superior y el polo inferior de la manifestación; esta inversión del orden de los dos términos complementarios es característica de un cierto punto de vista cosmológico, que es también el del Sânkhya hindú, donde Prakriti figura igualmente al comienzo de la enumeración de los tattwas y Purusha al final. Este punto de vista, en efecto, procede en cierto modo «remontando», del mismo modo que la construcción de un edificio comienza por la base y se acaba por el techo; parte de lo que es más inmediatamente aprehensible para ir hacia lo que está más oculto, es decir, que va del exterior al interior, o del yin al yang; en eso, es inverso del punto de vista metafísico, que, partiendo del principio para ir a las consecuencias, va al contrario del interior al exterior; y esta consideración del sentido inverso muestra efectivamente que estos dos puntos de vista corresponden propiamente a dos grados diferentes de realidad. Por lo demás, ya hemos visto en otra parte que, en el desarrollo del proceso cosmogónico, las tinieblas, identificadas al caos, están «en el comienzo», y que la luz, que ordena este caos para sacar de él el Cosmos, es «después de las tinieblas»[lx]; esto equivale a decir también que, bajo este aspecto, el yin es efectivamente antes que el yang[lxi].
El yang y el yin, considerados separadamente el uno del otro, tienen como símbolos lineales lo que se llaman las «dos determinaciones» (eul-i), es decir, el trazo pleno y el trazo quebrado, que son los elementos de los trigramas y de los hexagramas del Yi-king, de tal suerte que éstos representan todas las combinaciones posibles de esos dos términos, combinaciones que constituyen la integralidad del mundo manifestado. El primer y el último hexagramas, que son Khien y Khouen[lxii], están formados respectivamente por seis trazos plenos y seis trazos quebrados; representan pues la plenitud del yang, que se identifica al Cielo, y la del yin, que se identifica a la Tierra; y es entre estos dos extremos donde se colocan todos los demás hexagramas, en los que el yang y el yin se mezclan en proporciones diversas, y que corresponden así al desarrollo de toda la manifestación.
Por otra parte, estos dos mismos términos yang y yin, cuando están unidos, son representados por el símbolo que, por esta razón, se llama yin-yang (Fig. 9)[lxiii], símbolo que ya hemos estudiado en otra parte desde el punto de vista donde representa más particularmente el «círculo del destino individual»[lxiv]. Conformemente al simbolismo de la luz y de la sombra, la parte clara de la figura es yang, y su parte obscura es yin; y los puntos centrales, obscuro en la parte clara y claro en la parte obscura, recuerdan que, en realidad, el yang y el yin no se encuentran nunca el uno sin el otro. En tanto que el yang y el yin están ya distinguidos aunque están unidos (y es por eso por lo que la figura es propiamente yin-yang), es el símbolo del «Andrógino» primordial, puesto que sus elementos son los dos principios masculino y femenino; es también, según otro simbolismo tradicional más general todavía, el «Huevo del Mundo», cuyas dos mitades, cuando se separen, serán respectivamente el Cielo y la Tierra[lxv]. Por otro lado, la misma figura, considerada como formando un todo indivisible[lxvi], lo que corresponde al punto de vista principial, deviene el símbolo de Tai-ki, que aparece así como la síntesis del yin y del yang, pero a condición de precisar bien que esta síntesis, al ser la Unidad primera, es anterior a la diferenciación de sus elementos, y por consiguiente absolutamente independiente de éstos; de hecho, no puede tratarse propiamente de yin y de yang más que en relación al mundo manifestado, que, como tal, procede todo entero de las «dos determinaciones». Estos dos puntos de vista según los que puede considerarse el símbolo se resumen en la fórmula siguiente: «Los diez mil seres son producidos (tsao) por Tai-i (que es idéntica a Tai-ki), modificados (houa) por yin-yang», ya que todos los seres provienen de la Unidad principial[lxvii], pero sus modificaciones en el «devenir» se deben a las acciones y reacciones recíprocas de las «dos determinaciones».
CAPÍTULO V
LA DOBLE ESPIRAL

Pensamos que no carece de interés hacer aquí una digresión, al menos aparente, a propósito de un símbolo que es estrechamente conexo al del yin-yang: este símbolo es la doble espiral (Fig. 10), que desempeña un papel extremadamente importante en el arte tradicional de los países más diversos, y concretamente en el de la Grecia arcaica[lxviii]. Como se ha dicho muy justamente, esta doble espiral, «que puede considerarse como la proyección plana de los dos hemisferios del Andrógino, ofrece la imagen del ritmo alternado de la evolución y de la involución, del nacimiento y de la muerte, en una palabra representa la manifestación bajo su doble aspecto»[lxix]. Por lo demás, esta figuración puede considerarse a la vez en un sentido «macrocósmico» y en un sentido «microcósmico»: en razón de su analogía, siempre se puede pasar del uno al otro de estos dos puntos de vista por una transposición conveniente; pero es sobre todo al primero al que vamos a referirnos directamente aquí, ya que es en relación al simbolismo del «Huevo del Mundo», al que ya hemos hecho alusión a propósito del yin-yang, donde se presentan las aproximaciones más destacables. Desde este punto de vista, se pueden considerar las dos espirales como la indicación de una fuerza cósmica que actúa en sentido inverso en los dos hemisferios, que, en su aplicación más extensa, son naturalmente las dos mitades del «Huevo del Mundo», siendo los dos polos los puntos alrededor de los cuales se enrollan estas dos espirales[lxx]. Se puede observar enseguida que esto está en relación estrecha con los dos sentidos de rotación del swastika (Fig. 11), puesto que éstos representan en suma la misma revolución del mundo alrededor de su eje, pero vista respectivamente desde uno y otro de los dos polos[lxxi]; y estos dos sentidos de rotación expresan en efecto la doble acción de la fuerza cósmica de que se trata, doble acción que es en el fondo la misma cosa que la dualidad del yin y del yang bajo todos sus aspectos.
Es fácil darse cuenta de que, en el símbolo del yin-yang, las dos semicircunferencias que forman la línea que delimita interiormente las dos partes clara y obscura de la figura corresponden exactamente a las dos espirales, y sus puntos centrales, obscuro en la parte clara y claro en la parte obscura, corresponden a los dos polos. Esto nos conduce a la idea del «Andrógino», así como lo hemos indicado precedentemente; y recordaremos también a este propósito que los dos principios yin y yang siempre deben considerarse en realidad como complementarios, incluso si sus acciones respectivas, en los diferentes dominios de la manifestación, aparecen exteriormente como contrarias. Así pues, se puede hablar, ya sea de la doble acción de una fuerza única, como lo hacíamos hace un momento, o ya sea de dos fuerzas producidas por la polarización de ésta y centradas sobre los dos polos, y que producen a su vez, por las acciones y reacciones que resultan de su diferenciación misma, el desarrollo de las virtualidades comprendidas en el «Huevo del Mundo», desarrollo que comprende todas las modificaciones de los «diez mil seres»[lxxii].
