Luz
o la morada de la inmortalidad El Hombre y su devenir según el Vêdanta
René Guenón, en El Rey del Mundo
Las tradiciones relativas al mundo
subterráneo se encuentran en un gran número de pueblos; no tenemos la
intención de juntarlas todas aquí, tanto más cuanto que algunas de entre ellas
no parecen tener una relación muy directa con la cuestión que nos ocupa. No
obstante, de una manera general, se podría observar que el culto de las cavernas está siempre más o menos ligado a la idea de lugar interior o de lugar central, y que, a este respecto , el símbolo de la caverna y
el del corazón están bastante cera el uno del otro[1]. Por
otra parte, hay realmente, tanto en Asia central como en América y quizás en
otras partes también, cavernas y subterráneos donde algunos centros iniciáticos
han podido mantenerse desde hace siglos; pero, al margen de este hecho, hay, en
todo lo que se cuenta sobre este tema, una parte simbólica que no es muy
difícil de despejar; y podemos pensar incluso que son precisamente razones de
orden simbólico las que ha determinado la elección de lugar subterráneos para
el establecimiento de esos centros iniciáticos, mucho más que motivos de simple
prudencia. Saint-Yves habría podido explicar quizás este simbolismo, pero no lo
ha hecho, y es eso lo que da a algunas partes de su libro una apariencia de
fantasmagoría[2]; en
cuanto a M. Ossendowski, era ciertamente incapaz de ir más allá de la letra y
de ver en lo que se le decía otra cosa que el sentido más inmediato.
Entre las tradiciones a las que hacíamos alusión hace un momento,
una hay que presenta un interés particular; se encuentra en el Judaísmo y
concierne a una ciudad misteriosa llamada
Luz[3]. Ese nombre era originariamente el del
lugar done Jacob tuvo el sueño a consecuencia del cual le llamó Beith-El, es decir, casa de Dios[4];
volveremos más tarde sobre este punto. Se dice que el Ángel de la Muerte no puede penetrar en esa ciudad y que no tiene
ningún poder en ella; y, por una aproximación bastante singular, pero también
muy significativa, algunos la sitúan cerca del Aborj, que es igualmente, para los Persas, la “morada de la
inmortalidad”.
Cerca de Luz, hay, se
dice, un almendro (llamado también luz
en hebreo) en cuya base hay una oquedad por la que se penetra en un subterráneo[5]; y
este subterráneo conduce a la ciudad misma, que está enteramente oculta. La
palabra Luz, en sus diversas acepciones, parece, por lo demás derivada de una
raíz que designa todo lo que está oculta, cubierto, envuelto, silencioso,
secreto; y que notar que las palabras que designan el Cielo tienen primitivamente
la misma significación. Ordinariamente se relaciona coelum al griego koilon,
“oquedad” (lo que puede tener también una relación con la caverna, tanto más
cuanto que Varrón indica esa relación en estos términos: A cavo coelum); pero es menester precisar también que la forma más
antigua y más correcta parece ser caelum,
que recuerda muy de cerca de a la palabra caelare,
literalmente “ocultar”. Por otra parte, en sánscrito, Varuna viene de la raíz var,
“cubrir” (lo que es igualmente el sentido de la raíz kal a la que se vincula el latín celare, otra forma de caelare,
y su sinónimo griego kaluptein)[6]; y el
griego Ouranos no es más que otra
forma del mismo nombre, puesto que var
se cambia fácilmente en ur. Así pues,
estas palabras pueden significar “lo que cubre”[7], “lo
que se oculta”[8], pero
también “lo que está oculto”, y este último sentido es doble: es lo que está
oculto a los sentidos, es decir, el dominio suprasensible, y es también, en los
períodos de ocultamiento o de oscurecimiento, la tradición que cesa de estar
manifestada exterior y abiertamente, deviniendo entonces el “mundo celeste” el
“mundo subterráneo”.
