Carlos Amadeu Botelho Byington
Sinopsis
La reducción
de las relaciones primarias al Complejo de Edipo, de Freud; a la díada niño-seno,
de Melanie Klein; y a la díada niño-madre de la tradición psicológica ha
impedido, desde siempre, percibir la pujanza de las relaciones primarias para
formar y transformar la identidad durante toda la vida. La conceptualización
del cuaternio primario requiere sanar esos reductivismos y preparar
conceptualmente a la Psicología para concebir el desarrollo de la personalidad
y la formación de la identidad del Ego y del Otro a partir de un cuaternio
formado por los significados de la figura de la madre, del padre, del vínculo
entre ellos y de las reacciones del niño. Este cuaternio representa las
relaciones primarias con toda su complejidad y amplitud estructurante. A
continuación, el autor describe el cuaternio conyugal y su función
estructurante en la mitad de la vida y el cuaternio cósmico y su función
estructurante en la elaboración de la muerte.
__________
He llamado
la atención sobre la hipótesis de que la ruptura entre Freud y Jung haya sido básicamente
emocional, lo que mutiló la reunión de la creatividad de estos dos genios en el
desarrollo de la psicología moderna, con consecuencias lamentables (Byington,
2005). El Psicoanálisis y la Psicología Analítica heredaron y transmitieron a
sus seguidores una aparente diferencia objetiva entre sus postulados teóricos,
que mantuvo disociados y limitados sus principales conceptos. Entre estos,
resalto la formación del Ego a partir de las relaciones primarias, descrita por
Freud, y el proceso de individuación, concebido por Jung. La separación de las
dos disciplinas basada en los conceptos de inconsciente personal e inconsciente
colectivo fue una gran falacia, pues hoy sabemos que todo en la Psique,
inclusive el Ego, posee un componente arquetípico.
La reunión
operacional de estas dos escuelas a través del cuaternio primario me parece ser
el camino de la elaboración y del rescate de parte importante de esta disociación
teórica. Espero que el intercambio de las cartas de Freud y Jung, realizado por
Ernst Freud y Franz Jung, haya sido un paso simbólico más de una aproximación
teórica que requiere una inmensa elaboración.
Sustituir simplemente el intercambio de las hostilidades por una cordialidad políticamente correcta, y dejar las teorías como están, sería, a mi modo de ver, una insensatez a ser evitada.
Sustituir simplemente el intercambio de las hostilidades por una cordialidad políticamente correcta, y dejar las teorías como están, sería, a mi modo de ver, una insensatez a ser evitada.
Continuando
con la aproximación e interacción entre el Psicoanálisis y la Psicología Analítica
a partir de un referencial simbólico y arquetípico, abordaré el Complejo de
Edipo dentro del concepto del cuaternio primario, que engloba la relación de la
madre, del padre, el vínculo entre ellos y las reacciones del niño a ellos para
formar la identidad del Ego y del Otro en el Self Familiar y en el Self del niño
desde el inicio de la vida.
Considero
el descubrimiento de la formación del Ego a partir de las relaciones primarias
uno de los mayores, sino el mayor, de los descubrimientos de Freud. Entre
tanto, creo que la subordinación de las relaciones primarias al Complejo de
Edipo introdujo una reducción y una patologización del desarrollo psicológico,
que deformaron la Psicología y la Pedagogía modernas de manera catastrófica en
la teoría y en la práctica. Freud descubrió y nombró genialmente el Complejo de
Edipo en sí mismo, pero, al generalizarlo para los niños normales, formuló un
absurdo, que solo se justifica si lo comprendemos como una defensa de negación
de su propia neurosis. El Mito de Edipo es un mito de la psicopatía y de la
psicosis en la estructura familiar y, por tanto, no puede servir de paradigma
para el desarrollo normal. De esta manera, describo el Complejo de Edipo como
una variante defensiva del cuaternio primario normal.
Jung
describió el Self como el principal de los arquetipos, y resaltó que el
cuaternio es una de las grandes expresiones de su abarcamiento de la totalidad.