Hay que destacar que estas dos mismas fuerzas son también figuradas de una manera diferente, aunque equivalente en el fondo, en otros símbolos tradicionales, concretamente por dos líneas helicoidales que se enrollan en sentido inverso la una de la otra alrededor de un eje vertical, como se ve por ejemplo en algunas formas del Brahma-danda o bastón brahmánico, que es una imagen del «Eje del Mundo», y donde este doble enrollamiento es puesto en relación precisamente con las dos orientaciones contrarias del swastika; en el ser humano, estas dos líneas son las dos nâdîs o corrientes sutiles de la derecha y de la izquierda, o positiva y negativa (idâ y pingalâ)[lxxiii]. Otra figuración idéntica es la de las dos serpientes del caduceo, que se vincula por otra parte al simbolismo general de la serpiente bajo sus dos aspectos opuestos[lxxiv]; y, a este respecto, la doble espiral puede considerarse también como figurando una serpiente enrollada sobre sí misma en dos sentidos contrarios: esta serpiente es entonces una «anfibena»[lxxv], cuyas dos cabezas corresponden a los dos polos, y que equivale, ella sola, al conjunto de las dos serpientes opuestas del caduceo[lxxvi].
Esto no nos aleja en nada de la consideración del «Huevo del Mundo», ya que éste, en las diferentes tradiciones, se encuentra relacionado frecuentemente con el simbolismo de la serpiente; se podrá recordar aquí el Kneph egipcio, representado bajo la forma de una serpiente que produce el huevo por su boca (imagen de la producción de la manifestación por el Verbo)[lxxvii], y también, bien entendido, el símbolo druídico del «huevo de serpiente»[lxxviii]. Por otra parte, la serpiente se representa frecuentemente como habitando las aguas, así como se ve concretamente para los Nâgas en la tradición hindú, y es también sobre estas mismas aguas donde flota el «Huevo del Mundo»; ahora bien, las aguas son el símbolo de las posibilidades, y el desarrollo de éstas es figurado por la espiral, de aquí la asociación estrecha que existe a veces entre esta última y el simbolismo de las aguas[lxxix].
Si el «Huevo del Mundo» es así, en algunos casos, un «huevo de serpiente», es también en otras partes un «huevo de cisne»[lxxx]; aquí queremos hacer alusión sobre todo al simbolismo de Hamsa, el vehículo de Brahmâ en la tradición hindú[lxxxi]. Ahora bien, ocurre frecuentemente, y en particular en las figuraciones etruscas, que la doble espiral está coronada de un pájaro; éste es evidentemente el mismo que Hamsa, el cisne que cubre el Brahmânda sobre las Aguas primordiales, y que se identifica por lo demás al «espíritu» o «soplo divino» (ya que Hamsa es también el «soplo») que, según el comienzo del Génesis hebraico, «se cernía sobre la faz de las Aguas». Lo que no es menos destacable todavía, es que, entre los Griegos, del huevo de Leda, engendrado por Zeus bajo la forma de un cisne, salen los Dioscuros, Castor y Pollux, que están en correspondencia simbólica con los dos hemisferios, y por ello con las dos espirales que venimos considerando al presente, y que, por consiguiente, representan su diferenciación en este «huevo de cisne», es decir, en suma la división del «Huevo del Mundo» en sus dos mitades superior e inferior[lxxxii]. Por lo demás, no podemos extendernos más aquí sobre el simbolismo de los Dioscuros, que a decir verdad es muy complejo, como el de todas las parejas similares formadas de un mortal y de un inmortal, frecuentemente representados el uno blanco y el otro negro[lxxxiii], como los dos hemisferios de los que uno está iluminado mientras que el otro está en la obscuridad. Diremos solo que este simbolismo, en el fondo, se acerca mucho al de los Dêvas y de los Asuras[lxxxiv], cuya oposición está igualmente en relación con la doble significación de la serpiente, según se mueva en una dirección ascendente o descendente alrededor de un eje vertical, o todavía se enrolle o se desenrolle sobre este mismo eje, como en la figura de la doble espiral[lxxxv].
En los símbolos antiguos, esta doble espiral es reemplazada a veces por dos conjuntos de círculos concéntricos, trazados alrededor de dos puntos que representan también los polos: éstos son, al menos en una de sus significaciones más generales, los círculos celestes e infernales, de los que los segundos son como un reflejo inverso de los primeros[lxxxvi], y a los que corresponden precisamente los Dêvas y los Asuras. En otros términos, son los estados superiores e inferiores en relación al estado humano, o también los ciclos consecuentes y antecedentes en relación al ciclo actual (lo que no es en suma más que otra manera de expresar la misma cosa, al hacer intervenir en ella un simbolismo «sucesivo»); y esto corrobora también la significación del yin-yang considerado como proyección plana de la hélice representativa de los estados múltiples de la Existencia universal[lxxxvii]. Los dos símbolos son equivalentes, y uno puede ser considerado como una simple modificación del otro; pero la doble espiral indica además la continuidad entre los ciclos; se podría decir también que representa las cosas bajo un aspecto «dinámico», mientras que los círculos concéntricos las representan bajo un aspecto más bien «estático»[lxxxviii].
Al hablar aquí de aspecto «dinámico», pensamos naturalmente todavía en la acción de la doble fuerza cósmica, y más especialmente en su relación con las fases inversas y complementarias de toda manifestación, fases que son debidas, según la tradición extremo oriental, a la predominancia alternante del yin y del yang: «evolución» o desarrollo, o despliegue[lxxxix], e «involución» o enrollamiento, o repliegue, o también «catabasis» o marcha descendente y «anabasis» o marcha ascendente, salida a lo manifestado y vuelta a lo no manifestado[xc]. La doble «espiración» (y se observará el parentesco muy significativo que existe entre la designación misma de la espiral y la del «spiritus» o «soplo» del que hemos hablado más atrás en conexión con Hamsa), es el «expir» y el «aspir» universales, por los que son producidos, según el lenguaje taoísta, las «condensaciones» y las «disipaciones» que resultan de la acción alternada de los dos principios yin y yang, o, según la terminología hermética, las «coagulaciones» y las «soluciones»: para los seres individuales, son los nacimientos y las muertes, lo que Aristóteles llama genesis y phthora «generación» y «corrupción»; para los mundos, es lo que la tradición hindú designa como los días y las noches de Brahmâ, como el Kalpa y el Pralaya; y, a todos los grados, tanto en el orden «macrocósmico» como en el orden «microcósmico», se encuentran fases correspondientes en todo ciclo de existencia, puesto que son la expresión misma de la ley que rige todo el conjunto de la manifestación universal.
CAPÍTULO VI
«SOLVE» Y «COAGULA»
Puesto que acabamos de hacer alusión a la «coagulación» y a la «solución» herméticas, y aunque ya hemos hablado algo de ellas en diversas ocasiones, no será quizás inútil precisar todavía, sobre este punto, algunas nociones que tienen una relación bastante directa con lo que hemos expuesto hasta aquí. En efecto, la fórmula solve y coagula se considera como conteniendo de una cierta manera todo el secreto de la «Gran Obra», en tanto que ésta reproduce el proceso de la manifestación universal, con esas dos fases inversas que hemos indicado hace un momento. El término solve se representa a veces por un signo que muestra el Cielo, y el término coagula por un signo que muestra la Tierra[xci]; es decir, que se asimilan a las acciones de la corriente ascendente y de la corriente descendente de la fuerza cósmica, o en otros términos, a las acciones respectivas del yang y del yin. Toda fuerza de expansión es yang y toda fuerza de contracción es yin; las «condensaciones», que dan nacimiento a los compuestos individuales, proceden pues de las influencias terrestres, y las «disipaciones», que reducen los elementos de estos compuestos a sus principios originales, proceden de las influencias celestes; son, si se quiere, los efectos de las atracciones respectivas del Cielo y de la Tierra; y es así como «los diez mil seres son modificados por yin y yang», desde su aparición en el mundo manifestado hasta su retorno a lo no manifestado.