Bajo otro aspecto, hay que establecer todavía una aproximación con
el Cielo: a Luz se le llama la
“ciudad azul, y este color, que es el del zafiro[9], es
el color celeste. En la India, se dice que el color azul de la atmósfera se
produce por la reflexión de la luz sobre una de las caras de Mêru, la cara meridional, que mira al Jambu-dwîpa, y que está hecha de zafiro;
es fácil comprender que esto se refiere al mismo simbolismo. El Jambu-dwîpa no es solo la India como se
cree de ordinario, sin que representa en realidad todo el conjunto del mundo
terrestre en su estado actual; y, en efecto, este mundo puede ser considerado
como situación todo entero al sur de Mêru,
puesto que éste se identifica con el polo septentrional[10]. Los
siete dwipas (literalmente “islas” o
“continentes”) emergen sucesivamente en el curso de ciertos períodos cíclicos,
de suerte que cada uno de ellos es el mundo terrestre considerado en el período
correspondiente; forman un loto cuyo centro es el Mêru, en relación al cual están orientados según las siete regiones
del espacio[11]. Así
pues, hay una cara del Mêru que está
vuelta hacia cada uno de los siete dwîpas;
si cada una de estas caras tiene uno de los colores del arcoiris[12], la
síntesis de estos siete colores es el blanco, que se atribuye por todas partes
a la autoridad espiritual suprema[13], y
que es el color de Mêru considerado
en sí mismo (veremos que se le designa efectivamente, como la “montaña blanca”)
mientras que los demás colores representan solo sus aspectos en relación a los
diferentes dwipas. Parece que, para
el período de manifestación de cada dwipa,
haya una posición diferente de Mêru;
pero en realidad, el Mêru es inmutable,
puesto que es el centro, y es la orientación del mundo terrestre en relación a
él la que es cambiada de un período a otro.
Volvamos a la palabra hebraica
luz, cuyas diversas significaciones son muy dignas de atención; esta
palabra tiene ordinariamente el sentido de “almendra” (y también de “almendro”,
puesto que designa por extensión tanto al árbol como a su fruto) o de “hueso”;
ahora bien, el hueso es lo más interior y oculto que hay, y está enteramente
cerrado, de ahí la idea de “inviolabilidad”[14]
(idea que se vuelve a encontrar en el nombre de Agarttha). La misma palabra
luz es también el nombre dado a una partícula corporal indestructible,
representada simbólicamente como un hueso muy duro, y a la cual el alma
permanecería ligada después de la muerte y hasta la resurrección[15].
Como el hueso de la almendra contiene el germen, y como el hueso corporal
contiene la médula, este luz contiene
los elementos virtuales necesarios a la restauración del ser; y esta
restauración de operará bajo la influencia del “rocío celeste”, que revivifica
las osamentas desecadas; es a esto a lo que hace alusión, de la manera más
clara, esta palabra de San Pablo: “Sembrado en la corrupción, resucitará en la
gloria”[16].
Aquí como siempre, la “gloria” se refiere a la Shekinah, considerada en el mundo superior, y con la cual el
“rocío celeste” tiene una estrecha relación, así como ya hemos podido darnos
cuenta de ello precedentemente. Puesto que el luz es imperecedero[17], es,
en el ser humano, el “núcleo de la inmortalidad”, como el lugar que es
designado por el mismo nombre es la “morada de la inmortalidad”: ahí se
detiene, en los dos casos, el poder del “Ángel de la Muerte”. Es en cierto modo
el huevo o el embrión del Inmortal[18];
puede ser comparado también a la crisálida de donde debe salir la mariposa[19],
comparación que traduce exactamente su papel en relación a la resurrección.
Se sitúa al luz hacia la
extremidad inferior de la columna vertebral; esto puede parecer bastante
extraño, pero se aclara por una aproximación a lo que la tradición hindú dice
de la fuerza llamada kundalini[20], que
es una forma de la Shakti considerada
como inmanente en el ser humano[21].
Esta fuerza es representada bajo una figura de una serpiente enrollada sobre sí
misma, en una región del organismo sutil que corresponde también a la
extremidad inferior de la columna vertebral; al menos es así en el hombre
ordinario; pero, por el efecto de prácticas tales como las del Hatha – Yoga, ella se despierta, se despliega
y se eleva a través de las “ruedas” (chakras)
o “lotos” (kamalas) que responden a
los diversos plexos, para alcanzar la región que corresponde al “tercer ojo”,
es decir, al ojo frontal de Shiva.