Por el hecho de que Jung haya descrito el Self también para incluir el todo de
la personalidad, como el Ego, la Sombra y los demás arquetipos, escogí la
denominación Arquetipo Central para el principal de los arquetipos, siguiendo a
Perry (1974) y al propio Jung (1912). De esta manera, describí el cuaternio
primario como la manifestación cuaternaria del Arquetipo Central en la
estructuración simbólica de la consciencia a través de las relaciones primarias
dentro del Self.
Jung
conceptualizó el proceso de individuación en la segunda mitad de la vida (Jung,
1916) y Freud restringió el desarrollo de la libido principalmente hasta la
pubertad. El inicio de la aproximación teórica entre esos dos abordajes, que
comenzaron en polos opuestos, cupo a los seguidores de Jung, principalmente
Frances Wickes (1927), Jolande Jacobi (1965), Michael Fordham (1944) y Erich
Neumann (1949), que consideraron el enraizamiento arquetípico del Ego desde el
inicio de la vida. Este hecho tornó sin efecto la polaridad personal-arquetípico
que había sido usada por Jung y sus seguidores como la gran trinchera que
separaría el Psicoanálisis de la Psicología Analítica. Si el Ego es formado por
los arquetipos,
todo en la Psique es arquetípico y la polaridad personal-arquetípico no tiene más razón de ser. Desde 1980 vengo describiendo en artículos y libros las posiciones arquetípicas de la consciencia, mostrando que el funcionamiento de la polaridad Ego-Otro en la conciencia nunca puede dejar de ser arquetípico.
todo en la Psique es arquetípico y la polaridad personal-arquetípico no tiene más razón de ser. Desde 1980 vengo describiendo en artículos y libros las posiciones arquetípicas de la consciencia, mostrando que el funcionamiento de la polaridad Ego-Otro en la conciencia nunca puede dejar de ser arquetípico.
Fordham
fue quien primero asoció el Arquetipo Central a la formación del Ego desde el
inicio de la vida, llevado por el hecho de que niños de tierna edad hicieran
garabatos circulares en forma de mandala. Entre tanto, él mantuvo el esquema
pre-edípico de Melanie Klein y edípico de Freud para el desarrollo del Ego
(Fordham, 1944), practicando el mismo reductivismo que ellos, lo que limita y
deforma su teoría de desarrollo psicológico.
Siguiendo
a Bachofen, Neumann señaló la precedencia del Arquetipo Matriarcal sobre el
Arquetipo Patriarcal en la historia (1949) y en la formación del Ego desde el
inicio de la vida (1955), pero redujo lo matriarcal a la Gran Madre y a lo
femenino, y la díada primaria a la relación niño-madre. El hecho de que
tradicionalmente la contención y el cuidado (holding e caring, de Winnicott)
sean ejercidos por figuras femeninas maternas llevó a los estudiosos de las
relaciones primarias a describir una relación niño-madre pre-edípica. Así, se
estableció que el niño en el inicio de la vida era capaz solamente de una
relación diádica con la cuidadora materna, la cual sería seguida de una relación
triádica edípica con la entrada del padre en el Complejo de Edipo. De esta
manera, la figura del padre fue identificada con el Arquetipo Patriarcal y
excluida de la relación primaria, coordinada por el Arquetipo Matriarcal. Se
refrendó, así, la figura lamentable del padre distante del niño en el
acogimiento, en el jugar, en la ternura y en los cuidados primarios, reducida a
proveedor e impositor del orden y del castigo. De esta manera, la deformación
de la figura del padre en la formación de la identidad primaria fue confirmada
como normal por la Psicología, a pesar de que sus consecuencias machistas hayan
sido tan perjudiciales para la formación de la identidad del hombre y de la
mujer y, sobre todo, para su relación conyugal adulta.