Por lo demás, es menester prestar atención al hecho de que el orden de los dos términos depende del punto de vista en el que uno se coloque, ya que, en realidad, las dos fases complementarias a las que corresponden son a la vez alternas y simultáneas, y el orden en el que se presenten depende en cierto modo del estado que se tome como punto de partida. Si se parte del estado de no manifestación para pasar a lo manifestado (lo que es el punto de vista que se puede decir propiamente «cosmogónico»)[xcii], es la «condensación» o la «coagulación» la que se presentará naturalmente en primer lugar; la «disipación» o la «solución» vendrá después, como movimiento de retorno hacia lo no manifestado, o al menos hacia lo que, en un nivel cualquiera, corresponde a lo no manifestado en un sentido relativo[xciii]. Si al contrario se partiera de un estado dado de manifestación, se debería considerar primero una tendencia que desemboque en la «solución» de lo que se encuentra en ese estado; y entonces una fase ulterior de «coagulación» sería el retorno a otro estado de manifestación; por lo demás, es menester agregar que esta «solución» y «coagulación», en relación al estado antecedente y al estado consecuente respectivamente, pueden ser perfectamente simultáneas en realidad[xciv].
Por otra parte, y esto es todavía más importante, las cosas se representan en sentido inverso según se consideren desde el punto de vista del Principio o al contrario, como acabamos de hacerlo, desde el punto de vista de la manifestación, de tal suerte que, se podría decir, que lo que es yin por un lado es yang por el otro e inversamente, aunque no sea más que por una manera de hablar bastante impropia por lo que se puede referir al Principio mismo una dualidad como la del yin y del yang. En efecto, como ya lo hemos indicado en otra parte[xcv], es el «expir» o el movimiento de expansión principial el que determina la «coagulación» de lo manifestado, y el «aspir» o el movimiento de contracción principial el que determina su «solución»; y sería exactamente lo mismo, si, en lugar de emplear el simbolismo de las dos fases de la respiración, se empleara el simbolismo del doble movimiento del corazón.
Por lo demás, se puede evitar la impropiedad del lenguaje que señalábamos hace un instante por medio de una precisión bastante simple: el Cielo, en tanto que polo «positivo» de la manifestación, representa de una manera directa al Principio en relación a ésta[xcvi], mientras que la Tierra, en tanto que polo «negativo», no puede presentar de él más que una imagen invertida. Así pues, la «perspectiva» de la manifestación referirá bastante naturalmente al Principio mismo lo que pertenece realmente al Cielo, y es así como el «movimiento» del Cielo (movimiento en el sentido puramente simbólico, bien entendido, puesto que ahí no hay nada de espacial) será atribuido de una cierta manera al Principio, aunque éste sea necesariamente inmutable. Lo que es más exacto en el fondo, es hablar, como lo hacíamos un poco más atrás, de las atracciones respectivas del Cielo y de la Tierra, que se ejercen en sentido inverso la una de la otra: toda atracción produce un movimiento centrípeto, y por consiguiente una «condensación», a la cual corresponderá, en el polo opuesto, una «disipación» determinada por un movimiento centrífugo, para restablecer o más bien mantener el equilibrio total[xcvii]. Resulta de ahí que lo que es «condensación» bajo la relación de la substancia es al contrario una «disipación» bajo la relación de la esencia, y que, inversamente, lo que es «disipación» bajo la relación de la substancia es una «condensación» bajo la relación de la esencia; por consiguiente, toda «transmutación», en el sentido hermético de este término, consistirá propiamente en «disolver» lo que estaba «coagulado» y, simultáneamente, en «coagular» lo que estaba «disuelto», y estas dos operaciones aparentemente inversas no son en realidad más que los dos aspectos complementarios de una sola y misma operación.
Es por eso por lo que los alquimistas dicen frecuentemente que la «disolución del cuerpo es la fijación del espíritu» e inversamente, donde espíritu y cuerpo no son en suma otra cosa que el aspecto «esencial» y el aspecto «substancial» del ser; esto puede entenderse de la alternancia de las «vidas» y de las «muertes», en el sentido más general de estas palabras, puesto que eso es lo que corresponde propiamente a las «condensaciones» y a las «disipaciones» de la tradición taoísta[xcviii], de suerte que, se podría decir, el estado que es vida para los cuerpos es muerte para el espíritu e inversamente; y es por eso por lo que «volatilizar (o disolver) lo fijo y fijar (o coagular) lo volátil» o «espiritualizar el cuerpo y corporificar el espíritu[xcix]», se dice también «sacar lo vivo de lo muerto y lo muerto de lo vivo», lo que, por lo demás, es así mismo una expresión coránica[c]. Así pues, la «transmutación» implica, a un grado o a           otro[ci], una suerte de inversión de las relaciones ordinarias (queremos decir tal como se consideran desde el punto de vista del hombre ordinario), inversión que, por lo demás, es más bien, en realidad, un restablecimiento de las relaciones normales; nos limitaremos a señalar aquí que la consideración de una tal «inversión» es particularmente importante desde el punto de vista de la realización iniciática, sin poder insistir más en ello, ya que para eso serían menester desarrollos que no podrían entrar en el cuadro del presente estudio[cii].
Por otra parte, esta doble operación de «coagulación» y de «solución» corresponde muy exactamente a lo que la tradición cristiana designa como el «poder de las llaves»; en efecto, este poder es doble también, puesto que conlleva a la vez el poder de «atar» y el poder de «desatar»; ahora bien «­atar» es evidentemente la misma cosa que «coagular», y «desatar» es la misma cosa que «disolver»[ciii]; y la comparación de diferentes símbolos tradicionales confirma también esta correspondencia de una manera tan clara como es posible. Se sabe que la figuración más habitual del poder de que se trata es la de las dos llaves, una de oro y la otra de plata, que se refieren respectivamente a la autoridad espiritual y al poder temporal, o a la función sacerdotal y a la función real, y también, desde el punto de vista iniciático, a los «misterios mayores» y a los «misterios menores» (y es a este último respecto como eran, entre los antiguos Romanos, uno de los atributos de Jano)[civ]; alquímicamente, se refieren a operaciones análogas efectuadas en dos grados diferentes, grados que constituyen respectivamente la «obra al blanco», que corresponde a los «misterios menores», y la «obra al rojo», que corresponde a los «misterios mayores»; estas dos llaves, que son, según el lenguaje de Dante, la del «Paraíso celeste» y la del «Paraíso terrestre», están cruzadas de manera que recuerdan la forma del swastika. En parecido caso, cada una de las dos llaves debe ser considerada como teniendo, en el orden al que se refiere, el doble poder de «abrir» y de «cerrar», o de «atar» y de «desatar»[cv]; pero existe también otra figuración más completa, donde, para cada uno de los dos órdenes, los dos poderes inversos están representados distintamente por dos llaves opuestas la una a la otra. Esta figuración es la del swastika llamado «clavijero», precisamente porque cada uno de sus cuatro brazos está formado por una llave (Fig. 12)[cvi]; se tienen así dos llaves opuestas según un eje vertical y otras dos según un eje horizontal[cvii]; en relación al ciclo anual, del que se conoce la estrecha relación que tiene con el simbolismo de Jano, el primero de estos dos ejes es un eje solsticial y el segundo un eje equinoccial[cviii]; aquí, el eje vertical o solsticial se refiere a la función sacerdotal, y el eje horizontal o equinoccial a la función real[cix].