Este estadio representa la restitución del “estado primordial”, donde el hombre
recupera el “sentido de la eternidad” y, por eso mismo, obtiene lo que hemos
llamado en otra parte la inmortalidad virtual. Hasta aquí, todavía estamos en
el estado humano; en una fase ulterior, kundalini
alcanza finalmente la coronilla de la cabeza[22], y
esta última fase se refiere a la conquista efectiva de los estados superiores
del Ser. Lo que parece resultar de esta aproximación, es que la localización
del luz en la parte inferior del
organismo se refiere solo a la condición de “hombre caído”; y para la humanidad
terrestre considerada en su conjunto, ocurre lo mismo con la localización del
centro espiritual supremo en el “mundo subterráneo” [23].
[1] La
caverna o la gruta representa la cavidad del corazón, considerado como centro
del ser, y también el interior del “Huevo del Mundo”
[2] Citaremos
como ejemplo el pasaje donde se trata del “descenso a los Infiernos”; aquellos
que tengan ocasión para ello podrán compararle con lo que hemos dicho sobre el
mismo tema en El Esoterismo de Dante.
[3] Las
reseñas que utilizamos aquí están sacadas en parte de la Jewish Encyclopedia (VII, 219)
[4] Génesis, XXVIII, 19
[5] En
las tradiciones de algunos pueblos de América del Norte, se habla también de un
árbol por el que hombres que vivían primitivamente en el interior de la tierra
habrían llegado a la superficie, mientras que otros hombres de la misma raza
habrían permanecido en el mundo subterráneo. Es verosímil que Bulwer-Lytton se
haya inspirado en estas tradiciones en La
Raza futura (The Comming Race).
Una nueva edición lleva el título: La
Raza que nos exterminará
[6] De
la misma raíz kar derivan otras
palabras latinas, como caligo y
quizás también el compuesto occultus.
Por otro lado, es posible que la forma caelare
provenga originalmente de una raíz diferente caed, que tiene el sentido de “cortar” o “dividir” (de donde
también caedere) y, por consiguiente
los de “separar” y “ocultar”; pero, en todo caso, las ideas expresadas por
estas raíces están, como se ve, muy cerca unas de otras, lo que ha podido
llevar fácilmente la asimilación de caelare
y de celare, incluso si estas dos
formas son etimológicamente independientes.
[7] El
“Techo del Mundo” asimilable a la “Tierra Celeste” o “Tierra de los Vivos”,
tiene en las tradiciones del Asia central, relaciones estrecha con el “Cielo
Occidental” donde reina Avalokitêshwara.
A propósito del sentido de “cubrir”, es menester recordar también la
expresión masónica de “estar cubierto”:
el techo de la Logia representa la bóveda celeste.
[8] Es
el velo de Isis o de Neith en los Egipcios, el “velo azul” de
la Madre universal en la tradición extremo oriental (Tao-te-king, cap. VI); si se aplica este sentido al cielo visible,
se puede encontrar en él una alusión al papel del simbolismo astronómico que oculta o revela las verdades superiores.
[9] El zafiro
desempeña un papel importante en el simbolismo bíblico; en particular, aparece
frecuentemente en las visiones de los Profetas.
[10] El Norte se
llama en sánscrito Uttara, es decir,
la región más elevada; el Sur se llama Dakshina,
la región de la derecha, es decir, la que uno tiene a su derecha al volverse
hacia el Oriente. Uttarâyana es la
marcha ascendente del Sol hacia el Norte, que comienza en el solsticio de
invierno y que termina en el solsticio de verano; dakshnâayana es la marcha descendente del Sol hacia el Sur, que
comienza en el solsticio de verano y que termina en el solsticio de invierno.