No
queriendo decir que la polaridad niño-seno es totalmente pre-edípica, Melanie
Klein afirmó que la relación con el seno es, en realidad, triádica y que el pezón
es el tercer elemento, representando el futuro pene del padre. Entre tanto, esa
noción fue poco convincente y las relaciones primarias pasaron a ser reducidas
a la vivencia diádica niño-madre (Klein, 1959).
De este
modo, la relación triádica, considerada edípica, pasó a ser descrita a partir
de la entrada del padre, que traería la formación del superego y de la ley y
que alejaría al niño de la relación incestuosa con la madre.
Así fue
que muchos autores describieron la formación del Ego a partir de la díada niño-madre,
como, por ejemplo, Anna Freud (1927), Melanie Klein (1959), Fairbairn (1952),
Fordhan (1969), Neumann (1955), Winnicott (1964), Jacobsen (1964), Stern
(1985), Bowlby (1969) y Jacoby (1996).
Todos
estos autores redujeron la relación primaria a la díada niño-madre y, hasta
donde yo sé, solamente Dorothy Dinnerstein (1976) afirmó que el padre también
debería formar parte de la relación primaria, sin lo cual sería muy difícil
para el niño desarrollar, en la vida adulta, una relación dialéctica
igualitaria entre el hombre y la mujer.
Por el hecho
de estudiar la búsqueda de la relación dialéctica de alteridad entre el hombre
y la mujer y de concordar enfáticamente con Dorothy Dinnerstein, busqué
describir la participación del padre junto con la díada niño-madre en la
formación del Ego desde el inicio de la vida, y constaté que la mayor
dificultad para hacerlo se debe a que la relación inicial del niño sea
exclusivamente diádica.
Al seguir
a Neumann y atribuir la coordinación de la relación primaria al Arquetipo
Matriarcal, describí la posición insular binaria, o sea, diádica, de la relación
Ego-Otro en la conciencia como expresión de este arquetipo. Entre tanto, no
seguí a Neumann en la identificación del Arquetipo Matriarcal con la Gran
Madre, pues en él incluí tanto lo femenino cuanto lo masculino, tanto el hombre
como la mujer y tanto el padre como la madre.
Sabemos
que la díada primaria niño-madre puede abarcar figuras maternas variadas, como
la madrastra, la abuela, la madrina, tías, niñeras, hermanas mayores y otras.
Observando a jóvenes parejas modernas, percibí que las relaciones primarias diádicas
del bebé pueden incluir también al padre paralelamente con las relaciones diáticas
con las figuras maternas. Entonces, pude concluir que, si eso no sucedía antes,
era porque la identidad patriarcal tradicional machista del hombre lo impedía,
en la teoría y en la práctica.
Los
patrones arquetípicos pueden ser dominantes en fases diferentes de la vida y de
la historia. No hay duda de que el patrón patriarcal se tornó dominante de
forma creciente en la civilización. Su posición característica de la relación
Ego- Otro en la conciencia es la posición polarizada (triádica) que reúne los
opuestos de manera desigual, en la cual un opuesto es superior al otro
(Byington, 2004) Fue esta posición la que coordinó la identidad del hombre y de
la mujer durante más de diez mil años. Así, en la conciencia colectiva de
predominio patriarcal, se estableció “científicamente” que la vocación
constitucional de la mujer era la dedicación a los quehaceres del hogar, y la del
hombre el desempeño del poder social y económico.
La
consecuencia de esta mentalidad patriarcal en la Psicología fue la noción
tomada como hecho de que la díada primaria sería exclusiva del niño con la
madre o con cualquier cuidadora que ejerciese lo maternal. La otra consecuencia
de esa mentalidad es que la figura paterna solamente se tornaría activa en la
relación triádica para ejercer la autoridad y la separación incestuosa entre
madre e hijo. La conceptualización de Jung de los Arquetipos del Anima, como lo
femenino en la personalidad del hombre y del Animus, como lo masculino en la
personalidad de la mujer dentro del proceso de individuación común a los dos géneros,
vino a revolucionar la identidad del hombre y de la mujer en la Psicología.