La relación de este símbolo con el de la doble espiral está establecida por la existencia de otra forma del swastika, que es una forma de brazos curvos, que tienen la apariencia de dos S cruzadas; la doble espiral puede identificarse naturalmente, ya sea a la parte vertical de este swatika, o ya sea a su parte horizontal. Es cierto que lo más frecuentemente la doble espiral está colocada horizontalmente a fin de poner en evidencia el carácter complementario y en cierto modo simétrico de las dos corrientes de la fuerza cósmica[cx]; pero, por otra parte, la curva que es su equivalente en el yin-yang está al contrario, en general, colocada verticalmente; así pues, según los casos, se podrá considerar preferentemente una u otra de estas dos posiciones, que se encuentran reunidas en la figura del swastika de brazos curvos, y que corresponden entonces respectivamente a los dos dominios en los que se ejerce el «poder de las llaves»[cxi].
A este mismo «poder de las llaves» corresponde también, en las tradiciones hindú y tibetana, el doble poder del vajra[cxii]; este símbolo es, como se sabe, el del rayo[cxiii], y sus dos extremidades, formadas de puntas en forma de llama, corresponden a los dos aspectos opuestos del poder representados por el rayo: generación y destrucción, vida y muerte[cxiv]. Si se aproxima el vajra al «Eje del Mundo», estas dos extremidades corresponden a los dos polos, así como a los solsticios[cxv]; así pues, debe ser colocado verticalmente, lo que concuerda por lo demás con su carácter de símbolo masculino[cxvi], así como con el hecho de que es esencialmente un atributo sacerdotal[cxvii]. Puesto así en la posición vertical, el vajra representa la «Vía del Medio» (que es también, como se verá más adelante, la «Vía del Cielo»); pero también puede estar inclinado de un lado o de otro, y entonces estas dos posiciones corresponden a las «vías» tántricas de derecha y de izquierda (dakshina-mârga y vâma-mârga), pudiendo esta derecha y esta izquierda, por otra parte, ser puestas en relación con los puntos equinocciales, de igual modo en que lo alto y lo bajo lo están con los puntos solsticiales[cxviii]; evidentemente habría mucho que decir sobre todo esto, pero, para no alejarnos mucho de nuestro tema, nos contentaremos aquí con estas pocas indicaciones; y concluiremos lo expuesto diciendo que el poder del vajra, o el «poder de las llaves» que es idéntico en el fondo, al implicar el manejo y la puesta en obra de las fuerzas cósmicas bajo su doble aspecto de yin y de yang, no es en definitiva nada más que el poder mismo de gobernar la vida y la muerte[cxix].


[i] El Simbolismo de la Cruz, cap. XXVIII.
[ii] Se encontrarán detalles sobre la organización de que se trata, su ritual y sus símbolos (concretamente los símbolos numéricos de los que hace uso), en la obra de B. Favre sobre Les Sociétés secrètes en Chine; esta obra está escrita desde un punto de vista profano, pero el autor ha entrevisto al menos algunas cosas que escapan ordinariamente a los sinólogos, y, aunque está lejos de haber resuelto todas las cuestiones suscitadas a este propósito, tiene no obstante el mérito de haberlas planteado bastante claramente. — Ver también por otra parte Matgioi, La Voie rationnelle, cap. VII.
[iii] Aperçus sur l’Initiation, cap. XII.
[iv] Es menester notar que jen significa a la vez «hombre» y «humanidad»; y además, desde el punto de vista de las aplicaciones al orden social, es la «solidaridad» de la raza, cuya realización práctica es uno de las metas contingentes que se propone la organización en cuestión.
[v] Concretamente los «Tres Ríos» (San-ho) y los «Tres Puntos» (San-tien); el uso de este último vocablo es evidentemente uno de los motivos por los cuales algunos han sido llevados a buscar relaciones entre la «Tríada» y la organizaciones iniciáticas occidentales tales como la Masonería y el Compañerazgo.
[vi] Esta distinción esencial nunca deberá ser perdida de vista por aquellos que quieran consultar el libro de B. Favre que hemos citado, libro en el que desgraciadamente se ignora, de manera que el autor parece considerar todas estas denominaciones como equivalentes pura y simplemente; de hecho, la mayoría de los detalles que da al respecto de la «Tríada» no conciernen realmente más que a una de sus emanaciones, la Hong-houei; en particular, es solo ésta, y no la Tien-ti-houei misma, la que puede no haber sido fundada más que a finales del siglo XVII o comienzos del XVIII, es decir, en una fecha sumamente reciente.
[vii] Ver Aperçus sur l’Initiation, cap. XII y XLVI.
[viii] Ver Aperçus sur l’Initiation, cap. VI.
[ix] Comprendidos incluso a veces los que son más completamente ajenos al Extremo Oriente, como el Cristianismo, así como se puede ver en el caso de la asociación de la «Gran Paz» o Tai-ping, que fue una de las emanaciones recientes de la Pen-lien-houei que vamos a mencionar enseguida.
[x] La idea del pretendido «sincretismo» de las «sociedades secretas» chinas es un caso particular del resultado obtenido por este medio, cuando el observador del exterior se encuentra que es un Occidental moderno.
[xi] Decimos la «otra» porque no hay efectivamente más que dos, y todas las asociaciones conocidas exteriormente no son en realidad más que ramas o emanaciones de la una o de la otra.
[xii] Transcripción china de la palabra sánscrita Dhyâna, «contemplación»; esta escuela se conoce más ordinariamente bajo la designación de Zen, que es la forma japonesa de la misma palabra.
[xiii] Es cierto que la iniciación como tal no ha devenido necesaria sino a partir de un cierto período del ciclo de la humanidad terrestre, y a consecuencia de la degeneración espiritual de la generalidad de ésta; pero todo lo que conlleva constituía anteriormente la parte superior de la Tradición primordial, del mismo modo que, analógicamente y en relación a un ciclo mucho más restringido en el tiempo y en el espacio, todo lo que está implicado en el Taoísmo constituía primeramente la parte de la tradición única que existía en Extremo Oriente antes de la separación de sus dos aspectos esotérico y exotérico.
[xiv] Se sabe que la constitución de estas dos ramas distintas de la tradición extremo oriental data del siglo VI antes de la era cristiana, época en la cual vivieron Lao-tsé y Confucio.
[xv] Entre los diferentes ternarios que considera la tradición hindú, el que quizás se podría aproximar más válidamente a la Trinidad cristiana en ciertos aspectos, aunque el punto de vista sea naturalmente todavía muy diferente, es el de Sat-Chit-Ânanda (Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XIV).