[11] En el
simbolismo hindú (que el Budismo mismo ha conservado en la leyenda de los siete
pasos), las siete regiones del espacio son los cuatro puntos cardinales, más el
Zenit y el Nadir, y finalmente el centro mismo; se puede precisar que su
representación forma una cruz de tres dimensiones (seis direcciones opuestas
dos a dos a partir del centro). De igual modo, en el simbolismo kabbalístico,
el “Santo Palacio” o “Palacio Interior” está en el centro e las seis
direcciones, que forman con él el septenario; y “Clemente de Alejandría dice
que de Dios, “Corazón del Universo”, parten las extensiones indefinidas que se
dirigen, una hacia arriba, otra hacia abajo, ésta hacia la derecha, aquella
hacia la izquierda, una hacia delante y otra hacia atrás; dirigiendo su mirada
hacia estas seis extensiones como hacia un número siempre igual, acaba el
mundo; es el comienzo y el fin (el alfa
y la omega), en él se acaban las seis
fases del tiempo, y es él de quien reciben su extensión indefinida; éste es el
secreto del número 7” (citado por P. Vulliaud, La Kabbale juive, tomo I, pp. 215-216). Todo esto se refiere al
desarrollo del punto primordial en el espacio y en el tiempo; las seis fases
del tiempo, que corresponden respectivamente a las seis direcciones del
espacio, son seis períodos cíclicos, subdivisiones de otro período más general,
y a veces se representan simbólicamente como seis milenarios; también son
asimilables a los seis primeros “días” del Génesis,
siendo el séptimo o Sabbath la fase
de retorno al Principio, es decir, al centro. Se tienen siete períodos a los
cuales puede ser referida la manifestación respectiva de los siete dwipas; si cada uno de estos períodos es
un Manvantara, el Kalpa comprende dos series septenarias
completas; y por lo demás, entiéndase bien que el mismo simbolismo es aplicable
a diferentes grados, según se consideren períodos cíclicos más o menos
extensos.
[12] Ver
lo que ha sido dicho más atrás sobre el simbolismo del arcoíris. – No hay en
realidad más que seis colores, complementarios dos a dos, y que corresponden a
las seis direcciones opuestas dos a dos; el séptimo color no es otro que el
blanco mismo, de igual modo que la séptima región se identifica con el centro.
[13] No
carece pues de razón que, en la jerarquía católica, el Papa esté vestido de
blanco.
[14] Por
eso es por lo que el almendro ha sido tomado como símbolo de la Virgen.
[15] Es
curioso observar que esta tradición judaica ha inspirado muy probablemente
algunas teorías de Leibniz sobre el “animal” (es decir, el ser vivo) que
subsiste perpetuamente con un cuerpo, pero “reducido a pequeño” después de la
muerte.
[16] I Epístola a los Corintios, XV, 42. –Hay
en estas palabras una aplicación estricta de la ley de analogía: “Lo que está arriba es como lo que está
abajo, pero en sentido inverso”.
[17] En
sánscrito, la palabra akshara
significa “indisoluble”, y por consiguiente “imperecederos” o “indestructible”;
designa a la sílaba, elemento primero y germen del lenguaje, y se aplica por
excelencia al monosílabo Om, que se
dice contiene en sí mismo la esencia del triple Vêda.
[18] Se
encuentra su equivalente, bajo otra forma, en las diferentes tradiciones, y en
particular, con desarrollos muy importantes, en el Taoísmo. –A este respecto,
es el análogo, en el orden “microcósmico”, de lo que es el “Huevo del Mundo” en
el orden “macrocósmico”, ya que encierra las posibilidades del “ciclo futuro”
(la vita venturi saeculi del Credo
católico).
[19] Uno
puede remitirse aquí al simbolismo griego de Psyché, que reposa en gran parte sobre esta similitud (Ver Psyché por F.Pron)
[20] La
palabra kundali (en femenino kundalini) significa enrollado en forma
de anillo o espiral; este enrollamiento simboliza el estado embrionario y “no
desarrollado”.
[21] A
este respecto, y bajo una cierta relación, su morada se identifica también a la
cavidad del corazón; ya hemos hecho alusión a una relacion que existe entre la Shakti hindú y la Shekinah heraica.
[22] Es
el Brahma-randhra u orificio de
Brahma, punto de contacto de la sushummâ o
“arteria coronaria” con el “rayo solar”; hemos expuesto completamente este
simbolismo en El Hombre y su devenir
según el Vêdanta.
[23] Todo esto tiene una relación muy estrecha con
la significación real de esta frase hermética bien conocida: “Visita inferiora
terrae, rentificando inbenies occultum lapidem, veram medicinam”, frase que da
por acróstico la palabra Vitriolum.
La “piedra filosofal” es al mismo tiempo, bajo otro aspecto, la “verdadera
medicina”, es decir, el “elixir de la larga vida”, que no es otra cosa que el
“brebaje de la inmortalidad”. – Se escribe a veces interiora en lugar de
inferiora, pero el sentido general no es modificado por ello, y hay siempre
la misma alusión manifiesta al –mundo subterráneo-“.
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