Dentro de esa perspectiva, los papeles referentes a la identidad de ellos no
están predeterminados, puesto que se revelan por la vocación de cada uno
durante la vida. De esta manera, se invalidaron los papeles profesionales y
aquellos desempeñados en el hogar, que serían características exclusivas de
cada género, y el hombre y la mujer pudieron romper las cadenas de los
prejuicios tradicionales y seguir dentro y fuera del hogar el llamado de su
vocación (Byington, 1986). Así, comenzamos a tener mujeres en la carrera
militar, económica, médica, administrativa y política, y a hombres en el
ejercicio de las tareas domésticas, como la culinaria, la decoración, la estética
y también la enfermería, el ballet e incluso prestando los primeros cuidados al
bebé.
Describí
este patrón post-patriarcal en la identidad del hombre y de la mujer como el
patrón de alteridad (Byington, 1980), en el cual la polaridad Ego-Otro y todos
los demás opuestos, se relacionan de forma dialéctica con los mismos derechos
de expresión (Byington, 1986). Con el tiempo, me di cuenta de que el patrón de
alteridad en la Conciencia corresponde a un arquetipo que llamé Arquetipo de la
Alteridad, que engloba los arquetipos del Anima y del Animus (Byington, 1992).
Buscando la constelación mítica de ese arquetipo en la historia, descubrí que él
corresponde al Mito Cristiano en el Occidente y al Mito del Buda en Oriente,
que predican igualmente la compasión en las relaciones entre las polaridades
Ego-Otro y entre todos los opuestos de un modo general, inclusive hombre -
mujer y padre - madre (Byington, 1983).
Percibimos,
así, que fue la transformación post-patriarcal de la identidad del hombre y de
la mujer por el Arquetipo de Alteridad, lo que los llevó a una apertura democrática
y amorosa para desempeñar cualquiera de los papeles tradicionalmente atribuidos
exclusivamente a uno y al otro (Byington, 1992), inclusive el de cuidador de niños
desde la más tierna edad.
La Polaridad Ego-Otro en la Conciencia
Concibo al
Ego como el conjunto de las representaciones del sujeto y a los Otros como el
conjunto de las representaciones del no-Ego. A partir de la noción de que las
identidades del Ego y del Otro son formadas por el mismo proceso de elaboración
simbólica coordinado por los cuatro arquetipos regentes, que operan alrededor
del Arquetipo Central, conceptualicé que no solamente el Ego, sino la polaridad
Ego-Otro ocupa el centro de la Conciencia y de la Sombra. En ese caso, la
identidad del Otro se forma y se transforma durante toda la vida de la misma
manera que la identidad del Ego (Byington, 2004)
La formación
de la identidad del Ego de un hombre, por ejemplo, es influenciada por todos
los hombres que conoció, comenzando por su padre; y la identidad del Otro
mujer, en este mismo hombre, es matizada por todas las mujeres que conoció,
comenzando por su madre. De hecho, es impresionante cómo, con frecuencia, un
hombre tendrá las imágenes del Arquetipo del Anima expresados con características
de su madre y cómo estas lo influenciarán para buscar una relación conyugal con
una mujer parecida a ella u opuesta a ella. De la misma forma, es común que el
Animus influencie a la mujer en su búsqueda de un cónyuge parecido a su padre u
opuesto a él.
El Cuaternio Primario
La inclusión
de la figura del padre en las relaciones primarias diádicas del bebé permite la
conceptualización del cuaternio primario, que incluye los significados de la
figura de la madre o sus substitutas (complejo materno), de la figura del padre
o sus substitutos (complejo paterno), del vínculo entre ellos y de las
reacciones del niño. Así, el cuaternio primario es la expresión de la función
estructurante totalizadora del Arquetipo Central en la formación de la
identidad del Ego y del Otro en la Conciencia y en la Sombra lo que influenciará
de manera fundamental todo el proceso de individuación.