[xvi]  Lo que decimos aquí a propósito de los grupos de tres términos se aplica también a los que contienen otro número, y que frecuentemente son asociados de la misma manera arbitraria, simplemente porque el número de sus términos es el mismo, y sin que la naturaleza real de esos términos sea tomada en consideración. Hay incluso quienes, para descubrir correspondencias imaginarias, llegan hasta fabricar artificialmente agrupaciones que no tienen tradicionalmente ningún sentido: un ejemplo típico en este género es el de Malfatti de Montereggio, que, en su Mathèse, habiendo juntado los nombres de diez principios muy heterogéneos tomados de aquí y de allá en la tradición hindú, ha creído encontrar en ellos un equivalente de las diez Sephiroth de la Kabbala hebraica.
[xvii] A este mismo género de ternarios pertenecen también las antiguas tríadas egipcias, de las que la más conocida es la de Osiris, Isis y Horus.
[xviii] Hacemos observar incidentalmente que hay una equivocación en el hecho de que parezca creerse generalmente que la tradición cristiana no considera ningún otro ternario que la Trinidad; antes al contrario se podrían encontrar muchos otros, y tenemos aquí uno de los más importantes.
[xix] Esto es particularmente manifiesto en la figuración simbólica de las «Vírgenes negras», puesto que el color negro es aquí el símbolo de la indistinción de la materia prima.
[xx] Recordaremos una vez más, a este propósito, que no entendemos contestar la «historicidad» de algunos hechos como tales, sino que, antes al contrario, consideramos los hechos históricos mismos como símbolos de una realidad de orden más elevado, y que es solo a este título como tienen para nos algún interés.
[xxi] La madre del Avatâra es Mâyâ, que es la misma cosa que Prakriti; no insistiremos sobre la aproximación que algunos han querido hacer entre los nombres Mâyâ y María, y no la señalamos más que a título de simple curiosidad.
[xxii] Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. IV.
[xxiii] Se verá en seguida por qué, en esta segunda figura, indicamos los tres términos por los números 2-3-4, y no por los números 1-2-3 como en la primera.
[xxiv] Es lo que precisa también, en las dos figuras, el sentido de las flechas, que van, en la primera del vértice superior hacia la base, y, en la segunda, de la base hacia el vértice inferior; se podría decir también que el número 3 de los términos se descompone en 1+2 en el primer caso y en 2+1 en el segundo, y aparece claramente aquí que, si estos dos conjuntos son equivalentes desde el punto de vista cuantitativo, los mismos no lo son de ningún modo desde el punto de vista cualitativo.
[xxv] Y también, bien entendido, de los términos de todas las demás dualidades más particulares, que no son nunca en suma más que especificaciones de ésta, de suerte que, directa o indirectamente, todas se derivan en definitiva del mismo principio.
[xxvi] Esta indistinción principial no debe ser confundida con la indistinción potencial que es solo la de la Substancia o de la materia prima.
[xxvii] Debe entenderse bien que aquí no se trata de ninguna manera de una anterioridad temporal, ni de una sucesión en un modo cualquiera de la duración.
[xxviii] El carácter ki es el que designa literalmente el «techo» de un edificio; así se dice simbólicamente que Tai-i reside en la Estrella polar, que es efectivamente el «techo» del Cielo visible, y que, como tal, representa naturalmente el del Cosmos todo entero.
[xxix] Wou-ki corresponde, en la tradición hindú, al Brahma neutro y supremo (Para-Brahma), y Tai-ki a Îshwara o al Brahma «no supremo» (Apara-Brahma).
[xxx] Por encima de todo principio, hay todavía el Tao, que, en su sentido más universal, es a la vez No Ser y Ser, pero que, por lo demás, no es realmente diferente del No Ser en tanto que éste contiene al Ser, que es él mismo el principio primero de toda manifestación, y que se polariza en Esencia y Substancia (o Cielo y Tierra) para producir efectivamente esta manifestación.
[xxxi] La figura así formada tiene algunas propiedades geométricas bastante notables que señalaremos de pasada: los dos triángulos equiláteros opuestos por su base se inscriben en dos circunferencias iguales de las que cada una pasa por el centro de la otra; la cuerda que une sus puntos de intersección es naturalmente la base común de los dos triángulos, y los dos arcos subtendidos por esta cuerda y que limitan la parte común a los dos círculos forman la figura llamada mandorla (almendra) o vesica piscis, bien conocida en el simbolismo arquitectónico y sigilario de la Edad Media. — En la antigua Masonería operativa inglesa, el número total de los grados de estas dos circunferencias, o sea 360 x 2 = 720, proporcionaba la respuesta a la cuestión relativa a la longitud del cable-tow; no podemos traducir este término especial, primero porque no hay ningún equivalente exacto en español, y después porque presenta fonéticamente un doble sentido que evoca (por asimilación al árabe qabeltu) el compromiso iniciático, de suerte que expresa, se podría decir, un «lazo» en todos los sentidos de esta palabra.
[xxxii] Esta figura puede ser considerada como la resultante de la proyección de cada uno de los triángulos precedentes sobre un plano perpendicular al suyo y que pasa por su base.
[xxxiii] El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos,  cap. XXX.
[xxxiv] En esta figura, representamos el término superior (el Cielo) por un círculo y el término inferior (la Tierra) por un cuadrado, lo que es, como se verá, conforme a los datos de la tradición extremo oriental; en cuanto al término mediano (el Hombre), lo representamos por una cruz, puesto que, como lo hemos expuesto en otra parte, ésta es el símbolo del «Hombre Universal» (cf. El Simbolismo de la Cruz).
[xxxv] Por eso es por lo que el «techo del Cielo» (Tien-ki) es también, como lo indicábamos en una nota precedente, el del Cosmos todo entero.
[xxxvi] Ya hemos indicado en otra parte por qué el número «diez mil» se toma para representar simbólicamente lo indefinido (Los Principios del Cálculo Infinitesimal, cap. IX). — Acerca del Cielo que «cubre», recordaremos que un simbolismo idéntico está incluido en el griego Ouranos, equivalente al sánscrito Varuna, de la raíz var, «cubrir», y también en el latín Caelum, derivado de caelare, «ocultar» o «cubrir» (ver El Rey del Mundo, cap. VII).
[xxxvii] La «operación del Espíritu Santo», de la cual hablábamos más atrás, es designada a veces en lenguaje teológico por el término obumbratio, que expresa en el fondo la misma idea.
[xxxviii] La palabra inglesa ground traduce aún más exactamente y más completamente que la palabra francesa correspondiente lo que queremos decir aquí.
[xxxix] Cf. la significación etimológica de la palabra «substancia», literalmente «lo que está debajo».
[xl] Esto nos permitirá comprender concretamente, a continuación, cómo el papel de «mediador» puede ser atribuido realmente a la vez al «hombre verdadero» y al «hombre transcendente», mientras que, sin esta precisión, parecería que no debe serlo más que este último exclusivamente.
[xli] Cf. el Simbolismo de la Cruz, cap. XXIII. — El primero de los dos puntos de vista indicados aquí es propiamente metafísico, mientras que el segundo es más bien de orden cosmológico, y, más precisamente, constituye el punto de partida mismo de toda cosmología tradicional.
[xlii] Ver El Simbolismo de la Cruz, cap. VI.
[xliii] Veremos que esta perpendicular tiene todavía otras significaciones que corresponden a puntos de vista diferentes; pero, por el momento, no consideraremos más que la representación geométrica del complementarismo del Cielo y de la Tierra.
[xliv] La figura formada por la vertical y la horizontal así dispuestas es también un símbolo bien conocido hasta en nuestros días en la Masonería anglosajona, aunque sea de aquellos que la Masonería llamada «latina» no ha conservado. En el simbolismo constructivo en general, la vertical es representada por la perpendicular o la plomada y la horizontal por el nivel. — Al mismo simbolismo corresponde también una disposición similar de las letras alif y ba del alfabeto árabe.
[xlv] El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XX.
[xlvi] En la geometría de tres dimensiones, la esfera corresponde naturalmente al círculo y el cubo al cuadrado.
[xlvii] Es menester aproximar a esto el hecho de que, en los símbolos de algunos grados masónicos, la abertura del compás, cuyos brazos corresponden a los lados laterales del triángulo de la figura 7, mide un cuarto del círculo, cuya cuerda es el lado del cuadrado inscrito.
[xlviii] Es por una aplicación similar del sentido inverso por lo que el Paraíso terrestre, que es también el punto de comunicación del Cielo y de la Tierra, aparece a la vez como situado en la extremidad del mundo según el punto de vista «exterior» y en su centro según el punto de vista «interior» (ver El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXIII).
[xlix] Este eje se identifica naturalmente con el rayo vertical de la figura precedente; pero, desde este punto de vista, este rayo, en lugar de corresponder al Cielo mismo, representa solo la dirección según la cual la influencia del Cielo actúa sobre la Tierra.
[l] Por eso es por lo que, como lo veremos más adelante, el eje vertical es también la «Vía del Cielo» (Tien-Tao).
[li] Esta asimilación aparecería como inmediatamente evidente en una lengua tal como el árabe, donde el vientre es el-batn, y lo interior el-bâten, la espalda es ez-zahr y lo exterior ez-zâher.
[lii] Sobre el valor simbólico de las monedas en las civilizaciones tradicionales en general, ver El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XVI.
[liii] Apenas hay necesidad de hacer observar que los caracteres son los nombres de los seres, y que, por consiguiente, representan a éstos de una manera completamente natural, sobre todo cuando se trata de una escritura ideográfica como es el caso para la lengua china.
[liv] La expresión Tien-hia, literalmente «bajo el Cielo», se emplea corrientemente en chino para designar el conjunto del Cosmos.
[lv] Así pues, sería menester no interpretar aquí esta distinción de luz y de sombra en términos de «bien» y de «mal» como a veces se hace en otras partes, como por ejemplo en el Mazdeísmo.
[lvi] Puede parecer extraño, a primera vista, que al lado yang sea la vertiente sur de una montaña, pero el lado norte de un valle o la orilla norte de un río (siendo naturalmente el lado yin siempre el opuesto a éste); pero basta considerar la dirección de los rayos solares, que vienen del Sur, para darse cuenta de que, en todos los casos, es efectivamente el lado iluminado el que se designa como yang.
[lvii] En particular, la medicina tradicional china se basa en cierto modo toda entera sobre la distinción del yang y del yin: toda enfermedad se debe a un estado de desequilibrio, es decir, a un exceso de uno de estos dos términos en relación al otro; es menester pues reforzar a este último para restablecer el equilibrio, y es así como se alcanza la enfermedad en su causa misma, en lugar de limitarse a tratar síntomas más o menos exteriores y superficiales como hace la medicina profana de los Occidentales modernos.
[lviii] Por eso es por lo que, según una fórmula masónica, el iniciado debe saber «descubrir la luz en las tinieblas (el yang en el yin) y las tinieblas en la luz (el yin en el yang)».
[lix] Expresada bajo esta forma, la cosa es inmediatamente comprehensible para la mentalidad extremo oriental; pero debemos reconocer que, sin las explicaciones que hemos dado precedentemente sobre este punto, el lazo así establecido entre las dos proposiciones tendría la naturaleza de desconcertar singularmente la lógica especial de los Occidentales.
[lx] Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XLVI.
[lxi] Se puede encontrar algo análogo a esto en el hecho de que, según el simbolismo del encadenamiento de los ciclos, los estados inferiores de la existencia aparecen como antecedentes en relación a los estados superiores; por eso es por lo que la tradición hindú representa a los Asuras como anteriores a los Dêvas, y describe por otra parte la sucesión cosmogónica de los tres gunas como efectuándose en el orden de tamas, rajas, sattwa, que va, por consiguiente, de la obscuridad a la luz (ver El Simbolismo de la Cruz, cap. V, y también El Esoterismo de Dante, cap. VI).
[lxii] De igual modo que el primer y el último de los ocho trigramas (koua), que comprenden así mismo tres trazos plenos y tres trazos quebrados; cada hexagrama esta formado por la superposición de dos trigramas semejantes o diferentes, lo que da un total de sesenta y cuatro combinaciones.
[lxiii] Esta figura se coloca habitualmente en el centro de los ocho trigramas dispuestos circularmente.
[lxiv] El Simbolismo de la Cruz, cap. XXII. — A este respecto, la parte yin y la parte yang representan respectivamente la huella de los estados inferiores y el reflejo de los estados superiores en relación a un estado dado de la existencia, tal como el estado individual humano, lo que concuerda estrictamente con lo que indicábamos hace un momento sobre la relación del encadenamiento de los ciclos con la consideración del yin como anterior al yang.
[lxv] La figura considerada como plana corresponde a la sección diametral del «Huevo del Mundo», en el nivel del estado de existencia en relación al que se considera el conjunto de la manifestación.
[lxvi] Las dos mitades están delimitadas por una línea sinuosa, que indica una interpenetración de los dos elementos, mientras que, si lo estuvieran por un diámetro, se podría ver en ello más bien una simple yuxtaposición. — Hay que precisar que esta línea sinuosa está formada de dos semi-circunferencias cuyo radio es la mitad del radio de la circunferencia que forma el contorno de la figura, y cuya longitud total es por consiguiente igual a la mitad de la de esta circunferencia, de suerte que cada una de las dos mitades de la figura está envuelta por una línea igual en longitud a la que envuelve la figura total.
[lxvii] Tai-i, es el Tao «con un nombre», que es la «madre de los diez mil seres» (Tao-te-king, cap. I). — El Tao «sin nombre» es el No-Ser, y el Tao «con un nombre» es el Ser: «Si fuera menester dar un nombre al Tao (aunque realmente no pueda ser nombrado), se le llamaría (como equivalente aproximado) la Gran Unidad».
[lxviii] Conformemente a las tendencias modernas, algunos no quieren ver en ello, naturalmente, más que un motivo simplemente «decorativo» u «ornamental»; pero olvidan o ignoran que toda «ornamentación» tiene originariamente un carácter simbólico aunque, por una suerte de «supervivencia», haya podido continuar siendo empleada en épocas en las que ese carácter había cesado de ser comprendido.
[lxix] Elías Lebasquais, Tradition hellénique et Art grec, en los Études traditionnelles, número de diciembre de 1935.