Estamos
tan condicionados por el sesgo edípico del Psicoanálisis, que tenemos
dificultad de percibir que mucho antes de que el niño reaccione con atracción o
repulsión a los padres, él se identifica con aspectos de uno y de otro, con el
vínculo entre ellos y con sus reacciones a ellos de manera imprevisible y en
grados muy variables. Es muy difícil percibir cuánto las identificaciones
primarias afectan, en cada caso, la identidad sexual, pero es importante darnos
cuenta de que muchas de las características adquiridas en las relaciones
primarias no dependen del género. De esta manera, el niño puede identificarse
con muchas cualidades de su madre sin feminizarse y la niña con las de su
padre, sin masculinizarse.
Un hombre
de treinta y dos años presenta como trazos de personalidad mucha asertividad,
integridad y gran capacidad de realización, los cuales corresponden en gran
parte a la personalidad de su madre, en contraposición a la fragilidad soñadora,
delicada y pasiva de su padre. Él es heterosexual y no presenta ninguna
feminización. Vemos aquí una identificación dominante de un hombre con su
madre, pero que no afectó su identidad sexual.
Un hombre
de veintiocho años es homosexual, delicado, sensible, muy romántico y tiene
algunos amaneramientos femeninos. Siente atracción por hombres, pero no le
desagradan las mujeres. Siente una total sintonía con su madre, que es sensible
y afectiva y una gran aversión a su padre, que es agresivo, machista y rudo.
Los padres se separaron cuando él tenía ocho años. Él busca la posición pasiva
en la relación homosexual y, a pesar de tener erección, afirma que su pene no
es activo en la relación sexual. Veo aquí una identificación dominante de él
con su madre, que incluyó, por lo menos parcialmente, su identidad sexual. Es
probable que estas características de la identidad sexual se hayan formado
durante la fase anal del desarrollo, descrita por Freud.
Una mujer
de cuarenta años se convirtió en una ejecutiva de mucho éxito y se casó con un
hombre frágil y dependiente, que necesitó mucho su ayuda para seguir una
profesión. Su madre, a su vez, era también muy pasiva y dependiente, lo que
muestra claramente el predominio de la identificación con el padre en las
relaciones primarias, pues él es también un ejecutivo asertivo y exitoso. A
pesar de este claro predominio de la identificación con su padre, ella, como su
madre, es muy femenina y no tiene el menor trazo de masculinización.
El Examen de las Influencias del Cuaternio Primario en la Personalidad
Para
examinar la personalidad a través del cuaternio primario, debemos hacer una
lista de las características semejantes al padre, a la madre y a las figuras
relacionadas con ellos. A continuación, debemos también enumerar los aspectos
que aprendemos del vínculo entre ellos y que observamos en las relaciones con
las personas, las cosas, la naturaleza y con el propio cuerpo.
Es
importante observar que muchas de las identificaciones primarias pueden ser
defensivas, pues ocurren en función de fijaciones y defensas inherentes a los
complejos parentales o al vínculo entre ellos, o incluso al significado
atribuido por el niño a sus propias reacciones. Así, en la lista que hacemos de
las características semejantes a los padres, debemos señalar las que operan
normalmente en la personalidad y las que se expresan a través de las fijaciones
y defensas en la Sombra. Destacamos así, que las características que forman la
identidad a partir del cuaternio primario lo hacen por identificación y también
por reacción aversiva del niño a los padres. Muchas de las reacciones aversivas
del niño son dirigidas a la Sombra de los padres, pero eso no significa que,
incluso así, esas características no puedan tornarse parte de la Sombra del niño.
Un hombre
de treinta y siete años amó mucho a su padre, pero, con el tiempo, pasó a tener
horror a la crítica, a la agresividad y a las reacciones de descontrol
emocional de él. Este hombre era una persona muy afectiva, sensible y de gran
capacidad de compasión, pero, para su disgusto, tenía un complejo fijado que,
si era constelado, poseía a la personalidad con crisis de intolerancia, crítica
intempestiva y descontrol emocional, que eran la copia del lado negativo de su
padre.