[lxx] La doble espiral es el elemento principal de algunos talismanes muy extendidos en los países islámicos; en una de las formas más completas, los dos puntos en cuestión están marcados por estrellas que son los dos polos; sobre una vertical mediana que corresponde al plano de separación de los dos hemisferios, y respectivamente por encima y por debajo de la línea que une las dos espirales una a la otra, están el Sol y la Luna; en fin, en los cuatro ángulos hay cuatro figuras cuadrangulares que corresponden a los cuatro elementos, identificados así a los cuatro «ángulos» (arkân) o fundamentos del mundo.
[lxxi] Ver El Simbolismo de la Cruz, cap. X.
[lxxii] Aquellos que se complacen en buscar puntos de comparación con las ciencias profanas podrían, por una aplicación de orden «microcósmico», aproximar estas figuraciones al fenómeno de la «cariocinesis», punto de partida de la división celular; pero entiéndase bien que, por nuestra parte, no atribuimos a todas las aproximaciones de este género más que una importancia muy relativa.
[lxxiii] Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XX. — El «Eje del Mundo» y el eje del ser humano (representado corporalmente por la columna vertebral) son igualmente designados uno y otro, en razón de su correspondencia analógica, por el término Mêru-danda.
[lxxiv] Ver El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XXX.
[lxxv] Ver El Rey del Mundo, cap. III.
[lxxvi] Para explicar la formación del caduceo, se dice que Mercurio vio dos serpientes que se batían (figura del caos), y que él las separó (distinción de los contrarios) con una vara (determinación de un eje según el cual se ordenará el caos para devenir el Cosmos), alrededor de la cual ellas se enrollaron (equilibrio de las dos fuerzas contrarias, que actúan simétricamente en relación al «Eje del Mundo»). Es menester precisar también que el caduceo (kêrukeion, insignia de los heraldos) es considerado como el atributo característico de dos funciones complementarias de Mercurio o Hermes: por una parte, la de intérprete o de mensajero de los Dioses, y, por otra, la de «psicopompo», que conduce a los seres a través de sus cambios de estado, o en los pasos de un ciclo de existencia a otro; estas dos funciones corresponden en efecto respectivamente a los dos sentidos descendente y ascendente de las corrientes representadas por las dos serpientes.
[lxxvii] Ver Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XLVII.
[lxxviii] Se sabe que éste era representado, de hecho, por el erizo fósil.
[lxxix] Estas asociación ha sido señalada por A. K. Coomaraswamy en su estudio Angel and Titan (sobre las relaciones de los Dêvâs y de los Asuras). — En el arte chino, la forma de la espiral aparece concretamente en la figuración del «doble caos», de las aguas superiores e inferiores (es decir, de las posibilidades informales y formales), frecuentemente en relación con el simbolismo del Dragón (ver Los Estados múltiples del Ser, cap. XII).
[lxxx] El cisne recuerda a la serpiente por la forma de su cuello; así pues, bajo algunos aspectos, es como una combinación de los dos símbolos del pájaro y de la serpiente que aparecen frecuentemente como opuestos o como complementarios.
[lxxxi] Por otra parte, se sabe que, en lo que concierne a las demás tradiciones, el simbolismo del cisne estaba ligado concretamente al simbolismo del Apolo hyperbóreo.
[lxxxii] Para precisar esta significación, los Dioscuros son figurados con gorros de forma hemisférica.
[lxxxiii] Es concretamente la significación de los nombre de Arjuna y de Krishna, que representan respectivamente a jîvâtmâ y a Paramâtmâ, o el «yo» y el «Sí mismo», la individualidad y la Personalidad, y que, como tales, pueden ser puestos en relación el uno con la Tierra y el otro con el Cielo.
[lxxxiv] Se podrá aproximar esto a lo que hemos indicado en una nota precedente a propósito del encadenamiento de los ciclos.
[lxxxv] Cf. el estudio de A. K. Coomaraswamy citado más atrás. — En el simbolismo bien conocido del «batimiento del mar», los Dêvas y los Asuras tiran en sentidos contrarios de la serpiente enrollada alrededor de la montaña que representa el «Eje del Mundo».
[lxxxvi] Ya hemos señalado esta relación en el Esoterismo de Dante.
[lxxxvii] Ver El Simbolismo de la Cruz, cap. XXII.
[lxxxviii] Bien entendido, eso no impide que el círculo represente por sí mismo un aspecto «dinámico» relativamente al cuadrado, así como lo hemos dicho más atrás; la consideración de los dos puntos de vista «dinámico» y «estático» implica siempre, por su correlación misma, una cuestión de relaciones. — Si, en lugar de considerar el conjunto de la manifestación universal, uno se limitara a un mundo, es decir, al estado que corresponde al plano de la figura supuesta horizontal, las dos mitades de éste representarían respectivamente, en todos los casos, el reflejo de los estados superiores y la huella de los estados inferiores en ese mundo, así como ya lo hemos indicado precedentemente a propósito del yin-yang.
[lxxxix] Bien entendido, no tomamos la palabra «evolución» más que en su sentido estrictamente etimológico, sentido que nada tiene en común con el empleo que se hace de ella en las teorías «progresistas» modernas.
[xc] Es curioso al menos que Léon Daudet haya tomado el símbolo de la doble espiral para «esquema del ambiente» (Courriers des Pays-Bas: ver la figura en Les Horreurs de la Guerre, y las consideraciones sobre el «ambiente» en Melancholia): el autor considera a uno de los polos como «punto de partida» y al otro como «punto de llegada», de suerte que el recorrido de la espiral debe ser considerado como centrífugo por un lado y como centrípeto por el otro, lo que corresponde bien a las dos fases «evolutiva» e «involutiva»; y lo que él llama «ambiente» no es otra cosa en el fondo que la «luz astral» de Paracelso, que conlleva precisamente el conjunto de las dos corrientes inversas de la fuerza cósmica que consideramos aquí.
[xci] Aquí hacemos alusión concretamente al simbolismo de los signos del grado 18º de la Masonería escocesa, y también al simbolismo del rito de la «pipa» en los Indios de América del Norte, que implica tres movimientos sucesivos que se refieren respectivamente al Cielo, a la Tierra y al Hombre, y que pueden traducirse por «solución», «coagulación», y «asimilación».
[xcii] El orden de sucesión de las dos fases desde este punto de vista muestra también por qué el yin está aquí antes que el yang.
[xciii] Esto encuentra numerosas aplicaciones en el dominio de las ciencias tradicionales; una de las más inferiores entre estas aplicaciones es la que se refiere a la «llamada» y a la «devolución» de las «influencias errantes» al comienzo y al fin de una operación mágica.
[xciv] Es la «muerte» a un estado y el «nacimiento» a otro, considerados como las dos caras opuestas e inseparables de una misma modificación del ser (ver El Simbolismo de la Cruz, cap. XXII, y Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XXVI).
[xcv] Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XLVII.
[xcvi] Por esto es por lo que Tai-ki, aunque es superior tanto al Cielo como a la Tierra y anterior a su distinción, aparece no obstante para nosotros como el «techo del Cielo».
[xcvii] Esto se podrá aproximar a las consideraciones que hemos expuesto en Los Principios del Cálculo infinitesimal, cap. XVII.
[xcviii] Según los comentadores del Tao-te-king, esta alternancia de los estados de vida y de muerte es «el vaivén de la lanzadera en el telar cósmico»; cf. El Simbolismo de la Cruz, cap. XIV, donde hemos señalado igualmente las demás comparaciones de los mismos comentadores con la respiración y con la revolución lunar.
[xcix] Se dice también en el mismo sentido «volver lo manifiesto oculto y lo oculto manifiesto».
[c] Qorân, VI, 95; sobre la alternancia de las vidas y de las muertes y el retorno al Principio, cf. cap. II, 28.
[ci] Para comprender las razones de esta restricción, uno no tendrá más que remitirse a lo que hemos explicado en nuestro Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XLII.
[cii] En el grado más elevado, esta «inversión» queda en estrecha relación con lo que el simbolismo cabalístico designa como el «desplazamiento de las luces», y también con esta palabra que la tradición islámica pone en boca de los awliyâ: «Nuestros cuerpos son nuestros espíritus, y nuestros espíritus son nuestros cuerpos» (ajsâmnâ arwâhnâ, wa arwâhna ajsâmnâ). — Por otra parte, en virtud de esta misma «inversión», se puede decir que, en el orden espiritual, es lo «interior» lo que envuelve a lo «exterior», lo que acaba de justificar lo que hemos dicho precedentemente sobre el tema de las relaciones del Cielo y de la Tierra.
[ciii] Por lo demás, en latín se dice potestas ligandi et solvendi; la «ligadura», en el sentido literal, se encuentra en el uso mágico de los nudos, que tiene por contrapartida el de los clavos en lo que concierne a la «disolución».
[civ] Ver Autoridad espiritual y poder temporal, cap. V y VIII, y también, sobre la relación de los «misterios mayores» y de los «misterios menores» con la «iniciación sacerdotal» y la «iniciación real» respectivamente, ver Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XXXIX y XL.
[cv] Se puede decir no obstante, en un cierto sentido, que el poder de «atar» prevalece en la llave que corresponde a lo temporal, y que el poder de «desatar» prevalece en la llave que corresponde a lo espiritual, ya que lo temporal y lo espiritual son yin y yang el uno en relación al otro; esto podría justificarse, incluso exteriormente, hablando de «constricción» en el primer caso y de «libertad» en el segundo.
[cvi] Existen diversas variantes de esta figura; la forma que reproducimos aquí se encuentra concretamente, al lado del swastika ordinario, sobre un vaso etrusco del Museo del Louvre. — Ver una figuración cristiana similar al swastika clavijero en la introducción de Mgr Devoucoux a la Histoire de l’antique cité d’Autun del canónigo Edme Thomas, p. XLVI.
[cvii] Sería menester, en todo rigor, decir un eje relativamente vertical y un eje relativamente horizontal el uno en relación al otro, puesto que el swastika debe considerarse como trazado en un plazo horizontal (ver El Simbolismo de la Cruz, cap. X). — La llave es un símbolo esencialmente «axial», de igual modo que el bastón y el cetro, que, en algunas figuraciones de Jano, reemplaza a la que corresponde al poder temporal o a los «misterios menores».
[cviii] En las figuraciones más habituales de Jano (Janus Bifrons), los dos rostros, entre otras significaciones, corresponden a los dos solsticios; pero existen también, aunque más raramente, figuraciones de Jano con cuatro rostros (Janus Quadrifons), que corresponden a los dos solsticios y a los dos equinoccios, y que presentan una semejanza bastante singular con el Brahmâ Chaturmukha de la tradición hindú.
[cix] Haremos observar de pasada que se podrían sacar de aquí algunas consecuencias en lo que concierne a la significación de la predominancia atribuida en algunas formas tradicionales a los solsticios y a los equinoccios en otras, concretamente para la fijación del comienzo del año; diremos solo que el punto de vista solsticial tiene en todo caso un carácter más «primordial» que el punto de vista equinoccial.
[cx] Esta simetría es particularmente manifiesta también en el caso de las dos serpientes del caduceo.
[cxi] La medicina, que dependía en los antiguos del «arte sacerdotal», corresponde por eso a una posición vertical de la doble espiral, en tanto que pone en acción, como lo hemos indicado más atrás, las fuerzas respectivas del yang y del yin. Esta doble espiral vertical es representada por la serpiente enrollada en S alrededor del bastón de Esculapio, y que por lo demás, en este caso, es figurada solo para expresar que la medicina no pone en obra más que el aspecto «benéfico» de la fuerza cósmica. — Hay que precisar que el término de «espagírica», que designa la medicina hermética, expresa formalmente, por su composición, la doble operación de «solución» y de «coagulación»; el ejercicio de la medicina tradicional es pues propiamente, en un orden particular, una aplicación del «poder de las llaves».
[cxii] Vajra es la palabrea sánscrita; la forma tibetana es dorje.
[cxiii] Es a la vez «rayo» y «diamante», por una doble acepción de la misma palabra, y, en la una y la otra de estas dos significaciones, es también un símbolo «axial».
[cxiv] Es lo que figuran también algunas armas de doble corte, concretamente, en el simbolismo de la Grecia arcaica, el doble hacha, cuya significación puede ser aproximada a la del caduceo. — Por otra parte, el rayo era representado en la tradición escandinava por el martillo de Thor, al que se puede asimilar el mazo del Maestro en el simbolismo masónico; así pues, éste es también un equivalente del vajra, y, como él, tiene el doble poder de dar la vida y la muerte, así como lo muestra su papel en la consagración iniciática por una parte y en la leyenda de Hiram por otra.
[cxv] Estos se asimilan en efecto, en la correspondencia espacial del ciclo anual, al Norte (invierno) y al Sur (verano), mientras que los dos equinoccios se asimilan al Este (primavera) y al Oeste (otoño); estas relaciones tienen concretamente una gran importancia, desde el punto de vista ritual, en la tradición extremo oriental.
[cxvi] Su complementario femenino es, en la tradición hindú, la concha shankha, y, en la tradición tibetana, la campanilla ritual dilbu, sobre la que se ve frecuentemente una figura femenina que es la de la Prâjnâ-pâramitâ o «Sabiduría transcendente» de la que ella es el símbolo, mientras que el vajra es el símbolo del «Método» o de la «Vía».
[cxvii] Los lamas tienen el vajra en la mano derecha y la campanilla en la mano izquierda; estos dos objetos rituales no deben estar separados nunca.
[cxviii] Se encuentra a veces, en el simbolismo tibetano, una figura formada de dos vajras cruzados, que es evidentemente un equivalente del swastika; las cuatro puntas corresponden entonces exactamente a las cuatro llaves del swastika clavijero.
[cxix] En antiguos manuscritos provenientes de la Masonería operativa, se trata, sin más explicación, de una cierta faculty of abrac; esta palabra enigmática abrac, que ha dado lugar a diversas interpretaciones más o menos fantasiosas, y que es en todo caso una palabra manifiestamente deformada, parece deber significar en realidad el rayo o el relámpago (en hebreo ha-baraq, en árabe el-barq), de suerte que, ahí también, se trataría propiamente del poder del vajra. Se puede comprender fácilmente, por todo esto, en virtud de qué simbolismo el poder de provocar tormentas ha sido considerado frecuentemente, en los pueblos más diversos, como una suerte de consecuencia de la iniciación.

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