Las
reacciones edípicas descritas por Freud, que ciertamente existen con gran
frecuencia, son aquí vistas como variantes, en la mayoría de los casos
defensivas, esto es, patológicas, del cuaternio primario.
La Psicodinámica y la Genética
El Cuaternio Primario y el Imprint
Freud
describió la formación de la identidad a través de las tendencias incestuosa y
parricida presentes en el Complejo de Edipo. Esto significa que para él la
identidad se forma fundamentalmente por las reacciones del niño a los padres.
La descripción de las innumerables funciones estructurantes contenidas en el
cuaternio primario postula, entre tanto, que la formación de la identidad del
Ego y del Otro se da principalmente por la función estructurante de la imitación,
que abarca la identificación proyectiva descrita por Melanie Klein.
Estas
consideraciones nos remiten al fenómeno del “imprint filial”, profusamente
estudiado en la Etolología y poco aprovechado en la Psicología, que es la forma
más primaria de la función estructurante de la imitación, pues ocurre
predominantemente de manera inconsciente. Él fue descubierto en el siglo XIX
por el biólogo aficionado Douglas Spalding y muy popularizado por el trabajo
con gansos del zoólogo Konrad Lorenz, ganador del premio Nobel. Konrad demostró
que esas aves, nacidas de huevos incubados, imprimen en su identidad en las
primeras 36 horas de vida la imagen de prácticamente cualquier objeto asociado
al cuidador, incluso las imágenes de sus botas.
El imprint
filial está cada vez más siendo estudiado en el desarrollo del niño. Un grupo
de investigadores llegó a atribuir el inicio del aprendizaje al imprint filial,
cuando el feto comienza a reconocer la voz de los padres (Kisilevski et al,
2003). El componente del imprint filial es una de las funciones estructurantes
de la mayor importancia del cuaternio primario. Su expresión arquetípica
funciona durante toda la vida enraizada principalmente en la función
estructurante imitativa coordinada por el Arquetipo Matriarcal. El
descubrimiento de la neurona espejo vino a corroborar neurológicamente ese fenómeno.
Todo
arquetipo es virtual y necesita los símbolos para humanizarse. De esta manera,
podemos darnos cuenta de que el Arquetipo Central, desde la concepción del bebé,
está imbuido de una fortísima avidez por todos los fenómenos para estructurar
la Conciencia. Podemos incluso decir que los símbolos y las funciones
estructurantes son el combustible del Arquetipo Central. Esa voracidad
extraordinaria es proporcional al potencial a través del cual el Arquetipo
Central coordina el proceso de individuación. En ese sentido, el imprint filial
forma parte del inmediatismo con el cual el Arquetipo Central coordina el
movimiento más básico de la relación estructurante entre el sujeto y su entorno
a través de la identificación.
El Cuaternio Primario, el Efecto Westermarck y el
Incesto
El antropólogo
Edward Westermarck (1921) contrarió la visión de Freud, de que lo perverso
polimorfo es naturalmente incestuoso, al describir la atracción sexual menor
entre personas de la misma comunidad.
Aquello
que es hoy conocido como el efecto Westermarck postula que jóvenes criados
juntos tienen mucho menos tendencia a sentirse atraídos sexualmente que
aquellos criados separados. Según él, el tabú de incesto viene a establecer una
tendencia natural ya existente en el ser humano.
Dentro de
las características del imprint presentes en el cuaternio primario, podemos
levantar la hipótesis de que el efecto Westermarck ocurra por el hecho de que
el niño forme muchas características de su identidad, inclusive
identificaciones con su padre y su madre, antes o independientemente de
desarrollar su identidad sexual. De hecho, las relaciones primarias son
inicialmente asexuadas, y este imprint condiciona la relación íntima asexuada
en la vida adulta.
El Cuaternio Primario y la Teoría de la Metempsicosis o Reencarnación
El
cuaternio primario influencia de manera fundamental nuestro proceso de
individuación. Las características saludables integradas a partir de él en la
identidad son la base para nuestro desarrollo productivo en la madurez. En
cambio sus características fijadas y defensivas irán a establecer la Sombra,
desde el inicio de la vida.
La
introyección psicodinámica de las características de nuestros padres a través
del cuaternio primario sumada a nuestra herencia genética es, posiblemente, la
base psicológica de la doctrina de la reencarnación y del Karma, en el
Hinduismo, que acompaña nuestro proceso de individuación. Podemos así
comprender psicológicamente que, al formar nuestra identidad, nos tornamos
simultáneamente herederos de un largo pasado histórico y corresponsables por el
desarrollo futuro de la humanidad como parte de nuestro proceso de individuación.
El Cuaternio Primario y el Cuaternio Conyugal
El
cuaternio primario es el principal factor estructurante en las tres primeras
fases de la vida, o sea, en la fase intra-uterina, en la primera y en la
segunda infancia. A partir de la pubertad, con la activación de las glándulas
sexuales y el extraordinario impulso erótico-afectivo-existencial en dirección
a un compañero, el cuaternio primario sufre un gran impacto transformador en la
relación con el cuaternio conyugal.
En este
impacto, el Arquetipo de la Conjunción, que es común a los dos cuaternios, pasa
por un gran cambio. Mientras que en el cuaternio primario los dos grandes Otros
que componen el cuaternio son los complejos parentales, en el cuaternio
conyugal la gran polaridad será entre dos opuestos en la heterosexualidad o dos
semejantes en la homosexualidad. En lugar de la asociación entre los complejos
materno y paterno, regidos principalmente por los Arquetipos Matriarcal y
Patriarcal, tendremos ahora el encuentro del Anima y del Animus, coordinados
por el Arquetipo de la Alteridad. Al formular empíricamente el encuentro entre
estos dos cuaternios, Freud observó que el casamiento reúne siempre seis
personas, pues los padres de los novios son parte inseparable de la relación
conyugal.
La
capacidad estructurante del cuaternio conyugal diferenciará mucho la identidad
de los componentes introyectados a partir del cuaternio primario y agregará a
ellos mucho de lo que les falta para la búsqueda de la individualidad profunda
y de la realización del potencial de totalidad del Arquetipo Central.
El
cuaternio conyugal hace interactuar al Arquetipo del Anima y la Sombra en la
personalidad del hombre con el Arquetipo del Animus y la Sombra en la
personalidad de la mujer. Esta interacción ocurre de manera dialéctica y
cuaternaria, regida por el Arquetipo de la Alteridad. Además de los géneros, el
cuaternio conyugal puede abarcar, también, la relación del Anima de un hombre
con su vocación profesional y todos las demás relaciones de la vida adulta,
inclusive con el Anima de otro hombre en un proceso homosexual. Lo mismo ocurre
con el Animus de una mujer.
De la misma forma que el Arquetipo Central, a través del Arquetipo de la
Conjunción, inunda de trascendencia y de características divinas y de totalidad
las relaciones del niño con sus padres en el cuaternio primario, lo mismo
sucede con el cuaternio conyugal. Esto explica porqué este cuaternio es el
principal responsable por la estructuración de la personalidad en la vida
adulta y hace del amor conyugal y de las vocaciones creativas su tema central,
burbujeando de trascendencia y de totalidad.
El Cuaternio Cósmico y la Muerte
En la fase
final de la vida, el Arquetipo Central activa, a través del Arquetipo de la
Conjunción, el tercer cuaternio de desarrollo de la Conciencia. Se trata del
cuaternio cósmico, que relacionará el cuerpo personal y el cuerpo cósmico en la
interacción de la vida con la muerte.
La
declinación del vigor sexual debilita la pujanza del cuaternio conyugal y torna
la relación hombre-mujer menos erótica y más de compañerismo y amistad.
La relación
del cuerpo personal con el cuerpo cósmico coordina, en la Conciencia, la
interacción de la finitud con la eternidad en la última fase de la vida.
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